Ada

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La pupilas de los ojos de ese hombre se dilataron y se expandieron casi que al unísono. El yo interno de Lorena Blasco contemplaba el episodio petrificado, el barrigón de su raciocinio cayó de rodillas, presionando sus puños contra la alfombra. Sollozo. Consternado. Pudo escuchar el chasquido de su dentadura. Era una hilera perfecta de piedras blanquecinas que rechinaban. Sus simétricos labios se tensaron y extrañó sus besos. El aroma dulce de su boca.

-   No he dado la orden de tu salida Lorena Blasco. No es

así de fácil- la retó, liberándola. Vio como instintivamente frotó el área de la piel en donde se delineaba el contorno de sus dedos, ahora, de color rosa pálido producto de la nula circulación de sangre a causa de su inconsciente presión- De mi propiedad, no entra ni sale nadie sin mi autorización.

-   No todos están a su servicio señor Linker. A usted no

le convendría que le haga ver ante los demás como un villano, ¿ verdad?

Respondió con una mueca. Se frotó la cabellera mientras se paraba en jarra, Parpadeó al ver como se perdía en el interior del  rancho. Añoró su contacto. Su timidez, la piel sonrosada bajo su cuerpo, sudorosa, con fragancia de flores, de castidad. Su yugular se dilató, parecía querer estallar bajo la piel. Dio vuelta sobre sí mismo, empuño la mano derecha. Un golpe ahogado socavó los oídos. Otro golpe aún más fuerte. Un tercer golpe. El marco de la puerta hubiera deseado poder huir. Su puño empezó a sangrar. Era una diminuta herida que surcaba los delicados nudillos que añoraban su vida de oficinista.

Tomás el capataz se abstuvo de acercarse. Deseó darle una palmada en la espalda recordándole que se lo había advertido: no era bueno jugar con candela.

Un par de minutos después, dejo de darle golpes al marco de la puerta para dirigir sus pasos hasta el piso superior en donde se hospedaba la única mujer que había roto su propio paradigma. Subió las escaleras dando zancadas. Tomás no vio prudente interferir. Confiaba en el raciocinio de su patrón. Entendía que la guerra de las pasiones suelen ser resueltas gracias a profundos combates. Se santiguó, pidiendo a su Dios que el corazón de ninguno de los dos saliera herido.

Golpeó ahora, el marco de la puerta con la misma mano de nudillos teñidos de carmín.

-   Lorena, abre la puerta- ordenó en baja voz. Firme. Con

la misma voz grave, sin delatar su quebranto. Al no obtener respuesta, insistió. Transcurrido unos minutos, sacó el llavero de la camioneta y fingió que abriría la cerradura. Al instante el madero cedió. Ella salió aprisa, azotando desde afuera la puerta, la cerró como si temiera en dejarlo entrar. Se apoyó de espaldas a la puerta, con él muy cerca de sus narices. El iris de sus ojos se dilataba y se contraía, parecía escudriñarla. Sentía otra vez la impresión de que la estuviera diseccionando.

                 -“Estúpida mujer, no te das cuenta que te amo, que me importas y que no quiero dejarte marchar. Es muy difícil que me veas a los ojos y puedas descubrir lo que ellos guardan para ti… por qué te empeñas en alejarte. Soy quien te enseñó a reconocer tus sensaciones, a romper tu maldito tabú, a tirar por la borda tus anticuadas lecciones moralistas…¿qué diablos buscas en otros brazos? No puedes andar por el mundo destrozando el corazón de un hombre, no el mío, no el mío que por primera vez comprende porque rayos late, por qué suda frío padeciendo calor y por qué mi pecho se agita como el de un mocoso asustado por amenaza de una pela”- Carraspeó deseando poder decir lo que estaba pensando, pero algo se lo impedía. El pulso le tembló-

-   No lo hagamos más difícil señor Bruno. Todavía

podemos retirarnos del juego sin odiarnos. Usted puede continuar con su vida y yo, con la mía. Somos de mundos diferentes,  ¿ no se da cuenta?.

-   ¿Cuál es mi mundo Lorena?

-   Usted sabe muy bien, cuál es… por favor, estoy

cansada. Necesito relajarme para mi viaje, cumplí mi parte, así que  tengo derecho para marcharme.

-   Te espero en mi habitación. A las nueve p.m. – Espetó

con una seriedad y mirada inescrutable. Pudo ver la palidez en  el rostro de Lorena, también pudo  ver como se deshacía de un par de lágrimas furtivas. No lo disimulaba muy bien. Sintió ahogarse. Al saberse ignorado levantó la barbilla del rostro cabizbajo y esquivo del huésped de sus tierras. Estaba helada- puntual- Enfatizó- de lo contrario vendré a buscarte sin importarme quién diablos nos vea.

Acarició su barbilla sin dejar de mirarla. Él pudo sentir como temblaba su cuerpo, dócil, ingenuo y seductor a la vez. ¡Maldita sea la Amaba y la deseaba! Lo doloroso era no poder retenerla en sus brazos por  el resto de su vida…

 

CAPÍTULO 24

 

