Ada

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Tomás acaba de conectarlo en uno de los enchufes de los pasillos de espera de la terminal en Mérida. Había bajado unas cuantas escaleras de concreto y unos cuantos niveles para inquirir sobre las rutas de viaje hasta Caracas. Todos los expresos salían al anochecer. Expresos Occidente y Expresos Mérida a  las nueve de la noche. Flamingo a las siete y global Express a las diez p.m. Lorena parecía tener prisa, pero la comodidad que brindaba un autobús expreso para un recorrido tan extenuante era algo que merecía sopesarse. Eran más de doce horas. Quizás diez. Quizás más. Todo dependía. Del Chofer. Del expreso. De la carretera. De la lluvia. De las alcabalas. Hasta de la misma suerte. Lamentablemente Lorena no sentía apegarse a suerte alguna. Como todas las terminales los pasillos y los locales estaban repletos de personas que iban y venían de un lado a otro. Descansaban. Seguía. Comían. Charlaban o discutían. Jerga y más jerga. Lorena se dirigió aprisa y con indiferencia a la sala de los teléfonos públicos. Frente a la entrada visualizó un cubículo guarda equipajes. Desvió la mirada hasta donde estaba el señor Tomás, que no dejaba de mirarla. Él rezongó al darse cuenta que el tomacorrientes no funcionaba y evaluó las paredes circundantes en busca de alguno. Iba a pedirle el favor de enchufarlo en el cubículo del guarda equipajes cuando éste salió presuroso cerrándolo. Había dejado colgado un letrero informando que volvería en un momento, pero desechó la idea de esperarlo al recordar que mucha gente no sabía respetar el tiempo. ¿Qué seguridad tendría de que realmente no iba a demorar?  Así que pensó en telefonearle a Don Bruno desde uno público con tarjetas magnéticas. Compró otra en el mismo sitio en donde Lorena había comprado la suya. La vendedora era una señora de sonrisa dulce que sentada frente a una pequeña mesa blanca exhibía un letrero con los precios de las diversas denominaciones de  las tarjetas ofrecidas. Se disponía a llamar cuando Lorena se le acercó para despedirse. ¡Pobre muchacha! – Pensó el capataz- Se ve que tiene una carga muy pesada. Casi ni puede hablar con ese nudo en la garganta.- Deseó poder sentirse con derecho y libertad para abrazarla.

Ella había conversado con alguien a quien supuso sería su padrino. La había escuchado mencionarlo en infinidad de ocasiones.

-   Gracias por todo, señor Tomás- Fue lo único que dijo tras

obsequiarle ella misma el abrazo que él ansiaba darle. Lo abrazó ocultando su rostro llenó de pucheros tras su hombro.

-   De nada ingeniero, pero no crea que la voy a dejar acá tirada.

Vamos a comprar un boleto de un expreso que la lleve hasta su destino y luego vamos a comer algo. Yo la invito y usted me brinda el honor de despedirla.

-   No es necesario sr Tomás. Recuerde que es tarde y no deseo

que tenga problemas con su regreso.

-   ¡Faltaba más señorita! No se preocupe que yo tengo hotel

donde llegar y hasta amigos en los edificio de las Américas, cerquita del viaducto… tampoco es bueno tener tanta prisa en la vida.

Por un momento la insistencia de ella se equiparó a la de él, hasta que en medio de una tregua de palabras él pidió permitirle hacer una llamada telefónica para luego acompañarla al andén en donde tantas veces le insistió iría. “Será un viaje largo, pero si me doy prisa puedo llegar haciendo escala”- Le afirmó- “además estoy acostumbrada a andar en carretera”

Llegaron al acuerdo de que él realizaría su llamada y luego irían a la taquilla de alguno de los expresos, pero a Lorena se le antojo entrar al baño de damas que estaba junto a la sala de teléfonos públicos, se ausentó indicándole en baja voz y con ademanes donde estaría. “De haberlo sabido patrón no me le despego ni un ratico”- Fue lo único que pudo decirle al patrón luego de confirmar que la había perdido... Giró la vista a un lado y al otro. Entró indiscreto a los baños de las damas buscándola hasta ojeando bajo las hendiduras de las puertas. Escudriñó el pasillo, el cafetín del frente. Preguntó al señor del cubículo de guarda equipajes que ahora estaba de regreso, corrió hasta el andén del autobús donde tantas veces le escuchó que podría servirle embarcarse. Su deseo de ir a los baños había sido una simple excusa para huir jugando con su ingenuidad, le preguntó a un flacucho que iba de aquí a allá buscando pasajeros por comisión, un colector a quien casi derriba, pero nadie supo dar razón de la señorita Lorena Blasco Veragua. Fue la última vez que conversó con ella y su patrón, debía saberlo.

-   Cuánto lo siento patrón, pero la señorita se me perdió.

Tomás alcanzó a escuchar algo relacionado a Yoneida, tildándola de Puta, pero aprisa preguntó por Lorena Blasco. Terminó llamándolo por su nombre al percibir un marcado silencio del otro lado de la línea. “Sr Bruno. Bruno. Bruno  Linker”- Un largo silencio lo golpeó. No le repitió la misma orden. No suplicó traerla a costa de lo que fuera. Entendió…Bruno Linker comprendió haber perdido la única mujer que había socavado su alma y corazón. Los celos enfermizos. Las decisiones ligeras. La mente llena de prejuicios. El orgullo. El Sano juicio…¿Qué sería de él ahora que se condenaba al recuerdo de sus besos y al fulgor de su cuerpo? ¿Qué sería de ella viviendo con el recuerdo más desgraciado que hombre alguno pueda obsequiarle a una mujer?... Un grito desgarrador arrebató la serenidad del rancho mientras Bruno Linker cayó de rodillas frente al centenar de vidrios rotos esparcidos en el piso. El espejo de pedestal  despedazado. Un agujero con bordes en zigzag exhibiéndose en el centro. El marco de madera, la cerámica, los miles de pedazos de espejos y el puño cerrado se tiñeron de un líquido escarlata, denso, oloroso a hierro. En el puño una capa de sangre que amenazaba con coagularse. De rodillas saboreó la salinidad de sus lágrimas mientras un vacío abismal exhibía distantes añoranzas que amenazaban con desaparecer.

