Aftermath

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Parte Uno » Capítulo 11

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CAPÍTULO ONCE

En la ventana, más allá del negro infinito, un droide de mantenimiento pasa tambaleándose, cargando pedazos de chatarra, con su soplete colgando de un tubo largo, negro. Incluso después de todos estos meses, Hogar Uno todavía requiere unas últimas reparaciones, debido a la Batalla de Endor.

Ackbar piensa: «Qué bueno que ganamos esa batalla». Era su última oportunidad real. Lo apostaron todo. Y casi lo pierden todo. Por la gracia de las estrellas y los mares, y todos los dioses, y todos los héroes; de algún modo, ¡de algún modo!, lo consiguieron.

Se aclara la garganta. Su tiempo ha terminado. Toma la botella de plástico con una mano y exprime humectante en la otra; luego la frota en el cuello, en los hombros desnudos y a lo largo de cada brazo rojo.

Una respiración profunda.

Luego, otra vez está siendo atacado. Se mueve rápido para recoger el kar-shak (una pértiga de red, un arma tradicional de los mon calamari) y gira alrededor del cuarto acolchonado. Un soldado de asalto se aproxima corriendo, con el rifle bláster listo.

Ackbar gruñe de rabia, haciendo girar el kar-shak y golpeando al soldado de asalto en el casco. La punta de la pértiga termina a modo de bichero. Esta zumba libre por el aire, y libre por el casco blanco imperial.

Al pasar, la pértiga interrumpe el holograma por un momento…

Enseguida, el soldado de asalto está de regreso, solo para derrumbarse.

Sale un segundo y un tercero. Y Ackbar captura la cabeza de uno en una red, y lo arroja contra el otro; otra vez se interrumpen sus hologramas, luego titilan de regreso a la vida antes de derrumbarse.

Uno, dos y ahora tres soldados de asalto entran desde los proyectores de la esquina y…

Alguien se aclara la garganta.

Ackbar se detiene.

—Pausa —vocifera. El trío de soldados que vienen entrando se congela, tremulante.

Ahí, en la puerta, un joven. Un cadete.

—Señor —dice. Tiene un pequeño temor en los ojos. Pero, aún así, se mantiene firme. Con la cabeza en alto. Sus manos sostienen una pantalla contra el pecho—. Si es un mal momento…

—Deltura, ¿cierto?

—Alférez Deltura, sí, señor.

—No, ahora es un buen momento —gruñe Ackbar, y deja su pértiga—. ¿Debo suponer que es importante?

—Supone correctamente.

—¿Y por qué no me está trayendo esto la comandante Agate?

—Está ocupada con reparaciones, señor.

Ackbar carraspea y da un paso adelante. Sus puntiagudos dedos hacen clic unos con otros.

—Está bien. Veamos.

Deltura entrega la pantalla.

El almirante la inspecciona. Sus grandes ojos amarillentos voltean hacia el alférez Deltura.

—¿Está seguro de esto?

—Sí, señor. El capitán Antilles no se ha reportado, y su comunicador no contesta. Ni siquiera podemos efectuar un ping.

—¿Su última localización conocida?

—Raydonia.

—Y ahí no encontró nada.

—No, señor.

—¿Me aventuro a conjeturar que dirá que no estamos seguros de su siguiente brinco? —El alférez sacude la cabeza, porque esa no era la forma en que Wedge quería hacer esto, ¿o sí? El capitán Antilles no vio ningún daño en hacer un poco de exploración. Dijo que sería como un descanso: solo él y el starhopper. Él solo con sus pensamientos.

«Se lo advertí», piensa Ackbar.

—Estoy seguro de que no encontraré nada —había dicho Wedge en ese momento.

—Tú no puedes saberlo. Uno no quiere toparse por casualidad con una fosa de anguilas —afirmó Ackbar—. Pero puede suceder.

—Solo estoy haciendo mi parte. Será agradable —respondió entonces Antilles.

Ahora Ackbar dice:

—Bien… ¡Ejem!

Y el alférez:

—Los cinco planetas más cercanos a Raydonia nos dan una pequeña pista de hacia dónde podría haberse dirigido después el capitán Antilles. —En la pantalla aparece una lista de cinco planetas: Mustafar, Geonosis, Dermos, Akiva y Tatooine. Podría ser cualquiera de ellos, pues el Imperio se ha escondido—. Podría ser Mustafar, igual que Geonosis…

Deltura mira a Ackbar, como queriendo decir algo.

—¿Qué pasa?

—Hay más —responde el alférez.

—¿Y bien?

—Algo más de lo que está en la pantalla.

—Escúpelo, alférez. No me agradan estos rodeos.

—Tenemos información. Del Operador.

Ackbar se acerca a Deltura.

—¿Y cómo sabe usted acerca del Operador? Esa es información clasificada, alférez.

—La comandante Agate me autorizó.

—La comandante Agate parece confiar mucho en usted.

Él asiente con la cabeza de forma lacónica.

—Eso espero.

—Entonces yo también. ¿Cuál es la información?

Cuando Deltura se la dice, Ackbar siente que se le va toda la humedad. El aire en esta nave lo mantiene tan húmedo como necesita, después de todo es una nave mon calamari, pero de repente se siente más seco que una pasa. Desecado. Otra vez se siente en el precipicio de algo más grande, algo peligroso. Como una sombra que invade los márgenes.

—¿Estás seguro?

—No. Que nosotros sepamos, no tenemos ningún espía en la región.

—Estoy viejo —dice Ackbar de repente. Con la mirada perdida en la nada—. La razón por la que hago esto, pararme aquí, tomar mi kar-shak y continuar practicando mis kotas, es que deseo mantener mi agudeza. Mi flexibilidad. Y estar un paso adelante de mis enemigos. Sé que algún día voy a fallar en esto; casi fallamos sobre Endor. Nos apresuramos, como negligentes. Casi nos cuesta todo.

Un momento de silencio entre ellos. Sus fosas nasales se dilatan.

—Señor…

—Sí, sí, manda exploradores a cada uno de esos planetas. Pero manda dos exploradores a Akiva. Debemos estar seguros antes de que nos comprometamos a cualquier cosa.

Deltura saluda.

—Señor, sí, señor.

Cuando el alférez sale, Ackbar se queda solo otra vez. Y realmente lo siente, por un momento: el peso de la galaxia sobre sus hombros. Una ilusión, claro está. Él no es el adalid de la Nueva República, y nada depende de él. Pero, de todas formas, la presión permanece.

Y con ella, un pensamiento latente: como informante del Imperio, el autonombrado Operador aún no los ha guiado por un mal camino. Su precisión para localizar rutas y convoys imperiales vulnerables, así como su labor de facilitarles listas de probables gobernadores y otros líderes galácticos que gustosamente traicionarían al Imperio, eran de una ayuda inmensurable.

¿Por qué, entonces, no puede Ackbar sacudirse la sensación de que otra vez están por caer en una trampa?

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