Abyss

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7 – Respirar fluidos

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Así que abrió la puerta y volvió a entrar, se arrodilló al lado de la taza del wáter, metió la mano en los productos químicos, rebuscó hasta que lo encontró. No pensó en enjuagarlo antes, simplemente volvió a metérselo en el dedo anular de la mano izquierda.

Luego miró su mano derecha. Azul hasta la muñeca. Y el color parecía como si se pegara a la piel, no se iba con el agua. No has sido nada brillante, muchacho. Ahora no sólo tengo el anillo en mi mano izquierda para hacerme parecer ridículo, sino que mi mano derecha está teñida de azul.

Permanentemente teñida de azul…, a todos se les había advertido que el líquido químico de eliminación de desechos no se iba tan fácilmente como eso. Probablemente moriría con una mano azul. «¿Qué le pasó al pobre Virgil Brigman?». «Oh, ya conoces al viejo Virgil, no puede mantener las manos fuera de las tazas de los wateres. Allí es donde encontró este anillo de boda, ¿sabes?».

—Oh, mierda —murmuró. Y lo decía en serio.

Llegaron al lugar. Una Noche divisó la empinada pared que conducía al borde de la fosa Caimán justo en el momento en que McBride informaba de que el sonar del

Explorer les había localizado en el punto exacto.

Bud estaba a los controles. Envió a Hippy a despertar a Lindsey mientras hacía que Una Noche dejara caer los cables de remolque, hacía dar un giro a la plataforma, y examinaba el lugar donde iba a posarse para asegurarse de que era en general liso y despejado…, sin salientes rocosos que pudieran desgarrar algún módulo en alguna parte, sin ninguna pendiente que pudiera hacer que se apoyara de forma insegura. Lindsey estaba ya allí cuando estuvo listo para hacer bajar la

Deepcore. Como una nave espacial posándose en un planeta yermo, la plataforma se aposentó en el limo del fondo.

Una Noche trajo de vuelta al Fondoplano debajo de la

Deepcore, luego subió al pozo lunar.

Bud esperaba disponer de algo de tiempo para dormir un poco antes de salir e iniciar el trabajo en el submarino. Estaba equivocado. Los SEALs no tenían intención de entrar en el

Montana en un esfuerzo solitario. Contaban con utilizar todas las facilidades de apoyo de la

Deepcore: los VOCRs, el Fondoplano, los dos Taxis. Y no sólo el material. Coffey tuvo inmediatamente a todos los buceadores entrenados en la bodega de inmersión y les hizo estudiar la configuración del terreno en torno al submarino y los planos del interior de éste, preparándolos para la operación.

Bud se quedó allí de pie, escuchando, fascinado al principio, pero más y más frustrado a medida que pasaba el tiempo. Lo que estaba olvidando Coffey era que la gente que eran bucea-dores entrenados formaban al mismo tiempo el equipo que mantenía en funcionamiento la

Deepcore…, y en consecuencia los que habían estado ininterrumpidamente de servicio desde hacía horas, atendiendo a la

Deepcore mientras el Fondoplano la conducía a través de la oscuridad. La única gente descansada en la

Deepcore eran los perforadores, y no eran utilizables en aquel trabajo. Coffey tendría que esperar.

—Sólo quiero señalar una última vez un par de puntos importantes —dijo Coffey. Extendió ante sí las imágenes compuestas ensambladas por ordenador de la zona donde se hallaba el submarino, con la exacta localización marcada y los contornos señalados con líneas oscuras—. Bien, esto somos nosotros, aquí en el borde mismo de la fosa Caimán. Éste es el

Montana, a trescientos metros de distancia y setenta metros más abajo de nosotros. Creemos que se deslizó pared abajo y ahora está encajado en este saliente.

Mientras tanto, Wilhite iba de un lado para otro entregando a todo el mundo pequeñas bandas de plástico para que se las pusieran. Una Noche miró la suya. No había nada en ellas, así que no eran una identificación.

—¿Esto nos dice cuánta radiación recibimos?

Aquella fue la primera vez que la mayor parte del equipo pensó en el hecho de que se trataba de un submarino

nuclear. Armas nucleares, motor nuclear. Si realmente había chocado, parte de la radiación podía haber escapado.

—Buf —dijo Hippy—. No pienso meterme en ninguna clase de radiación, de ningún modo. Barbo se mostró despectivo.