Acababa de entrar uno de los peones de la hacienda cercana en planes de esos típicos de la gente de pueblo de contar lo que pasa aquí y allá y marcharse como quien no quiere la cosa: “Dicen por ahí, las malas lenguas, y la mía que no es tan buena que anoche mataron a Ramón Irrizaga después de la fiesta del Patrón por un lío de faldas”

Un desgarrador grito sigiló las voces del rancho. En el establo Trino y su yegua se inquietaron en medio de relinchos como si intuyeran el dolor que albergaba en el pecho su amo.

…” La vida. La vida. ¡Cuán compleja es la vida para quienes se empeñan en entenderla!

El mes de mayo terminó de marcharse dejando un amargo recuerdo con su esplendor. En Caracas se carece de ese olor fresco que expelen los musgos o los helechos al amanecer, tampoco huele a coníferas el aire, y hasta la neblina, en las noches de lluvia, expele un aroma diferente. Reiniciar una vida siempre tiene sus dificultades. “Es la común resistencia al cambio”- Se decía así misma Lorena- Es difícil reconocer que has cambiado, que algo dentro de ti despertó después de un largo letargo. A veces sentía que las miradas de algunos amigos cambiaban de repente, era como si vieran en ella algo que antes no veían. Era la sensación de sentirse indigna, como si a través de los ojos pudieran enterarse de los cambios en su intimidad. Incluso llegó a padecer repugnancia y vergüenza propia al comparar ese estado de sus sensaciones al período natural de apareamiento de los canes, era como si los poros de la piel la delataran expeliendo un aroma diferente a su virginal fragancia, un exquisito aroma arrogante y chismoso activado con la traspiración. A su regreso a Caracas todo fue diferente. No podía eludir los dolorosos recuerdos que abrigaba su mente y ni siquiera podía amordazar la tristeza que vociferaba desde sus entrañas, así que para sus amigos Marcos y Sabrina no pudo secreto que valga. La conocían como a ellos mismos. Marcos al escuchar de ella la parte de la historia que quiso contar, prometió viajar hasta el mencionado pueblo a costa de lo que fuera para apostarse al frente del tal Bruno Linker ese, y caerle a puñetazos limpios. Prometió no dejar un milímetro de su cara libre de moretones. Se merecía eso y más- Vociferaba indignado al ir de un lado a otro como quien desesperado busca librar razones para no cometer un delito mayor.  Lorena apenas podía calmar la indignación de su amigo mientras se agradecía así misma, el no haberle contado todas las canalladas con sus detalles, bastaba con justificar una entrega no correspondida. ¿De qué serviría contarles de sus retenciones bajo argumentos ficticios? ¿Importaba acaso contar algo respecto a las veces en que se sintió seducida, atraída, amada entre sus brazos? ¿Serviría de algo relatar su apoteósica entrega en las cercanías de la laguna azul o en aquella posada incrustada en el cielo?... ¡sí! Servía para recordarse así misma que alguna vez pudo ser feliz.

Se había enamorado de la forma menos racional concebible. ¿Qué le podía hacer? “enamorarse y errar van de la mano, ¿no lo crees Marcos?”- Trataba de animarse-

 El congreso Internacional de ingeniería Civil fue un éxito. La Universidad de los Andes en Mérida se vistió de gala y por una semana fue el epicentro académico de la ciudad. Bruno Linker pasó las noches anteriores al evento cavilando de un lado a otro, ausente, callado, en muchas ocasiones malhumorado. Tomás se convirtió en confidente de sus tristezas y hasta donde su tacto se lo permitió en consejero. Bruno Linker toda la vida había sido empresario, un gerente, líder conocedor del mundo, no resultaba fácil darle un consejo a alguien con semejante perfil. La prepotencia en sus ojos había crecido a tal punto que hasta la nana Verónica lo desconoció. En el fondo comprendía la razón de su conducta. Siempre fue un rebelde, pero en cuestiones del corazón sabía que era un blandengue, nunca lo vio enamorado, ni siquiera de la villana de su ex esposa. Las ilusiones que albergaba de verlo unido a la bonita huésped no parecían disiparse de la mente y alma de Doña Verónica, era como si su interior se aferrase a la posibilidad de ver a esos dos unidos en santo matrimonio y poder criar unos cuantos bebés frutos de su amor aunque en la realidad no existiera razón alguna. Días antes del Congreso Bruno Linker anunció que viajaría a Mérida. Incuestionable y con maleta en mano subió en su camioneta negra doble cabina emprendiendo camino. “Haré un cierre de negocios, así que estaré ausente algunos días”. Fue lo único que se le oyó decir.

Al llegar a la Ciudad de Los Caballeros, se hospedó en un hotel de Glorias Patrias buscando estar lo más cerca y cómodo que se pudiese de la Facultad de Ingeniería. Procuró empacar sus mejores trajes obviando que el mejor traje, sin duda alguna, resultó ser su fisonomía. Desde el primer momento que cruzó el portón principal se convirtió en el foco de atención de las chicas de la Facultad, no pudo evitarse el frecuente coqueteo de esculturales jovencitas a pesar de la indiferencia exhibida. Lucía altivo y se le veía con frecuencia hojeando las listas de los asistentes que reposaban frente al auditorio, mirando el suntuoso reloj de pulsera y observando cada una de las presentes, evaluó estatura, rostro, hasta la imaginó con diversos tonos de cabello ante la posibilidad de que quisiera lucir diferente, considerando la magnitud del evento, además era una asistente privilegiada según le había dicho su informante.

