Abyss

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6 – Síndrome nervioso de alta presión

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Hippy seguía sin captar la idea de que Barbo estaba realmente irritado con él. Arrojó más Cap’n Crunch, alcanzando a Barbo en la nuca. Pero Barbo lo ignoró y volvió a su trabajo. Aquélla era en parte la razón por la que Barbo era un buen miembro del equipo: aunque le incordiaran, nunca llegaba más allá que a gruñir; si eso no funcionaba, se retiraba e ignoraba al otro. Puede que en sus tiempos hubiera sido boxeador, pero ahora ya no daba puñetazos, no ahí abajo, al menos.

Y cuando Barbo se limitó a ignorar la última salva de Cap’n Crunch, Hippy comprendió finalmente que Barbo no quería jugar. Eso era lo que hacía que Hippy fuera también un buen miembro del equipo. Podía ser un poco paranoide, podía ser un poco reacio a comprender las cosas, pero por fuerza tenías que ser un poco loco y antisocial para desear vivir en el fondo del mar.

Pero otro chico, un chico de arriba, un chico que no perteneciera a un equipo perforador, hubiera seguido arrojando cereal hasta que finalmente Barbo hubiera dado un puñetazo, hasta que realmente se hubiera producido una pelea. La gente de arriba podía hacer aquello, porque, tras la pelea, podían marcharse a otro sitio. Pero eso no podía hacerlo un equipo perforador en el Golfo o ahí abajo en la Deepcore. Después de una pelea, tienes que seguir comiendo con el tipo con el que te has peleado, y seguir trabajando con él, y proteger su culo y confiar en él para que proteja el tuyo. Por loca o estúpida que pueda ser la gente, Hippy sabía cuándo había que parar antes de que la broma fuese demasiado lejos.

Lindsey estaba aburrida más allá de todo lo soportable. Por el hecho mismo de haber actuado de aquel modo, movida por un impulso, no se había traído nada consigo: ni libros, ni papeles, ni ropa, nada. Los SEALs no tenían ese problema. Conseguían mantenerse ocupados…, por turnos. En estos momentos Monk y Wilhite estaban dormidos, mientras Coffey y Schoenick se ocupaban en leer documentos.

Sin duda informes top-secret, pensó Lindsey. Eso era lo que más la irritaba acerca de todo aquel asunto de entregar la Deepcore al gobierno. Esperaban que ellos les dijeran a esos SEALs todo, pero a cambio los SEALs no pensaban decir nada. Al fin y al cabo, nadie en la Deepcore tenía el visto bueno de seguridad. ¿Acaso no se daban cuenta de lo peligroso que era eso? ¿De lo fácil que podía ser que alguien del equipo cometiera algún error trivial simplemente porque desconocía las consecuencias? Incluso era más fácil que el equipo dejara de hacer algo, dejara de dar alguna advertencia simplemente porque nunca se les había ocurrido lo que aquellos tipos de alto secreto, sólo ojos, iban a hacer. Alguien podía morir a causa de sus secretos.

Apartó la idea de su cabeza. Pura paranoia por su parte. Nadie iba a morir, aparte los chicos del submarino. Los cuales seguramente estaban ya muertos. Lindsey sabía esto, aunque la gente como Kirkhill creyera que aún había una posibilidad. Aunque no supiera lo que la presión podía hacerle a un submarino dañado a aquella profundidad —incluso a un submarino no dañado—, lo hubiera sabido por la forma en que actuaban los SEALs. No habían hecho ni una sola pregunta acerca de las provisiones de que disponía la Deepcore para los hombres rescatados. Ni siquiera habían intentado averiguar cómo podían conseguir meter a los supervivientes de algún compartimiento del submarino —presumiblemente aún a una atmósfera— en aquella cámara de presión, de modo que pudieran bajar a sesenta atmósferas a fin de permanecer con vida dentro de la Deepcore. No, los militares sabían que no había supervivientes en el submarino.

Lo cual significaba que la única finalidad de sacrificar su plataforma era simplemente guardar algún maldito secreto para el gobierno. ¿Es posible que los rusos deslicen algún equivalente supersecreto de la Deepcore durante un huracán para arrebatarnos todos los secretos del submarino? ¿Robar todas nuestras ojivas de combate? Tonterías…, ni siquiera tenían un equivalente de la Deepcore. Lo sabía seguro porque, si los rusos tuvieran uno, entonces el gobierno de los Estados Unidos se hubiera visto presa del pánico y hubiera construido el suyo propio a fin de mantenerse a su altura en alguna carrera sin significado de plataformas sumergibles. Cosa que no habían hecho, por la cual alguien como Lindsey era la única persona que estaba trabajando en el problema de una forma seria. Ahora el gobierno había decidido que una plataforma como la Deepcore era útil. Ahora se esperaba que ella lo sacrificara todo por el gobierno. ¿Dónde estaba el gobierno cuando ella estaba buscando fondos para desarrollarla?

