Abyss

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14 – Velas

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14 – Velas

Cuando Lindsey murió, los constructores observaron algo de lo más curioso. Mientras enviaban sus zarcillos para sondear su cerebro, se vieron llenos de pesar. Nunca habían sentido pesar hacia los suyos que morían, siempre que sus memorias hubieran podido ser acumuladas a la ciudad. Sin embargo, las memorias de Lindsey habían sido acumuladas —lo estaban haciendo en aquellos momentos—, y sin embargo se veían inundados por el pesar. ¿Por qué?

La pregunta circuló rápidamente a través de la ciudad, y en un apartado rincón fue oída por el constructor que se había atrevido a ayudar a Barbo a llegar hasta el pozo lunar. Él sabía la respuesta, pero por un breve instante dudó en proporcionarla…, aventurarse a aquel debate significaría seguramente exponerse a más censura. Pero luego recordó la decisión de Barbo en la escotilla seis, intentar nadar hasta un lugar al que sabía que no podría llegar. ¿Acaso él, cuyas memorias no podían morir, era menos valeroso que el humano, cuya vida podía ser barrida en cualquier momento y sus memorias perdidas? Así que ofreció su respuesta a la ciudad:

Sentimos pesar por ella como nunca hemos sentido pesar por ninguno de nosotros, no porque sus memorias resulten perdidas, porque no es así; sentimos pesar por ella porque sus acciones independientes en el mundo, que eran tan extrañas, que nadie más hubiera realizado nunca, para bien o para mal, esas acciones ya no existirán más. Sentimos pesar no por su pasado, que conservaremos para siempre, sino por su futuro, que jamás tendremos. Sabíamos que era la mejor de todos ellos, y así la pérdida de su futuro nos duele en lo más profundo. Más que la autodestrucción de toda la especie de la humanidad, la pérdida de este ejemplar nos cubrirá de pesar a todos.

La ciudad escuchó, y la idea sorprendió a todos. Y también pensaron en algo más: Aquel mismo constructor que les había dado la respuesta se había visto transformado por el hecho de conocer a los humanos, y había actuado de una forma que era distinta de la que cualquier otro constructor hubiera actuado nunca. ¿Qué otro constructor hubiera hablado pese a la prohibición de la ciudad? ¿Qué otro constructor se hubiera atrevido nunca?

Por ello aquel constructor debía ser admitido a la ciudad, recordado, y luego dispersado.

¿No es esto precisamente lo que hacen esos humanos? ¿Destruir a los individuos que les hacen sentir miedo?

Él es uno de nosotros. No será destruido, será recordado.

Pero extirparemos la posibilidad de que vuelva a actuar de forma extraña. ¿Y por qué? Porque tememos el cambio que ha traído hasta nosotros. Extirparemos su influencia futura porque tenemos miedo de ella. Hemos hecho esto una y otra vez a lo largo de nuestra historia. Nunca pensamos en ello como asesinato, porque no se pierde ninguna parte de su pasado. Pero ¿acaso no acaba de mostrarnos que resulta igual de pesaroso interrumpir el futuro de un individuo?

Era una idea extraña y terrible el que ellos mismos practicaran algo que se parecía al asesinato, y el que su motivo fuera también el miedo. Ellos nunca actuaban con la rabia maníaca que aquellos humanos mostraban en la batalla, pero pese a todo hacían lo que hacían todas las demás criaturas vivas: Actuaban contra los individuos para protegerse a sí mismos. Hasta que se habían encontrado con aquellos humanos nunca habían valorado al individuo, nunca habían llegado a concebir realmente lo que podía significar la auténtica individualidad, puesto que compartían tan libremente las memorias entre ellos mismos que cada constructor recordaba haber hecho todo lo que habían hecho los demás constructores; por eso, los límites entre ellos significaban poco. Ahora, sin embargo, mientras Bud Brigman arrastraba el cuerpo de Lindsey a través del agua en dirección a las luces de la Deepcore, comprendieron finalmente cuáles eran esos límites, y cómo era posible apreciar a una persona y lamentarse de su pérdida.

Entonces las memorias de Lindsey empezaron a circular entre los constructores de la ciudad. Por encima de todo, se sorprendieron ante el momento de su muerte. Temía a la muerte, y sin embargo había elegido morir antes que robarle el último aliento a Bud. Un miedo furioso la había conducido a matar a Coffey, pero un miedo más fuerte aún permanecía no teñido por la furia. Así, había actuado movida por una sensación más poderosa…, una seguridad de que Bud podría mantenerla con vida. Reconocieron esa sensación. Era la misma confianza que sentían los constructores cuando uno de ellos se hallaba al borde de la destrucción de su cuerpo, y otro constructor se acercaba y tomaba sus memorias. Viviré, decía el sentimiento: Viviré en ti. Y Lindsey reflejaba en aquello mucho más que la esperanza de que Bud pudiera devolverla a la vida. Sabía que las esperanzas eran escasas en comparación con la probabilidad de su muerte permanente. También sabía que, aunque muriera, definitivamente y para siempre, seguiría viviendo en él.

Imposible. ¿Cómo podía, cuando ellos no compartían las memorias del mismo modo que lo hacemos nosotros?

De nuevo, una voz tranquila propuso una respuesta a la pregunta, y esta vez fue coreada por la mayor parte de los otros constructores que habían estado cerca de la Deepcore, que habían experimentado más directamente a los humanos:

Ella sabe que ella lo ha cambiado a él, de modo que el futuro de él se verá siempre teñido por su influencia mientras viva. Ella forma parte de lo que él es, así que su influencia en el futuro no morirá con ella.

La ciudad escuchó, asombrada: Examinaron aquella respuesta, y creyeron en ella. Aunque el proceso no era tan claro y directo como el compartir las memorias, era cierto. Los humanos habían hallado una forma de seguir viviendo en la vida de otros.

