Ada

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Los vidrios se empañaron con el hálito de su respiración, tras suyo unos pesados pasos retumbaban en su propio silencio junto al crujir de la madera, una sombra tras las paredes de piedra… sólo aquella presencia la puso nerviosa, parpadeó al girar hasta verse  cara a cara.  A su frente, un monumental ser de hombros anchos, pecho varonil, piernas de adonis, era él… Bruno Linker: su salvación y su perdición. Su salvación en la carretera desolada, su perdición al verse en sus profundos ojos de lectura indescifrable. Traía consigo una copa de vino- su favorito - según pudo darse cuenta en esos últimos días de convivencia. Era resistente al alcohol, porque nunca lo vio ebrio a pesar de ver como consumía una copa tras otra con el pretexto de aplacar el frío. Su nana decía que no era común en él, beber tan seguido, ni siquiera en los fríos invernales de Noruega que era donde solía vacacionar en esa temporada. Por suerte no insistió en su deseo de hacerle probar el mencionado vino familiar, pero el solo contemplarlo de pie, frente a ella, la hizo sucumbir.  Indiferente y armada de fuerza se dio vuelta para dirigirse a los muebles reclinándose entre los cojines. ¡Dios!, sentirlo tan cerca le causaba un estupor y una sensación de embriaguez inexplicable. Su mirada se fue de pique luego de un parpadeo suave. Se abrazó a sus rodillas, él pudo ver como resbalaba su cabellera en sus hombros, deseó acercarse y tocarla , llevarla hacia su pecho y comer sus labios tiernos a besos, deseó desnudarla poco a poco mientras le decía que estaba enloqueciendo por ella, que jamás había sentido tantas vibraciones en su cuerpo con mujer alguna, que deseaba amanecer a un costado de la cama junto a ella y no dejarla marchar jamás de los confines de sus brazos, invitarla al verdadero sexo, sin exclusión de lo más importante e inexistente hasta ese momento, él se dejaría conquistar por el mar de sentimientos que creyó extinto. El inicio del verdadero amor. “Puro y casto amor nunca sentido y ahora, padecido”. Ella levantaba el rostro con entereza, fingiendo que nada de lo ocurrido le importaba, pero su actuación caía en lo deprimente, parpadeaba mirando la lluvia a través del cristal, aún abrazando sus rodillas. Sin mirarle. Sin decir nada. El silencio puede ser letal. Sentía desfallecer. Morir. Su alma se había esfumado y sólo restaba un tembloroso cuerpo cubierto por una piel que empalidecía, su vientre se sacudió indiscretamente obligándola a moverse unos milímetros sobre los cojines. Luego su voz de timbre grave inundó el espacio con palabras que sonaban a susurros, pero lo bastante perceptibles como para descifrarlos. Bruno estaba buscando las palabras apropiadas para excusarse y dejar en claro lo errado que fue su comportamiento, su falta de moral al mentirle.  Estaba consciente de que si se tratase de algunas de las mujeres de su entorno, de seguro todo habría sido tan diferente, pero con Lorena Blasco podía escuchar sus propios latidos y sentir que el cuerpo se desvanece, podía mirarse en sus ojos y contemplar una candidez única que libera pureza con el brillo de sus pupilas, sus labios de un pálido rosa, agrietados por las inclemencias de un frío que parece carcomerlos y que aún así expelen un delicioso aroma a duraznos que lo enloquece. Bastaba contemplar su perfil delicado para sumergirse en un viaje onírico, sus senos ocultos tras sus camisetas de cuadros y su esbelta figura ajena a toda la hecatombe lujuriosa que causaba en él. Pero Bruno no podía quebrantar su orgullo masculino. Se acercó un poco más y de pie junto a ella, de repente, ambos, miraban el mismo cristal. Bebió un sorbo del vino de su copa mientras permanecían inmersos en un silencio inmensurable. Ellos, la lluvia y el cristal de la ventana. Lorena aún abrazada a sus piernas se reclinaba contra su propio pecho. Su cabellera cubriendo el pabellón de sus orejas. El silencio ajeno a la tormenta haciendo estragos en sus tímpanos. Las gotas de lluvia rompiendo la capa de neblina sobre el cristal. Humedeciéndolo.

-   Aún llueve- Dijo Bruno en un tono tajante.

-   …Tal parece que la naturaleza conspira contra

mí y a su favor. No se imagina la cantidad de veces que he suplicado a Dios  para que cese este temporal, pero no me ha escuchado.

-   Quizás mis plegarias acallan las tuyas.

De nuevo el silencio entre ellos se hizo presente. Bruno notó un parpadeó tras una sonrisa irónica. Levantó la copa con lo poco que quedaba, la miró cabizbajo mientras la contorneaba con uno de sus dedos.

-   Lorena, qué pensarías si te digo que nunca saldrás de este lugar.

-   …que he caído en las manos de un posible psicópata, un

pervertido o peor aún de un posible asesino.

-   ¿y por qué no pensar que has caído en los brazos de un

seductor?

Pensativa bajó la mirada, se acomodó un poco sobre los cojines, exhaló con ímpetu y le dijo, como si le resultara difícil articular las palabras, como si un grueso nudo en la garganta le obstruyera el aire a las cuerdas vocales.

-   ¿Si me acostara con usted me llevaría de regreso a la terminal de

la ciudad? ¿Me llevaría de la forma que fuera?

-   Suena a prostitución.

-   ¿Lo haría?

-   Sí. Cumpliría con mi palabra- espetó con una mueca y elevando

los hombros en un gesto de apatía.

-   Entonces salgamos de tanta zozobra.

Lorena aceptó su propia propuesta con la cabeza. Dio por cerrado el trato. Una noche de sexo a cambio de su libertad. Volvió a fijar la mirada en el cristal, ahora con un brillo de duelo en sus pupilas.

-   ¡Vaya! definitivamente todas las mujeres son iguales, se van con

facilidad a la cama a cambio de cualquier cosa- Expresó molesto.

