Abyss

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14 – Velas

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Cuando Lindsey murió, los constructores observaron algo de lo más curioso. Mientras enviaban sus zarcillos para sondear su cerebro, se vieron llenos de pesar. Nunca habían sentido pesar hacia los suyos que morían, siempre que sus memorias hubieran podido ser acumuladas a la ciudad. Sin embargo, las memorias de Lindsey habían sido acumuladas —lo estaban haciendo en aquellos momentos—, y sin embargo se veían inundados por el pesar. ¿Por qué?

La pregunta circuló rápidamente a través de la ciudad, y en un apartado rincón fue oída por el constructor que se había atrevido a ayudar a Barbo a llegar hasta el pozo lunar. Él sabía la respuesta, pero por un breve instante dudó en proporcionarla…, aventurarse a aquel debate significaría seguramente exponerse a más censura. Pero luego recordó la decisión de Barbo en la escotilla seis, intentar nadar hasta un lugar al que sabía que no podría llegar. ¿Acaso él, cuyas memorias no podían morir, era menos valeroso que el humano, cuya vida podía ser barrida en cualquier momento y sus memorias perdidas? Así que ofreció su respuesta a la ciudad:

Sentimos pesar por ella como nunca hemos sentido pesar por ninguno de nosotros, no porque sus memorias resulten perdidas, porque no es así; sentimos pesar por ella porque sus acciones independientes en el mundo, que eran tan extrañas, que nadie más hubiera realizado nunca, para bien o para mal, esas acciones ya no existirán más. Sentimos pesar no por su pasado, que conservaremos para siempre, sino por su futuro, que jamás tendremos. Sabíamos que era la mejor de todos ellos, y así la pérdida de su futuro nos duele en lo más profundo. Más que la autodestrucción de toda la especie de la humanidad, la pérdida de este ejemplar nos cubrirá de pesar a todos.

La ciudad escuchó, y la idea sorprendió a todos. Y también pensaron en algo más: Aquel mismo constructor que les había dado la respuesta se había visto transformado por el hecho de conocer a los humanos, y había actuado de una forma que era distinta de la que cualquier otro constructor hubiera actuado nunca. ¿Qué otro constructor hubiera hablado pese a la prohibición de la ciudad? ¿Qué otro constructor se hubiera atrevido nunca?

Por ello aquel constructor debía ser admitido a la ciudad, recordado, y luego dispersado.

¿No es esto precisamente lo que hacen esos humanos? ¿Destruir a los individuos que les hacen sentir miedo?

Él es uno de nosotros. No será destruido, será recordado.

Pero extirparemos la posibilidad de que vuelva a actuar de forma extraña. ¿Y por qué? Porque tememos el cambio que ha traído hasta nosotros. Extirparemos su influencia futura porque tenemos miedo de ella. Hemos hecho esto una y otra vez a lo largo de nuestra historia. Nunca pensamos en ello como asesinato, porque no se pierde ninguna parte de su pasado. Pero ¿acaso no acaba de mostrarnos que resulta igual de pesaroso interrumpir el futuro de un individuo?

Era una idea extraña y terrible el que ellos mismos practicaran algo que se parecía al asesinato, y el que su motivo fuera también el miedo. Ellos nunca actuaban con la rabia maníaca que aquellos humanos mostraban en la batalla, pero pese a todo hacían lo que hacían todas las demás criaturas vivas: Actuaban contra los individuos para protegerse a sí mismos. Hasta que se habían encontrado con aquellos humanos nunca habían valorado al individuo, nunca habían llegado a concebir realmente lo que podía significar la auténtica individualidad, puesto que compartían tan libremente las memorias entre ellos mismos que cada constructor recordaba haber hecho todo lo que habían hecho los demás constructores; por eso, los límites entre ellos significaban poco. Ahora, sin embargo, mientras Bud Brigman arrastraba el cuerpo de Lindsey a través del agua en dirección a las luces de la

Deepcore, comprendieron finalmente cuáles eran esos límites, y cómo era posible apreciar a una persona y lamentarse de su pérdida.

