Abyss

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14 – Velas

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Se sintió furiosa y llena de miedo. Si hubiera podido expresar aquellos sentimientos en palabras, hubieran dicho algo como esto: Apenas había hallado algo bueno, algo digno de conservar, le era arrebatado. La primera vez que creía que el destino había sido amable con ella, estaba siendo traicionada.

Lindsey no hubiera debido levantarse todavía de la cama, y mucho menos permanecer de pie allí en la cubierta del pozo lunar. Pero no había forma en que ella le dejara marchar sin estar allí. Sin agarrarse al extremo de la F-O, hablando con él durante todo el camino hacia abajo.

Lindsey observó a Bud ponerse el traje, murmurando para sí mismo las instrucciones de cómo desarmar la ojiva de combate. Recibió las inyecciones, que lo calmaron un poco, lo dejaron un poco envarado. Permaneció sentado allí sosteniendo a Beany en su mano, casi como un amuleto de la buena suerte…, después de todo, Beany había hecho aquello mismo y había sobrevivido. La rata se estiró y olisqueó la nariz de Bud. Luego Monk le entregó la mascarilla de oxígeno para ayudarle a hiperventilar. Alzó a Beany, Hippy tomó la rata. Bud inspiró profundamente en la mascarilla. Lindsey se arrodilló delante de él.

—Bud, no tienes que hacer esto. Él habló a través de la mascarilla.

—Alguien tiene que hacerlo.

—Bien, pero no tienes que ser tú.

—¿Quién, entonces?

Ella conocía la respuesta. Monk tenía la pierna rota. Schoenick era tan poco de confianza que no se atrevían a desatarlo. Ella misma estaba demasiado débil de la prueba por la que acababa de pasar. ¿Con quién más del equipo podía contarse para mantener la cabeza firme durante todo el viaje hasta abajo y hacer el trabajo allá en el fondo? Quizá pudieran hacerlo. Quizá no. Pero todos sabían que si alguien podía, ése era Bud. Así que le miró fijamente, sin decir nada excepto con los ojos. No quiero que vayas. Puedes morir ahí abajo, y esta vez nadie podrá traerte de vuelta. Puedes bajar allí y hacer el trabajo pero sin embargo no tener suficiente oxígeno en el sistema para volver a subir. Puedo perderte ahí abajo. Quiero que vaya algún otro. Cualquiera menos tú.

Contempló el teclado encajado en la manga izquierda del Traje de Gran Profundidad. Era una locura, tener una conexión F-O y tener aún que teclear. Se volvió a Monk.

—¿Así que oiré, pero no podré hablar?

—El fluido impide que su laringe emita sonidos. Disculpe. —Monk se agachó entre Bud y Lindsey, cogió el casco—. Le resultará un poco extraño. —Era la afirmación más deshonesta que Monk hubiera hecho nunca en su vida, pero sabía que Bud conocía la verdad. Era por la señora Brigman por quien suavizaba la realidad. El fluido respiratorio sabía como el infierno. Sólo deseabas probarlo en ocasiones muy especiales. Como salvar el mundo.

—Ya, está bien. Sólo quiero advertir una cosa: Soy un mecanógrafo de lo más malo. —Estaba probando las teclas, intentando componer palabras. Luego ya no hubo nada más a lo que esperar. Alzó la vista a Monk, a Lindsey, a Monk de nuevo—. El momento de la verdad —dijo—. Vamos.

Alzaron el casco sobre su

cabeza.

—Con cuidado —dijo Lindsey. Como si él le perteneciera. Como si no deseara que sufriese ningún daño. Les fue dando instrucciones mientras lo encajaban. Demonios, ella nunca le había puesto el casco, no tenía experiencia, pero sabía con sólo mirar cómo se suponía que iba exactamente. Encajaba perfectamente con ella que estuviera a cargo de las cosas. Eso era lo que era. La persona siempre a cargo de las cosas.

El casco estaba seguro. Ella se arrodilló frente a él, alzó la vista hacia la mascarilla, hacia su rostro. Abrió los labios para decir algo, pero no llegó a decirlo. Él, sin embargo, lo oyó. Una vez el fluido penetrara en su mascarilla no oiría su voz de nuevo hasta que volviera a subir. Quizá nunca. Se descubrió a sí misma echándose a llorar, luego se dio cuenta de que no podía detenerse. Él secó las lágrimas de sus mejillas con el dorso de su enorme guante. Podía ser gentil incluso con aquellas enormes manos blancas de cartón.