Sus miradas despectivas hablaban por sí solas. Su pecho estaba repleto de gritos y reclamos pero su cuerpo no tenía  energía para dejarlos salir. Estaba comprobado lo majadero y sínico que ese hombre podría ser. Su Annie Wilkles por fin se dejó ver. Acababa de establecer un pacto con el hombre más ruin que en su corta vida hubiese conocido, pero no importaba. Deseaba marcharse de ese lugar lo más pronto posible y lo iba a hacer aunque eso significara destruirse a sí misma. Confiaba en que el tiempo y la distancia borraran las marcas amorfas que Bruno Linker logrará tallará en su cuerpo y alma…

-   Bien, te espero está noche en mi habitación… Mañana al

amanecer te llevaré de regreso- espetó

Un rayo surcó la penumbra esparciendo su luminiscencia entre los rincones de la propiedad, un escalofriante trueno apareció, retumbando en el espacio.

-   Solo una cosa más. Quiero un pacto perfecto. No soy hombre

de perder negociaciones. Si vamos a hacer esto quiero satisfacción plena y mutua. Es hora de demostrar tus seis años de experiencia. ¿Me he explicado?-  Sus ojos escudriñaban el rostro de la resignada mujer esperando una respuesta que al no verse venir inquirió de nuevo elevando su tono de voz- ¿me he explicado Lorena Blasco Veragua?

-   Sí, señor Linker. No perderá nada. Tendrá toda la satisfacción

que desee. Lo prometo. Pero usted debe cumplir su parte al pie de la letra.

-   Así será. No tendré mosquitas muertas en mis sábanas y tú

tendrás tu boleto de regreso, sea de la forma que sea.

 

CAPÍTULO 9

Era el fin. El final de su cuento de hadas. La vida no se mostraba como una bella historia de amor. La realidad era otra cosa, muchas veces su amiga Sabrina se lo decía en su intento por sacudirla de la nube en que andaba. “eres muy inteligente Lorena debes adaptarte a la realidad, al mundo tangible, de seguro lo harás muy bien y podrás equilibrar tu vida sentimental con la intima y la intima con lo profesional, es cuestión de práctica, chama. Uno, dos, tres intentos y Lorena Blasco a volar, independiente y sagaz. Te irás creando tu propio anaquel de prospectos, sabrás distinguir el buen sexo del mal sexo y podrás seleccionar el que más te guste. Será como elegir a la carta. El mejor Menú” Es que la escuchaba como si estuviera a su lado. Si ella estuviera viviendo su misma situación, estuviera brincando en una pierna, súper contenta de estar en los brazos de un hombre como Bruno Linker y estaba segura de que lo dejaría como una media: al derecho y al revés, deshecho y con ganas de más y más, pero… ¡era ella!  ¿En que se  supone que estaba pensando para proponer semejante cosa? Nunca se había desnudado para un hombre. Antes de haber perdido a sus padres en las playas de Falcón, usaba traje de baño completo, ni siquiera llegó a usar uno de dos piezas. Su padre hacía mucho énfasis en el pudor que debe tener una mujer  y su madre era el mejor ejemplo de ello. ¿Cómo iba a desnudarse para ese hombre? ¿O  debería dejar que él la desnudase? ¡No!, el muy canalla no quiere mosquitas muertas en sus sábanas- recordó irónica frente al espejo del baño con las manos sobre el lavamanos. Su reflejó en él lucía demacrado, con aires de soledad. Se acarició los labios con una mueca de resignación. Sus comisuras estaban llenas de grietas y sus labios acorazonados exhibían un rosa pálido propio de muertos.

Abrió el grifo para lavarse la cara, tanteando antes la temperatura, habían ajustado el calentador  ¡y sería el colmo quemarse en medio de su odisea! Luego lavó su rostro, no deseaba poner en evidencia su llanto, no debía aparentar debilidad, por el contrario ¡mucha fortaleza!

Pensó en la forma en que iba a cumplir con su parte así que, buscaba en el baúl de los recuerdos las docenas de anécdotas de su amiga Sabrina.

Sabía que todo lo que le estaba ocurriendo estaba mal, se supone que nadie debe intimidarte y acosarte para tener sexo, pero precisamente era ella quien daba pie a ello, quizás… su cuerpo lo deseaba y jugaba con su raciocinio y su corazón,  o era él.

¡Dios! Se encontraba en un punto en donde todo se confundía. Sintió como si estuviera tratando de salir a flote en la Garganta del Diablo, luchaba en contra de las poderosas cascadas. Dentro de sí misma su subconsciente peleaba a puño limpio con su consciente. Era como si la conexión entre sus dos hemisferios cerebrales hubiera colapsado.

De repente se dijo así misma: “Lorena, eres una adulta, veintidós años, a punto de ser profesional, proactiva, exitosa, triunfadora- suspiró- que esto no te marque para siempre. Tener relaciones sexuales es común, forma parte del ser humano, claro debería ser con alguien con quien te sientas segura, amada…deseada, pero si no es así, disfrútalo igual…  ¡Disfruta de tu apuesta emocional!