Durante la primera conferencia, se precipitó al debatirse uno de los asientos al reconocer desde lejos la cabellera y espalda de Lorena. El auditorio estaba a oscuras una vez sentada, al verla desde la entrada  no tuvo duda de que sería ella. Deseaba pedirle disculpa, ¡no!, necesitaba pedir perdón por ser tan canalla y cruel, por olvidar cuanto la amaba. Por haberla hecho a un lado hasta sacarla de su mundo… Deseaba decirle cuanto la amaba y contarle lo del imbécil en que se había convertido. Estaba dispuesto a ponérsele de rodillas en pleno acto público. Merecían una oportunidad. Él, merecía una oportunidad para vivir a su lado. Se debatió el puesto continuo aun después de ser reconocido como un extraño al evento por la ausencia de credenciales, lo cual solventó gracias a su mágica persuasión y poderoso sexapple. No se debía descartar tampoco su oratoria y por supuesto, esos encantadores ojos negros. Tropezó con alguien adelantándose a sus intenciones de ocupar el ansiado lugar. Se sentó de bruces con una sonrisa hermosa que expelía gracia divina, puso la mano en el brazo de la joven e inmediatamente : aterrizó en un charco de lodo. Avergonzado, apenas pudo excusarse para reacomodarse en el asiento sin poder levantarse antes de que la conferencia de una hora culminase y que los chicos de protocolo encendieran las luces dándole cabida al otro conferencista. ¡Jamás estuvo tan desinteresado por tema alguno como en esos sesenta minutos! ¡ Al diablo infraestructura y resistencia de materiales!

Durante los siete días del evento asistió puntual a cada una de las conferencias, realizando las mismas acciones, creando a veces suspicacia entre las anfitrionas quienes finalmente se desvanecían en la profundidad de tan cautivadores ojos negros obviando las acciones indiscretas.

“ No puedo creer, Lorena que decidas no asistir al congreso. Vamos amiga, no puedes negarte el beneplácito de ver a quienes tanto admiras. Académicamente eres una de las pocas que merece estar en ese auditorio y no puedes permitir que un mal recuerdo te impida cumplir un sueño- le decía confundida un trío de días antes del inicio del congreso mientras entre sus manos sostenía un par de boletos de avión que su propio padrino, el doctor Mauricio les habría obsequiado a ambas para evitar situaciones semejantes a la vivida. No podía  permitir que su ahijada y su mejor amiga sufrieran de nuevo, contratiempos que perturbaran la experiencia de asistir a un evento académico de talla internacional.

-   No voy a asistir Sabrina y ya te he dicho muchas veces que nada

de lo que viví en mi anterior viaje tiene que ver. Es una decisión…Capitalista- Se sonrió mientras ordenaba algunos trajes de la tintorería- Estuve mucho tiempo ausente, claro agradecida de ustedes pero tengo asuntos que no puedo postergar.

-   ¡Vaya, Lorena! No me engañes que no soy una mocosa. Sé muy

bien las razones por las que no quieres viajar y esas razones tienen nombre y apellido.

-   Sabrina, basta por favor. Es una decisión tomada así que no

insistas.

-   ¡Uy! ¡Es que deseo conocer a esa alimaña y ponerle las manos

encima, por cerdo, por miserable y por imbécil!

De haber sabido que el apuesto joven, sin credenciales que asistía a diario al Congreso era el mencionado Bruno Linker no habría podido hacer absolutamente nada porque estaba envilecida con tanta belleza masculina en un solo ser.

Bruno Linker no pudo regresar de inmediato a Altamira de Cáceres. Pernotó las dos noches siguientes al cierre del evento en el mismo hotel. Entró y salió de casi todos los centros nocturnos de la ciudad. Bebió desde la popular cerveza hasta el ardiente tequila y bailó con hermosas jovencitas incapaz de llevarse alguna a su habitación. Solo deseaba entre sus sábanas a una única mujer, al prototipo ideal para él, a “Lorena Blasco Veragua”, así que no hubo seducción perfecta capaz de derruir el recuerdo del sabor de los besos y el placer exquisito de aquel cuerpo… Cuando regresó al rancho Linker Doña Verónica y  Tomás lo recibieron en medio de un lago de sorpresas. Lucia desaliñado, una barba incipiente ensombrecía la claridad de su tez, los puños de las camisas estaban remangados sin pulcritud alguna. El saludo, inusual, se basó en subir la cabeza mientras murmuraba un “¿qué tal?” al instante en que entregaba al capataz las maletas mal cerradas, con calcetines guindando de uno de los sierres, sucias y teñidas por lo que parecía vino rojo,  delatado por el aroma a alcohol etílico que expelía de ella.

Despreció con un suave movimiento en el aire, la invitación de su nana a descansar, sabiendo que en realidad lo que ella deseaba era escudriñar lo que pasaba por su cabeza necia. Lo conocía como a la palma de su mano, así que se fue tras él. Atravesó aprisa el vestíbulo hasta abrirse paso en el despacho en donde se sentó de bruces en el cómodo sofá reclinando sus brazos y cabeza en la pulcritud y vastedad en que se había convertido el escritorio. ¡Todo le parecía vasto desde que Lorena se marchó!. Era una realidad que caía con pesadez en su alma. Su nana entró tras suyo cerrando la puerta. No pudo evitar seguir hasta llegar a él y rodearlo con sus brazos algo rollizos. Por un instante se vio en ella como cuando era un jovencito con dificultades en el internado. Le correspondió y ella plantó un beso en la cabellera despeinada y olorosa a cerveza, a tequila y a vino. Le dio la impresión de que su hijo querido se había bañado en licor. - ¡Por Dios, Bruno!, mira en lo que te has convertido. Ya ni te conozco, amor mío.

-   ¿Yo?  Nana… Bruno Linker no es el mismo. Soy un ser

Despreciable. Si llegaras a saber quien soy nana, me dejarías in su facto. Sí, eso harías. Me echarías a un lado y renegarías de mí.- Dijo en medio de movimientos involuntarios, sacudidas propias de un ebrio a pesar de nunca, antes de Lorena,  haber caído en ese estado.

Su nana levantó su rostro y acunándolo en sus propias manos fijó la mirada solloza en él mientras lo contradecía asegurándole jamás poder hacer tal cosa. No después de llevarlo clavado en el alma, tan profundamente. Era imposible, porque aunque no había salido de sus entrañas, en su corazón, era su hijo.

