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Capítulo 91

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Llevamos por lo menos media hora sin movernos cuando por fin Hardin levanta la cabeza de mi pecho y dice:

—¿Cenamos?

—Sí.

Le sonrío débilmente y empiezo a bajarme de su regazo, pero me estrecha contra su pecho.

—No he dicho que tuvieras que moverte. Sólo pásame mi plato —me dice, y sonríe a su vez.

Le alcanzo el plato y extiendo el brazo para coger el mío del otro lado de la pequeña mesa. Aún estoy recuperándome de la impresión, y no me siento del todo bien por tener que ir mañana a la boda.

Sé que Hardin no quiere hablar más de lo que acaba de contarme. Tomo otro bocado de mi plato y digo:

—Cocinas mejor de lo que imaginaba. Ahora que lo sé, espero que me prepares la cena más a menudo.

—Ya veremos —replica con la boca llena, y terminamos de cenar en un cómodo silencio.

Más tarde, cuando estoy metiendo los platos en el lavavajillas, se me acerca por detrás y me pregunta:

—¿Sigues enfadada?

—No exactamente —le contesto—. No me hace ninguna gracia que te pasaras la noche por ahí, y quiero saber con quién te peleaste y por qué razón. —Abre la boca para hablar, pero lo detengo—: Pero esta noche no.

No creo que ninguno de los dos pudiera soportarlo.

—Vale —dice con voz dulce.

La preocupación brilla en sus ojos, pero decido no insistir.

—Ah, y tampoco me hizo ninguna gracia que me restregaras lo de las prácticas por la cara. Eso me dolió de verdad.

—Lo sé, y por eso lo dije —responde con demasiada sinceridad para mi gusto.

—Lo sé, y por eso precisamente no me gusta.

—Lo siento.

—No vuelvas a hacerlo, ¿vale? —le digo, y asiente—. Estoy agotada —refunfuño en un débil intento por cambiar de tema.

—Yo también. Vamos a pasarnos la velada panza arriba. Ya nos han puesto la tele por cable.

—Se supone que de eso tenía que encargarme yo —lo regaño.

Pone los ojos en blanco y, ya en la habitación, se sienta en la cama a mi lado.

—Ya me darás luego el dinero…

Miro la pared.

—¿A qué hora tenemos que salir mañana para la boda?

—Cuando nos dé la gana.

—Empieza a las tres. Creo que deberíamos estar allí sobre las dos —digo.

—¿Una hora antes? —protesta, y asiento—. No sé por qué te empeñas en… —dice, pero lo interrumpe el tono de mi móvil.

Hardin se demuda cuando se inclina para cogerlo y me dice quién es el que llama.

—Pero ¿por qué te llama? —resopla.

—No lo sé, pero creo que debería responder —digo.

Le quito el teléfono de la mano.

—¿Noah? —contesto en voz baja y temblorosa mientras Hardin echa chispas por los ojos.

—Hola, Tessa. Perdona que te llame tan tarde pero… —Parece asustado.

—¿Qué? —Le meto prisa porque siempre tarda más de lo necesario en explicar situaciones estresantes.

Hardin gesticula para que conecte el manos libres.

Le lanzo una mirada que expresa mi negativa, pero al final pongo a Noah por el altavoz para que Hardin pueda escuchar la conversación.

—Tu madre ha recibido una llamada del supervisor de la residencia para decirle que ya está pagado el último recibo, así que sabe que te has mudado. Le he dicho que no tengo ni idea de dónde vives ahora, lo cual es verdad, pero no me cree. Va hacia allá.

—¿Al campus?

—Sí, eso creo. No lo sé seguro, pero dijo que iba a ir a buscarte, y no está siendo nada razonable. Está furiosa. Sólo quería avisarte de que va a ir hacia allá.

—¡Esa mujer es increíble! —grito.

Luego le doy las gracias a Noah y cuelgo. Me tumbo en la cama.

—Genial… Qué forma más maravillosa de pasar la velada.

Hardin se apoya en un codo a mi lado.

—No podrá encontrarte. Nadie sabe que vivimos aquí —me asegura, y me aparta un mechón de la frente.

—Puede que no me encuentre, pero le va a hacer un tercer grado a Steph y acribillará a preguntas a todo el que vea por la residencia y a montar un numerito que no veas. —Me tapo la cara con las manos—. Debería ir a la residencia.

—O podrías llamarla, darle nuestra dirección y dejar que venga aquí. Estarás en tu territorio, lo cual es una ventaja —sugiere.

—¿Te parece bien? —Me destapo un poco la cara.

—Por supuesto. Es tu madre, Tessa.

Le lanzo una mirada inquisitiva, dado lo mal que se lleva él con su padre. Pero cuando comprendo que lo dice en serio, recuerdo que está dispuesto a intentar arreglar las cosas con sus padres. Yo también debería ser valiente.

—Voy a llamarla —digo.

Me quedo un rato mirando el móvil antes de respirar hondo y marcar su número. Está tensa y habla muy deprisa. Sé que se está conteniendo para cuando me tenga cara a cara. No le doy detalles del apartamento ni le cuento que vivo aquí. Sólo le digo que me encontrará en esta dirección y cuelgo todo lo deprisa que puedo.

Instintivamente, salto de la cama y me pongo a ordenar la casa.