“Pero ¡coño! ¿Biológicamente estoy preparada? Creo que sí. Las hormonas a mi edad funcionan bien, mi cuerpo toleraría la presencia de otro cuerpo. ¡Su cuerpo! Pero ¿y yo?  ¡Dios!, ¿estaré bien? ¿Podré hacerlo bien?  Ese hombre es experimentado. Ha de haberlo hecho un centenar de veces y si cree que soy experimentada como él es probable que me haga daño, quizás sea mejor decirle la verdad… ¡claro!, ¿para qué me declare como su mosquita muerta? No, eso jamás. Tengo que pensar bien en cómo voy a actuar para complacerlo, lo satisfago al instante y me ganaré mi libertad.  ¿Y si descubre que soy virgen? ¿Si alega no sentirse satisfecho para no cumplir?...Lo dijo muy claro: satisfacción plena y mutua ¡imbécil! ¿Cómo si le importará? Creo que debo establecer un nuevo punto.  ¿Y cuanto tiempo durará eso? Debo recordar. ¡Vaina! Sabrina nunca dijo cuánto tiempo duraba una relación sexual. Sabía que una de sus citas podría durar cinco, seis horas o hasta el amanecer, pero era una cita. Charlaban, se contaban secretos, esperanzas, planes y todas esas bobadas de noviecitos, pero yo no voy a tener una cita, ¡Dios Santo! ¿Cuánto tiempo será que debo estar con él? “– Hizo un gran esfuerzo por recordar algo. Frotaba incansable su sien, haciendo pequeños círculos sobre ellas, con dedos que parecían dagas buscando hundirse sobre su sien-“Hay una novela de Paulo Coelho. ¿Cómo se llama? Yo la leí. ¡ya!...¡once minutos! y María habla de once minutos para una relación sexual como la mía. Pero… ¡Once minutos!, eso sería demasiado, quizá lo pueda reducir a cinco o bueno, a siete, pero ¡once minutos con ese hombre! ¡Creo que estoy sintiendo la misma contienda entre mente y alma! Ahora sé lo que se siente prostituirse a cambio de algo… y se siente tan mal. Es un sabor amargo y una sensación de repugnancia, de desilusión inmensurable.”

Deseó tener su kit de  maquillaje para ocultar con base y polvo compacto su expresiva desilusión de la vida.

Se arregló un poco y salió hasta la cocina para cenar algo, también sabía que debía guardar energías para resistir el esfuerzo físico que ameritaba tener una relación sexual. Sabrina lo decía siempre.

 ¡Vaya! siempre soñó con hacer el amor con un hombre especial y ahora estaba a punto de entregar su virginidad de forma furtiva a un  completo desconocido.

Deseó encontrarse con la señora Verónica y que se considerara su aliada y no de él. Pero ¿para qué se engañaba? De seguro ambos sabían lo que tendría que pasar, por esa razón dejó la finca. La lluvia era persistente, aún podía verse la tormenta tras los cristales de las ventanas mientras los truenos calaban sus oídos.

El pacto estaba hecho. No había vuelta atrás.

Mientras tanto Bruno  no podía creer lo que acababa de aceptar. Sentía culpabilidad hasta en las venas. No podía sacar de su mente el rostro de resignación de su huésped. Los taciturnos ojos de esa mujer reflejaban la consternación de su alma ante lo decidido. Bruno Linker se desconoció. La metamorfosis de su temperamento ameritaba ser destruida. Ni él mismo se soportaba. Se estaba comportando de forma miserable.

Era inconcebible que él hubiera aceptado tal cosa a una mujer como Lorena. No dejaba de preguntarse el por qué aceptó una propuesta de esa magnitud a la única mujer que ha podido sentir suya sin tenerla…

No podía negarse la sensación de deseo que creaba en él pero ¿saciar sus ansias a costa de su integridad?  Era como si estuviera a punto de ultrajarla y definitivamente no formaba parte de él.

…Esa tarde Bruno se encerró en su habitación con deseos de cubrir sus ansias sexuales consigo mismo de la forma más primitiva conocida por hombre alguno, ansioso por aminorar la sed por ella. Se duchó y se cambió sin sacársela de la mente. No estaba seguro de comprender la decisión de Lorena. Pero si la suya.

Siempre se considero un caballero. Esa es la imagen que mantuvo desde que conoce su propio raciocinio y ninguna mujer iba a transgredir su propio precepto.

Miró el reloj de la pared. Un marco de madera sostenía la redondez que circundaban las manecillas metalizadas. La tarde se marchó abriendo paso a la noche. Una noche impregnada de truenos, rayos y relámpagos. El frío que se incrementaba con la lluvia carcomía los huesos. En su habitación las bombillas eléctricas iluminaban hasta el último rincón. Espaciosa y cómoda. Un espejo de Pedestal junto al entrada secreta, un peinador, un perchero, una mesa tipo escritorio frente a la cama, dos mesas de noche a los costados de la enorme King size. Una pequeña licorera en un rincón de la alcoba colindando con la sala de baño.  Contempló en silencio su propio espacio acariciando a su paso el caoba de los muebles. Suspiró, deseó dormir hasta el otro día y lo habría hecho de no haber sido por el golpeteo de los nudillos de Lorena en la puerta de su habitación. Exaltado quiso imaginar que aquel golpeteo era una ilusión. Deseó que no se tratara de Lorena. ¡Que sea la nana!- Suplicó en baja voz. Mientras su coherencia le indicaba la realidad: la señora Verónica habría de pernoctar en casa de sus vecinas por culpa de la tormenta…o del destino. No quiso levantarse, pero ella insistió, así que se puso de pie, caminó hasta la puerta y girando el pasador  la abrió.

