Aftermath

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Parte Cuatro » Capítulo 38

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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

Y entonces, ella está de regreso.

Norra grita en la oscuridad. Y luego la luz se precipita. Todo se siente eléctrico. Su cuerpo brilla, demasiado; todo está vibrando y ardiendo. Y ella está trepando. Hay algo en su brazo. Comienza a darle tirones, y hay algo en su nariz y boca…, y también tira de eso. Arcada. Tos. De repente, alguien está ahí. Sosteniéndola. Inmovilizando sus brazos. «Suéltame», quiere decir ella. Trata de decirlo, pero su voz es un desastre de chirriante gorgoteo. Escucha una voz.

—Shh. Mamá. Shhh. Está bien. Está bien. —Temmin. «Oh, por todos los dioses de todas las estrellas». Es su hijo. Él la estrecha. Ella también lo sujeta.

Ella ahora puede ver: está en un cuarto blanco. Afuera hay un cielo azul. Un droide médico de pie a un lado, listo para actuar.

Temmin le besa la mejilla. Ella besa su frente con los labios cortados.

Norra llora.

Días después, cuando recupera su voz, se sienta en la estancia del edificio médico, ahí en Ciudad Hanna. Por el vidrio puede ver la ciudad y, más allá de ella, la pradera bajo el viento. Chandrila ha sido un lugar pacífico, separado desde hace mucho de la guerra. Parece un artefacto fuera de tiempo, un souvenir de alguna otra era.

Está sentada ahí con otros dos.

El Almirante Ackbar.

Y el capitán Wedge Antilles.

Wedge luce mejor que ella, aunque tal vez no por mucho. Por ahora, camina con un bastón, aunque dice que eso pronto cambiará.

Ackbar, por su parte, se ve cansado.

Pero también luce feliz de verla.

—Vaya que usted es única, Norra —dice Ackbar.

—No estoy segura de eso, señor —dice ella. Su voz todavía es algo chirriante. Aún se siente al borde, sensible. Desde que el droide la despertó del coma, con lo que haya sido ese mejunje químico, ella se siente como una batería sobrecargada. Como que quiere levantarse y correr, saltar, bailar. Pero su cuerpo no puede hacer esas cosas. Se siente bruta, adolorida, tan cansada como un viejo sabueso musk.

Ackbar y Wedge comparten una mirada. Wedge asiente con la cabeza. Ackbar muestra una pequeña caja.

—Esto es para usted.

Ella mira con perplejidad y la toma. Norra vacila pero Wedge la alienta:

—Ábrela, Norra.

Dentro: una medalla.

—Yo ya tengo la mía —dice ella—. Esto debe ser un error.

—Uno puede ganarse más de una sola medalla —dice Ackbar, un tanto brusco. Pero sus labios se tuercen en una extraña sonrisa—. Tus esfuerzos en Akiva han tenido efectos tremendos.

—Yo…, me cuesta ver cómo…

—La humildad está muy bien, pero los hechos perseveran más allá de la sombra de los sentimientos de uno —dice Ackbar—. Usted salvó al capitán Antilles. Nos ayudó a capturar a dos objetivos imperiales de gran valor: la general Jylia Shale y el asesor de Palpatine, Yupe Tashu. Y confirmó la muerte de otros dos: Moff Valco Pandion y el esclavista Arsin Crassus. —El tono en que Ackbar dice esa palabra, «esclavista», delata rabia y condescendencia.

—La almirante Sloane… —dice Norra—. ¿Qué hay de ella?

Wedge suspira.

—Atrapamos a su agregada, Adea Rite. Pero la propia almirante se escapó. Ella es la razón por la que has estado el último mes en coma. Ella detonó la nave y huyó en la cápsula de escape. —Norra cae en cuenta: «Claro». Las cabinas de mando frontal de esas naves clase-Lambda se convierten en cápsulas de escape. Ella termina la historia por él.

—Déjame adivinar. Se llevó la cápsula de escape directo al Destructor Estelar…

—Y condujeron esa nave a velocidad luz. Correcto.

Ella frunce el ceño. La decepción le apuñala las tripas.

Wedge se estira y se sujeta las manos.

—La encontraremos. Aun así derribamos a dos Destructores Estelares. Fue una victoria para la Nueva República.

Ella asiente con la cabeza y fuerza una sonrisa.

—Gracias, capitán.

—Hay algo más —dice Ackbar.

—¿Señor?

—Tengo más trabajo para usted, si lo quiere.

—Yo…, yo no sé, señor. Mi hijo. Yo…

—Solo escúcheme, ¿sí?

Ella asiente. Escucha.

Y al final, ella dice «sí».

Akiva. Todavía caliente. Todavía húmedo. Una tormenta pasó durante la noche anterior, y ahora la pista de aterrizaje está llena de hojas de palma y de las gordas, amplias y arrugadas hojas de las flores azules que brotan en los árboles asuka. Las flores yacen enmarañadas sobre el suelo, todavía bonitas a su manera, pero también con apariencia de haberse ahogado.

Norra está ahí parada, lleva una bolsa en el hombro.

Temmin está con ella. Él tiene una bolsa consigo, también.