Vio como se disipaba la sombra tras el recodo del pasillo hasta perderse en la escalera. Una sombra espesa que doblegaba su altura disipándose al son de los tacones del calzado. El silencio de la propiedad empezaba a abrumarla. Ni los gallos cantaban. La penumbra invadió como quien toma posesión de sus linderos. Por ironías de la vida la noche cayó sin una gota de lluvia. Solo una espesa neblina impedía la visión a través de los empañados cristales. Bruno se había marchado pero su aliento y su presencia casi volátil impregnaba aún el ambiente, sus papilas gustativas se activaron, el aire seducía su olfato. ¡El desquiciante olor de su piel! Era como si aún estuviera en sus brazos…Llevó las manos a la cabellera desaliñada, sucia por el polvo que levantaban las retroexcavadoras al recoger los últimos escombros a la vera del río. No le importo, como tampoco le importo saberse con las uñas mugrientas y decoloradas. Enredo sus manos en las hebras de cabello haciendo una maraña de pelos amorfa. No llevaba lentes puesto, así que era un verdadero alivio para que el torrente de lágrimas fluyera libremente por los surcos de sus mejillas. Estaba en una inmensidad de piedra y madera bajo el dominio de él, su salvación y su perdición…Si las circunstancias hubieran sido diferentes, si el destino gozará de un mejor escritor, su vida no se habría entrelazado de esa forma con un desconocido que solo aspiraba a saciar su lujuria en ella. Volvió a extrañar a los suyos. Deseó poder refugiarse en los brazos de su padrino y de Marcos, su mejor amigo. ¡Sabrina, dónde diablos estás! Con una sacudida más de cabello se reprochó la decisión de haber viajado sola, quizás debió pedir su inscripción por servicios de envíos a domicilio. ¡ja!- Brincó  irónico su Yo interno- ¡cómo si se hubiera podido!  Reclinada, en cuclillas al pie del madero de la puerta renegó de las dueñas del cafetín en Apartaderos. “¡Es un pan de Dios!”- Recordó- Ha de tener doble personalidad para hacerles creer lo bondadoso que pueda ser. ¡Soy una imbécil!,  ¡nunca debí aceptar su ayuda, nunca debí subirme al carro de un desconocido!- Abatida-  nunca debí mirarme en sus ojos. ¡Dios mío, nunca debí sentir tantas cosas por ese hombre!... Su nana es ahora mi enemigo. No puedo ser más ingenua al creerme el cuento ese, de que sus ausencias son justificables. ¡Lo planearon todo! …Bruno ha de estar seguro de que me marcharé y el muy cerdo quiere pasar su último buen rato. ¡Quiere usarme para saciar sus ansias!  No le importa que me este muriendo. Hombres como él, no sienten, no aman…

Recordó sus palabras: “Te espero en mi habitación. A las nueve p.m.

Puntual, de lo contrario vendré a buscarte sin importarme quién diablos nos vea” Estaba convencida de que así lo haría,  el tiempo junto a él y a los suyos le enseñó parte de sus límites, clara en que eran pocos. Una parte de ella quiso  creer que no pasaría nada que no deseará. El gordinflón de su raciocinio hizo su aparición en pantalones cortos. Burlesco. Atontado quizás. Entonces se aliso un poco la maraña de pelos tratando de reponerse. Suspiró un par de veces dándose palmadas suaves en los muslos. Intentó recuperar la sensatez, después de todo antes del amanecer estaría de regreso.

Tres horas más tarde Lorena estaba fuera de la habitación, merodeaba el porche trasero desde donde se llegaba a la de él.  Las bombillas estaban apagadas luego de que él mismo así lo hiciera cumplir alegando un supuesto insomnio crónico, tampoco había nadie en los alrededores, era como si un espectro hubiera hecho lo suyo ahuyentando a los mortales.  Las hortensias y los helechos dormían en la penumbra mientras Lorena quiso hacer lo mismo reclinándose en la hamaca que a la luz del día haría galantería de sus colores. Se abrazó a las cuerdas pensativa, ensimismada mirando la franja de luz que se escabullía de la hendija de la puerta de madera. En silencio. Esperando a decidirse si tocar la puerta o salir corriendo hasta las afueras de la hacienda para esperar la llegada del camión de Don Braulio a las cuatro de la mañana.

Bruno Linker la esperaba desde las ocho p.m. Fue cuando dejo de conversar con su abogado, quien había arribado a Caracas.  No solo era su defensor legal sino también un verdadero amigo. El caso del divorcio estaba casi resuelto, su ex esposa habría  perdido la demanda, así el supuesto derecho a la mitad de su fortuna también se había esfumado. Había viajado a Venezuela para asistir legalmente a una famosa modelo amiga de la hermana de Bruno. Era un caso internacional y recolectaría pruebas que presentaría en los tribunales de Ámsterdam. Podía sentirse con ánimos de celebrar por su triunfal caso, pero por su cabeza no dejaba de desfilar el recuerdo de su huésped. Añoró el collar que había elegido para ella con tanto deleite y parsimonia, ganándose la simpatía y extrañeza por parte del dependiente de la joyería. Lo sostenía en su mano, antes de haberlo guardado en una caja fuerte pequeña que se ocultaba junto el espejo de pedestal, y tras una estatuilla de un moromoys de la zona, tallado en madera, que protegía con su espalda la portezuela metálica incrustada sin relieves en la pared. La fachada del frente formaba parte del despacho desde donde tantas veces disfrutó de su compañía. Cuando el reloj de pared marcó las nueve, anunciando nueve campanadas esparcidas en eco, corroboró la hora en su reloj de muñeca y salió decidido a cumplir con su palabra. La penumbra desapareció en el recuadro del marco de  la puerta proyectado en el piso de cerámica. La luz amarilla, intensa junto a su robusto cuerpo la liberó de aquella especie de sopor. Aturdida se puso de pie. Bruno extendió un brazo indicándole la entrada. Era un anuncio algo solemne. Lo acompaño una leve reverencia. Su rostro tenso, sin sonrisa  e inescrutable. Ella sintió un escalofrió recorrer su cuerpo al  cruzar el umbral.

-   Ponte cómoda, conoces mi habitación- ella no pudo

evitar acalorarse, de nuevo apareció el rubor cubriendo mejillas y orejas. Sin pronunciar palabra se sentó de bruces en la acolchada King size. Una mueca de resignación tras el cruce de piernas.

Él cerró la puerta meditabundo. Dándose la vuelta se frotó la barbilla lampiña y tersa como si tuviera comezón.

-   Espero que estés cómoda.

Sus miradas eran fulminantes. Sus labios acorazonados dejaron ver una mueca de ellos al instante en que cruzada de piernas, irguió su brazo apoyando el codo en ellas. Sus dedos, ahora limpios y suaves por el agua y el jabón tintinaron en su mentón. Su cabello estaba seco, lo había lavado muy bien para librarse del polvo y para poder deshacerse de la maraña de pelos que debía peinar. Olía a loción de baño francesa, agradecida de su hallazgo días atrás entre las pertenencias de la popular hermana Linker.