Lucía hermosa, llevaba la cabellera humedad. Acababa de darse un baño y su piel expelía un delicioso aroma a flores. Llevaba puestas una de sus camisetas de cuadros y el pantalón jeans que su nana había llevado a rediseñar, su rostro mostraba arrogancia y una fortaleza increíble, su mirada subía y bajaba altiva examinando la habitación. Bruno se acercó a ella y la contempló negándose a sí mismo a tocarla, sin embargo ella estaba dispuesta a ganarse su libertad. Se acercó a él tropezando con la alfombra, se repuso a prisa coqueteando con sus ojos para disimular su torpeza. Se puso de rodillas a sus pies mientras que con sus manos sobre los muslos cubiertos por los masculinos jeans de él ascendía hasta la cintura. Sus dedos largos, femeninos y de uñas cortas contornearon la correa de cuero. Pausadas se abrían paso hasta su cremallera en donde fue inevitable sentir el volumen de su miembro. Firme y erecto, como la cobra esperando el sonido de la flauta mágica para danzar. Lorena ahogó su expresión disfrazándose de éxtasis,  escuchó un jadeó y en un instante en que levantó la mirada pudo ver como se apoyaba contra el madero de la mesa de donde, de forma inconsciente Lorena lo había arrinconado. Tenía sus enormes ojos cerrados y las facciones compactas con un trazo de incredibilidad. Desde su posición podía sentir la agitación de su pecho y su respiración entrecortada. Ella tembló, pero parpadeó ordenándose a sí misma no quebrantar. Sabía lo que estaba haciendo y lo que estaba despertando en él, quizás empezó mal porque le asqueaba la idea de tener que hacerle una felación, especialmente a él un completo desconocido a quien nunca habría visto desnudo y quien se había ganado su desprecio. Recordó los siete minutos propuestos y se dijo así misma: ¡Sí puedo, sí puedo! Reacia a ejecutar la orden de la sínica de su subconsciente dirigió sus caricias hasta el volumen de su pene bajo la tela jeans. Acercó su boca y besó toscamente la tela jeans, intentó mordisquear el miembro sobre la tela, pero un quejido de ese hombre la hizo desistir  ¿Qué estaba haciendo? ¡En las películas se ve más fácil! – Pensó mientras ocultaba su garrafal nerviosismo- Sus rodillas empezaron a sentir calambres así que se puso en cuclillas. Besó un par de veces  la cremallera con un camino de besos orientados hacia la cintura. De repente él se inclinó y acunó su rostro entre sus manos. ¡Sus dedos quemaban! ¡Ardían!   Luego la levantó sujetándola de ambos hombros hasta tenerla en su frente en donde pudiese mirarse en sus ojos tristes. ¡Es tan dulce y hermosa!- Pensó mientras contemplaba su rubor en mejillas y orejas- “Debe estar muy avergonzada de verse en esa condición”-. Regresó entonces, sus robustas manos hasta su rostro acariciando sus pómulos y barbillas con los dedos pulgares. La misma sensación de calor. Era lo que emanaban sus manos. Fuego.  ¡La misma hoguera que sentía con su cercanía mientras su pecho electrizante la petrificaba!

-   ¿Qué haces?- murmuró él al pie del pabellón de su oreja.

-   …Cumplo con mi parte- susurró.

-   Entonces eres una mujer de palabra. Eso me gusta- le besó el

cuello creando en ella una leve sacudida que él detuvo aferrándose a  la grácil figura. Sin darse cuenta su cuerpo quedó a su merced, tembloroso como una gelatina. Sus besos no se detuvieron mientras sus manos terminaban de apresarla. La calidez de sus labios carcomía la piel a su paso. Ella deseó gritar de… placer, por fin pudo definirlo,  no era repugnancia, no era temor, era algo que la adhería a él sin explicación alguna. Su raciocinio con su enorme y redonda barriga había saltado por la ventana agitando una bandera blanca y en ella quedaba el complacido y sínico yo interno. Una de sus manos apresó su cintura y la otra su cuello, paseándose entre las hebras de su cabellera, acariciando sus risos aún húmedos y la suavidad de su piel, obligando su rostro a la cercanía con el suyo al instante en que su boca llegó hasta sus labios ahora, temblorosos.  Cerró los ojos y se dejó moldear la comisura. Su aliento era fresco y delicioso, sabía a vino. ¡El mejor vino! Sus labios degustaron los suyos, la suavidad adormecida de sus labios de mujer. Acarició la hilera de dientes blancos que apenas se dejaban ver. Su labio inferior atrapado entre los suyos lo enloquecía. Suspiró tras uno de sus gemidos. Bruno la miró. Contempló pensativo sus ojos cerrados.  Lucía dócil, manejable. Ingenua y Sensual.  Lucía más sensual de lo que creía. Deseó deshacerse de su ropa y tocar todo su cuerpo. Hacerla suya. Profundizar en las caricias. Conocer aún más su intimidad. Parpadeó. La besó de nuevo, ahora profundizando en su boca para explorar su interior, hasta ese momento negado. Su lengua cálida carcomía la suya, suaves caricias superficiales buscando abrirse paso y darle la bienvenida a un apasionado beso francés. No era el momento. Vio fruncir su rostro, así que desistió y regresó a explorar de nuevo sus labios, mordiendo una a una sus comisuras, inconsciente Jadeó. Él pudo darse cuenta con gran éxtasis que sus besos en los labios le complacía. Sonrió mientras buscaba la profundidad de su pequeña boca de labios acorazados.  Su pene brincó de excitación bajo la tela del jeans. Por un momento se preguntó dónde estaban sus lentes que le brindaban el mágico toque de intelectual. Quizás intuyó no necesitarlos. ¿Para qué usar lentes con alguien a quien iba tener tan cerca de sus ojos?

Lorena había ganado la contienda en su propio espacio con su yo interior quien le ordenaba que no lo hiciera, pero que la periferia del raciocinio la incitaba a cruzar la barrera y de una vez por todas acabar con ese teatro. Y allí estaba, calcinándose en sus brazos a cambio de su libertad.

Bruno  la deseaba más que a cualquier mujer en el mundo. Lorena Blasco Veragua era más que su tipo y deseaba frenéticamente hacerla suya… pero  si la tomaba se arrepentiría por el resto de los años que le quedaban por vivir. Esa mujer estaba allí por desesperación. Por obligación. Por negocios. Se entregaba a él a cambio de un boleto de salida en el sentido más surrealista y literal que haya concebido. Se estaba canjeando y aceptarlo no era de hombres, no de hombres como él. Bruno Linker jamás llevó a la cama,  en contra de su propia voluntad a una mujer. ¡Jamás lo hizo y jamás pensó en hacerlo!

Se dio vuelta como pudo, porque realmente deseaba quedarse allí con ella, entregarse y poseerla. Murmuró algo ininteligible y dio algunos pasos atrás, excusándose con la idea de buscar alguna bebida. Su botella de vino baja en alcohol, nunca faltaba y como aún restaba algo se sirvió una generosa copa dándole la espalda. Lorena solo vestía la camisa de cuadros y el pantalón jeans rediseñado. No llevaba puesta prendas intimas con la idea de reducir el acto al menor tiempo posible. Aprisa y en silencio se despojó de su atuendo sin despejar la mirada del reloj de pared.

