Abyss

Abyss


2 – Lindsey

Página 5 de 31

2 – Lindsey

Si quieren comprender algo acerca de Lindsey Brigman, primero tienen que conocer algunas cosas acerca de su madre, Cathy Thomas. Supongo que es algo aplicable prácticamente a todo el mundo: quiero decir que, o bien pasamos toda nuestra vida actuando en todo y con todo del mismo modo que decían o hacían nuestros padres, o bien pasamos toda nuestra vida no actuando deliberadamente como ellos. Si hay alguna cosa importante acerca de Lindsey Brigman, es que no es como su madre. O al menos eso piensa ella.

La última vez que Catherine Mary di Angeli trajo a una amiga a casa de sus padres fue en su segundo grado, en 1937. La atractiva Debbie Benchley se quedó allá en la puerta de la cocina de la casa de los di Angeli en Queens, con la boca abierta, mientras los cinco hermanos y tres hermanas y padres y abuelos de Catherine Mary entraban y salían, peleándose y gritándose en italiano. Catherine Mary no pudo comprender por qué su amiga parecía tan asustada, con los ojos enormemente abiertos, las pupilas yendo de un lado para otro, la mandíbula colgando; luego, sin una palabra, Debbie Benchley se dio la vuelta y huyó. Catherine Mary la siguió hasta media manzana de distancia, preguntándole qué era lo que iba mal, pero Debbie se limitó a caminar más aprisa, sin dejar de sacudir la cabeza.

Catherine Mary volvió a casa, profundamente abatida por la pérdida y el fracaso. ¿Cómo había podido ofender a su amiga? ¿Por qué no era digna de ella? Debbie Benchley era guapa y rubia y su padre era farmacéutico, un ciudadano próspero según los estándares de aquellos años de la Depresión. Llevaba hermosos trajes y sonreía tímidamente, y todo el mundo la admiraba. Catherine Mary soñaba despierta en despertarse una mañana y mirarse al espejo y ver allí el rostro de Debbie Benchley.

Cuando regresó a casa fue directamente a la puerta de la cocina en el lado del edificio…, como de costumbre. Sólo entonces intentó imaginar lo que Debbie debía haber pensado de aquello. Seguro que la familia de Debbie entraba por la puerta principal; seguro que la familia de Debbie no tenía a cinco chicos durmiendo en la sala de estar.

Catherine Mary se quedó de pie en el umbral, viendo la confusión a través de los ojos de Debbie: tanta gente, toda corriendo de un lado para otro, agitando las manos en el aire mientras hablaban. La música de una docena de personas hablando en italiano, discutiendo, en voz alta y apasionadamente… Catherine Mary dejó que el sonido llegara hasta ella como debía haber llegado hasta Debbie, sin comprenderlo, y se convirtió en un sonido intenso, penetrante, exigente, sin ningún parecido en absoluto con la forma suave de hablar de Debbie.

Y allí estaba la madre de Catherine Mary, con las lágrimas corriendo por sus mejillas a causa de las cebollas que estaba cortando en el fregadero mientras discutía con Johnny —Giannino— acerca de si debía o no dejar su trabajo en la tienda de dulces judía. Catherine Mary no sabía si Debbie Benchley tenía algún hermano, pero, si lo tenía, seguro que no trabajaría de dependiente en una tienda de dulces, y nunca, nunca, trabajaría para un judío. Y la madre de Debbie no haría aspavientos con un cuchillo en la mano, ni haría girar sus llorosos ojos hacia el cielo mientras invocaba a los santos, ni haría la señal de la cruz con una cebolla.

Catherine Mary se sintió avergonzada. Había visto a su familia a través de los horrorizados ojos de una protestante y, puesto que se identificaba tan completamente con Debbie Benchley, jamás consiguió verla de otra forma.

