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Capítulo 20

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A una manzana de la casa de la fraternidad, las calles están oscuras y silenciosas. Las demás casas de fraternidades no son tan grandes como la de Hardin. Al cabo de una hora y media de caminar consultando el GPS de mi móvil como una posesa, por fin llego al campus. Totalmente sobria ya, pienso que, en vista de la hora que es, casi es mejor que ya no me acueste, de modo que entro en el 7-Eleven a por un café.

Cuando la cafeína hace su efecto me doy cuenta de que hay muchas cosas que no entiendo de Hardin. Como por qué está en una fraternidad con un montón de niños de papá cuando él es un macarra, y por qué pasa de un extremo a otro tan rápidamente. Sin embargo, son sólo cavilaciones teóricas, ya que ni siquiera sé por qué pierdo el tiempo pensando en él, y después de lo de esta noche definitivamente no voy a seguir intentando hacerme amiga suya. No me puedo creer que lo haya besado. Ése ha sido, posiblemente, el peor error que podría haber cometido, y en el instante en que he bajado la guardia, me ha atacado con mayor crudeza que nunca. No soy tan ingenua como para pensar que no se lo va a contar a nadie, pero espero que la vergüenza de confesar a la gente que ha besado a la «virgen» haga que mantenga la boca cerrada. Si alguien me pregunta, lo negaré hasta la muerte.

Tengo que pensar en una buena explicación que darles a Noah y a mi madre por mi comportamiento de anoche. No por lo del beso, obviamente, de eso no se van a enterar jamás, sino por estar en una fiesta. Otra vez. Pero también debo mantener una charla muy en serio con Noah acerca de lo de ir contándole a mi madre las cosas. Ahora soy una persona adulta, y no hace falta que sepa lo que hago en todo momento.

Cuando llego a la puerta de mi habitación, me duelen las piernas y los pies, y suspiro de alivio cuando giro el pomo.

No obstante, casi me da un ataque al corazón cuando veo que Hardin está sentado en mi cama.

—¡Venga ya! —digo medio gritando cuando por fin recupero la compostura.

—¿Dónde estabas? —pregunta tranquilamente—. He estado dando vueltas con el coche intentando encontrarte durante casi dos horas.

«¿Qué?»

—¿Cómo? ¿Por qué?

Si iba a hacer eso, ¿por qué no se ha ofrecido a llevarme a casa antes? Y, lo que es más importante, ¿por qué no se lo he pedido yo en cuanto me he enterado de que no había bebido alcohol?

—Es que no me parece buena idea que andes por ahí de noche, sola.

Y, ante el hecho de que ya soy incapaz de interpretar sus expresiones, y de que Steph esté vete tú a saber dónde, y de que me encuentro a solas con él —con la persona que parece suponer el verdadero peligro para mí—, lo único que puedo hacer es echarme a reír. Es una risa nerviosa, frenética, poco típica de mí. Desde luego no me estoy riendo porque me haga gracia la situación, sino porque estoy demasiado agotada mentalmente como para hacer otra cosa.

Hardin me mira con el ceño fruncido, y eso hace que me ría más fuerte aún.

—Lárgate, Hardin. ¡Lárgate!

Él me mira y se pasa las manos por el pelo. Al menos eso me da alguna pista. En el poco tiempo que conozco a este hombre tan frustrante llamado Hardin Scott, he aprendido que cuando hace eso es porque algo lo estresa o porque se siente incómodo. Ahora mismo espero que sean las dos cosas.

—Theresa, yo… —empieza, pero unos terribles golpes en la puerta y unos gritos interrumpen sus palabras.

—¡Theresa! ¡Theresa Young, abre la puerta ahora mismo!

Mi madre. Es mi madre. A las seis de la mañana. Y hay un chico en mi habitación.

Me pongo en acción de inmediato, como hago siempre que tengo que enfrentarme a su furia.

—Joder, Hardin, métete en el armario —susurro agarrándolo del brazo para levantarlo de la cama.

Él me mira con expresión divertida.

—No pienso esconderme en el armario. Tienes dieciocho años.

En cuanto lo dice, sé que tiene razón, pero él no conoce a mi madre. Gruño con frustración cuando ella golpea la puerta otra vez. Hardin se ha cruzado de brazos y su postura desafiante me indica que no voy a poder moverlo, de modo que me miro al espejo, me paso los dedos por debajo de los ojos, cojo la pasta de dientes y me echo un poco en la lengua para camuflar el olor a vodka, que se percibe a pesar de haberme tomado el café. Puede que las tres esencias combinadas confundan su olfato o algo.

Compongo una sonrisa agradable y abro la puerta, pero entonces veo que mi madre no ha venido sola. Noah está a su lado, cómo no. Ella parece furiosa, y él parece… ¿preocupado? ¿Dolido?

—¡Hola! ¿Qué hacéis aquí? —les digo, pero mi madre me aparta y va directa hacia Hardin.

Noah se cuela en silencio en la habitación, dejando que ella vaya primero.

—¿Ésta es la razón por la que no contestabas al teléfono? ¡¿Porque tienes a este… a este… —grita mientras hace aspavientos con los brazos en su dirección— este macarra tatuado metido en tu habitación a las seis de la mañana?!

Me hierve la sangre. Suelo mostrarme tímida y temerosa en lo que respecta a ella. Nunca me ha pegado ni nada, pero jamás se corta a la hora de echarme en cara mis errores: «No irás a ponerte eso, ¿verdad, Tessa?». «Deberías haberte peinado otra vez, Tessa.» «Podrías haber sacado mejor nota en ese examen, Tessa»…

Me ha presionado tanto para que sea la niña perfecta que resulta agotador.

