Abyss

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12 – Amigos y enemigos

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Fue Una Noche quien habló inmediatamente, retirando la presión de Lindsey.

—No es posible que esa cosa fuera simplemente agua de mar.

Era una pregunta, un problema, y Lindsey empezó a buscar posibles explicaciones.

Las ideas le llegaron fácilmente.

—Deben haber aprendido cómo controlar el agua. Quiero decir a nivel molecular. Ya sabes. Pueden convertirla en algo plástico, pueden polimerizarla, hacer lo que quieran con ella. Pueden someterla a control inteligente. —Mientras lo decía, le sonó tan exacto, tan cierto, que no pudo dudar que allí residía la verdad. ¿Por qué? ¿Por qué estaba tan segura?

Bud estaba haciendo lo mismo.

—Quizá…, toda su tecnología esté basada en eso. Controlar el agua. —Le oyó, y reconoció que lo que él decía también era verdad. ¿Cómo lo sabía Bud?

Hippy estaba lleno de preguntas, puesto que no había visto nada excepto el agua en el suelo.

—¿Fue lo mismo que viste la otra vez?

—No —dijo Lindsey.

A Hippy se le ocurrió una idea…, una idea que se convirtió en una seguridad en el momento mismo en que pensó en ella.

—¿Sabes?, no creo que esa cosa fuera ellos.

Barbo no lo captó.

—Hippy, ¿de qué demonios estás hablando?

—Quiero decir que no creo que eso fuera un INT. Creo que más bien era su versión de un VOCR. Como el Gran Tonto.

—Hippy, ¿quieres decir que simplemente nos estaban estudiando? —preguntó Barbo.

—Sí.

—¿Por qué? —quiso saber Barbo.

Lindsey estaba dispuesta a estudiar las posibilidades.

—Por curiosidad, supongo. Probablemente somos la primera gente que ven, ¿no? ¿Quién ha llegado hasta tan abajo?

Chico pensó en lo que había estado ocurriendo allí durante el último par de días. En lo que estaba ocurriendo arriba, con la guerra cerniéndose.

—Espero que no juzguen a toda la raza por nosotros.

Barbo pensó que aquélla era una idea divertida.

—Quizá debería afeitarme.

—No —dijo Lindsey.

Coffey escuchó todo aquello, completamente inmóvil, atento. La mujer Brigman era tan engreída, todos ellos creían que eran tan listos. Todos excitados con aquel asunto, como si fuera un juego, como si estuvieran jugando a los científicos y esos INTs fueran a resultar unos seres tan dóciles como los delfines. Bueno, Coffey sabía algo del mundo, y una cosa era segura: Nada tenía el tipo de terrible poder del que disponían esos INTs sin usarlo. Les oyó hablar y reír, y durante todo el tiempo no dejó de temblar interiormente de miedo. Podía sentirlo como un temblor interno, y sabía que si dejaba que se exteriorizara se haría pedazos por completo, y entonces, ¿quién detendría a aquellas cosas, quién defendería al mundo de una invasión que podía hacer que los hunos y los vándalos parecieran meros boy scouts? Tenía que mantener el control, tenía que hacerlo, y así hizo lo único en que podía pensar. El dolor funcionaría. El dolor lo mantendría enfocado, siempre antes lo había hecho. Así que tomó su cuchillo en su mano derecha y lo metió debajo de la mesa y lentamente, cuidadosamente, metódicamente, empezó a efectuar cortes entrecruzados en la piel de su brazo izquierdo. Un corte, luego otro, luego otro, trabajando su antebrazo de arriba abajo.

El dolor llegó hasta su cerebro como una droga, despejando su cabeza. El temblor remitió, y una especie de nueva fuerza ocupó su lugar. La misma fuerza que había sentido antes, cada vez que se hallaba en la cúspide de una misión. Aquellos últimos terribles, gloriosos momentos en los que oyó la puerta de entrada abajo en las escaleras abrirse, oyó a Darrel Woodward subir los escalones, aquellos momentos justo antes de que llegara el instante de actuar.

Estaba de nuevo al control. Y ahora los otros estaban riendo, haciendo bromas acerca de vestirse adecuadamente para sus visitantes INT. Se puso bruscamente en pie y abandonó la habitación. Schoenick le siguió. Cruzaron junto al grupo como si fueran humo.

Fuera en el corredor, Coffey alzó una mano y se sujetó a una de las tuberías del bajo techo. Schoenick estaba allí a su lado, aguardando a que le dijera qué debía hacer. Un hombre perfecto. Leal hasta la médula. No como aquellos estúpidos de ahí dentro.

—Fue directamente a la ojiva de combate —dijo Coffey con voz hosca—. Y ellos piensan que es encantador.

Se volvió y abrió camino hacia la sala de mantenimiento. Cogió su bolsa de material de debajo del banco de trabajo.

Dentro había un rifle de asalto CAR-15 de cañón corto. Era el momento de pasar a la acción.

Coffey no se equivocaba respecto a Schoenick. Era absolutamente leal. Pero no a Coffey. Era leal a sus órdenes, a las reglas. Una de las reglas era que debías obedecer en todo momento a tu oficial al mando. Estupendo. Pero otra de las reglas era que evaluaras a tu equipo para ver si todo iba como debía. Había sangre en el brazo de Coffey. Hileras entrecruzadas de cortes. Nadie podía haberle hecho aquello excepto el propio Coffey. Se estaba hiriendo a sí mismo. Esto no era bueno. Y ahora estaba sacando un CAR-15 y cargándolo. ¿Para qué? ¿Dónde estaba el enemigo? Adelantó una mano y sujetó a Coffey por el brazo izquierdo…, arriba, más allá de los sangrantes cortes.