A Lindsey no le gustaban los secretos. En especial, no le gustaban los secretos en la Deepcore.

Y allí estaba aquel pequeño maletín metálico, exactamente el tipo de cosa que usarían los SEALs para guardar sus mayores secretos…, estaba inmediatamente debajo del banco, al alcance fácil del pie izquierdo de Lindsey. Coffey y Schoenick estaban tan ocupados leyendo, que no se darían cuenta si adelantaba los dedos del pie así y hacía saltar el cierre de la izquierda así, casi silenciosamente, y metía los dedos dentro y alzaba la tapa del maletín. Sólo para echar un vistazo dentro. No eran papeles. Tuvo un atisbo: metal plateado, brillante, acanalado; un cilindro de quizás ocho centímetros de diámetro.

Coffey ni siquiera alzó la vista. Estampó su pie contra la tapa del maletín con tanta fuerza que, si los reflejos de Lindsey no hubieran sido tan buenos, si no hubiera retirado inmediatamente los dedos, ahora estarían tratando cinco pequeñas amputaciones con el mínimo equipo de primeros auxilios de la cámara de presión.

Sólo después de que la tapa estuviera firmemente cerrada, con la pesada bota de Coffey descansando sobre ella, alzó el hombre su mirada hacia ella, con una media sonrisa y un guiño de su ojo.

—La curiosidad mató al gato.

Lo que más molestó a Lindsey de todo el asunto fue que Coffey no parecía tan irritado como lo había parecido antes. Cuando ella simplemente había insultado su orgullo masculino, recordándole los problemas de la presurización como el SNAP, se había mostrado insultante con ella. Ahora, en cambio, cuando ella realmente había hecho algo que no estaba bien, parecía haber disfrutado del momentáneo conflicto. Como si no le divirtiera nada a menos que estuviera al límite de algo violento.

No se le ocurrió pensar que quizás el hombre sonreía porque la comprendía de una forma absoluta…, exactamente la amenaza que representaba, y cómo manejarla.

El tiempo expiró. Todo el mundo dentro de la cámara de presión estaba respirando ahora la misma mezcla de argón y una pequeña cantidad de oxígeno y nitrógeno que estaba utilizando el resto de la Deepcore. Barbo cerró un par de válvulas y luego hizo girar la rueda de la compuerta de la cámara. Se abrió con un ligero soplido de aire como el suspiro de una virgen…, la presión nunca era exactamente igual, pero con Barbo encargándose de todo era malditamente cercana.

—Operación terminada, adelante, amigos —dijo Barbo—. ¿Todo el mundo bien?

Los SEALs pasaron por su lado como si no existiera, llevando las cajas de equipo más grandes hacia el pozo lunar. Wilhite y Coffey abrían camino. Lindsey iba en el centro del grupo. Pudo ver que Barbo se sentía irritado por la forma en que los SEALs ni siquiera decían hola, ni siquiera le daban las gracias al tipo que les había proporcionado cada aliento que habían respirado en las últimas ocho horas. Palmeó a Barbo en el hombro.

—Son una gente encantadora —le dijo. Él sonrió. Casi inmediatamente tropezó con Lioso, que era tan alto que su pecho quedaba al nivel de los ojos de Lindsey.

—No recuerdo haber puesto una pared aquí. ¿Cómo vamos, Lioso?

—Muy bien. ¿Y usted cómo está, pequeña dama?

—Estupendamente. —Monk y Schoenick pasaron junto a ellos, cargados con una caja metálica de equipo de color gris, del tamaño de un tronco grande. Con Lindsey de pie allí hablando con Lioso, no había sitio para que pudieran pasar. Pasaron de todos modos, sin pedir disculpas. Lindsey los observó mientras deslizaban la caja rozando contra su espalda—. Estupendamente —dijo, haciéndose eco a sí misma.

Los SEALs depositaron su carga en la bodega de inmersión, la zona abierta en torno al pozo lunar. Lindsey pudo oír hablar a Coffey…, pero no se dirigía sólo a sus hombres.

—Quiero una comprobación completa de todo el equipo.

—Esos tipos son casi tan divertidos como una inspección de hacienda —dijo Lindsey. Barbo asintió. Lo que no mencionó era que Lindsey no era exactamente una invitada bien recibida tampoco.

