Ada

Ada


Portada

Página 27 de 36

La paciente de la camilla vecina, estaba allí cinco días antes que Lorena y nunca se le conoció visita alguna, solo recibía los cuidados propios de la clínica, mientras ella se procuraba sus propias atenciones personales, claro, hasta donde las bolsas de soluciones salinas le permitían. Se quejaba de lo incomodo que resultaba ir a las salas sanitarias conectada a esas fastidiosas bolsas empacadas al vacío. Durante las trece horas del día que debían compartir casi en su cien por ciento se quejaba de cualquier detalle. En medio de tantos resoplidos pudo enterarse de la procedencia de tan peculiar compañera. Su padre, un político adepto al gobierno adherido a las antiguas costumbres, renegando de su conducta, la internó en la clínica para no dejarla morir desangrada en la habitación de motel en donde las autoridades la habían encontrado. Su novio, un mozuelo adinerado, fanático del rap y reggaetón, asustado por los cambios bruscos de la vida que vendrían junto a un embarazo no planificado, optó por decidir por ambos. Alguna de sus cotizadas amistades aceptó realizar la operación. Sería sencillo. Un aborto inducido. Un par de pastillas Citotec que obtendrían ilegalmente con alguien de moral, de fácil adquisición. Un par de copas alteradas con algún fármaco que la indujera al estado de letargo, una dosis de pitosil  y listo, pero no todo lo ejecutado debe llegar a feliz término. Ese fue su caso. Una baja en la tensión. Una hemorragia imprevista junto a la alta temperatura corporal despertaron en ellos el deseo de huida. Su caso se complicó. El Hotelero extrañado por la forma en que habían desalojado el lugar subió a inspeccionar encontrándose con la débil muchacha ardiendo en fiebre e inmersa en un charco carmín.

Lorena empezó a comprender las razones por las que la entrometida paciente vivía quejándose y llamándola idiota de la forma más decente posible.  Comprendía las razones por la que suponía sentir envidia, su amado buscó hacerla a un lado destruyendo la unión más pura y celestial que hombre y mujer alguno pudiese tener,  mientras ella tenía a alguien que buscaba erguir puentes que le condujeran  a ella, para forma parte de sí misma. ¡Absurdo! Teniéndolo todo a sus pies era ella, Lorena Blasco Veragua quien buscaba romper los vínculos.

 Ese mismo día, en la tarde, su padrino le dio de alta. No vería más a la malhumorada compañera de habitación veintinueve, pero pudo sentir tristeza por ella al despedirse en un profundo silencio. Contaba con una familia capaz de cederle la mano si caía u ovacionarla si lograba el éxito, pero ella, era una joven que no podía darse el gusto de errar o acertar esperando mirar a las gradas, porque estaba completamente sola.

Los cuidados exhaustivos continuaron en casa, por un momento se sintió satisfecha de no sentirse al acecho de tanto personal médico, en especial de su padrino y de Marcos. Apreciaba el cariño que le guardaban, pero por instantes se sentía aturdida y sofocada, solo Sabrina sabía darle consuelo y comprenderla. En ocasiones, le sugería la posibilidad de considerar aceptar las palabras de su prometido. Según su propio criterio Bruno Linker era un hombre único, envidiable. Había caído del cielo para su amiga. Su propia estrella.

En cama solo podía dedicarse a leer sus novelas románticas que Marcos compraba en el kiosco de revistas cercano a la terminal. Uno de los pocos sitios en donde podía encontrar los títulos de su gusto y que parecía comprar con cierto desdén al menospreciar su contenido.

Bruno Linker se enteró que Lorena había sido dada de alta, ese mismo día, gracias a un buen contacto con un enfermero  a quien agradecía con una generosa cantidad. Se alegró al asumir que estando ella en casa podría verla con más facilidad. La Tintorería tenía su resguardo por un sistema satelital, algo menos restrictivo para su persona. Entonces, decidió apostarse a un costado de la vía junto a la tintorería. Un portón metálico colindaba con el local y en él una pequeña puerta inserta desde donde pudo llamar sin ser atendido por casi una hora. Iba de un lado a otro, frotándose el mentón, a veces revolviéndose la cabellera. Lorena se estaba negando a atenderlo ¿o alguien estaba impidiendo que le atendieran?

Al día siguiente telefoneó al Doctor Arcadipane, su padrino, para concertar una cita en persona con él. Necesitaba manifestar sus buenas intenciones con Lorena y declarar su amor por ella… No fue necesario el protocolo adecuado a las circunstancias pre-nupciales. Fue una cita semejante a las de negocios. Reunidos en un restaurante del centro de la ciudad en hora vespertina, ambos con indumentaria informal. Como la tarde se torno gélida, incluso con posibilidad de lluvia Bruno Linker optó por un abrigo negro con franjas gris y marrón, cuello de tortuga y de mangas largas acoplado a un jeans wrangler azul marino. Por breves instantes, sintió no haber acertado en su combinación al verse intimidado por las miradas observadoras del señor Arcadipane. Lo evaluaba. Lo escuchaba. Como si deseará descubrir el fondo de sus palabras. El tópico de la reunión se centró en el futuro de Lorena, como si de una menor de edad se tratase, a veces Bruno se preguntaba: ¿será que me metí con una menor de edad? , pero los hechos le hacían aterrizar. No era la edad lo cuestionable. Era la forma en que se habían dado las cosas. El enlace entre un hombre algo mayor  para una joven inexperta, honorable, de reputación incuestionable en una sociedad que aunque se jactase de moderna y liberal aún estaba sujeta a costumbres antaña. Todavía existen familias conservadoras en este mundo libertino señor Linker- Enfatizó el doctor para luego carraspear un nudo en la garganta y proseguir- Lorena forma parte de una de ellas- No sintió desganó en escuchar acerca de sus orígenes pudiendo comprender el apego a su ahijada y la necesidad de protección ante la desnudez de una promesa convertida en compromiso, pactada ante la sepultura de un hombre y una mujer inmigrantes: los padres de Lorena.

