Ada

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-   Que me voy Tomás. Esperaré a que regrese nana

Verónica, para pedirle haga mi equipaje. Ella no necesitará muchas explicaciones, lo que sí es un hecho, es que me va a reprender prohibiéndome cualquier sarta de mentiras o juegos malsanos con la huésped. La protege de una forma Tomás que ni te imaginas.

-   Vaya Don Bruno. Patrón- Titubeó- No es que quiera

aguarle la fiestecita a usted, pero yo no veo muy feliz a la señorita al hablarle suyo, por el contrario , está muy reacia.  Esa señorita solo quiere marcharse y créame, que sin usted.

-   Lo sé Tomás. Estoy llegando a creer que ese es su

estado Natural- Sonrió efusivo al tomarlo de un hombro y arrastrarlo hasta una de las paredes del establo, ignorando que tras suyo un alma de loba en celo estaba atenta a su conversación-. Hoy en el festín le daré la noticia.

-   ¿La noticia? ¿Cuál noticia, Patrón?

-   La del viaje Tomás. Le diré que yo mismo la llevaré a

Caracas. Como debe ser. La llevaré hasta el umbral principal de su casa…Si la música toca a mi favor, las luces me bendicen y las fuerzas del alma reaccionan, está noche, en medio de un baile le pediré matrimonio.

-   ¿Matrimonio?- Indagó aturdido,  su semblante

cambió a prisa al percatarse del estado lúgubre y de decepción que adquiría el rostro de su  patrón. Acarició con tosquedad su sombrero de cuero, buscando las palabras adecuadas para retractarse de su impresión- Bueno patrón, la idea es brillante, pero ¿no cree usted que va muy rápido?. No sé cómo sea allá en su país, pero aquí las mujeres se piensan mucho esas cosas y por más que sea ustedes dos no es que se conozcan mucho, le digo porque cuando una muchacha se quiere casar con uno es porque ya ha tenido tiempecito con uno,  que si va al pueblo, que si ayuda aquí y allá, que hablan de sus familias y todas esas pequeñeces, como diríamos muchos.

-   Si esas pequeñeces que tú mencionas son con el fin de

conocerse. Considero que en nuestro caso es innecesario. Sé qué clase de mujer es Lorena Blasco Veragua y me basta Tomás, es la clase de mujer que quiero para mí. Simple Tomás, me enamoré, aunque me vea ridículo y ni yo mismo lo crea- Sonrió al frotar su mentón con picardía- Sé que esa mujer me corresponde…

-   Pues, me alegro por usted mi patrón. ¡Eso quiere decir

que la celebración es hasta amanecer!

-   ¡Claro que sí!. He planeado abandonar la fiesta con

Lorena. Voy a invitarla a cenar en el pueblo y hacerle lucir ese hermoso collar que elegí para ella. Tomás, por primera vez en todos mis treinta años de vida me siento, extraño, diferente, como un niño en su primer día de clases…  es algo, sensacional. Lorena descompuso y arregló, modificando cada chic interno de mi escáner. Me ha reprogramado.

Ambos rieron amenos. La felicidad era algo que Bruno nunca supo definir y en ese preciso instante, con conjeturas y axiomas rebatidos, construyó su propia definición en base a una teoría que distaba de lo empírico para aferrarse a lo profundo de la ciencia. La Felicidad no era la riqueza que reposaba en una cuenta bancaria, ni los países y lugares exóticos visitados, ni siquiera haber compartido sexo con esculturales mujeres. La felicidad era tener lo que se ansiaba con frenesí en sus brazos, saberlo suyo y verter en él los sueños y esperanzas sin temor a ser destruidos. Felicidad era: Lorena Blasco Veragua.

    Yoneida Veracruz llevó una de las manos al pecho sobresaltado. De espalda a la pared empuñaba su otra mano con deseos retenidos de golpear el concreto que separaba su presencia de la de aquellos hombres. Su Patrón y el capataz. Impotente cerró los ojos. Respiró profundo como si la falta de oxigeno estuviera socavando su cerebro. Empalideció. “Esa mujercita no va a ser suya Patrón, yo me encargaré de bajarla del pedestal ese, donde usted la puso. Por esta Don Bruno- Una cruz con los dedos índice de ambas manos sellados por un beso que se escabullía en el aire, marcaban una promesa- ¡por está Cruz Don Bruno, que usted y esa bicha, no saldrán juntos de estas tierras, así tenga que pasarme la vida metida de brujo en brujo! La mente de Yoneida se había turbado. No hallaba sosiego. Recordó a todos los santeros  que había conocido antes, en la búsqueda absurda de marido y se aferró a la posibilidad de obtener con la intercepción de ellos ante santos y espíritus el amarre que tanto deseaba con su patrón.  De todas las hermanas de los Veracruz, Yoneida era la única quien había crecido con concepciones absurdas del futuro. Deseaba, a costa de lo que fuera, dejar de limpiar y de ser parte del servicio de los dueños de las tierras en donde durante tanto tiempo trabajó su familia. Por su cabeza cruzaron ideas descabelladas y hasta con instintos codiciados por las mentes más macabras, pero la fría balanza de las posibles venganzas se inclinó hacia lo excéntrico y maléfico. “Es lo más efectivo, además quién se va a dar cuenta”- Chasqueó los dientes al subir los peldaños rocosos rumbo al porche de las propiedad-  ¡le debería poner el ánima sola para que no se vuelva a fijar en macho alguno!¬ – Rezongó luego de azotar la  puerta de su habitación que colindaba con la cocina y el patio trasero.

 

CAPÍTULO 28

-   Tomás, voy a cabalgar hasta la Finca de Don Rómulo.

Quiere que platiquemos acerca de los costos de la obra. No sé por qué, pero este caballero no se cree la historia de las influencias, como si se les estuviera pasando la factura.

-   Lo que pasa Patrón, es que los caballeros de acá son

muy correctos y les gustan las cuentas claras y no tener deudas con nadie.

-   Pero Tomás, si ellos no podían financiar la

construcción,¿ qué más quieren? Deben dar gracias, media vuelta y fin de la historia.