Por su parte, Noah se limita a quedarse ahí plantado, fulminando a Hardin con la mirada. Y yo quiero gritarles a los dos, bueno…, en realidad a los tres. A mi madre por tratarme como si fuera una niña. A Noah por chivarse de mí. Y a Hardin por ser… Hardin.

—¿Es esto lo que haces en la universidad, jovencita? ¿Pasarte la noche en vela y traer a los chicos a tu habitación? El pobre Noah estaba preocupadísimo por ti, y hemos conducido hasta aquí para sorprenderte relacionándote con estos extraños —dice, y Noah y yo sofocamos un grito.

—En realidad, acabo de llegar. Y Tessa no estaba haciendo nada malo —interviene Hardin, lo que me deja boquiabierta.

No tiene ni idea de a qué se está enfrentando. Aunque, bien pensado, él es un objeto inamovible y mi madre una fuerza implacable. Puede que fuera una pelea bastante igualada. Mi subconsciente me tienta a coger una bolsa de palomitas y a sentarme en primera fila para disfrutar del espectáculo.

El rostro de mi madre se vuelve iracundo.

—¿Disculpa? No estaba hablando contigo. Ni siquiera sé qué hace alguien como tú cerca de mi hija.

Hardin absorbe el golpe en silencio y simplemente permanece ahí de pie, mirándola.

—Madre —digo con los dientes apretados.

No estoy muy segura de por qué lo estoy defendiendo, pero lo hago. Puede que en parte sea porque ella suena demasiado a como yo traté a Hardin el día que lo conocí. Noah me mira, después mira a Hardin, y a continuación me mira a mí de nuevo. ¿Intuirá que lo he besado? El recuerdo está tan fresco en mi memoria que se me eriza el vello sólo de pensarlo.

—Tessa, estás descontrolada. Puedo oler el alcohol en tu aliento desde aquí, e imagino que eso ha sido gracias a la influencia de tu encantadora compañera de habitación y de

éste —dice mi madre señalándolo con un dedo acusador.

—Tengo dieciocho años, mamá. No he bebido nunca antes ni he hecho nada malo. Sólo estoy haciendo lo que hacen todos los demás estudiantes. Siento que se me agotara la batería del móvil y que hayáis conducido todo el camino hasta aquí, pero estoy bien.

Exhausta de repente tras los acontecimientos de las últimas horas, me siento en la silla de mi escritorio tras mi discurso y ella suspira.

Al verme tan resignada, mi madre se relaja; no es un monstruo, después de todo. Se vuelve hacia Hardin y dice:

—Joven, ¿te importaría dejarnos a solas un minuto?

Él me mira como preguntándome si estaré bien. Cuando asiento, él también asiente y sale de la habitación. Noah lo sigue con la mirada y se apresura a cerrar la puerta a sus espaldas. Es una sensación muy rara, que yo y Hardin estemos unidos contra mi madre y mi novio. De alguna manera, sé que estará esperando fuera en alguna parte hasta que se hayan marchado.

Durante los siguientes veinte minutos, mi madre se sienta en mi cama y me explica que sólo está preocupada porque no quiere que eche a perder esta increíble oportunidad de estudiar y no quiere que vuelva a beber. También me dice que no aprueba mi amistad con Steph, Hardin ni ningún otro miembro del grupo. Me obliga a prometerle que dejaré de salir con ellos, y yo accedo. De todas formas, después de esta noche no quiero estar de nuevo cerca de Hardin, y no pienso volver a ir a ninguna fiesta con Steph, así que es imposible que mi madre sepa si sigo siendo amiga de ella o no.

Por fin se levanta y junta las manos.

—Y, ya que estamos aquí, vayamos a desayunar, y tal vez de compras después.

Asiento, y Noah sonríe desde su posición, apoyado en la puerta. Me parece una idea fantástica, y me muero de hambre. Mi mente sigue algo nublada por el alcohol y el cansancio, pero el paseo hasta la residencia, el café y la charla de mi madre han hecho que vuelva a estar sobria. Me dirijo a la puerta, pero me detengo cuando ella carraspea.

—Supongo que antes tendrás que ordenar un poco esto y cambiarte de ropa —dice, y me sonríe de forma condescendiente.

Saco ropa limpia de la cómoda y me cambio junto al armario. Me retoco el maquillaje de anoche y ya estoy lista para salir. Noah abre la puerta y a continuación los tres miramos hacia el lugar donde espera Hardin sentado en el suelo, apoyado contra la puerta que hay enfrente en el pasillo. Cuando levanta la mirada, Noah me agarra fuertemente de la mano con actitud protectora.

A pesar de ello, me sorprendo a mí misma queriendo soltarme. «Pero ¿qué me pasa?»

—Vamos al centro —le digo a Hardin.

En respuesta, él asiente varias veces, como si estuviera contestándose alguna pregunta que se ha hecho a sí mismo. Y, por primera vez, parece vulnerable, y tal vez también un poco dolido.

«Te ha humillado», me recuerda mi subconsciente. Y es verdad, pero no puedo evitar sentirme culpable cuando Noah pasa por delante de él tirando de mí, mi madre le lanza una sonrisa triunfal y él aparta la mirada.

—No me gusta nada ese tío —dice Noah, y yo asiento.

—A mí tampoco —susurro.

Pero sé que estoy mintiendo.

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