Abyss

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10 – Aislados

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10 – Aislados

La Deepcore había golpeado ya —duramente— contra el peñasco en el fondo del mar. El milagro era que no parecía haber sufrido ningún daño serio…, nada que se reflejara en los instrumentos, al menos. Ahora, sin embargo, algo mucho peor estaba en camino.

—¡Está bien, todo el mundo! ¡Todos preparados para el impacto! —gritó Bud por el sistema de comunicaciones—. ¡Cerrad todas las compuertas exteriores! —Dio una fuerte palmada al botón de alarma. Todo el mundo sabía lo que tenía que hacer. Lo habían hecho centenares de veces en los entrenamientos.

La peor cosa que Bud había temido hasta entonces era que el Explorer arrastrara a la Deepcore al interior de la fosa Caimán. Había esperado que el umbilical se rompiera…, imaginaba que podrían sobrevivir al impacto del pesado cable sobre la Deepcore. Nunca se le había ocurrido que el umbilical pudiera ser más fuerte que los anclajes de la grúa en la cubierta del Explorer. Ahora tenía cuarenta toneladas de acero descendiendo directamente sobre sus cabezas. La Deepcore no había sido diseñada para resistir un impacto desde arriba. Si la grúa les golpeaba, hundiría la plataforma como si fuera una lata de aluminio.

—¡Adelante, movámonos! —ladró—. ¡Adelante adelante adelante adelante!

Lindsey ya estaba en los controles del sonar. Trasladó las señales a los altavoces para que todo el mundo pudiera oírlas. Ping, ping, ping. Como en una película de submarinos sobre la Segunda Guerra Mundial. Escuchando al enemigo. Era como un contrapunto a la sirena de alarma. Uuuuh-uuuuh. Ping ping ping. La música del miedo.

Coffey supo de inmediato que todo aquello era culpa suya. Pero tenía que coger el Fondoplano, ¿no? Tenía que conseguir la ojiva de combate. Había recibido sus órdenes…, Fase Dos.

Pero el hecho de coger el Fondoplano había retrasado la desconexión del Explorer, y ahora el resultado de todo ello era la posible destrucción de la Deepcore. Muy listo, teniente. Has conseguido la ojiva de combate, has perdido la plataforma, la misión ha sido cumplida, estás muerto, fracasaste. Hubiera debido darse cuenta de las prioridades aquí. Hubiera debido comprender que era más importante asegurar la Deepcore y luego ir en busca de la ojiva de combate. ¿Por qué no se dio cuenta de aquello? Siempre tengo en cuenta primero la seguridad de mis hombres. Siempre me aseguro de no poner en peligro el éxito apresurándome demasiado.

Lo peor de todo esto es que estoy perdiendo el tiempo pensando en el mal trabajo que hice cuando hay cosas que debo hacer en este preciso instante. Evaluar la situación, hacer lo que sea necesario ahora.

¿Dónde puede ser mejor utilizado mi grupo? Puedo tomar esa decisión. Pero rápido, sin perder tiempo. Se dirigió a Monk y Wilhite:

—Vosotros dos, ayudad a asegurar la plataforma. —Y luego, a Schoenick—: Tú ven conmigo.

Se pusieron en movimiento. Monk y Wilhite hacia la sala de control, asegurando las compuertas a su paso. Coffey y Schoenick hacia la ojiva de combate. Tenía que estar allí con la ojiva de combate. Aunque, si la ojiva de combate se activaba a causa de una colisión, no importaría en absoluto el que Coffey estuviera o no con ella.

Bud sabía lo que estaba ocurriendo en la Deepcore. Todas las compuertas selladas, todos los compartimientos separados en unidades aisladas. Su equipo disperso. Si la grúa les alcanzaba, algunos morirían, por supuesto. Unos pocos podrían sobrevivir, si uno de los trimódulos no resultaba alcanzado, si alguno de los tanques sobrevivía. Aunque hubieran dispuesto de los suficientes sumergibles para sacar a todo el mundo de la plataforma, no había tiempo.

Entonces recordó el Fondoplano, que estaba fuera. Cogió sus auriculares, se los puso, gritó:

—¡Una Noche, Una Noche, ¿puedes oírme?! ¡Apártate de aquí! ¡La grúa baja encima de nosotros! —Intentó mirar por la ventana, se maldijo a sí mismo por el retraso, aunque fuera sólo un instante.

En el exterior, Una Noche luchaba por mantener el control de un agitado Fondoplano, intentando hallar un rumbo a través del errático umbilical que caía. Ya había recibido un fuerte golpe en el flotador de babor del Fondoplano, que la lanzó brutalmente de un lado para otro dentro de la cabina; si algún tramo del umbilical caía sobre el Fondoplano, lo aplastaría contra el fondo, y entonces no habría ningún escape para ella.

Barbo entró en la sala de control, cerró de golpe la compuerta y la selló. Se había cruzado con mucha gente en los corredores, ninguno de ellos sabiendo a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo, todos ellos terriblemente asustados. Finler le había preguntado qué demonios pasaba. Barbo no lo sabía, no entonces. Pero ahora podía ver toda la historia. El umbilical descendiendo rápidamente. Eso ya era bastante malo…, pero la expresión aterrada de Bud y el ulular de la sirena le dijeron que tenía que haber algo grande y feo unido al otro extremo del cordón.

Bud apenas se dio cuenta de la presencia de Barbo. Seguía comprobando los monitores de vídeo, los indicadores. Todavía no había daños serios. La plataforma resonaba y se estremecía a medida que los bucles del umbilical la golpeaban, pero ahora podía ver parte del cable cuando miraba por la ventana de babor. Parte de él, al menos, ya no caía encima de la Deepcore; se estaba enroscando sobre sí mismo, formando una pila en el fondo marino a unos pocos metros de la plataforma. Como un montón de pasta en un plato. ¿Era esto un buen signo, que buena parte del umbilical descendiera al lado de la Deepcore en vez de encima? Después de todo, antes de que la grúa cediera, el Explorer se había desviado en ángulo, tensando el umbilical, arrastrándoles a ellos. Así que la grúa podía estar cayendo un poco descentrada. Un poco. ¿Lo suficiente?