Entonces las memorias de Lindsey empezaron a circular entre los constructores de la ciudad. Por encima de todo, se sorprendieron ante el momento de su muerte. Temía a la muerte, y sin embargo había elegido morir antes que robarle el último aliento a Bud. Un miedo furioso la había conducido a matar a Coffey, pero un miedo más fuerte aún permanecía no teñido por la furia. Así, había actuado movida por una sensación más poderosa…, una seguridad de que Bud podría mantenerla con vida. Reconocieron esa sensación. Era la misma confianza que sentían los constructores cuando uno de ellos se hallaba al borde de la destrucción de su cuerpo, y otro constructor se acercaba y tomaba sus memorias. Viviré, decía el sentimiento: Viviré en ti. Y Lindsey reflejaba en aquello mucho más que la esperanza de que Bud pudiera devolverla a la vida. Sabía que las esperanzas eran escasas en comparación con la probabilidad de su muerte permanente. También sabía que, aunque muriera, definitivamente y para siempre, seguiría viviendo en él.

Imposible. ¿Cómo podía, cuando ellos no compartían las memorias del mismo modo que lo hacemos nosotros?

De nuevo, una voz tranquila propuso una respuesta a la pregunta, y esta vez fue coreada por la mayor parte de los otros constructores que habían estado cerca de la

Deepcore, que habían experimentado más directamente a los humanos:

Ella sabe que ella lo ha cambiado a él, de modo que el futuro de él se verá siempre teñido por su influencia mientras viva. Ella forma parte de lo que él es, así que su influencia en el futuro no morirá con ella.

La ciudad escuchó, asombrada: Examinaron aquella respuesta, y creyeron en ella. Aunque el proceso no era tan claro y directo como el compartir las memorias, era cierto. Los humanos habían hallado una forma de seguir viviendo en la vida de otros.

Observémosles, dijo la ciudad. Es posible que aún haya alguna esperanza para ellos. Observándoles tal vez podamos descubrir alguna forma de eliminar el daño que les hemos causado, alguna forma de ayudar a esos humanos a salvarse a sí mismos.

Una Noche estaba mirando por la ventana del lado desde el que se acercaba Bud. Todos habían visto las luces de la persecución; habían visto cómo los sumergibles se encajaban el uno en el otro y luego caían y todo se volvía oscuro. Más allá de eso, no tenían la menor idea de lo que había ocurrido. Pero, cuando Una Noche vio una sola luz de un buceador solitario nadar hacia ellos, supo que tenía que ser Bud…, era el único que disponía un traje de inmersión y un casco.

—¡Lo tengo! —gritó—. ¡Lo tengo! —Ahora estaba más cerca, y pudo ver que llevaba algo con él.

A alguien—. ¡Oh, Dios mío! ¡Es Lindsey!

La voz de Bud cobró vida en la UQC, débil y quebrada, pero todos pudieron oírla:

Deepcore, Deepcore, ¿podéis oírme?

Hippy estaba en la línea.

—Sí, te oímos, Bud. Estamos aquí.

Le resultaba difícil a Bud hablar, puesto que exigía el máximo de su cuerpo, nadando tan rápido como le era posible, intentando avanzar contra la resistencia del agua sobre sus dos cuerpos. Lo frenaba un poco el hablarles mientras le observaban a través de la ventana. Pero valía la pena el retraso de unos cuantos segundos si eso significaba que estarían preparados para coger a Lindsey apenas llegaran allí.

—Id a la enfermería. Traed el equipo de primeros auxilios. Oxígeno. El desfibrilador. Adrenalina en un inyectable de diez centímetros cúbicos. Y algunas mantas eléctricas. ¿Lo habéis entendido todo?

—De acuerdo. Cambio.

—Acudid al pozo lunar. Rápido.

—Bien, vamos —dijo Hippy. Todos se estaban moviendo ya, partiendo hacia sus respectivos trabajos, recogiendo las cosas. Evidentemente, estaba muerta…, nadie podía vivir allí fuera sin un traje, sin mezcla respiratoria. Sin embargo, si Bud decía que lo hicieran, entonces lo harían. Y todos conocían las historias de personas que se habían ahogado en ríos helados y habían sido devueltas a la vida diez minutos más tarde, a veces incluso una hora más tarde.

Podía funcionar.

Nadie se preocupó por la pulcritud. Tomaron lo que necesitaban y dejaron que todo lo demás cayera si era necesario. Cuando Bud llegó debajo del pozo lunar, estaban todos allá en la cubierta, al borde mismo del pozo. Chico vio el casco naranja asomar por el agua.

—¡Aquí llega!

