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Capítulo 87

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Hardin firma al pie de lo que parece una página infinita antes de pasármela a mí. Cojo el bolígrafo y firmo antes de darle demasiadas vueltas. «Estamos listos para dar este paso. Estoy lista para hacer esto», me repito. Sí, somos jóvenes y no hace mucho que nos conocemos, pero sé que lo quiero más que a nada y que él me quiere a mí. Mientras eso no cambie, lo demás irá bien.

—Muy bien. Aquí tenéis las llaves.

Robert, que así es como se llama el hombre porque eso dicen todos los papeles que acabamos de firmar, nos entrega dos juegos de llaves, se despide de nosotros y se va.

—Pues… ¿Bienvenida a casa? —dice Hardin en cuanto estamos solos.

Me echo a reír y me acerco a él para que pueda abrazarme.

—Es increíble que ahora vivamos aquí. No parece de verdad. —Mis ojos examinan la sala de estar.

—Si alguien me hubiera dicho que iba a vivir contigo, o a salir contigo, hace dos meses, me habría partido de risa en su cara… O se la habría partido de una hostia… Cualquiera de las dos cosas.

Sonríe y me coge la cara entre las manos.

—Eres un amor —lo pincho, y lo abrazo—. Aunque es un gran alivio tener un sitio sólo para nosotros. No más fiestas, ni compañeros de habitación, ni duchas comunitarias.

—Y nuestra propia cama —añade con ojos brillantes—. Tendremos que comprar cosas como platos y demás.

Le pongo la mano en la frente.

—¿Te encuentras bien? —Sonrío—. Hoy estás de lo más colaborador.

Me aparta la mano y me la besa.

—Sólo quiero estar seguro de que estás contenta aquí. Quiero que te sientas como en casa… conmigo.

—Y ¿qué hay de ti? ¿Te sientes en casa?

—Para mi sorpresa, sí —responde asintiendo con la cabeza y mirando alrededor.

—Deberíamos ir a por mis cosas —digo—. No tengo mucho, sólo algunos libros y mi ropa.

Mueve la mano como si hubiera hecho un truco de magia.

—Ya está hecho.

—¿Qué? —pregunto.

—Te he traído tus cosas de tu habitación. Está todo en el maletero de tu coche —me explica.

—¿Cómo sabías que iba a firmar? ¿Y si no me hubiera gustado el apartamento? —Sonrío. Me habría gustado poder despedirme de Steph y de la habitación que ha sido mi hogar durante los últimos meses, pero a Steph volveré a verla pronto.

—Si éste no te hubiera gustado, habría buscado otro —dice muy seguro de sí mismo.

—Vale… —asiento—. Y ¿qué hay de tus cosas?

—Podemos ir a recogerlas mañana. Tengo ropa en el maletero.

—Y ¿eso por qué? —Siempre lleva un montón de ropa en el coche.

—La verdad es que no lo sé. Pero uno nunca sabe cuándo va a necesitar ropa. —Se encoge de hombros—. Vayamos a comprar lo que nos hace falta para la cocina y comida.

—Vale. —Tengo mariposas en el estómago desde que puse el pie en el apartamento—. ¿Puedo conducir yo? —pregunto cuando bajamos al vestíbulo.

—No lo sé… —Sonríe.

—Me has pintado el coche sin mi permiso. Creo que me lo he ganado.

Tiendo la mano en su dirección para que me dé las llaves y pone los ojos en blanco pero me las da.

—¿Te ha gustado mi coche? ¿A que va como la seda?

Lo miro haciéndome la interesante.

—No está mal.

No es cierto. Ese coche es una maravilla.

Nuestro edificio no podría tener mejor ubicación. Estamos cerca de un montón de tiendas y cafeterías. Incluso de un parque. Acabamos en Target y el coche no tarda en estar lleno de platos, ollas, sartenes, tazas y cosas que no sé si vamos a necesitar pero que parecen útiles. Como vamos tan cargados, decidimos hacer la compra otro día. Me ofrezco voluntaria para ir a por provisiones mañana, al salir de las prácticas, si Hardin me hace una lista de cosas que le guste comer. Por ahora, lo mejor de vivir juntos son todos los pequeños detalles que de otro modo nunca podría haber sabido sobre él. Es muy rácano con la información, y se agradece poder conseguir algo sin tener que pelear. A pesar de que dormimos juntos casi todas las noches, sólo comprando cosas para el apartamento he descubierto, por ejemplo, que le gustan los cereales pero se los toma sin leche; que la idea de juntar tazas de juegos distintos lo pone de los nervios; que usa dos clases diferentes de pasta de dientes (una por la mañana y otra por la noche), aunque no sabe por qué, simplemente es así. También prefiere fregar el suelo cien veces antes que tener que llenar el lavavajillas. Hemos acordado que yo me encargaré de los platos siempre y cuando él limpie el suelo.