—¡La tengo! —exclamó Lindsey—. ¡La tengo, desciende directamente sobre nosotros!

No sabes eso, Lindsey. Quizá no. Sólo un poco, Dios, por favor. Sólo unos cuantos metros.

Un bucle del umbilical golpeó de nuevo a la Deepcore. Resonó como el interior de una campana. Así que quizá la Deepcore estuviera en el centro de la diana después de todo.

Lindsey se acercó a Bud para mirar por la ventana de observación. Barbo permanecía simplemente allí, sujetándose a un asidero de acero. Hippy agarró una bolsa de plástico, metió a Beany dentro y la cerró.

Y permanecieron allá, aguardando, aguardando. Bud se inclinó hacia la ventana a fin de poder mirar hacia arriba, de verla llegar. Me va a servir de mucho, pensó, saber tres décimas de segundo antes de que golpee que va a golpear. Pero tengo que saberlo.

Lo mismo hizo Lindsey. Abandonó el sonar, se inclinó hacia la ventana junto a él. Ambos mirando hacia arriba. Reza una pequeña oración, Lins, eso es lo que estoy haciendo yo.

Y, si morimos, moriremos juntos, y tú seguirás siendo mi esposa este día a esta ahora, así que supongo que yo habré ganado. Es casi la única forma en que podré hacerlo.

El ping del sonar se hizo más y más rápido, y…

La rota y retorcida grúa golpeó el suelo a no más de veinte metros de distancia, con un ruido de aplastamiento tan fuerte que lo pudieron oír con toda facilidad dentro de la sala de control. El lodo se alzó del suelo como una perezosa nube. Estaban vivos.

Se echaron a reír. La risa de Lindsey era un poco histérica. La de Bud era más un jadeo que una risa. Se le ocurrió que nunca se había alegrado tanto de ver algo como de ver la grúa llegar al fondo al otro lado de la ventana de babor.

La grúa cayó al borde mismo del abismo. Parte de ella lo hizo verticalmente, y parte de la roca bajo ella, justo en el borde del risco, era demasiado débil para soportar el golpe. Se desmoronó. La masa vertical de acero empezó a inclinarse. Gimió bajo el esfuerzo mientras se inclinaba lentamente, graciosamente, por encima del borde.

Se deslizó y cayó, y cayó, por la ladera cada vez más empinada, sin encontrar nada que detuviera su caída. Tras ella, el umbilical empezó a desenrollarse y a seguirla abismo abajo como una serpiente apartándose de la Deepcore.

Entonces Lindsey recordó que aquella serpiente en particular nunca podría alejarse de la Deepcore, porque estaba unida primero al armazón A, y luego a cada punto donde, al caer, se había enredado en la estructura de la plataforma.

—Oh, mierda —dijo.

La grúa estaba más allá del borde ya, rodando ladera abajo, enredada consigo mismo como una carnada de cachorrillos jugando. Alcanzó un saliente y se detuvo por unos instantes, pero el impulso era demasiado fuerte y la hizo rodar sobre sí misma, la llevó más allá del borde a una pendiente aún más pronunciada. Ya no había forma de detenerla.

Desde la ventana de observación Bud pudo ver el umbilical desenrollarse, desaparecer cada vez más rápido por el borde.

Cuarenta toneladas de acero, cayendo aprisa, y todo ello unido por un cable irrompible a la parte superior de la Deepcore. No había ningún ancla, ninguna forma de retenerse. La Deepcore estaba ya en una suave pendiente, descansando sobre sus patines de sustentación contra un saliente rocoso. Si la roca aguantaba los patines, entonces el armazón A podía romperse…, era su mejor posibilidad. Pero Bud temía que la Deepcore rodara o se deslizara, fuera arrastrada hasta el borde, y entonces fuera sorbida hacia abajo al interior del cañón. Una vez allí, no vivirían para volver a salir. Nadie los encontraría nunca. Como su hermano, Junior. Perdidos para siempre.

—Oh no no no no no no no no —dijo.

—Oh, Dios mío —dijo Lindsey—. ¿Bud?

Como si esperara que él hiciese algo. ¿Como qué? Por una vez Lindsey recurre a mí para hacer algo, me trata realmente como si hubiera algo que necesitara de mí, y no hay nada que yo pueda hacer.

El umbilical restalló tenso como una vela en el viento. La Deepcore se inclinó, se retorció mientras el umbilical tiraba de ella. Las alarmas empezaron a sonar por toda la plataforma. Pero la Deepcore no rodó ni se rompió. La estructura era demasiado recia para eso, su centro de gravedad era demasiado bajo. En vez de ello empezó a deslizarse. Directamente hacia el borde.

Cuando el Explorer la había arrastrado ya había sido bastante malo…, el umbilical los había estado alzando entonces. Ahora, en cambio, el umbilical tiraba de ellos hacia abajo, de modo que cogían cualquier irregularidad del fondo marino. ¿Pero qué importaba el saltar y bambolearse? Estaban en el borde mismo de la ladera que descendía hacia el cañón. Y luego estuvieron en ella.

Deslizándose ladera abajo, siguiendo el sendero que la grúa había despejado ya de obstáculos. La Deepcore estaba diseñada para permanecer nivelada en el fondo del océano; no estaba prevista para deslizarse por el borde de un risco. Aquél era un tipo de tensión que Lindsey no hubiera podido planear nunca si quería que su construcción fuera realizable. Podía oír, podía sentir, cómo las cosas iban cediendo, los remaches saltaban, las juntas se desalineaban; era como si sus nervios estuvieran conectados a toda la estructura de la Deepcore, directamente hasta su cerebro, de modo que podía sentirlo como si fuera la agonía de su cuerpo siendo desgarrado.