—Hippy, eres un gallina.

—¿De qué sirve el dinero si seis meses más tarde se te cae la polla a trozos? —Hippy empezó a alejarse.

Coffey creyó poder resolver aquello explicándoselo racionalmente. Eso funcionó con la mayoría…, pero la mayoría no estaban preocupados al respecto. Hippy sí lo estaba, y Bud sabía que Hippy no conectaba con la racionalidad. Sin embargo, no se movió mientras Coffey hacía todo lo posible por explicarse.

—Tomaremos lecturas mientras avanzamos. Si el reactor roto o las ojivas de combate han dejado escapar algún residuo radiactivo, entonces volveremos atrás. Es así de simple.

—¡Oh, estupendo! —dijo Hippy. Intelectualmente lo comprendía, pero ¿qué importaba eso? Seguía teniendo miedo, un miedo a nivel de las gónadas, y no pensaba moverse hasta que hubiera desaparecido. Coffey no sabía cómo conseguirlo. Bud sí.

—De acuerdo, Hippy no irá —anunció Bud—. McWhirter, tú puedes encargarte del Pequeño Tonto. —Bud palmeó la superficie del más pequeño de los dos VOCRs.

Eso lo arregló todo. Bud sabía lo que sentía Hippy respecto al Pequeño Tonto… y a McWhirter. Hippy volvió al grupo, barbotando maldiciones.

—¡Maldita sea! Bud, sabes que McWhirter es incapaz de llevar un VOCR que valga una mierda. —Sólo entonces recordó que McWhirter podía no compartir su opinión—. No pretendo ofenderte —dijo con rapidez.

McWhirter conocía lo bastante bien a Hippy como para no tomarlo en serio. Además, McWhirter estaba sólo marginalmente cualificado con los VOCRs. La única cosa que Hippy quería más que al Gran Tonto y al Pequeño Tonto era a Beany. Hippy volvió a entrar en el programa.

—Está bien, iré —dijo.

Barbo estaba a su lado. Revolvió el pelo de Hippy.

—Eso es un tipo —dijo.

Era un buen momento. Coffey lo mató. Volvió a su voz militar e hizo callar a todo el mundo.

—En la inmersión, ninguno de ustedes hará absolutamente nada sin órdenes directas de mí, y seguirán mis instrucciones sin discutir. ¿Queda esto claro? Muy bien: Quiero que todo el mundo esté preparado para mojarse dentro de quince minutos.

Aquello fue casi la peor cosa que Coffey pudo haber hecho en bien de la moral y la lealtad. Sólo el hecho de que creyera que aquellas palabras eran necesarias era un insulto para el equipo. ¿Cómo creía que habían seguido con vida todos aquellos años juntos si no sabían que uno no debe enredar debajo del agua y obedecer al instante las órdenes de tu jefe? Bud pudo ver cómo aquello les golpeaba… Barbo se enojó, Lioso se mostró desdeñoso, Hippy inclinó la cabeza como si acabaran de darle una bofetada…, todos se mostraron del peor humor concebible.

Lo más estúpido de todo aquello era que en general Coffey no parecía estúpido. Manejaba bien a sus propios hombres. Hubiera debido actuar de otro modo. Bud no podía imaginar por qué lo había hecho así…, seguramente Coffey no era uno de esos tipos militares que tenían que estar pavoneándose todo el tiempo. Quizá le había irritado el que Bud hubiera devuelto a Hippy a las filas. O quizá le preocupaba ver que los buceadores podían ser marginalmente unos chalados como Hippy, que

necesitaban ser pinchados para que hicieran las cosas. Quizá le molestaba el depender de gente que no eran tipos militares disciplinados hasta las últimas consecuencias. Fuera cual fuese la razón, no era muy buena. Le dijo a Bud que los juicios de Coffey estaban equivocados. No le gustaba enviar a su equipo allá fuera bajo las órdenes de un hombre con juicios equivocados.

Sin embargo, iban a hacer el trabajo. Éste no era el momento para que Bud hiciera abiertamente algo que pudiera minar la autoridad de Coffey. Perry tenía a unos cuantos hombres ayudándoles a cargar al Pequeño Tonto y sus cajas de control en el Taxi Tres.

—Vistámonos —dijo Bud. Era su forma de decir: Todo está bien, hagamos el trabajo, a quién le importa lo que él piense.