-   ¿Ahora? -Su voz sonó altiva.

Sin responder dio algunos pasos en la habitación. El tacón del calzado retumbaba en los oídos de su huésped. Lucía imponente, pero algo en él le atraía, hacía que le temblaran los tobillos deseando que la hiciera suya de nuevo. Recordó la forma en que le besó. Parpadeó reprochándose su estupidez.

-   Así que te quieres marchar con Don Braulio. No te

preocupes le mandé a agradecer su intención.

-   Usted es peor de lo que pudiese imaginar. Haga lo que

desea hacer de una vez por todas y deje que me marche en paz. Usted puede buscar otra mujer con quien recrear  sus fantasías, ya basta señor Bruno yo no puedo seguir siendo su parque de diversiones.

-   ¿Qué dices mujer? No soy lo que tú crees, no es así

 como te veo…Esta tarde defendiste a ese muchacho, ese tal José, sé que no tienes nada con él, tengo mis formas de enterarme, pero estoy seguro que ambos, lo piensan. No es mi problema si te dedicas a la promiscuidad, esa será tu decisión, lo que si deseo dejar bien claro es que este hombre, el que tu imaginas, no soy yo, sí, como lo oyes, no soy un hacendado mujeriego , aunque sí soy el dueño de estas tierras y sí soy entrenador de caballos, los amo desde mi infancia…Somos de mundos diferentes, en eso tienes la razón…pero hasta el agua y el aceite pueden mezclarse si utilizas un buen surfactante. No resulta imposible que un desconocido como yo pueda formar parte de la vida de una joven tan analítica y hermosa como tú…

-   ¡Por Dios!, cómo puedo interesarme en alguien que me

retuvo bajo engaño, que me sobornó para obtener su propio placer, alguien quien fue capaz de desconectar los cables del sistema eléctrico de su camioneta para hacerme creer que estábamos varados  ¡ y sabe lo dios que otra idiotez más!

-   …Tú también me engañaste.

Ella lo miró sorprendida poniéndose de pie con las manos en la cadera, con desanimo, cómo quien pierde un reto.

-   Sí, por supuesto que me engañaste. Desde un principio.

-   ¡Qué!

-   Dijiste que eras una mujer experta, con seis años de

relación podrías haber sido una maestra- su voz sonó débil, tartamudeó incluso, era como si dentro de sí mismo admitiera lo absurdo de su argumento- sí, me mentiste y jamás te lo reproche. Tampoco le preste atención a la condición que te puse: “debía haber satisfacción plena y mutua”- ¿Lo recuerdas?

Lorena llevó una mano hasta su cabellera, cabizbaja, atónita. Sus palabras se ahogaban en una bocanada de aire atrapada en su laringe.

-   Pero no te invite para retarte o discriminarte errores,

después de todo no eres una marciana- Sonrió- eres una mujer y yo un hombre, por lo tanto erramos, unos más que otros, unos con más intención que otro, pero todos erramos… Se acercó a ella desde atrás, buscó con sus labios la piel sedosa de su piel oculta por los rizos de su cabellera. Petrificada sintió su calor, su fogosidad, el miembro erecto de su masculinidad. Su rostro se sonrojó de furia mientras se sacudía sus manos de cintura y brazos. Un codazo en el abdomen de él lo hizo quejarse. Se dobló consternado. No entendía que estaba haciendo mal.

De repente, ella empezó a desabrocharse la camisa con rebeldía, estrujaba los dientes- pensó que estallarían- pero no le importo. Su rostro estaba desfigurado por la ira pero no lloró, no lloraba. No permitiría que ese hombre se jactara de su debilidad.

Sin comprender su actitud la buscó impidiéndole que siguiera desnudándose. Rodeándola con sus brazos le besó la cabellera. Se ahogo en tantos suspiros que temió por un paro respiratorio. Cuando la presión de su cuerpo contra su pecho hizo diezmar las sacudidas y espasmos de ira la tomó de la mano llevándola hasta la puerta del closet que estaba junto al espejo de pedestal, a un costado del corto pasillo tras la fachada que direccionaba al despacho. Abrió el closet deslizando las puertas corredizas y sacó de él, dos batas de cama. La tela poseía una suavidad de felpa. No podía negar lo suave y cómoda que podría ser. La recibió perpleja al igual que la orden dada para cambiarse. Bruno tomó la suya dirigiéndose al cuarto de baño de la habitación.  A Lorena le pareció extraño. Imaginaba que lo menos que él deseaba era verla con ropa, aún confundida se desvistió con cierta prisa. En el fondo no deseaba exhibir- tan fácilmente - una vez más su desnudez.  Dobló su camisa y pantalón colocándolos sobre una de las mesas de noche junto a la exótica lámpara. Bruno se tomó su tiempo para salir vestido con su bata para dormir, al hacerlo la llevó de la mano hasta la cama, deshizo las sábanas e incitó a meterse en ella. Luego lo hizo él. De un tirón en el cobertor de lana logró cubrir el cuerpo de su insoportable amada y el suyo. La abrazó besándole la cabellera, suspiró y se echó a dormir a su costado tras ella.

-   ¡Dios, santo!- Exclamó Lorena. Casi era un susurro –

¿Qué hace? ¿No va a tener sexo conmigo?

-   Te dije que solo quiero dormir una noche más contigo

Lorena Blasco Veragua.

Cada vez entendía menos a ese hombre. ¡De seguro era bipolar!  Pensaba en lo extraño que era todo cuando de él se trataba. Hasta el aire se enrarecía. Intentó darse una explicación sensata, analítica y lógica. ¡Se iba a volver loca porque no la hallaba! No podía moverse. Temía hacerlo y poder tocar su sensible miembro varonil y despertar sus viejos placeres, pero tampoco podía dormir sabiéndose rodeada por sus brazos y respirando ese delicioso olor de Paco Rabanne que tanto le gustaba. Estaba petrificada, sabía que no iba a poder dormir. Se imaginó repleta de ojeras y pálida por la agitación constante de su pecho. Tuvo la esperanza de que se inmutara. ¡Dios santo se durmió! El muy canalla se había dormido plácidamente y su respiración entrecortada se dispersaba tras su cuello.

