Abyss

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5 – Activos civiles

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El pozo lunar parecía como una piscina en un gimnasio cubierto. La diferencia estaba en que, allí dentro, no era la gravedad la que mantenía el agua en la piscina. Era la presión del aire. Como cuando empujas un vaso boca abajo dentro del agua. Todavía hay aire en el vaso, así que el agua queda abajo. Pero si el sello de aire llegara a romperse alguna vez, el agua del pozo lunar entraría en erupción y llenaría toda la

Deepcore, si pudiera. Ésta era sólo una de las pequeñas cosas que podían matarles si algo iba mal.

Finler estaba tan nervioso como un gato y, como a menudo cuando podía encontrar a alguien que le escuchara, estaba haciendo preguntas que nadie podía contestar.

—¿Cuál es el problema, amigo? ¿Por qué hemos subido?

Barbo se quitó el collarín de caucho, tirando de él más allá de su barba empapada de sudor. Cada vez que lo hacía le dolía. Uno tiene que ser una especie de masoquista para llevar barba siendo buceador. Pero, puesto que Barbo la llevaba, Finler la llevaba también.

—Simplemente seguimos el procedimiento normal, ¿no? —dijo Barbo—. Date de palos hasta que alguien nos diga lo que está pasando.

Eso era lo que necesitaban para romper la tensión…, alguien hablando crudamente.

—Hey, Barbo —dijo Lioso, en cubierta a unos cuantos pasos de distancia—. Te vendo mi

Penthouse de octubre, con todas las cartas, por veinte pavos, ¿qué dices?

Por aquel entonces Una Noche estaba saliendo del Fondoplano. Completamente seca, de modo que era la única que no temblaba de frío. Lioso le arrojó una cuerda.

—Ahórrate el dinero —dijo Una Noche a Barbo—. A estas alturas las páginas ya deben de estar todas pegadas.

Bud entró en el momento en que Lioso ayudaba a Barbo a acabar de salir del agua. Todo el mundo miró a Bud. Él tenía las respuestas, y sabían que les diría todo lo que pudiera.

—Hey, Bud, ¿qué es lo que pasa, eh? —preguntó Lioso. Bud agitó la cabeza.

—Muchachos, escuchad. Acaban de decirme que cerremos el agujero y que nos preparemos para mover la plataforma. Mover la plataforma.

—Mieeeerda —dijo Chico. Todos sabían que mover la plataforma significaba el final. El proyecto había sido interrumpido. La Benthic había perdido los nervios, y estaba saliéndose del asunto del experimento submarino. En algún lugar, los mierdas de pollo de los contables habían decidido que los costes no resultaban rentables. Todo había terminado.

O quizá no. Bud sabía lo que todos estaban suponiendo…, que su proyecto era una víctima de la política de la compañía o la línea de fondo de la pura estupidez o algo así…, de modo que borró la idea tan pronto como pudo.

—Hemos recibido una invitación para cooperar en un asunto de seguridad nacional. Ahora ya sabéis tanto como yo. Así que recoged las cosas y preparaos. Tenemos una reunión dentro de diez minutos.

Hubo algunos gruñidos. Bud dio un par de palmadas. Como un entrenador animando a su equipo.

—Moveos —dijo. Lo que todos oyeron fue: A mí tampoco me gusta, pero tenemos que hacerlo, y qué demonios, probablemente tampoco será tan malo.

De alguna forma, todo el equipo cupo en el módulo de mando para la reunión. El aire estaba cargado y lleno de sudor, pero nadie deseaba oír la noticia de segunda mano. Había un tipo de la Marina en el monitor del

Benthic Explorer…, el comodoro DeMarco, se presentó. Kirkhill era visible al fondo. Si hubiera hablado

él, Bud no se lo hubiera creído ni por un segundo. Los tipos con corbata te dicen lo que creen que va a conseguir que hagas lo que ellos quieren. En cambio, Bud sabía —¿acaso su padre no había sido marine?— que los tipos de uniforme dejarán de decirte cosas por razones de seguridad nacional, pero en general te dirán todo lo que crean que necesitas saber para hacer un buen trabajo. La diferencia residía en la confianza. Los tipos de las compañías esperaban que todo el mundo usara lo que sabía para apuñalar por la espalda a todos los demás a fin de poder seguir trepando. No podían decir a nadie la verdad porque no podían confiar que nadie no usara esa verdad contra ellos. Mientras que los tipos militares esperaban que obedecieras órdenes, punto, así que era correcto decirte la verdad. Muchos civiles no comprendían eso. Bud sí.