Las luces parpadearon, disminuyeron; hubo cortocircuitos en el cableado, se inició un incendio en la sala de control.

—¡La sala de baterías ha estallado! —gritó Bud…, al menos algunos de los indicadores aún funcionaban.

Lindsey siguió a Bud fuera de la sala de control. De camino, señaló el fuego a Barbo.

—¡Ocúpate de eso!

Pudo sentir la mano de Hippy en su espalda, siguiéndola, cuando se agachó para cruzar la compuerta. Barbo tenía el extintor silbando furiosamente antes de salir de su alcance auditivo.

Echaron a correr por el pasillo. Finler venía de la sala de perforación.

—¡Bud! —Un grito como el de un niño pequeño pidiendo ayuda.

Bud se detuvo, miró hacia donde estaba de pie Finler.

—¿Sí? —gritó.

—¡Bud, la sala de perforación se está inundando! Entonces, ¿qué demonios haces aquí hablando conmigo?

—¡Vuelve allá! —gritó Bud—. ¡Estaré en seguida contigo! ¡Muévete!

Finler desapareció. Otra sacudida de los patines de sustentación golpeando algún obstáculo, rebotando. Lindsey no se sujetaba a nada en aquellos momentos…, chocó contra la pared. Inmediatamente se dio la vuelta, de espaldas contra la pared, el aliento perdido por unos instantes.

Bud vio a Hippy allí. Otro estorbo.

—¡Hippy, ve a la bodega de inmersión! ¡Ciérrala!

No había ninguna razón para que Lindsey siguiera con Bud…, ambos sabían qué hacer, podían realizar el doble de cosas si se separaban. Así que, ¿por qué se pegaba tanto a él? ¿Por qué no deseaba alejarlo de su vista? ¿Acaso pensaba que podría salvarle si algo iba mal? ¿O esperaba que él la salvara a ella? Tonterías.

—¡Yo me ocuparé de esto! —gritó. Bud la oyó, y decidió no discutir. Se metió por una compuerta. Lindsey se dio la vuelta y se alejó, corriendo hacia el fondo del pasillo, en dirección a la escalerilla que conducía a la sala de máquinas.

En la sala del compresor, Monk estaba trabajando en medio de un chorro de agua de mar, haciendo girar válvulas para detener el fluir de las tuberías rotas. Luego un surtidor de chispas brotó de la sala de baterías. El agua de mar había alcanzado las baterías; estaban despidiendo violentos arcos. Bud sabía lo que iba a ocurrir…, las capas de electricidad prenderían el hidrógeno de las baterías. Pero no había tiempo de reaccionar, de alejarse. La sala de baterías estalló, arrancando la compuerta de sus goznes. La plancha de metal salió disparada directamente hacia Monk, lo golpeó, lo derribó, lo clavó a la cubierta.

Mientras bajaba la escalerilla a la sala de máquinas, los bordes de la explosión llegaron hasta Lindsey: una luz cegadora, luego el fuego. El calor fue inmediato e intenso, pero era el aire respirable lo que la preocupó. El fuego consumía el oxígeno tan rápidamente y ponía tanto humo en el aire que ya estaba tosiendo cuando agarró un equipo de emergencia de la pared. Lo primero que hizo fue ponerse la mascarilla, para poder seguir con vida el tiempo suficiente para sujetarse el resto del equipo en los hombros. Sólo entonces cogió una manguera de agua de mar y empezó a rociar las llamas. Aquello era lo único de lo que disponían en abundancia…, agua de mar.

Hippy avanzó por el corredor, casi tropezó al cruzar la compuerta a la bodega de inmersión. Se agachó y la cruzó. Debido a la inclinación de la plataforma, el agua rebasaba las paredes del pozo lunar y fluía a la parte inferior de la estructura. Al otro lado del pozo, Hippy pudo ver a uno de los SEALs —Wilhite— luchando contra un fuego. Estaba loco. ¿No se daba cuenta de que el pozo lunar tenía que ser sellado? Era un agujero abierto en el centro de la Deepcore y, ahora que la plataforma no estaba nivelada, era la ruta más segura para que el agua entrara a todas partes. Tenía que ser sellada inmediatamente…, el fuego era el último problema allí.

Pero bueno, no todo el mundo actuaba sensatamente. Hippy era consciente de ello. Demonios, aquí estaba él, sujetando con su mano una bolsa con una rata dentro.

—¡Salga de aquí! —gritó. Wilhite le oyó. Entendió.

—¡Hippy, cierre esa puerta hermética!

Hippy pulsó el botón. Aún funcionaba…, la puerta se cerró, sellando aquella entrada. Echó a correr hacia Wilhite.

La Deepcore dio un brusco bote. El Taxi Tres eligió aquel momento para soltarse de su alojamiento y deslizarse directamente hacia Wilhite. Con el Taxi Tres acercándosele, no le quedaba a Wilhite ningún espacio en la cubierta donde estar. Se echó de cabeza al pozo lunar.

El Taxi Tres golpeó contra la pared del fondo, luego giró, siguiendo el movimiento de la Deepcore, y empezó a deslizarse directamente hacia Hippy. Hippy chapoteó en el agua que cubría el suelo, luchando por apartarse del camino. Se lanzó a través de una compuerta. A salvo.

Excepto que había dejado caer algo. Miró hacia atrás. La bolsa de plástico con Beany flotaba en el agua, atrapada en la corriente del pozo lunar, bamboleándose directamente delante del Taxi Tres mientras éste se deslizaba hacia la compuerta. Hippy volvió a cruzar la compuerta de vuelta a la bodega de inmersión, atrapó la bolsa con Beany, luego retrocedió y se salió del camino una décima de segundo antes de que el Taxi Tres se estrellara contra la compuerta.