—Necesitas dormir un poco —dijo Schoenick.

Coffey apartó su mano de un manotazo y terminó con el rifle. Lugo lo dejó encima del banco de trabajo y unió sus manos frente a él de la forma en que lo hacía siempre cuando iba a empezar una explicación. Como si sujetara una caja de la verdad entre sus manos y fuera a abrirla para mostrar lo que había dentro.

—No tenemos forma alguna de avisar a la superficie —dijo Coffey. Su voz era comedida, pero Schoenick podía oír el caos detrás de las palabras—. ¿Sabes lo que significa eso?

Schoenick no lo sabía.

Coffey adelantó una mano y lo agarró por la pechera de la camisa, tiró de él hasta tenerlo muy cerca. Habló directamente al rostro de Schoenick.

—Significa que, cualquier cosa que ocurra, debemos resolverla nosotros. Nosotros.

De acuerdo. Schoenick comprendió. Por supuesto que Coffey estaba tenso. Schoenick sabía tan bien como Coffey que los civiles no estaban con ellos, que no tenían respeto hacia su misión. Ahora la misión había cambiado, ahora era diez veces, un millar de veces más importante. No podían permitirse ninguna interferencia.

Coffey metió el rifle de asalto entre las manos de Schoenick. Schoenick lo cogió. Hizo saltar el seguro. Preparado para la acción.

Unos minutos después de que los SEALs abandonaran el comedor, Bud captó la mirada de Hippy, luego hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta por la que los SEALs habían desaparecido. Hippy captó el mensaje. Ve tras ellos. Averigua qué están haciendo. Hippy se puso en pie y se marchó.

Descendió la escalerilla hasta el nivel inferior. La compuerta de la sala de mantenimiento estaba ligeramente entreabierta. Miró por la ventanilla. No pudo ver a nadie dentro. Abrió la compuerta. Crujió un poco, pero no importaba. La estancia al otro lado estaba vacía.

Completamente vacía. Incluso la mesa donde había estado todo el tiempo la ojiva de combate. Estaban llevando la ojiva a alguna parte. Eso era malo, llevarla Dios sabía dónde para Dios sabía qué. Hippy se encaminó de vuelta escalerilla arriba. Antes de llegar de nuevo al comedor, sin embargo, oyó un fuerte silbido procedente de la bodega de inmersión. Se volvió y siguió a lo largo del corredor. El sonido se hizo más intenso, y luego hubo un resonar. No, conocía aquel sonido. El torno. Alguien estaba metiendo uno de los vehículos en el agua.

Fue hasta la compuerta y miró. No se había equivocado. Estaban trasladando al Gran Tonto por la cubierta hacia el agua. Sólo que el Gran Tonto no estaba solo. La ojiva de combate estaba fuertemente atada debajo de él. El Gran Tonto era ahora un misil dirigido con una sola cabeza nuclear. Y el propio Hippy había fijado el blanco hacía apenas unos minutos.

Retrocedió de la compuerta, se apoyó contra la pared, pensó en lo que podía significar aquello. Sólo una cosa. Esos tipos iban a hacer volar a los INTs. Listo. Muy listo. No saben cuántos son, no saben seguro de qué tipo de armas disponen, ni siquiera saben si los INTs son hostiles, y aquí están, iniciando una maldita guerra nuclear con ellos. A Bud no va a gustarle.

Hippy se volvió para encaminarse de vuelta al comedor. Pero no llegó a dar ni un solo paso, porque allí estaba Coffey, mirándole con fijeza, realmente calmado. Sus labios casi rozaban el cañón de su pistola, que mantenía diagonalmente, el dedo apoyado en el gatillo. No apuntando a Hippy, pero la amenaza era muy clara.

—¿Vinisteis a olisquear algo? ¿Tú y tu rata, chico?

Luego, con la mano izquierda, Coffey agarró la pechera de su camisa y lo empujó corredor adelante.

En el comedor, Bud estaba reclinado en el domo de la ventana de observación, de espaldas a los demás. Estaba mirando hacia fuera y hacia abajo. No era que esperase ver realmente a uno de los INTs. Simplemente tenía que contemplar la oscuridad del océano mientras pensaba en ellos. Cosas…, no, no cosas, una especie de gente que vivía ahí abajo donde el océano era más terrible. Gente que podía dominar el agua y hacer lo que quisiera con ella. Gente que era más lista y más fuerte y más resistente que el océano. Gente que consideraba aquel lugar no como un enemigo, sino como un hogar.

Tras él, los demás aún estaban elaborando la curiosidad que los constructores habían animado en ellos.

—¿Crees que proceden originalmente de ahí abajo? —preguntó Una Noche—. ¿O que vienen de… ya sabes? —Señaló hacia el cielo. Dudando. Era embarazoso sugerir la idea, aunque ella sabía que tenía que ser cierto.

Lindsey estaba más allá de todo azoramiento. Siempre lo había estado. Resultaba evidente que aquellas criaturas procedían de una raíz evolutiva completamente distinta. No tenía sentido pensar en ellos como en unos residentes originarios de aquel lugar.

—No lo sé. —Se echó a reír—. Creo…, creo que son de donde tú dices. De algún lugar con condiciones similares a éstas. Mucho frío, una intensa presión.

—Oh, vaya —dijo Una Noche.

—Felices como cerdos en su pocilga en su valle ahí abajo, probablemente —dijo Barbo. Abrió una salchicha con su cuchillo, la metió entre dos rebanadas de pan y se la llevó a la boca.