Desde aquel día, Catherine Mary no volvió a hablar italiano, jamás llevó a otra amiga a casa, y nunca respondió a otro nombre que no fuera Cathy. A medida que se iba haciendo mayor, escuchó atentamente la radio y eliminó toda huella de acento italiano y de Nueva York en su habla. Aprendió a andar con dignidad. Movía muy raramente las manos, y cuando lo hacía era con gestos delicados y femeninos. Estudió las portadas de las revistas de modas y se peinó el cabello como lo hacían las más hermosas modelos. Tras la escuela secundaria fue a Columbia, y se tomó en serio sólo sus clases de música y teatro, dedicando el resto de su tiempo a seleccionar el marido idóneo. En 1950, sorprendió a su familia casándose con un protestante de veinticinco años.

Para Cathy no era un protestante. Frank Thomas era un norteamericano que acababa de graduarse como ingeniero, tenía una oferta de trabajo de la Kodak con un sueldo de cinco cifras y un apellido que no terminaba con una vocal. También era rubio y de rostro abierto, sin las gruesas cejas y las negras patillas que tenían los hermanos y primos de Cathy. Era exactamente la clase de marido con quien se hubiera casado Debbie Benchley, si no hubiera muerto de polio en sexto grado.

Cathy se dedicó a crear exactamente el hogar que imaginaba que habría elegido Debbie. La sala de estar se usaba sólo para recibir a las visitas, y siempre parecía como la foto de una revista. Frank volvía a casa cada día para hallar la mesa cuidadosamente dispuesta para la cena, a su esposa aguardándole con un elaborado peinado y una sonrisa, y a sus hijas preparadas para recibirle con un abrazo. Cathy era la perfecta esposa americana.

Pero Cathy estaba siempre fingiendo. Era una impostora; había robado el lugar de Debbie Benchley. En el fondo de su corazón seguía siendo Catherine Mary, y en sus pesadillas sólo hablaba italiano. Sabía que ninguno de sus amigos la querría si supiera quién era realmente.

Sería distinto para sus cinco hijas. Crecerían sabiendo que pertenecían a lo mejor de lo mejor, sin ninguna duda, nunca. Tendrían todas las oportunidades, todas las gracias.

Empezó con sus nombres. Frank deseaba llamar a sus hijas con los mismos nombres de su familia, pero todas las mujeres de la familia de Frank tenían nombres tan horribles como LaDelle y DeEsta. Tampoco deseaba Cathy llamarlas con nombres de santas. Así que hizo un trato con Frank. Ella decidiría el nombre de sus hijas, y él decidiría el de sus hijos. No tuvieron ningún hijo varón. Sus hijas se llamaron Dana, Christa, Corey, Lindsey y Gail.

Las llevó a la peluquería desde los tres años. Tomaron clases de ballet tan pronto como pudieron andar, y estudiaron canto antes de aprender a leer. Cuando se llegó a los instrumentos musicales, no carecieron de elección: podían optar por el piano, la flauta o el violín. Los instrumentos metálicos de viento y los de percusión eran demasiado vulgares; el clarinete y el violonchelo eran obscenos.

Poco antes de nacer Christa, Frank cambió de trabajo, pasando de la Kodak a una compañía de nombre impronunciable que fabricaba fotocopiadoras. Cathy apenas se dio cuenta del cambio, excepto cuando sus acciones en la empresa y su progresivo salario le permitieron vestir a sus hijas más exquisitamente y llevarlas tres veces al año a Manhattan, para asistir a óperas, obras de teatro y conciertos, y para comprarles ropa que estaba un año por delante de la de cualquier otra chica en Rochester. Contribuyó entusiásticamente al teatro de la comunidad, y sus hijas consiguieron el papel de ingenua a medida que cada una llegó a la edad adecuada.

La labor de Cathy sobre sus hijas fue un éxito casi completo. Dana se casó con un banquero de Manhattan y viajó por todo el mundo con él. Christa cantó ópera en Europa. Corey actuó en el teatro regional hasta que obtuvo un papel en la televisión, en una serie que duró seis años; cada uno de sus tres maridos fue exactamente el tipo de hombre que estaba de moda el año que se casó con él. Y la pequeña Gail escribió poesía feminista obscena bajo su propio nombre, lo cual le dio mucho prestigio literario, y una docena de novelas históricas bajo el nombre de Angelle de Brise, que le proporcionaron una sorprendente cantidad de dinero.