Wilhite apenas se dio cuenta de la salida de Hippy. Estaba agarrado al borde del pozo, intentando salir. El agua era tan fría, sus dedos estaban tan entumecidos, que no podía aferrar firmemente el borde, no podía trepar.

Entonces la Deepcore botó de nuevo. El Taxi Tres cambió de dirección, recto hacia Wilhite. Éste alzó las manos, como si pudiera salvarse reteniendo las doce toneladas del sumergible fuera del agua. El Taxi Tres cayó en el pozo, hundiéndolo consigo, arrastrándolo hacia abajo en el agua. Ahora estaba bajo la plataforma. Intentó aferrarse a algo, volver a trepar al pozo, pero no pudo. Sus dedos estaban demasiado helados para sujetar nada. El agua lo retuvo mientras la plataforma seguía su camino. Se quedó atrás. Pero nunca llegó a darse cuenta de que había sido abandonado. La hipotermia lo había dejado inconsciente antes incluso de que la Deepcore terminara de pasar encima de él. Antes de que tuviera tiempo de ahogarse.

La Deepcore se deslizó por la pendiente hasta el reborde donde la grúa había vacilado, luego rodado por encima del borde del risco. Esta vez, sin embargo, la estructura era mucho más resistente. La Deepcore era tan enorme y su centro de gravedad tan bajo que, cuando alcanzó el reborde, éste la retuvo. Osciló allí unos angustiosos momentos, sí…, pero la retuvo.

En algún lugar más abajo, la grúa fue frenada en su descenso. Trozos de ella siguieron su camino hacia el fondo, pero gran parte de ella aún colgaba del extremo del umbilical. Cuando la Deepcore se negó a seguir cediendo, a seguirla en su camino hacia abajo, el impulso de la grúa fue transferido de vertical a horizontal. Osciló como un péndulo.

Muy arriba, la Deepcore gimió con la tensión del oscilante umbilical. De nuevo, sin embargo, resistió. La Deepcore no iba a caer al abismo. Estaba en una situación precaria, pero la plataforma no iba a morir todavía. No completamente.

En la zona de habitaciones, Perry había sellado la compuerta de su módulo. Por ahora iba bien…, pero sabía que no estaba seguro allí. Caía demasiada agua de mar desde arriba. Tenía que abrir la compuerta del techo, subir al nivel tres. Lindsey Brigman podía ser una maldita zorra cuando tenías que trabajar con ella, pero había diseñado una buena plataforma…, siempre había alguna vía de escape.

La compuerta encima de su cabeza estaba demasiado alta para alcanzarla. Tendría que subirse sobre un camastro. Sólo que, en el momento en que lo hacía, la Deepcore alcanzó el borde del risco y se detuvo con una sacudida. La tensión abrió una brecha vertical en la pared. El agua empezó a entrar en el módulo, directamente sobre el camastro, derribando a Perry. El agua era tan fría que casi detuvo su respiración, pero consiguió ponerse de nuevo en pie y volver a subirse al marco del camastro.

Ahora podía alcanzar la compuerta. Intentó girar la rueda, pero no cedió. Todas esas compuertas eran comprobadas regularmente, a cada cambio de turno. Debía haber sido la tensión sobre la estructura cuando la Deepcore se detuvo lo que la había encajado. Si pudiera hacerla girar con la suficiente fuerza.

Pero no podía conseguir el apoyo necesario para hacer palanca. El agua seguía subiendo, arriba, cada vez más arriba. La compuerta no cedía. Finalmente, con el agua apretándolo ya contra el techo, dejó de intentarlo. Se quedó colgando allá, simplemente, mientras el frío hacía circular con más lentitud su sangre, hacía que sus dedos se volvieran tan gruesos y torpes que ya no pudo seguir sujetándose.

Flotó en el agua mientras el compartimiento acababa de llenarse, con sus brazos y piernas derivando perezosamente con los últimos restos de turbulencia, como suaves brisas en el agua.

Lindsey se abrió dificultosamente camino hasta la sala del compresor, chorreando agua de mar, abriéndose camino con la manguera contra el fuego. Vio a través del humo la puerta que había estallado de la sala de baterías. Había alguien debajo.

Barbo bajaba en aquellos momentos por la escalerilla. Lindsey le tendió la manguera.

—¡Dirígela sobre mí! —le dijo.

Con el chorro de agua manteniendo lo peor de las llamas lejos de ella, se dirigió hacia la compuerta. Era Monk quien estaba debajo, no completamente inconsciente, intentando moverse débilmente, liberarse de la plancha de metal. Lindsey lo agarró, lo arrastró fuera del camino de las llamas.

Cuando estuvo lo suficientemente lejos de las llamas como para no necesitar ya el chorro sobre ella, Barbo avanzó, cogió a Monk, se lo cargó al hombro y se encaminó hacia la escalerilla. La enfermería estaba en el mismo trimódulo, un nivel más arriba, y hasta ahora no había ningún escape de agua en ella.

Lindsey recogió la manguera, siguió apuntándola hacia el fuego. Miró a través de las llamas a la sala de baterías. Al otro lado de aquel compartimiento estaba la oficina del encargado de la plataforma…, el camarote de Bud. Más allá, otra escalerilla, y luego el largo corredor que bajaba hasta la sala de perforación. Bud había prometido a Finler que iría allí. ¿Estaría allí ahora? ¿Había hecho estallar el fuego la compuerta del otro lado también? ¿Era posible que Bud estuviera en aquella habitación cuando estalló el fuego, intentando salvar algo? He salvado a uno de estos malditos SEALs, y quizá Bud esté en el otro lado del fuego, tendido bajo una compuerta en la misma situación, sólo que yo no estoy allí, no puedo sacarle.