Él apartó la vista de ella, hacia Monk, y habló…, con voz fuerte, de modo que pudiera ser oído a través de la mascarilla.

—De acuerdo, vamos a bailar el rock and roll.

Monk trasteó en la parte frontal del traje, abrió la línea.

—Adelante —dijo. Alguien abrió otra válvula en la parte de atrás del traje. El fluido empezó a rezumar en el casco. Bud se inclinó hacia delante, observándolo mientras se acumulaba en la parte frontal de la mascarilla. Monk estaba canturreándole, como un dentista intentando mantener calmado a un niño mientras éste está contemplando una hipodérmica de novocaína—. Ahora relájese, Bud. Relájese. Relájese.

Pero todo eso era ruido de fondo. Era Lindsey, frente a él, con dos dedos alzados, apuntados hacia sus propios ojos, la que atrajo toda su atención.

—Bud. —La miró—. Simplemente obsérvame. Obsérvame. Obsérvame.

El fluido cubrió su rostro. Monk cambió su cantinela.

—Ahora no contenga la respiración, simplemente inspire. Deje que entre en usted. Deje que entre.

Aún no lo estaba respirando. Oyó a Monk, pero ellos no comprendían. Él había estado ahí antes, en el vientre de la ola, hundiéndose, a kilómetros de todo el mundo, agotado, asustado, sin ninguna fuerza en su cuerpo, y no podía contener más la respiración pero

tenía que contenerla o si no moriría. No puedo hacer esto, no puedo hacer esto. No puedo respirar el fluido, no puedo. Pero sus ojos estaban en Lindsey. Ella estaba allí. Él no estaba solo, fuera, en el océano. No iba a matarle.

Podía inspirar aquello. Sabía que podía, y entonces lo hizo.

Inmediatamente su cuerpo se sacudió, sufrió un espasmo. Cayó hacia atrás. Lo sujetaron, lo pusieron de nuevo en pie.

—Eso es perfectamente normal —dijo Monk. Habló con una voz de mando, para mantener la calma. Lindsey no se lo creía.

—¿Eso es

normal? —Nunca había visto a Bud perder el control de aquella manera, estremeciéndose, sacudiéndose hacia todos lados, presa del pánico. La asustaba ver a Bud fuera de control.

—Sólo sujétenlo, es perfectamente normal, pasará en un segundo. Es perfectamente normal. Todos respiramos líquido durante nueve meses, nuestro cuerpo

recuerda.

Aquello era cierto. Bud se estaba calmando. Exhalando, estaba bien. Su brazo aún se estremecía hacia arriba cuando inhalaba. Daba la impresión de que le sacudía una arcada cuando inspiraba. Lindsey se situó de nuevo frente a él.

—Obsérvame. Obsérvame. Obsérvame.

Lo hizo. Siguió respirando. Con cada inspiración se sentía un poco mejor. Era algo denso, extraño, cuando penetraba en sus pulmones. Pero no era como había sido el agua de mar. No tan frío. No tan duro. Inspirar y espirar, era más lento que el aire, pero funcionaba. Estaba recibiendo el oxígeno.

Lindsey cogió los auriculares F-O que tenía al lado.

—¿Puedes oírme? —preguntó. Alzó dos dedos para indicar que sí.

—Bud, prueba el teclado.

Bud alzó su muñeca izquierda, empezó a pulsar teclas. Con un dedo, por supuesto…, pero, puesto que siempre lo había hecho así, era bastante rápido en ello. Lindsey miró por encima del hombro al monitor donde estaba apareciendo su mensaje.

PARECE EXTRAÑO DEBERÍAS

PROBARLO

Ella le miró, sonrió ligeramente.

—Ya lo he hecho.

Él le devolvió la sonrisa a través del tintado fluido. Las luces dentro del casco le daban una enfermiza coloración amarilla.

—Bien, ¿estás preparado? —preguntó Lindsey. Él asintió.

—Entonces vamos —dijo Monk.

Le ayudaron a subir. El traje era pesado. Lioso y Barbo le ayudaron a entrar de espaldas en el pozo lunar. Hippy se metió en el agua con él, acercó su rostro a la mascarilla y gritó para que Bud pudiera oírle a través del fluido.

—¡He preparado al Pequeño Tonto del mismo modo que el Gran Tonto! ¡Debería conducirte directamente allí! ¡Todo lo que tienes que hacer es agarrarte a él!