Pero llevó a Coffey a un aparte, junto a la plataforma de buceo donde el jefe de los SEALs estaba dando los últimos toques a su propia preparación. A Bud no le gustaba aquella inmersión en aquellas circunstancias. El momento era malo, la moral era mala, y el propio Coffey no era demasiado bueno. Si algo iba mal, nadie iba a estar lo suficientemente en forma como para enfrentarse al máximo con ello.

—Mire, son las tres de la madrugada —dijo Bud. Estaba escogiendo cuidadosamente las palabras, asegurándose de que no sonaran amenazadoras, haciendo que parecieran más bien una sugerencia. El tipo de sugerencia que un comandante podía aceptar sin perder credibilidad por ello. El padre de Bud no había tenido ningún mando…, y le había observado muchas veces manejar a oficiales como aquél. Los oficiales listos escuchaban—. Esa gente ha estado trabajando a base de café malo y con sólo cuatro horas de sueño. Quizá crea usted conveniente darles un corto respiro.

Coffey ni siquiera le miró.

—No puedo permitirme ningún respiro.

Pura estupidez militar. ¿Acaso el tipo no tenía sesos?

—Hey, se mete usted en mi plataforma, ni siquiera habla conmigo, empieza a dar órdenes a mi gente. Esto no va a funcionar. —No, eso no sonaba bien. Sonaba como si Bud estuviera dolido porque estaba perdiendo autoridad, y no era

ése el problema. Intentó explicar lo que quería decir realmente—: Usted tiene que saber cómo manejar a esa gente. Tenemos una forma especial de hacer las cosas aquí abajo.

—En estos momentos no estoy

interesado en su forma de hacer las cosas. Simplemente ocúpese de que su equipo esté preparado para la inmersión. —Coffey se alejó, dejando a Bud allí de pie, hirviendo de rabia.

Se tragó su propio hervor. Le costó, pero lo hizo. No serviría de nada discutir ahora. Iban a ir, así que lo mejor que podía hacer Bud era asegurarse de que estaba al máximo de sus capacidades, todo el mundo estaba al máximo de sus capacidades, nada de peleas, todo funcionando suavemente. Regresó a la zona de vestuario y se sentó, empezó a ponerse las botas.

Finler estaba sentado a su lado. Mirándole. ¿Qué era exactamente lo que estaba mirando?

—Bud. ¿Sabes que tienes la mano azul?

Ése era Finler. Siempre intentando ayudar. Probablemente, si tropezara con un doble amputado, le diría: Hey, ¿sabes que no tienes piernas? Bud le miró.

—¿Quieres callar la boca y ponerte el equipo? —Quiso que sonara divertido, pero no sonó divertido, sonó como si lo dijera completamente en serio. Así que añadió—: Por favor. —De este modo Finler sabría que todo iba bien.

Si no estuviera cansado, si no estuviera enojado con Coffey, no le hubiera hablado así a Finler. Al parecer, tratar mal a la gente era algo contagioso.

Monk estaba también un poco preocupado por la forma como Coffey había tratado a los civiles, aunque no por las mismas razones que Bud. Era por el propio Coffey por el que Monk estaba preocupado. No era que Monk tuviera tiempo de pararse a pensar en nada; pero parte de ser un SEAL consistía en la habilidad de hacer diez cosas a la vez, puramente por hábito, a fin de que tu mente pudiera estar enfocada en las cosas más importantes. De modo que, mientras Monk atareaba sus manos drenando el sistema de respiración de fluidos del Traje de Gran Profundidad que había estado comprobando, su mente estaba atareada en pensar en la forma en que Coffey acababa de ofender a todo el equipo de civiles de la

Deepcore.

A lo largo de todo su tiempo en el servicio, Monk había conocido a oficiales que antagonizaban con cualquiera con quien hablasen…, pero Coffey no era uno de ellos. Coffey era un maestro de la MCC. Habían tenido un entrenador que les había enseñado el principio de la MCC, que era que, cuando te hallas en una misión, todo lo que les dices a los civiles es la Mínima Cosa Correcta. Para la mayoría de los SEALs, eso significaba cerrar la boca la mayor parte de las veces, porque resultaba demasiado duro imaginar cuál era la mínima cosa correcta que había que decir en un momento determinado. Pero Coffey siempre parecía saberlo. Hasta ahora. Y aquello preocupaba a Monk. Coffey no

cometía errores como aquél. Quizá fuera la tensión de hallarse en una misión a la que ningún SEAL se había enfrentado antes. Quizá Coffey tuviera alguna razón para mostrarse antagónico con los civiles. O quizá Coffey no estaba completamente bien.