“ Lorena es como mi hija, prometí velar por ella, como podrá comprender usted, es natural que sienta preocupación ante la solicitud de un completo desconocido, aunque admito que he realizado ciertas averiguaciones y por lo hallado no puedo negar que riquezas y estabilidad material es un fuerte a su favor, más no es lo que me importa en realidad, pues como lo ha visto Lorena cuenta con independencia profesional y fortuna propia, que aunque resulte modesta ante la suya, basta para vivir con ciertas comodidades. Es usted señor Linker,  el punto débil, el desconocido que mantuvo a su lado a mi ahijada durante tanto tiempo, lejos de nosotros, con razones que hoy puedo poner en duda, es usted mismo quien no está a su favor…además es casado

-   Divorciado señor- le interrumpió en tono cortes-  Respecto a

mi personalidad admito haber gozado de un ritmo de vida libertino y en cierta forma irresponsable, pero conocer a Lorena me ha abierto una nueva perspectiva, ella es mi opción de vida. No miento señor Mauricio cuando digo que juro amarla.

-   En esos términos, le recomiendo platicar con mi ahijada.

Cuenta usted con mi permiso para visitarla cuando lo desee, sincérese con ella y si es correspondido no le negaré mi bendición. Usted sabe con exactitud lo importante que es la joven que usted ha tomado. Recuerde: nuestra actitud y posición dependerá de la decisión de Lorena.

-   Ese es mi problema señor. Lorena me está negando el

derecho a expresarme, a explicar tantas cosas que deben ser explicadas.

-   Dele tiempo al tiempo. Quizás ella necesite disposición para

Escucharlo y poder razonar.

“¿Razonar? ¿Es que no puede ser menos analítica y dejarse llevar por lo que estoy seguro, ella siente por mí? ¡ Al carajo el raciocinio Lorena! Estamos esperando un bebé. No creo que sea algo que merezca pensarse mucho… “

No dejó de cavilar, aún después de despedir al siempre ocupado doctor Arcadipane. Ordenó su acostumbrada copa de vino junto a un plato de milanesa y vegetales para la cena. Se disputaba las razones para visitarla esa noche. Quizás debía contratar un grupo de mariachis y pararse al frente de su casa hasta que ella saliese o hasta que la junta de vecinos la obligaran a salir para retomar el orden público. ¿Estaba alucinando? ¡Bruno Linker nunca ha dado una serenata!  ¿quién lo hubiese creído? 

Mientras trataba de degustar la cena estudiaba las razones por las cuales podría aparecerse frente al portón de su casa. Pensó: “ haré como los árabes al estar de celebración. Me estacionaré con el reproductor a todo volumen y empiezo a lanzar tiros al aire”. Luego de meditar un poco desechó la posibilidad al imaginarse rodeado por las patrullas de policía o abatido como presunto delincuente. ¿Me confundirían con un delincuente en mi elegante porsh?- Pensó dubitativo- No, quizás se me acercan con intención de ayudarme al reconocer que les pudiese mojar muy bien las manos- Sonrió molestó ante su falta de soluciones.

Al finalizar la cena la ausencia de soluciones lo atormentó aún más. Nunca se sintió tan escaso de pensamiento… La idea de contratar Mariachis empezó a tomar fuerza hasta que lo decidió. Desde el hotel pudo contratar un oneroso grupo de música Mexicana y a las nueve de la noche se detuvieron frente a su casa, derrochando elegancia. No escatimaría en gastos. Lorena lo merecía, pero aunque puso alma y corazón en esa, su primera muestra pública de amor, su amada no salió.

Desconoció que Lorena escuchaba desde el patio frontal tonada tras tonada. Cerraba los ojos inmersa en tan mágico sueño. Una parte de ella. Su Yo interno, brincaba de alegría, de placer, pero su raciocinio y el orgullo la detenía. Sabrina amordazaba su euforia al morderse los puños mientras intentaba convencer a su amiga para salir y de una vez por todas obsequiarse un boleto a la felicidad, pero fue imposible convencerla.

Una hora más tarde los músicos dejaron de tocar. En la noche se percibió un silencio sepulcral tras los pasos y los ruidos emitidos por los vehículos en donde supuso se trasladarían los mariachis. Mañana podría verlos en el sistema de seguridad. No tenía prisa. Antes de partir Bruno Linker elevó los brazos y ató a una viga el ramo de rosas con una tarjeta escrita con las mismas dos palabras de siempre.

A su regreso a la habitación sintió la sensación atroz del fracaso. La impotencia e incapacidad deja a su paso una senda de cenizas y de estropajos inmersos en el fuego de bastas dimensiones. La piel se eriza y suda de una forma única a pesar de estar inserta en un ambiente de diez grados centígrados. El desprecio padecido jamás lo había sentido y por vez primera se supo degradado. ¡Maldita sea tu terquedad! ¿Quién ha visto que mujer alguna rechace a un grupo de mariachis entonando una larga serenata para ella? ¡Absurdo! ¿Qué puede estar pensando esa mujer? Está a la espera de un hijo, ¡mi hijo! y pretende hacerme a un lado así de fácil, ¿acaso no me amó nunca? ¿acaso Lorena me considera un error en su vida, el inicio de una cadena de errores? Si así es,  debo demostrarle lo equivocada que está… ¿No añorara mis besos y mis manos, tanto como yo añoro las suyas?...

En cada paso dado se deshacía de una parte de su vestimenta. Desaliñado. Abatido cayó de bruces sobre la desolada cama.

Sabrina se levantó presurosa. Se le había hecho tarde para uno de sus compromisos con sus tutores en la facultad y para su propia suerte la propiedad de su amiga estaba más próxima a la universidad que su casa familiar en Bello Monte. El auto estaba en el área del garaje, así que se dispuso a sacarlo mientras con el control remoto abrió el portón. Sin prisa se deslizaba sobre la viga de arrastre y desde arriba vio caer un ramo de rosas. ¿Más rosas? ¿Qué le estará pasando a mi amiga? ¡Este es un hombre de película! Nunca he conocido un hombre como este. Lorena debe escucharme de una vez por todas. ¡Sí señor! ¿cuántas chamas no matarían por tener un novio como ese?