-   Nana, te mentí. Te dije que iría a cerrar negocios. Algo de la

venta de hortalizas, según le afirme a Tomás, pero no es así, le mentí a él, a ti y a todo el mundo…

-   Calma hijo. No debe ser importante ahora, debes ir a darte un

baño para descansar. Debes aclarar el pensamiento.

-   ¡No, nana!, ¿no lo entiendes? Fui a Mérida .Asistí al famoso

evento, ese de Ingeniería. El Congreso del que tantas veces habló Lorena, “nuestra huésped”…Fui a buscarla.

-   Eso es grandioso hijo. Quiere decir que no me equivoque. La

extrañas. La necesitas.

-   No la encontré. La busque. Juro por Dios que la busque. Asistí

a cada una de las aburridas y pesadas conferencias, pero no la halle. Lorena no asistió. ¿Sabes qué significa eso, nana?- A penas vio como negaba con la cabeza como si estuviera confundida-  Significa que la destruí. Le hice tanto daño nana, que esa mujer no tuvo valor para regresar a un lugar en donde me recordase. ¿Sabes, cuánto ansiaba asistir a ese maldito Congreso? 

-   No lo tomes así. Debió tener algún percance, algún problema

que le impidiese asistir.

-   El único problema que pudo tener soy yo. Su problema soy yo.

En este punto, nana, comprendo cuanto puede llegar a odiarme.

-   ¡ Por Dios, hijo! ¿cómo puede llegar a odiarte si lo único que

hiciste fue ayudarla? De no haber sido por ti, sabe lo Dios que habría hecho en medio de esa carretera.

-   La hice mía, nana.

Doña Verónica se petrificó por un instante. Su cerebro y corazón trataban de coordinar acciones. ¿Era esa una razón para alegrarse o para lamentar? Creyó que Lorena sería más firme y de mayor recato que todas las anteriores mujeres que se le habían presentado a Bruno, pero no la culpó, después de todo, no debió ser fácil librarse de tanta seducción. Ninguna mujer escapaba de sus manos si él abrigaba interés en ella, pero había algo que no comprendía… ¿cuántas veces había dicho que Lorena no era su tipo? ¿Cuántas veces la despreció, hiriéndola en silencio?  En ese punto, no comprendía nada. No entendía cómo pudo hacerla suya detestándose uno al otro como así lo hacían creer. Sonrió sorprendida-  eso no puede ser malo, hijo… claro, que no te estoy felicitando. Esa muchacha no es como las que tú has conocido. Es diferente Bruno…Hubiera preferido que la respetaras, después de todo era tu huésped. Le debíamos respeto- enfatizó-  por ser nuestra protegida.

-   En un principio era curiosidad- Se burló de sí mismo para luego

clavarse en aquellos ojos estupefactos- pero terminé enamorándome de mi huésped…La hice mía con todo el frenesí del mundo. Me aferré a ella. La desee como toda una mujer y me convertí en su maestro. Sí, nana, Lorena fue mujer por vez primera en mis brazos y siendo tan miserable, la saque de mi vida…La desprecie. La ignoré. Le hice daño hasta el último momento de nuestro encuentro…Ella no se marchó nana, yo la eche. Yo le ordené a Tomás regresarla a la ciudad mientras yo mordía mis penas por culpa de la miserable de Yoneida Veracruz. Fue ella, la víbora que causo todo este desastre.

-   ¡Dios santo! Ahora comprendo las razones de ese alboroto de

los Artiaga.

Bruno Linker rememoró los hechos. Jamás imaginó que siendo un citadino, conocedor del mundo, viviría algo así. Esa tarde, luego de regresar de la finca de los Artiaga, La hermana mayor de José y él había entrado a su propiedad. Venían a caballo y Dayana traía un rejo de cuero entre sus manos. Habían entrado silenciosos en búsqueda de Yoneida Veracruz.

Un peón le habría buscado en el interior del rancho y ésta habría atendido al llamado en las afueras de la propiedad. En uno de los recodos que colindaban con los potreros, la huerta familiar y el portón principal. Llevaba el delantal puesto y lo usaba de paño para terminar de secarse las manos. Sus pupilas brillaban de desconcierto como quien se prepara para recibir un chaparrón. En ocasiones parpadeaba y desviaba la mirada como si quisiera vender una imagen de inocencia, pero el ímpetu que destilaba de los poros de ambos no le permitió disfrazarse de tanta mansedumbre utópica.

-   Sé que me tendiste una trampa con la Ingeniero y tu patrón.

Lamento por ti que esa sea la única forma de que puedas acercarte a un caballero pero lo único que no entiendo es por qué tuve que ser yo, habiendo tantos hombres me encochinaste la vida, a mi. ¡no! ¡ no seas tan cínica como para negarte! , ¡no tolero que pongas esa cara de yo no fui cuando sabes muy bien de que estamos hablando!

Yoneida Veracruz empezó a ofuscarse mirando hacia el rancho como si temiera que alguien saliera en ese momento. Renegó de su idea dentro de sí misma y se sacudió la cabellera deseando haber recurrido a la brujería y no a la yohimbina. Por instantes ignoraba a Dayana y ésta hacia lo propio, vacilante tras los caballos.- ¿y quién más, si no usted joven José, que para nadie es un  secreto lo babeado que está usted por esa mujercita? Para nadie es un secreto que mi patrón  lo ve a usted como un rival. Usted sabe muy bien que puso los ojos en las tierras equivocadas y aquí están las consecuencias.

-   ¡Descarada! ¿se da cuenta Yoneida lo que ha hecho?

¿Acaso la sensatez le fue negada al nacer? ¡La Ingeniero Lorena pudo haber muerto!

-   ¡Ah pues! ¿ Y usted no sabe que yerba mala no muere?

-   La única yerba mala acá es usted…ahora le exijo me acompañe

a ver a su patrón y aclare todo este problema. No tengo porque cargar culpas ajenas.