Cuatro de cinco hijas, viviendo exactamente el tipo de vida en que soñaba su madre…, seguro que cualquier otra mujer se hubiera sentido satisfecha. Pero Cathy no podía perdonarse el haber fracasado con Lindsey.

¿Qué había ido mal con Lindsey? Cathy nunca llegó a saberlo, pero Lindsey sí. Su transformación se produjo cuando Lindsey estaba en segundo grado. Fue un sábado. Su padre estaba en el ático rebuscando algo. Lindsey se detuvo al fondo de la escalera del ático, escuchando los ruidos de arriba. Se le ocurrió que no tenía ni idea de lo que hacía su padre en su trabajo, o de cuáles eran sus aficiones, o incluso quién era realmente. Ahora podía oírle canturrear, y se dio cuenta de que nunca había oído a su padre cantar. Cada mañana se marchaba a primera hora a su trabajo, tras decirle una o dos palabras si ella estaba despierta; cada noche era una sucesión de lecciones y estudios, todo centrado en torno a su madre. Siempre le daba obedientemente el beso de buenas noches, por supuesto, pero nunca hablaban.

Subió las escaleras hasta el ático. Él debió oír sus pasos; el canturreo cesó. Pero, cuando ella llegó arriba, él no la miró. Estaba vuelto de espaldas; contemplaba algo hecho con trocitos pequeños de madera, entrelazados en una especie de rejilla, de modo que parecía algo ligero y aéreo, pese a que tenía metro y medio de largo por medio de alto. No era ningún mueble, y tampoco era una pieza artística…, Lindsey había estado en las suficientes casas y en los suficientes museos como para reconocer los muebles y las piezas de arte apenas verlos. Era un puente. El modelo de un puente.

—Mi proyecto de graduación —dijo su padre—. En ingeniería civil.

—¿Construyes auténticos puentes?

—Construyo ensamblajes ópticos y las estructuras que los soportan y los instrumentos de precisión que los mueven.

Lindsey no sabía de qué estaba hablando.

—Oh —dijo.

—Gracias por preguntarlo.

Si ella hubiera sido mayor, quizás hubiera sabido captar el dolor en su voz, la soledad, porque desde hacía mucho tiempo él se había dado cuenta de que tan sólo era un accesorio inevitable en el hogar de Cathy. Tenía que haber un padre, pero nadie sabía para qué servía realmente, una vez el dinero estaba en el banco y los hijos habían sido concebidos. Lindsey no podía saber que él estaba en el ático aquel día en particular meditando acerca de su primera infidelidad la noche antes; no podía saber lo emocionalmente crispado que se hallaba, por la culpabilidad, por la irritación, por el alivio, por el temor de que ocurriera de nuevo, por el temor de que no ocurriera.

Lindsey tenía siete años entonces, de modo que sólo vio lo que le importaba a ella. Pese a la aparente fragilidad del puente, comprendió intuitivamente que era muy fuerte.

—¿Cómo funciona?

Él la miró, vio que estaba contemplando el puente, y empezó a explicarle cómo el auténtico puente sería construido de acero, y por qué el acero era más fuerte que la madera…, pero no era eso lo que ella deseaba saber.

—Aquí casi no hay nada. Es tan ligero. Como si estuviera hecho de aire.

A él le sorprendió oírla decir esto. Se había sentido muy orgulloso de que el puente derivara el máximo de su fuerza de un mínimo de materiales. Una niña de siete años sin ninguna preparación no hubiera debido darse cuenta de ello. Por un turbador momento tuvo la sensación de que, tal vez por casualidad, una de sus hijas podía haber heredado algo de él. Y, sin embargo, puesto que se trataba de una cuestión de ingeniería, respondió por reflejo, del mismo modo que respondía a los equipos de ingenieros que trabajaban a sus órdenes:

—¿Por qué lo crees así?

Lindsey meditó unos instantes.

—Supongo que si lo hicieras demasiado pesado, el puente tendría que usar toda su fuerza para sostenerse a sí mismo.

