After

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Capítulo 4

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CAPÍTULO 4

—Esto… ¿Dónde está Steph? —Intento que mi tono suene autoritario, pero mi voz surge más como un alarido.

Me aferro con las manos a la suave tela de la toalla y compruebo al instante que ésta cubre perfectamente mi cuerpo desnudo.

El chico me mira y las comisuras de sus labios se curvan ligeramente hacia arriba, pero no dice nada.

—¿No me has oído? Te he preguntado dónde está Steph —repito, intentando sonar algo más amable esta vez.

La expresión de su rostro se intensifica y finalmente farfulla:

—No lo sé. —Y se vuelve hacia la pequeña pantalla plana que hay sobre la cómoda de Steph.

«¿Qué está haciendo aquí? ¿Es que no tiene su propia habitación?» Me muerdo la lengua para intentar guardarme mis groseros comentarios.

—Vale. Bueno, ¿te importaría… irte o algo para que pueda vestirme?

Ni siquiera se ha dado cuenta de que estoy envuelta en una toalla. O tal vez sí, pero le da lo mismo.

—No seas tan creída, no pienso mirarte —me suelta, y se vuelve y se cubre la cara con las manos.

Tiene un pronunciado acento inglés que no había notado antes. Probablemente porque ni siquiera se dignó hablarme el día anterior.

Sin saber muy bien cómo responder a su grosería, resoplo y me dirijo a la cómoda. Tal vez no es heterosexual, y quizá es a eso a lo que se ha referido con lo de «no pienso mirarte». Es eso, o que me encuentra poco atractiva. Me pongo rápidamente un sujetador y unas bragas y después una sencilla blusa blanca y unos shorts de color caqui.

—¿Has acabado ya? —pregunta agotando la poca paciencia que me quedaba.

—¿Por qué eres tan desagradable? Yo no te he hecho nada. ¡¿Qué narices te pasa?! —grito mucho más alto de lo que pretendía hacerlo.

Sin embargo, a juzgar por la sorpresa que se refleja en el rostro del intruso, mis palabras han surtido el efecto deseado.

Me observa en silencio durante unos momentos. Espero una disculpa por su parte…, pero de repente se echa a reír. Tiene una risa profunda, y casi sería un sonido encantador si él no fuese tan antipático. Unos hoyuelos aparecen en sus mejillas mientras continúa desternillándose, y yo me siento como una idiota absoluta, sin saber muy bien qué decir o qué hacer. No me gustan los conflictos, y este chico tiene pinta de ser la última persona con la que me interesa iniciar una pelea.

La puerta se abre entonces y Steph irrumpe en la habitación.

—Siento llegar tarde. Tengo una resaca de mil demonios —anuncia dramáticamente, y nos mira a ambos—. Perdona, Tess, olvidé decirte que Hardin se pasaría por aquí —dice, y se encoge de hombros a modo de disculpa.

Me gustaría pensar que Steph y yo podemos llegar a un acuerdo de convivencia, e incluso establecer una especie de amistad, pero con su elección de amistades y sus juergas nocturnas, ya no lo tengo tan claro.

—Tu novio es un grosero. —Las palabras escapan de mi boca antes de que pueda detenerlas.

Steph mira al chico. Y entonces ambos se echan a reír. ¿Por qué no para de reírse de mí esta gente? Están empezando a tocarme las narices.

—¡Hardin Scott no es mi novio! —exclama ella muerta de risa. Se relaja un poco, se vuelve hacia el tal Hardin y lo mira con el ceño fruncido—. ¿Qué le has dicho? —Después me mira a mí—: Hardin tiene una… una manera muy particular de conversar.

Genial. Así que básicamente lo que quiere decir es que Hardin es, sencillamente, una persona grosera por naturaleza. El inglés se encoge de hombros y cambia de canal con el mando que tiene en la mano.

—Esta noche hay una fiesta; deberías venir con nosotros, Tessa —me dice ella.

Ahora ha llegado mi turno de reír.

—No me van mucho las fiestas. Además, tengo que ir a comprar algunas cosas para mi escritorio y mis paredes.

Miro a Hardin, que, por supuesto, actúa como si ninguna de las dos estuviésemos presentes.

—Venga…, ¡es sólo una fiesta! Ahora estás en la universidad, una fiesta no te hará daño —insiste Steph—. Oye, y ¿cómo vas a ir a comprar? Creía que no tenías coche.

—Iba a coger el autobús. Además, no puedo ir a una fiesta, no conozco a nadie todavía —digo, y Hardin se ríe de nuevo, indicándome de manera sutil que prestará sólo la suficiente atención como para mofarse de mí—. Pensaba quedarme a leer y a hablar con Noah por Skype.

—¡Ni se te ocurra coger el autobús un sábado! Van a tope. Él puede llevarte de camino a casa…, ¿verdad, Hardin? Y en la fiesta estaré yo, y a mí sí me conoces. Venga, ven…, por favor… —Une las manos dramáticamente como si me lo estuviera rogando.

Sólo hace un día que la conozco, ¿debería fiarme de ella? Entonces me viene a la cabeza lo que mi madre me advirtió sobre las fiestas. Steph parece bastante agradable, por la poca interacción que he tenido con ella, pero ¿una fiesta?

—No lo sé… y, no, no quiero que Hardin me lleve en coche a la tienda —digo.

Él se da la vuelta sobre la cama de Steph con una expresión burlona.

—¡Ay, qué pena! Estaba deseando pasar el rato contigo —responde secamente y de una manera tan sarcástica que me dan ganas de tirarle un libro a su cabeza rizada—. Venga, Steph, sabes que esta chica no va a aparecer por la fiesta —dice riéndose con su marcado acento.

Mi lado curioso, que es bastante grande, se muere por preguntarle de dónde es. Pero mi lado competitivo quiere demostrar que este engreído insufrible se equivoca.

—Pues ahora que lo dices, sí, iré —replico con la sonrisa más dulce que consigo esbozar—. Será divertido.

Hardin sacude la cabeza con incredulidad y Steph chilla de alegría y me envuelve con sus brazos para darme un fuerte apretón.

—¡Bien! ¡Lo pasaremos genial! —exclama.

Y una gran parte de mí empieza a rezar para que tenga razón.

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