 

CAPITULO 25

   No se dio cuenta en qué momento había cerrado los ojos, pero supo que había dormido por su bienestar al despertar. Estaba abrazando la almohada cuando abrió los ojos como grandes faroles. La habitación tenía una luz tenue proveniente de una de las lámparas de las mesas de noche. El canto de varios gallos en un coro desentonado atrapó su atención. La cama era tan amplia que se sintió perdida en ella, estiró la mano a su alrededor buscándolo, pero no lo halló. Sus pupilas se adaptaron pronto a la baja intensidad lumínica, al hacerlo se toparon con su cuerpo. Llevaba pantalón jeans puesto, el pecho estaba desnudo mientras se ponía una camisa manga corta. Supo que se había calzado por el sonido de la suela contra el piso. Era un rechinar en la cerámica. Se reacomodo en la cama, sentándose en ella. Tímida ajustó la bata de baño a su cuerpo.

-   Puedes irte ya.

Sonó árido, frío. ¿No podía dar los Buenos días al menos?- Pensó aturdida-  ¿qué hora es?

-   Las cinco de la mañana. Don Braulio no iba a venir de

todas formas- Espetó justificándose al no despertarla a la hora pautada para su viaje. Iba a decir algo más, pero vestido ahora, tomó la pistolera del borde de la cama y se la colgó en la cintura, luego buscó la pistola automática del interior de un baúl junto a la cama en donde solía guardarla cada noche después de la jornada.

-   Levántate. Te haré entrar por el despacho para que no

te vean los obreros.

Así fue. Le mostró sin mucho interés el pasadizo secreto hasta su despacho.

-   Sí, Lorena. Sorpréndete una vez más. Siempre estuviste

a un paso de mi habitación.

Enmudecida recogió su ropa y salió con ella en los brazos luego que él le ordenara salir con la bata puesta, después de todo era temprano, supuso quizás que podría seguir durmiendo en su alcoba.

En el interior del rancho no debería haber nadie despierto puesto que Doña Verónica no había regresado y Tomás dormía en las habitaciones traseras junto al establo, pero una sombra espectral se desvaneció tras las paredes del vestíbulo, en la sala donde estaba la chimenea. La hoguera encendida delató la presencia de alguien al proyectar una sombra chorreándose entre las paredes en medio de una calma sepulcral. Se convenció de que era alguien del mundo terrenal, un mortal cualquiera deambulando, un noctámbulo sin rostro, a quien no deseaba ni esperaba enfrentar en ese momento.

Sin el mínimo deseo de averiguarlo, por temor a ser descubierta, se aferró a la ropa que cargaba en brazos mientras se lanzaba en largas zancadas procurando diezmar el sonido que pudiesen emitir sus pasos. Presurosa subió las escaleras, admirada de sí misma, al no haber tropezado o caerse en ellas dada la penumbra que aún no era destruida por la aurora, que no terminaba de llegar. Aunque solo había dormido en sus brazos estaba convencida que ante los ojos de cualquiera había ocurrido algo más. Algo más, que por sus andanzas anteriores podría poner en evidencia su falta de moral. No lograba imaginar que cara pondría si alguien descubriese que la ingeniero de obras, la huésped con cara de santurrona estuviera haciendo y deshaciendo en las sábanas del patrón.

   Yoneida Veracruz había llegado al rancho o muy tarde en la noche o muy temprano. Debía retomar su faena y de seguro la cocina formaba parte de ella. Se mordió el puño derecho al verla escabullirse con la bata de cama de Don Bruno. Reconocería a un kilometro de distancia cada uno de los atuendos que él hubiera usado. No lograba comprender ni concebir la razón por la que un semental como su patrón tuviera interés en alguien tan insulsa y carente de voluptuosidad.  La estrategia para atraparlo en sus redes había sido un fracaso total, a tal punto que desde su llegada a Mérida sus intentos por hacerle compañía nocturna en el suntuoso hotel escalaron niveles infrahumanos, el desprecio y la indiferencia eran términos a los que no estaba acostumbrada, solía ser el epicentro de toda tertulia en donde nunca se iba sin compañía a la cama. Sus destrezas en las sábanas era bien cotizadas, su juventud y belleza destellaban…a veces, cuando meditaba, entre las paredes vacías de su cuarto, tras el silencio de la noche, se preguntaba las razones por las que siendo tan admirada nunca conservaba la compañía de los cuerpos masculinos que le besaban… la maldijo. La maldijo una docena de veces, propinándole insultos sin pie ni cabeza. Lorena Blasco Veragua pasaba de ser un huésped del patrón a ser una rival más. No comprendía tampoco, por qué salía del despacho, si la habitación del Patrón colindaba con el patio trasero. Imaginó haberse equivocado. De seguro había salido de la alcoba de doña Verónica, después de todo, estaba ausente. Deseó meterse en la habitación para corroborar sus hipótesis. Debería estar desesperada si lo hacía y se topaba con su patrón en ella. Apreciaba su trabajo, así que optó a la poca sensatez que todavía, albergaba.