Monk se daba cuenta también de lo que estaba pasando a su alrededor…, un SEAL que no puede mantenerse atento a lo que pasa a su alrededor mientras realiza una tarea termina generalmente volviendo a casa dentro de un saco. Así que sabía que el operador del VOCR, un tipo bajo y nervioso llamado Hippy, estaba caminando por el borde del pozo lunar hacia Monk, como observando a la gente que trabajaba con los sumergibles.

Barbo le llamó:

—¡Hey, Hippy, pásame un par de varillas de cialumen!

Hippy se agachó, las cogió de la caja, se las lanzó a Barbo. Cuando se volvió de nuevo casi chocó con Monk.

—Perdón —dijo Monk.

Lo cual era más de lo que debiera haber dicho, puesto que inmediatamente Hippy lo interpretó como un gesto amistoso, en vez del rechazo ligeramente sarcástico que Monk quería que fuese. Como siempre, Monk se había alejado de la MCC hablando demasiado.

Naturalmente, Hippy observó que Monk estaba trabajando con un equipo extraño que no comprendía. Hippy se aseguraba siempre de comprender cada nueva pieza de equipo que veía.

—¿Qué es todo esto? —preguntó.

Monk no le miró. ¿Podía decírselo? El Traje de Gran Profundidad era alto secreto, pero los sistemas de respiración de fluidos no. Monk pensó en su entrenamiento…, sabía mucho sobre la respiración de fluidos porque había sido su especialidad desde que empezaron a trabajar con el Traje de Gran Profundidad mientras se entrenaban con la Unidad de Buceo Experimental hacía seis meses. Habían estado probando la respiración de fluidos con roedores desde los años sesenta, y había sido en 1973 cuando Johannes Kylstra había conseguido por primera vez que un ser humano respirara líquido: una solución salina hiperbáricamente oxigenada probada sólo en un pulmón, puesto que si un experimento con ambos pulmones fallara, el paciente iba a tener problemas luego en redactar su informe. El líquido a base de fluorocarbono había sido usado por Thomas Shaffer en su sistema regulador, y Peter Bennett había hecho multitud de pruebas con su cámara hiperbárica mediados los ochenta, así que el respirar fluidos era un asunto del conocimiento público. Demonios, el fluido que utilizaban ellos no era más que el grado médico de un producto de la 3M utilizado para detectar fugas en electrónica. Cualquiera podía comprarlo. No tenía nada de particular hablar de él.

—Es un sistema de respiración mediante fluidos. Acabamos de recibirlo. Lo utilizaremos si tenemos que ir realmente profundo.

—¿Cuán profundo? —quiso saber Hippy.

—Profundo.

Hippy no respondía bien a las contestaciones evasivas. Quizás ésa fuera una de las razones por las que su padre lo había pateado fuera de casa cuando tenía quince años.

¿Cuán profundo?

Pero Monk no estaba siendo evasivo por puro gusto. En parte era porque iba en contra de la política militar revelar los límites de cualquier equipo, en parte era porque nadie había descubierto todavía los límites del Traje de Gran Profundidad.

—Es información clasificada.

Así que era eso. Hippy abandonó la pregunta.

Monk comprendió, sin embargo, que Hippy no pretendía ser un problema. Para esos tipos de la

Deepcore, el equipo experimental hiperbárico era un hecho de la vida. Cualquier nueva pieza de equipo tenía que ser comprendida completamente…, todo lo que podía hacer, todas sus limitaciones. En especial un tipo como Hippy, que se entendía mucho mejor con las máquinas que con la gente. Así que Monk siguió adelante y le explicó todo lo que pudo mientras vaciaba el líquido a base de fluorocarbono del depósito del Traje de Gran Profundidad, dejando que fluyera a una caja de plástico transparente. No podía contarle los detalles, pero sí podía decirle lo que estaba en la biblioteca de la Universidad de Duke.

—De todos modos, uno respira líquido, así que no puede ser comprimido. La presión no le afecta tanto.