-   Es que por mucho que usted sea amigo de Don

Sebastián y que él tenga palancas para haber reconstruido el puente, nadie se lo cree, porque es que muchas veces el Santo Domingo se llevo el puente y Don Sebastián nunca llegó a considerar tremenda posibilidad, además usted sigue siendo el extranjero, aunque duela patrón, la desconfianza pesa, y uno no sabe si están pensando en que usted haya pagado la obra solo para adueñarse del acceso a las tierras.

-   ¿Qué locura? ¿y es que pueden creer que soy capaz de

poner un puesto de peaje? .  No pienso quedarme de por vida en estas tierras. Me gustan mucho, casi al deleite, pero solo como mi posada turística privada, más nada. A veces, extraño mi vida en Ámsterdam, los mejores clubs, las hermosas y agitadas calles repletas de rostros nuevos, los suntuosos autos deportivos y las constantes reuniones de negocios. No me  importa que mi estrés se deba al medio en donde he realizado mi vida, es parte de mí y eso no lo cambian unas cuantas hectáreas de tierras, ni los mejores sementales.

-   ¿Ni las faldas Don Bruno? – Indagó inmerso en una

sonrisa picara.

-   Solo si se trata de Lorena Blasco Veragua.

Aún no eran las nueve de la mañana cuando Bruno Linker, templó las riendas de su caballo, golpeteó el lomo en medio de una orden y se lanzó en galope tras los caminos bordeados de espesa vegetación andina. Árboles altos de hojas anchas, de copas frondosas, aves cantoras durante cada segmento de camino, baches, y rocas propias de la rudimentaria vía que lo conducía hasta las tierras propiedad del Hacendado Rómulo. Cinco kilómetros y medio era la distancia aproximada para poder surcar el sendero cuesta arriba que asomaba una fachada de ladrillos rojos tras un pedestal de mármol en  donde se erguía una fuente de piedra blanca con un Cupido al estilo propio de las obras de  Fernando Botero que apuntaba la flecha de su arco hasta donde debería estar el Cerro “el Gobernador”. Acercándose para rodear la fuente se hacía más audible la caída de agua desde la base que sostenía los voluminosos pies  de Cupido. El recorrido le había consumido casi una hora de su tiempo, si no hubiera sido porque no deseaba asistir en las destartaladas camionetas de uso de la finca, lo habría hecho. Estaba complacido en mandar a Lorena de “compras” en la confortable camioneta doble cabina. Al estar cerca del agua, el equino relincho sediento mientras Bruno esquivó el contacto con la fuente.

-   Buenas días, Don Bruno. Venga por acá para que le dé

agua a su bestia. A leguas se ve que está sediento.

Era la voz del señor Rómulo, quien aún no se dejaba ver. Su voz provenía de una pared recubierta de enredaderas y trinitarias que embellecían la fachada. Bajándose de la montura y atándolo a unos bebederos que distaban a pocos centímetros de la pared se encamino. Doblando el recodo, levantó la vista y se topo con una concurrida asistencia.

A primera vista pudo contabilizar diez de los principales hacendados de Altamira de Cáceres. Detallando un poco más se percato de que también estaba uno de los dueños de una Mucoposada entre otros rostros que no pudo asociar con los recuerdos sociales durante su estadía.

“Lo que me faltaba, una reunión de políticos de pueblo para perder mi tiempo”- Pensó molestó, mientras buscaba tomar asiento en el sitio que la voz del señor Rómulo le indicaba mientras su subconsciente atrapaba comentarios y  palabras del entorno para deshilarla hasta poder descifrar el mensaje de tantos susurros.

-   Buenos días caballeros-Dijo Bruno Linker, rompiendo

los murmullos que se escapaban en el entorno mientras se dirigía a la silueta regordeta del propietario de la finca anfitriona. Su acento extranjero sonó perceptible. -  No sabía que se trataba de una reunión de interés público, pensé que era una conversación privada Don Rómulo, pero estamos aquí, así que expongo mi disposición a los presentes y les ruego la brevedad posible en lo que a mis servicios corresponda, ya que como sabrán tengo compromisos que me atañe resolver antes del medio día.

-   No se preocupe señor Linker que el tiempo que le

vamos a quitar será el justo. Todos tenemos compromisos que resolver, por esa razón estamos acá- El hombre lucía agotado al levantarse, no obstante las palabras de bienvenida sonaron efusivas y firmes. Su mirada evaluativa posó en cada rostro, por un instante, creyó que escucharía un discurso solemne digno de alguna efemérides- el asunto que nos ha traído hasta acá es el de la culminación de la obra. Queremos agradecer la labor que ha realizado nuestro amigo, el señor Linker ante las fuentes gubernamentales pertinentes para llevar a cabo el sueño de acceso a las vías que durante tantos años hemos esperado concretar con una infinidad de promesas de gobiernos. Todos los elegidos han venido con su politiquería a seducirnos con los proyectos, pero todos por igual, salen sin cumplir ninguno. Hoy nos dimos cuenta que hemos elegido a los hombres incorrectos, es una lástima señor Bruno que usted no cumpla con los requisitos de naturalización para ser electo como nuestro candidato- Sorprendido soltó una risa bastante visible y audible que de no ser por la simpatía que su personalidad irradiaba, habría sido considerado una  ofensa. Bruno Linker jamás se imaginó que podía ser visto como un “político de carretera”. Disimuló en un máximo esfuerzo el deseo de soltar una risotada. Esperó su turno, así que se reacomodó en la silla plástica para continuar escuchando.

-   En más de una ocasión , le preguntamos al señor Linker

si la obra requería de alguna inversión y siempre nos dio la misma respuesta. Que para ventura nuestra contaba con una excelente red de contactos, ¡que válgame Dios!, cuántos acá quisiéramos tener. En este momento no tenemos palabras para expresar nuestro agradecimiento. Son pocas las personas que desinteresadamente colaboran de esta forma. Es irónico que precisamente, dos personas que nada tienen que ver con estas tierras sean quienes hayan resuelto las dolencias de años enteros. Contradictorio y sorprendente, pero así son las cosas. Por esa razón estamos reunidos para hacerle entrega a usted de una cuota de nuestra contribución.