La compuerta se abrió bruscamente y Hippy entró en la estancia, empujado por Coffey. Todos alzaron la vista a tiempo para ver que Coffey le daba a Hippy un nuevo empujón que lo arrojaba al suelo entre ellos. Antes de que pudieran reaccionar, Coffey les estaba apuntando con su pistola, y allí estaba Schoenick a su lado, con un rifle de siniestro aspecto.

—¡Quietos todos! —gritó Coffey. Alzó la pistola para apuntar directamente a Bud, luego la paseó por todos los demás—. Que nadie se mueva. —El mensaje era claro: Yo puedo moverme más rápido. Puedo matar a cualquiera de vosotros antes de que podáis dar un paso hacia mí. ¿Queréis que lo haga? No, será mejor que no.

Una vez vio que todos permanecían completamente inmóviles, retrocedió hacia la cocina, donde Monk se estaba levantando en su improvisada cama, observando lo que ocurría. Schoenick se situó inmediatamente en el centro de la estancia, desde donde podía ver a todo el mundo, disparar contra cualquiera al menor gesto agresivo.

Siempre con las miradas fijas en las armas, los demás ayudaron a levantarse a Hippy. Ahora podía transmitir su mensaje.

—Van a usar al Gran Tonto para enviar la bomba a los INTs. —Hippy miró a Lindsey, se dirigió directamente a ella—. Lo programamos para que fuera directamente hasta el fondo.

—¿De qué estáis hablando? —quiso saber Bud.

—Oh, Dios mío —dijo Lindsey. ¿Cómo sabía Coffey que ellos habían preparado el VOCR para que fuera hacia el fondo del abismo? Iba a hacer estallar una bomba nuclear sobre los INTs, pese a que Lindsey sabía, todo el mundo sabía, que eran inofensivos. Y, sin pretenderlo, Lindsey y Hippy les habían ayudado a hacerlo.

En la cocina, Coffey tendió su pistola a Monk.

—Toma, sostén esto un segundo. —Ayudó a Monk a levantarse, y medio lo arrastró hasta el comedor con los demás—. Vamos a pasar a la Fase Tres. —Hizo que Monk se apoyara contra la pared, en un lugar desde donde podía vigilarlos a todos. Era todo lo que Monk podía hacer en aquellos momentos para colaborar con la operación…, mantener a los otros bajo control.

Monk, sin embargo, parecía impresionado. La Fase Tres…, instalar el detonador y evacuar. Pero ¿cómo podían evacuar? Hacer estallar la ojiva en el Montana o abajo en el abismo…, los efectos serían los mismos, la Deepcore estaba demasiado cerca del borde, de modo que sería barrida por la onda de choque en cualquiera de los dos casos. Aunque todos pudieran ponerse los trajes y montar en el Fondoplano y el Taxi Uno para alejarse fuera del radio de peligro, no podrían llevar consigo la suficiente tetramezcla como para permanecer con vida más que unas cuantas horas. Ciertamente, no el tiempo suficiente para efectuar la descompresión y alcanzar la superficie. De una u otra forma, la Fase Tres sería fatal para todos ellos. A menos que Coffey hubiera establecido contacto con la superficie y supiera que el rescate era inminente. Quizás estaban enviando un cable de arrastre para tirar de la Deepcore hasta un lugar seguro tras alguna prominencia submarina. Eso podía tener sentido…, pero ¿cómo podía haberse comunicado Coffey con la superficie sin que el equipo de la plataforma lo supiera? Imposible. Coffey los estaba sentenciando a todos a muerte.

Lo más terrible de todo aquello era que Coffey iba a hacerlo a fin de matar a los INTs. Monk comprendía por qué Coffey les temía…, Coffey no había visto cómo el tentáculo intentaba comunicarse con ellos, cómo jugaba a reproducir los rostros de Bud y Lindsey. Coffey no podía sentir la absoluta certeza de Monk de que no había ningún peligro en aquellas criaturas. Para Coffey, no eran más que un peligro. De alguna forma, Monk tenía que hablar en privado con él, tenía que explicárselo, impedir que cometiera aquel terrible error.

Pero Coffey se había vuelto ya de espaldas a él para enfrentarse a los civiles. Por supuesto, la mujer Brigman estaba al frente del grupo, avanzando hacia él. Sus manos estaban tendidas hacia delante, hacia él, abiertas, en una especie de súplica. Estaba intentando mostrarse dócil y persuasiva. Casi se echó a reír…, como si ella esperara que él iba a aceptar un acto así a aquellas alturas.

—¿Coffey? Coffey, piense en lo que está haciendo. ¿Lo hará? Sólo un minuto. Piense en lo que usted…

Pero Coffey no estaba dispuesto a escucharla. La necesidad de escuchar educadamente las idioteces de aquellos civiles entrometidos había pasado. Ella ya no era un aliado, ni siquiera era neutral. Era el enemigo. Adelantó una mano y la sujetó, la empujó contra la pared. Lindsey dejó escapar un jadeo de miedo.

Brigman y los otros iniciaron un movimiento de avance, pero Schoenick estaba sobre ellos, el arma apuntada directamente hacia el grupo.

—¡Atrás! —gritó.

Lindsey miró a los ojos de Coffey y sólo vio rabia y locura. Estaba muy cerca de ella, apretando su cuerpo contra la pared. Su voz fue comedida, peligrosa:

—Esto es algo que he deseado hacer desde que nos conocimos. —Sus manos estaban fuera de la vista, más abajo de su cintura; ella oyó el sonido de algo al ser desgarrado, y por un momento pensó que estaba tan loco que pretendía humillarla y dominarla con una violación.

