Ada

Ada


Portada

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-   ¿a dónde vamos?

-   A un lugar especial, cómodo, no mereces que tu

primera vez sea en el suelo, amor.

Le pareció apropiado, aunque estaba tan fuera de sí, que si él la hubiese tomado por completo en ese lugar no habría podido oponerse, todavía estaba aturdida. Esa palabra:” amor, amor” saliendo de sus labios la iba a volver loca. ¿Podría él saber cúan profundas eran esas cuatro letras y cuánto dolía saberlas ficticia?

Cruzaron el puente, abrazados y en silencio. Sin expresión, cabizbaja. Tomaron las riendas de los caballos y cabalgaron de regreso a las Calderas. Atrás quedaba el bramar del río bajo el puente de cuento de hadas.

Atravesaron el bosque nublado, admiró los prósperos cafetales de sombra y los vastos potreros de San Román. Llegaron a los pies del emblemático Cerro El gobernador en donde al fondo surgían hermosos jardines de orquídeas de múltiples y bellos colores.  “Mucoposada Valle Encantado”- Se leía un cartel  tras las orquídeas. Lorena se detuvo. Se sintió pérdida, desorientada. Bruno había bajado del caballo y ella deseó dar vuelta y salir huyendo, pero su cuerpo petrificado latía de deseo por esas manos que ahora sostenían las riendas del caballo y aparentemente las de su vida también. Parpadeó cuando Bruno la tomó de la cintura para bajarla del lomo del equino. ¡Todavía sus manos quemaban!

El techado rojo, las paredes de bahareque de color blanco en honor a su virginidad- pensó irónica- La arquitectura tradicional proporcionaba éxtasis visual. Era mágico- como todos los demás alrededores y como las manos de Bruno-. La dueña los atendió. Cordial y bella como toda la gente de esa zona. Sin preguntas indiscretas, ni miradas insinuantes, saludó con confianza a Linker y le hizo entrega de un par de llaves indicándole  con las manos el recodo de la casa. Lorena estaba aferrada a su mano. Necesitaba de ese calor como si de un buque a vapor se tratase. Sus mejillas no abandonaban el rubor y eso parecía fascinarle a Bruno. ¿Era una especie de sadismo lo que veía en sus profundos ojos negros o era ella quien imaginaba cosas? ¿O esa forma de mirar era parte del arte de la seducción? Con las llaves en mano, se aferró a su cintura grácil y voluptuosa. Le besó la cabellera antes de cruzar la puerta de madera. La habitación era acogedora como el resto de la casa. Una ventana con el mismo estilo colonial estaba junto a la cama matrimonial, un par de cortinas floreadas recubrían el cristal, un par de mesas de noche eran adornadas con unos jarrones de cerámica que resguardaban un ramillete de rosas rojas.  A un costado de la entrada una mesa decorada también con rosas, un par de platos listos para servir, una bandeja de comida criolla, agua y una botella de vino tradicional. Al fondo la puerta del baño. La decoración era pintoresca. Todo encajaba con perfección, a excepción de ella, quien posaba de pie en el umbral con las manos entretejiéndose una con la otra, sin raciocinio y sin cordura. El silencio se rompió con el crujir del madero de la puerta al ser cerrado, las bisagras  hablaban del tiempo.

Bruno Linker examinó la habitación, arqueó las cejas e hizo una mueca que denotaba su satisfacción por el servicio.  Vio lo que guardaba la bandeja y debió parecerle exquisito por el gesto de su rostro.

-   Señor Bruno, creó que olvide amarrar las riendas

de mi caballo, es mejor que vaya. Regresaré en un momento.

Él no pudo evitar reírse de forma muy audible ante la ingenuidad y creatividad de sus palabras mientras se acercaba a ella para quitar sus manos del cerrojo. Estaba helada. Temblaba. La abrazó. Y pudo sentir los latidos de su corazón. Por primera vez desde su estadía, Lorena estaba a punto de llorar. Lo pudo ver en sus ojos. Húmedos y brillantes.  Temía morir en sus brazos. Temía no reconocer tantas sensaciones nuevas y no poder con ellas. Era absurdo, pero temía de ser mujer a plenitud y al despertar del ensueño vivir una pesadilla.

-   Amor, cálmate. Terminemos de entrar, quizás nos caiga

bien hablar un poco.

-   ¿Hablar? ¿usted cree que vamos a poder hablar?

Después que entre a estas cuatro paredes no habrá vuelta atrás- murmuró-

Bruno Acunó su rostro entre sus manos y lo levantó para poderse ver en ella.

-   Si tú no quieres, te prometo que sí habrá vuelta atrás.

-   ¡Dios santo! ¿y cómo sabré qué es lo que quiero?

-   Déjate llevar, prometo desistir si te incomodo.

-   Señor Bruno, me desconozco. No sé cómo permití que

me tocará de esa forma.  Disculpe, esa no soy yo, no sé lo que me pasa, estoy vacía de pensamiento…

Él la calló con el dedo índice y le habló de cerca- primero, no quiero que me digas señor, me haces sentir viejo y distante. Solo tengo treinta. La edad perfecta y tú tienes la edad ideal. Y segundo: Quiero que sepas que no solo me permitiste tocarte sino que además te entregaste, me deseaste. No. No te avergüences, es lo mejor que pudiste haber hecho en toda una vida. Te dejaste ser libre… Una vez en tu vida te liberaste y soy ese privilegiado.

La tomó de una mano y la llevó hasta la mesa. Le invitó a sentarse mientras se sirvió una copa de vino. 

-   Sírvame una por favor- Pidió, al reconocer que ese

hombre quien tantas veces le ofreció licor, esa vez   no tenía intenciones de hacerlo.

-   ¿Estás segura? Hasta donde recuerdo eres abstemia-

Sonrió divertido al servírsela. La bebió de un solo trago en medio de un mundo de muecas.

-   El vino de esta zona es exquisito al paladar.

-   He escuchado que es más fácil tener relaciones sexuales

si se está ebrio, ¿es cierto?