Cuando él regresó se quedó estupefacto al ver ante sus ojos la hermosa mujer que tanto deseaba sin una prenda de vestir encima, literalmente escupió el trago de vino a sus pies, mientras  las mejillas ruborizadas de Lorena  de nuevo parecían querer teñir  hasta sus orejas.

-   No lo hagamos más difícil, empiece- Pidió ella- mientras más

rápido empecemos, más rápido terminaremos.

Bruno Linker inmutable a penas sujetaba la copa de vino en su mano. Ante la insistencia de la mujer parpadeó para volver en sí, luego le dijo en tono intimidatorio- por experiencia, debes saber,  que el hecho de empezar rápido no garantiza terminar igual. Ella pudo sentir como aquellos ojos la devoraban con  lentitud pero inmersos en un vacio de palabras y pensamiento. Sus ojos brillaban de lujuria. De repente se ruborizó de nuevo. Lo sabía por el calor incipiente en las mejillas.

Pronto Bruno despertó del letargo. Murmuró algo de mal humor, buscó una de sus gabardinas que guindaban en el perchero de la habitación, la trajo consigo y colocándola sobre ella cubrió su desnudez.

¡Dios santo!- Pensó Lorena, ahora tan avergonzada como si se hubiera acostado con él.

 – ¿Tanto lo desilusioné como para ganar su rechazo? Sabía que no era su tipo, que no era de su gusto, pero al aceptar mi propuesta, me aceptaba también como era.

Bruno, parecía molesto con ella cuando realmente era con él mismo. Se odió al recordar el rostro de resignación de aquella mujer que quizás de la noche a la mañana había cambiado su rutina y por poco, también su vida.

Era un seductor. Un amante insaciable. No un villano. Su cuerpo se descompuso perdiendo la excitación que aquella piel desnuda le brindaba. Renegó de sí mismo y sintió tristeza por Lorena. Comprendió cuanto desespero podría sentir al ser presa de un desconocido que la alejaba del resto del mundo sin explicación alguna, era obvio que deseara salir de ese lugar a costa de lo que fuera.

-    Pero usted dijo que…

-   Perdona Lorena, no debí aceptar tu propuesta.

-   ¿Pero por qué? ¿Quiere desvestirme usted mismo? o ¿quiere

que use ropa interior y baile para usted? ¿qué carajo quiere que haga para que usted me deje marchar a mi vida normal? ¡Usted no puede dejarme aquí de por vida!

-   Tu propuesta sigue siendo excitante, pero mañana no podré

llevarte a la ciudad, de ninguna forma- Enfatizó- así que, como no puedo cumplir, no debo tomarte.

Boquiabierta, subía y bajaba la mirada buscando refugió en alguna parte del hombro desnudo, mientras su cuerpo se refugiaba en la gabardina, luego de entenderlo se agachó para recoger la ropa y salir en carreras hasta su habitación. Bruno quedó consternado ante la tristeza que percibió en los ojos de esa chica, era como si su única salida se hubiera esfumado definitivamente. Recapacitó. No fue buena idea hacerla pernoctar bajo engaño y peor aún hacerle creer que podría ser comprada.

Afuera la tormenta seguía. Relámpagos y rayos se vislumbraban aún tras los cristales de las ventanas.

 

CAPÍTULO 10

Lorena se enrolló en el cobertor rosa luego de vestirse con la camisa y pantalón que traía entre sus brazos. La cama acolchonada y cálida se estaba convirtiendo en su confidente, en su mejor amiga. No pudo evitar llorar. Era como si la tormenta se hubiera anclado en sus propias pupilas. Un trueno sacudió sus entrañas mientras su mente jugaba con su tranquilidad haciéndole percibir pasos de ese hombre. La puerta estaba cerrada pero aún así sus oídos escuchaban chirridos de la cerradura. Pensó en la factibilidad de enloquecer si permanecía más tiempo en ese lugar. Su cerebro se estaba saturando de teorías conductuales preconcebidas que definieran el comportamiento de su anfitrión y las casuales ausencias de su nana. Era un complot contra ella. Sus ojos se tornaron blancos. Los cerró mientras una serie de espasmos la obligó a acurrucarse entre el cobertor. Sus dientes crujían de la presión que ejercían uno contra el otro. Su piel sudada le decía que algo no marchaba bien, de repente un mareo se apoderó de ella así que para evitar los giros frenéticos de las paredes mantuvo los ojos cerrados. Se quejó mientras amordazó un feroz grito. Su subconsciente buscó persuadirla. Por un momento creyó que era un castigo divino por irrespetarse de tal forma. ¡Qué absurdo! ¡Hasta la lógica la estaba perdiendo!. Otro espasmo la llevó a acurrucarse de nuevo mientras presionaba su vientre con el dorso de sus manos. ¡Cálmate Lorena!, ¡ cálmate Lorena!. Todo es normal. ¡Estaba menstruando!. Eso era todo. ¡Lo que me faltaba, más mierda para la letrina!. Espetó tras una respiración controlada y profunda. Se lanzó a llorar de nuevo sobre la almohada, preguntándose el por qué  de tantas piedras en su camino. Lo único que deseaba era obtener la certificación para su participación en el Congreso Internacional de la Facultad de Ingeniería Civil. Era la oradora de orden en su facultad y uno de los mejores promedios. Merecía el honor de formar parte de los anfitriones del evento para el que había sido seleccionada. Pero tantas adversidades estaban a punto de destruir su sueño. El robo del celular, el mal de carretera al enfermarse, la pérdida del autobús, el viaje al corazón inhóspito de las de la transandina, la seducción de ese hombre, sus miradas intimidantes, el silencio de la anciana, su accidente en la ladera, la verdad acerca de la camioneta, ahora el colmo de los colmos, su propio cuerpo perturbándola. ¡Qué diablos pasa con mi vida! ¿Hasta cuándo? – expresó e indagó amordazando las palabras mientras sus lágrima hacían surcos en las mejillas. Deseó un antiespasmódico y un analgésico. Doña Verónica no estaba y ella, ni estando completamente loca iría a pedírselo a su desconcertante anfitrión, ¿además que le diría? Ah – pensó irónica- Buenas noches Bruno sé que ya estuve antes por aquí, pero podría darme un analgésico ¡no!, mejor un antiespasmódico.  Sí, pero no crea que su rechazó me produjo jaqueca y por su propio bien, menos mal que usted no deseó acostarse conmigo porque estoy menstruando. ¿Se imagina? ¡Qué horror! ¡Qué vergüenza!- Estrujó los dientes con más fuerzas, sacudiéndose la ironía. Como pudo se levantó dirigiéndose al baño, buscó un paño en los peldaños de una repisa de madera y lo mojó con agua caliente para ponérselo como compresas en su vientre. Usualmente ingería las pastillas para los dolores menstruales que su padrino, el reconocido médico cirujano Mauricio Arcadipane le prescribía y en cuestión de minutos no la acongojaba ninguna dolencia física, ¿pero allí?, distante de la modernidad, en el corazón del silencio y a la merced de desconocidos. Estaba pérdida. ¡Sufre Lorena Blasco de la forma más primitiva tus dolores menstruales!. Era víctima de tales dolores desde que entró en la pubertad. Por cierto, no le traía gratos recuerdos ese primer momento porque se asustó tanto que salió corriendo al cuarto de su mamá diciéndole que se había cortado en el baño y le pedía a gritos que la llevará al consultorio de su padrino el Dr Arcadipane. Transcurrieron horas para que pudiera comprender los cambios fisiológicos de su cuerpo mientras su mamá traía un paquete de bolsitas azules individuales que se abrían con facilidad entre sus manos, repletas de calcomanías adheribles que luego descubrió que eran para su ropa interior. Desde entonces se dedicó a leer sobre sus cambios fisiológicos. No deseaba desconocerse a sí misma por más tiempo. Ahora, diez años después rememoraba aquel episodio como si se tratará de una sesión de malos ratos en el tapete. Quizá porque estaba a punto de saltar una etapa más en su vida como mujer. Estuvo a punto de cruzar la barrera de la sexualidad convirtiéndose en la mujer de alguien.