Para su sorpresa, su padre dejó escapar una carcajada, con una alegría que ella no le había visto en toda su vida. Adelantó las manos y la abrazó, lo cual fue muy incómodo pero también muy interesante, incluso bueno. Fue un abrazo en un momento inesperado, no un abrazo ritual. Pero no pudo concentrarse en su padre, no por mucho tiempo. El puente seguía atrayendo su mirada.

—¿Puedes enseñarme cómo construir?

—¿Puentes?

—Cosas. —No había construido nada en toda su vida, no desde que amontonaba los cubos del alfabeto cuando era muy pequeña, y no lo recordaba. Pero ahora, viendo este puente y sabiendo que alguien lo había construido, alguien a quien ella conocía…, ahora sintió ansias de construir algo ella misma. Ni siquiera sabía lo que quería hacer, pero sabía que tenía que hacer algo, ahora; se sentía inquieta y animada y con prisa.

—¿Qué te parece si compramos esos nuevos bloques de construcción que están importando de Europa? ¿El Lego? Siempre he deseado jugar con ellos; podría traer algunas cajas a casa el lunes, al volver del trabajo. ¿Te gustaría?

—Sí, gracias. —Pero, tras sus excelentes modales, Lindsey estaba pensando: Eso es dentro de dos días, pero ¿y hoy? Es hoy cuando deseo hacerlo.

Él estudió su rostro.

—Pero el lunes queda aún muy lejos, ¿verdad? ¿Qué te parece si vamos ahora a la tienda de juguetes?

—Sí, por favor. —Se dio la vuelta inmediatamente y corrió hacia las escaleras.

Frank Thomas se alzó y la siguió, sonriendo. En parte se sonreía a sí mismo, porque sabía que no era en él en quien estaba interesada ella, sino en la construcción. Pero en parte sonreía también, contento, porque había visto dentro de ella y había hallado parte de sí mismo en su hija. Era la parte de sí mismo que le permitía vivir con una mujer que no le quería y unas hijas que no le conocían, porque cuando estaba trabajando en un proyecto nada de eso importaba, sólo el proyecto, sólo solucionar los problemas y construir algo que funcionara…, de forma económica, sin problemas, fácilmente. Todo lo demás era soportable mientras tuviera esto. Y, de alguna forma, le había transmitido ese mismo don a Lindsey.

¿O era una maldición? Era el don de la creación; era la maldición de la monomanía.

Salieron y fueron a comprar el Lego. Cuando regresaron a casa, Cathy estaba frenética:

—¿Cómo crees que podemos llevarte al ballet si te marchas sin decirme nada, Lindsey? —Y a Frank—: ¿Acaso no sabes que no puedes llevarte a las niñas cada vez que te apetezca? —Y a Lindsey de nuevo—: Sube al coche de inmediato, querida. Podemos llegar a tiempo para la segunda mitad de tu lección, al menos. Tus leotardos están en el asiento de atrás, puedes cambiarte mientras vamos.

—No, gracias, mamá —dijo Lindsey—. Papá y yo vamos a hacer construcciones con el Lego.

Cathy se puso furiosa.

—¡Eso es la cosa más absurda que he oído en mí vida, Lindsey! ¡Nunca llegarás a nada si te saltas de este modo tus lecciones! Y tu padre sabe mejor que yo…

Frank se llevó un dedo a los labios, se inclinó hacia su esposa, y le susurró algo al oído con una voz que creyó que Lindsey no podría entender.

—Deja de incordiar, querida —dijo. Luego sonrió, tomó a Lindsey de la mano, y juntos bajaron las escaleras hacia el cuarto de trabajo.

Varias decisiones fueron tomadas en aquel momento. En primer lugar, Cathy podía tener a las otras cuatro niñas, pero Lindsey era su hija; a partir de ahora, él se ocuparía de su educación. En segundo lugar, Frank seguiría con su aventura extraconyugal y no se sentiría terriblemente culpable por ella. Cathy tenía el uso del ochenta por ciento de su dinero y el ochenta por ciento de sus hijos; sin embargo, tenía suficiente con el veinte por ciento restante para ser feliz.