Observémosles, dijo la ciudad. Es posible que aún haya alguna esperanza para ellos. Observándoles tal vez podamos descubrir alguna forma de eliminar el daño que les hemos causado, alguna forma de ayudar a esos humanos a salvarse a sí mismos.

Una Noche estaba mirando por la ventana del lado desde el que se acercaba Bud. Todos habían visto las luces de la persecución; habían visto cómo los sumergibles se encajaban el uno en el otro y luego caían y todo se volvía oscuro. Más allá de eso, no tenían la menor idea de lo que había ocurrido. Pero, cuando Una Noche vio una sola luz de un buceador solitario nadar hacia ellos, supo que tenía que ser Bud…, era el único que disponía un traje de inmersión y un casco.

—¡Lo tengo! —gritó—. ¡Lo tengo! —Ahora estaba más cerca, y pudo ver que llevaba algo con él. A alguien—. ¡Oh, Dios mío! ¡Es Lindsey!

La voz de Bud cobró vida en la UQC, débil y quebrada, pero todos pudieron oírla:

Deepcore, Deepcore, ¿podéis oírme?

Hippy estaba en la línea.

—Sí, te oímos, Bud. Estamos aquí.

Le resultaba difícil a Bud hablar, puesto que exigía el máximo de su cuerpo, nadando tan rápido como le era posible, intentando avanzar contra la resistencia del agua sobre sus dos cuerpos. Lo frenaba un poco el hablarles mientras le observaban a través de la ventana. Pero valía la pena el retraso de unos cuantos segundos si eso significaba que estarían preparados para coger a Lindsey apenas llegaran allí.

—Id a la enfermería. Traed el equipo de primeros auxilios. Oxígeno. El desfibrilador. Adrenalina en un inyectable de diez centímetros cúbicos. Y algunas mantas eléctricas. ¿Lo habéis entendido todo?

—De acuerdo. Cambio.

—Acudid al pozo lunar. Rápido.

—Bien, vamos —dijo Hippy. Todos se estaban moviendo ya, partiendo hacia sus respectivos trabajos, recogiendo las cosas. Evidentemente, estaba muerta…, nadie podía vivir allí fuera sin un traje, sin mezcla respiratoria. Sin embargo, si Bud decía que lo hicieran, entonces lo harían. Y todos conocían las historias de personas que se habían ahogado en ríos helados y habían sido devueltas a la vida diez minutos más tarde, a veces incluso una hora más tarde. Podía funcionar.

Nadie se preocupó por la pulcritud. Tomaron lo que necesitaban y dejaron que todo lo demás cayera si era necesario. Cuando Bud llegó debajo del pozo lunar, estaban todos allá en la cubierta, al borde mismo del pozo. Chico vio el casco naranja asomar por el agua.

—¡Aquí llega!

Barbo chapoteó en la plataforma de inmersión y tendió las manos para coger a Lindsey de brazos de Bud. La llevó al borde del pozo, la tendió a los otros. La depositaron en el suelo; sus ojos estaban abiertos, pero eran unos ojos muertos. Hippy metió un tubo en su boca, succionó el líquido que había allí. Bud se quitó el casco, arrojó su botella, se arrodilló al lado de ella, chorreando agua sobre su cuerpo.

—¿Está aquí el desfibrilador? ¡Apresúrate, Barbo! Aplícaselo. —Empezó a apretar contra la base de su esternón, empujando en cortos golpes, haciendo brotar agua por su boca. Hippy estaba canturreando:

—Oh Dios mío, oh Dios mío, oh Dios mío.

¿Por qué se tomaba tanto tiempo Barbo con el desfibrilador? Untando la jalea conductora en las placas, frotándolas entre sí…, todo según las instrucciones. Malditas instrucciones, era demasiado lento… Bud tendió las manos hacia ellas. Barbo no se las dio.

—No, hay que aplicarlas sobre la piel desnuda, o de otro modo…

Bud desgarró el cuello de la blusa de Lindsey, abrió la pechera, dejó sus pechos al descubierto. Bud aplicó las placas del desfibrilador, una en el centro del pecho, otra a un costado.

—¿Está bien así? ¿Es así como hay que colocarlas?

—¡Me parecen bien! —respondió Hippy—. ¡Me parecen bien! ¡No lo sé!

Una Noche estaba diciendo algo. Bud no estuvo seguro de lo que decía.

—¿Qué? ¿Qué?

—Lo tengo —estaba diciendo ella.

Jesús, entonces, ¿a qué estaban esperando?

¡Entonces hazlo! —gritó.

—Adelante, suelta la descarga —dijo Barbo.

—¡Preparado! —dijo Una Noche. El desfibrilador estaba cargado y listo. Apretó el botón. El cuerpo de Lindsey sufrió una convulsión.

Era puro reflejo muscular. Cuando terminó, seguía tan muerta como antes.

—No hay pulso —dijo Chico.

Bud siguió apretando su pecho, intentando conseguir que su corazón, allá dentro, se moviera.

—Hazlo de nuevo, Una Noche. ¡Otra descarga!

—Se está cargando. Se está cargando. Se está cargando. —Luego—: ¡Preparado!

Bud apartó las manos. Lindsey se convulsionó de nuevo. Nada.

—Vamos, muchacha —murmuró Bud—. Oh, Cristo. —Una Noche seguía con la máquina, allí al lado, sin hacer nada—. ¡Vamos! ¡Otra vez!

—¡Preparado! —gritó Una Noche. Alzaron las manos del cuerpo de Lindsey. Una Noche pulsó de nuevo el botón. La espalda de Lindsey se arqueó. Volvió a caer, inmóvil.

Pasaba una eternidad entre cada descarga eléctrica. Si el desfibrilador fuera más rápido, si no hubiera tanto intervalo entre las descargas, entonces quizá pudieran hacer que su corazón empezara a funcionar de nuevo, cada segundo entre cada sacudida era otro segundo en el que las células cerebrales podían morir mientras su cuerpo se calentaba.