Permaneció hoscamente en aquel lugar, dirigiendo el agua hacia las llamas. Si voy persiguiendo cualquier cosa que imagine que puede haber ocurrido, será peor que inútil. Si yo hago mi trabajo, si Bud hace el suyo, todo irá bien. Espero. Por favor, Dios.

Abajo en la sala de perforación, Finler y Dietz y McWhirter tenían los incendios bajo control, la inundación detenida…, hasta la última y brutal sacudida y el retorcimiento cuando la grúa empezó a oscilar al extremo del umbilical. Entonces supieron lo que era una auténtica inundación. El agua penetró como si rebosara por encima de un dique. Los arrojó por entre la maquinaria; los revolcó. Pero finalmente consiguieron volver a ponerse en pie, se alejaron chapoteando entre el agua. No podían hacer nada excepto salir de allí, intentar hallar alguna parte de la Deepcore que aún estuviera intacta.

Pero la gran compuerta automática ya se estaba cerrando, sus motores la deslizaban sobre sus guías como la puerta de la cámara acorazada de un banco. Chapoteando en el agua, no la alcanzaron hasta que ya se había cerrado.

Golpearon la puerta con los puños. Miraron a través de la mirilla al corredor del otro lado, en desesperada busca de ayuda. No había nadie allí que pudiera oírles, nadie para activar la puerta desde el otro lado. Apretaron sus manos, sus rostros, contra el pequeño círculo de cristal, como si pudieran abrirse camino por él.

Fue entonces cuando finalmente llegó Bud, corriendo por el largo corredor hasta la sala de perforación. Vio la puerta cerrada. Vio manos, la cabeza de alguien.

No había forma de que pudiera abrir la puerta desde su lado. El motor seguiría forzando la puerta cerrada hasta que la estancia al otro lado fuera de nuevo hermética. La única forma de conseguirlo era cortar el tubo neumático, que estaba al otro lado de la puerta.

—¡Cortad el cable al motor! —gritó Bud—. ¡Cortad el tubo! ¡No puedo abrir la puerta desde este lado!

No le oyeron. O no le comprendieron. O el pánico se había apoderado de ellos, y no actuaban racionalmente más allá de golpear inútilmente la mirilla con sus puños. Y así Bud se quedó allí, fuera en el corredor, sabiendo cómo salvarles, a sólo unos centímetros de ellos, y sin embargo impotente, incapaz de actuar. Era la peor cosa del mundo, ver a alguien morir de aquella manera. ¿Cuántas veces había visto en sus sueños a Junior ahogándose? Siempre fuera de su alcance. Siempre allá donde Bud no podía hacer nada por ayudarle. Exactamente igual que ahora.

De pronto, el mamparo contiguo a él cedió. Un helado torrente entró en tromba en el corredor. Lo derribó. Supo lo que iba a pasar a continuación. La puerta automática al otro extremo del corredor empezaría inmediatamente a cerrarse. Si no llegaba allí primero, serían su rostro y sus manos las que se apretarían impotentes contra la pequeña mirilla.

Se puso en pie, chapoteó en el agua. Tenía más suerte que los otros…, la brecha no era tan grande, así que el corredor no se llenaba tan aprisa como lo había hecho la sala de perforación. De todos modos, el agua lo retuvo lo suficiente como para que no alcanzara a tiempo la puerta. Tendió desesperadamente las manos, las metió en la abertura, intentó mantenerla abierta. No había ninguna posibilidad. No tenía la fuerza suficiente.

La puerta se cerró sobre los dedos de su mano izquierda. Se crispó, preparándose para la agonía del aplastamiento. Pero esto no ocurrió.

La puerta seguía abierta. Algo la estaba reteniendo justo el espacio de sus dedos. Era su anillo. El anillo de boda, más duro que el acero, que Lindsey le había dado. La puerta lo combaba un poco —podía sentir la presión sobre su dedo—, pero no podía romperlo ni aplastarlo. Como tampoco podía él deslizar fuera su dedo…, el anillo se había combado lo suficiente como para encajarse sobre el hueso de su nudillo. No podía liberarse. El agua estaba llenando el corredor tras él…, y parte de ella se deslizaba por la rendija entre la puerta y el marco. La abertura era suficiente para que pudiera ver el otro lado. No había nadie. Iba a morir allí, y sabía que eso era lo correcto, que así era como funcionaban las cosas debajo del agua, a veces terminabas en el lado equivocado de una compuerta y, para salvar la vida de la gente al otro lado, esa puerta tenía que permanecer cerrada y tú tenías que morir. Pero esta puerta no estaba haciendo su trabajo de retener el agua. Iba a morir, y el resto de la plataforma no iba a estar seguro a causa de ello.

—¡Hey! ¡Hey! —gritó. Una y otra vez, negándose a renunciar. Alguien tenía que oírle.

Fue Barbo. Él y Chico bajaron ruidosamente la escalerilla, avanzaron por el corredor al otro lado de la puerta automática. Barbo puñeó el botón de apertura. No ocurrió nada. Chico, siempre más directo, metió una palanca en la estrecha abertura e intentó empujar la puerta.

Nada de aquello iba a funcionar, y Bud lo sabía.

—¡Cortad el tubo! ¡Cortad el tubo neumático!

Finalmente le oyeron por encima del ruido del agua brotando por la rendija de la puerta. Barbo abrió su navaja automática y apuñaló el tubo del mecanismo de la puerta.

Bud notó inmediatamente que la presión sobre su anillo se relajaba. Ahora Barbo y Chico podían forzar fácilmente la puerta para que se abriera. Demasiado rápido, de hecho…, Bud fue empujado por el torrente de agua, golpeando a Chico contra los tubos en el corredor. Uno de los huesos del brazo de Chico restalló y se partió con la fuerza del golpe.