-   Deje eso así, joven José. Ya la Ingeniero se fue y aquí no hay

nada que aclarar.

Dayana se acercó intempestiva enredando el rejo de cuero en su mano, pronto se detuvo frente a ella atrapando su atención por el seco sonido que se escapó del rejo de cuero al cortar el aire y golpear la tierra. Los caballos dieron unos pasos atrás temerosos mientras raspaban con los cascos de las herraduras la hierba.

-   ¡Jamás he visto semejante sinvergüenza! ¡Agarre camino y

vamos a buscar a su patrón que esta vaina se aclara ahorita mismo! No ha nacido la primera coño e´madre que venga a joderle la reputación a un Artiaga. ¡No juegue!

-   Usted no se meta, que esto no es asunto suyo- Se atrevió a

ignorarla buscando persuadir con la mirada al joven José- Usted no puede obligarme joven José, además no querrá que este asunto vaya de boca en boca por ahí, ¿verdad? Después de todo, usted no quedaría muy bien parado.

No tuvo tiempo de reaccionar. No parpadeó. Solo tuvo oportunidad para sujetar la mano rígida que la presionaba de la cabellera como si deseará arrancársela desde la raíz. No acertó al estirar la otra mano hasta el rostro de la hermana de José, por el contrario una mano tan fuerte como la de un hombre le apresó la mandíbula con tal furia que creyó se la iba a desencajar.  Pataleaba en pro de su propia defensa, pero la había rodeado con tanta sagacidad que quedó adherida al cuerpo alto de una mujer que llevaba botas tipo frazzani y jeans de tela gruesa. Ni siquiera llevaba el cabello suelto para poder defenderse halándoselo tal como solían hacerlo las mujercitas del pueblo que por alguna razón se iban a las manos.

-   ¡Faltaba más, no joda! Mi hermano no la puede obligar, pero

¡yo sí , zorra inmunda!

Fue así como Yoneida Veracruz tuvo que presentársele a su patrón.  Entre empujones y a rastras cayó de rodillas en la tierra pedregosa que antecedía a los peldaños de piedras del porche principal. Por un instante quiso huir tras los materos de los costados pero la aridez dolorosa en la piel de un latigazo la lanzó contra el suelo. José no pudo evitar la acción de su hermana. Reconocía que Yoneida Veracruz merecía tal castigo, pero no concebía que fuera su hermana quien llevara a cabo el papel de verdugo. En su interior, lamentó la transformación que los diversos episodios de la vida habían causado en ella. Formada a los golpes mientras él solo se había dedicado al estupor de los libros.  Bruno Linker empalideció al escuchar tal confesión.

-   ¡Patroncito perdóneme!, yo lo hice por usted, no más por

quererlo.

Petrificado apenas giraba la pupila de los ojos como si deseará saber qué querían que él hiciera. Un torbellino de recuerdos lo doblegaron. El doctor Fermín y sus acusaciones. La lujuria de Lorena sobre José Artiaga. Sus besos en la laguna azul. Él haciéndola suyo sin recato y pudor alguno sobre su escritorio.  Uno de los peones estaba cabizbajo sintiéndose avergonzado de tener entre sus obreras, una mujer como Yoneida Veracruz. – “Recoja sus cosas y márchese” – Murmuró como si no estuviera en ese mundo, como si levitara en un mundo inexistente, en una dimensión paralela. No reconoció el mar de lágrimas en el que se hundía, ni siquiera sintió lastima por las laceraciones causadas por tal Amazona. Fue el peón quien se disculpó con los Artiaga en nombre de su patrón argumentando confiar plenamente en su honorabilidad mientras a rastras sacó a Yoneida de las tierras de su patrón.

Bruno Linker caminó cabizbajo hasta su habitación. Sabía que debía llamar a Lorena Blasco. Buscarla y traerla de regreso para enmendar las faltas. “¿Dónde estaba Tomás que no atendía su celular? ¿Dónde estaban ahora?...¡Lorena cuan imbécil he sido!”

Doña Verónica perdió fuerzas en las rodillas al escuchar los verdaderos hechos vividos la tarde en que Lorena habría marchado.  El pulsó acelerado agitó su ritmo cardiaco y no tuvo otra opción que reposar en una de las sillas del escritorio siendo ahora ella, quien requería atención.

-   ¿Ves nana, lo miserable que fui con un ser tan especial como

Lorena?

-   No, hijo. Ustedes fueron víctimas de una mente macabra.

Ambos. Esa pobre niña debe estar sufriendo tanto como tú.

-   ¡Deja de llamarla niña, nana, que por mi culpa, nada de eso es!

-   ¿Qué te duele Bruno? ¿haberla convertido en mujer y no

haberla mantenido a tu lado? ¿o haber reconocido tus culpas?

-   De igual forma, la habré perdido, ¿de qué sirven esas preguntas

nana?.

-   La  primera está llena de machismo, hijo. La segunda de

humildad. Y créeme, si te digo que la humildad de los corazones abre y cierra puertas … Mírate ¿Qué ganas con beberte todo el licor de los bares? ¿Te hace más hombre? ¿Te enseña qué hacer o qué decir? ¿Ayudará en algo para que tu situación y la de Lorena cambie ?...creo que un poco de humildad para con ella te ayudaría en algo. Y una pizca de decisión hijo, por supuesto. El amor es un negocio en donde si pierdes te habrás ido a la ruina. A veces me pregunto: ¿Dónde está el joven que todo lo sabe y quien domina su entorno? Dime Bruno…El joven que yo conozco ya habría ido a buscarla, calle por calle, avenida por avenida, casa por casa, hasta dar con ella.

-    Aunque la encuentre. No querrá verme.

-   Deja que sea ella quien lo decida…Si te sirve en algo, puedo conseguir su dirección en Caracas.

 

- ¿ Su dirección? ¿La tienes, nana? – Cuestionó esperanzado aferrándose a los hombros de Doña Verónica, quien llevaba mucho tiempo sin ver ese brillo de euforia en sus ojos.

-   Dije que puedo conseguirla, no que la tenga…Pero lo haré con

una única condición hijo.