—Adelante, Una Noche. ¿A qué estás esperando?

—¡No hay pulso! —dijo Chico. Desesperado, pensando en su propia esposa, sus propios hijos, cómo no lo podría soportar si estuviera en el lugar de Bud.

Una Noche estaba leyendo los signos vitales en el desfibrilador…, las placas actuaban como un improvisado electrocardiograma mientras siguieran aplicadas contra su pecho.

—Maldita sea, es plano, maldita sea, es plano.

Bud apartó a Una Noche a un lado, apoyó las manos en la base del esternón de Lindsey y empujó, contando entre dientes mientras lo hacía. Estaba intentando conseguir un latido de su corazón, hacer que bombeara un poco de sangre aunque tuviera que cogerlo y estrujarlo con sus propias manos. Las costillas cedían bajo su presión. Si alguna se rompía, las cosas iban a complicarse más aún. Pero sería mejor que estar muerta con las costillas intactas. Uno dos tres cuatro cinco seis. Uno dos tres cuatro cinco seis.

—Aire —dijo alguien.

Hippy sujetó la mascarilla sobre su boca y nariz.

Uno, dos, tres, cuatro.

—Aire —dijo Bud.

—No hay pulso.

—Vamos, muchacha. Vamos. —Lo repitió una y otra vez, lo susurró, intentando animarla. Ella no le oía. Siguió apretando su pecho, apretando, una y otra vez.

Barbo adelantó suavemente las manos, sujetó las muñecas de Bud.

—Bud —dijo en voz muy baja—. No hay nada que hacer, Bud. No hay nada que hacer.

Bud dejó de apretar. El rostro de Hippy estaba contorsionado por el dolor cuando alzó la mascarilla. Los demás observaron en silencio, con los ojos muy abiertos…, a la irresistible muerte, a la agónica determinación de Bud, al dolor que sabían que estaba sintiendo, al dolor que ellos compartían porque le querían, formaba parte de ellos, y ahora se daban cuenta de cuánto amaba todavía a Lindsey. Sabían que aquello estaba desgarrando una parte de su alma, y no podían hacer nada por aliviarlo.

—Lo siento —dijo Barbo. Bud permaneció arrodillado allí, mirándole con ojos vacuos. Barbo cogió los lados de la blusa de Lindsey y cubrió su pecho.

—No hay pulso —dijo Chico. Su voz sonó definitiva.

Bud se inclinó sobre ella, mirando directamente su rostro. Notó que Barbo apoyaba una mano en su nuca, una mano consoladora. Pero él no deseaba consuelo. No deseaba afecto de sus amigos. Deseaba que Lindsey volviera.

Apartó bruscamente la mano de Barbo.

¡No! —Fue casi un aullido. No iba dirigido a Barbo ni a ninguno de ellos. Se lo gritaba a la Muerte, a Dios, al Destino, a todo el universo, y sería mejor que escucharan—. ¡No, ella tiene un corazón fuerte, quiere vivir! —Empezó a apretar de nuevo—. ¡Vamos, Lins! ¡Vamos, muchacha! —Apretó, apretó, luego se detuvo y apoyó su boca en la de ella, pellizcó su nariz para cerrarla, impulsó su propio aliento por la garganta de ella. Una, dos, tres veces. Cuatro. Luego se alzó y empezó a apretar de nuevo. Hizo una momentánea pausa para arrancarse su collarín a fin de que no apretara contra la garganta de ella la próxima vez que le insuflara aire. Se inclinó de nuevo, apretó los labios contra los de Lindsey, sopló aire a su garganta. Largas, profundas inspiraciones. Toma este aire, Lins. Tómalo, úsalo. Es para ti, maldita sea, úsalo, vive con él, vive.

—Otra descarga —dijo—. Vamos. Vamos.

Una Noche volvió a colocar las placas del desfibrilador. Se estremecía ligeramente; aquello era insoportable, seguir intentándolo cuando Lindsey estaba evidentemente muerta. Como algún predicador loco rezando sobre un bistec, intentando traer de vuelta al animal a la vida. Lo hacía por Bud, eso era todo, porque él lo deseaba tanto. Mantenía sus ojos fijos en el aparato, en los indicadores. La carga señaló completo.

—Preparado. Preparado.

Lindsey sufrió un nuevo espasmo con la electricidad. No funcionó. Bud siguió bombeando, respirando dentro de ella. Luego se detuvo, se inclinó muy cerca de su rostro.

—Vamos, respira, maldita sea, respira. —Había sido idea de ella hacer esto, había sido idea de ella y ahora no respondía, no estaba haciendo lo que ella misma había dicho—. Maldita sea, nunca retrocediste ante nada en tu vida. ¡Ahora lucha! —La abofeteó, no duramente, un golpe que pedía una reacción, un golpe para despertarla, para llamarla de vuelta—. ¡Lucha! —La abofeteó de nuevo—. ¡Lucha! —De nuevo. La sujetó por los hombros, la sacudió—. ¡Lucha, maldita sea! —Ahora estaba llorando, de pura rabia. Ella le estaba abandonando. Estaba renunciando a algo por primera vez en su vida, y él no podía soportarlo—. ¡Lucha, lucha, lucha! —Su voz era un ronco grito. Aullaba la palabra, quebrándola en sus labios, un largo y dolorido grito—. ¡Lucha! Enviaron miles de voltios a través de su cuerpo, le dieron oxígeno, insuflaron aire en su garganta. Nada de aquello funcionó. Pero entonces, con Bud gritándole y llorándole, maldiciéndole, llamándole cosas, peleándose con ella…, entonces vieron como sus ojos se movían por sí mismos, su garganta hacía el gesto de tragar, su pecho daba una pequeña sacudida, una ligera tos espástica. Sus manos se crisparon por un momento. Podía ser el espasmo involuntario de un cuerpo muerto. Pero no lo era. Bud lo sabía.