Montamos un interesante tira y afloja delante de la cajera cuando llega la hora de pagar. Sé que él se ha hecho cargo de la fianza del apartamento, así que quiero pagar yo nuestra incursión en Target, pero se niega a dejarme pagar nada que no sea la comida o la televisión por cable. Al principio me dijo que yo podía pagar el recibo de la luz, aunque se le olvidó mencionar que ya estaba incluida en el alquiler, como demuestra el contrato. El contrato… Tengo un contrato de alquiler con un hombre con el que me voy a ir a vivir en mi primer año de universidad. No estoy loca, ¿verdad?

Hardin le lanza una mirada asesina a la cajera cuando ella finalmente acepta mi tarjeta de débito. Yo la aplaudo por pasarla por la máquina sin hacer ni caso de Hardin y su actitud. Quiero reírme victoriosa, pero él está molesto y no quiero estropear la velada.

Sigue de morros hasta que volvemos al apartamento, y yo permanezco en silencio porque lo encuentro muy divertido.

—Creo que tendremos que hacer dos viajes para poder subirlo todo —le digo.

—Ésa es otra cosa más: prefiero cargar mil bolsas a tener que hacer dos viajes —replica, y por fin sonríe.

Aun así, tenemos que hacer dos viajes porque los platos pesan mucho. Hardin se pone de peor humor, pero a mí cada vez me resulta todo más divertido.

Colocamos todos los platos en los armarios y Hardin pide una pizza. Como soy una persona educada, no puedo evitar ofrecerme a pagarla, aunque lo único que me gano es una mirada asesina y un corte de mangas. Me echo a reír y recojo toda la basura en la caja en la que venían los platos. No era broma lo de que el apartamento estaba amueblado: tiene todo lo que necesitamos, cubo de la basura e incluso cortina en la ducha.

—La pizza llegará dentro de media hora. Voy a bajar a por tus cosas —dice.

—Te acompaño —añado, y lo sigo.

Ha metido todas mis cosas en dos cajas y una bolsa de basura. No me emociona, pero no digo nada.

Coge un puñado de camisetas y un par de vaqueros de su maletero y los mete en la bolsa de basura junto con mi ropa.

—Menos mal que tenemos plancha —digo al fin. Al mirar en su maletero, algo me llama la atención—. ¿No has tirado las sábanas?

—Ah…, eso. No… Iba a tirarlas, pero se me olvidó —dice mirando hacia otra parte.

—Ah… —Su reacción me da mala espina.

Cargamos un montón de cosas en el ascensor y, nada más entrar en el apartamento, el repartidor de pizza toca el timbre. Hardin le abre la puerta y vuelve con una caja que huele a gloria bendita. No me había dado cuenta del hambre que tengo.

Comemos en la mesa de la cocina. Se me hace raro pero muy agradable cenar con él en nuestra propia casa. Permanecemos en silencio mientras devoramos la deliciosa pizza, aunque es un silencio de los buenos. De esa clase de silencios que me dice que estamos en casa.

—Te quiero —dice mientras meto los platos en el lavavajillas.

—Te quiero —le contesto justo cuando mi móvil empieza a vibrar sobre la mesa de madera.

Un mensaje. Hardin lo mira y toca la pantalla.

—¿Quién es? —le pregunto.

—¿Noah? —inquiere.

—Ah. —Esto va a acabar mal.

—Dice que ha sido muy agradable charlar hoy contigo. —Se le tensa la mandíbula.

Me acerco y prácticamente tengo que arrancarle el móvil de las manos. Juraría que su intención era hacerlo añicos.

—Sí, me ha llamado hoy —le digo con una seguridad que no siento. Iba a contárselo, sólo que no he encontrado el momento adecuado.

—¿Y? —Enarca una ceja.

—Me ha contado que ha visto a mi madre y quería saber si estaba bien.

—¿Por qué?

—No lo sé… Querría saber si todo iba bien. —Me encojo de hombros y me siento a su lado.

—No tiene por qué saber cómo te va —espeta.

—No es para tanto, Hardin. Lo conozco de toda la vida.

Su mirada es gélida.

—Me importa una mierda.

—No seas ridículo. ¿Acabamos de mudarnos a vivir juntos y te preocupa una llamada de Noah? —replico.

—No tienes por qué hablar con él. Seguro que cree que, como le has cogido el móvil, quieres volver con él. —Se pasa las manos por el pelo.

—No, no cree nada de eso. Sabe que estoy contigo. —Intento controlar mi pronto.

Hardin señala el móvil de mala manera.

—Pues entonces llámalo ahora mismo y dile que no te llame nunca más.

—¿Qué? ¡No! De eso nada. Noah no ha hecho nada malo, y ya le he hecho bastante daño. Corrijo: ya le hemos hecho bastante daño. No. No voy a decirle semejante cosa. No hay nada de malo en que seamos amigos.