Bruno levantó una ceja. Su mano sostenía la copa en un tintineo vago. Mordió sus labios antes de responderle.

-   En lo personal prefiero estar sobrio y que mi chica

también lo esté… eres muy fría para decir las cosas Lorena. En mi caso diría que es más fácil hacer el amor, en lugar de tener relaciones sexuales, aunque sea lo mismo y me empeñe en ponerle nombre a todo, rompe el encanto, ¿no lo crees?

-   Usted planeó todo esto, ¿verdad?

-   Desde que te vi en Apartaderos quise llegar a esto

Lorena.

-   ¿y por qué espero tanto tiempo? Pudo haberme hecho

suya desde el primer día.

-   Me di cuenta que eres diferente… Ahora me toca

preguntar . ¿Por qué, Lorena?

-   ¿Por qué qué Bruno?

-   ¿por qué no te has acostado con ningún hombre, siendo

tan bonita como tú eres?- Una pausa larga cayó sobre su respuesta- por soñadora Bruno- Espetó

-   ¿Por soñadora? ¿No me digas que esperabas un príncipe

azul con un corcel blanco, espada de plata y castillos de piedras?

Cabizbaja parpadeó acariciando la copa vacía. Alzó los hombros con un chasquido inmerso en una mueca de resignación- ve que es una bobería.

-   Disculpa, no quise herirte. No es mi intención lacerar tu

vena onírica. Solo que… me parece absurdo que siendo como tú eres de hermosa, joven, independiente, no te hayas liberado…claro, reconozco que, soñar es algo que todos deberíamos hacer. Eh ¿Sabes?, una vez leí un artículo en donde se afirmaba que los seres humanos podemos atraer lo que soñamos, entonces el destino conspira a nuestro favor, pero cuando existe miedo, eso crea una barrera e impide que fluya, que no se materialice lo que sueñas… es esa una razón para que mucha gente no logre lo que idealiza. Quizás has guardado mucho miedo dentro de ti Lorena y ha llegado el momento de dejar de temer.

Lorena lo escuchó ensimismada. Deseó entonces no tener miedo para que su sueño de ser amada por ese hombre fuera una realidad tangible. De repente sus pensamientos se suprimieron al escuchar la silla de él arrastrándose hacia ella, sus botas Loblan, de corte alto y tacón grueso buscaron enredar sus pies, ella cerró los ojos al sentir de cerca, otra vez, sus masculinos labios. Un beso sutil terminó en su frente. Ella suspiró exaltada. De repente su mano se extendió hasta los botones de su camisa. ¡Qué diablos tenía en contra de mí camisa! – Pensó sin poder pronunciar palabra alguna- Con parsimonia y seducción liberó uno a uno los ojales de la misma. Lorena sintió una corriente de aire abrasadora cuando sus senos endurecidos se irguieron bajo el encaje blanco que los recubría. La camisa rodó tras sus hombros hasta que él la arrojó por completo al piso. ¿De qué serviría ahora la camisa que tanto necesite?- Pensó ella-   Sus ojos cerrados parecían ir de un lado a otro bajo sus parpados. Él tomó sus manos y  la indujo a desabrochar ahora los botones de la suya. Ella lo miró sorprendida al intuir lo que le pedía. Sus manos huían como quien no desea sumergirse en el abismo pero ya trae puesto su rápel y casco. Un susurro en el pabellón de su oreja la hizo moverse sobre la silla- te toca a ti amor, despojar mi prenda.

Obediente hizo lo pedido, con impericia y curiosidad.

Uno a uno se deshizo de los botones, abriéndole pasó a una espesura que expelía un exquisito aroma a Paco Rabanne. Su mano volvió a internarse en la suavidad hirsuta de aquel pecho que tanto incitaba a ser tocado. Los pectorales se sentían firmes y rígidos; cálidos y provocativos; quiso apoyarse en él, pero solo elevaba la vista hasta sus ojos evaluadores. El terminó de despojarse de la camisa hallándose los dos frente a frente, ella callada, a la expectativa. Él, observando cada gesto, cada reacción de sus músculos y articulaciones, cada brote nuevo de rubor en sus pómulos. ¡Esa mujer era una droga celestial! – Lo decía mil veces en su mente. Pausado se puso de pie llevándosela consigo. La besó tras el cuello. Una corriente eléctrica la hizo sacudirse mientras él la aferraba a sus brazos. Luego la besó en su barbilla, en sus labios, en su boca, mientras sus manos se encargaban de liberar la cintura de su pantalón. Otro escalofrió le recorrió la piel al saberse sin su  jeans- ¡eres una diosa, Lorena!, ¡mi diosa terrenal!- Murmuró con la respiración entrecortada. Ella no comprendía. ¡El lenguaje del cuerpo era tan desconcertante! No deseaba entenderlo.

Su par de manos robustas y grandes la tomaron de las caderas para aproximarla a su cuerpo aún con su pantalón jeans puesto. Su pene pedía salir a gritos de él, pero  Bruno deseaba hacerla entrar en calor. No atemorizarla. Si ella lo viera desnudo, aún con la sensatez entre ceja y ceja tomaría su ropa y saldría en carreras de aquel lugar.  Sabía que tenía que ir despacio con ella, aunque le resultara difícil doblegar la bestia de seducción que guardaba dentro. Por terceros y por la vasta información que llegaba a sus manos, sabía que, lo que más atemorizaba a una mujer virgen era el pene prominente y erecto de un hombre. Les atemorizaba la idea de saber que tal longitud y tal espesor surcaría su valle consagrado. Temían de ser lastimadas o de la idea de verse rotas en su interior por una daga masculina con esas características, así que lo mejor era hacerla entrar en calor hasta que su propio instinto sexual la conduzca a conocer la bestia que la llevaría al paraíso. Además de eso, debía ser dulce y complaciente; cariñoso y atento; meticuloso y experto para llevarla de la mano hasta el sexo abismal y demostrarle que tanta rigidez y tanta imponencia sucumbía al delirio de su húmeda.  Sexo era sexo. Contacto, coito y orgasmo. Fin del encuentro. ¿Pero, era eso lo que buscaba con Lorena Blasco?  ¿Alcanzar un par de orgasmos o, levitar entre sus brazos y saberse importante para ella? Sus pensamientos divagaban y la coherencia se fragmentaba. El gerente de repente,  no halló lógica de venta de su imagen ante ella. Se quedó sin estrategias.  La tenía en sus manos y dudo de poder administrar su vida después de que se hundiera en su intimidad. Pero estaba allí junto a ella. A punto de romper los límites... y no desistiría de ello.