Bruno Linker se puso de pie interrumpiéndolo al girar la vista a todos los presentes. El gusano de la indignidad brotaba por los poros, no sabría cómo explicar que aunque nada tuvo que ver con que el río se llevará el puente, sí tenía que ver en los obstáculos puestos para sacar la producción a la ciudad. Su inmadurez, su deseo lujurioso y hasta el egoísmo que como hombre poseía era el culpable del retraso en los envíos de la producción. Los camiones eran propiedad de Don Sebastián y siendo él su apoderado, bastaba una palabra suya para hacer lo que se deseara. No era digno de agradecimiento alguno. A ello debía anudar su interés propio en mejorar el acceso a su finca para cada vez que deseará rentarla a los amantes del turismo andino en los países bajos, entre otras amistades y su inolvidable hermana. Era solo un conflicto de interés en donde él llevaba la batuta. Rechazando cortésmente el agradecimiento, se excuso, argumentando que de ser ese el motivo de su invitación, se rehusaba a romper su pasada palabra. Su contribución en la obra no tenía precio alguno. Al intentar retirarse, el orador de orden lo detuvo.

-   En vista de su honorabilidad, no podemos más que

darle un merecido aplauso y rogar a Dios para que nos mande un candidato como usted.

Un mar de aplausos detuvo su paso en seco, sonrió levantando una mano, correspondiendo con ello al saludo de los presentes.

-   Lo que si le vamos a pedir acepte, señor Linker, es su

colaboración moral, haciendo entrega junto con el señor Artiaga, mi persona y otros delegados, de un detalle que deseamos hacer para su huésped, la Ingeniero de la obra.

-   ¡Claro!, será un placer.

-   En vista de las circunstancia y la premura del viaje de la

señorita, hemos decidido comprar el auto de la esposa de mi hermano. Es del año pasado, pero en condiciones, está como nuevo. Casi nunca lo manejó, ustedes  saben cómo son nuestras mujeres, no agarran carretera si no llevan chófer- un sinfín de carcajadas inundo el espacio y se silenciaron al verse la mano del interlocutor extendida- y como siempre estamos trabajando, ni modo. Bueno, lo cierto es que deseamos hacerle algunos presentes y la única forma de que pueda llevárselos, es en su propio carro.

Bruno Linker, imaginó con mucha jocosidad, cuáles serían esos presentes: “gallinas rojas, plátanos, café, hortalizas, rosas, dulces andinos, bebidas caceras, tejidos de las esposas, papelón y cuanto producto se dé en la región. Los andinos suelen ser espontáneos, cordiales y sobre todo muy hospitalarios con quienes se ganan el corazón y sin duda alguna Lorena Blasco Veragua los había conquistado a todos. ¿Qué podía decir? ¡ Diablos!

Un par de compuertas inverosímiles presionaron el pecho de Bruno Linker como si se tratara de un sándwich. El aire empezó a faltarle. Se sentó de bruces. Oprimido. Como si estuviera abatido en combate.

-   ¿ Pasa algo señor Linker? ¿no le ha parecido buena idea?

Todos hemos colaborado para la compra del auto, así que no hay problema en la adquisición. Respecto al traspaso. Mi hermano y mi cuñada están dispuestos a viajar a Caracas un par de días, para realizarlo. Se le moja un poco la mano al notario del registro para que agilice los papeles y solucionado, el regalo se habrá hecho formalmente- algunos rieron ante lo natural que sonó la realidad del país.

-   ¡No!, no pasa nada. Sorprendido, solo eso, aunque es un

buen gesto, no creo que la señorita acepte un regalo tan oneroso. Después de todo ella lo ha tomado como una práctica de pre-grado.

-   Sabemos que ha tenido percances con su camioneta,

para poder llevarla de regreso y como es su huésped, respetamos el hecho de que sea usted quien tenga el honor, por esa razón y considerando que usted o su capataz podrían acompañarle hasta Mérida es que pensamos que ese es el mejor obsequio.

Don Braulio me comentó que él la iba a acercar hasta la terminal, pero que la ingeniero había amanecido muy mal de salud, esperemos que solo sea una carta a nuestro favor para poder agradecerle su apoyo y no sea nada grave.

-   Por supuesto,  no es nada grave- su voz se escuchó

forzada. No quiso ni imaginar lo que pensaría ese grupo de caballeros con aires del siglo pasado si descubrieran que su enfermedad era solo una retención forzada de calor necesaria para su cuerpo. No comprendía que estaba pasando, pero sea lo fuera no actuaba a su favor. Sus planes se irían al suelo si Lorena aceptara aquel oneroso obsequio. ¿Cómo excusaría su viaje tras de ella a Caracas?. ¿Y su velada?. ¿Cómo iba a poder fugarse del festín con un grupo de viejos atentos a los movimientos de su huésped?¡ Diablos!, eso no podía estar pasando. ¡Era su oportunidad! Nadie imaginaba lo difícil que resultó decidirse a hacer lo que planifico hacer. Era la decisión más importante en toda su vida… – ¿y a qué hora creen adecuado hacer el honor de la entrega?

-   Cuatro de la tarde, a esa hora aún favorece la luz del día

para que la ingeniero revise la mecánica del auto y disponga su viaje.

-   Bien, aunque les aseguro que nada será aceptado, no

por desprecio hacia sus intenciones sino a su carácter…altruista- Sonrió incómodo-  Es una joven muy dedicada y su labor es loable, pero estoy seguro que es incapaz de aceptar semejante gesto de gratitud. Respecto a mi camioneta, he mandado a reparar sus fallas y está a la perfección para el viaje. He planificado llevarla junto con mi capataz, claro.

Los presentes no parecían receptivos a una negativa por parte de Lorena. Era como si tuvieran la certeza de que aceptaría aquel auto. Tampoco lucían de acuerdo con la intervención de Linker. En su mente manejaban indicios de no ser convincente.