-   Nana Verónica,  dime lo que quieras. Te cumpliré. Lo juró.

Realmente su semblante era otro. No dejaba de sonreír y besarle las manos mientras suplicaba le enunciará esa única condición.

-   Mi condición no es cosa de otro mundo Bruno- Desfiguró el

Rostro con rasgos de insignificancia-  Mi condición hijo, es que no regreses sin  Lorena. Que ofrezcas matrimonio y te unas a ella tal como debe ser. Esa muchacha se lo merece. Lo desea. Y tú mereces una nueva oportunidad para ser feliz. Es tu oportunidad para ver la vida de otra forma.

-   Así será nana. Me miraré en sus ojos. Le diré lo qué estoy

sintiendo y pediré perdón, de rodillas si ha de ser necesario para excomulgar mis culpas…

Tomó el rostro de la anciana entre sus manos besándole la frente con un gracioso sonido que les hizo bromear. Se abrazaron. Doña Verónica con la fe de Dios encendida entre las venas y Bruno con las mismas sensaciones que visten la fe pero sin admitir cuan poderoso es creer en la supremacía de un ser que dirige los designios de cada vida. Prefería creer en él mismo y en su poder de seducción. Era esa autosuficiencia incrustada en su mente que lo lanzaba al éxito, pero también a la perdición. Su independencia. Su voluntad de crecer junto a su hermana una vez perdido el pilar base de su hogar: sus padres… Conocía lo vulnerable que su complejo prototipo femenino podría ser en sus brazos. La susceptibilidad de su piel. Lo dócil y dulce que podría ser al embriagarla con el sabor de sus besos…La decisión estaba tomada. Viajaría en busca de la prisionera de sus brazos, la única mujer condenada al sabor de sus besos.

Si algo tenía Doña Verónica era poder de obtención. Bastaba pedir algo y en cuestión de minutos podía contar con ello, quizás formaba parte del arte de ser ama de llaves durante tantos años y de dirigir el personal de limpieza de la familia Linker. Obtenida la dirección, restaba disponer un viaje que Bruno Linker decidió efectuar a la mañana siguiente.

El tres de julio viajaría con Tomás hasta Mérida en la camioneta Toyota, doble cabina, él lo dejaría en el aeropuerto para luego regresar a las tierras en Altamira de Cáceres. Había aprendido de Lorena a planificar mentalmente. Su viaje ahora, era una planificación que plasmaba en su mente con tal maestría como si del papel se tratase. Pretendía hospedarse en la Gran Caracas, rentar un automóvil que se ajustara a su exigente gusto y disponer de una visita a la “Tintorería Blasco Veragua”. En teoría resultaba sencillo, bastaba contactar por celular a su agente de viajes y él se haría cargo de la reservación en el Tamanaco Internacional y del auto rentado. En el plano práctico con Lorena  se concentraba el problema, sabía cuál era la forma de pensar y comprendía cuan herida pudiese estar como para tolerar su presencia. Prefería desechar el yo interno perturbador que rodeaba sus oídos recordándole lo canalla que había sido como para presentársele como si nada hubiese pasado. Después de todo confiaba en que su capacidad de análisis podría orientarla mejor al reconocer la vil trampa en la que ambos habían caído. Entre su equipaje guardó el hermoso collar de piedras con que pretendía pedir su mano en matrimonio. Lo conservaba con cierto desdén al creer imposible volverla a ver. Pensó en llevarlo consigo, en su viaje de regreso a Ámsterdam y obsequiárselo a su hermana. Amaba las joyas. Bruno Linker llegó al Aeropuerto de Mérida con una maleta en mano. Vestía un traje de corbata de azul celeste que resaltaba en el traje Italiano de color azabache. Sus manos lucían ajustados guantes de seda blancos en el intento eficaz de ocultar las heridas por cortes que aunque eran minúsculas hacían doblegar su elevado autoestima. Cicatriz de un pasado de ira incontrolable. Su traje. Sus guantes. Su calzado de charol. Todo él se acoplaba en elegancia y buen gusto.

“¿Estaba asustado?” – Se preguntó muchas veces- “¿Por qué he de estarlo? En cierta forma soy inocente de mis acciones al desconocer la maraña creada por Yoneida, de igual forma ella también lo es…”

Una vez finalizado el Congreso Sabrina Salle Sena retornaba en un vuelo nacional hasta La Guaira en donde sus insustituibles amigos Marcos Arcadipane y Lorena Blasco Veragua esperaban por ella, resignados a escuchar sin objeción las anécdotas que de seguro, traería consigo. Sabrina traía recuerdos para obsequiarle al padrino de Lorena y para ellos mismos. Las franelas y los llaveros alusivos a la Ciudad de los Caballeros encabezaban la lista, pero quien dominaba el encanto de los regalos eran los deliciosos dulces abrillantados, las suaves arepas de trigo, los golfeados y los deliciosos higos rellenos.  Deseo que su amiga hubiese asistido y no cesó de repetírselo una y otra vez.  “Te perdiste de mucho, amiguita linda”- Le dijo- “Hasta de refrescar la vista con un maravilloso colirio. Un joven hermosísimo. Tal como lo prescribe el médico, asistió al congreso, claro, nadie supo quién era y cuál era su rol, pero eso no importó. Quizás era algún acompañante de seguridad de un conferencista. “

-   Sabrina no tienes reparo.¿ Asististe a alguna conferencia o te la

pasaste de cervezada en cervezada buscando chicos?

-   ¡Por supuesto amiguita! ¿acaso crees que me perdería una

Conferencia siquiera? Asistí a todas y en las noches: ¡derrape total!- En ese instante gritó eufórica mientras los rodeaba a ambos- Hay unos sitios espectaculares. El que más me encantó es uno llamado “La Cucaracha” y “Habana Kawi” es otro de lo más super.

-   ¿Sabrina, cuándo piensas enseriarte un poco?- Indagó Marcos

mientras caminaba huyendo de las picaras caricias de su amiga. Detestaba que le revolviera el cabello, pero no había forma de hacérselo entender.