—Lins. Eso es, Lindsey. Vuelve, muchacha. —Ella giró la cabeza hacia un lado como si dijera no. Luego tosió, escupió. Respiró. Bud empezó a reír, no pudo evitarlo, ella lo estaba consiguiendo. Oyó que alguien reía también. Alegremente. ¿Se habrían reído cuando Jesús se alzó de entre los muertos? ¿Les habría oído Lázaro reír de alegría cuando salió de su tumba?

Una manos le tocaron, la cabeza, los hombros. Alzó el rostro y rió. Ella tosió de nuevo, jadeó profundamente, en busca de aire.

—Necesita aire —dijo Hippy. Apoyó la mascarilla sobre su rostro. Ahora inspiró, tragó oxígeno—. Respira, tranquila.

Sus ojos se abrieron. Les estaba oyendo, lo estaba consiguiendo.

Bud le gritó de nuevo. Esta vez de pura alegría.

—¡Lo conseguiste, muchacha! —Había hecho lo que había dicho que haría. Le había dicho que volvería allá en el Taxi Uno, y él había confiado en ella, hizo lo que ella le había dicho, y luego ella volvió del otro lado, cumplió con su parte del trato. Vivía. Se arrodilló a su lado, riendo y llorando. Todos estaban riendo y llorando a la vez. Había descendido hasta la muerte y luego había vuelto. Bud la había sacado de allí. O ella se había aferrado a la voz de Bud, a la voluntad de Bud, y se había arrancado de entre los muertos. O ambas cosas.

Estaba viva. Se hallaba en la enfermería, no totalmente consciente aún. Pero todavía había una ojiva de combate allá abajo, donde el Gran Tonto la había llevado, y el reloj seguía tictaqueando.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Bud a los demás—. ¿Hay alguna forma en que podamos ir tras ella?

—¿El Taxi Uno?

—Está averiado —respondió Bud—. No irá a ninguna parte.

—¿Enviar al Pequeño Tonto?

—¿Para hacer qué, para decir hola?

—Para depositar algunos explosivos encima. Para volar la ojiva antes de que haga su juego de magia nuclear.

—¿Tenemos algo en la Deepcore que pueda estallar a esa profundidad?

—¿Qué profundidad?

Hippy pareció casi avergonzado.

—Programé al Gran Tonto para bajar hasta los seis mil. Es su máxima profundidad estimada. Más un cierto factor de seguridad.

¿Seis mil?

Era Monk quien sabía cómo podía hacerse. O al menos cómo podía intentar hacerse.

—El Traje de Gran Profundidad —dijo.

—¿Puede llegar hasta tan abajo? —preguntó Bud.

—Quizá —dijo Monk—. En realidad, lo que más importa es el sistema de respiración por fluidos. Hace posible resistir mucha más presión. Y recarga el oxígeno durante un tiempo. Te proporciona más margen para bajar allá abajo.

Seis mil metros. Eso significaba bajar directamente más de cinco kilómetros. Era un largo camino incluso en tierra firme. En el agua, presurizando todo el tiempo, tomaría su tiempo. Y no tenían mucho tiempo.

—El auténtico problema cuando llegas a esa profundidad no es ya el respirar —dijo Monk—. Es la presión sobre las células de tu cerebro. Empuja las sinapsis unas contra otras. Tu cerebro empieza a cortocircuitarse. Sufres alucinaciones, recuerdos, confusión. Espasmos en los músculos. Así que le proporcionaré dos anestésicos. El primero es suave pero rápido. Corta el reflejo de vomitar y el pánico cuando uno empieza a respirar el fluido aquí arriba. El otro es más lento y mucho más fuerte. Empieza a hacer efecto, más y más, cuando uno desciende a la profundidad que necesita. Aquí arriba lo vuelve a uno estúpido y soñoliento. Allá abajo puede, sólo puede, hacerlo capaz de mantener la mente de una pieza el tiempo suficiente para desarmar la ojiva.

Era el show de Monk. Con su pierna rota, era el único que conocía lo suficiente acerca del Traje de Gran Profundidad, el único que conocía la respiración por fluidos, y el único que podía decirle a Bud cómo desarmar la ojiva. Schoenick sabía todo aquello también, más o menos, pero no podían confiar en él. Seguía aún atado a la silla.

De modo que Bud escuchó, intentó memorizar todo lo que Monk le dijo. Los otros trabajaron rápido pero cuidadosamente, siguiendo las instrucciones de Monk, preparando el Traje de Gran Profundidad. Ya era hora de irse. Pero aún le quedaba un momento, sólo un par de minutos, para ir a la enfermería, ver a Lindsey una última vez, hablar con ella si estaba despierta.

Se sentó en el borde de su cama, sujetando su mano. Eso era todo lo que quería hacer. Pero ella despertó mientras él estaba sentado allí, abrió los ojos, miró a Bud directamente al rostro.

Cuando sus ojos se abrieron, él no pudo impedir que las lágrimas brotaran de nuevo. Ella inspiró profundamente un par de veces. Él sabía lo que debía dolerle aquello, respirar después de que has tenido agua salada en sus pulmones. Sin mencionar cómo él había castigado sus costillas, apretando y apretando de aquel modo.

Ella habló. Un dolorido susurro:

—Los chicos grandes no lloran, ¿recuerdas?

Él acarició su pelo, su mejilla.

—Sí, muchacha.

—Hey, chico duro —Inspiró un par de veces más—. Supongo que funcionó, ¿eh?

—Sí. Sí, por supuesto que funcionó. —Estaba susurrando—. Tú nunca te equivocas, ¿sabes? —Ella le sonrió. La última vez que él le había dicho aquello había sido en medio de una discusión, a plena voz. Le gustaba más así, suave, tierno—. ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien?