Luego él alzó de nuevo las manos a la vista. Sujetaba algo de un color gris plateado. Un trozo de cinta adhesiva. La colocó firmemente sobre la boca de ella, apretándola a todo lo largo hasta sus orejas. Estaba haciéndola callar definitivamente. Hubiera podido ser un alivio, excepto que ella sólo podía respirar por la nariz. Tuvo que calmarse deliberadamente a sí misma para impedir ser presa del pánico acerca de su incapacidad de respirar. Deseó alzar las manos y arrancarse la cinta, pero sabía que aquello era lo más peligroso que podía hacer.

Coffey la empujó hacia la cocina, luego regresó y empezó a empujar a los demás hacia allí. Protestaron y gritaron, pero obedecieron. Coffey no dejaba de pensar que si hubiera hecho aquello antes, ahora no tendrían ningún problema. Aquella gente simplemente no comprendía que Coffey lo único que hacía era cumplir con su misión. Punto. Hippy fue el último en entrar. Se detuvo frente a Schoenick, rifle o no rifle, e intentó hablar con él.

—Su jefe va a tirar del seguro de cincuenta kilotones, y todos nosotros estaremos al lado para ver los efectos. —Coffey lo agarró y lo empujó hacia la cocina. Hippy siguió hablando—. Todo se hará polvo aquí abajo.

Schoenick no respondió, pero Monk estaba escuchando.

—¿Para cuándo está regulado el temporizador? —preguntó Monk.

—Para dentro de tres horas —respondió Schoenick.

—Cállate —restalló Coffey, mirándole con ojos furiosos—. ¡No digas nada!

—Tres horas —murmuró Monk. Sólo había una explicación para el comportamiento irracional de Coffey. Desde el momento en que Coffey entró en la habitación, Monk pudo ver que reflejaba la mayor parte de los síntomas del SNAP. Coffey estaba fuera de control. Era aterrador…, lo único que Monk había pensado siempre que contaba en aquel mundo era Coffey. Cuando todo lo demás se estaba desmoronando, Coffey seguía eficientemente frío, Coffey seguía pensando. Pero ahora Coffey ya no era digno de confianza, incluso era peligroso.

Sin embargo, Monk intentó razonar con él.

—No podemos alcanzar un mínimo de distancia de seguridad en tres horas. —El dolor de su pierna era terrible…, no debería estar todavía en pie. Pero al diablo el dolor…, Coffey estaba loco, y Monk tenía que hacer algo—. No podemos pasar a la Fase Tres. ¿Qué hay con esa gente? —Las órdenes para la Fase Tres no incluían enviar a unos civiles al infierno. Coffey se tomaba muy en serio las órdenes. Era impensable que pudiera pasárselas ahora por alto.

Coffey se enfrentó a él, muy cerca.

—Cállate. ¡Cállate! —Estaba asustado…, Monk casi pudo notar el sabor de su miedo. Coffey sudaba copiosamente, ríos de sudor descendiendo por su rostro—. ¿Qué demonios te ocurre?

¿Qué demonios me ocurre a mí?, pensó Monk. Eres tú quien va a estropear todo esto. No estás actuando como el auténtico Coffey. Así que algún otro va a tener que hacerlo.

¿Cuánto de aquello podía ver Coffey en el rostro de Monk? Fuera como fuese, Coffey tomó una decisión. Adelantó una mano y tomó la pistola de manos de Monk. Monk sabía lo que significaba aquello. Coffey había decidido que ya no podía confiar en él. Ya no pertenecía a los SEALs. Quizá no tuviera que ir a la cocina con los civiles, pero ya no formaba parte de la misión. Aunque sabía que Coffey no era él mismo, aquello le dolió más que el dolor en su pierna, lo atravesó de parte a parte como un cuchillo. Coffey me está apartando de él, Coffey ya no confía en mí.

Lo peor de todo aquello era que Monk sabía que Coffey tenía razón en no confiar en él. Cualquier comandante que tomaba acciones como aquélla no podía esperar que Monk obedeciera sus órdenes. Monk podía ser un SEAL, pero primero era un ser humano, un norteamericano, un ciudadano, una persona. Una persona que no colaboraría con unos soldados que pretendían hacer estallar un dispositivo nuclear por su propia autoridad, a fin de destruir a unos desconocidos que no pretendían causar ningún daño.

Coffey se dirigió a la compuerta de la cocina, hizo que Schoenick se colocara a su lado y se dirigió a los civiles:

—Que todo el mundo permanezca tranquilo. La situación está bajo control. —Entonces salió de la habitación, cerró la compuerta hermética y la aseguró por fuera. Miró a Schoenick—. Si alguien toca esta puerta, mátalo. —Puesto que la única persona que podía tocar la compuerta era Monk, el significado era completamente claro. Coffey había perdido la confianza en la lealtad de Monk.

Coffey abandonó la estancia, de vuelta a la bodega de inmersión, cerrando y sellando compuertas a sus espaldas.

Dentro de la cocina, hicieron lo único que podían hacer. Hablaron con Schoenick a través de la compuerta.

—Schoenick —dijo Lindsey—. Su teniente está a punto de cometer la equivocación más terrible de su carrera.

Hippy fue más directo:

—¡El tipo está más loco que una rata de cloaca!

Luego las voces se convirtieron en una cacofonía de súplicas, exigencias, explicaciones.

Schoenick no prestó atención a las voces de la cocina. La única voz que oía era la de Monk, allí fuera con él, mientras Monk se reclinaba contra la pared.

—Vamos a perder esta vez, hombre —dijo Monk.

—¡Cállate! —dijo Schoenick.