Minutos después la reunión se dio por finalizada. La mayoría asistiría a las tierras de Linker para el agasajo, así que debían darse prisa para finiquitar asuntos pendientes mientras sus mujeres, como era costumbre, les esperarían con las camisas almidonadas, los zapatos de baile con gran lustre, los sombreros de pana y los relojes de marcas que solo lucían en los bailes de pueblo.

"Momento de regresar". Bruno Linker sacudió las riendas, palmeó con suavidad su ejemplar sin dejar de pensar en lo práctico que hubiera sido viajar en camioneta. Debía darse prisa si deseaba modificar sus planes de forma favorable a sus intenciones.

 

CAPÍTULO 29

 

  Acaba de llegar esa zorra- murmuró con enfado  Yoneida Veracruz, al verla bajar de la camioneta junto con la esposa del capataz y el chófer. Fue inevitable admitir lo bien que le lucía la camisa de seda de pliegues rectos que caía del arco de su busto, dejando sobre ellos un recatado escote en forma de uve que parecía favorecer un supuesto exceso de volumen en sus colinas femeninas. El pantalón jeans bastante ajustado realzaba los detalles de una silueta de sirena furtiva entre las telas y las botas que traían puestas eran del estilo usado en equitación, pero con decorados flecos dorados y monedas plateadas que caían en sus contornos en diversos arcos simétricos. No podía mentir a pesar del desprecio que sentía hacia ella: tenía muy buen gusto para vestir.

La elección había sido por completo suya. Si era una orden ineludible lucir una vestimenta nueva, no podía aceptar una pieza con que se sintiese inconforme. Si no fijaba su criterio de seguro estaría vistiendo el elegante y suntuoso vestido de escote color nácar, decorado con brillantes y delicadas piedras que además debería lucir con calzado de tacón delgado y alto para que pudiese compaginar. Atuendo que  realmente no encajaría con el ambiente agrícola en donde circundaba. Vestida a su gusto podía disfrutar de la comodidad. La supuesta boutique resulto ser una pieza en la vivienda de una de las mujeres del pueblo, conocida como “Lucia´s Boutique”, “ la boutique de Lucia”, una amable señora que cada mes se arriesgaba a viajar a Mérida o a Barinas para adquirir mercancía. Era popular entre los lugareños y muchos la favorecían en el traslado de su mercadería llevándola por ciertos desvíos de las rutas evitándose la revisión indiscreta e inmoral de los Guardias Nacionales que solían apostarse en las alcabalas improvisadas. Para ellos no existía documento de compra legal a la perfección, de una u otra forma buscaban aplicar la estrategia o argumento idóneo para quedarse con una buena comisión o en el peor de los casos, la retención de una mercancía que probablemente no volvería a ver. Ese fue el tema de conversación, entre otros, como sus intenciones y deseos de viajar hasta Caracas a adquirir mercancía del mercado de mayorista de "El Cementerio", famoso por reunir las prendas de modas en el país. Lorena no dudo en ponerse a la disposición de la simpática dueña de la Boutique dejando incluso, referencia y datos para su dirección de domicilio en la Gran Caracas.

Yoneida parecía pólvora a punto de estallar. Deambulaba entre el patio trasero y los establos, tramando su ataque. Rememorando una serie de incidentes del pueblo, uno debió abrumar su presente causando en ella una euforia enfermiza. Plácida al considerar haber acertado golpeó un puño contra la otra mano, mientras se dibujaba una sonrisa de Monna Lisa en su rostro. “¡Eso es! ¿Cómo no lo había pensado antes? ¡Qué brujo ni que ocho cuarto! en este momento necesito algo más… inmediato,¡ y qué más que eso! El trabajito ese, del brujo, lo dejo para después…Es la única manera de que el patrón se desencante de esa zorra oportunista”

Sus pasos presurosos la condujeron hasta el depósito del veterinario del pueblo. Era a quien muchos temían por lo creativo que era al desnudar y desacreditar la moral de cualquiera que le diera razones. Como lo imaginó allí estaba, tras cuatro paredes amarillentas e impregnadas de chimo, hediondas a bosta de vacas y a residuos de partos de algún equino. El forraje se acumulaba en los recodos y tras una rejilla metálica yacía convaleciente una que otra vaca. Quebrantada. Inmersas en un silencio sepulcral como si estuvieran resignadas a caer en el sueño eterno. Ese lugar era el perfecto para las serpientes y se enorgullecía de ello, como si se tratará del mejor serpentario. Al entrar presurosa, se sacudió restos de aparente tela de araña que habría caído del techo de la entrada, arrojada por la brisa que solía a acompañar los anteriores y ahora distantes días de lluvia. Yoneida se sacudió la cara como si se tratasen de un enjambre de mosquitos, cabizbaja, mientras resoplaba un insulto al sitio continuó hasta donde estaba él. Vestía como siempre las botas de caucho hasta un poco debajo de las rodillas, las camisas decolorada y remangada hasta los hombros, despeinado y con el pabellón de las orejas empolvado, masticaba un tabaco que emanaba una mal oliente estela.

-   Mira, vos. Necesito un favor tuyo- Espetó sin cortesía

alguna mientras se abría paso a un costado suyo tras una mesa rupestre hecha con pedazos disparejos de tablas. Estaba preparando el equipo de inseminación artificial para bovinos sobre una tela blanca, que presumía de pulcritud en medio de tanta inmundicia.

-   Pues, dígame usted, belleza de mis ojos. ¿Para qué le soy

bueno? Llevaba tiempo que no la veía por estos lados, desde que usted me dio la probadita de sus dulces- Retiró el tabaco maloliente de los labios, sosteniéndolo ahora entre sus dedos- ¿es que no le gustó nada mi batido?

Yoneida sonrió sarcástica al acariciar con distancia y cierta repugnancia la barbilla mal afeitada, ignoró el cuello curtido de la camisa del veterinario casero. Nunca había asistido a la universidad, pero la experiencia adquirida de los viejos del pueblo le habría otorgado cierto respeto. Ella  “Prefería olvidar sus entregas furtivas con los peones”.