Su brassier era lo único que respaldaba su pudor ante su desnudez. Bruno la rodeó haciendo deslizar la yema de su dedo índice desde  el  hueso sacro de su columna hasta las primeras vertebras de ella,  indulgente le arrancaba gemidos en su ascenso, uno a uno hasta toparse con el broche del brassier en donde ambas manos lo liberaron con pericia haciéndole caer a un lado. Las tiras sucumbieron una a una hasta que cayeron por completo y en sumo silencio, a sus pies. De pie, tras ella la abrazó. Fuerte y protector, aspiró la fragancia que emanaba su cabellera trenzada e inhaló la de sus poros. ¡Exquisita fruta mía! – Murmuró al ordenarle a su mano descender meticuloso por su vientre y hundirse sediento en él. Sintió como ella se presionó contra su miembro erecto tras suyo. La redondez y firmeza de sus glúteos lo excitó el doble. Jadeó al pronunciar palabras ininteligibles. Sus dedos buscaron con parsimonia su clítoris y al hallarla uno de sus quejidos lo enloqueció. Lorena estaba inmersa en la perplejidad, ¡nunca imaginó poder albergar tantas sensaciones con solo ser tocada!

-   ¿Bruno, qué está haciendo? ¿ Me hace daño o me hace

bien?- murmuró débil, como si estuviera sucumbiendo en sus brazos- dígamelo, por favor.

-   ¿Daño? Si te estoy dañando, lo mejor es detenernos,

amor- Expresó confundido, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por desistir.

Ambos descansaron en los brazos uno del otro. Al no encontrar objeción, continuó. La cargó hasta dejarla en el centro de la cama.  El serpenteó sobre ella rozándola con sus pectorales, acechándola con su pene bajo el pantalón, la sujetó de ambas manos y extendiéndolas hasta cada esquina del cobertor…

-   Mírame a los ojos amor- le ordenó al ver su rechazó a

contemplar lo vivido- este será como tu primer viaje en avión, no querrás perderte el tornasol de las nubes, los destellos del sol, ¿cierto?

Obediente abrió su boca para recibir su lengua. Cálida y con sabor a vino, delicioso vino añejo. Lamió su cuello mientras la poseía. Lorena creyó que la amarraría a la cama por lo fuerte que sujetaba sus muñecas pero se dio cuenta que solo quería danzar sus caderas sobre las de ella. Luego liberó una de las manos para desabrochar su pantalón. Lorena sintió una daga tocando las puertas de su vientre y cerró los ojos.   Él retomó de nuevo la mano liberada  y entretejiendo sus dedos con los suyos la sujetaba contra la cama. Su cadera siguió danzando mientras su pene se abría pasó. Era cálido. ¡Quemaba!. Muy rígido. Muy tenso. Posesivo. Ella repitió tres o cinco veces su nombre con exaltación, luego en jadeos,  mientras inconsciente su cuerpo dócil se arqueaba. Por un momento él tuvo que ayudar a su miembro a hallar el camino hasta que por fin, pudiera abrirse paso.

Él se estaba ahogando entre su piel, reprimiendo sus deseos. En ese momento él no importaba. Ella era crucial. Su primera vez debería ser sentida, vivida, respirada y transpirada si deseaba dejar marcas que lo recordara como él deseaba, por el resto de la vida de esa mujer. Era algo indiscutible. La primera vez de una mujer era para toda la vida y a Bruno Linker le encantaría que así fuera. Lo Deseaba. Una penetración brusca destruiría el encanto, así que respiró profundo reteniendo sus ansias.

Se concentró en sus senos, fuentes de gran placer, bellos y erectos. Los lamió con una seducción única. Con maestría. Con sutileza. Le arrancó un par de gemidos al presionar entre sus blancos dientes su pezón derecho y la hizo jadear al chuparlos con pasión. Sus manos agiles sabían donde tocar. Cómo moverse. Buscaba su bajo vientre mientras él degustaba sus pechos. Su rostro angelical expresaba un deleite jamás vivido. Confundida con tantas sensaciones sucumbía bajo él. Su cuerpo toleraba el suyo sin preocupación, sin aspereza alguna. Era mágico. De repente Lorena se movió inconsciente, fue una sacudida involuntaria que la desorientó. Sin palabras, ahogada en sus pensamientos se preguntó: ¿Qué estaba pasando con su cuerpo? ¿Qué maldito hechizo la estaba enloqueciendo de placer?  ¿Por qué su cuerpo reaccionaba ajeno a su voluntad, dictando sus propias reglas? él insistió en las caricias sobre sus senos. Ella murmuró algo. ¡Santo Dios!, ¡Bruno! ¡Bruno! - exclamó por fin hasta caer en un estupor nunca vivido. Bruno satisfecho sonrió al darse cuenta de lo que sucedía con ella y buscó su rostro para hacérselo saber. Era el momento de presentarle nombre al éxtasis alcanzado por los cuerpos.

-   ¡Maravilloso, tu primer orgasmo amor! ¡cuán bella te ves

Lorena!, ¡ cuán bella luces al estar extasiada!

Confundida. No sabía si estaba en lo cierto. No sabría describir lo sentido. Era un oleaje de frío y calor. Era una arritmia cardiaca o un desmayo del alma. Eran tantas sensaciones. ¡Por dios! Fue solo… ¡maravilloso! Se sintió exhausta.