Monk podía ver lo desgarrado que estaba Schoenick por sus sentimientos. De todos los hombres del equipo, Monk sabía que Schoenick era el menos capaz de tomar decisiones independientes. Pero esta vez tenía que hacerlo.

—La onda de choque nos matará a todos. Aplastará esta plataforma como si fuera una lata de cerveza.

—¡Cállate, he dicho! —gritó Schoenick—. ¿De qué demonios estás hablando?

—¡Tenemos que detenerle!

—¡Cállate!

Monk se calló. Pero ahora la voz de Bud llegó claramente desde la cocina:

—Schoenick, no tiene que seguir usted las órdenes cuando su oficial al mando ha perdido el juicio.

Dentro de la cocina habían dejado de gritar todos a la vez. Ahora estaban turnándose. Lindsey hizo otro intento:

—Schoenick, escuche, Coffey va a hacerle la guerra a una especie alienígena. Schoenick, ellos lo único que intentan es entrar en contacto con nosotros. ¡Por favor!

Ninguna respuesta. Seguramente el silencio al otro lado era una buena señal. Le dijo suavemente a Bud:

—Creo que le estoy convenciendo.

Bud sacudió la cabeza. No lo creía así. Había visto muchos soldados en su vida, y no creía que Schoenick pudiera ser persuadido muy fácilmente.

Entonces la rueda de la compuerta empezó a girar. Iba a dejarles salir.

—¿Lo ves? —dijo Lindsey.

La puerta se abrió. Sólo que no fue Schoenick quien entró. Era el hombre más alto de la Deepcore, Lioso. Y llevaba en las manos el rifle de asalto de Schoenick.

—¿Estáis todos bien? —preguntó.

Actuaba como si acabara de regresar de entre los muertos. Se quedaron inmóviles allí, todos ellos, simplemente mirándole. Fue Hippy quien finalmente reaccionó. Agarró el fusil de asalto de entre sus manos y cargó a través de la compuerta hacia la otra habitación. Schoenick estaba tendido en el suelo, inconsciente —Lioso debía haberle tomado por sorpresa y puesto fuera de combate—, al menos por el momento. Hippy apuntó el arma hacia Monk, que estaba sentado en el suelo, debilitado por el dolor.

Monk le hizo un gesto de que siguiera.

—Yo soy el menor de los problemas —dijo.

Bud cruzó la compuerta inmediatamente detrás de Hippy. Apoyó una mano sobre el hombro de Hippy para tranquilizarlo…, Monk no estaba contra ellos, Bud lo sabía con certeza.

—Estoy bien —dijo Hippy.

Entonces se volvió hacia la puerta donde Lioso estaba de pie, ocupando casi todo el espacio disponible. Era la visión más agradable que Bud hubiera visto jamás. No sólo salido del coma, sino de pie, con el aspecto de siempre, totalmente recuperado. Nuestra arma secreta…, tan malditamente secreta que ni siquiera sabíamos que la tuviéramos. El único tipo al que Coffey no se había molestado en encerrar en la cocina.

—¿Cómo te sientes, chico grande?

—Muy bien, Bud. Simplemente imaginé que estaba muerto ahí abajo, cuando vi aquel ángel venir hacia mí.

—Hum. —Ángel. ¿Otra forma aún para los INTs?—. Sí, está bien. —No había tiempo de explicarle a Lioso todo lo que había ocurrido desde entonces. El hombre ya sabía lo único que importaba en estos momentos: de qué lado estaba—. Ya nos lo contarás más tarde.

Bud abrió camino fuera del comedor y al corredor. Corrió hacia la compuerta que conducía a la bodega de inmersión. Estaba sellada. No se movió ni un milímetro.

—Debe haberla atrancado con algo —dijo Bud. Así que Coffey ni siquiera confiaba en que Schoenick siguiera a su lado. Debió ser un soldado extraordinario cuando los engranajes de su cerebro giraban como correspondía. Él y Lindsey intentaron abrirla, poniendo todas sus fuerzas en intentar hacer girar la rueda. No se movió—. No conseguiremos pasar.

—¿Y ahora qué? —preguntó Lindsey—. Ésta es la única entrada a la bodega de inmersión.

Correcto. Correcto. Estaban atrapados dentro del trimódulo-C y el módulo de control. Desde el accidente, todas las demás compuertas conducían al agua.

De modo que, si el agua era el único camino hasta la bodega de inmersión, alguien iba a tener que nadar. Y, puesto que el agua era tan fría que la única razón de que no se congelara era la presión, mejor que fuera alguien que pudiera nadar rápido y supiera exactamente dónde ir. Corrió de vuelta al comedor y bajó la escalerilla al nivel uno, hundiéndose en casi cinco centímetros de agua. Inmediatamente debajo de él estaba la escotilla de salida de emergencia. Había sido diseñada exactamente para aquel problema…, una forma de salir del trimódulo si no podían hacerlo por el pozo lunar. La abrió.

Al igual que el pozo lunar, el agua fue retenida abajo por la presión del aire encima de ella. Un diseño auténticamente bueno, Lindsey, ponerla aquí. Bien pensado.

Ella estaba a su lado. También estaban Una Noche y Barbo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lindsey. Sabía exactamente lo que iba a hacer, por supuesto. Se estaba sacando las botas para nadar mejor.

—Voy a nadar a pulmón libre hasta la escotilla seis. Voy a entrar de nuevo por allí. Luego abriré la puerta desde el otro lado.

—Bud, esta agua te congelará —dijo Lindsey. No había mucho que pudiera hacer al respecto. Todos los trajes con calefacción estaban en la bodega de inmersión.

—Entonces supongo que será mejor que me desees suerte, ¿no? —Es algo que hay que hacer, así que, ¿por qué discutir acerca de lo difícil que va a resultar?