¿ y ahora? ¿Qué iba a hacer? Necesitaba toallas y no creía que Doña Verónica las usará, así que pensó en las señoras del campo, quizá podían ayudarla y guardarle el secreto. Esa noche debía arreglárselas como pudiese aunque la sensibilidad de su piel se lo reprochará. Mojó generosamente la toalla con agua caliente por vigésima vez para las compresas y se encamino a la cama para resguardarse del frío y de su impotencia. Sus quejidos se fueron con ella a la cama hasta que el sueño le dio alcance.

A la mañana siguiente.

Bruno estaba despierto desde muy temprano, realmente no durmió como hubiera querido. El recuerdo de esa mujer lo perturbaba y estaba convencido de que solo se la sacaría de la mente si la hacía suya. La lluvia desistió esa mañana incluso, el sol se atisbaba tras las somnolientas montañas, pero el cielo aborregado les indicaba que el tiempo cambiaría en las próximas doce horas, precediendo quizás a otra tormenta más. El alba saludaba de buena gana e incluso el trinar de las aves empezó a llenar  el vacío que dejaba la lluvia. Bruno preparó café para servirse una taza. Al inhalar el delicioso aroma pensó en su nana y vio conveniente ir a buscarla, pero cambio de idea al ver pasar tras la ventana a Tomás, el capataz. Él podría buscarla. Mientras tanto la propiedad quedaba sola para él y su atrevida huésped a quien, pensó, no le caería nada mal un poco de conversación matutina.  Bebió la taza de café y salió por el traspatio, retumbando el tacón grueso del calzado de campo mientras ajustaba su sombrero de pana color negro.

El saludo con Tomás se extendió al tocar el tema de la construcción del puente. Estaban a la espera de equipos, materiales,  grúas, personal de trabajo y hasta de un puente desarmable, de ensamblaje muy útil para poder sacar la producción del campo a los mercados de la ciudad, además de entrar y salir cada vez que el avance de la construcción lo ameritase.  Su amigo aún no le había comunicado la fecha de llegada, pero al parecer el día estaba a sus pies. ¡Maldición!- Dijo para sí mismo, mientras con el puño golpeó una de las paredes cercanas. Desconcertado el capataz quiso saber lo que le ocurría, pero el respeto que su huésped le inspiraba hizo callar una posible impertinencia y de seguro una garrafal falta de caballerosidad.

-   Nada,  es que olvide algo respecto a la exhibición  de fin de

año.  Entonces, me dices que del otro lado del río ha llegado personal.

-   Sí , señor. Personal, camiones de cargas, al parecer un puente

temporal para ensamblar. Hay mucho revuelo señor del otro lado.

-   ¡Coño e´ la madre!

Tomás se rió de muy buena gana- ¡Vaya, señor aprendió muy bien el castellano usted!, pero debería estar complacido, estas son muy buenas noticias. Primero salvamos la producción y segundo señor, usted se puede deshacer de la señorita.

-   No estoy muy seguro de querer hacerlo.

-   Señor cada río retoma su cauce. Usted no puede interferir en

ello. Si los camiones llegaron hoy y no la semana próxima es porque esa muchacha debe regresar. Solita como llegó señor. Solita se debe marchar. Acá hay mucho que hacer patrón y esa muchacha lo que corre es peligro. Mire usted, si en un día se lesionó toda, no quiero ni imaginar lo que le va a pasar si se queda una semana. Definitivamente esa muchacha acá señor, corre peligro.

¿Peligro? – Pensó- ¿peligro corro yo si no descubro qué Diablos me pasa con esa mujer?  Es que, ¿cómo pude ser tan idiota? La tuve en mis manos, en mi habitación, con  su desnudez para mí y no la hice mía ¡Por este maldito puente! Es que si Sebastián me lo hubiera informado otro gallo cantaría. Esa mujer habría sido mía y quizá. No sé. Quizá la convenciese de quedarse un tiempo más a mi lado… ¡vaya, qué locura pienso! ¿Esa mujer conmigo?- Sonrió dejando tras su mirada un brillo de nostalgia.