Él la abrazó en medio de su adormecimiento y buscó despertar de nuevo su libido. Sabía que una tormenta de hormonas arrasaba con ella y de no hacerla sentir amada podría desmejorar su ánimo, así que, debía mantener en ella los niveles de oxitocina para evitar los altibajos de la dopamina y la prolactina y así salvaguardar su propia existencia ante un  evidente descontento o un no deseado cambio de humor que despertara en ella instintos asesinos. También sabía que una mujer virgen podría ser multiorgásmica o de orgasmos secuenciales si él lograba seducirla y satisfacerla a plenitud, bueno, realmente era una más de sus teorías de camas por confirmar. Debía desechar hipótesis y crear su propia ley. La Ley orgásmica de Lorena y él. Retomó sus caricias. Sus pechos ávidos de pasión. Su piel eco de los placeres. Su vientre: capitán y timón.  Era un ritual exquisito. Su cuerpo despertó y de repente ¡La estaba haciendo suya! Se aferró a ella. Tendidos ambos sobre la cama. Ella jadeó- Bruno, no se detenga, hágame suya, por favor- Murmuró al fin, presa del delirio. Él Sonrió- Su corazón iba a estallar de tanta exaltación.

-   Serás mía para siempre amor... Te deseo Lorena. Te

deseo con frenesí. Te amo, amor- Alcanzó a murmurar en medio de su éxtasis. Presionó fuerte y entró en ella. Un camino de placeres, húmedo, estrecho y cálido. Se detuvo con la respiración entre cortada. Mirándola, contemplándola. Aguardando por las palabras de su rostro. Estaba tan lubricada que fue maravilloso, ella parpadeó y se dejó besar suave y dulce mientras él iniciaba movimientos hacia adentro y así afuera, despacio, con deseo, ansiando acoplar su virginal cuerpo a su experimentado miembro. Poco a poco hasta alcanzar éxtasis. Hasta que ambos se aferraron uno al otro hundidos entre quejidos y alaridos de placer. El clímax llegó. Juntos. Inmersos en él.

Tiempo más tarde. La luz vespertina se disipó…

Quebrantada. Con el alma consternada sin saber las razones. El pensamiento ausente y un leve dolor en su bajo vientre fue el detonante de la realidad. Sus muslos estaban mojados. Estaba húmeda por la humedad de ambos.  Ella renegó de sí misma al mismo tiempo en que se ovacionaba. Se había hecho mujer en los brazos del hombre ideal, esbelto, apuesto, seductor increíble, el hombre con el que alguna vez se hubiese comparado con su príncipe azul, de no ser por su arrogancia, despotismo y por ser un completo desconocido… La realidad tocaba a las puertas. Él yacía tras suyo, rodeándola con sus brazos. Haciéndola sentir su prisionera. Su miembro aún firme y erecto tras suyo la alarmó. Era como si aún la atrajera hacia él. Intentó moverse un poco descruzando las piernas, pero otro dolor punzante le hizo quejarse. Bruno despertó sonriente. Era la mirada más feliz que hubiese podido ver en él. Sus dedos buscaron acariciar su espalda desnuda mientras ella atrapaba la distante cobija hacia su pecho.

-   ¿cómo te sientes, amor?

Evasiva buscó sentarse en  la orilla de la cama arrastrando la pesada cobija de lana. La sabana que cubría la cama era de un rosa claro que ahora se pintaba de acuarela. Una mancha carmín que exhibía su pureza. Bruno Linker enmudeció. Su experiencia le había permitido poseer a una virgen sin mayores dolencias, pero no le impedía la ruptura natural de su himen. Pensó en la posibilidad de que su chica formara parte de los hímenes complacientes, por ella y por él. Aunque era una prueba sagrada de su virginidad, hubiera preferido, que no existiese tal prueba. No comprendía cómo en otras épocas podrían manifestar tanto alarde a la posesión de una sábana teñida en el primer encuentro. Parpadeó para volver en sí. Se llenó de orgullo. Bruno Linker por primera vez se acostaba con una virgen. Hermosa. Inteligente. Una mujer a quien solo él podría moldear y ajustar a su ardiente sexualidad. Era suya. Y como todas sus pertenencias las acoplaba a él. Él buscó evadir la mancha hasta sentarse a un costado de ella pero en ese intento ella giró y también fue testigo de su prueba de castidad. Empalideció. Recordó el dolor punzo penetrante en su bajo vientre e inmediatamente empalideció hasta desvanecerse de nuevo en el colchón. Bruno la tomó en sus brazos.

-   Santo Dios, algo malo pasa conmigo ¿verdad?. ¿Usted

me hizo daño? ¿Me lastimo?- murmuró cabizbaja reclinada en su hombro. No creo que eso sea por mi himen.

-   ¿Qué estás diciendo Lorena? Todo está bien amor,

contigo y conmigo.  Jamás te lastimaría. No podría dañar a alguien como tú.

-   Sí. Claro… Bruno disculpa. Estoy confundida. Eso es

todo. Hoy fue un día…extraño.

-   Para mí fue un día especial. Muy especial Lorena.

Ella se arregló la cabellera con intenciones de huir de los brazos de ese hombre. Buscó con la mirada su ropa e intento ir por ella, pero Bruno la rodeó de la cintura atrayéndola de nuevo hasta sus piernas varoniles completamente descubiertas.

-   ¿a dónde crees que vas Lorena?

-   A buscar mi ropa. Es tarde. Vamos a regresar ya.

-   No, no, no, señorita. Eso sí que no. Es muy tarde. No

podemos agarrar camino a esta hora. Pronto anochecerá, además, hoy no pienso dejarte dormir sola. ¿Te imaginas? Con lo creativa que eres para imaginar historias. Te creas otra vez Misery y quizás busques degollarme para huir-  Sonrió divertido, ajeno a su perplejidad- anda ven, olvida todo. Cambiemos esta sábana y durmamos juntos. Como una pareja. Como debe ser Lorena.

-   ¿Cómo debe ser? ¡claro!. ¿cómo debe ser?  para usted

todo esto es tan natural. Se acuesta con quien quiera para satisfacer sus ansias y luego media vuelta. Eso es natural… ¿Qué hice Dios?  Me acosté con un desconocido. Fui en contra de todos mis conceptos.