Ella intentó hacer una broma de ello, pero su pequeña risa no sonó en absoluto como una risa.

—He estado mejor en otras ocasiones. —Era lo peor por lo que había pasado nunca, aferrarse a él en el agua, sabiendo que iba a morir, respirando el agua, el peor terror que jamás hubiera sentido. Si él no hubiera estado allí con ella… Pero él había estado allí, la había sostenido, la había traído a casa—. La próxima vez es tu turno, ¿de acuerdo? —dijo.

Él tardó en contestar. No lo hizo como si fuera un chiste.

—Sí, de acuerdo, te has ganado ese derecho.

Ella le dijo lo que se sentía al morir. Cómo podía verles mientras permanecía tendida allí, cómo parecía como si se estuvieran alzando, haciéndose más y más pequeños, lejanos, a medida que ella se encogía en la muerte. Y luego estaba mirándoles desde arriba, como si ella estuviera fuera, encima, viendo la escena como si le estuviera ocurriendo a alguna otra persona. Y luego Bud le estaba gritando, y ella no deseaba hacer nada en absoluto, pero él la estaba obligando a hacerlo, le estaba diciendo lo que tenía que hacer e incluso así era mucho más fácil derivar, dejarse caer, la volvía tan loca oírle decir que ella ni siquiera lo estaba intentando que lo intentó, volvió. Volvió y se encontró de nuevo dentro de su cuerpo, azotada por el dolor pero ahora incapaz de retirarse de nuevo, irrevocablemente unida a un cuerpo que deseaba morir.

—Pero no tanto como yo deseaba vivir —susurró—. No tanto como tú deseabas que yo viviera.

Entonces él le habló del Traje de Gran Profundidad y de dónde iba a ir con él.

¿Acaso no había terminado todo cuando él la había mantenido con vida? Por supuesto que no. Coffey había desaparecido, pero la ojiva de combate estaba todavía en el fondo del abismo. Podía haber sido destruida o al menos desarmada por la presión…, pero tal vez no. Alguien tenía que ir allá abajo y deshacer la última acción de Coffey. Sin embargo, ella no pudo evitar sentirse amargamente decepcionada. Se había sentido extrañamente completa y contenta desde que despertara, como si algo que desde hacía mucho tiempo había permanecido desconectado dentro de ella estuviera ahora conectado de nuevo, el último circuito completado, de tal modo que fluían en ella corrientes emocionales que nunca antes había experimentado. Y ahora Bud estaba yendo a aguas tan profundas que, aunque sobreviviera, era muy probable que sufriera daños cerebrales devastadores y permanentes.

Se sintió furiosa y llena de miedo. Si hubiera podido expresar aquellos sentimientos en palabras, hubieran dicho algo como esto: Apenas había hallado algo bueno, algo digno de conservar, le era arrebatado. La primera vez que creía que el destino había sido amable con ella, estaba siendo traicionada.

Lindsey no hubiera debido levantarse todavía de la cama, y mucho menos permanecer de pie allí en la cubierta del pozo lunar. Pero no había forma en que ella le dejara marchar sin estar allí. Sin agarrarse al extremo de la F-O, hablando con él durante todo el camino hacia abajo.

Lindsey observó a Bud ponerse el traje, murmurando para sí mismo las instrucciones de cómo desarmar la ojiva de combate. Recibió las inyecciones, que lo calmaron un poco, lo dejaron un poco envarado. Permaneció sentado allí sosteniendo a Beany en su mano, casi como un amuleto de la buena suerte…, después de todo, Beany había hecho aquello mismo y había sobrevivido. La rata se estiró y olisqueó la nariz de Bud. Luego Monk le entregó la mascarilla de oxígeno para ayudarle a hiperventilar. Alzó a Beany, Hippy tomó la rata. Bud inspiró profundamente en la mascarilla. Lindsey se arrodilló delante de él.

—Bud, no tienes que hacer esto. Él habló a través de la mascarilla.

—Alguien tiene que hacerlo.

—Bien, pero no tienes que ser tú.

—¿Quién, entonces?

Ella conocía la respuesta. Monk tenía la pierna rota. Schoenick era tan poco de confianza que no se atrevían a desatarlo. Ella misma estaba demasiado débil de la prueba por la que acababa de pasar. ¿Con quién más del equipo podía contarse para mantener la cabeza firme durante todo el viaje hasta abajo y hacer el trabajo allá en el fondo? Quizá pudieran hacerlo. Quizá no. Pero todos sabían que si alguien podía, ése era Bud. Así que le miró fijamente, sin decir nada excepto con los ojos. No quiero que vayas. Puedes morir ahí abajo, y esta vez nadie podrá traerte de vuelta. Puedes bajar allí y hacer el trabajo pero sin embargo no tener suficiente oxígeno en el sistema para volver a subir. Puedo perderte ahí abajo. Quiero que vaya algún otro. Cualquiera menos tú.

Contempló el teclado encajado en la manga izquierda del Traje de Gran Profundidad. Era una locura, tener una conexión F-O y tener aún que teclear. Se volvió a Monk.

—¿Así que oiré, pero no podré hablar?

—El fluido impide que su laringe emita sonidos. Disculpe. —Monk se agachó entre Bud y Lindsey, cogió el casco—. Le resultará un poco extraño. —Era la afirmación más deshonesta que Monk hubiera hecho nunca en su vida, pero sabía que Bud conocía la verdad. Era por la señora Brigman por quien suavizaba la realidad. El fluido respiratorio sabía como el infierno. Sólo deseabas probarlo en ocasiones muy especiales. Como salvar el mundo.

—Ya, está bien. Sólo quiero advertir una cosa: Soy un mecanógrafo de lo más malo. —Estaba probando las teclas, intentando componer palabras. Luego ya no hubo nada más a lo que esperar. Alzó la vista a Monk, a Lindsey, a Monk de nuevo—. El momento de la verdad —dijo—. Vamos.