Los gallos no dejaban de cantar ese afanoso quiquiriquí que taladraba en los oídos de Yoneida Veracruz. El sonido que emitía la gran cantidad de aves de cristofué2 amenazaba con sacarla de sus casillas. Su peculiar sonido silenciaba el canto de las aves nocturnas y diezmaba los demonios que buscan esconderse en las almas quebrantadas. La cocina se iluminó por completo. Empezó a preparar los alimentos del día, el yogurt que debía sacar bajo el cimiento de cerámica luego de haber puesto a fermentar la leche en la olla de peltre recubierta por gruesas mantas, las arepas que debía asar luego de sacar la masa de maíz pelado del refrigerador y las tortillas de tocineta que servía para su patrón con tanto deseo de conquistar su estómago. Cada vez que rebanaba un trozo de la tira de tocineta de forma sinusoide imaginaba que estrujaba entre sus dedos el cuello de Lorena. Rechinaban sus dientes, luego inhalaba y exhalaba, era una respiración profunda, casi espasmódica, por breves instantes parecía tener piedad del trozo de tocineta colocando el dorso de la muñeca de la mano que sostenía el filoso cuchillo en un costado de la cadera. Era un breve descanso acoplado a un oculto tics nervioso en los labios. Una pierna fingía estar estática mientras los dedos de su piel ocultos bajo las zapatillas nuevas subían y bajaban. Meditabunda parecía tramar algo en su contra. En su mente todo parecía perfecto, antes de Lorena, todo lo era, solo necesitaba de un poco de tiempo, el frío de las montañas y el solitario corazón de su patrón. Sin conocerlo, pretendía saber más de él que cualquier otra mujer que hubiese convivido con él antes. Bastaba con observarlo, día y noche, esperanzada en poder insertarlo en sus sueños noche tras noche. Bruno Linker su patrón, no solo era el semental que se petrificaba como un enorme manjar en sus pies, representaba el trampolín que una muchacha joven desprovista de riquezas u oportunidades pudiese tener. Con él podría, algún día ostentar de ser la dueña y señora de las tierras en donde durante tantos años habrían laborado las mujeres de su familia. Les taparía la boca a todos aquellos que se jactaban de discriminarla y tildarla por ser la cabra  loca de los Veracruz.  Estuvo a punto de dar bramidos al recordar lo que los demás pensaban de ella, así que se mordió el puño de la otra mano cerrando los ojos lacrimosos… suspiró mientras con cuchillo en mano se aliso la falda. Débil. Se sintió de repente débil. Impotente. Era su patrón y ella... ¡esa oportunista, era su huésped!.

-   ¡Eso!- Espetó al golpear la mesa con la cacha del

cuchillo y de una vez liberarlo de su pulso nervioso-  ella es solo una huésped, así que debe irse en cualquier momento – Pensó aferrándose a la factible realidad- entonces, de qué me preocupo. Esa mujer deberá irse de Altamira de Cáceres, de las Calderas, de Barinas, quien quita y hasta se vaya a la mierda, donde sea que quede ese lugar. ¡Serénate Yoneida! ¡Que una mujerzota como tú no tiene competencia!

Convencida de su superioridad, retomó el cuchillo para terminar de rebanar la tocineta y de una vez por todas echarla en el sartén que le esperaba a medio fuego. Con destreza encendió la otra hornilla y montó la olla con el agua para el café. En el cimiento le esperaba el pedestal metálico en donde colgaría el colador de tela. Era su costumbre de siempre preparar el café al modo tradicional, ignorando por completo la suntuosa cafetera eléctrica que brillaba tras el horno microondas, también ignorado en tantas ocasiones por ella. Se quejó  al quemarse un dedo con el vaho ardiente luego de haber vaciado en la olla la dosis adecuada de café molido. Llevó el dedo lastimado por el vapor a sus labios chupándolo como si con ello estuviera diezmando su dolor. El olor delicioso a café atraía instantáneamente a su patrón, sabiéndolo, lo olvido por completo y se topó con su mirada tras el umbral de la puerta de la cocina disponiéndose a abrir el refrigerador. Saludo por modestia. Se extrañó. En otras ocasiones la habría ignorado mientras se hacía lugar en la mesa teniendo que sacarle palabras con insinuante interés en sus quehaceres.

Una vibración extrasensorial agitó su pecho haciéndola sonreír. Aliso su falda de nuevo, buscando atender de la mejor forma a su deseado y tantas veces soñado, Patrón.

 

CAPÍTULO 26

Debió marcharse esa madrugada del día miércoles .Abril estaba en sus últimos días y el esplendor de mayo se avecinaba. El congreso Internacional se efectuaría muy pronto. Había tantas cosas por hacer.   Don Braulio se había ofrecido con mucho placer y amabilidad  llevarla hasta la terminal de Mérida desde donde podría vislumbrar su verdadero retorno. Estuvo a punto de dejar de ser su prisionera, de alejarse definitivamente de los brazos de quien la habría retenido durante tanto tiempo. “El destino conspiraba en su contra”.

En Caracas la semana mayor representaba ausencia de Caraqueños y la visita de foráneos, las plazas y museos activaban sus puertas mientras las playas del litoral comenzaban a refugiar a centenares de turistas que ansiaban un revitalizante baño de sol. La tintorería solía perder clientela durante esa época, pero nunca cerraba sus puertas con excepción del viernes de crucifixión y el domingo de resurrección. Sus amigos Marcos y Sabrina se habrían hecho cargo de todos los gajes propios del negocio, con excepción del mantenimiento de uno de los secadores a vapor al coincidir con la semana libre del técnico encargado para ello. Una semana no era relevante, pero ¡cinco semanas!  Sí que lo eran. Considerando lo responsable que era Lorena Blasco Veragua, una ausencia tan prolongada debía crear suspicacia, así que su padrino sentenció que de no regresar esa misma semana, él mismo tomaría su Camioneta Cayenne para emprender camino en busca de su ahijada al mencionado pueblo de Altamira de Cáceres. Sabrina y Marcos estuvieron de acuerdo, e incluso Sabrina prometió mover, una vez más, sus influencias gubernamentales en el Ministerio de Interior y Justicia para acelerar el paradero de su amiga.  Su novio de turno desempeñaba como escolta presidencial resultándole fabuloso ante las circunstancias que estaba enfrentando la familia de su mejor amiga.