Deséanos suerte —corrigió Barbo.

—¿Tú también vas?

—Míralo de esa forma. —No era algo que Barbo deseara hacer, pero iba a hacerlo de todos modos.

Bud no sabía si deseaba que Barbo fuera con él. Era bueno tener a otro hombre con él cuando llegara al otro lado…, si llegaba al otro lado. Pero sería muy malo si aquello no funcionaba y ambos morían. Pero la decisión era de Barbo, no suya.

Barbo tendió a Una Noche su cartera y la cadena que siempre llevaba al cuello.

—Toma, pero devuélvemelo si no muero. —Se volvió hacia Bud, que se estaba despojando de su chaqueta y cinturón—. Adelante, Bud. Vayamos, socio. No tenemos todo el día.

Bud oyó el miedo en su voz. Conozco la sensación, Barbo.

Se dejó caer por la escotilla, se sujetó al borde y colgó allí, de sus manos, durante un segundo. El agua era tan malditamente fría que lo dejó sin aliento. Pero eso quería decir que no había tiempo que perder. Cada segundo significaba que su cuerpo se convencería más y más de que estaba muriendo y empezaría a cerrarse a él. Lanzó una última mirada a Lindsey, dio una profunda inspiración y se dejó caer.

Había suficiente luz en el agua para ver…, si llevara un casco o una mascarilla. Cuando te acostumbras a llevar algo sobre tus ojos durante todo el tiempo, olvidas que los ojos humanos están diseñados para funcionar en el aire, no en un líquido. Todo lo que Bud podía ver eran formas borrosas aquí y allá; estaba casi seguro de cuál de las formas era su destino, pero ¿y si se equivocaba?

No había tiempo de preocuparse por ello. Tenía que evitar las marañas de cables y acero retorcido, tenía que avanzar a través del agua. Nadó con todas sus fuerzas. Cuanto más enérgicamente nadara, más caliente se mantendría su cuerpo. Grandes, poderosas brazadas. Le tomó quizá cuarenta segundos alcanzar la escotilla, pero pareció como si hubiera agotado la respiración de toda una vida. Barbo estaba a su lado. Por una décima de segundo pareció que la escotilla no iba a moverse…, ¿era una de las que habían quedado encajadas por el accidente? Luego, con la ayuda de Barbo, se abrió. Cayó hacia abajo.

Barbo se apartó a un lado. Eso era lo correcto…, Bud había sido el primero en meterse en el agua, así que tenía que ser el primero en subir en busca de aire. Bud se izó por la abertura.

Todavía no estaban completamente a salvo. Había mucha agua dentro. ¿Habría quedado algo de aire arriba? ¿O sólo otra escotilla? Dos metros hacia arriba, y Bud halló el aire…, una burbuja de medio metro de tetramezcla. Barbo chapoteó a la superficie inmediatamente después, jadeando y resoplando.

—Eso fue peor de lo que pensé —dijo—, y eso que pensé que iba a ser malo. —Bud pudo oír la realidad de sus palabras en la forma en que estaba respirando…, nadar aquel trecho había agotado todas las fuerzas de Barbo. Y, sin embargo, había aguardado su turno en la escotilla. Buen hombre.

Tendieron las manos hacia arriba, probaron la rueda de la escotilla sobre sus cabezas.

—Adelante, da un tirón —dijo Barbo.

Ésta estaba encajada. No había forma de abrirla. Y no tenían tiempo de seguir intentándolo tampoco. El frío no tardaría en vencerles.

—Tendremos… tendremos que ir al pozo lunar —dijo Bud—. Es el único camino.

Eso significaba nadar un trecho más largo aún, todo el camino debajo de la plataforma y luego la subida al pozo. Barbo acababa de descubrir sus limitaciones.

—No puedo hacerlo, socio. Lo siento.

—Está bien, Barbo. Vuelve.

Bud hizo unas cuantas rápidas inspiraciones para hiperventilar, luego volvió a sumergirse en el agua. Barbo lo observó marcharse, disgustado consigo mismo por no hallarse en mejor forma, por abandonar a Bud. Golpeó con un puño la pared del módulo. Si le ocurre algo a Bud porque yo no estoy allí…

Debajo de la escotilla seis, Bud se orientó y nadó hacia abajo, en dirección a la entrada del pozo lunar. Las luces lo señalaban claramente…, era la puerta del garaje para los sumergibles y los VOCRs. Era fácil verla, no tan fácil llegar hasta ella. El único problema era que estaba a unos quince kilómetros de distancia. No. No, sólo cinco brazadas, seis, siete. Sintiéndose cada vez más frío, más débil. Empuja más fuerte, extrae más calor de los músculos. Estoy perdiendo medio kilo por segundo aquí abajo. Debo recomendarlo como técnica para adelgazar. Un auténtico incentivo para hacer ejercicio.

Siempre que podía, se agarraba a los tubos que hallaba a su paso y se impulsaba con ellos. Bajo el pozo. Sólo había necesitado media vida para llegar hasta allí. Nadó hacia arriba. Sería estupendo si pudiera llegar arriba en silencio, pero no había ninguna maldita forma de que su cuerpo le permitiera hacer eso. Salió con un chapoteo, jadeando en busca de aire. Pero tuvo suerte. Coffey estaba haciendo algún ruido propio, sentado allá en la cubierta, jugueteando con la cadena del torno, pasándola por entre sus manos. Cliqueteaba en los engranajes sobre su cabeza. Una vez el primer aire hubo entrado en sus pulmones, Bud recuperó el control de sí mismo, respiró en silencio. Un par de inspiraciones más. Luego nadó hacia donde el Taxi Uno colgaba encima del agua. Fuera de la línea de visión de Coffey.