Alzaron el casco sobre su cabeza.

—Con cuidado —dijo Lindsey. Como si él le perteneciera. Como si no deseara que sufriese ningún daño. Les fue dando instrucciones mientras lo encajaban. Demonios, ella nunca le había puesto el casco, no tenía experiencia, pero sabía con sólo mirar cómo se suponía que iba exactamente. Encajaba perfectamente con ella que estuviera a cargo de las cosas. Eso era lo que era. La persona siempre a cargo de las cosas.

El casco estaba seguro. Ella se arrodilló frente a él, alzó la vista hacia la mascarilla, hacia su rostro. Abrió los labios para decir algo, pero no llegó a decirlo. Él, sin embargo, lo oyó. Una vez el fluido penetrara en su mascarilla no oiría su voz de nuevo hasta que volviera a subir. Quizá nunca. Se descubrió a sí misma echándose a llorar, luego se dio cuenta de que no podía detenerse. Él secó las lágrimas de sus mejillas con el dorso de su enorme guante. Podía ser gentil incluso con aquellas enormes manos blancas de cartón.

Él apartó la vista de ella, hacia Monk, y habló…, con voz fuerte, de modo que pudiera ser oído a través de la mascarilla.

—De acuerdo, vamos a bailar el rock and roll.

Monk trasteó en la parte frontal del traje, abrió la línea.

—Adelante —dijo. Alguien abrió otra válvula en la parte de atrás del traje. El fluido empezó a rezumar en el casco. Bud se inclinó hacia delante, observándolo mientras se acumulaba en la parte frontal de la mascarilla. Monk estaba canturreándole, como un dentista intentando mantener calmado a un niño mientras éste está contemplando una hipodérmica de novocaína—. Ahora relájese, Bud. Relájese. Relájese.

Pero todo eso era ruido de fondo. Era Lindsey, frente a él, con dos dedos alzados, apuntados hacia sus propios ojos, la que atrajo toda su atención.

—Bud. —La miró—. Simplemente obsérvame. Obsérvame. Obsérvame.

El fluido cubrió su rostro. Monk cambió su cantinela.

—Ahora no contenga la respiración, simplemente inspire. Deje que entre en usted. Deje que entre.

Aún no lo estaba respirando. Oyó a Monk, pero ellos no comprendían. Él había estado ahí antes, en el vientre de la ola, hundiéndose, a kilómetros de todo el mundo, agotado, asustado, sin ninguna fuerza en su cuerpo, y no podía contener más la respiración pero tenía que contenerla o si no moriría. No puedo hacer esto, no puedo hacer esto. No puedo respirar el fluido, no puedo. Pero sus ojos estaban en Lindsey. Ella estaba allí. Él no estaba solo, fuera, en el océano. No iba a matarle. Podía inspirar aquello. Sabía que podía, y entonces lo hizo.

Inmediatamente su cuerpo se sacudió, sufrió un espasmo. Cayó hacia atrás. Lo sujetaron, lo pusieron de nuevo en pie.

—Eso es perfectamente normal —dijo Monk. Habló con una voz de mando, para mantener la calma. Lindsey no se lo creía.

—¿Eso es normal? —Nunca había visto a Bud perder el control de aquella manera, estremeciéndose, sacudiéndose hacia todos lados, presa del pánico. La asustaba ver a Bud fuera de control.

—Sólo sujétenlo, es perfectamente normal, pasará en un segundo. Es perfectamente normal. Todos respiramos líquido durante nueve meses, nuestro cuerpo recuerda.

Aquello era cierto. Bud se estaba calmando. Exhalando, estaba bien. Su brazo aún se estremecía hacia arriba cuando inhalaba. Daba la impresión de que le sacudía una arcada cuando inspiraba. Lindsey se situó de nuevo frente a él.

—Obsérvame. Obsérvame. Obsérvame.

Lo hizo. Siguió respirando. Con cada inspiración se sentía un poco mejor. Era algo denso, extraño, cuando penetraba en sus pulmones. Pero no era como había sido el agua de mar. No tan frío. No tan duro. Inspirar y espirar, era más lento que el aire, pero funcionaba. Estaba recibiendo el oxígeno.

Lindsey cogió los auriculares F-O que tenía al lado.

—¿Puedes oírme? —preguntó. Alzó dos dedos para indicar que sí.

—Bud, prueba el teclado.

Bud alzó su muñeca izquierda, empezó a pulsar teclas. Con un dedo, por supuesto…, pero, puesto que siempre lo había hecho así, era bastante rápido en ello. Lindsey miró por encima del hombro al monitor donde estaba apareciendo su mensaje.

PARECE EXTRAÑO DEBERÍAS

PROBARLO

Ella le miró, sonrió ligeramente.

—Ya lo he hecho.

Él le devolvió la sonrisa a través del tintado fluido. Las luces dentro del casco le daban una enfermiza coloración amarilla.

—Bien, ¿estás preparado? —preguntó Lindsey. Él asintió.

—Entonces vamos —dijo Monk.

Le ayudaron a subir. El traje era pesado. Lioso y Barbo le ayudaron a entrar de espaldas en el pozo lunar. Hippy se metió en el agua con él, acercó su rostro a la mascarilla y gritó para que Bud pudiera oírle a través del fluido.

—¡He preparado al Pequeño Tonto del mismo modo que el Gran Tonto! ¡Debería conducirte directamente allí! ¡Todo lo que tienes que hacer es agarrarte a él!

Bud asintió. Lo había entendido. Lo sabía.

Hippy aferró su mano. Bud miró a Lioso, que le sonrió. Ánimo. Buena suerte.