Bud asintió. Lo había entendido. Lo sabía.

Hippy aferró su mano. Bud miró a Lioso, que le sonrió. Ánimo. Buena suerte.

Y la mano de Lindsey, tendida hacia él. La retuvo por unos instantes, y aunque su grueso guante hacía imposible sentir más que una suave presión, notó una especie de calor ascender por todo su interior desde aquel contacto. Más que nunca antes en su vida, no deseaba irse, no deseaba decir adiós.

Pero tenía que hacerlo. Bud miró a los otros reunidos en torno al borde del pozo y alzó la mano. Adiós a todos ellos. Luego se agarró al lomo del Pequeño Tonto, lo puso en marcha, dejó que el VOCR lo arrastrara hacia abajo por el pozo.

Mientras tiraba de él hacia abajo y el agua se cerraba sobre su cabeza, vio a sus amigos convertirse en figuras borrosas, hacerse pequeños a medida que se alejaba de ellos. Recordó a Lindsey describiéndole qué sintió cuando estaba muriendo…, cómo los había visto encima de ella, haciéndose cada vez más pequeños a medida que ella caía de espaldas hacia la muerte. ¿Es hacia allí hacia donde estoy cayendo ahora? No. Tengo un trabajo que hacer antes de que pueda morir.

Alcanzó el fondo marino, absorbió el impacto flexionando las piernas, y luego echó a andar hacia el borde del risco, dejando que el Pequeño Tonto tirara de él, ayudándole en su marcha. Era una marcha lenta. Alcanzó el borde, se detuvo, miró hacia atrás. Pudo verlos entrar en la sala de control. Lindsey estaba sentada junto a la ventana. Alzó la mano. La agitó. Luego se volvió y dio el último paso más allá del borde del abismo.

El Pequeño Tonto no tenía tanta potencia como su hermano mayor, pero tiraba de él directamente hacia abajo, y la gravedad ayudaba. Estaba pasando a lo largo del borde del risco más aprisa de lo que nunca se había movido bajo el agua, al menos en un traje, fuera. Permaneció cerca de la pared del risco a fin de no perder el camino, pero no tan cerca que pudiera correr el peligro de una colisión. El Pequeño Tonto conocía el camino. Simplemente agárrate a él. Las luces de la

Deepcore habían desaparecido. No había ninguna luz a su alrededor excepto las del Pequeño Tonto, la luz de su teclado, la luz dentro de su mascarilla, la luz de inmersión que llevaba en la mano. Ninguna de ellas alcanzaban hasta muy lejos. Ninguna de ellas mostraba demasiado. Nunca se había sentido tan solo en su vida.

Tecleó:

NO PUEDO VEROS

La voz de Lindsey le llegó inmediatamente:

—Estamos aquí contigo, Bud. —Su voz se hizo más débil. Se había apartado del micrófono—. ¿Cuál es su profundidad? —Luego volvió a sonar fuerte…, alguien le había respondido. Debía ser Hippy, monitorizando la información que le llegaba por la F-O desde el Pequeño Tonto—. Tu profundidad es de novecientos sesenta metros —dijo Lindsey—. Todo va perfectamente.

De pronto la luz se reflejó sobre algo brillante, metálico. Los restos de la grúa del

Explorer. Por supuesto…, aún estaba colgando allí, como un yo-yo de cuarenta toneladas al extremo del umbilical.

UNA BUENA OFERTA VENDO GRÚA LIGERAMENTE USADA

Allá en la

Deepcore rieron. Era bueno saber que Bud se sentía con ánimos de hacer bromas. El medidor de profundidad seguía avanzando.

—Mil cuatrocientos metros —dijo Hippy. Estaba controlando por él.

—Mil cuatrocientos metros —hizo eco Monk—. Es oficial. Lindsey habló junto al micro:

—Bud, según Monk aquí al lado, acabas de establecer un récord de inmersión con traje autónomo. Apuesto a que no pensabas que ibas a hacer esto cuando te levantaste esta mañana, ¿eh?

LLAMAD AL GUINESS

Hippy leyó el profundímetro:

—Mil seiscientos metros, y seguimos sonriendo.

El risco pasaba velozmente por su lado. Bud apenas tenía ya la sensación de que estaba cayendo. Era la pared del risco la que se estaba moviendo, no él. Él permanecía completamente inmóvil, allá en el centro del mundo, y era todo lo demás lo que giraba a su alrededor.

El siguiente umbral fueron los dos mil quinientos metros. Monk sabía que era el momento.