Alcanzó una de las barras metálicas de soporte, intentó izarse. Sus dedos estaban tan fríos que no iban a responderle. Se aferró de todos modos, tiró hacia arriba. Tuvo la sensación de que los músculos de sus brazos se desgarraban capa tras capa. Pero salió del agua, se izó hasta la cubierta al lado del pozo lunar. Nunca había sentido tanto frío, jamás se había notado tan exhausto en toda su vida. Deseaba descansar, necesitaba hacerlo. Pero no podía.

Miró a su alrededor en busca de la puerta. Resultaba claro. Teniendo en cuenta dónde estaba Coffey y dónde estaba él, no tenía ninguna posibilidad de alcanzarla sin que Coffey le viera. Y una vez Coffey le viera, no tendría ninguna posibilidad en absoluto. El hombre tenía un arma. Y, aunque no la tuviera, Coffey no estaba agotado y medio helado por nadar en camiseta en una agua por debajo del punto de congelación a seiscientos treinta metros de profundidad. Todo este camino, todo este trabajo, y no estaba más cerca de abrir la puerta de lo que había estado cuando se hallaba en el otro lado de ella.

Coffey estaba sentado allí, tirando de la cadena del torno, intentando no llorar. ¿Por qué estaba llorando? Eso no era racional, eso sugería que no estaba al control. Pero estaba al control, lo había hecho todo bien, hasta la última cosa. Había seguido perfectamente las órdenes. Pero no tenía ninguna orden acerca de lo que debía hacer uno cuando de repente se encontraba con un tentáculo más grueso que su cuerpo surgiendo de las profundidades y uno se daba cuenta de que esa gente poseía un poder que hacía que todo su sofisticado equipo pareciera estúpido, excepto que uno tenía una ojiva de combate nuclear y un sistema para enviarla y podía lanzársela encima inmediatamente, sólo que no tenía ninguna orden al respecto. No había nadie allí para decirle que esto era lo correcto, nadie para decir: Muy bien, Coffey. Esto es lo correcto para tu país, esto es lo correcto para nosotros, así que hazlo. En vez de ello tenía a todos esos tipos, esos otros civiles diciéndole que no lo hiciera, diciéndole que estaba loco, pero no, no estaba loco, estaba más bien sometido a stress, quizá un poco de SNAP, pero aún seguía funcionando bien porque, de no ser así ¿cómo hubiera podido controlar con tanta facilidad a esa gente? Sólo que ahora estaba aquí abajo y estaba solo. ¿Por qué te fuiste y me abandonaste cuando te necesitaba? Yo nunca te hubiera abandonado a ti, nunca, hubiera estado siempre contigo, solos tú y yo, pero tú te casaste con ese tonto del culo y cuando llegó el momento de la verdad tú lo preferiste a él y no valí una mierda para ti y yo convertí a Darrel Woodward en un idiota con el cerebro dañado por ti, mamá, yo hice todo lo que tú querías y tú me abandonaste me has dejado aquí solo en el agua con esta maldita ojiva de combate y se supone que yo debo saber si debo enviarla ahí abajo al infierno o no.

En el módulo de control, Una Noche y Lioso estaban atareados atando a Schoenick a una silla con cinta adhesiva. Sabían lo suficiente acerca de los SEALs como para estar convencidos de que si no lo ataban muy fuerte podría escapar de ellos con las manos desnudas en menos de diez segundos. El único allí que sabía cómo detenerle era Monk, y aunque pudieran confiar en él para que les ayudara estaba impedido por su pierna rota.

Lindsey estaba en el monitor de vídeo, observando la bodega de inmersión. El mismo encuadre que había permitido hacía un rato a Coffey oír lo que ella y Hippy hablaban acerca de modificar al Gran Tonto. Miraba a Coffey, intentando imaginar qué era lo que pasaba por su mente. Todo estaba preparado para lanzarlo…, pero no lo hacía. Quizás hubiera cambiado de opinión. Quizás hubiera recuperado el buen sentido, se hubiera dado cuenta de que no podía lanzar una bomba atómica sobre un puñado de pacíficos INTs sin ninguna provocación por su parte.

Lindsey se sintió impresionada cuando Bud apareció en el agua del pozo lunar. Se suponía que debía entrar por la escotilla seis y llegar hasta la bodega de inmersión a pie.

—Bud está en el pozo —dijo—. Y Barbo no está con él.

—Jesús —susurró Una Noche.

Lioso dio un tirón extra mientras envolvía más cinta adhesiva en torno a Schoenick. Hippy se unió a Lindsey en el monitor.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Lindsey. Pero no se encaminaba hacia la puerta, se movía por detrás de Coffey, lentamente, suavemente. Luego buscó detrás de él y cogió un trozo de tubo de acero…, un eje propulsor del material de repuesto.

—No puede alcanzar la puerta —dijo Hippy—. Creo que va a intentar reducirlo él mismo.

—¡No puede ser tan estúpido! —exclamó Lindsey—. El tipo es un asesino entrenado.

—Él tiene un metro de tubo de acero —dijo Hippy—. Por supuesto que va a intentar reducirlo. —¿Acaso Lindsey no conocía a Bud?

Sí, ella lo conocía. Por eso estaba tan asustada por él. No tenía el menor sentido de lo que era posible, sólo de lo que era necesario. Era necesario reducir a Coffey, así que Bud iba a intentarlo, aunque no tuviera ninguna maldita posibilidad de conseguirlo. Lindsey se lo recriminó, habló a su imagen en el monitor.

—¡Bud!