En grandes zancadas regresó al interior de la casa encontrándose con su amiga reposando en la mesas del té. Su mirada estaba absorta en la taza de infusión que le había sido servida. Indiferente puso la mirada sobre el ramo de rosas rojas y blancas que Sabrina Salle Sena había arrojado sobre el mantel.

-   Estás son rosas de plumas de ganso. Son importadas. Tienen

ese aroma delicioso de las rosas frescas. No conozco el primer chamo que haya obsequiado una a su novia. Si no te has dado cuenta es el quinto ramo de rosas que recibes y todas son rojas con una o dos blancas. El rojo, amiga, me traslada al mundo de las pasiones y el blanco a la pureza del amor. ¿por qué no reaccionas, de una vez por todas,  amiga? No conozco al tal Bruno Linker ese, pero por la forma en que busca conquistarte, por el solo hecho de haberse hospedado en un hotel de la Gran Caracas dejando al abandono sus compromisos en ese distante pueblo, por haberse dejado bofetear por Marcos y además por los mil artilugios creados para llegar a ti, por todo eso bastaría, Lorena, para que al menos le permitieras explicarse. Tú y ese pobre señor deben hablar. Mirarse a los ojos y descubrir qué diablos está pasando con ustedes dos. Bueno, realmente, con ustedes tres, porque esta es tu realidad, Lorena. Tu realidad es que llevas en tu vientre un bebé y ese hombre no se ha negado en ningún momento a tenerlos.

-   ¿No se te hacía tarde para la asesoría de la tesis?

-   ¡Qué importa, después de todo ya estoy retardada! Y tú me

importas mucho más amiga, soy mujer y sé reconocer un buen tipo cuando lo veo y te aseguro amiga, que ese tal Bruno Linker es el tuyo. ¡No lo dejes ir!. No te niegues la felicidad.  A veces creo que te estás auto flagelando, ¿es eso? ¿ Te estás castigando? Si te preocupa lo que piense Marcos, olvídalo. Es tu futuro y el de tu bebé el que está tambaleando.

Se acercó a ella propinándole un tierno abrazo de despedida dejándola inmersa en un mar de incertidumbre. Se bebió a sorbos la infusión, apoyó un codo sobre la mesa violando las normas de urbanidad. No le importaba parecer una mal educada si alguien apareciera en ese momento. Se sintió cómoda con el codo sobre la mesa y la barbilla sobre su mano, de vez en cuando acomodó un par de hebras onduladas tras sus orejas.  Luego de observarlas llegó a la conclusión de que necesitaba una visita a la peluquería quizás lo que más necesitaba era distraerse un poco. Por teléfono contactó con su peluquera de costumbre y acordó una cita horas más tardes. Ansiaba el momento en que pudiese disfrutar del lavado de su cabello, esta vez estaba dispuesta a pagar el doble por el servicio si le dedicaban más tiempo a esa etapa. Lo necesitaba. La excusa perfecta: una aplicación de tónicos, una máscara de keratina o placenta de ovejo, cualquier químico que consumiera su tiempo en el lava cabeza. Un masaje mientras le lavaban el cabello era la única manera que se le ocurría para desestresarse.

Mientras ella consumía su tiempo en una persecución extraña por borrar sus recuerdos y apostar a  nuevos pensamientos en una peluquería de clientes selectos Bruno Linker planificaba un recorrido por el capitolio. Necesitaba reformular su éter existencial. Necesitaba visualizar una idea acerca de la posibilidad de haber perdido definitivamente a su bella prisionera. Se estacionó cerca del capitolio en un estacionamiento privado en el sótano de una edificación que realmente, le preocupó no poder reconocer, así que se alejo del lugar con una toma fotográfica del edificio con su teléfono Iphone. En ese instante una señora que paso a su lado se inclinó susurrándole al oído que guardase su celular. “ Un aviso divino”. Renegó de sí mismo al olvidar que no estaba en un país de calles seguras. Lo guardó aprisa en un bolsillo interno de la gabardina que ese día por amenazar bajas temperaturas acertó en usar. En un costado del cinturón palpó el abultado y rígido volumen del arma automática que solía llevar consigo. La ajustó un poco más, abrochó un botón superior de la gabardina y pausado se abrió paso entre el tumulto de personas que circulaban por las adyacencias del majestuoso Capitolio. La cúpula se erigía imponente mientras presuntuosa ondeaba al son de la brisa fría el tricolor venezolano.

Caminó sin rumbo fijo, despreocupado. Quizás caminar armado en una ciudad de circunstancias variables e imprevistos indeseables le proporcionaba una dosis de seguridad. En su andanza contempló hermosas torres, calles de piedra legados de la Caracas colonial, paseos repletos de pintores y obras artísticas de un colorido encantador, estuvo tentado en más de una ocasión a adquirir alguna de ellas, pero ¿qué iba a ser con más cargas que las que llevaba a cuesta? Una hora más tarde paso frente a una iglesia, era una especie de catedral pequeña. Imponente exhibía sus peculiares tres cúpulas siendo la central la más alta y la que más resaltaba en decorados tallados. En cualquier momento se agitarían las campanas porque desde una claraboya se podía ver la movilidad de las largas y gruesas sogas. Recordó a Lorena. ¡Maldición! ¡Todas las cosas del mundo parecían traerla  a sus pensamientos! “

Recordó su rostro extasiado por las viejas costumbres de su madre. Supersticiones de pueblo- como lo pensó en ese momento- sin embargo ese día, a la luz vespertina de la Gran Caracas le vislumbró en plena oscuridad, sí. La oscuridad en la que estaba cayendo producto del rencor por las faltas pasadas, por la injusticia y la desconfianza, por su débil amor incondicional ante las pruebas más ruines. Esa propia oscuridad era su castigo. ¿Cómo  podría librarse de ella? Lorena mantuvo la creencia ancestral. “Si por vez primera entraba a una iglesia debía orar o rezar por sus feligreses, pedir un deseo o hacer una súplica que considerase imposible, pedirla con fe y de corazón. De esa forma Dios la concedería”. ¡Ja!- Pensó con melancolía- ¡ Si así fuera y Dios concediera milagros mediante una iglesia! ¿Cómo se supone qué debería orar?, ¡Bah! – renegó- Los templos solo son legados de la arquitectura de una época,¿ quién se creería esa estupidez?-