Coffey se estaba abriendo camino por entre el pequeño grupo de civiles. Oyó la observación de Lindsey, pero no le importó. Su grupo no estaba allí para complacer a cargantes listos como ella. Comprendía más a Lindsey de lo que ella se imaginaba. Por ejemplo, supo desde el momento mismo en que ella subió al Taxi Tres allá en el Explorer que no estaba autorizada a ser su piloto. Antes incluso de que ella alzara la mano para pedirle a la grúa que alzara el taxi, ya había considerado qué hacer. Había sido informado acerca de ella mucho antes de que el helicóptero la recogiera en Houston; si no hubiera creído que podía serles útil, se hubiera negado a llevarla con ellos incluso entonces. Así que sabía que era una experimentada buceadora de profundidad, sabía que comprendía a la Deepcore mucho mejor que todos los demás. Podía llevarles hasta abajo y, si la Deepcore sufría algún daño o tenían que improvisar algo mecánico, sería un buen fichaje. Si su conclusión hubiera sido otra, hubiera sacado su arma y la hubiera arrestado allí mismo. Si ella se hubiera resistido, le hubiera disparado. Ella creía haberle engañado, pero nadie podía engañar a Coffey. Sabía lo que podías hacer, o lo averiguaba condenadamente rápido.

Lo que no sabía eran sus motivos para ir abajo. ¿Una exaltada? ¿O quizás un agente enemigo decidido a estar en el lugar de la acción cuando llegaran al Montana? El hecho de meter su pie en el maletín era lo que la había calificado como una exaltada. Ningún agente sería tan estúpido como para intentar aquello cuando dos SEALs despiertos y atentos estaban en la habitación…, especialmente cuando el hecho de abrir el cierre del maletín no había sido en absoluto silencioso. También era demasiado aficionada para ser una espía. Era simplemente una entrometida. Podía cruzarse en su camino más de una vez, pero no intentaría interferir activamente.

Coffey se inclinó, tomó el maletín que Lindsey había estado curioseando, lo colocó sobre el banco. Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus manos temblaban.

Las manos de Coffey nunca temblaban. Supo inmediatamente lo que significaba aquello…, al menos era tan consciente de los peligros del SNAP como la propia Lindsey. ¿Era grave? ¿Empezaría a tener alucinaciones? Se detuvo un instante, pensando en las alternativas. ¿Se daría cuenta si tenía un lapso de juicio? En ese caso debería entregar inmediatamente el mando a… ¿quién? Wilhite sería el mejor para la misión, pero carecía de la iniciativa, el impulso…, no sería capaz de empujar a esos civiles a que hicieran lo que se necesitaba de ellos. Schoenick tenía la fuerza necesaria para ello, pero le faltaba cerebro. No era bueno en contemplar la situación como algo global y tomar la decisión correcta. ¿Monk? Monk podía hacerlo, pero Coffey no se sentía seguro con él, tenía la sensación de que Monk estaba ocultando algo. No mucho, pero había una pequeña parte de él que no pertenecía al grupo. Una pequeña parte de él que se resistía a la disciplina. No era que Monk hubiera hecho nunca algo equivocado, que se hubiera rebelado o desobedecido. Pero Coffey tenía la sensación de que, aunque Monk trabajaba en equipo con todo el resto del grupo, sudaba hasta salírsele las entrañas, hacía todo lo necesario, había algo dentro de él que simplemente estaba observando, contemplándolo todo, pero sin formar parte de ello.

O quizá me estoy volviendo paranoide. Quizás el SNAP me está haciendo ver debilidades en todos mis hombres. Encontrar razones para desconfiar de ellos. Después de todo, tengo que haber confiado lo suficiente en ellos como para haberlos elegido para la misión original en las montañas de Centroamérica. No tuve ninguna duda al respecto hasta que bajamos aquí, hasta que nos presurizamos.

No. Coffey se conocía a sí mismo, sabía exactamente de lo que era capaz, y conocía a sus hombres. Su juicio no se veía deteriorado. Él era el único hombre allí que comprendía lo que estaba en juego, que era capaz de enfrentarse a cualquier contingencia. Si la misión tenía que verse coronada por el éxito, él tenía que dirigirla.

Lo que Coffey no sabía acerca de sí mismo era su absoluta reluctancia a entregar el mando. Podía seguir las órdenes generales pero, cuando se trataba de las decisiones tácticas, momento a momento, que había que tomar al segundo en una operación, nunca, nunca, cedía ante el juicio de otro. Nunca había sido necesario…, nunca se había hallado en una situación en la que las decisiones importaran y él no las estuviera tomando. No se daba cuenta de lo difícil que resultaba para él renunciar al mando incluso cuando se hallaba en perfecto control de sí mismo.

Y ahora no se hallaba en perfecto control de sí mismo.

Cerró sus temblorosos dedos hasta convertirlos en un puño. No debía permitir que nadie viera esto. Pondría en peligro la misión dejar que alguien se diera cuenta de lo que le pasaba. Cogió el maletín y lo llevó a la bodega inferior. Las cosas irían bien.

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