-   Amor, ¿quieres calmarte? Entiendo que

estés…confundida. Pero no insatisfecha.

Sorprendida e ignorando su comentario se llevó la mano a la boca- ¿no usó protección, cierto?

-   No.

-   ¿por qué no?  Si usted planeó todo esto por qué no lo

hizo. 

Usted ha estado con muchas mujeres. Qué sé yo si usted es un hombre sano o no. Yo lo soy. Ya se dio cuenta que no he estado con…hombres. No, no, no. No creo que usted sea de los que no se cuida- llevó una mano a su cabeza.

Bruno se levantó. Recogió sus pantalones a un pie de la cama. Buscó algo en sus bolsillos. Pronto sacó una pieza de papel con cuatro pliegues, que tuvo que desacoplar uno a uno hasta pasarle la hoja a Lorena Blasco.

-   ¿Qué es esto? ¿Un certificado de salud?

-   Como verás es reciente. Es de hacer tres meses. Sabía

que ibas a protestar.  Te aseguro que ese es el tiempo en que realmente no me acuesto con una mujer. Y en mi pasado siempre tomé mis precauciones.

-   ¡Bruno, el papel aguanta todo!

-   Entonces, te toca confiar en mi  palabra Lorena Blasco.

-   Usted es un imbécil. ¿y si fuera yo, la mentirosa? Yo

pude ser cero positiva por nacimiento o algo así, ¿no lo cree?

Pensativo- Sí. Tienes razón. Pero me deje llevar por lo que vi en tus ojos, Lorena. Y deseo seguir creyendo en ellos- Extendió su mano hasta su rostro. Acarició su barbilla- todo está bien, Lorena. Si quieres vamos a darnos un baño. El agua tibia nos hará bien.

-   No, gracias. Puedo bañarme sola. Ha sido mucha intimidad compartida para mí.

-   Así que regreso la mujer analítica y excesivamente lógica. Anda, desiste de ser tan dura contigo misma. Se feliz. Déjate llevar por lo que siente tu cuerpo. No hay nada de malo en eso y respecto a que seamos o no desconocidos, creo que ya, eso no aplica. Llevamos juntos más de dos semanas. Eso nos hace conocido. ¿No lo crees?

-   Bueno, realmente sí, pero lógicamente no.

-   Ven acá, mi lógica andante- la tomó de la cintura la besó

de nuevo. Un beso profundo y ardiente que la hizo desvanecerse en sus brazos. Una mano suya apresó la de ella mientras la conducía al cuarto de baño. Amplio. Con la misma decoración. Con calefacción. Cuatro paredes y una puerta de vidrio deslizante aguardando por ellos. El vapor de agua empañó las grandes dimensiones del espejo que estaba frente a la entrada, sobre la consola de baño, a un costado de la ducha. La cerámica anti resbalante, reflejaba distorsionados sus cuerpos. Su desnudez y la de él estaba reflejada por todas partes. Creyó que era un complot contra ella. Se avergonzó de nuevo aunque su desgraciado cuerpo ardía de deseo. Tuvo razón Lorena al desconfiar de su propio cuerpo-Pensó Bruno- Bendita sea su infidelidad. No lo pensó dos veces cuando la llevó contra la consola e hizo que ella apoyara las manos sobre ella. El lavamanos de un blanco de porcelanato brillaba. Como sus pupilas. Sus piernas masculinas separaron las suyas y con sus manos levantó sus caderas, grácil y de su completa posesión buscó penetrarla desde atrás en medio de su confusión. Dócil. Apacible. Sumisa ante sus deseos. Deseos que muy pronto se hicieron suyos. Su cuerpo cedió a plenitud y ahora era ella quien buscaba el propio ritmo. Éxtasis. Frenesí. Locura. Mucho que sentir para un primer encuentro. Ella tuvo que apoyarse, vencida por el placer sobre la consola del baño, mientras él reposaba sobre su espalda.

Terminaron duchándose juntos, sin palabras. Bruno se hizo pintor sobre el lienzo de su cuerpo con esponja en mano y docenas de burbujas enalteciendo sus cuerpos.

-   Hoy te has convertido en toda una mujer Lorena. Mi

mujer.

-   ¿Por cuánto tiempo durará está realidad? ¿Una hora

más?. ¿Dos horas? ¿Al amanecer?

-   Calla, Lorena. Calla. Durará lo que tú y yo queramos

que dure- Murmuró en el lóbulo de su oreja- Solo vívelo. Vívelo amor. Vívelo a plenitud. Sin cohibiciones. Sin límites. Bajo la desnudez de nuestros cuerpos seremos confidentes uno del otro. Amantes. Dos amantes con una vida excitante por delante…

Sexo, coito, orgasmo, placer y algo más a lo que Bruno Linker temió reconocer: amor. Eso era lo que tanto temía hallar y en ese momento era lo que apresaba su corazón y vida…Sería un tonto si no lo aceptaba. Su corazón latía presuroso de una exaltación jamás vivida. No era por el buen sexo. No era solo eso lo que se apoderó de su alma haciéndolo más pesado. Era de lo que tanto escuchó hablar y de lo que siempre creyó poder huir. Ese estúpido y ridículo término del que siempre ironizó hasta que arrojó al último peldaño de la escalera de la vida. El amor entre un hombre y una mujer.

Durmieron por largas horas. El cansancio natural de los cuerpos saciados de sexo y el reposo vago de las almas poseídas por Afrodita.

 

CAPÍTULO 19

 

Amaneció. La luz matinal surcaba a través de la unión de las cortinas en la ventana. Alguien tocó a la puerta. Lorena se cubrió por completo mientras Bruno buscaba vestirse aprisa para atender al llamado. Era la recepcionista con el desayuno. Olía delicioso. Al recibirlo sonrió como si estuviera agradecido por sus atenciones. Claro, pensó Lorena: hasta la dueña de la posada podría ser cómplice, ¿pero qué importaba, si a ella le encantaba? ¿Qué importaba si el mundo se caía a pedazos pero él estaba allí para sostenerla? Su corazón latía feliz y deseó poder vivir todas las noches que le quedaran de vida junto a él. Refugiada entre sus brazos.