La mañana en que debió partir, Lorena no dejaba de dar vueltas bajo el cobertor de lana. Todavía llevaba la bata de felpe, era tan suave que no deseaba deshacerse de ella. Desde su habitación se podría divisar la algarabía con la que habría despertado la finca.  A lo lejos se oía ronroneos de motores viejos, voces imperativas y voces suaves, gallos y relinchos de caballos. De repente, un golpeteo hizo eco en sus oídos. Se rehusó a levantarse cuando descubrió que alguien tocaba la puerta. Quien llamaba parecía no tener intenciones de dejar de hacerlo.  Con una sola sacudida se deshizo del cobertor. La mañana era muy fría y en ese instante se dio cuenta. Quien tocaba a la puerta lo hacía con insistencia. Esperaba a que dijera algo, pero continuaba atentando contra el madero. Pensó que era Bruno Linker, después de todo era el único capaz de fastidiarla cada segundo de su existencia y en ese momento tuvo deseos de poder levantarse a hacerle frente, pero sentándose en el borde de la cama, con aires de desmayo y con un mal sabor en los labios, se dejo caer de bruces sobre el colchón.¡ Abatida! Era el mal sabor que se propagaba no solo en los labios sino en el alma. No podía entenderlo. La confundía y estaba a punto de hacerla trizas. “Si la deseaba tanto como lo aparentaba, por qué anoche se comportó tan extraño, por qué se acostaba con ella sin tocarla como lo habría hecho aquella primera vez”.  Halando la almohada hacia ella la estrujó contra su pecho. Se molestó consigo misma porque en el fondo de su corazón, deseó que lo hubiera hecho. Era un deseo pueril que hacía sacudir sus entrañas y por instantes se sentía desquiciada.

Alguien seguía llamando a la puerta.

-   ¿Quién?- Por fin se atrevió a indagar.

-   Señorita Lorena, Soy Tomás. Perdone usted, pero

necesito decirle que el patrón la manda a buscar.

-   Buenos días, Tomás- Perezosa emitió un bostezo

mientras sacudía una parte de su melena despeinada como queriendo con ello abrirse el entendimiento-  ¿ Y eso?,  ¿me va a llevar a Mérida su patrón?

-   Pues señorita, hoy no lo creo. Me encomendó llevarla a

medirse unos vestidos para el festín y discúlpeme usted, pero tengo órdenes estrictas de hacerlo.

-   Sí, ya lo sé Tomás. No me extraña eso de su patrón, el

manda más, parece un Capitán de barco, es obstinante y testarudo. De seguro lo despide si no cumple- Un resoplido debió esbozar alguna sonrisa porque su tono sonó apaciguo- Bien, señor Tomás, no se preocupe. Saldré en un momento.

“ Y quién le dijo a Bruno Linker que estaba de ánimos para festines”

Poniéndose de pie se convenció de que era el momento de conseguir que alguien la llevara hasta la ciudad. Miró un reloj despertador que había otorgado su función principal desde hace tiempo a los gallos resignándose a solo mostrar sus maltratadas agujas. Al ver la hora se exaltó al reconocer su tardanza, así que se arregló aprisa. Para cuando estuvo lista, buscó la cartera que trajo consigo desde su llegada, revisó su contenido y la acomodó, esperanzada, en uno de sus hombros. Salió con el rostro erguido, la mirada altiva y una firmeza de reina en sus pasos.  Como lo imaginó el pobre señor Tomás le esperaba reclinado a las barandas de las escaleras, contemplando el piso, sin hacer nada más que cavilar en asuntos que le eran ajenos.

El saludo fue breve. Su estómago gruño avergonzándola, a lo que el capataz respondió con cierto cariño llevándola hasta el comedor en la cocina, después de todo, a esa altura de su estadía se sentían en confianza como para poder compartir el desayuno. Trabajar con él le dio a conocer mejor, pero al igual que su patrón,  Tomás era reservado y muy observador.

 Descendieron las escaleras abriéndose paso hasta la enorme mesa de madera de la cocina, ambos tomaron asientos mientras se le ordenaba a Yoneida Veracruz sirviera el desayuno, la esbelta mujer no pudo evitar lucir molesta, pero su inferior escalafón de mando le impidió expresarse como deseaba, solo pudo respirar profundo, esbozar una mal fingida sonrisa, sacudirse las manos en el delantal y disponerse a servir el mismo menú del patrón. El café para el huésped, solía ser con leche, así que evitándose la orden, lo sirvió como tal lo había hecho antes.

-   Señorita Lorena, todos están muy emocionados con la

obra. El puente ha sido lo mejor que hemos podido tener desde hace quince años. Siempre se parapetaba, pero nunca se le daba un verdadero cariño. Se le está muy agradecidos señorita.

-   Todo fue gracias al señor Linker, él consiguió los

contactos y  el financiamiento, a la larga eso es lo que más importa. Para mí, fue una excelente experiencia, pero es hora de que retome mi camino y no veo la mínima intención de su patrón en colaborarme.

-   Claro que sí, señorita.  Don Bruno es un caballero de

palabra, además él sabe, que es regla natural que el río retome su cauce. El patrón se está haciendo cargo de ello. Téngalo por seguro. Aquí todos entendemos que usted no es de estos lares señorita, que debe marchar. Se le extrañará, pero ni modo, así es la vida. Dicen por ahí, que los ángeles solo bajan por raticos a la tierra-

Aquello era lo más bonito que alguien le hubiese dicho. Estaba convencida de que el patrón, Bruno Linker con todos sus años académicos, sus viajes y proezas de las que habría comentado, delatándolo,  ante Doña Verónica, jamás diría algo parecido. Parpadeó al llevar un bocado de la deliciosa tortilla para luego ahogarse en un suspiro que se impregnaba de añoranza y nostalgia. Estaba comprendiendo: la despedida estaba cerca. Su yo interno, se sentó de bruces a su frente, cabizbajo, preguntándole con exorbitantes ojos de pupilas ámbar. “¿De verdad, te quieres marchar? ¿estás segura de que eso, es lo que quieres? “

Yoneida Veracruz no dejaba de prestar atención a los comensales, a tal punto que sus miradas colindaban con la indiscreción. Se contoneaba como una gata en celo. El capataz se percató así que le pidió preparar el desayuno para Julián,  uno de los encargados de la caballeriza con el argumento de que su mujer había enfermado. Molesta hasta el fondo de sí misma, fingió con ironía estar dispuesta.

