After

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Capítulo 34

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CAPÍTULO 34

Hardin se acerca a la cómoda, abre el primer cajón, saca un bóxer de cuadros azules y blancos y lo sostiene en el aire con cara de asco.

—¿Qué pasa? —pregunto recostada sobre el codo con la cabeza apoyada en la mano.

—Esto es horrible —dice.

Me río, pero también me alegro de que mis dudas sobre si había ropa o no en la cómoda se hayan resuelto por fin. La madre de Landon o el padre de Hardin deben de haber comprado toda la ropa de la habitación para él, y es triste que comprasen todo esto y llenasen la cómoda con la esperanza de que Hardin viniera algún día.

—No están tan mal —le digo, y pone los ojos en blanco.

No creo que haya nada que le quede mejor que su bóxer ajustado de siempre, pero tampoco creo que haya nada que pueda quedarle mal.

—En fin, a caballo regalado… Vuelvo enseguida —dice, y sale del cuarto vestido sólo con los calzoncillos mojados.

«Mierda. ¿Y si Landon lo ve? —pienso—. Qué humillación.» Mañana a primera hora tengo que buscar a Landon y explicarle lo que ha pasado. Pero ¿qué voy a decirle? ¿Que no es lo que parecía? ¿Que sólo estábamos hablando, y entonces accedí a pasar la noche con él, y no sé cómo acabé en bragas y camiseta y le hice lo más parecido que he hecho a una paja? Eso suena fatal.

Apoyo la cabeza en la almohada y miro al techo. Considero levantarme y comprobar mi móvil, pero no lo hago. Lo último que necesito ahora es leer mensajes de Noah. Seguramente estará asustado pero, la verdad, mientras no se lo cuente a mi madre, no me importa como debería. Si he de ser completamente sincera conmigo misma, no he sentido lo mismo por él desde que besé a Hardin por primera vez.

Quiero a Noah; siempre lo he querido. Pero empiezo a preguntarme si realmente lo quiero como novio o como a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida, o si lo quiero porque me aportaba estabilidad. Siempre que lo he necesitado ha estado ahí y, en apariencia, somos la pareja perfecta, pero no puedo pasar por alto lo que siento cuando estoy con Hardin. Nunca había tenido esta clase de sensaciones. Y no me refiero sólo a cuando estamos el uno encima del otro, sino a las mariposas que siento cuando me mira, a cómo necesito verlo desesperadamente incluso cuando estoy furiosa con él y, principalmente, a cómo invade mis pensamientos incluso cuando intento convencerme a mí misma de que lo detesto.

Hardin se ha introducido en mi sistema, por más que intente negarlo. Estoy en su cama en lugar de con Noah. Entonces, la puerta se abre e interrumpe mis pensamientos. Miro hacia allí y veo a Hardin con los calzoncillos de cuadros y me río. Le están un poco grandes, y son mucho más largos que su bóxer habitual pero, de todos modos, le sientan genial.

—Me gustan. —Sonrío y él me fulmina con la mirada, apaga la luz y enciende el televisor.

Se mete en la cama y se tumba cerca de mí.

—Bueno, ¿qué ibas a decirme? —me pregunta, y hago una mueca de fastidio. Esperaba que se le hubiese olvidado—. No te hagas la tímida ahora. Acabas de hacer que me corra en los calzoncillos —bromea, y me acerca hacia sí.

Entierro la cabeza en la almohada y se echa a reír.

Asomo la cabeza de nuevo y él me acomoda el pelo detrás de la oreja antes de darme un tierno beso en los labios. Es la primera vez que me besa así, y me parece un gesto más íntimo que cuando nos besamos con lengua. Apoya la cabeza en la almohada y cambia de canal. Quiero decirle que me abrace hasta que me quede dormida, pero tengo la sensación de que él no es de la clase de chicos que se acurrucan con su pareja.

«Quiero ser buena persona por ti, Tess.» Sus palabras se reproducen en mi cabeza y me pregunto si lo decía de verdad o si era el alcohol el que hablaba.

—¿Todavía estás borracho? —pregunto, y apoyo la cabeza en su pecho.

Se pone rígido, pero no me aparta.

—No, creo que nuestra competición de gritos en el patio me ha despejado —dice.

Sostiene el mando a distancia con una mano mientras mantiene la otra suspendida en el aire sin saber muy bien qué hacer con ella.

—Bueno, al menos, de nuestra discusión ha salido algo positivo.

Gira la cabeza hacia mí.

—Sí, supongo —dice, y por fin apoya la mano en mi espalda.

Su abrazo me reconforta de una manera increíble. Me diga las cosas horribles que me diga mañana, no podrá arrebatarme este momento. Éste se ha convertido en mi nuevo lugar favorito, con mi cabeza apoyada en su pecho y su mano sobre mi espalda.

—Creo que en realidad me gusta más el Hardin ebrio —digo bostezando.

—¿En serio? —repone, y me mira de nuevo.

—Puede —bromeo, y cierro los ojos.

—Se te da fatal desviar la atención de las cosas. Y ahora, habla.

—Estaba pensando en todas las chicas con las que has…, ya sabes, hecho cosas.

Intento esconder el rostro en su pecho, pero él deja el mando sobre la cama y me levanta la barbilla para que lo mire.

—¿Por qué estabas pensando en eso?

—No lo sé…, porque no tengo ninguna experiencia, y tú tienes mucha. Steph incluida —contesto.

Cada vez que me los imagino juntos, me dan ganas de vomitar.

—¿Estás celosa, Tess? —dice con voz socarrona.

—No, claro que no —miento.

—Entonces, no te importará que te dé detalles, ¿verdad?

—¡No! ¡Por favor, no lo hagas! —le ruego, y él se ríe y me estrecha con su brazo un poco más.