-   Amor- dijo y le sonó a sinfonía. La puerta estaba

cerrada de nuevo y la mesa puesta- Amor debemos levantarnos, aunque me encantaría hacerte el amor de nuevo- Ruborizada se levantó de la cama cubriendo de la mejor forma su desnudez ante él. Buscó a tientas su ropa. El pantalón jeans bajo la cama, el brassier sobre las barandas de la cabecera del lecho.  La camisa sobre una silla y su panty de encajes blanco bailoteando en uno de los dedos de Bruno en medio de una mirada divertida. Lorena se preguntó en qué momento pasó un huracán por la habitación para que sus cosas estuvieran esparcidas por todas partes. Se preguntó en qué parte pudiese estar su corazón y en donde se había metido su yo interno y el antipático raciocinio. ¡Ah claro!, se dijo así misma, “en un bar ahogándose en licor”.  Aprisa se vistieron. Uno lanzándose la ropa del otro. Sonreían como nunca lo hicieron y se veían a los ojos con una complicidad extraña deseando repetir todo lo vivido esa noche. Lorena se desconoció, pero le agradó ese lado sensual y pícaro que comenzaba a emerger de su piel.

-   ¿Quién lo iba a creer usted y yo entendiéndonos?

-   Dicen que la cama es el mejor ring de boxeo.

-   Vaya, ya lo veo, pero será mejor que nos demos prisa,

señor Linker. Me moriría de la vergüenza si su nana descubre que he pasado la noche con usted.

-    A partir de hoy ” el señor”, es peyorativo en mis oídos

y en cuanto a lo otro, no habría nada malo en eso, Lorena. Creo que a mi nana, hasta en cierta forma le agradaría la idea. Tiene buena imagen de nuestra querida huésped.

-   ¿Por qué se divorció? ¿ es siempre usted un hombre

insoportable o solo cuando no está en la cama?- sonrió divertida al peinarse con las manos la cabellera con intenciones de recogerlas en una sola cola. Una toalla fue lanzada a la cara en medio de risas contagiosas- eso es algo que deberías descubrir tú misma, ¿no lo crees, amor?

“Amor” como golpeaba el alma esa palabra: “amor”. Aún recordaba ese corto y breve “te amo” pronunciado en medio del éxtasis. Deseó escucharlo de nuevo. Moriría si él lo repitiera fuera de los curiosos desordenes hormonales. Pero ahora… lucía bromista, jovial, pero no enamorado.

Dejar la habitación luego de haber vivido un glorioso éxtasis no parecía tan complejo como lo estaba siendo. Sus mejillas ruborizadas eran muestra de la irrigación sanguínea acelerada en sus pómulos, sus manos sudorosas al tacto y la torpeza de sus movimientos fueron el detonante de su estado real. ¡Estaba avergonzada! Petrificada en el umbral de la puerta. Sorda y ausente. No reaccionaba a las indicaciones de Bruno Linker para abandonar el refugio de sus pasiones. En su oído retumbaban las voces de la gente del pasillo cercano. Lo miró ensimismada.

-   Oye Lorena. Todo está bien. Es imposible que nos

Ocultemos. Es obvio que tú y yo hemos pasado la noche, pero no por eso debes sentirte avergonzada. No hicimos nada que ningún hombre y mujer terrícola no hayan hecho.

-   ¿Se me ve en la cara? ¡Dios santo!- Sintió una fuerte

punzada en la cabeza al imaginar que su rostro delatara todas las caricias vividas anoche-  ¿Cómo podré mirar a Doña Verónica a los ojos?... no creí que me sentiría así. Hace un momento me sentí… en las nubes.

-   Pero hemos regresado a la tierra Lorena, además nadie

acá te conoce, despreocúpate.

-   Pero a usted sí y usted es mi enlace.

-   Soy hombre. No lo olvides. Además nadie tendrá el

valor de hablar mal de mi chica.

Enmudeció aturdida al escuchar una razón profundamente machista. Se dejó conducir con sus manos hasta rodear el recodo y el jardín de tan hermosas orquídeas. Se despidió cabizbaja de la recepcionista mientras él se aferraba a su cintura haciendo alarde de su posesión. La fachada principal apenas vista de reojo. Al fondo los caballos, atados al mismo madero pero de seguro hospedados también en una caballeriza. Lorena se sentía tan segura y libre entre las cuatro paredes y él. Era como si el mundo se redujera a su esencia y la suya. Ahora era diferente. Sintió como si la fueran a dilapidar. Parpadeó ahogada en un suspiro al tomar las riendas de su caballo entre sus manos. Él hizo lo mismo con Trino, hasta montarlo. Dio un leve latigazo con un sonoro “arre “y se abrió paso en el camino.

-   “Hemos regresado a la tierra”- Recordó y emprendió

camino tras de él. – La mañana estaba gélida, nublada…Bruno adelantaba y retrocedía el paso de su trote, rodeándola, como si aún la estuviera examinando. Con destreza ordenaba con las riendas. De nuevo la estaba intimidando. ¿Pero porqué se sentía así, después de haber sido suya? Vaya, ¿Por qué no se dio cuenta? Era muy tarde. Se había entregado, ahora nada contaba… Era su posesión. Su carta en mesa abierta. Pero… Si así era, no lo permitiría más. No era diversión de nadie. Retomó la mirada altiva y aunque quiso expresarse con temple sus cuerdas vocales solo permitieron un suave quejido. Creyó tan cruel su destino al saberse engañada, al recordar lo hermoso que  sonó su pequeña declaración de amor, aquel: “te amo“en medio del éxtasis. Ahora, oculta en un vago recuerdo. Atrapada en el reciente pasado.

-   Lorena Blasco Veragua- Enfatizó al merodearla con su

caballo- Gracias por permitirme explorarte, hacerte mía. Conocerte.