-   ¿El señor Bruno va a regresar a su país?- Espetó entre

los labios.

-   ¿A Holanda?, claro señorita, así como usted debe

regresar a su mundo, el patrón también. Créame esto es muy bonito. El  paraíso como dicen por ahí, pero para gente como usted y como el patrón puede convertirse en un infierno- Sonrió- Ustedes son muy citadinos, no aguantarían vivir durante tanto tiempo entre ganado y monte.

Lorena, sonrió con pesar y asombro. No creyó parecerse a una citadina, siempre mantuvo humildad, y capacidad de adaptación, “quizás no era suficiente”. Después de meditar un poco, pudo admitirlo: “era una citadina”. Amaba la tecnología, los centros comerciales, las estresantes avenidas Caraqueñas,  los servicios a la vuelta de la esquina o tras un marcado telefónico o tras un clic del ratón de su computador personal. Las montañas era solo un momentáneo hospedaje para recargar energías…En particular,  su estadía fue el resultado de una cadena de errores y la conspiración, en su contra, del destino. Estaba completamente de acuerdo.

Yoneida Veracruz continuaba absorta en la conversación a pesar de estar inmersa en la sartén que ardía sobre la hornilla con el desayuno de Julián.   

-   ¿ y usted cree que el señor Bruno piense en regresar?

Se arriesgó a preguntar, como quien teme ser indiscreto. Un sorbo a la taza de café con leche relajó sus nervios-  bueno, le pregunto porque como ha dedicado tanto esfuerzo a los caballos y a los cultivos no creo que vaya a dejarlos a la deriva, no parece ser de los que abandonan sus asuntos.

-   Claro, señorita, el patrón no es de abandonar lo que

más quiere. Estás tierras le gustan mucho,  pero el patrón cuenta conmigo y los demás peones. Ya lo veré cada tiempecito que tenga libre en sus negocios de Europa por acá. También sería muy grato verla a usted, claro,  cuando se canse de Caracas y sus pendientes le den espacio, señorita.

Una paila caliente fue lanzada contra el chorro de agua en el lavaplatos dejando escapar un quejido del metal debido al brusco cambio térmico. Una nube de vapor se disperso y se esfumó aprisa tras los comensales ante la pericia de la cocinera al tomar el sartén de la manga.

-   Muchas gracias señor Tomás.  Los extrañaré, por cierto 

¿qué es de la vida de Doña Verónica?. No la he vuelto a ver.

-   Doña Verónica ha de venir hoy al agasajo, a lo mejor y

viene con Fabiola , su hija y el nieto. Han sido días muy fuertes para ellas, pero su mamá y ese bebé lo va agradecer por siempre. La gente de estos lados somos muy agradecidos señorita, y lo que Doña Verónica está haciendo por esa muchacha y su hijo no tiene precio.

Llevó de nuevo la taza de café hasta sus labios preguntándose sí había sido injusta con ella, quizás se había predispuesto a lo peor solo por su relación escabrosa con Bruno Linker.

-   ¿Y Doña Verónica también se irá con él?

-   Pues, me temo que sí, señorita , son la sombra

uno del otro, aunque Don Bruno se haga el duro con las atenciones de su nana. Es que esos, de coraza fuerte suelen ser los más blandengues- Se sonrió y por primera vez pudo ver un gesto de picardía en aquel capataz que no hacía otra cosa que darle vuelta a la cuchara con el azúcar en la taza de café negro. Sus manos gruesas, llenas de callos y de uñas opacas, empezaban a mostrar algunas arrugas en los pliegues de la piel, los años de vida se empecinan en dejar huellas muy loables en algunas personas más que en otras- El patrón tiene muchos pendientes de trabajo, no todo el tiempo puede dejar a otros atendiéndolos, ¿cierto? Si fuera así, llega el momento en que no son los asuntos de uno, sino de otro.

En sus palabras sencillas y sus diezmados fonemas propios de su tierra Colombiana junto al dialecto de los campos venezolanos se podría captar una verdad ineludible. Ese, era su caso. No podía ausentarse por más tiempo, estaba a punto de cruzar el límite entre la cordura y la esquizofrenia, porque albergando en su consciencia la lógica de lo que debería ser correcto deseaba aplicar lo que no debía. ¡Y no debía pensar en un hombre tan irracional, déspota, desconcertante y arrogante como Bruno Linker! ¡Eran incompatibles! Ni con surfactantes. Su escasa experiencia, le dictaba clases de prudencia de forma dictatorial para sobrevivir y mantenerse a flote en el ostentoso mundo de los hombres del siglo veinte. Lo había heredado de su madre y su padre la había formado para incursionar en la cabina de mando en donde se debía mantener firme a pesar de las vicisitudes. Su padre la formó como líder y como tal no debía flaquear aunque quien se vistiera de razones e ideales fuera un hombre y él, conservaba la misma formación, en el fondo era tan controlador y analítico como ella y ningún barco, jamás podrá tener dos capitanes. Así que, ¿para qué gastar impulsos nervios en cada una de sus terminaciones cerebrales por un asunto inverosímil? “Debía desterrarlo por completo de sus pensamientos y de su corazón”

-   Doña Verónica ha estado muy apenada con usted, por

su falta de hospitalidad, pero ha depositado su confianza como anfitrión en su criado, el patrón.

-   ¿Pero usted la ha visto antes?- Estaba sorprendida al

descubrir la capacidad del capataz de estar en tantos sitios sin delatar su esfuerzo. 

-   Sí, señorita, pero como usted nunca me lo pregunto.

-   Bueno, ya no importa si regresa hoy a la finca.  Me

gustaría verla antes de viajar.