Barbo chapoteó en la plataforma de inmersión y tendió las manos para coger a Lindsey de brazos de Bud. La llevó al borde del pozo, la tendió a los otros. La depositaron en el suelo; sus ojos estaban abiertos, pero eran unos ojos muertos. Hippy metió un tubo en su boca, succionó el líquido que había allí. Bud se quitó el casco, arrojó su botella, se arrodilló al lado de ella, chorreando agua sobre su cuerpo.

—¿Está aquí el desfibrilador? ¡Apresúrate, Barbo! Aplícaselo. —Empezó a apretar contra la base de su esternón, empujando en cortos golpes, haciendo brotar agua por su boca. Hippy estaba canturreando:

—Oh Dios mío, oh Dios mío, oh Dios mío.

¿Por qué se tomaba tanto tiempo Barbo con el desfibrilador? Untando la jalea conductora en las placas, frotándolas entre sí…, todo según las instrucciones. Malditas instrucciones, era demasiado lento… Bud tendió las manos hacia ellas. Barbo no se las dio.

—No, hay que aplicarlas sobre la piel desnuda, o de otro modo…

Bud desgarró el cuello de la blusa de Lindsey, abrió la pechera, dejó sus pechos al descubierto. Bud aplicó las placas del desfibrilador, una en el centro del pecho, otra a un costado.

—¿Está bien así? ¿Es así como hay que colocarlas?

—¡Me parecen bien! —respondió Hippy—. ¡Me parecen bien!

¡No lo sé!

Una Noche estaba diciendo algo. Bud no estuvo seguro de lo que decía.

—¿Qué?

¿Qué?

—Lo tengo —estaba diciendo ella.

Jesús, entonces, ¿a qué estaban esperando?

¡Entonces hazlo! —gritó.

—Adelante, suelta la descarga —dijo Barbo.

—¡Preparado! —dijo Una Noche. El desfibrilador estaba cargado y listo. Apretó el botón. El cuerpo de Lindsey sufrió una convulsión.

Era puro reflejo muscular. Cuando terminó, seguía tan muerta como antes.

—No hay pulso —dijo Chico.

Bud siguió apretando su pecho, intentando conseguir que su corazón, allá dentro, se moviera.

—Hazlo de nuevo, Una Noche. ¡Otra descarga!

—Se está cargando. Se está cargando. Se está cargando. —Luego—: ¡Preparado!

Bud apartó las manos. Lindsey se convulsionó de nuevo. Nada.

—Vamos, muchacha —murmuró Bud—. Oh, Cristo. —Una Noche seguía con la máquina, allí al lado, sin hacer

nada—. ¡Vamos! ¡Otra vez!

—¡Preparado! —gritó Una Noche. Alzaron las manos del cuerpo de Lindsey. Una Noche pulsó de nuevo el botón. La espalda de Lindsey se arqueó. Volvió a caer, inmóvil.

Pasaba una eternidad entre cada descarga eléctrica. Si el desfibrilador fuera más rápido, si no hubiera tanto intervalo entre las descargas, entonces

quizá pudieran hacer que su corazón empezara a funcionar de nuevo, cada segundo entre cada sacudida era otro segundo en el que las células cerebrales podían morir mientras su cuerpo se calentaba.

—Adelante, Una Noche. ¿A qué estás esperando?

—¡No hay pulso! —dijo Chico. Desesperado, pensando en su propia esposa, sus propios hijos, cómo no lo podría soportar si estuviera en el lugar de Bud.

Una Noche estaba leyendo los signos vitales en el desfibrilador…, las placas actuaban como un improvisado electrocardiograma mientras siguieran aplicadas contra su pecho.

—Maldita sea, es plano, maldita sea, es plano.

Bud apartó a Una Noche a un lado, apoyó las manos en la base del esternón de Lindsey y empujó, contando entre dientes mientras lo hacía. Estaba intentando conseguir un latido de su corazón, hacer que bombeara un poco de sangre aunque tuviera que cogerlo y estrujarlo con sus propias manos. Las costillas cedían bajo su presión. Si alguna se rompía, las cosas iban a complicarse más aún. Pero sería mejor que estar muerta con las costillas intactas. Uno dos tres cuatro cinco seis. Uno dos tres cuatro cinco seis.

—Aire —dijo alguien.

Hippy sujetó la mascarilla sobre su boca y nariz.

Uno, dos, tres, cuatro.

—Aire —dijo Bud.

—No hay pulso.