Sus pasos lo condujeron cerca de la fachada principal. Pensó en ella mientras sacudió la gabardina al instante en que sumergía las manos en los bolsillos, cabizbajo suspiró como quien da un último resoplido en una batalla mientras sus pasos emprendían camino. Presuroso ascendió los peldaños del umbral al templo y apenas movió la cabeza al atravesar el vitral que conformaba una de las tres puertas en forma de cúpula plana. Se avergonzó al no haberse santiguado al entrar, la verdad es que no santiguaba desde que su nana le había obligado a realizar la primera comunión a los once años. Siguió caminando ya dentro del templo. El ambiente era sereno a pesar de que un par de monaguillos estaban finiquitando detalles de lo que sería una misa.  A los costados y en todo su redor se exhibían pinturas al oleo de cada una de las etapas de la crucifixión de Cristo, todas talladas en gruesos marcos de madera estilo barroco. Las bancas con las tablillas para hincarse de rodillas empezaban a ser invadidas por feligreses. Todavía existía en algunas mujeres ancianas, las costumbre de llevar la mantilla negra sobre las cabezas aunque la indumentaria resultase más moderna. Bruno Linker quiso olvidarse de los detalles artísticos y arquitectónicos  y se concentró en la existencia de ese Dios maravilloso que pudiese hacer realidad el sueño más ansiado. Retirado de quienes empezaban a llegar a misa tomó asiento en una de las bancas, se sentó, luego se santiguó con torpeza. Debió recordar el procedimiento dictado por su nana porque se puso de pie recogiendo la gabardina para buscarse acomodo en la tablilla de rezos adjunta en la parte inferior de la banca. Se arrodilló, puso sus manos en posición de orar y empezó a murmurar. Parecía nervioso. Su rostro lo delataba. “Deseo poder compartir el resto de mi vida con la mujer testadura, metódica, excesivamente racional y profundamente hermosa que una vez hice mía, robando la pureza más ansiada por hombre alguno. ¡La amaba Dios santo y tú por ser Dios deberías saberlo!.Jamás quise hacerle daño… La amo como jamás pensé poder amar y amo al hijo que lleva en su vientre, deseo poder tenerlos en mi vida. Dignificarla. Que no exista deshonra que caiga sobre la pureza de su nombre… Mi deseo es bastante claro Dios. Sé que debó orar o rezar- no lo sé con certeza- por alguien, sinceramente, no sé cómo hacerlo, esto lo aprendí de ella, pero te pido: que nadie más en este mundo padezca el dolor que estoy sintiendo…Sé que tú y yo no quedamos en buenos términos cuando decidiste llevarte a mis padres…era solo un niño. Ahora que soy un adulto te pido perdón por todas las obscenidades que te dije y por recriminarte…  Te ruego no permitas que mi prepotencia e insensatez me separen de mi felicidad…¡Vaya Dios, me siento estúpido!- Se sonrió cabizbajo al retirar con el dorso de una mano un par de lágrimas que rodaban por su carrillera-  pero algo en mi corazón vibra diferente…a pesar de todo, me siento bien.”.

Era esa la primera vez en muchos años que oraba. Se sintió liviano y satisfecho, fue como si hubiese desnudado su corazón en esa banca de rezos. Al ponerse de pie, buscó la mesa de ofrenda de velas.

Vio algunas sin encender, así que tomó una y la encendió con la llama ardiente de otra de ellas.

En una de las esquinas de la iglesia reposaba una señora de cabellos grises sentada en una silla de plástico, recostada contra una de las columnas y junto a ella una mesa extensa exhibía tarjetas eclesiásticas con mensajes de amor y libros de igual contenido. Observó en general todo lo expuesto y fijo la mirada en uno de los pesados libros. Biblias en diversas versiones con un letrero encima indicando el precio de costo en bolívares. Una cantidad insignificante para el verdadero valor de lo que en ese momento significaba ese pequeño libro, pero no contaba con efectivo  y no le pareció acertado preguntar por un punto de venta. Desilusionado luego de haberla tomado entre las manos la regresó al mismo lugar.

-   Llévela joven- Le pidió la señora desde su silla, ahora

arrastrándola en el piso brillante- es el mejor amigo y es una muy buena edición.

-   Qué vergüenza señora, pero no cuento con efectivo en este

momento. Hoy en día se recurre con mucha frecuencia a las tarjetas bancarias. Dinero plástico, ¿comprende?

-   No se preocupe. Llévela. Se la obsequio. Dios quiere que

usted conserve su palabra.

Escuchar a esa señora lo petrificó. ¿Dios le estaba hablando mediante esa señora? ¿o estaba enloqueciendo?. Desde la muerte de sus padres no volvió a creer en divinidades y ahora, después de tantos años el amor por una mujer lo estaba poniendo frente a frente con un ser supremo. No coordinaba palabras. Quiso negarse, pero al creer que por alguna razón del mundo esa mujer deseaba obsequiarle el libro santo, no sería tan arrogante para rechazarlo. Se sacudió la cabeza.- Bien. Se lo agradezco y lo acepto solo si me permite venir a pagarlo en cualquier momento.

Acordado. Se retiró de la iglesia despidiéndose de la señora con la dulce promesa de regresar a saldar deudas. Cada vez comprendía menos la vida. Dios existe. Lo pudo sentir, pero al salir de las paredes del templo se burló de su propia ingenuidad.

Transcurrieron cuatro días sin comunicarse con Lorena. El celular podía ser testigo de la infinidad de llamadas infructuosas y de los mensajes enviados pidiéndole una oportunidad para conversar. La floristería había ganado un cliente estupendo porque a diario enviaba un hermoso ramo de rosas con las mismas peculiaridades. Sabrina estaba que se arrancaba los cabellos al reconocer el nivel de crueldad y estupidez de su amiga. Solo le faltaba sentarse con ella a beber una tras otra copa para ver si en medio de su embriaguez se decidía a llamarlo. A Lorena no le causaba gracia ese último recurso al recordar que por esa razón toda su vida al lado de Bruno Linker se había ido por un barranco.