—A las 09:22 de esta mañana, hora local —estaba diciendo DeMarco—, un submarino nuclear norteamericano, el

USS Montana, con ciento cincuenta y seis hombres a bordo, se hundió a treinta y cinco kilómetros de aquí.

—Maldita sea —dijo Bud. Los civiles podían oír que un par de cientos de militares habían desaparecido, probablemente muertos, y pensar: Bien, para eso están, para morir por su país. Pero los militares, y sus familias, siempre tenían la sensación de que quienes habían muerto eran parte de su propia familia. Porque podría haber sido así. Bud lo sabía. Uno de esos números que todo el mundo leía en las noticias de la televisión durante Vietnam, una de esas «cuarenta y dos bajas», o incluso quizá «pequeñas pérdidas», había sido su padre. Fue por eso por lo que DeMarco hizo una pausa, por lo que Bud maldijo. Hubo un momento de silencio. Era todo el pesar que tenían tiempo de expresar en aquel momento.

—No ha habido contacto con el submarino desde entonces. La causa del incidente es desconocida. Su compañía ha autorizado a la Marina a utilizar esta instalación para una operación de rescate. El nombre clave de la misma es Operación Salvamento.

Era una conexión en ambos sentidos, y Una Noche tenía una pregunta.

—¿Desean que busquemos el submarino?

—No. Sabemos dónde está. Pero se halla bajo seiscientos metros de agua, y nosotros no podemos alcanzarlo. Necesitamos buceadores que entren en el submarino y busquen a los supervivientes, si los hay.

Aquella era la parte que a Bud no le gustaba. Su gente estaba entrenada para trabajar con la

Deepcore. Con un equipo de perforación que conocían, un material que estaba en sus lugares correctos. Dentro de un submarino siniestrado, era probable que no encontraran nada. Bud tuvo la visión de una imagen: un retorcido pecio colgando en una situación precaria o enredado en algo. Vio a uno de sus propios hombres muriendo allí.

—¿Acaso no tienen ustedes sus propios equipos para ese tipo de trabajos? —preguntó.

DeMarco sabía que era una pregunta justa, y dio una respuesta justa.

—Cuando consigamos traer hasta aquí a nuestros sumergibles de rescate, el frente de la tormenta estará ya sobre nosotros. Pero ustedes pueden trasladar su plataforma por debajo de la tormenta y estar allí en quince horas. Eso hace que su opción sea la mejor en la que podemos pensar en estos momentos.

Bud sabía la urgencia que sentía la Marina…, eran sus hombres los que estaban en aquel submarino, y si aún quedaban algunos de ellos con vida, tenían que sacarlos. Tenían que hacer

cualquier cosa para sacarlos, si podían, porque eso es lo que esperarían que la Marina hiciera

por ellos, si se veían en problemas.

El equipo de Bud no sentía necesariamente del mismo modo.

—¿Por qué deberíamos arriesgar nuestros pellejos por algo como esto? —preguntó Hippy.

DeMarco no tenía ninguna respuesta. Pobre tipo, pensó Bud. Aún no ha aprendido que a los civiles no les importa una mierda la vida de los militares. Sí, señor comodoro, éste es el tipo por el que se supone que está dispuesto a morir usted, si entramos en guerra. Le hace sentirse orgulloso, ¿verdad? Por un momento, Bud se sintió avergonzado de formar parte de su equipo, aunque sabía que no estaba siendo justo, que se

suponía que los civiles consideraban a los militares como vidas fungibles.

El silencio no duró mucho tiempo, sin embargo. Este tipo de pregunta parecía ir dirigida directamente a Kirkhill…, era algo que un tipo con corbata podía comprender. Hippy estaba hablando su idioma. Kirkhill adelantó su rostro hacia la pantalla.

—He sido autorizado a ofrecerle una bonificación especial equivalente a tres veces la paga normal de buceo.