—Vamos, muchacha. Vamos. —Lo repitió una y otra vez, lo susurró, intentando animarla. Ella no le oía. Siguió apretando su pecho, apretando, una y otra vez.

Barbo adelantó suavemente las manos, sujetó las muñecas de Bud.

—Bud —dijo en voz muy baja—. No hay nada que hacer, Bud. No hay nada que hacer.

Bud dejó de apretar. El rostro de Hippy estaba contorsionado por el dolor cuando alzó la mascarilla. Los demás observaron en silencio, con los ojos muy abiertos…, a la irresistible muerte, a la agónica determinación de Bud, al dolor que sabían que estaba sintiendo, al dolor que ellos compartían porque le querían, formaba parte de ellos, y ahora se daban cuenta de cuánto amaba todavía a Lindsey. Sabían que aquello estaba desgarrando una parte de su alma, y no podían hacer nada por aliviarlo.

—Lo siento —dijo Barbo. Bud permaneció arrodillado allí, mirándole con ojos vacuos. Barbo cogió los lados de la blusa de Lindsey y cubrió su pecho.

—No hay pulso —dijo Chico. Su voz sonó definitiva.

Bud se inclinó sobre ella, mirando directamente su rostro. Notó que Barbo apoyaba una mano en su nuca, una mano consoladora. Pero él no deseaba consuelo. No deseaba afecto de sus amigos. Deseaba que Lindsey volviera.

Apartó bruscamente la mano de Barbo.

¡No! —Fue casi un aullido. No iba dirigido a Barbo ni a ninguno de ellos. Se lo gritaba a la Muerte, a Dios, al Destino, a todo el universo, y sería mejor que escucharan—. ¡No, ella tiene un corazón fuerte, quiere vivir! —Empezó a apretar de nuevo—. ¡Vamos, Lins! ¡Vamos, muchacha! —Apretó, apretó, luego se detuvo y apoyó su boca en la de ella, pellizcó su nariz para cerrarla, impulsó su propio aliento por la garganta de ella. Una, dos, tres veces. Cuatro. Luego se alzó y empezó a apretar de nuevo. Hizo una momentánea pausa para arrancarse su collarín a fin de que no apretara contra la garganta de ella la próxima vez que le insuflara aire. Se inclinó de nuevo, apretó los labios contra los de Lindsey, sopló aire a su garganta. Largas, profundas inspiraciones. Toma este aire, Lins. Tómalo, úsalo. Es para ti, maldita sea,

úsalo, vive con él,

vive.

—Otra descarga —dijo—. Vamos.

Vamos.

Una Noche volvió a colocar las placas del desfibrilador. Se estremecía ligeramente; aquello era insoportable, seguir intentándolo cuando Lindsey estaba evidentemente muerta. Como algún predicador loco rezando sobre un bistec, intentando traer de vuelta al animal a la vida. Lo hacía por Bud, eso era todo, porque él lo deseaba tanto. Mantenía sus ojos fijos en el aparato, en los indicadores. La carga señaló completo.

—Preparado. Preparado.

Lindsey sufrió un nuevo espasmo con la electricidad. No funcionó. Bud siguió bombeando, respirando dentro de ella. Luego se detuvo, se inclinó muy cerca de su rostro.

—Vamos, respira, maldita sea, respira. —Había sido idea de ella hacer esto, había sido idea de ella y ahora no respondía, no estaba haciendo lo que ella misma había dicho—. Maldita sea, nunca retrocediste ante nada en tu vida. ¡Ahora lucha! —La abofeteó, no duramente, un golpe que pedía una reacción, un golpe para despertarla, para llamarla de vuelta—. ¡Lucha! —La abofeteó de nuevo—. ¡Lucha! —De nuevo. La sujetó por los hombros, la sacudió—. ¡Lucha, maldita sea! —Ahora estaba llorando, de pura rabia. Ella le estaba abandonando. Estaba renunciando a algo por primera vez en su vida, y él no podía soportarlo—. ¡Lucha, lucha, lucha! —Su voz era un ronco grito. Aullaba la palabra, quebrándola en sus labios, un largo y dolorido grito—. ¡Lucha! Enviaron miles de voltios a través de su cuerpo, le dieron oxígeno, insuflaron aire en su garganta. Nada de aquello funcionó. Pero entonces, con Bud gritándole y llorándole, maldiciéndole, llamándole cosas,

peleándose con ella…, entonces vieron como sus ojos se movían por sí mismos, su garganta hacía el gesto de

tragar, su pecho daba una pequeña sacudida, una ligera tos espástica. Sus manos se crisparon por un momento. Podía ser el espasmo involuntario de un cuerpo muerto. Pero no lo era. Bud lo sabía.