-   No lo puedo creer amiga. Si te estás muriendo por ese

hombre ¿por qué te niegas a ser suya? Ve, búscalo, bésense mucho, ¡muchísimo!, hagan el amor con locura hasta la saciedad y olvida todo el pasado.

-   Sabrina, para ti todo es tan fácil. Para ti todo depende de un

orgasmo o de un buen físico y sabes que para mí el amor es más que eso.

-   ¡Por Dios, amiga! Si me has contado lo feliz que fuiste en sus

brazos, la magia que los invadió, entonces¿ qué es el amor para ti? ¿Qué carrizo buscas?... Te envidió amiga.

-   ¿Tú? ¿la mujer de los mejores chicos?

-   ¡Sí! . Yo. Te envidio amiga, porque a pesar de haber salido

con los mejores chicos de una facultad, ninguno de esos chamos me ha tratado o se ha desvivido por mí, como lo hace ese Linker por ti. ¡Por Dios amiga, si se caló siete días, para él, de aburridas conferencias solo con la esperanza de verte! Estoy segura que ese hombre es capaz de matar por ti. ¡Reacciona Lorena! ¡No se nieguen un poquito de felicidad! No le niegues la felicidad a ese ser que crece dentro de ti.

-   ¿Y si no funciona?

-   Si no funciona, ni modo, cada quien por su lado. Tú igual vas

a seguir adelante con tus negocios, con tu carrera y sabrás sacar adelante a ese bebé. Cuentas conmigo- Sonrió de esa manera que tanto le hacía reír al instante en que exhibía su reluciente dentadura- No lo pienses. Agarra las llaves de tu auto y condúcelo hasta el Tamanaco Internacional, entra a recepción, pide el número de su habitación y punto final.

-   ¿Y tú cómo averiguaste donde se hospeda?

-   Eso ni se pregunta Lorena. ¿Tú sabes que ese hombre no

deja de llamarme una hora siquiera? ¡Amigui! O tú arreglas tu relación con ese hombre o voy a terminar cambiando mi línea telefónica- Bromeó al abrazarla- No te preocupes por Marcos, yo le explicaré, pero si necesitas ayuda. No lo dudes, me marcas e iré enseguida con un cow boy del ejercito.

-   ¡Sabrina!- Espetó como negándose al buen humor de su

situación- no estoy segura. No quiero equivocarme otra vez.

-   Amiga, quien no se equivoca es porque no ha vivido. No ha

caminado. No puedes estar encerrada en una botella de cristal evitando las caídas, dime: ¿conoces a alguien que haya aprendido a montar bicicleta o a patinar sin caerse una vez siquiera?

Lorena estaba confundida. No sabía con precisión si lo que pensaba hacer era correcto, pero en el fondo de su ser, se moría por hacerlo. La luz del día se marchó aprisa dejando a su paso la fuerte conversación que su amiga y ella habían mantenido. La tintorería y la mueblería fueron cerradas al atardecer, cada una por el encargado respectivo. Su padrino llevaba días sin visitarla y solo debía conformarse con las llamadas o el chat de internet mientras que a Marcos lo veía a diario, era más que un guardián y estaba completamente segura de no compartir la idea de Sabrina, así que necesitó el apoyo de ella para persuadirlo esa noche. Una vez libradas de él, Sabrina se dedicó a colaborar con la apariencia de Lorena. Tenía que ser una noche importante, así que se empeñó en hacerle lucir un traje de noche sin mucho brillo, pero elegante. De un escote en uve, prominente en la espalda y de tiras triples sobre su voluptuoso pecho. En la cintura se ajustaba sin presionar su vientre  un cinturón con broches brillantes de una falda lisa que cubría sus piernas hasta el alto de las rodillas, las medias panty negras y el calzado de esmeraldas con tacón medio la hacían ver imponente. Una billetera de Carolina Herrera hacía juego con los pendientes, brazaletes y collar. Sabrina había retocado el alisado de su cabello manteniendo el nuevo estilo. El maquillaje y el perfume fueron de su elección y a ambas les pareció delicioso.

-   ¿Qué día es hoy amiga?- Indagó nerviosa mientras buscaba

las llaves del auto entre el manojo de llaves sobre una de las mesas del pasillo. Palpó su vientre. “Respira profundo” se dijo así mismo. “Respira profundo”- Todo va a salir bien. Tu padre y yo hablaremos. Solo eso- Se repetía así mismo.

-   ¡No chama!, ¡eso sí que no! Esa no eres tú. Cálmese y agarre

ese toro por los cachos.  Lo ves. Lo besas… ¡Haz el amor hasta que te canses! ¡Y listo! Tu bebé te lo va a agradecer toda la vida.

Sabrina la abrazó como aquella tarde en que la había dejado en la terminal rumbo a Mérida. Tuvo la misma sensación de despedida. Le besó la mejilla en medio de bromas para arrancarle esas sonrisas que el miedo a equivocarse le retenía.

Ese viernes era diferente. Era el inicio de un fin de semana incierto.-El día en que decidiría su futuro-

Conducía un optra clásico de la chevrolet, color negro, cuatro puertas. Automático, nada que ver con la suntuosa camioneta doble cabina de Linker. Encendió el reproductor para colocar un c.d. de los guardados en la guantera. Eligió uno de baladas románticas, la versión del Titanic y la del guardaespaldas en español y por breves instantes se sintió relajada. Se miraba en el espejo del retrovisor y por un momento tuvo el deseo de regresarse a casa para cambiarse de atuendo al creerlo inapropiado. ¿Podría él, verla de otra forma y optar por ofenderla? ¡Debí usar uno de mis pantalones jeans Fionucci y una de mis bellas blusas! – Suspiró al llevarse la mano libre al vientre. Acarició su bebé sobre su propia piel y pudo disfrutar de la cálida sensación de ser mamá. Debía relajarse para no inquietar a su bebé, no querría infundirle miedos desde su gestación. Ese bebé debía ser fuerte y seguro. Exitoso. Sano. Respiró profundo una vez más y se concentró en la agitada autopista rumbo al Tamanaco internacional.