-   ¿Vos te acordás de aquella vez que me comentaste de tus fantasías con la amiguita esa, de las Calderas?

-   ¿Con cuál de tantas, mujer?

-   Con esa, la que le diste a beber esa cosa para volver locas las vacas, porque dizque esa mujer era de hielo.

-   ¡Ah, claro!, Sí, pero mira que eso no se puede andar diciendo por ahí. Vos sabes, que me puedo meter en un lío con los patrones. Eso no es para gente, lo que pasa es que hace buenas causas en las mujeres como vos. ¡Muy buenas causas!

-   Mira, tranquilo, que yo, te sé guardar el secretico, pero ¿será que me podes dar un poquito? Es para una amiguita, vaina, se le está cayendo el matrimonio porque la muchacha nada de nada.

-   Si querés le puedo echar la ayudita a tu amiga. ¿Es así de bonita como vos?

-   ¿No te estoy diciendo que está casada? Es que vos escuchas solo lo que te conviene , ¿verdad?

-   No , pues. La verdad Yoneida está cosa no es de juegos. Yo creo, que lo mejor, es que su amiguita se busque otro semental.

-    ¿Cómo así, usted no me va a ayudar? Es que la pobre está desesperada, pues al verla así, yo se lo prometí. Seré muy cauta, lo prometo.

El hombre no pudo resistirse al poder de su seductora mirada, ni al tacto sobre su camisa. Tampoco a la calidez y seductora humedad de una lengua femenina con incipientes y voraces caricias en los labios gruesos de un hombre. Sus ojos azules se dilataron hipnotizándolo. - Mira, venid, te explico-  Se alejó un poco hasta una repisa que guindaba torcida en una pared del fondo del lugar. Le temblaba el pulso como si deseará revolcarse, en ese instante, en el piso con la mujer que tenía al frente y no estar cumpliendo con las faenas correspondientes. Una hilera de frascos y botellas buscaban huir del moho, el polvo convertido en restos de barro y la tela de araña. Acercándose a la repisa tomó un frasco de los que sacó un diminuto envase con su medidor de plástico, la tapa era como si se tratará de un pistón. Regresó con pasos de incertidumbre- No te podes pasar de la primera medida, eso es muy importante. Mira que si no, tu amiguita, se le acelera el corazón, se va pal otro mundo y me metes en tremendo lío. Ahí tenés como pa´tres nochecitas.

“ Cuanto quisiera”- Pensó Yoneida Veracruz, pero una voz blanca le sacudió el oscuro pensamiento haciéndola volver en sí. No dejo de prometer que tendría cuidado mientras lo abrazaba victoriosa. Mordía su labio inferior inmerso en una sonrisa alegre. 

-   Yo sabía que podía contar con vos. Tranquilo que todo va a salir muy bien. ¡uy! Es que mi amiga te lo va a gradecer por siempre.

-   Tiene que estar segura que va a estar con su hombre, porque la” yumbina” no la va a dejar en paz hasta que lo haga. Esos calores la van a hacer pedir y pedir de quien sea. Es peor que beber licor y no lo olvides mujer, puede ser mortal. No te vas a poner a buscar cinco patas al gato, con la medida que te dije es más que suficiente.

“ Ya va a ver patrón, quién es su santurrona. La voy a poner a brincar más que a una cabra, tanto que usted no va a volver a poner un ojo en la zorrita esa.”

Aferraba el diminuto medidor en las manos, acariciándolo con malévolo tacto. Su sonrisa de Monna Lisa continuó dibujada en su rostro durante buen tramo del camino de regreso.

El segundo paso era buscar la manera en que pudiera ingerirlo y ponerla en el escenario con las piezas adecuadas. Perfectas. Este segundo paso requería ser estudiado. Se admiró de sí misma al admitir el calibre de su creatividad para deshacerse de la intrusa que pretendía hacerse posesión del hombre con quien una vez ella había planificado la vida.

La finca estaba muy concurrida. Los niños iban y venía corriendo como potros en medio de las tareas asignadas. Algunas mujeres se reunían en  faenas de cocina mientras los peones que se habrían librado de sus deberes se iban apersonando con las botellas de miche claro o del merecido ron. En vista de tanto escándalo, Yoneida decidió sentarse en un muro del patio trasero. Cavilando cada acción a dar en contra de su adversaria.

 

