Ada

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El camino de regreso parecía eterno. Fueron más de diez minutos sin mediar palabras. Era lo mejor. El camino en U estaba cerca. Lorena lo vio a través del rabillo del ojo. Luego la bifurcación del camino indicando la propiedad.

Al estacionarse, se bajó aprisa. Por suerte la señora Fabiola, la mamá de Inés y  Tomás el capataz estaban afuera. Sentados en el porche. Ella parecía triste. Culpable. Aguardaba a Bruno para que le diera razón de su hija. Parecía haber recapacitado, pero su error por poco costaba la vida a dos personas.

Lorena saludo y se despidió excusándose con su cansancio cuando en realidad lo que estaba era huyendo.  Después de tantas confesiones lo mejor, era encerrarse en su habitación. Marcar distancia.

El capataz Tomás, sonrió ameno al saludar a su patrón, como si con su sonrisa le estuviera felicitando por su avance con la señorita.

Bruno, no tuvo oportunidad para detenerla. Había huido en toda su expresión. No la buscaría. No esa noche. Lo había decidido durante el camino de regreso. No era el momento adecuado. Si Lorena Blasco Veragua lo deseaba tanto como él a ella, el momento iba a llegar de cualquier forma y quizás sería diferente a todos sus encuentros. Las palabras de Lorena lo estaban marcando, había vivido más de un cuarto de siglo con ideas equívocas acerca de las mujeres, obviando sus sentimientos, sueños y deseos, creyéndolas artículo de primera necesidad cuando realmente  él  artículo era él, se desgastaba en alma, mente y cuerpo en cada contacto. Comprendió las razones de la sensación de vacío en el pecho o en el alma que se apoderaba de él cada vez que una mujer salía de su habitación. Nana Verónica solía decírselo. “Nunca hallaras una buena mujer con ese estilo de vida. Cuando enfermes o decaigas esas mujeres vendrán a ti, pero solo para apoderarse de tus cosas, jamás para velar por ti”. “No creas que el estar rodeado de esculturales figuras es garantía de la felicidad”.  Tuvo razón, su esposa había hecho, precisamente eso, una decaída y ¡zaz! Quiso arrebatar toda su fortuna. En ese momento contrapuso el recuerdo de Lorena, cuando por sus incongruentes razones decidió subir hasta su habitación para dar cumplimiento a un absurdo pacto. La recordó tropezando con la alfombra y fingiendo que nunca hubo tal tropiezo, su cuerpo desnudo estremeciéndose. Temblando. La recordó con una extraña sensación de cariño en su pecho. Se sintió inexperto, desconocedor de todas las teorías de cama. De repente se vino a la mente las palabras de Tomás, su capataz: “Señor lo que pasa es que hay dos tipos de mujeres. Las que son para un ratico y las que son para toda la vida” – Suspiró  mientras se desabrochaba la camisa color arena al caminar pausado a través del vestíbulo, rumbo al despacho desde donde podría acceder a su dormitorio-¿qué tan difícil podría ser vivir contigo Lorena Blasco Veragua? ¡Vaya! ¡Qué terapia la mía! ¡Si sobrevivo estaré en rehabilitación por dos meses!- Sonrió para sí mismo.

De nuevo apareció Tomás en su mente: …” Patrón si usted ha visto algo diferente en ella no creo que sea su experiencia, porque si así fuera y por lo que lo conozco a usted, ya la habría metido a su cuarto, ¿no es así señor?, además de ser así esa mujer sería “una dura”, “la más dura de estas tierras” sería la única en romper su celibato desde que usted dejo su país.”

“¡Qué mujer! Se supone que no debería pensar en ninguna. Mi abstinencia debió ser terapéutica, no traumática”.

“Necesito una cura de sueño para ver si definitivamente me sacó esta mujer de la mente”-Pensó al deslizar la  pared del despacho que lo conduciría a su habitación. Adentro terminó de despojarse de la camisa y del pantalón jeans, los zapatos Loblan de cuero volaron a un costado de la cama mientras él se dejaba caer de bruces sobre el acolchonado King size.

Doña Verónica tenía razón, mañana era un día de muchas ocupaciones y decisiones. Si Lorena decidía marcharse, él decidiría retenerla- a su manera-.

De seguro ambos no podrían concebir el sueño. Lorena deseó descansar para poder decidir sus pasos para el día siguiente. Estaba confundida. No comprendía sus nuevos sentimientos y temía enfrentarse a sus deseos.

 

CAPÍTULO 16

 

-   Buenos días señor Bruno- Expresó la mujer que parecía nunca salir de su mente. Estaba tan obsesionado que la escuchó tras suyo, justo allí, en el umbral de la cocina. Tal era la gravedad de su cansancio mental que la vio de pie, con las manos inmersas en los bolsillos traseros del pantalón, con una coleta alta que recogía toda su cabellera ondulada, con los lentes de intelectual y con los labios acorazonados esbozando una bella y tímida sonrisa. Parpadeó mientras se sacudía la cabeza queriendo despertar por completo. La taza de barro con café humeante quemó de repente sus labios cuando exaltado bebió un grueso trago. Despertó inmediatamente. No estaba dormido y no era un sueño. Se repuso. ¡Era Lorena! De pie, en su cocina a las cinco de la mañana. Como si no fuera suficiente haberla pensado durante toda la madrugada.

-   Buenos días Lorena. ¿te caíste de la cama? ¿Por qué no

creerás que a esta hora alguien te va a cargar a rápel o peor aún en canotaje para hacerte cruzar el río Santo domingo, cierto ?

-   No soy estúpida señor Bruno. Sé que hoy solo se

dedicaran a explorar y evaluar el área, tomar muestras, evaluar cargas, contabilizar piezas para el ensamblaje, revisaran equipos, entre otras cosas técnicas basados en los planos del proyecto. Si trabajan como  usted espera, es posible que realicen el ensamblaje en semana y media, esto sin trabajar en base y cimientos. Supongo que para eso es la grúa y las barras de deslizamiento horizontal.