Barbo estaba por entonces junto a ellos, trabajando en la misma mesa, de modo que oyó eso último. No pudo resistirse a intervenir.

—¿Quiere decir que respira líquido? ¿A través de sus pulmones?

Monk cerró la válvula de drenado.

—Una emulsión de fluorocarbono oxigenado.

—Tonterías —dijo Hippy.

A Monk no le molestó no ser creído. No era un vendedor. El que le creyeran o no, no representaba ninguna diferencia en aquella misión. De todos modos, sería divertido mostrárselo. Eran buceadores, ¿no? Se esforzaban mucho en asegurarse de que nunca tuvieran que respirar nada líquido; pero también sabían que era esa misma dependencia de los gases lo que ponía un límite a la profundidad que podían alcanzar. Sabían exactamente lo importante que era eso. Además, a Monk le caían bien aquellos tipos. Si no fuera un SEAL, aquél era el tipo de trabajo que le hubiera gustado hacer…, algo que exigía auténtico valor, pero no el tipo de cosa por la que alguna vez puedes llegar a hacerte famoso. Y, pese a ser un SEAL y en consecuencia hallarse completamente separado de ellos, seguía sintiendo una especie de compañerismo. Una especie de hermandad debajo de la piel.

Monk tendió la mano, cogió una caja de malla de alambre de encima de la mesa y vació las válvulas que había almacenadas en ella.

—Compruebe esto —dijo. Luego alzó la mano y cogió la rata del hombro de Hippy—. ¿Puede prestarme su rata? —Aquélla era la forma correcta de coger de los civiles lo que necesitabas. Pedirles permiso después; terminar la misión antes de que el civil tuviera oportunidad de decir no.

—¡Hey!, ¿qué está haciendo? ¡Va a matarla! —Hippy le sujetó, pero Monk no le prestó atención. Metió la rata en la caja de alambre como si fuera una jaula, luego volvió ésta del revés y la empujó, rata incluida, al interior del fluido. El líquido tenía un tinte rosado, de modo que podía distinguirse inmediatamente del agua. Pero seguía siendo líquido, así que Monk sabía lo que debía estar pensando Hippy…, que la rata iba a ahogarse.

Intentó tranquilizarle.

—No se preocupe. Yo mismo he hecho esta operación. —No creyó necesario mencionar que había sido la experiencia más aterradora de su vida, pese a que le ayudaron a reprimir sus arcadas reflejas y a impedir que empezara a manotear y patalear presa del puro pánico cuando notó el líquido abrirse camino ardiendo hacia sus pulmones. Esa información no haría más que incrementar la resistencia de Hippy. Todo lo que Monk explicó se atenía a la MCC.

—¡Va a matarla! —Hippy estaba intentando agarrar la caja, sacarla del líquido. Pero no lo intentaba con mucha fuerza. No con una fuerza

histérica. Monk lo detuvo simplemente interponiendo un hombro en su camino.

—Yo mismo lo he respirado —dijo de nuevo, con voz tranquilizadora—. Estará bien.

—¡Se está ahogando! ¡Mire, patalea!

—Simplemente pasa por el período normal de ajuste.

—El momento en el que crees que vas a morir y te asustas no dura mucho.

—¡Normal! ¿Eso le parece normal?

La rata

era presa del pánico: nadaba de un lado para otro, debatiéndose por salir. Pero eso duró sólo el tiempo que un animal aerobio puede contener la respiración debajo del agua. Finalmente, la rata tuvo que abrir la boca, tuvo que tragar el líquido. Excepto que esta vez, cuando el líquido fluyó a sus pulmones, el animal aerobio no murió.

—Está respirando el fluido —dijo Monk—. ¿Ve como se mueve su pecho?

Barbo estaba convenciéndose finalmente.

—Lo está respirando. ¡Esta rata está respirando esa mierda!

Monk disfrutó contemplando su sorpresa. Les había ofrecido algo que ellos valoraban…, una experiencia, algo nuevo. No había tantas cosas nuevas en la vida. A Monk le gustaba captar su excitación.

—¿Lo ven? Se está habituando.

—Lo está

haciendo —dijo Hippy—. No se está ahogando.