Lindsey comprendió muy poco de esto. Sólo supo que a partir de aquel día, cuando sus hermanas tenían que ir a las lecciones o a las obras de teatro o a los museos o a las aburridas fiestas de los adultos, todo lo que Lindsey tenía que hacer era empezar a construir algo con el Lego o su equipo Erector, y quedaba exenta de todo ello, aunque su padre no estuviera en casa para intervenir. Gradualmente, empezó a ocuparse de su propia vida de una forma que simplemente era impensable para sus hermanas. En la escuela secundaria inferior se aficionó a nadar, y papá le construyó una piscina. En la escuela secundaria estaba tan por delante del curriculum que su padre le dio permiso para asistir medio día a la Universidad de Rochester, donde estudió matemáticas superiores y cursos de ingeniería antes de graduarse en la secundaria. Obtuvo un premio en la Feria de la Ciencia del Estado de Nueva York con un aparato respirador autorregulable para buceo. Era tosco comparado con las cosas que construiría luego, pero lo conservó y lo reverenció del mismo modo que su padre había conservado el modelo de su puente. Constituyó los cimientos de todo lo que vino después.

Lindsey apenas era consciente de que su madre la odiaba y de que sus hermanas se reían de ella…, normalmente a sus espaldas. Toda esa gente no era importante para ella, con su música y sus obras de teatro y sus libros y sus maridos y otras irrelevancias. Todo lo que le importaba era que podía construir lo que nunca antes se había construido. Cualquier cosa que pudiera ayudarla a conseguir esto era importante para ella…, como su padre, al que adoraba. Cualquier cosa que no pudiera ayudarla no tenía importancia. Y cualquier cosa que se interpusiera en su camino debía ser apartada a un lado, de una patada o aplastándola si era necesario.

Terminó diseñando estructuras para resistir las altas presiones de las profundidades marinas. Era la mejor en lo que hacía. Pero, como todos los ingenieros, había empezado a creer que no valía la pena diseñar cosas que nunca llegarían a construirse. Así que encontró una valiosa aplicación para sus diseños submarinos…, las perforaciones petrolíferas bajo el agua. Por supuesto, consiguió el dinero necesario para empezar a trabajar en la Deepcore, una plataforma de perforación submarina. También consiguió algo más.

Mientras trabajaba con un equipo de perforación petrolífera en el Golfo para averiguar los problemas y procesos de la perforación oceánica, colaboró muy intensamente con un hombre llamado Bud Brigman. Descubrió que, cuando estaba con él, todo iba como una seda y todos en el proyecto se avenían estupendamente entre sí…, y con ella. Esto no le había ocurrido nunca antes; normalmente había trabajado con gente hosca y difícil que la odiaba. Siempre había supuesto que éste era un problema con el que tenía que enfrentarse todo ingeniero. Ahora se dio cuenta de que Bud Brigman tenía un talento que a ella le faltaba por completo…, la habilidad de manejar a la gente. Lo estudió, intentó aprender qué era lo que él hacía. Lo poco que comprendió era algo que no podía hacer. Sin embargo, necesitaba su habilidad para mantener el proyecto de la Deepcore en progreso y funcionamiento. Él era la primera persona desde su padre a la que realmente necesitaba. Carente de toda otra definición de la palabra, pensó que eso era amor. Así que se casó con él.

Las cosas fueron bien al principio. El sexo era bueno, y eso ayudaba. Ambos estaban fascinados con su trabajo en la Deepcore, y eso aún ayudaba más.