Bud alzó el tubo, dispuesto a dejarlo caer sobre la nuca de Coffey. Pero dudó. Hizo como si fuera a golpear, luego dudó de nuevo.

No puede hacerlo, pensó Lindsey. Tiene esta posibilidad de reducir a Coffey por detrás, y su maldito sentido del juego limpio le impide nacerlo. El juego limpio está muy bien para el fútbol, pero es un lujo que no podemos permitirnos ahora.

Pero no era ningún ideal caballeresco lo que demoraba la mano de Bud, no era alguna ética del «saca tú primero» extraída de los malos westerns de la televisión con los que había sido educado. Era un sentido de la justicia mucho más profundo. Bud sabía que si golpeaba a Coffey en alguna parte que no fuera en la cabeza no lo detendría…, y que si lo golpeaba en la cabeza con aquel tubo probablemente lo mataría. Antes de que yo ejecute a este hombre, ¿dónde están el juez y el jurado? Coffey es probablemente un tipo decente. No es el auténtico Coffey el que está haciendo esto, es la paranoia inducida por el SNAP. Llévalo arriba, llévalo fuera de esta presión, y Coffey se sentirá horrorizado de lo que estaba planeando hacer aquí abajo. Le dará las gracias a Bud por detenerle. Pero no podrá darle las gracias a nadie si está muerto.

Sin embargo, Bud le hubiera golpeado si no hubiera encontrado ningún otro curso de acción. Tenía que ser mejor que un hombre muriera injustamente que desencadenar un ataque nuclear no provocado, desatar una guerra entre especies. Así que Coffey hubiera podido morir en aquel momento, excepto que Bud se dio cuenta de que la pistola de Coffey estaba allí mismo, al alcance de su mano. Cógela, apúntale, y Coffey hará lo que le digas. O de otro modo Bud podía dispararla a la pierna o algo así, eliminarlo como amenaza sin tener que matarlo. En la sala de control, contemplaron mientras Bud bajaba el tubo y adelantaba su otra mano hacia la pistola en el cinturón de Coffey. Fue un mal movimiento. Tal vez Coffey notó la corriente de aire del tubo descendiendo, u oyó algo, o tenía algún sexto sentido, pero supo que Bud estaba allí. Se volvió, sacando al mismo tiempo su pistola, apuntándola a la cabeza de Bud.

—¡No! —gritó Lindsey.

Bud se inmovilizó, contemplando el cañón de la pistola.

—Coffey —dijo. Su voz sonó razonable—. Coffey.

Sabía que hablar no resolvería nada. Hay hombres que se sienten contentos agitando sus armas a su alrededor y lanzando amenazas. Pero hay hombres que simplemente disparan. El padre de Bud acostumbraba a hablar de esto, y en una ocasión Bud le había dicho:

—Sí, he oído decir que en tiempo de guerra quizá sólo un veinte por ciento de los tipos llegan a disparar sus armas.

—Tonterías —había respondido su padre—. Quien te dijo esto era un auténtico mentiroso. Tú sales ahí fuera en medio de la batalla, bajo el fuego, sois tú y el tipo que está junto a ti, y si él no está disparando tú lo sabes, sólo que siempre está disparando. Lo difícil es conseguir que dejéis de disparar. De todos modos, no estoy hablando de la batalla. Estoy hablando de uno a uno, cuando un tipo apunta un arma sobre ti y nadie está mirando y él tiene una elección, puede capturarte o puede volarte los sesos, ninguna es una opción justa, es su opción. Hay tipos que dispararán, y tipos que no lo harán.

—¿Cómo se sabe cuál es cuál? —había preguntado Bud entonces.

—Si aún estás respirando, entonces es que el otro no era del tipo de los que disparan.

¿De qué tipo eres tú, Coffey? No tienes que matarme. Puedes desarmarme, puedes hacer que me salga con bien de ésta. Pero estás loco a causa del SNAP y terriblemente asustado acerca de lo que piensas que tienes que hacer y, además, te he visto llorar.

Coffey apretó el gatillo.

Bud se estremeció, pero no ocurrió nada. Ninguna bala atravesó su cabeza, ningún impacto rojo y abrasador encima de los ojos.

Un tiro en falso, por supuesto. La siguiente bala lo haría.

Coffey apretó otra vez el gatillo. Clic. De nuevo.

Allá en el módulo de control, no podían creerlo cuando la pistola no disparó. ¿Cómo era posible que ocurriera algo tan afortunado?

Monk lo sabía. Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y extrajo la respuesta. Chico captó el movimiento con el rabillo del ojo, sujetó a Monk por la muñeca…, pero entonces todos se dieron cuenta de lo que tenía en la mano. El cargador de la pistola de Coffey. ¿Cómo lo había conseguido? Antes, cuando Coffey le dio la pistola en el comedor, cuando Coffey aún confiaba en él. Monk debió haberse dado cuenta de que estaba loco incluso entonces, debió haber retirado la munición cuando aún tenía la oportunidad.

Schoenick le miró con los ojos llenos de veneno.

—¡Hijo de puta!

En la bodega de inmersión, sin embargo, no hubo ninguna explicación. Únicamente sabían que ahora eran sólo ellos dos, ninguna pistola. Bud, agotado por el nadar, armado con un eje propulsor, y sin ningún entrenamiento en combate, contra Coffey, con su cuchillo y años de entrenamiento como asesino, y la locura del SNAP. Y ambos convencidos de que el destino de la raza humana dependía de lo que él hiciera allí. Dios me ayude, pensó Bud. Tengo que matar a un hombre, y no deseo hacerlo. Y tampoco tengo la menor idea de cómo hacerlo.

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