—Lins. Eso es, Lindsey. Vuelve, muchacha. —Ella giró la cabeza hacia un lado como si dijera no. Luego tosió, escupió.

Respiró. Bud empezó a reír, no pudo evitarlo, ella lo estaba consiguiendo. Oyó que alguien reía también. Alegremente. ¿Se habrían reído cuando Jesús se alzó de entre los muertos? ¿Les habría oído Lázaro reír de alegría cuando salió de su tumba?

Una manos le tocaron, la cabeza, los hombros. Alzó el rostro y rió. Ella tosió de nuevo, jadeó profundamente, en busca de aire.

—Necesita aire —dijo Hippy. Apoyó la mascarilla sobre su rostro. Ahora inspiró, tragó oxígeno—. Respira, tranquila.

Sus ojos se abrieron. Les estaba oyendo, lo estaba consiguiendo.

Bud le gritó de nuevo. Esta vez de pura alegría.

—¡Lo conseguiste, muchacha! —Había hecho lo que había dicho que haría. Le había dicho que volvería allá en el Taxi Uno, y él había confiado en ella, hizo lo que ella le había dicho, y luego ella volvió del otro lado, cumplió con su parte del trato. Vivía. Se arrodilló a su lado, riendo y llorando. Todos estaban riendo y llorando a la vez. Había descendido hasta la muerte y luego había vuelto. Bud la había sacado de allí. O ella se había aferrado a la voz de Bud, a la

voluntad de Bud, y se había arrancado de entre los muertos. O ambas cosas.

Estaba viva. Se hallaba en la enfermería, no totalmente consciente aún. Pero todavía había una ojiva de combate allá abajo, donde el Gran Tonto la había llevado, y el reloj seguía tictaqueando.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Bud a los demás—. ¿Hay alguna forma en que podamos ir tras ella?

—¿El Taxi Uno?

—Está averiado —respondió Bud—. No irá a ninguna parte.

—¿Enviar al Pequeño Tonto?

—¿Para hacer qué, para decir hola?

—Para depositar algunos explosivos encima. Para volar la ojiva antes de que haga su juego de magia nuclear.

—¿Tenemos algo en la

Deepcore que pueda estallar a esa profundidad?

—¿Qué profundidad?

Hippy pareció casi avergonzado.

—Programé al Gran Tonto para bajar hasta los seis mil. Es su máxima profundidad estimada. Más un cierto factor de seguridad.

¿Seis mil?

Era Monk quien sabía cómo podía hacerse. O al menos cómo podía

intentar hacerse.

—El Traje de Gran Profundidad —dijo.

—¿Puede llegar hasta tan abajo? —preguntó Bud.

—Quizá —dijo Monk—. En realidad, lo que más importa es el sistema de respiración por fluidos. Hace posible resistir mucha más presión. Y recarga el oxígeno durante un tiempo. Te proporciona más margen para bajar allá abajo.

Seis mil metros. Eso significaba bajar directamente más de cinco kilómetros. Era un largo camino incluso en tierra firme. En el agua, presurizando todo el tiempo, tomaría su tiempo. Y no tenían

mucho tiempo.

—El auténtico problema cuando llegas a esa profundidad no es ya el respirar —dijo Monk—. Es la presión sobre las células de tu cerebro. Empuja las sinapsis unas contra otras. Tu cerebro empieza a cortocircuitarse. Sufres alucinaciones, recuerdos, confusión. Espasmos en los músculos. Así que le proporcionaré dos anestésicos. El primero es suave pero rápido. Corta el reflejo de vomitar y el pánico cuando uno empieza a respirar el fluido aquí arriba. El otro es más lento y mucho más fuerte. Empieza a hacer efecto, más y más, cuando uno desciende a la profundidad que necesita. Aquí arriba lo vuelve a uno estúpido y soñoliento. Allá abajo puede, sólo

puede, hacerlo capaz de mantener la mente de una pieza el tiempo suficiente para desarmar la ojiva.