La mujer que hasta ese momento consideraba su prudencia como arma de doble filo, rompió el silencio sepulcral en que se habría convertido su faena luego de enfriar el sartén caliente en el chorro del grifo.  Carraspeó con dificultad al limpiarse las manos en el delantal que caía desde su cintura hasta el borde de la falda floreada.  Recogió el vianda que había armado para Julián junto con una jarra térmica en donde había vertido humeante café. Ocupadas sus dos manos, emuló pesar en sus facciones lozanas. Fingió recordar servir el vaso de yogurt luego de cada comida- como era costumbre de sus patrones- montó la pantomima de querer servirlo excusándose de su olvido, pero Tomás rechazó las intenciones de Yoneida alegando que si la señorita lo deseaba podría tomarlo más tarde para evitar un retardo mayor en el cumplimiento de la orden.

-   El patrón ha sido muy claro en que usted no sale de

estas tierras sin atuendo propio de usted  señorita.

Yoneida se aferró al vianda y a la jarra térmica. Se puso de puntillas girándose sobre sí misma, con marcada prisa fue dejando la cocina al son de las grandes zancadas. La piel le hervía a borbotones. “No faltaba más. Que vistieran a la reina. ¡uy, que arrechera! ¿Por qué no termina de largarse de esta vaina esa mojigata?  Ingeniero de pacotilla, cualquiera le pela el dientero a ese montón de peones necesitados para mandar aquí y allá, y listo…¡Yoneida serénate!- Se dijo así misma. Jadeando respiró hondo hasta que pegándose, inconsciente, a un costado del brazo la base caliente del vianda se quemó, dejando escapar un pequeño alarido seguido de un par de maldiciones- ¡Estúpido Julián! Ahora si me fregué cocinándoles a los peones cuando los deja la mujer- Respiró hondo de nuevo mientras se abría camino a los establos- Debo aguantar un poco más. Es cuestión de horas, un día quizás, para que esta mujercita se monte en uno de esos camiones de hortalizas o de café y ruede cuesta abajo. Esa ropa que te van a comprar, será lo único que te llevarás de mi patrón. Lo juro Lorena Plasco, o como te llames, que así será”.

Como era de suponer Lorena Blasco Veragua se negó rotundamente a cumplir el deseo de Linker, lo repetía con énfasis durante cada momento luego de abandonar la cocina. Su interés principal radicaba en poder entablar conversación con algunos de los propietarios de las fincas vecinas para así, hacerles la afanosa petición.

-   Usted debería confiar un poco más en Don Bruno. Si él

dice que la llevará de regreso, es porque así va a hacer. Dele el gusto de verla con un presente suyo. Mi mujer la va a llevar a casa de su amiga, una señora del pueblo que vende trapos muy bonitos para señoritas como usted.

-   ¿y qué tiene de malo mi atuendo? Con esto me vine.

Con esto me voy Tomás.

-   Bueno, como usted diga, pero permítame cumplir con

mi parte al patrón. Lo que usted haga o no con los trapos será su decisión, señorita.

Como si se tratará de un acuerdo de paz entre ambos, emprendieron camino hasta la camioneta doble cabina del señor Linker donde la esperaba la esposa del capataz, una muchacha bastante joven, con un peón, como chofer,  que había visto con frecuencia en las faenas de la finca.

Recordó que ese día era miércoles,  como miércoles fue la madrugada en que llegó por vez primera a las tierras de Linker.” Un miércoles de cenizas” del año 1997. Desde el puesto de atrás de la camioneta, contempló la movilidad de los presentes, iban y venían, algunas cargaban en sus cabezas las ollas en donde dispondrían la preparación de la comida, otros; mesas y sillas para hacer más cómodo el lugar de las barbacoas que tanto había contemplado desde el balcón privilegiado de la propiedad. Los más chicos colaboraban arrastrando pequeñas bolsas o sacos con las hortalizas e indumentaria de cocina, otros cargaban leños secos para el fogón y los apilaban en el área indicada por el encargado de encenderlos. Cerró los ojos mientras oraba a Dios, pidiéndole que ese fuera su día. El día del regreso a su ciudad. Fue una oración breve, al recordarse acompañada. No deseaba verse inmersa en un mar de preguntas. Las manos sudorosas delataban su nerviosismo, así que en su afán por disimularlo frotaba las palmas de las manos en la tela jeans que cubría sus muslos.

 

CAPÍTULO 27

Bruno Linker estaba en los establos con su caballo Trino cuando vio entrar con el vianda y  la jarra térmica a la altanera de Yoneida Veracruz. No se extraño al ver la forma irrespetuosa en la que hacia entrega de su pedido y admiró el silencio y apacibilidad de quien lo recibía. Al levantar la mirada vio a Tomás acercarse a las afueras del establo. Ató las riendas de Trino, se lavó las manos en un tobo metálico de agua, se secó, aprisa, con unas mantas que colgaban del madero que conformaba la rejilla de encierro de su semental. Sin  pausa se abrió paso tras el capataz, acercándose, lo llamó en alta voz haciéndose audible no solo a él si no a los presentes. Yoneida Veracruz siendo una de ellos decidió esperar a escuchar oculta tras una de las paredes laterales del establo. Lo notó ansioso.

-   ¡Listo, señor! La señorita va con mi esposa camino a la

casa de Lucia. Ella conserva muy buen gusto en esas cosas de  trapos, así que será muy buena consejera. No se preocupe, va a regresar mucho más hermosa de lo que ya es.

-   Me voy Tomás.

Esa Frase. Ese Significado. Esas tres palabras fueron lanzadas como misiles explosivos a los oídos de Yoneida. Empalideció aferrándose a la pared amarillenta que le resguardaba de ser vista. “¿Me voy, Tomás?”-. Su instinto felino en reserva quiso liberarse para hacerle frente, pero su sentido de sobrevivencia y astucia le indicó lo contrario, así que arrastrándose de espalda tras unas paredes continuas se dispuso a afinar su oído al máximo de recepción sonora-.

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