-   Vaya, ¿y donde viste eso? ¿ en el programa :

Mega Construcciones de Discovery  Channel?- Indagó sarcástico mientras servía ahora dos tazas de café. Le ofreció una a su huésped.

-   Le eche una mirada al fondo del río cuando pase a

recogerlo ayer. Aún la luz de la tarde me permitió ver algo.

-   ¿quieres más azúcar? – ofreció el recipiente también de

barro con el dispensador de azúcar. A Lorena le apareció amable, pero lo rechazó halagando el buen sabor del café-

-   ¿Qué decisión tomaste entonces Lorena?

-   Mi decisión depende.

-   ¿depende? – Se sonrió tomando un par de arepas de

maíz pelado de la cesta cerrada que estaba en el medio de la mesa. Tomó un cuchillo y untó crema de leche en ella. Sirvió una para cada uno- ¿De qué depende Lorena Blasco?

-   Depende de si aún está vacante o no el cargo de

ingeniero residente.

-   No lo sé. Debo consultar. Es restrictivo ser egresado y

preferiblemente con experiencia y por lo que ya sé, eres muy inexperta- Su mirada intimidante la hizo desistir de morder su arepa-

-   Bueno, pensé que no querría perder tiempo, ni dinero.

Los equipos, al menos que sean suyos, se contabilizan por horas y ninguna contratista desea enviar maquinaria y equipos para estacionarlos al pie de un río que amenaza con crecidas. Considerando su interés, el de los demás pobladores y el mío, pensé que podría colaborarle al menos con el inicio de la obra mientras usted contacta un ingeniero que cumpla con sus expectativas.

Pensativo arqueó una de sus cejas cobijando un brillo de picardía en sus ojos. Pareció como si considerará la idea.

-   Déjame consultarlo. Te diré más tarde. Se puso de pie

recogiendo el sombrero que había dejado sobre el mesón de cerámica y mármol  junto a la nevera. Su taza de café estaba por la mitad.

-   ¿podría ir con usted?

-   Son las cinco de la mañana Lorena. si no te has dado

cuenta ni siquiera ha salido el sol, además los obreros de la constructora inician jornada a las siete a.m.

-   Pensé que podría acompañarlo.

Sonrió confundido. Anoche estaba huyendo de él y esa mañana buscaba caer en sus redes- realmente no creo que te agrade mi faena.  Iré a supervisar labores de ordeño, de alimentación, de cultivos…

-   Solía visitar las tierras de mi padrino en Apure. Mi

padrino es el padre de Marcos. Es como mi hermano- él asentó su cabeza, se despojó del sombrero estrujándolo en sus manos mientras retomaba el mismo asiento dispuesto a escucharla- a mis padres y a mí nos encantaba pasar vacaciones allá. Aprendí a cabalgar y hasta a ordeñar- sonrió con tristeza. Bruno deseó poder abrazarla para consolarla. Le dolió saberla triste- es un mundo diferente, pero es hermoso.

-   Lamento mucho la perdida de tus padres.

-   Gracias.

-   ¿Quieres hablar de ellos? No sé, dime ¿cómo eran ellos?

En mi caso es muy poco lo que recuerdo de mis padres.

-   Lamento también que usted haya pasado por lo

mismo…Mi padre era el mejor ejemplo de trabajo, organización y responsabilidad. Aprendí mucho de él. Mi madre era más hogareña, pero siempre soñó con dirigir y administrar su propia mueblería, por esa razón adquirí una.

-   ¿Tienes una mueblería?- Sorprendido.

-   Sí. Es grande, con variedad e importo muebles de

Portugal, tal como deseaba hacerlo mi madre. No sé cómo nunca se decidió a tenerlo. Es buen negocio.

-   Estudias y trabajas, ¿cierto?- Ella afirmó con su cabeza

luego puso un codo sobre la mesa y apoyo el mentón en su mano-¿Y cuándo perdiste a tus padres?- pregunto con curiosidad.

-   Hace cinco años. En mi cumpleaños número diecisiete.

Estábamos disfrutando de las playas de Falcón, cerca del cabo San Román.  Son Bellas, pero luego de esa tragedia las veo horrorosas.

-   …¿Y cómo paso?

-   Ni yo sé explicar cómo. Todo fue tan rápido. La playa

tenía un toque mágico. Nos atrajo tanto que mi madre y yo nos zambullimos. El agua fría bajo el sol abrasador matutino nos encantaba. Cuando me di cuenta mi madre y yo éramos arrastradas por un fuerte oleaje. Mi padre nos vio luchando con no irnos al fondo. Yo no sé nadar, por eso ni siquiera me adentraba pero esa mañana el agua nos arrastró. Vi a mi padre zambullirse y bracear hasta donde estábamos. Mi madre y yo estábamos tomadas de las manos cuando mi padre llegó. Él Nos logró sacar, pero de repente otra fuerte ola nos separó, mi mamá  desapareció y a nosotros nos arrojó a la orilla, como pudo me puso a salvo. Me vi rodeada por mucha gente. Todos desconocidos. Mi padre debería regresar, rescatarla y venir a la orilla de nuevo, pero eso no ocurrió. No los volví a ver con vida… Cinco días después aparecieron en otra playa.

-   Lo siento. Debió ser muy doloroso- extendió una de sus

manos presionando la mano derecha de esa mujer. Le había alterado el ritmo de vida y por primera vez en muchos años, hizo que su pecho se encogiera de pesar.

Lorena masculló. Un esbozo de sonrisa impregnada de resignación cubrió su rostro y sus ojos color ámbar la hicieron ver aún más hermosa. Bruno Linker tuvo una sensación extraña en su abdomen. No era hambre. No sabía cómo definirla. Su pecho se encogió y sintió una presión leve en él, cambio de postura para respirar mejor. Su mejor amigo solía levantarse como una cobra danzando entre sus pantalones al sentir cerca esa mujer, pero en  ese momento huyó despavorido. Otras sensaciones más del corazón que del cuerpo lo doblegaban. Chasqueó los dientes y aunque quiso levantarse para irse, no lo hizo. Permaneció allí, junto a ella.