Caminaban hasta la imponente camioneta de Marcos Arcadipane cuando Lorena se balanceó involuntariamente contra una de las paredes del pasillo llevando consigo al piso la maleta de Sabrina. El vértigo hizo que se inmovilizará. De repente sintió como si presionaran la parte occipital de su cráneo. Un hormigueo recorrió sus brazos. El semblante de su piel empalideció a tal punto que Marcos creyó que se desmayaría. A prisa le atendieron sentándola en uno de los asientos que rodeaban las mesas de un cafetín en la sala de espera del aeropuerto.  Marcos corrió a comprar una botella de agua mineral y un néctar de frutas por si de repente era un descenso de azúcar. Su piel estaba fría así que esa posibilidad debía sopesarla. Aunque podría ser también la tensión. Marcos se molestó con ella por no haberle mencionado a su padre, lo de sus desvanes. En los últimos días se le veía quebrantada pero ella solo respondía que estaba agotada, era algo que solucionaría pronto con sus complementos vitamínicos. Su terquedad era irrefutable y en ocasiones lograba encolerizar a Marcos. Entre bromas universitarias se recuperó tan aprisa que continuaron rumbo a la camioneta. Era tarde y no debían permitirse que las extenuantes colas de las horas picos los atrapara. Al llegar a la camioneta, Sabrina no soportó por más tiempo no mostrarle a Lorena su sorpresa.  Se puso de pie frente a ella y extendiéndole en el aire le hizo entrega de las credencias de asistencia y el certificado, ambas con su nombre y apellido. Lorena puso rostro de incredibilidad. ¿Cómo podría su amiga obtener su certificado de asistencia sin haber participado?

-   Yo no iba a permitir que tú perdieras este punto en tu

Curriculum, amiga.

-   Pero ¿cómo lo obtuviste? ¿es legal?

-   Sabrina:” la falsificadora de credenciales”- se burló Marcos al

intentar abrir la portezuela del chofer.

-   Vamos a ser ingenieros, ¿cierto?, así que esto es solo una pizca

de ingenio. ¡Tranquila amiga, yo sé que no eres partidaria de estas cosas, pero admítelo: es genial. Tienes tu asistencia y respecto a las conferencias, las grabe casi todas en mi cell para ti, amiga. 

Lorena no supo cómo reaccionar. ¿Debería estar orgullosa de lo que su mejor amiga había hecho por ella? ¿O debería hacerle frente y obligarla a devolver sus credenciales a pesar de lo importante que eran para ella?-

-   ¡Anda, Lorena! ¿en qué mundo vives? Disfrútalo y listo. Eres

muy afortunada al tener una amiga como yo.

-   Por su puesto- Espetó Marcos al subirse a la camioneta y

encenderla, librando las portezuelas del seguro- En un par de años tendrán en tu expediente alguna solicitud policial o de la interpol- Se carcajearon de muy buena gana.

El asunto de la credencial se olvidó aprisa cuando Marcos tuvo que detenerse a un costado de la vía de La Guaira a Caracas para que Lorena desocupara el aperitivo que habían ingerido durante la espera del vuelo de Sabrina. De nuevo empalideció y sus mareos se hicieron un poco más agresivos. Al descender de la camioneta tuvo que sentarse aprisa evitando desplomarse entre la pedregosa orilla. Cuando parpadeó se halló sostenida por los brazos de Sabrina y Marcos, de lado a lado. Recordó su viaje a Mérida y las razones por las que se había retardado en los baños del cafetín de apartaderos, lanzándola a un abandono temporal. – ¡Vaya! Creo que me he vuelto alérgica a las carreteras- Sonrió ante un par de miradas serias e inescrutables.-  Estos mareos me traen malos recuerdos, como que voy a recurrir a esos antihistamínicos que me daba mi padrino cuando íbamos de excursión en el colegio.

“Se me nubla el pensamiento y de repente una avalancha de recuerdos de besos y caricias inconcebibles e inimaginables perturban mi alma. Bruno Linker está sembrado en mi corazón… desgraciadamente, crece en él como una rosa repleta de espinos hasta en sus propias raíces. ¡hiriéndome! Por un momento quiero llorar, pero me abstengo, amordazando mi dolor para evitar que estos dos me trasladen a la sala de emergencias de una clínica” – Empuñó las manos y con tosquedad se limpió los restos de la inmundicia que solo llega a serlo al salir de los cuerpos. Deseo poder vomitar el recuerdo de ese hombre que entre abrazos lujuriosos, caricias y aprensiones se habría apoderado de una parte de sí misma.

Marcos chasqueó los dientes aferrándose a los brazos lánguidos, sin mucho esfuerzo, procurando no dejarla desplomarse en la orilla de la carretera. – Deseo desmembrar a alguien- alcanzó a murmurar hasta que el codo de Sabrina se incrustó en su abdomen. El cruce de miradas eran dagas ardientes lanzadas de pupila a pupila. Sabrina Salle Sena reconoció el trasfondo del comentario de Marcos, así que consideró oportuno callar. ¿Podían acaso hacer algo a esa altura de la vida? Si quizás hubiese hablado de forma sincera con Lorena, si hubiera descubierto que algo extraño pasaba en la prolongación de aquel regreso él hubiera tenido la gallardía de emprender camino y traérsela de vuelta, pero no fue así, ahora debían cargar con culpas en el pecho y cruces en la espalda, imaginando a diario las vicisitudes que debió pasar Blasco y cultivando la sed de venganza en contra de un tal Bruno Linker que quizás nunca conocerían.