Ambos se reían de la forma en que actuaba la gente de la compañía petrolera. Era el proyecto de Lindsey, ella lo había diseñado, ella iba a construirlo, era suyo…, pero, cuando los tipos del dinero acudieron a ver el prototipo, se mantuvieron tan lejos de Lindsey como les fue posible. Ella los ponía nerviosos. No se trataba de que fuera más lista que ellos: estaban acostumbrados a trabajar con gente que era más lista que ellos, y siempre se salían con bien. Ni siquiera era el hecho de que ella hablara con el lenguaje de la ingeniería submarina. Ese tipo de cosa ocurre también constantemente, gente que no habla el mismo lenguaje intentando comprenderse mutuamente. Había otras cosas en torno al problema. Si los dos lados eran hombres, sabían cómo hablar el lenguaje de los hombres, el vulgar dialecto machista lleno de chistes y alusiones que todos ellos aprendían desde que tenían diez o doce años. Si los dos lados eran mujeres, entonces podían hablar el lenguaje de las mujeres, que habían aprendido junto con todos los demás rituales de la pubertad. Pero cuando hay una mujer en un lado y un hombre en el otro, entonces las cosas se complican. Entonces no hay ningún lenguaje en común.

Pese a ello, muchas mujeres consiguen salirse con bien del problema, y muchos hombres también. No Lindsey, sin embargo. No porque no supiera cómo…, ¿acaso no había observado a su madre manipular a los hombres durante toda su vida? ¿Acaso no había observado a sus hermanas aprender las mismas habilidades? ¿Acaso no había visto que el método funcionaba incluso con su padre, que sabía lo que estaban haciendo? Pero Lindsey lo había rechazado todo desde un principio. Se había negado a hacerlo con su padre, y se había negado a hacerlo con ningún otro hombre. Cuando aparecieron esos hombres con sus trajes elegantes y sus corbatas, habló con ellos en el lenguaje de la ingeniería: lo que la Deepcore podría hacer por la perforación petrolífera submarina, lo que la perforación petrolífera submarina podría hacer por las compañías petroleras. Cuanto más hablaba, más nerviosos se ponían los tipos elegantes. Una hora encerrados en un coche con Lindsey les puso más nerviosos que un litro de café. Ella era hermosa, lista, terrible.

Si hubiera estado sola nadie hubiera comprado el proyecto, y menos aún los chicos de un club como la Benthic Petroleum. Pero estaba Bud. Habían ido con Lindsey a ver el prototipo, la Deepcore I, y la habían escuchado en el coche, y no habían dejado de ponerse más y más nerviosos, y luego, en el muelle, se encontraron con Bud. Le miraron como si fuera un ángel que había venido a rescatarles del Infierno. Se agarraron a él como si fuera su hermano mayor. Lo cual no dejaba de ser cierto, en cierto sentido. Aquellos tipos iban todo el tiempo con sus trajes elegantes y sus corbatas, se cortaban el pelo cada dos semanas, jugaban al racquetball, se bronceaban en la playa o con los ultravioletas. Miraron a Bud y vieron en él a un tipo que había conseguido honestamente su bronceado y su musculatura, trabajando con su cuerpo al aire libre. Vieron a un tipo que no se había metido bajo el agua con un traje de buceo de aficionado simplemente para contemplar los peces…, que había aprendido a bucear porque la gente de su equipo tenía que meterse bajo el agua, y consideraba que no podía pedirle a ningún hombre que hiciera algo que él no hubiera hecho antes.

—Hey, Bud, le envidio —dijeron todos, hasta el último—. Vivir tan cerca del mar, probarse constantemente a usted mismo.

Bud no discutió con ellos. Les dejó que siguieran con su actitud de adoración machista. Pero nunca dejó de pensar lo mismo: Sólo un idiota se prueba a sí mismo contra el mar. El mar ganará siempre. No, tú no te metes en esas aguas a menos que sepas que puedes dominar el océano. Tienes que saber que cada elemento de tu equipo funciona perfectamente, tienes que saber exactamente qué puede hacer este equipo y qué no puede hacer. Bajas ahí abajo sabiendo que no se trata de ninguna prueba. Y, cuando vuelves arriba, puedes mirar por encima del agua y decir: Te he ganado, vieja puta hambrienta, entré y he salido, esta vez no me tragaste.