-   Tus padres estarían orgullosos de ti. Estudiante, pronto

profesional, empresaria y digna… virgen- sonrió- eres muy bonita y a tu edad es casi imposible conseguir una mujer pura. Pura en toda la expresión, porque déjame decirte que he escuchado de muchas mujeres que mantiene su himen pero disfrutan de todas las demás bondades de su cuerpo. Eso no es pureza.

¿Cómo llegamos de nuevo al mismo tema?- Pensó Lorena, quien de nuevo se estaba ruborizando. Lo sabía por el calor incipiente en sus mejillas y en sus orejas, además la sonrisa irónica de ese hombre la ponía al tanto. Su protagonista de Misery había marchado y estaba dando inicio a encuentros de media luna. ¡Erótico!  Y aunque temió, la curiosidad por descubrirse así misma crecía. Si ese hombre se permitiese amarla un poco más que desearla su yo interno y ella misma caerían complacidas en sus brazos, pero acostarse solo por deseo era como cubrir una necesidad fisiológica o comportarse de la forma irracional e instintiva de un animal. No podía concebirlo. Triste pensó: ¿Podrá amarme algún día ese hombre? ¿O estaré condenada a solo ser su momentáneo objeto de deseo?

-   ¿qué planes tienes con tu vida Lorena?

-   …quiero graduarme, tener una constructora, ampliar los

negocios. La tintorería y la mueblería en honor a mis padres. Estudiar gerencia de empresas. Una maestría o algo así para mejorar lo que tengo. Regresar a Portugal y reactivar los bienes de mis padres para que generen ingresos. ¡Dios que me alcance la vida!- sonrió extasiada.

Él la contempló nostálgico, quizá desanimado, realmente no dijo nada de lo que le interesaba saber. Lorena podría ser una mujer materialista y superficial como todas las demás, pero en otra escala de autosuficiencia. Permaneció callado atento a sus palabras. Ella pareció hacer una pausa eterna mientras él le daba vueltas a la taza de barro vacía entre sus manos.

-   …también quisiera casarme de blanco, tener un  buen

hombre a mi lado, que me ame y me comprenda, que me de dos o tres niños hermosos. Vivir mi propio cuento de hadas. Sé que es una bobería, pero suena tan bonito.

-   No es ninguna bobería. Un poco irrisorio para mi

gusto. Pero no una bobería.

-   Por esa razón entiéndame.  Anoche pensé mucho en

estos desordenes hormonales que me perturban el raciocinio haciendo que yo fallezca entre sus brazos y le permita besarme como lo ha hecho antes. Sé muy bien que como hombre me desea, a pesar de que no soy su tipo- sonrió triste y resignada-  La naturaleza es así. La vida es así, extraña, pero por esa rareza de la vida es que no quiero equivocarme. No quiero llevar a cuestas culpas de mi pasado y estar con un desconocido que al despertar siempre será eso. Un desconocido… alguien a quien no volveré a ver jamás una vez que cruce el río. ¿Me entiende señor Bruno?

-   ¡Vaya! ¿por qué eres tan analítica, tan controladora del

futuro?  Temes perder el control de tus planes y eso te aterra. Lo veo en tus ojos. Respecto a ser o no un desconocido es algo que podría someterse a cambios ¿no lo crees?

-   Sí, claro. Creo conocer sus cambios. De desconocido a

amante.

-   No pongas palabras que nunca he pronunciado en mi

boca. De todas formas, no sé si halagar tu madurez o reprochar tus prejuicios. La vida se puede vivir disfrutando de los momentos. No es necesario someterse a los designios del futuro. Basta con sentirse bien en el hoy y en el ahora. La vida está llena de millares de esos pedazos momentáneos de felicidad…De todas formas te comprendo, o intento hacerlo… pero si lo que me estas pidiendo es una tregua de pasiones. Está bien, pero solo hasta cuando nuestros cuerpos resistan. No puedo prometer más.

-   Gracias, pero creo que no solo hasta que lo digan

nuestros  cuerpos, debe ser algo más serio. La verdad no confió en lo que mi cuerpo está sintiendo, es un traidor- sonrió irónica-  por eso pensé en enfrentarle. Es mejor exponer nuestras ideas y ser sinceros con nosotros mismos, en lugar de jugar con nuestras sensaciones.

-   ¿Sabes?, eres mucha ideología para mí. Acepto la tregua.

Bruno abrumado, aceptó, como por desistir de la profundidad que según él estaba adquiriendo la conversación. El sombrero temió ser despedazado de tanta presión y giros en las manos de su dueño. ¡Maldición! ¿Por qué está mujer es tan enrollada?- Pensó al abrirse paso tras el pasillo que lo llevaría afuera- ¿Es qué no es más fácil aceptar lo que está sintiendo y ya? ¿No es más fácil entregarse y si funciona, bien y sino también?... Quizás toda esta disyuntiva entre irse a mi cama o irse a la ciudad es porque teme al primer encuentro. Todas las mujeres se hacen ideas equivocas, traumáticas y dolorosas de sus primeros encuentros. No siempre debe ser así. Puede ser que si la conduzco a ese punto y la hago sentirse bien toda su  filosofía de vida cambie. Claro, el punto es ¿cómo?- sonrió malicioso- debería doparla- Se sacudió la cabellera bajo su sombrero como desechando la despreciable propuesta. Sonrió pícaro- ¡mierda nunca creí que se podía desear tanto a una mujer! Es como si lo  inalcanzable fuera más tentador y excitante.

Lo apropiado era permanecer lucido para asumir cada uno de los roles que su amigo y ex propietario, Sebastián, le habría transferido para que así las tierras continuaran igual de prosperas durante su permanencia, pero con esa mujer en la cabeza ¿cómo? Por un momento se molestó tanto consigo mismo que se propuso enseñarle lo más pronto posible las maravillas del sexo o rendirse, y hacerla cruzar el río como fuera posible.