—Pregúntele acerca de los efectos de la presión, Lindsey. Temblores, problemas visuales, euforia.

Lindsey habló por el micrófono:

—El subteniente Monk desea saber cómo te sientes.

FRÍO

—Gallina —respondió ella burlonamente.

ME TTIEMBLAN LAS MANNOS

Monk cubrió el micrófono.

—Está empezando. Primero afecta al sistema nervioso.

—Sigue hablando, Lindsey —dijo Una Noche—. Deja simplemente que oiga tu voz.

—¿Cuál es su profundidad? —preguntó Lindsey.

—Dos mil setecientos metros.

—De acuerdo. Bud, tu profundidad es ahora dos mil setecientos metros —dijo Lindsey en el micrófono.

Una Noche la miró con impaciencia, cubrió el micrófono.

—No,

háblale. —¿Acaso aquella mujer no sabía nada? ¿No se había casado con él? ¿No sabía cómo

hablarle?

Lindsey captó la idea. Pero bruscamente se sintió azarada. Tenía una audiencia a su alrededor. Aquélla no era una conversación privada. Infiernos, ni siquiera hablaba fácilmente con él cuando estaban solos. Así que hizo lo que

podía hacer. Bromeó.

—De acuerdo, Bud, esto, vas a ser examinado en deletreo de palabras así como en sintaxis de las frases, así que concéntrate, ¿de acuerdo?

Sólo que no era una broma. Nadie estaba riendo, y menos aún ella. Lindsey tenía que mantener la atención de Bud, hacer que su mente permaneciera ocupada. Era la única que podía hacerlo, pero sólo podía hacerlo si hablaba de algo que a él le importara. Aunque eso significara poner al descubierto cosas delante de los demás. Aunque eso significara abrirse para un completo examen de su alma.

—Bud, hay algunas…, hay algunas cosas que necesito decir. Resulta difícil para mí, ya

sabes. No es fácil ser una mujer de hierro forjado. Se necesita disciplina y años de entrenamiento. Mucha gente no lo aprecia. —Seguía siendo una broma, pero también era cierto. Y decir la verdad sobre sí misma, admitir sus debilidades, aunque hiciera que sonaran como una broma…, eso rompió algo dentro de ella, retorció algo que había estado bloqueando un paso. La emoción creció en su interior. No tenía ninguna práctica en enfrentarse a aquello. Ni siquiera sabía el nombre de lo que estaba sintiendo. Simplemente salió de ella como un llanto, de modo que su voz se vio distorsionada por ella.

Pero siguió, porque ya no estaba pensando en la gente a su alrededor en la sala de control. Estaba pensando en el hombre en el otro extremo de la línea F-O, el hombre que respiraba fluido allá abajo, más profundo de lo que nadie había llegado antes, el hombre que necesitaba más que ninguna otra cosa oír las palabras que ella estaba diciendo.

—Bud, no fue tan malo, lo

. ¿Recuerdas aquel viaje en moto? ¿Recorriendo todo Oregon con la Honda? —Rió un poco—. Necesité una semana para desenredarme el pelo, pero nunca fui más feliz. Fue lo más…

libre que me haya sentido nunca. —Dios, él le había suplicado que le dijera aquello tantas veces. ¿Por qué había tenido que aguardar a hacerlo hasta que él estaba al otro lado de un invisible hilo?—. Jesús, lamento no poder decirte todas estas cosas directamente a la cara. Es una lástima. Tener que aguardar hasta que tú estás en medio de la oscuridad, helándote, y hay tres mil metros de agua entre nosotros. Lo siento. Lo siento, estoy divagando.

TÚ SSIEMPRE HAS HBLADO DDEMASIADO

Ella asintió. Aquello era cierto. Pero también era una broma. Podía oír su voz diciéndolo. Tiernamente, suavemente. Su forma de decir: Todo va bien. Sé todo esto. Pero me alegra oírtelo decir.

—Llegando a los grandes tres mil —dijo Hippy.

—El fondo todavía está a dos kilómetros y medio más abajo —dijo Una Noche.

Su luz de inmersión implosionó. Aquello le sobresaltó, pero por lo demás todo iba bien. Aún tenía el foco del Pequeño Tonto.

—Tres mil seiscientos metros —dijo Hippy—. Jesús, no creo que lo esté haciendo. —Sonaba excitado. Como si estuviera observando a Evel Knievel. Como si fuera un especialista realizando un truco cinematográfico.