CAPÍTULO 30

Por mucho que Bruno Linker acelerara la cabalgata, no podía acortar el camino. Mientras tanto Lorena Blasco Veragua seguía las instrucciones del capataz de esperar por el patrón en el vestíbulo del Rancho, junto a la chimenea que desde temprano dispersaba el calor emanado por los  leños carcomidos por las voraces llamas. No dejaba de pensar en la despedida, en el momento en que cruzara el río Santo domingo y emprendiera camino de regreso a través de la trasandina. “No lo volvería a ver”. El destino se vestía de claroscuro y su corazón latía presuroso mientras el alma se disipaba. Las manos no dejaban de sudar al solo hecho de verle distante al tacto. Las palabras dichas se congelarían en el pasado y las miradas impregnadas de deseos estaban a punto de calcinarse en el tiempo, como lo hacían los leños.¡ Debía decidirse!. Debía emplear una balanza para las decisiones…Bruno Linker podría quedar en el pasado o permanecer consigo misma en su presente…pero ¿para que sopesar una decisión que debería ser de ambos?,  él no pareciese tener intenciones de querer compartir su vida con ella. ¡Era un déspota! ¡Después de todo no sería buena idea vivir con alguien con soberano perfil! : “¡tirano, déspota, controlador, egoísta y de paso: Mujeriego!, claro, pero es que, ¿cuál mujer no caería en sus brazos?, porque no puedo negarme el hecho de su buen atractivo,¡ es un adonis!, ¡Dios! como deseo poder decirle… decirle que me gustaría quedarme a su lado. ¡Soy una estúpida!, Mi amiga me habría dicho cómo convencerlo”- En un afanoso análisis de su entorno, posó la mirada nostálgica sobre la distante licorera en donde se podía tomar del vino que en tantas oportunidades Bruno Linker le habría ofrecido sin receptividad alguna de su parte, excusándose de ser abstemia. Lo pensó vacilante. Refunfuñó sacudiéndose las manos con enojo- “¡Dios mío!, ¿Por qué él no me pide que me quede a su lado?... De ser yo quien hable, Necesitaría una botella completa para poder decirle lo que mi corazón siente por él, quizás en medio de mi embriaguez se apiade de mi alma enamorada, me tome en sus brazos, me besé hasta la saciedad y al contraste de la luna me pida que sea su novia, después de todo las personas ebrias siempre dicen la verdad.”- Sintiéndose ridícula se cruzó de piernas frente a la hoguera, apoyando las palmas de la mano en la alfombra tras su espalda-. “¡Qué ilusa! ¡Como si Bruno Linker supiera de romanticismo! ”- recordó aquel momento en que le entregó un ramo de rosas y como su ilusión se desparramó en el piso al escuchar de sus propios labios que eran de José Artiaga, como si deseará acotar que detalles de ese nivel no eran de su naturaleza. Recordó las docenas de roces entre su mano y la suya que terminaban en choques eléctricos cada vez que trabajaban sobre los planos. Añoró los besos de aquella primera entrega en la confidencialidad de la Mucoposada. Contradictoriamente, la catalogó como “romántica”. Ansió las caricias desenfrenadas en la intimidad de su cuerpo. Sensaciones que sin duda alguna no volvería a vivir. “¡ Dios! ¿Por qué no intercedes por mí?” – Le cuestionó al ser supremo dirigiéndose a él como si estuviera de pie, frente a ella- “Por alguna razón me trajiste a este sitio, entonces, ¿qué esperas para decirme, qué debo hacer para darle un final feliz a las razones de esta odisea?”

De repente se dejo caer en la alfombra de espaldas. Cerró los ojos mientras el calor de los leños la abrigaba. Un par de lágrimas escaparon de sus párpados cerrados haciéndola entrar en razón. Se vio así misma. De repente, su yo interno y el regordete de su raciocinio iban y venían pensativos frente a ella. “¿Vas a renunciar a lo que estás sintiendo?”- Le recriminaba- “¡Boba!, es la primera vez que tu alma entra y sale de tu cuerpo por culpa de un hombre ¿y te vas a quedar como una simple espectadora? ¿Dónde está la Lorena Valiente, arriesgada y extrovertida en los negocios? ¡Anda levántate, recarga tus energía.¡ Haz el mejor negocio de tu vida!”

-   “pero… no puedo. Creerá que soy una liberal. Una

mujer igual a todas con las que él ha estado. Yo no soy así. ¡ Dios! No puedo pararme al frente y decirle: Bruno, no deseo marcharme, lo amo y quiero hacer el amor con usted eternamente”

El regordete en pantalones cortos de su raciocinio la apoyó asentando la cabeza hasta que su Yo interno lo hizo a un lado, haciéndolo rodar frente a la hoguera. - ¡Sí puedes!. Bebe una botella de vino si es necesario, pero debes pararte a su frente, mirarle a los ojos y decirle de una vez por todas lo que piensas y sientes.

Se puso de pie ansiosa, llevó una mano hasta su cabellera acariciándose la cola de caballo en la que había atado su melena. No llevaba lentes puestos. De cerca podía ver muy bien.  Se convenció de que necesitaba verlo de cerca para saber si podría. ¡Era una lid interna lo que sobresaturaba su cabeza! Deambuló por el vestíbulo, casi acarició la licorera con las pupilas. Intentó sentarse de nuevo en su amarga espera, pero su yo interno pudo más que su raciocinio al apostarse frente a la dispensa de los finos y añejos licores. Los almendrados ojos  evaluaban la gran variedad. Optó por uno de etiqueta elegante, su apariencia era apetecible,  parecía ser uno de los preferidos del hombre que la había hecho traspasar todos los límites. Lo sacó a prisa, temerosa de ser descubierta. Dio la vuelta a la tapa. Buscó con la mirada una de las copas que guindaban en el interior de la dispensa y sacándola se sirvió un generoso trago que no aguardó un segundo en el cristal para ser vertido en su garganta sedienta, como si se tratara de un combustible para encender el motor de una máquina. Gruñó mientras el rostro empalidecía. Se desfiguró con gracia con la infinidad de muecas que se formaban en la tez de forma inconsciente. Respiró hondo al ver la copa vacía.  En ese instante solo sintió un mal sabor en su paladar y un calor fugaz en las paredes de su estómago, pero no se sentía valiente, ni fuerte. “¿Con cuántas copas tendré el valor”- Se dijo pensativa mientras contemplaba la botella y la copa en sus manos. Alzó los hombros sin importarle las negaciones en el aire que el gordinflón con pantalones cortos de su raciocinio le indicaba con las manos. Vertió de nuevo el contenido del licor hasta llenar la copa. Tuvo cuidado de no derramarla. Tapó la botella. Tomó la copa del cristal reluciente mientras el deleitante color purpura se hacía más y más apetecible a sus ojos. La elevó  ofreciéndola en brindis. “Salud Bruno Linker” y lo bebió una vez más con los ojos cerrados y el rostro desfigurándose al paso de cada trago que surcaba su garganta. Ardía. Imaginó que así sería beber gasolina. “Se estaba envenenando para sentirse valiente”- Puso la copa y la botella sobre la mesa olvidándose de su intención de no ser descubierta, después de todo era día de celebración y cualquiera pudiese haberse tomado el atrevimiento. Se dirigió de nuevo a la hoguera sentándose frente a ella con marcada desilusión al no sentirse con la actitud ansiada para desinhibir cada una de sus circunspectas costumbres. De nuevo se puso de pie, paseándose con un semblante impregnado de fastidio ante la espera. Se miró a sí misma, era una distorsionada imagen reflejada en el vidrio que recubría uno de los grandes cuadros junto a la chimenea. Pudo contemplarse en él. Le gustó la forma en que se ajustaba las botas a sus piernas, la blusa a su pecho y el pantalón a la cintura. En fin, todo su atuendo. De pie modelaba frente al cuadro que guindaba cerca de la puerta que conducía a la cocina y el resto de la propiedad. Podía ver su reflejo en él. Se emocionó al verse. Caminó en su entorno y giro sobre sus tacones como si se tratará de una modelo de pasarela. Se burló sorprendida de sí misma, imaginando qué diría su amiga Sabrina de todo eso. Se jactaría de su talento para presagiar el futuro. Siempre le aseguró que llegaría el momento en el que caería rendida a los pies de un hombre, que aceptaría ser vestida y desvestida, “con mucho placer”, a pesar de sus rotundas teorías de resistencia física y espiritual. Cuerpo era cuerpo y cómo tal respondería. Con ironía reconoció darle la razón. Al Cesar lo que es del Cesar.