Hubo silbidos y gritos apreciativos.

—Sí, señor —dijo Finley, apuntando hacia la pantalla con un dedo—. ¡Sí, señor!

Barbo agarró a Beany del hombro de Hippy.

—Demonios —dijo—, por el triple de paga soy capaz de comerme a Beany.

—¡No! —chilló Hippy. Barbo volvió a depositar el ratón en su sitio, sin mirarlo.

Finler estaba estudiando el espíritu del asunto. ¿Hasta qué punto estaba ansioso por una triple paga?

—Estoy aquí para decírselo. Pueden confiar en mi palabra.

Aquello irritó realmente a Bud: Kirkhill intentando sobornar de aquel modo a la tripulación. Triple paga: la paga de un hombre muerto. Bud lo sabía. No deseaba tomar parte en aquello. Fue al comodoro DeMarco a quien se dirigió, de todos modos. Sabía que era mejor que intentar meter algo de sentido común en la cabeza de un hombre con corbata.

—Mire, no me importa qué clase de trato hayan hecho ustedes con la compañía, pero mi gente no está cualificada para esto. Son trabajadores petrolíferos.

Eso era lenguaje militar, una forma de pensar militar; Bud la había aprendido de su padre. Nunca pongas a tus hombres en una situación más allá de su entrenamiento. Y si un oficial te ordena hacerlo, infórmale de las limitaciones.

DeMarco comprendió de inmediato.

—Aquí está el teniente Coffey. Su equipo SEAL será transferido ahí abajo para supervisar la operación.

Aquello era una ayuda. Tenían a alguien allí que sabía cómo hacer el trabajo. Pero eso representaba otro peligro. Bud no había conocido a ningún SEAL, pero supuso que eran comandos tipo Rambo. Boinas Verdes con aletas.

—Pueden enviar aquí abajo a quien quieran, pero yo soy el que controla esta plataforma, y, en lo que se refiere a la seguridad de mi gente, primero soy yo, y luego es Dios. ¿Comprende? Si las cosas se ponen difíciles, yo soy el que tira del tapón.

DeMarco asintió brevemente. Todo de acuerdo con las ordenanzas: tú rescatas a tus hombres si puedes hacerlo sin pérdidas inaceptables.

Kirkhill, sin embargo, se sentía obviamente azarado ante el hecho de que aquel simple encargado estuviera hablando directamente con la Marina. Bud sonaba tan…,

tan poco cooperativo. Calma las cosas, haz que todo el mundo se sienta bien, ése era el trabajo de Kirkhill, ¿no?

—Creo que todos estamos dentro de la misma longitud de onda, Brigman —dijo—. Así que relájese. Ahora desacoplemos la entrada del pozo, ¿de acuerdo?

En silencio, Bud respondió: Métete la cabeza en el culo, ¿de acuerdo? Pero no dijo nada en voz alta. No valía la pena. Él y DeMarco se comprendían mutuamente, y eso era todo lo que importaba. Él conservaba la autoridad de mantener a su equipo a salvo, y no podía pedir más.

Bud se dirigió hacia la salida de la habitación. Nadie más se movió.

—Vamos a trabajar, muchachos —dijo.

Comprendieron. La reunión había terminado. Bud permaneció al lado de la compuerta mientras los demás salían, en dirección a sus respectivas tareas. Todos sabían lo que estaba en juego. Tenían que desacoplar el pozo de modo que pudieran volver a acoplarlo fácilmente más tarde. Ésa era su única posibilidad de seguir trabajando en el proyecto. Aun así, una vez la

Deepcore estuviera desprendida del pozo, sería demasiado fácil para cualquiera de los que se oponían al proyecto —que incluía a todos los de la compañía que no se hallaban en posición de reclamar la gloria y las medallas si el éxito les acompañaba— utilizar esto como una excusa para cancelarlo todo. Tenían que hacer que resultara lo más fácil y barato posible el volver a dejarlo todo tal como estaba.

Lo único bueno de todo esto, pensó Bud, es que Lindsey no está aquí. Y, cuando se entere, desearé estar en otro continente al menos durante un año. Porque de alguna forma, Dios sabe cómo, encontrará el modo de echarme a mí la culpa de todo.

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