Doña Verónica tuvo una madrugada muy extenuante. No es fácil para una mujer de su edad pernoctar en una banca de hospital, por muy robusta que parezca, la edad tiene sus quebrantos. Lorena tuvo que esperar inmersa en el más profundo de los hastíos, de pie frente al ventanal de la terraza en el primer piso. El sitio en donde días atrás habría pactado con su anfitrión, pero que irónicamente le parecía el mejor sitio para meditar. A las seis y media a.m. ajusto su cabellera tras una cola de caballo que terminó en una gruesa trenza sobre sus hombros, ajusto los lentes sobre el tabique nasal y emprendió camino tras el umbral del porche de piedra. La neblina era suave. No había llovido y la luz matinal brindaba ese tono mágico a la vegetación, era capaz de convertir en musa a los helechos y pinos. Caminando era un poco distante, pero no más de un kilometro. De todas formas la vegetación de ese lugar incitaba a mantenerse en ellas. Cuando llegó a las cercanías del río, se  encontró con algunos hombres aguardando por las órdenes del día. Algunos saludaron con sonrisas, otros, moviendo el ala de sus sombreros y otro más atrevido como José Artiaga con un abrazo, beso de mejilla y efusivas sonrisas.

Bruno Linker llegaba en  ese momento. Detuvo su caballo junto a los otros, amarró las riendas y se unió al grupo ignorando la presencia de Lorena, quien estuvo de acuerdo en que esa actitud era lo mejor para que entre ambos se disiparan las pasiones. ¿Pero hasta cuándo podría resistir su indiferencia? Su yo interno transformado en astral parecía molesto.

Aproximadamente, a las nueve de la mañana Bruno Linker se retiró dejándola en compañía de todos aquellos trabajadores. Especialmente de José Artiaga, quien no desistía de su interés por ella a pesar de estar claro de las intenciones del señor Linker con la joven.

Atendió una llamada en su Iphone. Era de Sebastián. El saludo fue breve y la conversación se concentró en detalles de ingeniería de estructura, ¡como si él fuera la persona indicada! A veces, se enojaba y pedía que fueran más explícitos, pero cansado de sentirse ignorante, asumió lo que mejor sabía hacer: ser  gerente. Decidió proponer a su huésped como ingeniero residente y como siempre lo ha hecho, usar el talento de otros para obtener un fin.

-   Sebastián, tengo una joven estudiante de ingeniería civil

que desea colaborar con la construcción, pero no estoy seguro de que sea adecuado asignarle tal responsabilidad.

Fue el inicio de un largo interrogatorio sobre quién era y qué hacia una mujer en su aislamiento terapéutico, hallándose sin respuestas a muchas de sus preguntas las evadía con picardía y retomaba el tema de la construcción. Su fama de mujeriego batía record pero ignorando sus tendencias amorosas se concentró en solicitar datos de identificación de la estudiante para iniciar un proceso de investigación y evaluación de perfil académico así, determinar si estaba en condiciones o no de realizar una especie de pasantías con ellos, después de todo Bruno recordó que estudiaba en la U.C.V. y los vínculos entre el departamento de pasantías y la contratista TracMark Company habían sido muy buenos, así que si era tesista o aspirante a grado con el nombre y apellido bastaba.

 La conversación fue larga. El maestro de obra conservaba los planos, proyectos y demás fundamentos técnico y debía hacerle entrega a Bruno para mediar con su ingeniero residente. Una hora más tarde Bruno recibió otra llamada y tuvo que sentarse en la primera roca de río que encontró a las orillas del terreno. Sonrió complacido. Algo en su corazón se alborotó acelerándole el ritmo cardiaco. La miraba en la lejanía conversando con los demás y deseaba tomarla para sí mismo. ¡Qué mujer! ¿Cómo dejarla marchar?- pensaba-  Sebastián y el ingeniero René quien era el dueño de la contratista habían investigado a la “pequeña huésped de Bruno Linker”. Primer promedio académico, oradora de orden, trilingüe, preparadora académica de Mecánica Racional, cálculo 40 e infraestructura durante toda su carrera. Académicamente cumplía con un buen perfil y lo del título era cuestión de  tiempo para trámites administrativos.

-   ¡Qué suerte tienes Bruno! – Expresó con gran alarde

Sebastián- ¡Consigues lo qué quieres, donde quieres y cómo quieres!  Solo espero que esa joven sea  lo suficientemente inteligente como para mantenerse alejada de ti.

-   Así que debo confiar en su profesionalismo. Bien, pero

podrías someterla a una última evaluación.

-   No sé cuál es tu desconfianza. La joven es una

estudiante ejemplar, pero si eso te hace sentir mejor te haré llegar seis datos técnicos errados ,que estoy seguro la bachiller Blasco podrá detectar con facilidad y un séptimo dato, que será detectado con mayor esfuerzo, estaré atento para que no vayan a incurrir en ellos y  en caso de ser así, el error no llegue a ser considerable, ¿te parece?

-   Me parece justo, así será. Los planos fueron enviados

por email, ¿cierto?

Confirmado y acordado lo que restaba era trabajar. Y muy fuerte. Cuando le  dio la noticia de aprobación a Lorena, ella no pudo evitar alegrarse. Ese iba a ser su primer trabajo como profesional y estaba dispuesta a poner su mayor esfuerzo. Ese día se dedicó a evaluar el proyecto por completo y a estudiar los planos. Las ideas del proyectista debían ser comprendidas antes de entendidas, pero para ella no parecía difícil. Desde ese momento permaneció en el despacho junto a Bruno Linker. Estaba emocionada y agradecida por la oportunidad, de repente se olvido de Caracas, de su padrino, de Marcos y Sabrina, de sus negocios e insólito hasta creyó que podría olvidar lo que sentía por ese hombre.

   Bruno Linker se comportó como un caballero y excelente  anfitrión. Trajo un par de tazas de café en varias ocasiones y se sentó lejos de ella para no alterar sus susceptibles terminaciones nerviosas. Sentada en su escritorio con los lentes de intelectual y su rostro serio y analítico, lo enloquecía. Lucía como toda una profesional y tal como suponían detectó las fallas con facilidad, la de mayor y las de menor complejidad. Bruno Linker estaba complacido. Sabía que su puente iba a estar en buenas manos. Pero algo en su corazón se acaloraba y le alteraba el ritmo cardiaco, aún no podría determinar cuan maligna o benigna podría ser esa mujer para su salud.