 

CAPÍTULO 31

Yoneida Veracruz guardó el diminuto frasco en la cintura de la falda mientras se encaminaba al rancho bordeándolo desde el patio trasero. En su andanza pudo observar la concurrida asistencia de quienes se apersonaban para agasajar a la ingeniero. Los establos y los gallineros parecían abandonados. Era la primera vez que veía tal desgano en las faenas diarias a tan tempranas horas de la mañana. Rezongó pareciéndole absurdo.  “Un culto descomunal a la imagen de esa mujerzuela”. “Una extraña a quien de la noche a la mañana todos terminaban admirándola”. Murmuraba un insulto cuando tropezó con una roca entre el pasto que la obligó a sacudirse en el aire para evitar caer. Por instinto llevó una mano hasta la cintura, donde ocultaba el frasco de yumbina. Recordó lo delicado que podría ser. Sabía que ese alcaloide lo usaba el veterinario cada vez que deseaba hacer procrear el ganado vacuno de quienes lo contrataban. Sus resultados eran muy efectivos, sobre todo rentable. No estaba prescripto para humanos, aún así, había recurrido a él desde hace algunos años para aumentar la lividez de sus mujeres. Era grandioso, según le contó alguna vez con el deseo brotando de sus ojos mientras buscaba la forma de convencerla a ingerirlo para el disfrute de ambos… “No era estúpida”- Se dijo así misma en aquella ocasión, además admitía viva voz no necesitar de ayuda para trasladar a otras dimensiones sensoriales a sus machos. Su talento podía ser mayor que el de cualquier químico peligroso. Al comprobar que el frasco estaba en su lugar, se inclinó sobándose un poco la pantorrilla, luego se irguió alisándose los pliegues de la falda floreada. La escalera de la entrada principal estaba cerca, solo tenía que bordear el recodo decorado por los enormes materos. Iba a dar el primer paso cuando una voz grave la detuvo. Giró tras suyo. Sorprendida, vio al joven José Artiaga.

Llevaba puesto un sombrero de pana negro que brillaba delatando ser una nueva adquisición en el armario, el reloj de plata se ajustaba muy bien a su muñeca varonil realzando el atuendo casual que llevaba puesto. La camisa era una tommy y el calzado era un loblan original, negro como su sombrero. La muchacha cerró los ojos inmersa en un apasionado suspiro. Con coquetería se abrazó el pecho.

-   ¡Uy, que rico huele mi patroncito! Quién diría que se la

pasa entre tanto ganado, pero dígame joven José, ¿en qué le puedo servir?

No se resistió a la picardía que emanaban aquellos ojos azules. Yoneida no era una mujer fácil de ignorar y hasta cierto punto se sintió halagado con sus palabras de agrado para con  su perfume masculino que una de las hermanas, la más femenina de las tres y la menos temida por los hombres, solía comprar de los catálogos de Avon para él y su padre- Gracias, Yoneida. ¿Podrías por favor, decirle a la señorita Lorena que necesito hablarle?

-   ¿Y tanta hermosura de hombre es solo para la

ingeniero?.

Se sonrió de buena gana, exaltado por tantos halagos. Algo nervioso se quitó el sombrero de la cabeza dándole vueltas entre las manos.

-    Bueno señorita, qué le puedo decir, gracias por el

piropo. ¿Podría usted por favor darle mi recado?

-   ¡Claro, claro! claro que si joven José. Espéreme un

momentico por acá que ya le aviso.

“ Listo, Lorenita. Que todo se me está poniendo en la bandeja de plata. Del cielo me caen los limones pa´la limonada”… Su rostro lozano, se convirtió en un pastel de alegría. Dio brincos y amordazó un grito con las manos al cruzar el primer pasillo. Las sacudió sorprendida de sí misma y del desenlace que pudiese tener su plan. “¿Qué otra persona podría ser la más adecuada que la mata de celos de mi patrón, Bruno Linker? “

Suspiró mientras retomaba la compostura. Dio algunos pasos escudriñando los rincones en busca de la señorita. La había visto bajar de la camioneta. “Debía estar en el rancho”. En algún lugar. Dispuesta a saber de ella mientras planificaba el próximo paso, ascendió al primer piso hasta detenerse frente al madero de la habitación asignada durante su estadía. Tocó un par de veces. No escuchando presencia alguna, descendió las escaleras explorando el resto de las piezas. Iba camino al despacho al toparse con la licorera. Giró la vista descubriendo una de las puertas abiertas. Vio la botella y una copa sobre la mesa. Se sonrió de placer al verla tendida en la alfombra del piso con uno de los pies cruzados bailoteando en el aire. Las botas con sus guirnaldas doradas y plateadas eran hermosas. Se mordió el labio y retrocedió evitando ser vista. Su estómago comenzó a segregar ácidos mientras el rostro se le desencajaba ” ¿Cómo pudo comprarle esas botas tan hermosas a esa recién llegada? ¡Uy, bichita! – Gruño- ¡Disfrútalas!, porque será lo único que tendrás del patrón.” Estaba furiosa. Parecía un volcán a punto de hacer erupción. Se tranquilizó denotándose a sí misma un grande esfuerzo. Empuñó las manos mientras amordazando cada paso regresó a la entrada principal. Descendió los peldaños de piedras para estar muy cerca de su receptor. Al verlo a los ojos tan azules como los suyos, sonrió. Lucía tranquila.