Y la mano de Lindsey, tendida hacia él. La retuvo por unos instantes, y aunque su grueso guante hacía imposible sentir más que una suave presión, notó una especie de calor ascender por todo su interior desde aquel contacto. Más que nunca antes en su vida, no deseaba irse, no deseaba decir adiós.

Pero tenía que hacerlo. Bud miró a los otros reunidos en torno al borde del pozo y alzó la mano. Adiós a todos ellos. Luego se agarró al lomo del Pequeño Tonto, lo puso en marcha, dejó que el VOCR lo arrastrara hacia abajo por el pozo.

Mientras tiraba de él hacia abajo y el agua se cerraba sobre su cabeza, vio a sus amigos convertirse en figuras borrosas, hacerse pequeños a medida que se alejaba de ellos. Recordó a Lindsey describiéndole qué sintió cuando estaba muriendo…, cómo los había visto encima de ella, haciéndose cada vez más pequeños a medida que ella caía de espaldas hacia la muerte. ¿Es hacia allí hacia donde estoy cayendo ahora? No. Tengo un trabajo que hacer antes de que pueda morir.

Alcanzó el fondo marino, absorbió el impacto flexionando las piernas, y luego echó a andar hacia el borde del risco, dejando que el Pequeño Tonto tirara de él, ayudándole en su marcha. Era una marcha lenta. Alcanzó el borde, se detuvo, miró hacia atrás. Pudo verlos entrar en la sala de control. Lindsey estaba sentada junto a la ventana. Alzó la mano. La agitó. Luego se volvió y dio el último paso más allá del borde del abismo.

El Pequeño Tonto no tenía tanta potencia como su hermano mayor, pero tiraba de él directamente hacia abajo, y la gravedad ayudaba. Estaba pasando a lo largo del borde del risco más aprisa de lo que nunca se había movido bajo el agua, al menos en un traje, fuera. Permaneció cerca de la pared del risco a fin de no perder el camino, pero no tan cerca que pudiera correr el peligro de una colisión. El Pequeño Tonto conocía el camino. Simplemente agárrate a él. Las luces de la Deepcore habían desaparecido. No había ninguna luz a su alrededor excepto las del Pequeño Tonto, la luz de su teclado, la luz dentro de su mascarilla, la luz de inmersión que llevaba en la mano. Ninguna de ellas alcanzaban hasta muy lejos. Ninguna de ellas mostraba demasiado. Nunca se había sentido tan solo en su vida.

Tecleó:

NO PUEDO VEROS

La voz de Lindsey le llegó inmediatamente:

—Estamos aquí contigo, Bud. —Su voz se hizo más débil. Se había apartado del micrófono—. ¿Cuál es su profundidad? —Luego volvió a sonar fuerte…, alguien le había respondido. Debía ser Hippy, monitorizando la información que le llegaba por la F-O desde el Pequeño Tonto—. Tu profundidad es de novecientos sesenta metros —dijo Lindsey—. Todo va perfectamente.

De pronto la luz se reflejó sobre algo brillante, metálico. Los restos de la grúa del Explorer. Por supuesto…, aún estaba colgando allí, como un yo-yo de cuarenta toneladas al extremo del umbilical.

UNA BUENA OFERTA VENDO GRÚA LIGERAMENTE USADA

Allá en la Deepcore rieron. Era bueno saber que Bud se sentía con ánimos de hacer bromas. El medidor de profundidad seguía avanzando.

—Mil cuatrocientos metros —dijo Hippy. Estaba controlando por él.

—Mil cuatrocientos metros —hizo eco Monk—. Es oficial. Lindsey habló junto al micro:

—Bud, según Monk aquí al lado, acabas de establecer un récord de inmersión con traje autónomo. Apuesto a que no pensabas que ibas a hacer esto cuando te levantaste esta mañana, ¿eh?

LLAMAD AL GUINESS

Hippy leyó el profundímetro:

—Mil seiscientos metros, y seguimos sonriendo.

El risco pasaba velozmente por su lado. Bud apenas tenía ya la sensación de que estaba cayendo. Era la pared del risco la que se estaba moviendo, no él. Él permanecía completamente inmóvil, allá en el centro del mundo, y era todo lo demás lo que giraba a su alrededor.

El siguiente umbral fueron los dos mil quinientos metros. Monk sabía que era el momento.

—Pregúntele acerca de los efectos de la presión, Lindsey. Temblores, problemas visuales, euforia.

Lindsey habló por el micrófono:

—El subteniente Monk desea saber cómo te sientes.

FRÍO

—Gallina —respondió ella burlonamente.

ME TTIEMBLAN LAS MANNOS

Monk cubrió el micrófono.

—Está empezando. Primero afecta al sistema nervioso.

—Sigue hablando, Lindsey —dijo Una Noche—. Deja simplemente que oiga tu voz.

—¿Cuál es su profundidad? —preguntó Lindsey.

—Dos mil setecientos metros.

—De acuerdo. Bud, tu profundidad es ahora dos mil setecientos metros —dijo Lindsey en el micrófono.

Una Noche la miró con impaciencia, cubrió el micrófono.

—No, háblale. —¿Acaso aquella mujer no sabía nada? ¿No se había casado con él? ¿No sabía cómo hablarle?

Lindsey captó la idea. Pero bruscamente se sintió azarada. Tenía una audiencia a su alrededor. Aquélla no era una conversación privada. Infiernos, ni siquiera hablaba fácilmente con él cuando estaban solos. Así que hizo lo que podía hacer. Bromeó.

—De acuerdo, Bud, esto, vas a ser examinado en deletreo de palabras así como en sintaxis de las frases, así que concéntrate, ¿de acuerdo?

Sólo que no era una broma. Nadie estaba riendo, y menos aún ella. Lindsey tenía que mantener la atención de Bud, hacer que su mente permaneciera ocupada. Era la única que podía hacerlo, pero sólo podía hacerlo si hablaba de algo que a él le importara. Aunque eso significara poner al descubierto cosas delante de los demás. Aunque eso significara abrirse para un completo examen de su alma.