—Claro que sí —dice levantando la voz—. Se cree mejor que yo, Tessa, e intentará recuperarte. ¡No soy imbécil! Tu madre también quiere que vuelvas con él. ¡Y no les permitiré que me quiten lo que es mío!

Doy un paso atrás y lo miro con unos ojos como platos. No salgo de mi asombro.

—Pero ¿tú te has oído? ¡Pareces un loco! ¡No pienso odiarlo sólo porque tú estés tan chalado como para creer que soy de tu propiedad! —Salgo de la cocina echando chispas.

—¡No te vayas y me dejes con la palabra en la boca! —ruge mientras me sigue a la sala de estar.

Sólo Hardin es capaz de empezar una pelea después del día tan genial que hemos pasado. Pero no voy a dar mi brazo a torcer.

—¡Pues deja de comportarte como si fueras mi dueño! Trataré de hacerte algo más de caso del que te hago ahora, pero no en lo que respecta a Noah. Si intenta cualquier cosa rara o me hace algún comentario inapropiado, dejaré de hablar con él al instante, pero de momento no lo ha hecho. Además, es evidente que vas a tener que confiar en mí.

Hardin se me queda mirando y me pregunto si su furia se está disipando cuando por fin se limita a decir:

—No me cae bien.

—Vale, lo entiendo, pero has de ser razonable. No está tramando el modo de apartarme de ti, él no es así. Es la primera vez que ha intentado contactar conmigo desde que rompí con él.

—¡Y será la última! —salta.

Pongo los ojos en blanco y me meto en el pequeño cuarto de baño.

—¿Adónde vas? —pregunta.

—Voy a darme una ducha y, para cuando haya terminado, espero que hayas acabado de comportarte como un crío —le digo.

Estoy orgullosa del modo en que le estoy plantando cara, pero no puedo evitar sentirme un poco mal por él. Sé que sólo tiene miedo de que vuelva con Noah, siente unos celos terribles de nuestro pasado juntos. Sobre el papel, Noah es mejor para mí, y él lo sabe. Pero yo no amo a Noah. Amo a Hardin.

Me sigue al baño pero, en cuanto empiezo a desnudarme, da media vuelta y se marcha cerrando de un portazo. Me doy una ducha rápida y, para cuando salgo, está acostado en la cama y sólo lleva el bóxer puesto. No digo nada mientras busco un pijama entre mis cosas.

—¿No vas a ponerte mi camiseta? —dice en voz baja.

—Pues… —He visto que la ha doblado y la ha dejado en la mesilla que hay junto a la cama—. Gracias.

La cojo y me la pongo. La fragancia fresca casi me hace olvidar que debería estar enfadada con él. Pero cuando lo miro y veo su ceño fruncido, lo recuerdo a la perfección.

—Ha sido una velada encantadora —resoplo llevando mi toalla de vuelta al cuarto de baño.

—Ven aquí —me dice cuando regreso.

Me acerco a él de mala gana. Se sienta en el borde de la cama y tira de mí para que me coloque entre sus piernas.

—Perdona. —Me mira.

—¿Por…?

—Por comportarme como un troglodita —dice, y no puedo evitar echarme a reír—. Y por haber estropeado nuestra primera noche juntos —añade.

—Gracias. Estas cosas tenemos que hablarlas, no hace falta que explotes como un polvorín. —Le retuerzo el mechón de la nuca entre los dedos.

—Lo sé —dice con una media sonrisa—. ¿Podemos hablar de que no vuelvas a hablar con él?

—Esta noche, no —contesto con un suspiro.

Tendré que llegar a un acuerdo con él, pero no pienso dejar de hablar con una persona a la que conozco de toda la vida cuando estoy en mi derecho de hacerlo.

—Fíjate, aquí estamos, resolviendo nuestros problemas —dice, y suelta una risotada que resuena entre las cuatro paredes de la habitación.

—Espero que nuestros vecinos no echen de menos sus veladas tranquilas.

—Bueno, habríamos hecho ruido de un modo u otro. —Su sonrisa despliega todo el poder de sus hoyuelos, pero decido ignorar su comentario de pervertido—. De verdad que no era mi intención fastidiar la noche —repite.

—Lo sé, y no has estropeado nada: sólo son las ocho. —Sonrío.

—Pero yo quería quitarte el vestido —dice, y su mirada cambia de nuevo.

—Siempre puedo volver a ponérmelo —replico tratando de sonar sexi.

Sin mediar palabra, se levanta y me carga al hombro. Grito e intento liberarme a patadas.

—Pero ¿qué estás haciendo?

—Voy a por ese vestido —ríe mientras hace un amago de dirigirse al cesto de la ropa sucia.

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