-   Oiga joven José. La señorita le manda a decir que

también quiere hablar con usted, pero que le de unos minutos y la espere en la parte trasera del establo. Que no se demora.

Aquel muchacho se petrificó. No lo podía creer. Era la primera vez, desde la llegada de la Ingeniero, que sus oídos gozaban de tan buenas noticias. Se puso el sombrero de nuevo con cierta incertidumbre- ¿está segura señorita Yoneida? ¿Usted le ha dicho mi nombre?

-   Claro que sí. ¡Cómo no saber su nombre! Vaya, espérela

que no le queda mal, después de todo, ella se está despidiendo de todos,  ¿cómo no despedirse suyo?, ¿cierto?

El silencio fue el telón de cierre de la conversación. Tocó su sombrero despidiéndose mientras asentaba la cabeza. Se alejó dubitativo.

Lo vio marcharse rumbo a los establos. No podía resistirse a la alegría. De nuevo tuvo que llevar ambas manos a su boca amordazando una cadena de risa. “Tan bobo, el muchacho. Como se ve que está babeado por esa bicha…Ya verás “Lorena Plasco”, quién es quién manda en los hombres de estas tierras”

Nunca le ha parecido decente hacer esperar a alguien. Estaba molesta con Bruno Linker por la orden dada a Tomás. Debía hacer que le esperará en el vestíbulo al regresar de la boutique, casera, de la señora Lucia.  La esposa del capataz, fue muy amable, hasta la hizo reír en varias ocasiones. Tenía una especie de humor negro decorado de fonemas propios de la región, que terminaban encantando. Sus manos eran de mujeres trabajadoras. Durante el viaje de ida y vuelta se enteró de historias pueblerinas, sin proponérselo. Su curiosidad acerca del joven José Artiaga alertó el interés y el placer parlanchín de la mujer, poniéndola al tanto de hechos muy peculiares. Desde el almuerzo en casa de los Arteaga sabía de la existencia de las hermanas y de los hermanos, pero no, de las historias de ellas. Dayana, la hermana mayor, fue el epicentro de la historia, le llamaban “la cuaima de Altamira”. Siendo Doce años mayor que José, era quien asumía las responsabilidades más serias de la hacienda. Sus hermanos habían realizado sus vidas y ella asumió la de su padre viudo, sus otras hermanas, la suya y la de José, el heredero legal. Se caracterizaba por ser una mujer de armas tomar. Su matrimonio fue breve. Se obstinó de recibir cada noche un hombre borracho con restos de besos callejeros y maltrato verbal y físico. La última noche de su unión, lo sacó a rastras de la casa luego de propinarle algunos golpes con el madero que usaba para asegurar la puerta desde adentro. Llevaba noches esquivando sus golpes e insultos de borracho.

-   ¡No ha nacido el hombre que me tenga en sus pies, pedazo de

Cabrón!- Vociferó-  Esta es la última vez que te veo por mis tierras, porque si te veo de nuevo, no me lo voy a pensar pa´meterte una bala entre las bolas. ¡Porquería de marido el que me busque yo!

Ordenó al capataz sacarlo de la Hacienda ante la mirada estupefacta de obreros y familia. Sus hermanos desconocían hasta esa noche, el infierno que vivía Dayana, de saberlo, de seguro estaría tres metros bajo tierra.  Se enteró que desde esa noche todo el pueblo la respetaba por haberse  hecho valer, pero esa admiración y respeto creció mucho más dos meses después cuando descubrió a un par de miserables hombres que llevaba sus tierras a punto de abigeato. “Tomó el toro por los cachos y acabo con la coleada” – decían los demás peones- “esa mujer si tiene cojones, no se había visto una igual por estos lares”.

Contó Lucía que los Arteaga llevaban días con pérdida de reses,  hasta una tarde, en que sin hacer mucho aspaviento, Dayana desamarró el mejor de sus caballos, cargó la escopeta y un arma automática que había comprado por si su marido regresaba, se la colgó en la pistolera que ataba a la cintura, se llevó un grupo de cuatro obreros junto al capataz y emprendieron camino al corazón de la hacienda. Estratégicamente se ocultaron tras un rancho en abandono y otros en algunos cultivos hasta que las sombras invasoras osaron surcar la cerca. Esperó pausada a tenerlos bien adentro de las tierras.” ¿Listo, mi patrona?- Contó Lucía, que preguntaba el capataz. Recordaba a Lucia emocionada al contar la historia. Hablaba de ella como una heroína- “No. ¡Qué bah hombre!. Esperemos un poco más, no sea azorado. Debemos agarrarlos con las manos en la masa”.

Recordó que la Señora Lucia dio un salto de euforia en la camioneta al llegar a ese punto de la narración- “¡No juegue, ingeniero!  hubiese visto usted tremenda sorpresa”- Con susurros les indicaba como iban a rodearlos. Llevaban potentes linternas que solo encendería quien estaba encargado de ello, al momento preciso. Las noches son oscuras y espesas pero jamás difíciles para quienes viven entre ellas. Cuando se acercó el momento, los cuatro hombres, el capataz y ella los tenían rodeados y con las armas al frente.

-   ¡Esta buena la vaina, con estos roba reses! ¡Como que vamos a

tener que abrir un par de fosas entre estos matorrales, mis hombres!- Al instante la fuerte luz se encendió y las armas chasquearon sus gatillos, de la pistola automática de Dayana una luz  ultravioleta roja,  se posó en la frente de uno de ellos, ante la mirada cobarde de  su compañero de fechorías. No le temblaba el pulso para oprimir el gatillo.

Desde esa noche jamás se volvió a ver ladrones de reses por la región.

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