Abyss

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3 – Coffey

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Los SEALs nunca hacían públicos sus éxitos, jamás ofrecían funerales públicos por los que habían muerto en el cumplimiento del deber. Su trabajo era hecho siempre por manos invisibles. Eso era demasiado para muchos de ellos. Tenían hambre de reconocimiento. Pero no así el equipo de Coffey. Si obtenían su aprobación, eso valía más que todas las medallas. Y en cuanto a Coffey, había arreglado aquella cuestión hacía mucho tiempo. No trabajaba para la gloria. Trabajaba por Norteamérica. La Marina le había dicho lo que Norteamérica necesitaba, y él y su equipo lo hacían. Para eso vivía. Jamás escribió a su madre hasta que un oficial le dijo que podía hacerlo, y entonces nunca dejó pasar una semana sin hacerlo. Siempre tenía una reserva de unas treinta cartas para ella preescritas y cerradas en sobres, a fin de que cuando se hallara en alguna misión un SEAL de algún otro equipo pudiera enviarlas por correo por él cada viernes, como un reloj. Nunca llegó a darse cuenta de que ya no la amaba.

Con su equipo, Coffey no tenía secretos. Les contó las dos historias que he relatado aquí, acerca de la vez que Darrel Woodward le quitó los pantalones, y acerca de romperle la

cabeza con un ladrillo de cemento. Ambas historias, sin embargo, tenían una finalidad determinada. Contó la primera historia cuando llevó a un grupo de cuatro hombres con él a Beirut, en una misión donde había bastantes posibilidades de ser capturados. La finalidad de su historia era que puedes resistir cualquier cantidad de tortura.

—El dolor no es nada. Lo que te vence es la humillación, la sensación de impotencia. Pero no pueden humillaros, no pueden romper vuestra voluntad, si a vosotros no os importa. Si os cortan los testículos, ¿qué? La única razón de que tengáis esos testículos es para servir a vuestro país, y ése es el momento en que vuestro país los necesita.

Quizá les suene curioso a ustedes, en sus seguras y pacíficas vidas. Pero para hombres como Coffey y sus SEALs no era ninguna broma. Ellos arreglaban las cosas, en cuerpo y alma, una y otra vez, de modo que ustedes pudieran sentarse en casa y ver la televisión y maldecir acerca de lo mucho que tenían que pagar de impuestos.

Y esa otra historia, la relativa a golpear a Darrel en la

cabeza, la contó después de que corriera la noticia de que un ex SEAL que regentaba un bar en Florida había empezado a alardear de algunas de las cosas que solía hacer antes, y que algo de ello había llegado a los periódicos. El teniente Coffey no tuvo necesidad de explicar la finalidad de la historia. Todos comprendieron. Parte de vuestro trabajo, les estaba diciendo, es mantener la boca cerrada. Parte de vuestro trabajo es no conseguir

jamás la gloria por lo que estáis haciendo. Todos los periódicos hablarán acerca de cómo los Marines desembarcaron en alguna pequeña y estúpida isla caribeña…, pero nunca dirán una palabra acerca del equipo de SEALs que fueron allá primero y destruyeron las instalaciones de radar exactamente a las cuatro de la madrugada, justo antes de que los primeros barcos norteamericanos aparecieran por el horizonte. Y eso está bien. Eso es lo que hacen los SEALs. Los marines chillan y dicen nosotros siempre los primeros y todo eso. Los SEALs mantienen la boca cerrada y hacen el trabajo.

Era el trabajo para el que había nacido Coffey. Y hacía que todo su equipo sintiera como si ellos también hubieran nacido para él. Eran absolutamente leales los unos a los otros, absolutamente obedientes a sus órdenes, el equipo absolutamente perfecto.

Excepto uno. Resulta curioso, pero ni él mismo lo sabía. El que más quería a Coffey no era realmente uno del equipo, no en el fondo, y él nunca llegó a sospecharlo.

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