-   Señor, mire quien llegó allá- señaló el capataz a la entrada del

rancho.

-   ¡ Coño e´ la madre!- Renegó de nuevo, ignorando la risa jocosa

de Tomás, el capataz. Doña Verónica había llegado con la parturienta, su mamá y un grupo de mujeres colaboradoras. El rancho ya no iba estar solo para su huésped y él. Sus planes se estaban haciendo trizas, así que las posibilidades de intimar con Lorena Blasco de repente se esfumaron.

 

CAPÍTULO 11

Doña Verónica pasó una noche terrible. La mujer parecía estar en trabajo de parto, pero las dilataciones decían lo contrario. Su madre era la partera del pueblo, así que podría determinarlo con facilidad. La joven lucía pálida y descuidada por esa razón Doña Verónica decidió llevarla a una de las habitaciones del rancho para que pudiera estar más cómoda y relajada, después de todo estar en trabajo de parto no era cosa fácil, significativa sí, pero fácil, jamás.  Lo decía Verónica quien no había podido tener hijos luego de que en su juventud abortará su ansiado bebé  y extrajeran sus ovarios por un problema  cancerígeno. En esa época, deseó morirse. No comprendía las razones de Dios para con ella. Ansiaba un bebé con todas las fuerzas de su corazón, deseaba ser una mujer feliz junto a Edinsburgo Fried, un irlandés con quien había decido formar un hogar, pero un par de semanas después de su intervención quirúrgica falleció en un accidente automovilístico cuando retornaba a casa. En fin. Doña Verónica no comprendía el significado de su desenlace, solo hasta dos años después cuando conociendo a un par de amigos supo de la tragedia de la familia Linker Lumberland. La pareja de niños habían quedado huérfanos bajo la tutela de un viejo y millonario empresario sin tiempo y disposición para hacerse cargo de ellos. Por suerte ella sí, así que podía tener los niños que la vida le había vetado.

Bruno se acercó para recibirla con el mismo cariño de siempre. Colaboró llevando en brazos junto con Tomás a la parturienta hasta el interior de una de las cómodas habitaciones del rancho. Una de las del piso de abajo era lo más apropiado en su estado, de esa forma fue muy fácil dejarla en ella. Las atenciones se compartieron entre la señora Fabiola, la madre de la parturienta y un par de mujeres del campo que se apersonaron para ayudarlas. Doña Verónica se metió a la cocina llamando desde la ventana a viva voz a una chica llamada Efigenia. Necesitaba que ella preparara un  delicioso caldo de gallina para darle a la mujer.

-   ¿No descansaste nada Verónica?- Indagó Bruno mientras la

abrazaba para poder besar su cabellera repleta de canas brillantes.

-   La verdad hijito. No. Fue una noche terrible. Esta mujer la veo

mal. Claro Efigenia alega que hay mujeres que tienen tres días de trabajo de parto, pero esto no lo veo normal hijo. Será por la costumbre a la ciudad. En una clínica te calman los dolores e incluso te alivian el sufrimiento con una cesárea y no por eso dejan de ser madres.  El parto debe disfrutarse, es una conexión. Se supone que es una bienvenida al mundo de esa criatura. Ambos deberían estar bien.

      - Verónica y por qué no la llevas al consultorio del pueblo. Aprovecha que cesó la lluvia además pueden ir en la camioneta.

De repente Bruno se sacudió el pensamiento. ¡Coño!  Sí que estaba pisando hondo. Estaba confundido. No comprendía qué era lo que intentaba hacer. ¿Acaso deseaba quedarse a solas con su huésped? ¿O realmente consideraba oportuno que se le proporcionara asistencia médica a la hija de la señora Fabiola? Además lucía muy joven quizás su parto se estaba complicando más de lo normal. Lorena Blasco Veragua, lo estaba destruyendo telepáticamente con tanta confusión.

-   ¿Pasa algo Bruno?

-   No. Nada Verónica. Nada.

-   ¡Ja! Me da la impresión  de que pasa algo más contigo.  A

propósito, ¿dónde está la niña Lorena?

-   ¿Niña?- Pensó molestó Bruno- ¿niña esa mujer? ¡Vaya si me

tiene la libido desordenada!- Carraspeó mientras se acomodó el sombrero, esquivando los ojos analíticos de su nana-. Debe estar arriba, en su habitación. Descansando. No la veo desde esta mañana.

-   ¿ y anoche?

-   Tampoco la veo desde anoche-  mintió con dificultad- esa

mujer es muy problemática. Discernimos en criterios.

-   ¿pasa algo hijo? ¿hay algo de lo cual no me he enterado?

-   No. ¿Qué debe pasar nana Verónica? Nada.

-   Esa muchacha es buena chica. No me gustaría que la

confundieras con alguna de esas mujerzuelas con las que sueles estar.

-   Por favor nana, no digo que no sea buena chica, pero esa mujer

no es mi tipo , si es eso lo que te preocupa.

-   ¿Aja? ¿y puedo saber Bruno Linker, cuál es tu tipo de mujer?

¿las generosas con los de tu gremio? ¡Despierta hijo! Esa muchacha es ideal y es una lástima hijo,  que  tú tampoco seas su tipo de hombre.

Pensativo tomó asiento en una de las sillas junto a la mesa y se sirvió una pieza de pan. Era más fácil jactarse de que ella no era su tipo que escuchar de los propios labios de su nana que él no era el tipo de hombre para ella. Sintió una daga en el pecho. Si él no era el tipo de hombre para ella, entonces ¿quién sí lo sería? ¿José? , ¿El hijo de los Artiaga? ¡No, eso era una broma! ¿ o su mari novio , ese tal Marcos? . El sonido de una llamada entrante a su Iphone , lo hizo volver en sí. Se distanció un poco para evitar la conversación que doña Verónica y sus empleadas del campo estaban teniendo. Era Sebastián y su compadre el ingeniero de la TracMark company una contratista de envergadura en el país. Era una llamada de conferencia.