CAPÍTULO 17

 

La hija de Fabiola se estaba recuperando poco a poco, permaneció tres días en el ambulatorio junto a su bebé mientras doña Verónica y las mujeres de la finca Linker se las arreglaban para prestar los cuidados necesarios a la parturienta y su dulce recién nacido, a quien para disgusto de Fabiola llamó Carlos Alberto, como su papá.

Los trabajos de reparación de las vías y del puente marchaban sobre ruedas. Los obreros y los hombres de tierras vecinas, junto con Bruno y Lorena empezaban la jornada desde muy temprano y tal como se había planeado las mujeres de las cercanías se encargaron de la limpieza y arreglo de la vestimenta, alimentos, bebidas y hasta de los primeros auxilios básicos. La Ingeniero residente resultó ser eficiente y calificada ante los ojos de los involucrados en la laboriosa reconstrucción, lo que hacía enorgullecerse a Linker. En una ocasión la contratista había enviado pernos de material maleable no compactible con la estructura por error, y fue su observación la que condujo a una nueva revisión  de los materiales enviados. Un error de almacén en la contratista pudo atrasar o perjudicar la construcción de forma permanente. Lorena como profesional demostró ser única, no necesitaba de un titulo para certificarse como tal y como mujer… Bruno se moría por ascenderla.

El tiempo transcurría en un parpadeo, amanecía, desayunaban e iniciaban jornada no sin antes llamar desde el móvil de Bruno a su padrino, quien había desistido de su preocupación por Lorena.

En ocasiones, se reunían al caer la tarde en el vestíbulo del rancho los tres. Bruno, Lorena y Doña Verónica.

Bruno la contemplaba extasiado mientras escuchaba sus anécdotas en la universidad y de los viajes que solía hacer para su formación académica. Se preguntaba mientras la oía cómo pudo una mujer tan especial, caer entre sus redes. Una mujer que por primera vez lograba cubrir las expectativas de su nana Verónica, lo cual no era nada fácil  de lograr. No recordó que alguna de sus novias hubiera creado algo de simpatía con ella. Empezó entonces, a querer descifrar las razones por las que el destino la habría puesto en su camino. Sin respuestas…

De cada conversación vespertina fluía la desnudez de sus vidas. Poco a poco, sin indagaciones, sin prisa, ambos se daban a conocer con sus anécdotas. Bruno Linker aprendió a querer a Sabrina, la alocada amiga de Lorena y a respetar a Marcos el único hijo de su padrino por los cuidados que le profesaba. Supo que Marcos se iba a casar con la hija de un asambleísta y eso  le proporcionó cierto alivio. Lorena les llegó a confesar en medio de risas las creativas historias incitadas por la desconfianza que ambos le inspiraban, a él no le agrado ser comparado con la perversa y sínica protagonista de Misery. ¡Vaya qué imaginación!-pensó. Los camiones con la producción de café y de hortalizas ya habían podido salir y aunque no se culminaban todos los detalles de la reconstrucción del puente, la vía se había habilitado para ellos. El día en que esto ocurrió Bruno pensó que su huésped Lorena Blasco daría media vuelta y se marcharía con ellos, pero no lo hizo. Se quedó. Prometió no hacerlo hasta que el completo ensamblaje sobre las viejas y reconstruidas bases pudieran estar listas. Es sorprendente la rapidez con que se puede culminar una obra si existe presión y mucho dinero de por medio.

Pero el tiempo se acortaba. Algún día tendría que marchar. Bruno estaba convencido de esto.

Fue en el octavo día de iniciada la obra en que Bruno Linker invitó a Lorena a dar una cabalgata por los alrededores. Coincidió con la mudanza de la señora Fabiola, su hija Inés y su nieto Carlos Alberto. Debían regresar a casa así que Doña Verónica se ofreció a acompañarlas y permanecer con ellas un par de días, por lo menos mientras acondicionaban el lugar con algunas cosas que Verónica vio apropiadas para la comodidad del bebé. Iba a informarle a Lorena, esa misma mañana pero en vista de que había salido antes a la obra, Bruno se ofreció a explicárselo.

 Eran las diez de la mañana cuando él la tomó de un brazo para alejarla de los demás obreros. Tomás el capataz se haría cargo.

-   Has sido una excelente prisionera- Sonrió al acariciar su

barbilla escurridiza.

-   Si no estuviera de cabeza en la construcción del puente,

le aseguro que me hubiera sentido así.

-   ¿Aún no reconoces el sitio en donde estamos?

-   Con precisión no. Me enteré que estamos cerca de Un

pueblo llamado Altamira de Cáceres.

-   Bueno realmente estamos bastante distantes de ese

pueblo y desde allí a unos quince kilómetros está Barinitas, nosotros viajamos desde Apartaderos que dista bastante, por eso te pareció tan larga la llegada, además llovía  y debía conducir con cautela, esa vía de la trasandina es una de las más peligrosas en épocas de lluvia. Las fallas geológicas de la zona Lorena, hace estos lugares muy inestables, propensos a inundaciones o hundimientos, como ya lo pudiste ver. Vamos, quiero mostrarte algo.

La tomó de forma posesiva. De no ser por ese brillo de emoción en sus ojos negros se habría negado. La llevó en caballo de regreso al rancho en donde le esperaba otro de sus ejemplares ensillado.

-   Me has dicho que sabes cabalgar, así que he preparado

este caballo para ti. Es un pariente de Trino. También es excelente ejemplar.