No dice nada más al respecto, y siento un alivio tremendo. No podría soportar oír los detalles de sus escarceos. Noto que empiezan a pesarme los párpados e intento centrarme en la televisión. Me siento tan a gusto aquí, entre sus brazos…

—No te estarás durmiendo, ¿verdad? Aún es pronto —dice, pero sus palabras apenas logran espabilarme.

—¿En serio?

Tengo la sensación de que son, por lo menos, las dos de la mañana. He llegado aquí sobre las nueve.

—Sí, son sólo las doce.

—Eso no es pronto. —Bostezo de nuevo.

—Para mí, sí. Además, quiero devolverte el favor.

«¿Qué?… Ah.»

La piel me arde al instante.

—Te apetece que lo haga, ¿verdad? —ronronea, y yo trago saliva.

Por supuesto que quiero. Lo miro e intento ocultar mi sonrisa ansiosa. Sin embargo, se da cuenta y, con un rápido pero delicado movimiento, hace que cambiemos de postura, de manera que queda suspendido encima de mí. Apoya el peso en un solo brazo y baja la otra mano. Levanto la pierna hasta su costado y, cuando flexiono la rodilla, él desliza la mano desde mi tobillo hasta la parte superior de mi muslo.

—Eres tan suave… —dice, y repite el movimiento.

Me da un apretón en el muslo y se me eriza el vello en cuestión de segundos. Hardin se inclina y me da un beso en un lado de la rodilla. El gesto hace que estire la pierna como por acto reflejo. Me la coge y se ríe mientras la envuelve con su brazo.

«¿Qué va a hacer?» La anticipación me está matando.

—Quiero saborearte, Tessa —dice con la vista fija en mi rostro para analizar mi reacción.

Se me seca la boca al instante. «¿Por qué me pide besarme si sabe que puede hacerlo cuando quiera?» Separo los labios y lo espero.

—No. Aquí abajo —me explica deslizando la mano entre mis piernas.

Debe de estar sorprendido ante mi tremenda falta de experiencia, pero al menos intenta contener la sonrisa. Lo miro con el ceño fruncido y me toca con el dedo por encima de las bragas, lo que provoca que inspire súbitamente y contenga el aliento. Sus dedos acarician suavemente mi sexo por encima de la ropa mientras sigue mirándome a los ojos.

—Ya estás mojada. —Su voz es más grave que de costumbre. Su aliento caliente me arde en la oreja, y desliza la lengua por mi lóbulo—. Háblame, Tessa. Dime cuánto lo deseas.

Sonríe y yo me estremezco cuando aplica más presión en mi zona más sensible.

Soy incapaz de articular una palabra porque mi cuerpo está en llamas a causa de sus caricias. Unos segundos después, aparta la mano y gimo en señal de protesta.

—No quería que pararas —imploro.

—No has dicho nada —responde, y yo reculo.

No me gusta este Hardin. Quiero al Hardin alegre y juguetón.

—¿Es que no era evidente? —le pregunto al tiempo que me dispongo a levantarme.

Él se incorpora y se sienta sobre mis muslos, apoyando el peso de su cuerpo sobre sus rodillas separadas. Acaricia con los dedos la parte superior de mis muslos y mi cuerpo reacciona al instante, elevando las caderas para rozar el suyo.

—Dilo —me ordena.

Sé que sabe perfectamente que lo deseo, pero quiere que lo diga en voz alta. Asiento y él menea el dedo de un lado a otro delante de mí.

—Nada de asentir. Dime que quieres que lo haga, nena —insiste, y se aparta de mis rodillas.

Sopeso mentalmente los pros y los contras de esta situación. ¿Merece la pena que me humille y le diga a Hardin que quiero que me… bese ahí abajo a cambio de la sensación que puedo obtener si lo hace? Si es parecido a lo que me hizo con los dedos el otro día, sí que merece la pena. Alargo la mano y lo agarro del hombro para evitar que siga apartándose de mí. Sé que estoy comiéndome la cabeza demasiado al respecto, pero no puedo evitarlo.

—Quiero que lo hagas —digo acercándome más a él.

—¿Quieres que haga qué, Theresa?

Venga ya; sabe perfectamente lo que está haciendo.

—Pues eso…, besarme —digo, y su sonrisa se intensifica.

Se inclina y me besa en los labios. Pongo los ojos en blanco y me besa en los labios otra vez.

—¿Era esto lo que querías? —dice con una sonrisa traviesa, y le doy una palmada en el brazo. Quiere que le suplique.

—Bésame… ahí. —Me pongo colorada y me tapo la cara con las manos. Él me las aparta, riéndose, y lo miro con el ceño fruncido—. Me estás haciendo pasar vergüenza a propósito. —Sus manos todavía están sobre las mías.

—No pretendo hacerte pasar vergüenza. Sólo quiero oír lo que quieres de mí.

—Olvídalo, Hardin —digo, y suspiro sonoramente.

Siento vergüenza, y tal vez tenga las hormonas revolucionadas y estén confundiendo mis emociones, pero ahora el momento ha pasado y estoy furiosa con su ego y su constante necesidad de provocarme. Me doy la vuelta y me pongo de lado, de espaldas a él, y me cubro con la sábana.

—Oye, lo siento —dice, pero finjo no oírlo.

Sé que una parte de mí sólo está enfadada conmigo misma por convertirme en la típica adolescente salida cuando estoy cerca de él.

—Buenas noches —le espeto, y oigo cómo suspira con resignación.

Masculla algo por lo bajo que suena como «vale», pero no le pido que lo repita. Me obligo a cerrar los ojos e intento pensar en otras cosas que no sean la lengua de Hardin o el modo en que su brazo me cubre el cuerpo mientras me quedo dormida.

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