El corredor se estaba llenando rápidamente de agua.

—¡Está bien! —gritó Barbo—. ¡Aprisa, vámonos, vámonos, vámonos!

Barbo vio que Chico se sujetaba el brazo, aturdido por el dolor.

—Chico, ¿estás bien?

—¡Vamos, moveos! ¡Aprisa, aprisa, aprisa!

Atravesaron la siguiente compuerta hacia la escalerilla.

—¡Cerrad la compuerta! —gritó Bud. Barbo la cerró, hizo girar la rueda. No había filtraciones allí. Bud se derrumbó contra la pared. Habían sellado el agua al otro lado. Como comandante, de eso era de todo lo que se suponía que debía preocuparse. Pero mierda, él no era Coffey, él no fingía no sentir nada excepto lo oficialmente sancionado. Se sentía malditamente alegre de seguir con vida.

Miró el anillo en su dedo. Una pequeña banda de metal. Ahora nunca podría sacárselo, pero ya estaba bien así. Lo besó, movido por un fuerte impulso.

—¿Estáis bien? ¿Todo el mundo está bien?

Sí. Estaban bien.

Lo primero que hicieron fue enviar al Gran Tonto y al Pequeño Tonto a examinar los daños, ver si alguno de los otros módulos había resistido, si había otros supervivientes, qué era lo que les quedaba. Les quedaba esto: Estaban vivos, perchados en el borde mismo del abismo del infierno.

Desde dentro, Bud podía imaginar al menos esto: Tenían las débiles luces de emergencia. Tenían el módulo de mando y el lado de la plataforma con la sala común, la comida, la enfermería. El otro lado era inutilizable, completamente inundado. Habían perdido a Wilhite de los SEALs, Perry, Finler, Dietz y McWhirter del equipo. Lioso había dormido todo el tiempo, aún en su coma en la enfermería. Chico tenía el brazo entablillado y colgado del cuello con un pañuelo, pero aún era útil; podía ir de un lado para otro, así que Bud lo encargó de la UQC, intentando contactar con el Explorer. Monk tenía una pierna rota…, sería el especialista médico que se encargara de la enfermería. Todos los demás estaban más o menos sanos. Todos se sentían impresionados, algunos mortalmente asustados, algunos lloraban a los muertos, otros se alegraban de estar vivos y se avergonzaban de alegrarse tanto.

Y Beany. La rata estaba viva y correteaba por los hombros de Hippy.

Bud fue a la sala de control. Sentía las muertes más que cualquiera, porque no sólo se lamentaba por sus amigos, sino que también se sentía responsable de ellos. Los había abandonado. Había visto a algunos de ellos morir, y no había hecho una maldita cosa por salvarles. No importaba que no hubiera nada que hubiera podido hacer. No, había algo que hubiera podido hacer. Hubiera podido decirle a McBride y Kirkhill y aquel tipo militar —Martini, DeMarco—, podía haberles dicho que se fueran todos a que los sodomizaran. Podía haberles dicho que aquélla era una maldita plataforma de perforación, no una nave militar. Si hubiera hecho eso, si hubiera hecho lo que Lindsey le dijo que debía haber hecho, entonces toda esa gente estaría viva ahora. De hecho, acabarían su turno mañana. Estarían aguardando a que el nuevo equipo se presurizara, luego entrarían en la cámara y se despresurizarían durante tres semanas. Mortalmente aburridos. Aburridos hasta el más espantoso de los hastíos, pero vivos.

Chico estaba canturreándole a la superficie por la UQC.

—Mayday, mayday, mayday. Aquí la Deepcore Dos. ¿Me oís, cambio?

Llevaba ya largo tiempo así. Si estaban en situación de responder, si podían oírles, ya hubieran respondido. Probablemente el huracán estaba directamente encima de sus cabezas. Probablemente estaban tan lejos de alcance que llamarles no era más que una broma. ¿Qué podrían hacer, de todos modos, hasta que la tormenta hubiera pasado?

Benthic Explorer, Benthic Explorer, aquí la Deepcore. ¿Me oís, cambio?

Bud se inclinó sobre él. La linterna que llevaba arrojaba danzantes sombras sobre las paredes.

—Olvídalo, Chico. Se han ido.

Chico se detuvo, se dejó caer hacia atrás en su silla. Pero, al cabo de una pausa, siguió con ello:

—Mayday, mayday, mayday…

Bud apoyó una mano en su hombro.

—Hey, se han ido.

Ahora Chico captó el mensaje.

—¿Estás bien? —preguntó Bud.

Chico sostenía el micrófono en su mano como si fuera una varita mágica: si la apretaba el tiempo suficiente entre sus dedos, le daría lo que deseaba.

—Sólo quiero salir de aquí. Quiero ver a mi esposa una vez más.

Bud le comprendía. Chico no llamaba porque fuera práctico. Lo hacía porque si dejaba de hacerlo entonces eso sería lo mismo que abandonar toda esperanza. Dale al hombre la oportunidad de centrarse. Mientras tanto, deja que continúe haciendo lo que tiene que hacer.

—De acuerdo, sigue intentándolo. Chico empezó a canturrear de nuevo:

—Mayday mayday mayday, ¿me oís, cambio?

Bud fue a la enfermería, iluminando su camino con la linterna. Aquí y allá una luz de emergencia marcaba el corredor…, pero era oscuro.

Fue a la cama donde estaba Lioso, aún en coma. Tocó su cabeza.

—Hey, Lioso —susurró—. ¿Qué viste ahí abajo? —Le subió la manta. Empezaba a hacer frío allí.

Bud oyó un leve grito fuera de la habitación. Por un momento fue como si Lioso le hubiera contestado. Pero eran los SEALs. Abrió la puerta y miró. Coffey y Schoenick estaban ocupándose de la pierna de Monk, entablillándosela. Coffey alzó la vista cuando Bud asomó la cabeza.