-   “ Dios, que debo responderle”- Pensó cabizbaja,

deseando saber que decir. ¿Le estaba agradeciendo por una noche de placer? ¿era eso apropiado?  Un esbozo de sonrisa alivió la tensión.

-   No calles. Tu silencio me hace desearte aún más. Y no

sé si sea apropiado doblegar a la razón -

Amenazó mientras presionaba mordaz uno de sus simétricos y suaves labios. Su rostro compacto se mostró, de repente inescrutable.

-   Esto no está tomando buen camino Bruno. Quizás

debamos mantener la tregua, no sería apropiado crear brechas cuando estamos tan cerca de la despedida…Usted tiene su puente. Yo tengo el camino abierto…  basta Bruno- Sacudió su cabellera como deseando sacudirse la imagen y el pensamiento mientras extendía la palma de su mano derecha en señal de alto-  su forma de mirar y de hablar solo creará distancia entre los dos, ¿no lo cree?

Sonrió de la forma en que a ella tanto le fascina. Acercó aun más su caballo al suyo, tomó sus riendas de sorpresa e inclinándose hacia ella le arrancó un beso de los labios sin ninguna dulzura o tacto.

-   No, si siempre eres mi prisionera. Prisionera de mis

brazos, Lorena.

Estas palabras hicieron que su cuerpo se sacudiera y su alma vibrará, como deseando abandonarla, tal y como lo había hecho su astral. ¿Estaba siendo seductor o  letalmente acosador?  ¿Bromeaba acaso? Sí, de seguro bromeaba- quiso creerlo-o… ¿o ese hombre tan encantador sufría de trastorno  bipolar?

-   ¿Está bromeando, verdad, Bruno?- Se atrevió a indagar

sin quitar su mirada de él.

-   Jamás en mi vida he hablado con tanta seriedad Lorena.

 

CAPÍTULO 20

 

 

-   “Jamás en mi vida he hablado con tanta seriedad

Lorena”- recordó una y otra vez. Sus palabras hacían eco en sus oídos mientras sus ojos se clavaban en él, socavando rastros de sonrisas entre las facciones cada vez más compactas, rígidas. Sonrió insegura, aturdida- confundida- Tiene usted un extraño sentido del humor- Acarició  el lomo de la bestia como si la consolará de tan controversial amo- Anoche creí realmente en Bruno Linker. El desconocido Bruno Linker.

-   ¿Y  le crees a un desconocido?

-   Después de anoche eso ha cambiado- Sonrió tímida

evadiendo ahora una furibunda mirada- después de todo hemos convivido más tiempo de lo pensado- Intentó persuadirlo con un coqueteó de ojos consumido por la timidez.

-   Aún podemos convivir más tiempo. Es más estaba

pensando en que esta noche podrías mudarte a mi habitación.

-   ¿Qué? ¿está usted alucinando, verdad? Jamás haría algo

así. Sería como aceptar ser su amante.

-   ¿Y qué hay de malo en eso? ¿No lo fuiste acaso ya? El

termino amante es muy fácil de definir, ¿cierto?

Los ojos de Lorena ahora achinados destellaban furia, sus labios se entreabrían y cerraban como si sus cuerdas vocales articularan con ellos la configuración de alguna silaba que definitivamente no saldría. Sujetó fuerte las riendas, presionó el lomo del caballo con el tacón del calzado y en posición de jinete emprendió camino de regreso por la única senda que recordaba haber surcado. Él hizo lo mismo siguiéndole de trote a galope. Con tal velocidad ganarían cualquier carrera y de seguro llegarían mucho antes de lo estimado.

Lorena fluía entre la brisa espesa, la neblina rozaba sus pómulos y consumía las lagrimas que rodaban por ellas. La manga de la camisa sirvió de pañuelo en cada oportunidad. Ese hombre no la vería llorar. Jamás. Jamás descubriría su debilidad.

Atrás la vegetación andina, los árboles altos, frondosos, de hojas anchas y verdes, los tallos robustos, el camino recubierto de hojarascas. El vacio del silencio. Los besos de cristal, el camino al cielo, las caricias que dan y quitan vida…Cada  vez que sentía su trote cerca se aferraba aún más a las riendas y al lomo del caballo. Huía de sus miradas. Ahora más que nunca buscaría alejarse y regresar a su anterior vida.

Bruno Linker, no parecía darle alcance, no por impericia, sino por necesidad. Necesitaba, por un momento, verla distante. Necesitaba comprender cuanto podría doler dejarla marchar… ¿dolería su ausencia? ¿Qué haría con ese deseo furtivo de hacerla suya y ese sentimiento extraño que crecía descontrolado en su pecho, que hacía vibrar su corazón y obstaculizar sus venas? ¡Maldita sea Lorena Blasco! ¡Maldito sea el momento en que te cruzaste en mi vida! …sus labios me descontrolan, su cuerpo me enferma. He estado con tantas mujeres, tantos cuerpos divinos, tantos voraces besos, tan frenética pasión de mujeres ávidas de sexo ¡¿y vienes tú, con tu inexperiencia a confundirlo todo?! ¿Qué se supone qué debo hacer? ¿Pedirte acaso que te quedes? ¡Sí claro, y permitirle un rechazo!, ¡jamás! Esa mujer jamás desistiría de su antigua vida… Bueno ¿es que acaso yo podría desistir de la mía?...- meditabundo-  soy inversionista, hombre de negocios, no podría verme en otra faceta, pero para una mujer es más fácil. Sería mi compañera, no tendría por qué ser tan independiente, tan luchadora. Yo he luchado lo suficiente como para que disfrute de mis esfuerzos… ¡Dios, qué me ocurre, porque pienso y pienso y pienso por primera vez sin vislumbrar una solución!… Si esto es estar enamorado, prefiero no estarlo- Golpeó el lomo del Caballo al girar la vista hacía los precipicios ocultos tras los matorrales a los costados del camino. “Arre, trino”- Gritó enojado al reconocerla distante- Se aferró a las riendas y duplicó el trote sin mucho esfuerzo más que el anaeróbico. Le dio alcance. Le arrebató las riendas mientras lo frenaba, metros después, camino abajo ambos detuvieron el paso.