Eso era lo que significaba la Deepcore para Bud. Meterse en las aguas. Bajar hasta muy profundo, vivir allí con toda aquella presión dentro de ti, a todo tu alrededor, todas esas treinta o cuarenta o cincuenta atmósferas apretando y estrujando directamente tus pulmones, tu sangre, cada célula de tu cuerpo…, pero tú sigues respirando, estás vivo, y, cuando todo ha terminado, puedes volver a subir y sentir sobre ti la luz del sol y saber que venciste de nuevo.

No era una confrontación.

A Bud no le gustaban las confrontaciones.

Es por eso por lo que su matrimonio no duró mucho tiempo. Lindsey lo trataba como si fuera una confrontación. Lo que más la molestaba era que él ganaba siempre. Ella llegaba a casa echando humo acerca de algo que había hecho la Benthic o fríamente furiosa por la incompetencia de alguien en el proyecto, y Bud la escuchaba pacientemente, mostrándole su simpatía, sin decir casi nada. No importaba…, finalmente él decía algo equivocado, o no decía lo suficiente en el momento preciso, y entonces Lindsey la emprendía con él. Lo acusaba, lo atacaba, le decía cosas terribles. Y él respondía, furioso, dolido, y entonces se producía una auténtica pelea…, y luego se quedaba en silencio, abandonaba la habitación, y cuando volvía todo había terminado, ya no seguía peleando. Eso la volvía loca, aunque no sabía por qué.

Lo peor era cuando él la «manejaba». Ella lo había visto en acción, lo había observado, primero con la gente de su equipo, luego con el equipo de prueba de la Deepcore I, y veía cómo él se daba cuenta de dónde la tensión y el conflicto se les escapaban de las manos, y entonces intervenía con la palabra adecuada, separaba a los dos tipos en el momento adecuado, antes incluso de que se dieran cuenta de que empezaban a odiarse el uno al otro. Cómo Bud sabía mantener siempre a un grupo trabajando juntos en la dirección correcta. Y luego, cuando ellos dos se peleaban, ella le veía intentar mantener su matrimonio utilizando exactamente las mismas técnicas. Cediendo ante ella siempre que le era posible, bromeando para disipar su mal humor, pinchándola o siendo tierno con ella en los momentos adecuados, de modo que ella se echaba a reír o lo amaba por un momento, hasta que se daba cuenta.

Lo odiaba cuando él hacía esto. Era exactamente igual que su madre…, manipulaba a la gente para obtener de ella lo que quería. Ella no iba a caer en la trampa como lo había hecho su padre. Lo que Lindsey no conseguía ver era la diferencia entre su madre y Bud. Su madre siempre manipulaba a la gente para que hiciera lo que ella deseaba, a sus expensas. Bud manipulaba a la gente para ayudarla a conseguir lo que esa misma gente quería. Cathy Thomas robaba del alma de la gente, volviéndola más y más pequeña cuanto más tenía que ver con ella. Bud ayudaba a la gente a seguir junta, a realizar cosas junta, y cuanto más trabajaba con ella, más fuerte y mejor y confiada se sentía esa gente. Era la diferencia entre un curador y un envenenador…, pero todo lo que Lindsey podía ver era la forma sutil en que ambos administraban sus pociones.

Sólo había una cosa en la que Bud no cedía ante Lindsey, y era en su equipo. Podía atacarle en casa, y él seguía amándola. Pero, si ella hacía algo que quebrantara la moral de su equipo —acusar a alguien de hacer un mal trabajo, criticar algo de lo que se había hecho—, entonces Bud la hacía callar tan rápido que a veces incluso Lindsey se quedaba sin habla. No lo comprendía: él nunca luchaba por defenderse a sí mismo, pero sí luchaba para defender a su gente.

Se convenció a sí misma de que eso significaba que él no la amaba realmente. No se daba cuenta de que para Bud su equipo era tan importante como la Deepcore lo era para ella. Su equipo era lo que él había creado en su vida: un grupo de hombres y mujeres que confiaban los unos en los otros, que se gustaban los unos a los otros, que se llevaban lo bastante bien como para no matarse entre sí cuando tuvieran que pasar juntos semanas seguidas…, todo ello sin ningún tipo de disciplina militar, sin perder ningún sentido de su libertad e independencia. Era delicado conseguir que un grupo de individuos trabajaran voluntariamente juntos. No necesitaba que viniera alguien de fuera como Lindsey y empezara a zarandearlos de un lado para otro como si creyera que le pertenecían. Eso los volvía desafiantes y, cuando se doblegaban a lo que ella deseaba, eso los hacía sentirse derrotados; de cualquier forma, dañaba su moral. Bud tenía que proteger a su equipo de ella o perder todo lo que había conseguido tras tanto trabajo.