Lorena no comprendía a donde quería llegar, tampoco estaba de acuerdo con su yo interno en permanecer mucho tiempo con ese hombre. Un fuerte estremecimiento le hizo ver su yo interno, de pie frente a ella - un desdoblamiento astral- y estaba consciente de ello ¿o estaba alucinando? Su yo interno, aleteaba su mano como si se estuviera despidiendo, dio media vuelta y se marchó. Luego vio al gordinflón de su raciocinio en pantaloncillos corriendo tras ella. Parpadeó para volver en sí, burlándose de sí misma. Retomó el pensamiento. Durante los días anteriores había aprendido a convivir con él pero no ha suprimir las sensaciones que su presencia creaba en ella. Era cada vez más embriagador y eso no le gustaba. Su piel se helaba y perdía seguridad en sí misma. No podía dejar de mirarlo como lo veía, como un hombre déspota, arrogante pero también seductor y cautivador. Atractivo. ¡Hermoso! Trabajar y convivir con él se había convertido en parte de su aprendizaje como profesional y como mujer. En las jornadas sentía su influencia y sabía de la distancia que los obreros mantenían a razón de las punzo penetrantes miradas de su patrón. Pero estaba allí, en la caballeriza, había abandonado el puesto de trabajo para ir tras sus pasos y debía seguirlo hasta el final.

Cabalgaron juntos hasta Altamira de Cáceres a novecientos metros sobre el nivel del mar. Estaba contenta de cabalgar. Lo hacía muy bien a pesar del tiempo que llevaba sin subir a un caballo. El pueblo era de novela, mágico, encantador. Las calles de concreto con casas de construcción típica de los andes, los tejados rojizos llenos de musgo, ennegrecidos por las lluvias, las paredes algunas todavía de bahareque, otras de concreto, coloridas y vistosas con grandes ventanales de barrotes y puertas

 estilo colonial. La plaza Bolívar con un verdor que no era ajeno a su entorno, frondosos árboles erguían sus copas  mientras a sus pies las bancas esperaban por los lugareños.

La gente cordial. La gente bella. Los hombres sobre las bestias a su paso saludaban con el ala del sombrero, mientras que con un leve movimiento de cabeza se despedían. La neblina deliciosa carcomía los pómulos. Algunas de las calles aún de tierra, orgullosas contaban con museos e iglesias. El museo “José Ángel Angarita” le pareció hacer alusión a su amigo José Artiaga, cosa que causó disgustó en Linker, lo que hizo que cambiará inmediatamente de tema. La iglesia de Altamira de Cáceres era pequeña pero bastante hermosa. Entró emocionada, se santiguó y pidió un deseo, era una vieja costumbre de su mamá, decía que cada vez que visitará por vez primera una iglesia, orará por sus peregrinos y los moradores del pueblo y pidiera algo que considerara imposible. Emocionada le contó sus intenciones a Bruno, pero su rostro serio, ajeno al apego religioso demostraba rencor e indiferencia. Quizá rencor a Dios por no haberle permitido tener padres. Indiferencia a los deseos…Para él las iglesias eran sitios de exhibición de arquitectura y pintura, nada más. Lorena deseó llenar el corazón de ese hombre de esperanzas y amor,  pensó que ese lugar no tenía nada que envidiar de las grandes ciudades. Lo tenía todo. Cualquiera podría ser poeta en esas tierras porque sus calles, la humildad de sus construcciones y la brisa que agitaba los árboles eran mágicas. Por un momento pensó en lo feliz que sería de pagar condena en ese lugar junto a ese hombre.

Territorio adentro, mucho más distante de Altamira de Cáceres, Bruno la llevó a conocer una población conocida como Las Calderas. Era un pueblo cafetalero muy prospero al cual, él iba a llevar a la ruina si el puente no se hubiese reconstruido antes de enviar la producción a la ciudad.  Si los camiones hubieran salido al día siguiente de haber llegado Lorena, el riesgo de perder no hubiera estado presente y su cargo de consciencia no hubiera existido. Fue su error y lo asumía. Almorzaron en las Calderas en una bella posada. El estilo de construcción y las calles eran muy semejantes a las de Altamira de Cáceres. Los alrededores quedarían grabados en la mente de Lorena para toda su vida. Le fascinó el paseo al mirador en donde no le importó ir tomada de la mano de aquel hombre. ¡Esas benditas sensaciones la estaban carcomiendo de un modo delicioso!. Sus poros se abrían en lugar de cerrarse por las inclemencias del frío y era simplemente por el calor masculino que él emanaba. Su presencia tóxica podría transformarla. Temía de ello. Recordó cuán tóxica podría ser su presencia y quiso huir. Pero no podía.

Más adelante detuvieron los caballos al pie de un puente colgante. Parecía extraído de un cuento de hadas. Ataron las riendas, mientras Lorena daba gracias a Dios de que el primer puente no hubiese sido ese. Si no estaría condenada a permanecer en ese lugar de por vida. Los hermosos alrededores justificaban las precarias condiciones, hasta la ausencia de peldaños lucía en el paisaje, las cuerdas con una pronunciada concavidad unían el camino de las Calderas a Masparrito y al lago encantado. Las enredaderas marchitas guindaban arrogantes de las cuerdas principales, mientras cada una de las tablas gritaba al ser tocadas con algún calzado. En épocas de cosecha la producción la traían en bestia hasta la vía principal de las Calderas.