—¿Encontraron a su compañero? —preguntó Bud.

—No —dijo Coffey.

Sus ojos se cruzaron por un momento. Bud se mordió las palabras que acudían a su mente. O bien Coffey sabía ya por qué había ocurrido todo aquello, en cuyo caso Bud no necesitaba decirle nada, o era demasiado malditamente testarudo como para creerlo, en cuyo caso, ¿para qué molestarse? De todos modos, no pudo evitar que su juicio aflorara a sus ojos. Tú lo hiciste, Coffey. Dije sí al principio, pero el trato era que yo tenía la última palabra en todo lo referente a seguridad, y tú lo sabías. Si hubieras cumplido con tu parte, tu chico aquí no estaría gruñendo de dolor, y ese otro chico no estaría muerto en el agua en alguna parte, tan profundo que ni siquiera los peces lo podrán encontrar.

Bud se volvió sin decir palabra. Tras él, Coffey dio unos pasos hacia la puerta.

—Brigman —dijo.

Bud se detuvo, se volvió a medias.

—¿Qué?

—Tenía que cumplir órdenes. No me quedaba otra elección.

Bud oyó las palabras, pero no se dejó engañar por ellas. Mi padre fue marine, Coffey, un suboficial. Lo sé todo respecto a órdenes. Sé que un comandante tiene discreción propia. Sí hubieras aguardado media hora a que Una Noche desenganchara el umbilical cuando aún era posible, hubieras podido pasar luego todo el tiempo que hubieras querido haciendo lo que fuera que te ordenaba tu misteriosa misión. Si lo hubieras hecho así, DeMarco hubiera estado de tu lado. Tú siempre tienes una elección.

Sin embargo, sabía que era duro para Coffey admitir que se había equivocado. Y eso era lo que significaban sus palabras…, una admisión de que eran sus acciones las que habían causado todo aquello. Habían causado también la muerte de su propio hombre…, Coffey debía lamentar esto tan agudamente como Bud lamentaba la muerte de los miembros de su propio equipo. Al menos tenían esto en común. Así que no rechazó lo que Coffey decía. Se detuvo el tiempo suficiente como para que Coffey supiera que había sido oído, oído y no refutado. Luego abandonó la enfermería.

Bajó la escalerilla hacia la sala de máquinas. Vio a Barbo, soldando un punto débil. Pero era a Lindsey a quien estaba buscando. Era ella la que conocía cada cable, cada maldito electrón en aquellos cables.

Lindsey estaba arrastrando un largo cable a través del agua que le llegaba hasta las rodillas, preparándose para fijarlo junto con algunos otros cables en la pared. El agua en el suelo era fría y desagradable, pero ya no era peligrosa…, era la que había rebosado del pozo lunar, y que se había depositado en el nivel más inferior de la Deepcore.

La miró durante unos momentos. Aquélla era la Lindsey de sus mejores momentos, trabajando en algo que ocupaba toda su atención, construyendo algo. Dios, era hermosa. Y estaba viva. Cubierta de grasa, fría y sucia, pero viva. Si la hubiera perdido, si hubiera estado en uno de los compartimientos inundados, si hubiera tenido que pensar en ella flotando en alguna parte en el frío y negro océano, no hubiera podido resistirlo, lo hubiera abandonado todo de inmediato. Infiernos, pensé que la había perdido antes, cuando me dejó. Me dolió tanto como si fuera el fin del mundo. ¿Y qué sabía entonces? Aunque no estuviera conmigo, todavía seguía en este mundo, y eso hacía que aún deseara vivir en él.

Pero no podía quedarse allí mirándola.

—¿Cómo van las cosas, muchacha? —preguntó. Hizo un trabajo malditamente bueno manteniendo las emociones fuera de su voz.

Ella no dejó de trabajar para responderle.

—Puedo conseguir energía para este módulo y la bodega de inmersión si redirecciono estas barras colectoras. He de conseguir que se salten las principales, que están totalmente fundidas.

—¿Necesitas alguna ayuda?

—Gracias. Puedo arreglármelas. —Pensó en algo que él necesitaba saber—. No será suficiente para hacer funcionar los calefactores. En un par de horas este lugar será tan frío como un congelador.

—¿Qué hay acerca de O2?

—Saca tú mismo las conclusiones. Tenemos el suficiente para unas doce horas…, si cerramos las secciones que no estamos utilizando.

Aquello no era demasiado bueno.

—Bueno, esa tormenta va a durar más de doce horas.

Ella meditó durante un segundo.

—Quizá pueda extenderlo algo. Hay algunos tanques de almacenamiento fuera en el módulo siniestrado. Tendré que salir y conectarlos.

Tal vez eso fuera suficiente, tal vez no. No valía la pena discutirlo. Harían todo lo que pudieran por durar tanto como les fuera posible, y si eso no era suficiente, bien, entonces no sería suficiente. Había tantas formas absolutamente seguras de morir que no habían llegado a producirse que Bud no iba a quejarse acerca de la posibilidad de morir dentro de doce horas. Doce horas eran como toda una segunda vida.

La observó mientras unía cables, con dedos hábiles y seguros, sus brazos más fuertes de lo que parecían…, todo acerca de ella más fuerte de lo que parecía. Pensó en cómo había bajado ayer —¿hacía tanto tiempo?—, hablando como si no pudieran hacer nada sin ella. Bueno, era cierto. No podrían haber hecho nada ahora sin ella. Y si Coffey podía admitir que se había equivocado, Bud también podía. Apoyó las manos en los hombros de Lindsey.

—Hey, Lins —dijo—. Me alegro de que estés aquí.

Ella se rió un poco.

—Bueno, yo no.