—El apartamento está limpio. Apenas hemos tocado nada —dice Hardin.

—Lo sé —contesto—. Pero así me siento mejor.

Después de doblar y guardar la ropa que había en el suelo, enciendo una vela en la sala de estar y espero a que aparezca mi madre sentada a la mesa con Hardin. No debería estar tan nerviosa, soy una adulta y tomo mis propias decisiones, pero la conozco y sé que le va a dar algo. Ya tengo las emociones a flor de piel gracias a la breve visita al pasado de Hardin de hace una hora, y no sé si estoy en condiciones de enzarzarme en una batalla campal con mi madre esta noche. Miro el reloj. Ya son las ocho. Con suerte no se quedará mucho, y Hardin y yo podremos acostarnos pronto y abrazarnos mientras ambos intentamos lidiar con la familia que nos ha tocado en suerte.

—¿Quieres que me quede o prefieres que os dé tiempo para hablar de vuestras cosas? —me pregunta al cabo de un rato.

—Creo que deberíamos estar un tiempo a solas —le respondo.

Por mucho que yo quiera tenerlo a mi lado, sé que mi madre se pondrá hecha un basilisco si lo ve.

—Espera… —digo—. Acabo de acordarme de algo que ha dicho Noah. Me ha comentado que el último recibo de la residencia ya estaba pagado. —Miro a Hardin con una ceja enarcada.

—Sí, ¿y?

—¡No me digas que lo has pagado tú! —exclamo. No estoy cabreada, sólo molesta y sorprendida.

—¿Y? —Se encoge de hombros.

—Hardin, tienes que dejar de gastarte el dinero en mí. Me hace sentir incómoda.

—No veo dónde está el problema. Tampoco era tanto —me discute.

—¿Es que eres rico o algo así? ¿Traficas con drogas?

—No, sólo es que tenía mucho dinero ahorrado que no me gastaba en nada. El año pasado no gasté en alojamiento, con lo que las pagas se iban acumulando. Nunca había tenido nada en lo que gastarme el dinero… Ahora ya lo tengo. —Me sonríe la mar de contento—. Y me gusta gastármelo en ti. No discutamos por eso.

—Tienes suerte de que mi madre esté al caer y sólo me queden fuerzas para pelearme con uno de los dos —bromeo, y Hardin suelta una carcajada muy larga que se va apagando hasta que simplemente permanecemos esperando, cogidos de la mano y en silencio.

A los pocos minutos llaman a la puerta… Bueno, más bien aporrean la puerta.

Hardin se levanta.

—Estaré en la otra habitación. Te quiero —dice, y me da un beso rápido antes de esfumarse.

Cojo aire y abro la puerta. Mi madre está tan perfecta que asusta, como siempre. No se le ha corrido ni un poco el lápiz de ojos del que suele abusar, y lleva los labios pintados de rojo, sedosos y perfectos, y el pelo rubio recogido y en su sitio; casi parece un halo alrededor de su cabeza.

—Pero ¡¿qué demonios te crees que estás haciendo? ¿Cómo se te ocurre marcharte de la residencia sin decirme nada?! —grita sin miramientos, y me aparta de un empellón para entrar en el apartamento.

—No me dejaste elección —contraataco, y me concentro en respirar y en permanecer todo lo calmada que me sea posible.

Ella se vuelve como si tuviera un resorte y me lanza una mirada asesina.

—¿Perdona? ¿Cómo que no te dejé elección?

—Amenazaste con no ayudarme a pagar la residencia —le recuerdo cruzándome de brazos.

—Entonces sí que te dejé elección, sólo que has elegido mal —me espeta.

—No, tú eres la que está obrando mal.

—¡Pero ¿tú te has oído?! ¡¿Y te has visto?! No eres la misma Tessa que traje a la universidad hace apenas tres meses. —Mueve los brazos arriba y abajo señalando mi cuerpo—. Me estás desafiando. ¡Me estás gritando! ¡Tienes mucho valor, jovencita! Lo he hecho todo por ti, y ahora… Lo estás tirando todo por la borda.

—¡No estoy tirando nada! Estoy haciendo unas prácticas estupendas y muy bien pagadas. Tengo un coche y una media de matrícula de honor. ¡¿Qué más quieres que haga?! —le devuelvo el grito.

La he desafiado y le brillan los ojos. Su voz es puro veneno cuando me dice:

—Para empezar, al menos podrías haberte cambiado de ropa antes de que yo llegara. De verdad, Tessa, estás horrible. —Bajo la vista para mirar mi pijama y ella pasa a criticar el siguiente punto—. Y ¿qué es eso que llevas en la cara?… ¿Ahora te maquillas? ¿Tú quién eres? Tú no eres mi Tessa, eso seguro. Mi Theresa no pasaría el rato en pijama en el apartamento de un adorador de Satán un sábado por la noche.

—No hables así de él —mascullo—. Ya te lo he advertido.

Mi madre entorna los ojos y rompe a reír. Echa la cabeza hacia atrás riendo y tengo que contenerme para no cruzarle la cara perfectamente maquillada. De inmediato me avergüenzo de mis pensamientos violentos, pero es que me está llevando al límite.

—Una cosa más —digo muy despacio, con calma, asegurándome de pronunciarlo correctamente—. El apartamento no es sólo suyo: es nuestro.

Y con eso consigo que deje de reír en el acto.

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