“¿Qué voy a decir al llegar? ¿Y si no está? ¿Y si se ha ido a descansar? Bueno regresaré y ya, no ha pasado nada. Esperaré a qué él me busque, de nuevo… claro, si aún no se ha cansado de hacerlo”

Aquel monologo la estaba enloqueciendo, así que, agradeció al cielo haber llegado pronto. Un elegante botones la recibió indicándole la recepción en un amplio salón. Sus manos le temblaban. Podía sentir como sudaban a pesar de la fresca temperatura. Preguntó por Bruno Linker y pidió no ser anunciada, pero por razones de seguridad, propias de muchos hoteles en el país, el recepcionista le explicó no poder cumplir con su deseo. Se petrificó al escucharlo. Era una voz como de operadora. Le pareció fría y distante. Las pupilas de sus ojos subían y bajaban esquivas, quizás no pudo evitar sentirse avergonzada. No tendría el número de su habitación y por supuesto que no pretendía anunciarse. Tomó las llaves de su automóvil, pues en un impulso las había colocado sobre el reluciente mostrador de la recepción en el momento de su llegada. “El temblor de esas manos” Bruno lo hubiese reconocido a leguas. Sus mejillas se acaloraron así que pensó en darse vuelta y retirarse lo más aprisa posible. Evitarse la sensación de rechazó. Huir. Marcharse. ¿Cómo se le había ocurrido semejante estupidez? prácticamente se iba a meter a la boca del lobo. ¡Y Qué lobo! Si de solo recordar los momentos en que estuvo entre sus brazos las canillas de sus piernas le temblaban y las manos le empezaban a sudar de frío. “Vete, de una vez por todas, Lorena”- Le exigió su raciocinio al instante en que giraba sobre sus talones para emprender camino, pero al hacerlo el  pecho macizo de Linker se lo impidió. ¿Era él?...Ese aroma en la piel…tan seductor. ¡Esa indescriptible fuerza eléctrica que surgía de él chocando contra ella! No tuvo duda: era él. Vestía traje blanco impecable con corbata negra de franjas grises. Sus labios simétricos sonrieron de esa forma seductora propia de él haciendo que cada una de sus terminaciones nerviosas colapsaran.

 Se frotó la barbilla con nerviosismo y por primera vez creyó en los milagros. Jamás imaginó que leer noventa y cinco salmos de los ciento cincuenta que había en la biblia sagrada podría hacer efecto. Sus pupilas subían y bajaban evadiendo toparse con las del hombre que ahora la tomaba de las manos. La billetera parecía ser refugio de sus dedos.

-   ¿Me buscabas? – El recepcionista la anunció con cortesía

más que solemnidad para luego desviar su atención a una pareja de turistas que acababan de llegar, dejándola a la merced de quien solicitaba.

La miraba de esa forma embriagadora, como quien desea besarla en ese momento “ ¡Coño! ¡Yo y mi estupidez! ¡No debí haber venido!”- sus pasos quisieron llevarla hasta la salida, pero Linker la detuvo, aferrándose a sus manos- Hablemos Lorena.

Con la mirada evasiva y aquel pulso nervioso bien disimulado y cautivo bajo la piel, aceptó ser guiada mientras él posó una mano en su cintura. La estaba llevando a uno de los ascensores.

-   Espera. Me parece haber visto el restaurante del otro lado del

pasillo. Yo invito- Enfatizó un poco más segura de sí misma.

-   Necesitamos hablar en privado Lorena. No creo que el

restaurante del hotel sea el lugar más idóneo.- sonrió con picardía al abrirle paso en el reducido espacio. Introdujo la llave de piso y cuando se hubo cerrada la puerta se dedicó a contemplarla en el más pesado de los silencios. Sus manos estaban ahogadas en los bolsillos laterales del pantalón de lino y se balanceaba sobre los dedos de los pies bien ocultos en un calzado de charol.

Lorena tampoco podía alcanzar la estática de su cuerpo, no cesaba de mover las manos sobre la billetera y esquivaba la mirada en cada oportunidad. Por momentos parecía como si deseará hablar con las paredes o mejor aún, atravesarlas.

-   Estás mucho más hermosa. ¿Cómo te has sentido? Sé que un

descenso de hemoglobina en tu estado es de cuidado, ¿no es así?

-   Estoy bien. Tengo mis cuidados… Gracias por preguntar.

-   Tengo gran curiosidad por saber para qué has venido a

verme, vestida de esa forma- Bruno se acercó buscando el roce tímido de su dedo índice con las hebras de su cabello de renovada apariencia,  luego un gesto distante con su pecho creó en ella un sobresalto, distanciándola infructuosamente. “Sus movimientos jamás dejaron de ser tan rápidos”. La ley de Acción y Reacción resultó infructuosa. Solo pudo percatarse de su intimidante proximidad al sentir el flujo calorífico de sus brazos rodeándola de la cintura y el sabor delicioso de sus labios de hombre delineando los suyos. Su lengua acarició cada milímetro de su paladar con una sed voraz, gemía de deseo y aquellos besos se propagaban por su cuello. ¡Su suave piel! ¡Cuánto la ansiaba! ¡Cuánto soñó volverla a tomar entre sus brazos y abrigar sus miedos! Su billetera se interpuso entre su pecho y el suyo mientras él doblegaba el resto de su cuerpo. Débil. Dócil. Tan suya. Ella lo apartó de sí misma cuando descubrió una de sus manos surcando la profundidad de su falda.

-   ¡Basta! ¡Basta, señor Bruno!... No he venido hasta acá para

ser su postre sexual.

-   ¡Vaya!, disculpa… ¿Y sueles vestir así para todo el mundo?

Desconcertada, se reprochó no haber escuchado su yo interno cuando le sugirió sus pantalones jeans Fionucci y sus blusas ceñidas. De repente reaccionó, evitando sentirse humillada- ¿Qué tiene de malo mi atuendo? Estoy en mi ciudad y acá las mujeres como yo debemos lucir un poco…elegantes.

-   Entonces, el riesgo de perder lo que me pertenece resulta ser

bastante alto.