De regreso a casa de Lorena, se vieron obligados a cruzar por la sala de atención al cliente de la tintorería, adentrarse por el pasillo lateral y cruzar en un recodo para abrirse paso tras una puerta de madera maciza que decoraba el umbral de acceso a su hogar. Allí, tras la rigidez de esa puerta tallada en un caoba reluciente había vivido desde muy niña. Nunca olvidó el día en que su padre hizo poner la puerta frente a su casa y construir el pasillo que llevaría a la tintorería. Solía decir que nada era mejor como trabajar en casa. Con el paso de los años lo comprendió dándole la razón. Nunca debía salir en carro para su trabajo. Bueno, en cuanto a ese trabajo se refería, porque en lo que respetaba a la mueblería, debía trasladarse hasta las Mercedes y realmente en La Gran Caracas cualquier distancia representaba horas de atasco y de estrés vial. Por Fortuna reducía tal presión al poseer su propio medio de transporte absteniéndose del calvario de someterse a largas colas en los autobuses de uso público o el riesgo de subirse en uno de los taxis o moto taxi. En cierta forma, no había nada de malo en ello cuando lo hacía. La cátedra extra curricular: “Gerencia de Micro Empresa” que dictaba en la U.C.V. el Profesor Timaure le había ampliado la perspectiva visual y mental de las ideas de negocio convirtiéndola en una pequeña gerente de sus propias empresas. Si todo le favorecía, en un año más pretendía aperturar una nueva sucursal de la mueblería. Lo ansiaba. Le hubiera gustado que su madre pudiese ver lo que ella había logrado, después de todo era su propia idea, pero los temores guardados dentro de sí misma anudado al concepto de lo que debería ser una esposa ideal erigió en ella una barrera tan impenetrable que la distanció definitivamente de sus sueños. “ A veces las personas no logran lo que quieren porque guardan muchos miedos “- recordó con nostalgia. “ ella no iba a permitir que sus miedos le detuvieran los pasos que la condujeran hasta sus sueños”- Todo cuanto había planificado hacer y ser durante sus años académicos debía ejecutarlo.

Era su deber ser si no deseaba irse a la tumba con remordimientos.

Cruzaron la tintorería sin mucha prisa, saludando a la dependiente a cargo. Algunos clientes correspondieron al saludo y despedida mientras se abrían paso tras el pasillo. Al abrir la puerta un vasto patio de piso recubierto por cerámicas de estilos góticos plasmados entre colores caoba y color mostaza les daba la bienvenida,  los cuatro costados del patio  eran bordados por pasillos de piso reluciente decorados por unas elegantes barandas en yeso blanco, algunos tramos eran cerrados por completo en una fachada de friso rugoso y otros tramos por persianas negras. En el interior de la casa el techo de platabanda exhibía una lámpara de araña con relucientes gotas de cristal que parecían desparramarse del centro de ella. Los muebles eran una mezcla de modernidad y estilo colonial que agradaba visualmente. Una jovencita de nariz respingona derrochando amabilidad se lanzó con sus atenciones deduciendo el deprimente estado de salud de la dueña de la casa, así que corrió en busca de una jarra de agua fría y regresó sirviendo un vaso de vidrio. Marcos le pidió preparar un caldo de pollo para Lorena y sin objetar dio media vuelta rumbo a la cocina. Con un cruce de miradas coincidieron en meterla en la cama. Marcos llamaría luego a su padrino. Consideró necesario hacerle una revisión médica a quien podía apreciar como si fuera la hermana que nunca tuvo.

Sabrina ayudó a descalzarla en sumo silencio. Lo cual produjo suspicacia en Lorena. “¿Sabrina callada?”- “ Eso es absurdo. ¡Hablaba hasta por los codos!.Ni el cansancio físico podía hacer que se callase.

-   ¿Qué te pasa Sabrina?

Apenas pudo murmurar un nada en medio de un chasquido.

-   ¿Nada? Te conozco lo suficiente Sabrina como para comerme

ese cuento de que no pasa nada. Anda dime. ¿Marcos se ha molestado por algo? Oye, se lo delicado que es con la tapicería de su carro, pero no le ensucie nada.

Marcos alcanzó a escuchar cuando entró guardando su celular en uno de los bolsillos laterales del pantalón de lino.

-   ¿Qué boberías dices Lorena? la tapicería es lo que menos me

preocupa en este momento. Lo que me preocupa eres tú. Desde que regresaste de ese viaje has estado muy cambiada. No te ríes como antes, claro, no es que hayas sido la mata de la diversión, pero ni siquiera aceptas salir con nosotros al cine. Es como si nos evadieras. Te la pasas trabajando todo el día y si no es por nuestras constantes visitas también lo harías en la noche. Debes parar. Descansar.

-   O contarnos lo que te pasa- Intervino Sabrina con una seriedad

que no solía ver en su semblante.

-   ¡A pues! ¿ y qué se supone que debería pasarme? ¿no creen que

están exagerando un poco las cosas?, un mareo es algo muy normal cuando se está tan bajo de vitaminas. Lo admito no las he consumido como solía hacerlo, pero eso no es algo que debe quitarte el sueño.

-   Ojala Lorena, así sea. Ojala y no sea lo que estamos pensando.

De todas formas, mi papá viene en camino para evaluarte.

-   ¿Lo has llamado? ¿cómo se te ocurre Marcos, tú sabes lo

ocupado que se la pasa? ¿ Y qué están pensando?

-   Si lo olvidaste, permíteme recordarte el lema de mi padre: “ La

familia es primero” Y tú eres nuestra familia.

-   Anda Lorena. Cálmate. Marcos hizo muy bien. Lo mejor es que

te vea un médico y que mejor médico que tu padrino, el excelentísimo Doctor Mauricio Arcadipane- Lo dijo con tanta solemnidad que por fin pudo arrancarle una sonrisa en medio de la palidez de su rostro- si tu problema es por debilidad, lo mejor es saber en cuanto tienes la hemoglobina, los glóbulos blancos, ¡ah! Y también las plaquetas- Añadió con voz entrecortada temiendo soltar lo que realmente pensaba y deseaba descartar. Marcos se cruzó de brazos con los labios empinados de enojo. Lo conocía. Algo le molestaba y necesitaba saberlo.

-   ¿Marcos, qué pasa contigo?

Pero sin dar respuesta alguna se dio media vuelta abandonando la habitación.

No podían mencionarle lo que sospechaban de su estado de salud. Pudiesen estar equivocados y realmente, deseaban que así fuera.

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