Completamente cierto. La rata abría la boca cada vez que inspiraba el líquido. Aquel elemento era más denso que el aire, tenía que ser respirado por la boca. Funcionaba, llevaba el oxígeno hasta sus pulmones. Pero no había ninguna posibilidad de que la rata estuviera disfrutando con aquello. Monk recordaba demasiado bien su propia experiencia.

Hippy no sabía esto, por supuesto. Solamente sabía que nadie le había preguntado a Beany si se sentía bien con el experimento. La rata estaba medio muerta de terror. Era una putada hacerle aquello, y el hecho de que Beany no estuviera muerta panza arriba no significaba ninguna diferencia.

—Déjela salir —dijo.

Monk se alegró de obedecer. Ya lo habían visto; eso era suficiente. Además, el líquido aún no había sido calentado, y la rata era muy pequeña. Los roedores no eran como los animales mayores. La hipotermia no hace que el cuerpo de la rata acumule la sangre —y por lo tanto el calor— en el cerebro. Si Monk dejaba la rata demasiado tiempo allí dentro, podía salir con profundos daños cerebrales, y eso

sería realmente una putada.

Monk alzó la caja, sacó la rata y la cogió por la cola, colocándola boca abajo sobre el plato para que expulsara el fluido de sus pulmones. Sabía por experiencia que ésta era la parte más dolorosa…, dolía en lo más profundo de tus pulmones, ardía, picaba, de modo que no deseabas hacer aquello cada día. Pero, dolor o no, la respiración mediante fluidos era real. A los pulmones no les importaba lo que sorbían, siempre que contuviera el oxígeno suficiente que pudieran transmitir al torrente sanguíneo. Aquel fluido podía contener un sesenta y cinco por ciento de oxígeno a una atmósfera de presión, incluso más cuando la presión era mayor; eso era más oxígeno del que había en el aire, más del que había en la sangre. Y, puesto que era líquido, limpiaba las bolsas de gas en los pulmones, permitía a un buceador ir más allá de las profundidades en las que los pulmones que respiraban gas empezaban a estallar y a sangrar. Permitía a un buceador ir tan abajo que las sinapsis de tu cerebro empezaban a funcionar mal debido a que la presión estrujaba unas contra otras todas las células de tu cerebro. Tan abajo que tenías que ser dopado hasta la semiinconsciencia a fin de ser capaz de pensar un poco.

Yo nunca, nunca desearía ir tan abajo, pensó Monk.

Hippy le estaba diciendo cosas a la rata mientras ésta colgaba de la mano de Monk. Hippy la estaba tranquilizando como si fuera una madre nerviosa. Seguía queriendo cogerla, y sus manos aleteaban, ansiosas por acariciar a Beany, calmarla.

—Dejemos que expulse el fluido durante un minuto —dijo Monk.

—Tranquila tranquila tranquila tranquila —canturreaba Hippy, como si rezara—. Bien bien bien bien. Dame dame dame dame.

Barbo estaba rezando también, a su manera.

—Esto es la cosa más malditamente sorprendente que he visto en mi vida.

Bien, ¿por qué no? Parecía como un milagro hecho realidad. Monk le tendió la rata a Hippy. Éste empezó a gemir aliviado como si hubiera sido él el que hubiera respirado el líquido. Monk le alargó una toalla. La rata se agitó mientras Hippy la secaba.

—Oh, Beany, ¿estás completamente bien? —Empezó a besarla, canturreándole, acunándola, acariciándola. Parecía exactamente como lo que uno esperaría que hicieran Marta y María después de que Jesús alzara a su hermano Lázaro de entre los muertos.

—¿Lo ve? El bicho está perfectamente —dijo Monk. Hippy le miró con un asomo de desdén.

—Es

ella —dijo.

¿Qué se supone que debía hacer?, pensó Monk. ¿Mirar si le colgaba algo entre las patas? Pero no lo dijo. No dijo nada más. De hecho, ya estaba lamentando el haber efectuado aquella demostración. No porque hubiera roto las normas de seguridad: no lo había hecho, nunca lo haría. Era más bien porque se daba cuenta de que había alardeado un poco ante aquellos dos hombres. Realmente deseaba caerles bien. Y eso era preocupante. Ésta era la primera vez desde que se había unido a los SEALs que Monk se había preocupado siquiera un poco de caerle bien a alguien de fuera del equipo.

No era Coffey quien lo estaba perdiendo, se dio cuenta. Era él. Aquél no era el mejor momento para confraternizar.

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