Era más de lo que Lindsey podía soportar. Tapó el micrófono.

—Por favor —dijo—. Cállate, ¿qué te pasa? —Luego se volvió de nuevo—. Bud, ¿cómo van las cosas? Ninguna respuesta.

—¿Bud?

SLO; NO PODO TLCRAAAR

—Lo está perdiendo —dijo Monk—. Háblele. Manténgalo con nosotros.

—Bud, es la presión. De acuerdo, tienes que escuchar mi voz. Tienes que

intentarlo…, concéntrate, ¿de acuerdo? Simplemente escucha mi voz.

TE ESTÁS YNDDO

—La señal se debilita —dijo Una Noche.

—No. No, Bud. No me estoy yendo. Estoy aquí.

—Desconectad todo lo que no necesitemos —dijo Hippy—. Barbo,

apaga esas luces exteriores. ¡Vamos, rápido! ¡Aprisa, aprisa! —Sonaba como Bud. Así era la forma como Bud daba órdenes. Todo el mundo comprendía…, alguien tenía que hacer el trabajo. Alguien tenía que ser Bud aquí arriba, si querían seguir manteniendo el contacto con Bud allá abajo. Las luces se apagaron, dentro y fuera de la

Deepcore. Se veían unos a otros sólo gracias a la luz de los monitores digitales.

—Pásalo a través del procesador digital —dijo Una Noche—, fríelo tanto como puedas.

—Estoy aquí contigo, Bud. Bud, soy Lindsey. Por favor. Estoy aquí mismo contigo. —Era más un test que un mensaje. Bud tenía que oírla. Tenía que oír su voz.

—Cinco mil metros —dijo Hippy.

—Dios Santísimo —exclamó Barbo—. Esto es una locura. —Cinco kilómetros de profundidad. Bud estaba bajando a una profundidad a la que probablemente sería aplastado hasta morir, sólo para salvar a algunos INTs con los que ni siquiera podían hablar. Por todo lo que sabían, los INTs vivían a ochenta kilómetros de distancia. ¿Iba a morir Bud por eso?

Lindsey lo estaba perdiendo…, todos podían verlo.

—No recibo nada —dijo, pero su voz era fina y débil, como la de una niña a punto de llorar. Nadie la había visto nunca así. Lindsey nunca había actuado de aquel modo. Estaba impresionándoles, verla de aquella forma tan malditamente humana.

Bud se estremecía violentamente, como atacado de perlesía. Sus ojos no dejaban de girar en sus órbitas, le costaba mantenerse consciente. Intentó teclear un mensaje pero no pudo. No dejaba de ver chispas, destellos de visiones. Minialucinaciones. Sabía por qué, sabía que eran las sinapsis de su cerebro fallando mientras las células de su cuerpo se distorsionaban, distendidas por la presión. Pero saber por qué no significaba que pudiera

detenerlo.

Sintió una enorme sacudida en su brazo, un

pop ensordecedor, al tiempo que una brusca ola de choque lo sacudía; las luces se apagaron; la pared del cañón desapareció. Necesitó un momento para imaginar lo que había ocurrido. La presión había hecho implosionar el casco del Pequeño Tonto.

Arriba, en la

Deepcore, comprendieron de inmediato. Toda la información que llegaba al monitor de Hippy quedó muerta.

—¡No, no, no! —dijo éste, golpeando la máquina, haciendo girar diales—. ¡Oh, vamos, despierta!

—El Pequeño Tonto acaba de ceder a la presión —dijo Una Noche.

Estaba todo oscuro. Absolutamente oscuro. Bud no podía ver el risco, todo lo que podía ver era el débil resplandor del teclado en su muñeca. La pared del cañón era irregular. Podía golpear contra algo. Estaba yendo demasiado aprisa. Tenía que ver.

Una bengala de magnesio. Tenía una en algún lugar. Aquí. ¿Cómo se enciende? Ah, así…

Le cegó, surgir de aquel modo de la oscuridad. Ahí estaba la pared, pero no podía verla muy bien. Demasiado brillante. Se soltó del Pequeño Tonto…, el VOCR era inútil ahora. Estaba en caída libre como un paracaidista antes de abrir el paracaídas, medio ciego, descontrolado.