—Bud, hay algunas…, hay algunas cosas que necesito decir. Resulta difícil para mí, ya sabes. No es fácil ser una mujer de hierro forjado. Se necesita disciplina y años de entrenamiento. Mucha gente no lo aprecia. —Seguía siendo una broma, pero también era cierto. Y decir la verdad sobre sí misma, admitir sus debilidades, aunque hiciera que sonaran como una broma…, eso rompió algo dentro de ella, retorció algo que había estado bloqueando un paso. La emoción creció en su interior. No tenía ninguna práctica en enfrentarse a aquello. Ni siquiera sabía el nombre de lo que estaba sintiendo. Simplemente salió de ella como un llanto, de modo que su voz se vio distorsionada por ella.

Pero siguió, porque ya no estaba pensando en la gente a su alrededor en la sala de control. Estaba pensando en el hombre en el otro extremo de la línea F-O, el hombre que respiraba fluido allá abajo, más profundo de lo que nadie había llegado antes, el hombre que necesitaba más que ninguna otra cosa oír las palabras que ella estaba diciendo.

—Bud, no fue tan malo, lo . ¿Recuerdas aquel viaje en moto? ¿Recorriendo todo Oregon con la Honda? —Rió un poco—. Necesité una semana para desenredarme el pelo, pero nunca fui más feliz. Fue lo más… libre que me haya sentido nunca. —Dios, él le había suplicado que le dijera aquello tantas veces. ¿Por qué había tenido que aguardar a hacerlo hasta que él estaba al otro lado de un invisible hilo?—. Jesús, lamento no poder decirte todas estas cosas directamente a la cara. Es una lástima. Tener que aguardar hasta que tú estás en medio de la oscuridad, helándote, y hay tres mil metros de agua entre nosotros. Lo siento. Lo siento, estoy divagando.

TÚ SSIEMPRE HAS HBLADO DDEMASIADO

Ella asintió. Aquello era cierto. Pero también era una broma. Podía oír su voz diciéndolo. Tiernamente, suavemente. Su forma de decir: Todo va bien. Sé todo esto. Pero me alegra oírtelo decir.

—Llegando a los grandes tres mil —dijo Hippy.

—El fondo todavía está a dos kilómetros y medio más abajo —dijo Una Noche.

Su luz de inmersión implosionó. Aquello le sobresaltó, pero por lo demás todo iba bien. Aún tenía el foco del Pequeño Tonto.

—Tres mil seiscientos metros —dijo Hippy—. Jesús, no creo que lo esté haciendo. —Sonaba excitado. Como si estuviera observando a Evel Knievel. Como si fuera un especialista realizando un truco cinematográfico.

Era más de lo que Lindsey podía soportar. Tapó el micrófono.

—Por favor —dijo—. Cállate, ¿qué te pasa? —Luego se volvió de nuevo—. Bud, ¿cómo van las cosas? Ninguna respuesta.

—¿Bud?

SLO; NO PODO TLCRAAAR

—Lo está perdiendo —dijo Monk—. Háblele. Manténgalo con nosotros.

—Bud, es la presión. De acuerdo, tienes que escuchar mi voz. Tienes que intentarlo…, concéntrate, ¿de acuerdo? Simplemente escucha mi voz.

TE ESTÁS YNDDO

—La señal se debilita —dijo Una Noche.

—No. No, Bud. No me estoy yendo. Estoy aquí.

—Desconectad todo lo que no necesitemos —dijo Hippy—. Barbo, apaga esas luces exteriores. ¡Vamos, rápido! ¡Aprisa, aprisa! —Sonaba como Bud. Así era la forma como Bud daba órdenes. Todo el mundo comprendía…, alguien tenía que hacer el trabajo. Alguien tenía que ser Bud aquí arriba, si querían seguir manteniendo el contacto con Bud allá abajo. Las luces se apagaron, dentro y fuera de la Deepcore. Se veían unos a otros sólo gracias a la luz de los monitores digitales.

—Pásalo a través del procesador digital —dijo Una Noche—, fríelo tanto como puedas.

—Estoy aquí contigo, Bud. Bud, soy Lindsey. Por favor. Estoy aquí mismo contigo. —Era más un test que un mensaje. Bud tenía que oírla. Tenía que oír su voz.

—Cinco mil metros —dijo Hippy.

—Dios Santísimo —exclamó Barbo—. Esto es una locura. —Cinco kilómetros de profundidad. Bud estaba bajando a una profundidad a la que probablemente sería aplastado hasta morir, sólo para salvar a algunos INTs con los que ni siquiera podían hablar. Por todo lo que sabían, los INTs vivían a ochenta kilómetros de distancia. ¿Iba a morir Bud por eso?

Lindsey lo estaba perdiendo…, todos podían verlo.

—No recibo nada —dijo, pero su voz era fina y débil, como la de una niña a punto de llorar. Nadie la había visto nunca así. Lindsey nunca había actuado de aquel modo. Estaba impresionándoles, verla de aquella forma tan malditamente humana.

Bud se estremecía violentamente, como atacado de perlesía. Sus ojos no dejaban de girar en sus órbitas, le costaba mantenerse consciente. Intentó teclear un mensaje pero no pudo. No dejaba de ver chispas, destellos de visiones. Minialucinaciones. Sabía por qué, sabía que eran las sinapsis de su cerebro fallando mientras las células de su cuerpo se distorsionaban, distendidas por la presión. Pero saber por qué no significaba que pudiera detenerlo.

Sintió una enorme sacudida en su brazo, un pop ensordecedor, al tiempo que una brusca ola de choque lo sacudía; las luces se apagaron; la pared del cañón desapareció. Necesitó un momento para imaginar lo que había ocurrido. La presión había hecho implosionar el casco del Pequeño Tonto.

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