Lorena se sonrió con sarcasmo. Su risa bastante audible sonó casi como un bufido. “¡Miserable ascensor, abre las compuertas ya!”- Renegó en su interior- Para su información señor Bruno, el riesgo es un aditivo en los negocios y solo es alto si el inversionista no es de altura, ahora si se refiere a mi persona como una de sus propiedades permítame aclararle que no ha existido, ni existirá quien posea tal título de propiedad.

-   Ingeniero y mujer de negocios…

En ese momento la campanilla y el juego de luces en el tablero digital del ascensor anunciaron la llegada al piso solicitado. De un resoplido se abrió de par a par la compuerta. Con solemnidad extendió sus manos cediéndole el paso. Bastaron unos cuantos segundos a través de un pasillo reluciente para que él cediera la entrada a una hermosa suite. Amplia. Acogedora. Prácticamente, un apartamento. Lucía todas sus comodidades y tras hermosos doseles ocultaba otras más. Intentó sentirse segura al dar el primer paso en su interior. Bruno le ofreció asiento en el estar, cerca del balcón y aceptó, albergando la posibilidad de poder lanzarlo de cabeza si se tornaba prepotente e insolente, aunque recapacitó al recordar el grosor de sus bíceps y la fortaleza de sus piernas. Bruno ofreció sujetar su billetera al constatar que aún seguía dando vuelta entre sus manos. Le ofreció también, jugo de manzana, incitándola a beberlo al considerar la calidad del importado. No parecía desear sentarse y eso la impacientaba aún más. ¡Era esa maldita forma de intimidarla!- Renegó al pedirle que tomará asiento a su frente. Ambos se miraron fijos uno en la pupila del otro.

-   ¿A qué ha venido a Caracas, señor Bruno?

-   Si vamos a conversar Lorena, prefiero que omitas el

Calificativo, tú y yo sabemos que no es necesario. El hecho de que me llames “señor” con cierta distancia no significa que debamos tenerla. De mi parte no lo garantizo.

-   Yo le exijo que la conserve.

-   ¿Quieres una copa de vino, coñac, champange?- Sabía cómo

intimidarla. Sus mejillas se acaloraron tornándose de un hermoso color rosa. Avergonzada llevó una de sus manos hasta las mejillas esquivando su presencia-¿Podrías tentarme esta noche Lorena?-

Molesta ante aquel susurro insolente se puso de pie. Sus palabras se atascaron de nuevo en su laringe. Él la rodeó y pudo sentir como el dorso de su brazo la quemaba a pesar de la gruesa tela de su traje impecable- Yo no soy una mujerzuela. Lo que paso esa noche en su propiedad fue algo…extraño. Le juró que no deseé comportarme de esa forma tan obscena, tan baja. Tan ajena de mí.

-   ¿Pero te embriagaste?

-   Sí, sí, sí, eso es cierto, creí que si tomaba un poco podía…-

Un nudo en la garganta la obligó a bajar la mirada como si con ella pudiese descender al sótano. Se entretuvo ingenua enrollando algunas hebras en su dedo índice. Una ventisca de recuerdos se vinieron sobre ella haciéndola quebrantar. Parpadeó. Una y otra vez. Inevitable se sentó a llorar mientras mordía sus labios- Fui una estúpida. Eso fue todo, pero usted no dejo los mejores recuerdos en mi vida Bruno Linker.

-   Lo sé. Y no he dejado de lamentarlo desde ese momento… El

estúpido fui yo. Estabas tan hermosa, como ahora. Tan deliciosa como lo estás, está noche.

-   ¡Basta! Dígame ¿qué quiere? ¿Qué debo hacer para que me

deje en paz?

-   Lorena esa noche bebiste porque quisiste decirme algo

que sobria no te atrevías, pero alguien se aprovecho de ambos…Te drogaron- Continuó a pesar del rostro estupefacto de su receptor- Una de las mujeres del servicio, Yoneida Veracruz nos tendió una trampa. Desconocía que ella se hubiera creado ilusiones conmigo. Gracias a José Artiaga y a su hermana todo salió a la luz…No he podido concebir el sueño Lorena, desde que te fuiste. Te busque. ¡Juro que te busque!…Quiero que me perdones. La forma en que te hice mía no fue propia de mí. Estaba furioso. ¡Esos malditos celos me estaban destruyendo!

-   ¡Por Dios! Si usted me moldeó a su manera, me enseñó la

intimidad secreta entre un hombre y una mujer ¿Por qué dudo de mi?...¡Tan ingenua yo, creyendo que quizás usted me amaba!

-   Te amaba y te amo Lorena. Jamás sentí un dolor como el que

tu ausencia me ha hecho sentir…Créeme, no he podido vivir sin ti, así que empecé a buscarte, pero toda búsqueda era en vano… ahora que te halle y sé que tienes una personita creciendo dentro de ti, enloquezco de felicidad Lorena. ¡Lo juro! Por favor, perdona mis canalladas y se mía para siempre.

-   No es tan fácil, no puede usted tomar un madero y clavar

cien clavos en él y luego decir: ¡oh, lo siento era el madero equivocado. Toma. Te lo regreso!  ¡No Bruno! Usted me hizo mucho daño… a mí y a ella. Quizás esa mujer solo deseaba su lugar, debió sentirse muy mal al imaginarse desplazada, ¡claro! usted se aprovechó de ella, llevándosela en aquel viaje a Mérida para satisfacer sus bajos instintos y luego pretende hacerla a un lado. ¡Tan fácil!¿verdad?

-   ¿Qué estás diciendo Lorena? Entre esa mujer y yo nunca

hubo nada. Ella viajó conmigo porque me pidió que la llevase a Mérida. No era mi intención hacerlo. No me aprovecho de ninguna mujer Lorena. Acostarse con una mujer es un acuerdo mutuo, atracción mutua.

-   Usted y yo, nunca tuvimos ningún acuerdo y mire lo qué

paso.

-   En mujeres como tú, existen otro tipo de conexión. La

Verdad: No te imaginó pidiéndome que te hiciera el amor. En tu caso Lorena es mejor que no exista ningún acuerdo… Y si sirve de algo, te digo: no me arrepiento y jamás me arrepentiré de haberte hecho mía.