-   ¿Qué diablos te ocurre, mujer? ¿Por qué quieres

Desbocarlo? ¿No te das cuenta que más adelante el camino está rodeado de peñascos y de fuertes pendientes? Baja ahora mismo.

-   ¡Usted es un insoportable! No necesito de su yegua, ni

de usted para regresar- Se bajó y tras suyo él, quien la sujetó nuevamente entre sus brazos y aferrándola a su cuerpo la besó como anoche, con agilidad para vencer su resistencia y con seducción para contemplar sus labios. Confundida por lo que estaba sintiendo se dejó abatir por el calor de sus besos. Doblegada. No pudo expresar palabra alguna aunque deseaba gritarle lo inmaduro, arrogante e imbécil que lo creía. Sus puños rígidos, como rocas de mar, golpeteaban ambos hombros macizos e indiferentes. Mientras que él sólo acariciaba la suave piel de su rostro, su dedo pulgar deslizándose lerdo sobre la concavidad de su mentón, en la comisura de sus labios, en las mejillas marchitas por la hilera de lágrimas ahora desaparecidas. Bruno pudo percibir su estremecimiento. Su corazón se agitó. No deseaba dejarla marchar. Descubrió cuanto podría doler su distancia… ¡demasiado dolor y tan profundo vacio, para su corazón! La abrazó como quien teme perderlo todo en un desliz del camino, creyó sentirse como una red de pesca ansioso de pececillos. La vista se le fue al cielo como un cohete de festividad. Suspiró al dejar un beso en su cabellera.

-   Tienes razón…no está bien que nos enemistemos y que

maltrates a un ejemplar como este-señaló con ojos picaros a la yegua- no mentí Lorena cuando te dije que fue un día muy especial. No te mentí en nada Lorena Blasco y no lo pienso hacer, pero si lo que más quieres es regresar. Tendrás que ganarte tu libertad.

-   ¿No se da cuenta de lo canalla que está siendo?, ¡por

Dios! –Protestó enardecida-  Le he ayudado a reconstruir su puente. Tendrá usted nueva vialidad ¿y aún así me dice eso? Además se ha quedado con una parte de mí. Definitivamente, usted Bruno Linker no es el caballero que pensé. No es nada parecido a eso.

-   “ Te Quiero a ti Lorena Blasco”- Pensó sin sentirse

capaz de hacérselo saber- “  quiero quedarme contigo Lorena, para siempre” - ¡mierda, si amar fuera más fácil!- Renegó para sí mismo, tensando el rostro y aferrándose a sus brazos.  Su dentadura crujió de furia al sentirse, por primera vez, un cobarde. Un silencio inmensurable los cubrió. Sus brazos siguieron apresándola como nunca lo habían hecho. 

El camino de regreso estuvo inmerso en miradas evasivas y distantes. El calor de los cuerpos era como una hoguera sometida a la brisa. -Avivaba y  sucumbía-. El relincho de los caballos y el golpeteó de los cascos contras las rocas del camino era la única sonoridad que retumbaba en los tímpanos.  El trinar de las aves desapareció, al igual que el chasquido de las hojas y los matorrales al ser pisadas. Ellos procreaban el silencio.

 

CAPÍTULO 21

En el rancho “Linker” la situación lucía normal. Las faenas de campo y de ingeniería iban de la mano. Tomás el capataz, demostraba una vez más su eficiencia. Doña Verónica aún no regresaba, pero la salud de Inés y su bebé Carlos Alberto, mejoraba al igual que la relación con la señora Fabiola, quien no podía evitar los cálidos sentimientos de amor que albergaba su corazón al saberse cerca de su nietecito, inocente de los errores que como adultos se  hubiesen cometido.  Para Doña Verónica un bebé representaba lo más sagrado de la humanidad, era como la semilla recién germinada  en un erial, llena de esperanza y sueños. “Un bebé era la conexión directa con Dios”. Representaba los sueños de madre que solo pudo vivir al criar a los hermanos Linker y por los cuales agradecía todos los días del mundo al ser supremo.

El almuerzo fue preparado por Yoneida Veracruz, quien no escatimaba esfuerzos en atender “a su patrón”, como solía referirse a él. Sus ojos brillaban como dos monedas de plata cada vez que le veía cerca, mientras sus sensuales piernas disfrazadas de modestia se asomaban fuera de las faldas de tela floreada. Desde su arribo albergaba la esperanza de sumergirse entre sus sábanas para poder degustar el erotismo de su piel. Días después de su llegada lo habría logrado, si Doña Verónica no hubiera descubierto sus intenciones y si no hubiera alertado a Bruno Linker del peligro que significaba continuar en las mismas andanzas de Ámsterdam. “No olvides a qué has venido a estas tierras. Se supone que debes pensar, descansar y olvidar mujeres como tu ex. No arrastres tu infierno, deja el paraíso como está, hijo mío”. En ocasiones su nana lo compadecía al creer que su hijo adoptivo solo estaba buscando llenar ese vacío que la ausencia de padres y familia había dejado en él, muy a su pesar sentía no haber logrado llenar por completo el corazón de Bruno. Su hermana, fue un caso diferente. Siempre fue más receptiva con el cariño, algo extrovertida, explosiva y atrevida. Poseía sangre aventurera. Nunca se negó a abrir las puertas de la felicidad, mientras que su hermano, fue el lado opuesto. Por esa razón pensaba en no abandonarle jamás. Como Yoneida Veracruz era mujer de crear en ella malas energías, se oponía radicalmente a su cercanía. Así que no lo pensaba dos veces cada vez que deseaba advertírselo con un profundo sermón. Pero su descaro era tal, que no le llegó a importar. Yoneida, esperaba que con el tiempo Doña Verónica olvidara todo o, que el destino conspirara a su favor terminando por servírselo en bandeja de plata.

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