Era inevitable. Puesto que éste era el punto donde él se enfrentaba a ella en vez de intentar «manejarla», Lindsey volvía a él una y otra vez: criticando al equipo, culpándole a él delante de ellos de todo lo que iba mal. Incluso mientras lo hacía, Lindsey sabía que estaba equivocada, sabía que, si debilitaba al equipo de Bud, los volvía huraños y rebeldes, entonces serían eliminados para la primera prueba real. Eso era lo peor que podía hacerle a Bud. Él nunca se lo perdonaría.

Se había casado con Bud porque lo necesitaba para conseguir el éxito de su proyecto. Ahora las cosas ya no funcionaban de este modo. El proyecto disponía de los fondos necesarios. Ahora debía dejar a Bud que tuviera su oportunidad. Si seguir casada con el ingeniero del proyecto ayudaba a su equipo a ser asignado a la prueba real, bien, entonces seguiría casada con él, estaba segura de ello. Pero esto no le ayudaría en nada, no haría más que dolerle aún más. Por su propio bien, tenía que divorciarse de él. Tenía que hacerlo.

Tenía que apartarse de él, de su constante y maldita decencia para con ella. Tenía que apartarse del hecho de que el equipo de Bud lo trataba mejor de lo que ella sabía hacerlo. Tenía que apartarse del recuerdo constante de que su matrimonio era algo miserable, y de que probablemente era culpa de ella.

Así que inició los trámites de la separación justo cuando la Deepcore II estaba lista para las pruebas iniciales.

Funcionó. No más peleas con Bud en casa, porque él ya no estaba allí. Muchas menos tensiones en el trabajo, porque no se habían peleado en casa. Su relación era ahora estrictamente laboral. No más implicaciones emocionales. Simplemente hacer el trabajo. Incluso se lió con un amigo…, una especie de aventura amorosa de pasada con un joven ejecutivo ambicioso que trabajaba en la división de desarrollo de recursos de la Benthic.

Y Bud se tomó bien la separación. ¿Por qué no debería? ¿Qué era al fin y al cabo aquel matrimonio para él, excepto mucho dolor y tensión? ¿Qué era el divorcio, excepto el fin de las peleas? ¿Un bendito alivio? Eso es lo que pensó. Feliz de librarse de ella. Casarse con Lindsey había sido el error más estúpido que había cometido en su vida.

Todo iba perfecto ahora. Nada que lo distrajera de adiestrar a su equipo. Excepto que Bud no podía dejar de pensar en ella, no podía dejar de preocuparse por ella, no podía dejar de odiar al tipo que dormía con ella ahora, no podía dejar de ansiar el estar de nuevo con ella. El pensamiento quizá fuera tan sólo debido a que echaba en falta el sexo. Intentó conseguir algo con algunas otras mujeres en Galveston, donde se estaban efectuando las pruebas preliminares de la Deepcore II. Pero, cuando llegaba el momento de llevarlas a casa, Bud se sentía incapaz. No deseaba hacerlo. Seguía llevando el anillo, maldita sea. Todavía seguía casado con Lindsey. Aunque la odiara, la seguía amando. Aunque se sintiera tan malditamente desdeñado por ella que deseara aplastarla con una dos por cuatro, la amaba, la buscaba, deseaba que fuera feliz.

Así ocurren a veces las cosas. Amas a alguien incluso cuando no puedes soportar el estar a su lado. Esto hizo que Bud deseara realmente ser asignado a la primera perforación de prueba. Permanecer varios meses bajo el agua con su equipo. Con su equipo, y sin Lindsey Brigman.

Ir a la siguiente página

Report Page