Una bandera de la Nueva República ondea sobre la pista de aterrizaje. Y un corvette correlliano ruge encima de sus cabezas. Akiva: el primer planeta del Borde Exterior que oficialmente se ha unido al contingente de planetas comprometidos con la Nueva República. Los sátrapas vieron la traición del Imperio y la rabia de la gente de Myrra. Y decidieron que la única forma de salvar sus pellejos y su dominio era entregarlo, en parte, a la República.

Norra agradece a las estrellas que la primera orden del día fue erradicar la corrupción y el crimen; Surat huyó, pero los demás de su pandilla cayeron. Muchos fueron a prisión. El resto se fue en lo que probablemente pensaron que era un resplandor de gloria, pero es probable que con el tiempo terminen como no lo desean, como una sangrienta y brutal nota al pie en los libros de la historia de Akiva.

—¿Estás seguro de esto? —pregunta ella.

—Sí. Lo estoy.

—Puedes quedarte aquí. Lo entenderé.

—No quiero quedarme. Yo pensaba que este lugar era casa. No lo es.

Ella sonríe.

—Todavía podría serlo.

—Tú eres mi hogar. Dondequiera que vayas, ahí es donde yo vivo. —Lo acerca a ella.

Él dice:

—¿Crees que todavía encontraremos a papá?

—Es posible. Esos cubos de datos que robaste de Surat tenían mucha información acerca de los negocios criminales del Imperio. —Jas fue la que los tradujo. Surat pudo haber estado colectando información en caso de que alguna vez tuviera que negociar su camino a la libertad con la emergente Nueva República. El que Temmin le robara eso le dejó una sola ficha para jugar. Los archivos ofrecían abundante información que conecta al Imperio con varios sindicatos criminales a lo largo de la galaxia—. Los Hutts y otros sindicatos operaban prisiones secretas para el Imperio. Estoy esperando que nuestro viaje nos lleve ahí. —Los holocrones les informarán en parte su nueva misión—. Pero tampoco quiero prometer nada. No como lo hice antes. No sé lo que va a suceder allá afuera. Tienes que saber eso, Temmin. Pero intentaremos. ¿Está bien? Intentaremos.

—Lo sé. —Él levanta la vista—. Oye, aquí está nuestro aventón.

Una nave se desplaza hacia abajo, con sus motores gemelos pivotando y empujando contra el suelo, para lentificar su ascenso. Es una nave de asalto SS-54. En el costado está la pintura rayada de una pequeña muñeca tooka que sostiene un cuchillo filoso. La mayoría de las palabras que estaban sobre ella ya no están, excepto dos: «JUEGA LIMPIO».

Aterriza. Tres personas descienden. Jas es la primera en bajar de la nave, estirando el cuello y tronándose los nudillos. Sinjir viene después. Conserva esa agudeza toscamente forjada. Su lado andrajoso se ha reforzado. Aunque esa vibra imperial todavía lo ronda como un miasma.

El último en bajar es un hombre de gruesas patillas souvarov que se conectan a un bigote tupido. Brazo enyesado, bláster al lado. Casco en la palma de la mano.

Baja y se dirige de inmediato hacia Norra, con la mano tendida.

—¿Norra Wexley? —pregunta él.

—Jom Barell —dice ella, estrechándole la mano—. Un placer conocerlo finalmente. Solo quiero decir una vez más que aprecio que usted luchara la batalla en Myrra. Yo había pensado que todos ustedes, hombres y mujeres de las Fuerzas-E, habían muerto ese día. Me alegro de haberme equivocado. Y gracias por tomar la iniciativa.

Temmin pasa a un lado y murmulla:

—Aunque casi nos matas.

—¿Tu niño? —pregunta él.

—Mi niño —dice ella.

Temmin da un abrazo a Jas. Y luego da a Sinjir un puñetazo en el brazo.

Norra lo llama:

—Temmin, creo que estás olvidando algo.

—¡Oh! Sí. —Mete ambos dedos en su boca y silba.

—¡Oye, Huesos! Vámonos.

A lo lejos, en el campo, Señor Huesos alza la cabeza de un jalón. El droide, que Temmin y Norra reconstruyeron juntos con la chatarra olvidada en el sótano de Esmelle y Shirene durante la última semana (como un proyecto familiar, dijo ella), saluda. En una mano, una flor. En la otra, un bláster.

—¡ENTENDIDO!

El droide de combate trota, dejando cráteres pequeños en la pista de aterrizaje. Lo que le dice a Norra que todavía tienen que trabajar en sus neumáticos.

Jas y Sinjir se le acercan.

Jas dice:

—Entonces, ¿estamos listos para cazar algunos criminales de guerra imperiales?

—Oh, supongo —dice Sinjir, haciendo un puchero—. Me gusta pensar que vamos a estar cazando presas peligrosas, pero lo más probable es que estemos persiguiendo a un grupo de contadores imperiales regordetes a través de planetas de mala muerte.

—El deber llama —dice Norra—. Me alegra que todos ustedes trabajen conmigo. No pensé que fueran a aceptar. Ackbar sugirió que todos trabajáramos juntos otra vez… Yo pensé que estaba loco.

—Hay dinero —dice Jas, encogiendo los hombros.

—Y hay bebidas —agrega Sinjir.

Jom frunce el ceño.

—Oh, esto va a ser divertido. Vamos. El trabajo espera.

Norra sonríe.

Temmin se encuentra en la rampa de la nave de Jas. Él la saluda. Ella lo saluda también, y se dirige abordo, lista para ver a dónde los llevará la siguiente aventura.

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