De repente doña Verónica hizo silencio, las mujeres dispusieron la preparación de la comida encargada y él tensaba el rostro. “Algo no estaba saliendo bien”, pensó Verónica. Cuando terminó la conversación ella tomó asiento junto a él.

-   Los peones dicen que la contratista que va a reparar el puente

llegó esta mañana.

-   Sí, nana. Tomás se va a encargar de poner cómodos a los

trabajadores para que tú no te preocupes por ellos. Las mujeres del pueblo se están organizando para las comidas y el lavado de las vestimentas. Algunos vamos colaborar con la construcción, pero tenemos un serio percance.

-   Ya decía que la perfección es imperfecta. ¿qué percance ocurre?

-   El Ingeniero residente, quien supervisa la obra y quien conecta

nuestro sitio con la contratista desistió de la oferta por razones personales, según  el ingeniero René.

-   ¿el compadre de Sebastían?

-   Sí, el dueño de TracMark company.  Dice que debo conseguir

un ingeniero que este en la construcción y sirva de enlace técnico.

-   ¿ingeniero civil, cierto?

-   Sí. ¿Dónde diablos podré contratar uno que quiera meterse en

esta vaina?

-   Creó que ya lo tienes.

-   Bruno sonrió- Nana en serio, esto es un gran problema.

¿Dónde puedo conseguir un ingeniero de hoy para hoy?

-   En el piso de arriba, hay una mujer problemática a quien no ves

desde anoche y que te aseguro es toda una profesional.

-   ¿Dónde? ¿te refieres a Lorena? Nana, ¿estás enferma o qué?

Esa mujer no sabría hacer puentes ni con palos de helado.

-   Deja lo cretino. Me ha contado sus destrezas académicas, 

apuesto que es muy buena.

¡sí claro que es muy buena! – Pensó un reproche- Sobre todo cuando no tiene ropa encima, pero ¿ella, ingeniero de su puente? ¡ni de broma! Por despreció hacia él sería capaz de dejarlo caer.

-   Por cierto iré hasta su habitación. Ya extraño su presencia- Dijo

la nana mientras se limpiaba las manos en un par de trapos de cocina para ir hasta donde se suponía estaba Lorena Blasco.

 

CAPÍTULO 12

La habitación de Lorena estaba cerrada. Verónica había ascendido por las escaleras sin dificultad, era muy resistente para su edad. Golpeó la puerta con los nudillos por sexta vez, pero Lorena no respondió. La llamó entonces por su nombre haciendo muy audible el llamado del huésped. Hasta Bruno Linker que estaba absortó en sus pensamientos salió de ellos hasta las escaleras para ver lo que pasaba. Imaginó que aquella mujer había cometido una locura. Sabía de historias medievales, de jóvenes que se suicidaban tras sentirse humilladas o ultrajadas pero, ¿Lorena? ¿En pleno siglo veintiuno? “Vaya si estamos iniciando el tercer milenio, pero si no la hice mía”, además  Bruno no consideraba relevante las caricias y los besos de anoche aunque el recuerdo y el sabor de sus labios le quitaron el sueño. Fue a prisa por un juego de llaves que colgaba tras el recodo junto al vestíbulo para regresar como una flecha con ellas. Subió en zancadas la escalera mientras se reprochaba así mismo lo que le pudiese suceder a esa mujer. Su corazón se aceleró como nunca y temió por un desenlace trágico. Por su maldita culpa.

De pie frente al madero, buscó con desespero la llave adecuada, al hallarla abrió la puerta. El silencio reinaba. La ventana estaba cerrada como siempre al igual que la puerta del baño. La habitación estaba fría. Lorena Blasco estaba sumergida en el cobertor en posición fetal. Bruno sintió como una sensación de ternura se escapaba de sus poros. Se acercó junto con su nana sentándose a un costado de la cama. Su brazo se extendió tras el tumulto formado con el cobertor rosado y buscó con sus manos su cabellera de docenas de rizos esparcidos entre las telas. Pasó un grueso trago por su garganta temeroso de no sentir su respiración. De repente ella se dio vuelta con lentitud aún inmersa en un estupor mágico. Cuando pudo abrir sus ojos se encontró con él a su lado.

-   ¿Qué hace usted aquí? – Indagó molesta mientras se reclinaba

en la cama cubriéndose hasta el cuello con el cobertor, ¡como si él no la hubiera visto antes!. Se ruborizó de nuevo en medio de su enojo. Luego  giró a un lado al sentir otra presencia y vio a la nana, entonces su

tono de voz bajó-.  Doña Verónica, ¿qué hacen aquí?

-   Nos  has asustado. Toque la puerta muchas veces y no

respondiste, por eso entramos. Disculpa si hicimos mal. Bruno me dijo que no te ve desde anoche y como no bajaste a desayunar, temimos por ti.

Lorena no lucía bien, tenía los ojos hinchados, era obvio que había pasado la noche llorando, algo en las entrañas de Bruno lo estremeció, la bilis en su boca se hizo sentir mientras su piel se heló de repente. Por primera vez se sintió mal por haber dañado a una mujer. Es más, nunca se percató si perjudicaba o no a una mujer. Las consideraba de plástico o metalizadas, útiles y placenteras, divertidas y joviales, pero nunca vio más allá de su piel o de las pupilas del alma.

“¡Maldita bruja! De seguro me ha hechizado”- Pensó molestó más consigo mismo que con ella-.”Somos un par de desconocido, lo único que teníamos que hacer es pasarla bien. Más nada. Un par de orgasmos y au revoir! No entiendo qué Diablos está pasando conmigo”. Se puso de pie dándole paso a doña Verónica quien no resulto ser la roca que pensó era al conocerla. Él no pudo decir nada aunque en su interior deseó saber qué le ocurría. Se alejó hasta la ventana con las manos en las caderas, contemplando el vació dejado por la lluvia.

-   ¿Estás bien Lorena? Anoche tuve una noche tremenda. Muy

 extenuante.

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