Dio un sorbo al vaso en donde estaba servido el jugo de manzana para retirarse hasta donde reposaba una de las maletas. Deslizó la cremallera de uno de los compartimientos y sacó un cofre alargado, pequeño, de un negro reluciente que ocultó en su camisa.

-   Fui a comprar un presente para ti…Ese día planifique mi vida

contigo- Se bufó- Y todo salió mal- lo sacó del bolsillo de la camisa. Su mano se extendió hacia ella exhibiendo el pequeño cofre, ante la insistencia mostrada, ella lo tomó, abriéndolo.

-   Es tuyo. Lo compré para ti- Por un instante creyó

comprender su silencio. Su rostro gacho en el intento vano de ocultar un par de lágrimas- ¿te gusta?

Apenas pudo asentir con la cabeza. Las cuerdas vocales le estaban fallando y él lo intuía, así que él mismo sacó el collar y con cierta parsimonia se lo colgó en el cuello, luego de sustituir el que llevaba puesto-… deseaba algo más elegante, diamantes o zafiros, pero aunque no se crea, solo existía al momento, perlas, ¡sí! a un mil seiscientos diez metros sobre el nivel del mar, la joyería solo tenía perlas. ¡Curioso! ¿No? Como no contaba con más tiempo que las horas de ese mismo día, elegí este collar de perlas.

-   Es precioso Bruno y acertado. La verdad no creo que hubiese

sido conveniente un collar de diamante. ¡Uf!  Al menos que quisieras que me asesinaran para robármelo – Bromeó- además no soy mujer de diamantes…Es hermoso, pero no puedo quedarme con él.

La Rodeó entre sus brazos mientras besaba el contorno de la piel que rozaba su cuello, ambos pudieron vibrar ante la energía emitida por sus cuerpo. El desliz de su mano en su vientre le arrancó un gemido. Pudo percibir su debilidad ante aquellos besos, ante sus caricias, era la misma debilidad que la había hecho suya al costado de la laguna azul- No me rechaces. No me lo regreses, por favor Lorena, no sigas haciéndome daño con tu distancia, con tu indiferencia, ahora todo es diferente…estamos unidos. Tú y yo somos ahora, uno solo, vamos a ser padres y ¡es maravilloso!, nunca me sentí tan emocionado como el día que me enteré de tu embarazo… ¿Cuántas semanas tienes?- Indagó levantándole la barbilla con una de sus manos para luego atrapar las suyas y besarlas-

-   Quince semanas y cinco días según el ecosonograma.

Lorena no supo reconocer por qué, pero por un instante le

pareció ver en el parpadeo de los ojos brillantes de Bruno el desliz de una lágrima. Lo escuchó murmurar una frase de agradecimiento a Jesús que la desconcertó. Desconocía su vulnerabilidad y apego a Dios, a una religión o a una creencia. Llegó a considerarlo ateo, aunque quizás, era solo un divorcio momentáneo con Jesús ante los quebrantos a los que había sido sometido desde la infancia. Minutos después se explicó.

-   Lorena, solo Dios sabe las veces que suplique para que tu

embarazo hubiese sido producto de nuestro encuentro en la Mucoposada y no, de ese miserable día… el día de tu partida. Sé que te herí. Te ofendí. Te tomé a la fuerza en medio de tu desenfreno.

-    Veo que usted saca muy bien las cuentas, pero por favor, no

me lo recuerde. Suelo dudar mucho desde mi regreso. Saber que me acosté con José Artiaga y con usted me destroza. Me hace dudar de mi misma. Y no entiendo. Yo misma dudo en silencio de mis actos. ¿Cómo puede estar seguro de que mi hijo es suyo y no de él? ¡Me odie muchísimas veces por esa estupidez! ¡Por ser una puta cualquiera! ¡Eso fui, una puta estúpida!

Bruno empalideció y en ese punto de la conversación no era capaz de suprimir la tristeza y de restringir el brote espontaneo de la acuosidad de sus pupilas. ¡Maldita sea su cobardía, estaba llorando tanto como ella lo estaba haciendo! La vio doblarse entre las piernas, hundiéndose en el mullido sofá como si al enterrarse en él pudiese dejar de ser vista o tocada.

-   ¡No, no, no! ¡Estás equivocada Lorena! ¡No te ofendas a ti

misma! Tú no intimidaste con José-

“¿Qué le estaba diciendo ese hombre?” Si desde que partió no ha podido sacarse de la mente el asqueroso recuerdo de su comportamiento-  de no haber llegado yo, quizás hubiera sido así, pero aclarado tanto embrollo José me dio su palabra de que jamás te tomó y de que jamás te hubiese hecho suya. Siempre estuve equivocado. Ese José es un muchacho de buena familia, el no te hubiera hecho suya porque te desconoció. Lo peor del caso, es que le creí. ¡Le creo! ¡Él supo que esa libertina que serpenteaba sobre él no eras tú! ¿Y yo? Fui un canalla... Yo sí abuse de ti, Lorena-. Su rostro denotaba una profunda tristeza.

-   … No lo culpo.  Fui yo quien actuó como una

cualquiera…Quizás todo fue mi culpa. ¡Sí!. Fue mi culpa.

Yo no sé cómo pude dejarme engañar. Bebí algo de su licorera. Sí, es cierto, deseaba decirle algo que sobria no era capaz. Necesitaba fuerzas. ¡Gracioso!, pero sentí que el alcohol no me hizo nada, con excepción de ese fuerte dolor de cabeza, es allí en donde aparece esa mujer…- Cavilando por un momento se frotó la frente con una de sus manos- ¡Fui una estúpida! Sí sabía que no le caía en gracia ¿por qué acepte su ayuda?

-   Olvídalo, por favor. He aprendido que en los caminos de la

vida las cosas pasan por alguna razón. Fuimos muy ingenuos, eso es

todo…Pero ahora, necesito que me perdones. Concédeme tu perdón Lorena. No puedo vivir un día más amándote como te amo y recordando que ese día te hice tanto daño…como si el amor se hubiera hecho trizas.

Ir a la siguiente página

Report Page