Adolescentes

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Efectivamente, te estoy controlando

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Efectivamente, te estoy controlando

A la vista está que los hijos necesitan y desean que les pongamos normas y que el hecho de hacerlo lo interpretan como una señal de que nos importan y nos preocupamos por ellos. Recuerdo siempre el caso de una chiquilla de quince años que asistió a un taller de educación sexual que dimos otra compañera y yo. Nos contó que le gustaría que sus padres le pusieran una hora de llegada a casa como a sus amigas, en lugar de dejarla llegar a la hora que ella quisiera.

Las primeras veces que nuestro hijo mayor comenzó a salir por su cuenta con amigos y a pasar noches fuera de casa, sin que fuéramos a llevarles y recogerles los papás como cuando eran más pequeños, le pusimos como condición que tenía que haber siempre algún adulto en la casa donde estuvieran y que nos tenía que dar además el teléfono fijo y la dirección exacta de esa casa, entre otras razones (como por ejemplo, saber dónde estaban), para que pudiéramos llamar a esos padres y darles las gracias por invitarlos y cuidar de ellos.

–No hace falta llamar –nos dijo la primera vez.

–Claro que hace falta; ser agradecido es de bien nacido y es una cortesía mínima darle las gracias a alguien que acoge a tu hijo en su casa –le dije.

Actualmente es él el que, cuando sale su hermano pequeño, le dice: «Ya les estás dando nombres, dirección y un teléfono fijo».

La primera vez que pasó la verbena de san Juan fuera nos dijo que iría a dormir a casa de su amigo Edu y que no estarían sus padres, pero sí su hermano, mayor de edad. Yo no dudé en llamar a la madre de su amigo para comprobar si lo que me había contado era del todo cierto.

–¿Me estás controlando? –me preguntó con cierta suspicacia cuando se enteró.

–Sí, hijo mío, te estoy controlando.

–¿Es que no confías en mí? –me respondió un poco molesto.

–Claro que confío en ti, cariño –le dije con dulzura–, pero tengo que comprobarlo para estar segura que puedo confiar.

Otras veces eran las madres de los amigos de mis hijos las que me llamaban a mí. De hecho, hace muy poco, tuve a varios amigos de mi hijo durmiendo en casa y, a pesar de que ya son mayores de edad, una de las madres me llamó para saludarme al menos por teléfono, hacer de paso las comprobaciones pertinentes y darme las gracias.

He de añadir que no tengo por costumbre registrar sus habitaciones ni fisgonear en sus cosas, pero de tanto en tanto cuando entro echo un vistazo general, miro si hay algo que me llama la atención y, por supuesto, si detecto algún comportamiento o actitud que me resulta extraño, entonces investigo.

 

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