Era el show de Monk. Con su pierna rota, era el único que conocía lo suficiente acerca del Traje de Gran Profundidad, el único que conocía la respiración por fluidos, y el único que podía decirle a Bud cómo desarmar la ojiva. Schoenick sabía todo aquello también, más o menos, pero no podían confiar en él. Seguía aún atado a la silla.

De modo que Bud escuchó, intentó memorizar todo lo que Monk le dijo. Los otros trabajaron rápido pero cuidadosamente, siguiendo las instrucciones de Monk, preparando el Traje de Gran Profundidad. Ya era hora de irse. Pero aún le quedaba un momento, sólo un par de minutos, para ir a la enfermería, ver a Lindsey una última vez, hablar con ella si estaba despierta.

Se sentó en el borde de su cama, sujetando su mano. Eso era todo lo que quería hacer. Pero ella despertó mientras él estaba sentado allí, abrió los ojos, miró a Bud directamente al rostro.

Cuando sus ojos se abrieron, él no pudo impedir que las lágrimas brotaran de nuevo. Ella inspiró profundamente un par de veces. Él sabía lo que debía dolerle aquello, respirar después de que has tenido agua salada en sus pulmones. Sin mencionar cómo él había castigado sus costillas, apretando y apretando de aquel modo.

Ella habló. Un dolorido susurro:

—Los chicos grandes no lloran, ¿recuerdas?

Él acarició su pelo, su mejilla.

—Sí, muchacha.

—Hey, chico duro —Inspiró un par de veces más—. Supongo que funcionó, ¿eh?

—Sí. Sí, por supuesto que funcionó. —Estaba susurrando—. Tú nunca te equivocas, ¿sabes? —Ella le sonrió. La última vez que él le había dicho aquello había sido en medio de una discusión, a plena voz. Le gustaba más así, suave, tierno—. ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien?

Ella intentó hacer una broma de ello, pero su pequeña risa no sonó en absoluto como una risa.

—He estado mejor en otras ocasiones. —Era lo peor por lo que había pasado nunca, aferrarse a él en el agua, sabiendo que iba a morir, respirando el agua, el peor terror que jamás hubiera sentido. Si él no hubiera estado allí con ella… Pero él

había estado allí, la había sostenido, la había traído a casa—. La próxima vez es tu turno, ¿de acuerdo? —dijo.

Él tardó en contestar. No lo hizo como si fuera un chiste.

—Sí, de acuerdo, te has ganado ese derecho.

Ella le dijo lo que se sentía al morir. Cómo podía verles mientras permanecía tendida allí, cómo parecía como si se estuvieran alzando, haciéndose más y más pequeños, lejanos, a medida que ella se encogía en la muerte. Y luego estaba mirándoles desde arriba, como si ella estuviera fuera, encima, viendo la escena como si le estuviera ocurriendo a alguna otra persona. Y luego Bud le estaba gritando, y ella no deseaba hacer nada en absoluto, pero él la estaba

obligando a hacerlo, le estaba diciendo lo que tenía que hacer e incluso así era mucho más fácil derivar, dejarse caer, la volvía tan loca oírle decir que ella ni siquiera lo estaba intentando que lo intentó, volvió. Volvió y se encontró de nuevo dentro de su cuerpo, azotada por el dolor pero ahora incapaz de retirarse de nuevo, irrevocablemente unida a un cuerpo que deseaba morir.

—Pero no tanto como yo deseaba vivir —susurró—. No tanto como tú deseabas que yo viviera.

Entonces él le habló del Traje de Gran Profundidad y de dónde iba a ir con él.

¿Acaso no había terminado todo cuando él la había mantenido con vida? Por supuesto que no. Coffey había desaparecido, pero la ojiva de combate estaba todavía en el fondo del abismo. Podía haber sido destruida o al menos desarmada por la presión…, pero tal vez no. Alguien tenía que ir allá abajo y deshacer la última acción de Coffey. Sin embargo, ella no pudo evitar sentirse amargamente decepcionada. Se había sentido extrañamente completa y contenta desde que despertara, como si algo que desde hacía mucho tiempo había permanecido desconectado dentro de ella estuviera ahora conectado de nuevo, el último circuito completado, de tal modo que fluían en ella corrientes emocionales que nunca antes había experimentado. Y ahora Bud estaba yendo a aguas tan profundas que, aunque sobreviviera, era muy probable que sufriera daños cerebrales devastadores y permanentes.

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