Su pie golpeó un saliente. Rebotó de la pared, dio una voltereta hacia abajo, golpeó de nuevo y rodó a lo largo del risco. El Pequeño Tonto rodaba con él, muerto pero ahora peligroso. Pero no podía controlarse, no podía tender una mano y sujetarlo, no podía decir cuál lado era arriba y cuál abajo, debía estar cayendo pero, mientras rodaba una y otra vez, los destellos de roca se alternaban con falsas visiones, luces, voces en su cabeza, ni siquiera podía decir en qué dirección estaba yendo. Se aferró a la bengala e intentó controlarse, intentó recordar dónde estaba y qué estaba haciendo allí.

—Todavía puede conseguirlo —dijo Monk. De todos modos, el Pequeño Tonto no hacía otra cosa más que llevarle directamente hacia abajo. Si permanecía alerta, Brigman todavía podía descubrir al Gran Tonto y la ojiva de combate. Pero sólo si permanecía alerta. Y eso era cosa de Lindsey, si querían conservar aún alguna esperanza. La miró, hizo un gesto hacia el micrófono.

Ella comprendió. Ella también se daba cuenta de que no necesitaba tener a Monk animándola, que debía

saber cuándo hablar,

saber cuándo llenar los oídos de Bud con su voz. Pero no sabía cómo o cuándo hacerlo. Nunca lo había intentado; todo el trabajo de su vida había sido evitar esta intimidad pública. Así que

necesitaba que Monk la animara, y se sentía agradecida por ello, y le alegraba que él fuera lo bastante gentil como para no mostrar que la despreciaba por no saber cómo hacerlo por sí misma. Ella siempre había intentado saber cómo hacer todas las cosas por sí misma.

—Sé lo solo que te sientes. Solo en medio de toda esa fría oscuridad. Pero yo estoy aquí en la oscuridad contigo, Bud. No estás solo.

Bud oyó una voz brotar claramente de entre todas las demás. Una voz que no sonaba como un recuerdo de una época en la que tenía doce o veinte o nueve años de edad. La voz de Lindsey.

—¿Recuerdas aquella vez?, no, estabas bastante borracho, es probable que no la recuerdes. Pero se apagaron las luces de aquel pequeño apartamento que teníamos en Orange Street, y nos quedamos contemplando una pequeña vela, y yo dije algo realmente estúpido como que aquella vela era yo, como todos nosotros ahí fuera solos en la oscuridad de esta vida.

Bud vio una vela danzar en el viento del aliento de ella. Vio sus furiosos ojos detrás de ella, desafiándole a negarlo, desafiándole a no hacerlo.

La voz siguió:

—Y tú simplemente encendiste otra vela y la pusiste al lado de la mía, y dijiste: No. Mira, ésa soy yo, ésa soy yo. Y nos quedamos contemplando las dos velas, y entonces…, bueno, si recuerdas algo de eso, estoy seguro que recordarás lo que ocurrió a continuación. —Pero en lo que ella estaba pensando no era en hacer el amor. Estaba pensando en los papeles del divorcio. Estaba pensando en cómo había hecho un cuidadoso e intelectual cálculo de sus relaciones, cómo había llegado a la conclusión de que no eran buenas para ninguno de los dos. ¿Qué importaba cuando era siempre confortable o fácil o agradable o divertido? Sólo el hecho de que se tenían el uno al otro,

eso era bueno, eso era tan precioso y raro, y sin embargo ella había decidido terminarlo, romperlo definitivamente. Intentó recordar por qué. Porque ella no lo necesitaba a él, por eso. Se bastaba completamente a sí misma, era completa en sí misma. Sólo que eso era una mentira, era una mentira desde el principio y ella lo sabía, había rellenado aquellos papeles porque tenía tanto miedo de necesitarlo a él, porque no creía, realmente no creía, que él fuera a estar siempre allí. Tenía miedo de que algún día ella lo buscara y él hubiera desaparecido. Sólo que ella sabía

ahora, y hubiera debido saberlo antes, que Virgil Brigman no se estaba echando atrás, no estaba cambiando de opinión. Cuando dijo: Esa vela soy yo, quería decir para siempre. Él no era el padre de ella; ella no era la madre de él. No tenía que ser así, dos personas vacías viviendo juntas en una casa vacía. Podía permitirse pertenecer a él porque él ya se había entregado, completamente, para siempre, a ella. No iba a abandonarle. No habría divorcio. Si él volvía de esto, sería para siempre. Ella había madurado lo suficiente, al fin, durante aquellas horas al borde de la muerte.

—Bud —dijo—, hay

dos velas en la oscuridad. Estoy contigo. Siempre estaré contigo, Bud, te lo prometo.

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