Bruno la tomó de la cintura al cruzar el puente colgante. Ella se aferró a él como si fuera el último día de su vida. Se sintió segura. Al cruzarlo se detuvieron contemplándolo mientras el bramar del río parecía desear su atención. ¡Hermoso, divino y hermoso, señor Bruno!- Dijo exaltada. Los ojos tristes de él permanecieron inmutables, sin brillo. La escuchaba y la veía  con pesada resignación al ser llamado señor. Casi en silencio él la arrastró a través de una espesa vegetación, su mano presionaba la suya y con la otra se abría paso entre la maleza. Lorena se agitó.  Pocos metros después él detuvo su paso, frente a ella, pidiéndole que cerrase los ojos. Sonrieron divertidos. Por unos segundos se sintieron como dos quinceañeros. Habían rejuvenecido mucho más de lo que era. Los treinta de Bruno y los veintidós de ella se hicieron ínfimos.  Al abrir sus ojos pudo contemplar la laguna más hermosa que haya podido ver. Los moradores la llaman la laguna encantada por el toque místico que se percibe en el aire y por desconocer cuál es la fuente que la surte de tan mágico y colorido líquido. Un azul traslucido que enamoraría a cualquier retina. “Mágica y misteriosa”- Se repetía así misma. Los árboles parecían crecer repletos de musgos y algas bajo sus aguas y a su alrededor majestuosos guamos, bucares, frondosos helechos machos, cedros que expelían su peculiar aroma y bellos laureles vestidos de pequeñas flores blancas. La laguna lucía como un gran espejo azul que exhibía orgulloso la vegetación que crece en sus profundidades–. “Me encantaría entrar en él, contigo”- dijo Bruno a sabiendas de que a Lorena le perturbaba el hecho de nadar. Su reacción tal como lo espero fue reacia. Se justificó de inmediato- pero los lugareños dicen que guarda un misterio, por ello nadie se  baña en él. Digamos que es solo un pozo de éxtasis visual-. Dijo al girarse hacia ella. Se miró en sus ojos a través de los incómodos cristales de su montura  al momento en que sus dedos acariciaban su barbilla, suave y fría. No se explicaba si era por las bajas temperaturas o por su presencia. Podía percibir sus feromonas rebosando bajo su piel. Su pulso acelerado y sus labios temblorosos deseando muy en el fondo, ser besados, su cuerpo se adhirió al de ella. Ardiente. Acercó su boca mientras se preguntaba así mismo el ¿por qué debía marcharse?, ¿por qué no quedarse a su lado por más tiempo? ¿Acaso debería derrumbar el puente de nuevo? Vaya, eso golpearía sus finanzas. ¡No le importaba! Sus Lentes se deslizaron por su tabique nasal antes de que Bruno los retirara con cierta parsimonia. Los sostuvo en una de sus manos ajeno a toda caricia, hasta que las hojas secas a sus pies lo recibieron. La besó. La besó como antes, como aquella noche en su camioneta en las afueras del ambulatorio o como la noche en que Lorena había decidido entregarse en un trueque absurdo. La besó apasionado. Sus venas ardían y los pechos de Lorena parecían explotar. Era una implosión de deseo que de seguro los llevaría a un precipicio sin salida.

El ruido de la corriente surtiendo la laguna era lo único audible, ni siquiera los latidos de su corazón se escuchaban. El silencio propio los cobijó mientras los labios de uno buscaban el del otro. Bruno sabía qué estaba pasando. Su cuerpo estaba acostumbrado a encenderse en la llama de la pasión, pero ella, desconocedora de lo que empezaba a sentir, temía. Un gemido suyo lo hizo volver en sí. De repente sus brazos escurridizos lo alejaron, pero éste, experto en los placeres la retomó.  Comprendió porque Lorena decía desconfiar de su cuerpo. ¡Su cuerpo era un traidor!  Estaba sintiendo tanto deseo como él.

Podría ser suya en ese momento. Al pie del pozo azul. Único testigo de su entrega. Sus manos ávidas de pasión acariciaron su espalda mientras se abría paso bajo la camisa de cuadros. Su piel ardía. ¡Maldición! ¿Cómo detenerse con tanto deseo bajo la piel, con tanta sed de su cuerpo? No dejó de besar sus labios, su comisura, su barbilla. Ágil se deshizo de los botones superiores de la camisa abriéndose paso con sutileza entre sus voluptuosos pero tímidos pechos. Montañas seductoras que lo estaban llevando al precipicio. Un gemido lo hizo seguir adelante. Contempló la suavidad de su piel mientras sus labios arrancaban su brassier. Sus ojos brillaron de éxtasis ante la desnudez de su pecho. Jamás vio pezones tan hermosos y jamás los deseo tanto. Sus aureolas como un par de sombras redondas esperando a ser besadas, esperando que él, las lamiera, las acariciara y les enseñara la divinidad del tacto.