Pero él supo que ella había captado su disculpa y la había aceptado. Eso era suficiente. La dejó que siguiera trabajando y se encaminó de vuelta escalerilla arriba hacia la bodega de inmersión.

Hippy y Una Noche estaban los dos allí, concentrados en pilotar sus VOCRs. Habían montado un equipo provisional más o menos decente. Los monitores estaban encima de una pila de otro equipo, los cables de control bajaban por el pozo lunar. No era tan cómodo como hacerlo desde la sala de control, pero mucho mejor que no hacerlo.

Una Noche le oyó entrar. Probablemente captó la luz de su linterna con el rabillo del ojo.

—Encontramos el Taxi Tres —dijo—. Más muerto que mierda de perro, jefe. —Se lo mostró en el monitor. Una vigueta de la base de la torre de perforación atravesaba de parte a parte su domo frontal—. Directamente a través de su cerebro.

Malas noticias, pero podría haber sido peor. Una Noche había vuelto a traer el Fondoplano dentro, en una sola pieza, y los daños del Taxi Uno eran menores, y ciertamente reparables. Dos de tres era casi una victoria.

Fue hacia Hippy, miró por encima de su hombro a su monitor.

—¿Dónde estás tú? —preguntó.

—Abajo. En el nivel uno.

Bud no tuvo que preguntar qué era lo que buscaba. Observó mientras el Pequeño Tonto se alzaba a través de la abierta escotilla central hacia la zona de aposentos, luego le hacía dar un círculo completo para examinar el inundado interior. Estaba hecho un revoltijo.

Llegaron a un par de zapatos. Siguieron hacia arriba por el cuerpo. Tendido allí, como si estuviera dormido. Pacífico. Muerto.

—Oh, mierda —jadeó Hippy—. Es Perry.

Bud ya lo sabía, pero verlo con sus propios ojos, de alguna manera, lo hizo definitivo.

—Eso completa el cuadro —dijo—. Finler, McWhirter, Dietz y Perry. —Se merecían algo mejor de él. Algo mejor que permanecer de pie allí, recitando sus nombres. Necesitaban un funeral, un servicio, algún tipo de oración. Pero todo lo que Bud pudo hacer es pronunciar una sola palabra—: Jesús.

—¿Debemos dejarlo aquí? —preguntó Hippy.

—Sí, por ahora —dijo Bud—. Nuestra primera prioridad es conseguir algo que respirar.

Mientras permanecía allí, contemplando el rostro de Perry en un tranquilo reposo, sintió una especie de alivio. No pudo comprender por qué se sentía así. Hasta que se dio cuenta de que había estado imaginando aquella escena toda su vida, durante años y años. Desde que era un niño y perdió a Junior. Había visto mentalmente el cuerpo de su hermano un centenar de veces, un millar de veces…, en sus sueños, pero a veces despierto también. Algunas veces Junior tenía aquel mismo aspecto. Relajado. Casi como si la muerte hubiera tenido un sabor dulce. Pero había habido otros sueños, no tan agradables. Sueños que lo habían hecho despertar gritando, gimiendo, cuando era joven. Había aprendido a controlar esa respuesta. Ahora simplemente despertaba sudando, jadeando, recordando cómo se sentía uno con los pulmones llenos de agua, viendo aún el rostro de Junior de la pesadilla, retorcido en el rictus agónico de la muerte.

Era un alivio tan grande saber que podía tener aquel mismo aspecto. Que no todo tenía que ser tan feo y terrible como uno podía llegar a imaginar. No siempre, al menos.

Fuera del alcance de las luces, los constructores observaban; se tendieron con sus delgados filamentos, tocaron, saborearon. Hallaron los cuerpos de los muertos mucho antes de que lo hicieran los VOCRs, los escrutaron y registraron sus memorias.

La ciudad había aprendido mucho desde su contacto con Lioso. Comprendían las memorias que hallaban, y ahora, con cientos de muertos: los hombres del Montana, los rusos cuyos cuerpos se habían hundido lo suficiente antes de que sus cerebros se enfriaran, y esos hombres de la Deepcore, estaban edificando una imagen detallada de la humanidad.

Y se sentían horrorizados. Habían nombrado muy bien a aquellas criaturas…, la mayoría de ellas estaban llenas con recuerdos de planificación y entrenamiento para matar, recuerdos del miedo a la muerte, furia y terror y soledad. A veces la ciudad casi desesperaba de hallar ningún rasgo común con aquellas criaturas.

Pero estaba Barnes, el hombre del sonar del Montana. En sus últimos momentos, no había estado solo. Había vuelto en sus memorias a un lugar donde era feliz, un lugar al que pertenecía. A gente que formaba parte de él. A gente en cuyas memorias podía seguir viviendo, de modo que la muerte contenía más pesar que dolor para él.

La mayoría de los hombres tenían memorias de familia, por supuesto…, pero esas memorias eran ambiguas, lodosas, y llenas de conflicto y rebelión. Sus vidas estaban enfocadas en torno a la guerra; sus más importantes asociaciones correspondían a sus compañeros soldados. Los constructores no tenían forma de saber que la mayoría de aquellos hombres eran en realidad aún adolescentes, que hasta recientemente no habían empezado a vivir vidas propias, que aún celebraban su independencia de sus familias, que todavía estaban buscando su identidad. Y los hombres más viejos eran soldados de carrera: buenos, pero que por necesidad —y por elección— habían optado por dejar a sus familias atrás durante meses y meses consecutivos. No eran una muestra equilibrada de la humanidad. Pero eran la única muestra que los constructores habían encontrado.

Así que la preponderancia de las pruebas era que los seres humanos amaban la guerra, vivían para matar, un conjunto de viciosos gusanos devorándose entre sí, pero reproduciéndose más aprisa de lo que podían devorarse. La ciudad no podía imaginar comunicarse con ellos.

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