- ¡Dios santo!- murmuró Lorena en un mar de placer y desconcierto nunca navegado- “esto es una locura, Bruno”- Iba por buen camino pensó él, al escuchar por vez primera en muchos días su nombre sin el término de cortesía que tanta distancia creaba entre ellos.  Algo dentro de su cuerpo la hizo desvanecerse y cedió a las caricias y a los besos. De repente, Bruno  la tomó de ambos abrazos haciendo una llave con ellos y la arrastró, abriéndose espacio entre la vegetación hasta un laurel con su peculiar tallo liso y muy frondoso que decidió, fuera otro testigo más. Los alrededores se vestían de cedros, helechos y musgos. El aire de delicioso aroma a esencias y a tierra mojada, deleitaba el olfato. Llevó a Lorena contra el madero del laurel ahogada entre sus besos. Una de sus manos quemaba su cintura buscando deshacerse del resto de los botones de la camisa. Pronto halló su piel desnuda y acariciar con la yema de sus dedos la estrechez de su cintura pareció desquiciante. Ella gimió ruborizada intentando cubrir sus pechos al cruzar los brazos sobre ellos. ¡Iba a enloquecer! Nunca había sentido esa sensación tan extraña de frió y de calor recorriendo sus venas, hasta su vientre se sacudió mientras sus labios lo buscaban sin recato alguno. ¡Malditas hormonas! ¡Maldito Bruno! ¿Por qué es tan atractivo, por qué me encanta tanto estar en sus brazos? ¿Por qué me descontrola de esta manera? Pensó, en el momento en que sus cálidas manos se abrían paso entre la hebilla de la correa del pantalón. Pudo sentir el deslizamiento diente a diente de la cremallera del jeans. Sus dedos puntualizando el área, con gran avidez, buscando sumergirse en la profundidad de su intimidad. ¡Le estaba acariciando el vientre, su vientre! Su cuerpo se sacudió por instinto y él se aferró a ella. Sus manos eran ágiles, podían ir desde el dorso de su espalda hasta su bajo vientre pasando por sus senos y lo desconcertante de la situación era que le gustaba, que no tenía intenciones de detenerlo. Su dedo paseó lerdo entre su clítoris y la hizo gemir. ¿Qué hace? –Pensó-  Cerró sus ojos con la barbilla sobre su cabellera. No entendía como podía sentir sus manos en cada parte de su cuerpo. Sus dedos doblados haciendo deleitantes círculos con breves pausas entre su clítoris la hizo hablar. ¡Sabía cómo hacerla explotar de deseo! Era como si conociera su cuerpo a perfección. Un murmullo, un quejido, un gemido. La Lorena analítica parecía pedir distancia mientras su cuerpo inconsciente se arqueaba para recibir múltiples caricias.  Ávido de pasión, profundizó aquel contacto. Con el dorso de la mano surcaba la abertura de sus labios mayores. Un escalofrió inescrutable la hizo aferrar sus dedos en su masculina espalda. No podía mirarlo. Si lo hacia se desmayaría o saldría en carreras de tanta vergüenza. ¡Dios, cómo pueden ser vergonzosas las caricias que tanto deleite causan! Suspiró cabizbaja a la espera de la senda de besos que atravesaban la profundidad de su ombligo y los declives de su cintura. Pronto los dedos abandonaron su clítoris para acariciar el contorno de sus caderas ahora desnudas. Pudo sentir como sus labios se alejaban mientras sus manos se aferraban feroces a sus caderas, como si temiera que su presa huyera. Así se sintió. Cómo su presa.  Poco a poco su pantalón colgaba desde sus rodillas. Él estaba a sus pies mientras que con seducción separaba sus piernas, ahora tibias de tanto frenesí. Eran suaves al tacto, suaves como el terciopelo. Ella pareció suplicar un “basta”, pero de nuevo su cuerpo la traicionaba abriéndole paso a sus caricias. Poco a poco sus dedos rozando sus piernas, las rodillas y su redondez. Instintivamente se separaron ante las incipientes caricias en su vientre. Profundizó el contacto al hundir con suavidad un par de sus dedos en forma de nudillos. Al instante ella amordazó un grito con el puño de su mano. No pudo objetar nada. Estaba a su merced. Bruno Linker podría hacer todo lo que quisiera con ella.  Y tuvo miedo de sí misma. Él aproximó sus labios simétricos, suaves y cada vez más masculinos hacia su vientre y se aferró a él como si estuviera a punto de caer de un escarpado camino. Lorena descubrió lo peligrosamente seductor que puede ser un hombre con su lengua. Tibia. Mordaz. Sedienta. Quemando todo a su paso. ¡Excitante! No pudo evitar ahogarse en gemidos mientras revolvía entre sus manos la cabellera de ese hombre. Besó su vientre, luego su lengua buscó la profundidad de su vulva. Se ensañó con su clítoris hasta hacerla desvanecer. Sin fuerzas. Contra el árbol. Completamente suya. En sus manos. Poniéndose de pie, buscó el pezón derecho y lo mordió, suave y poco a poco, acalorado, lo besó con ardiente pasión hasta arrancar nuevos gemidos que la despertasen. la miró sonriente, complacido. Satisfecho.  Deslizó sus manos por su cuerpo, por su columna vertebral desde arriba hasta abajo, desde abajo hasta arriba, activando sus terminaciones nerviosas, hasta finalmente acunar su rostro entre sus manos. La miró fijo a los ojos mientras mordió con sutileza sus labios acorazonados. Lo hizo hasta volverla en sí. Estaba inmersa en un mundo de placer. Ambos lo sabían. Nerviosa. Avergonzada. Ruborizada hasta en sus orejas. Desconoció su sensatez y tuvo dudas de su conducta. No pudo hablar mientras Bruno sonreía en su frente, aún sediento. Su respiración entrecortada la abrumaba.

- Maravilloso Lorena. Estás húmeda. Deliciosamente húmeda.

Le besó la cabellera al abrazar su tembloroso cuerpo- eres toda una mujer, amor –. ¿Amor? Ese hombre rudo, déspota y cretino que la habría retenido por sus propios intereses, la estaba abrazando de una forma protectora, dulce, embriagadora y le decía “amor” ¡Dios qué está pasando!  - pensó inmersa en el estupor extraño de aquellos besos y de aquellas intimas caricias. Todo eso era demasiado para ella. Ambos lo sabían.

 

CAPÍTULO 18

 

Bruno Linker buscó en el suelo los anteojos de su deliciosa huésped. Tuvo que rememorar su primera ubicación y remover algunas hojas secas para hallarla, pero no consumió mucho tiempo en ello. Aprisa regresó tomándola del codo derecho mientras la llevaba de nuevo al cruce del puente. Lorena no podía articular palabras, estaba inquieta, él sabía, que por su mente podía estar llevándose una contienda. Su piel aún estaba fría, temblaba y sus ojos guardaban gran sorpresa. La abrazó como nunca creyó ser abrazada por un hombre como él. La abrazó y besó su cabellera que por  estatura quedaba bajo sus sensuales labios.

-   Sé que fueron muchas sensaciones para ti- Dijo

indulgente y en muy baja voz mientras buscaba su mirada-  Fue

Maravilloso… y deseo que exploremos más. Quiero que me acompañes. Que no pienses. Que encierres tu lado analítico y maduro. Que solo te dejes llevar por lo que estás sintiendo. Que no te juzgues, ni me juzgues.  Que te permitas vivir el ahora, a mi lado. Sin treguas. Te pido que por favor confíes en mí. En Bruno Linker.

Ella permaneció inmutable.  Absorta en sus pensamientos. ¿Bruno Linker? ¿Quién es Bruno Linker? Quién más Lorena, ¡El hombre que con sus manos te hizo despertar! Él la sostenía de ambos brazos y la miraba a los ojos, pero ella lo esquivaba. Su mirada gacha hizo que él levantara su mentón para mirarse en sus ojos.

-   Lorena Blasco Veragua, quiero conocerte y

presentarme. Quiero que confíes en mí, así como yo aprendí a confiar en tu profesionalismo, en tu palabra.

Todo era extraño. Supo entonces por qué su traidor “Yo interno” y el antipático raciocinio se habían marchado. No tenía palabras, ni pensamientos. Solo lo escuchaba. Era de él. La había poseído. Le pertenecía. Haría lo que él le indicara. Próximos a cruzar el puente, por fin pudo soltar su voz. Sonó doblegada, como en un susurro.

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