Abyss

Abyss


9 – Incidente internacional

Página 24 de 45

Sea como fuere, Bud tenía que conseguir calmarlo de algún modo.

—¡Esto

apesta, de veras! —dijo Hippy.

Sólo había una cosa que hacer: dejar que soltara todo lo que tenía dentro. Bud se detuvo, se dio la vuelta en el corredor, se enfrentó a Hippy.

—Hippy, ¿qué pasa contigo?

—¿Que qué pasa conmigo? Aquí estamos, en medio mismo de este enorme incidente internacional. Como la Crisis de los Misiles cubana o algo así.

Bud escuchaba pacientemente, pero Lindsey no podía captar lo que estaba intentando hacer. Raras veces podía. Así que, en vez de animar a Hippy a seguir hablando, intentó hacerle callar con el ridículo.

—¿Has llegado tú solo a esta conclusión? —quiso saber. Tranquila, Lindsey. Deberías seguir un curso Dale Carnegie. Todo lo que Lindsey consiguió fue que Hippy aún se mostrara más agitado.

—Tenemos submarinos rusos arrastrándose por todo nuestro alrededor. ¡Mierda! Algo va mal, y ellos dirán que nada ocurrió aquí abajo. Oh, sí, nos darán medallas.

Sí, sé exactamente lo que quieres decir. Yo mismo lo he pensado.

—Hippy, lo único que tienes que hacer es tranquilizarte. —Intentó hacer que sonara como una broma. Señalando a Lindsey, dijo—: Estás haciendo que ella se ponga nerviosa.

—Muy agudo, Virgil —dijo Lindsey.

La distracción calmó un poco a Hippy. Se estaba relajando. De un gemido a un murmullo.

—Esos SEALs no nos lo han dicho todo. Algo está pasando.

—Hippy, tú crees que todo es una conspiración. —Bud se alejó, llevándose a Lindsey consigo.

Tras ellos, Hippy intentó imaginar por qué Bud se molestaba en decir algo tan obvio.

—Por supuesto, todo lo

es —respondió.

Quizá sí, pensó Bud. ¿Puedes llamarlo paranoia si todo el mundo ha salido a por ti?

Apenas habían dejado a Hippy detrás cuando apareció Una Noche avanzando con paso vivo desde la bodega. Era mala señal.

—¡Apresúrate! —gritó Una Noche—. ¡Coffey se marcha con el Fondoplano! ¡Me ha hecho explicarle los controles y va a salir de aquí!

Aquello era un poco más serio que un chico cogiendo el coche de papá. Antes de que ella terminara de hablar, Bud ya estaba por delante de ella, corriendo hacia el pozo lunar.

—¡Maldita sea! —exclamó mientras corría—. ¿No le dijiste que lo necesitábamos

precisamente ahora?

—Sí, pero no me escuchó. Le dije que teníamos que desconectar el umbilical.

Aquélla era la cosa más absurda que jamás hubiera oído. Se suponía que Coffey era un tipo listo. El cordón umbilical no podía ser desacoplado por el extremo de arriba; tenía que hacerse desde aquí abajo, desde la

Deepcore. ¿Acaso pensaba que podría llevar a cabo el resto de su misión si el

Explorer resultaba hundido o dañado? ¿O peor…, si el umbilical resultaba dañado mientras aguardaban a que él volviera? ¿Acaso creía que iban a encontrar un repuesto en cualquiera de los países vecinos? No puedes ir a comprar material especializado como éste en Haití u Honduras—. ¿A dónde infiernos va?

—No tengo ni idea —dijo Una Noche—. Nos dijiste que cooperáramos con él.

Sí, eso era cierto. Y todo hubiera debido ir bien así. ¿Cómo demonios podía saber que el hombre tenía la cabeza en el culo?

Cuando Bud llegó al pozo lunar, Wilhite, Monk y Schoenick estaban de pie sobre el Fondoplano, completamente equipados, mientras Coffey lo pilotaba hacia abajo. Miraron a Bud cuando éste entró corriendo en la estancia. Gritó a todo pulmón, sabiendo que probablemente le oirían.

—¡Hey! ¡Necesitamos el brazo grande para desconectar el umbilical! ¡Se acerca un maldito huracán!

Mientras tanto, Lindsey había cogido unos auriculares.

—Coffey, Coffey, ¿me escucha?

Las cabezas de los SEALs desaparecieron bajo el agua. No llegó ninguna respuesta por los auriculares. Ninguna explicación. Nada. Simplemente el tipo de comportamiento más estúpido, peligroso e irresponsable que Bud hubiera visto nunca en todos sus años de trabajo en perforaciones petrolíferas…, en tierra, sobre el agua o debajo de ella. Se apartó del pozo lunar.

—El muy hijo de puta —dijo. Suavemente. Como una bendición—. Es increíble. —Sabía que nunca hubiera debido dejarle subir a la

Deepcore.

Miró a Lindsey, esperando que ella dijera lo mismo. Esperando que ella dijera: ¿Acaso no te advertí que no dejaras que los militares se hicieran cargo? ¿Acaso no te dije que no les importaba una mierda la seguridad de la plataforma o del equipo?

Pero ella no dijo nada de eso. Quizá porque sabía que no debía decirlo en aquellos momentos. Quizá porque sabía que cuando Bud se equivocaba

realmente, nadie tenía que recriminárselo porque él era el primero en hacerlo.

McBride se sujetó a la barandilla mientras miraba por encima de la borda del

Explorer. Aún había hombres yendo de un lado para otro embutidos en sus chalecos salvavidas, intentando asegurar las cosas en la tormenta. Pero resultaba claro que esta tormenta era demasiado grande para enfrentarse a ella. El

Explorer había sido diseñado para cortar el contacto y echar a correr cuando las cosas se ponían así de mal. Incluso ahora no estaba seguro de que pudieran apartarse del camino del huracán Frederick sin sufrir algún daño importante. El viento era de ochenta nudos. El Centro de Huracanes estaba hablándoles de la posibilidad de vientos de doscientos nudos cerca del ojo. Que se encaminaba hacia ellos tan directamente como si lo hubieran atrapado con un anzuelo y estuvieran rebobinando el sedal.

McBride avanzó tambaleándose por la oscilante cubierta y se metió en el centro de mando del

Explorer. Allí estaba DeMarco, yendo de un lado para otro como si tuviera todo el tiempo del mundo. Seguro que no podía ser tan estúpido como para no saber el peligro en el que estaban. La mayor parte de la escolta de la Marina estaba ahora mucho más retirada, por temor a que los buques fueran lanzados unos contra otros por las olas y el viento.

—¡Necesitamos desengancharnos y salir de aquí ahora mismo!

DeMarco le miró sin ninguna expresión.

—De acuerdo, entonces hágalo. —Alguien le tendió a DeMarco un bocadillo envuelto en papel de aluminio. Iba a comer. Perfecto. Lo próximo que diría sería: Que tomen pastel.

Pero McBride tenía que asegurarse de que DeMarco comprendía exactamente dónde estaba la responsabilidad.

—Ningún problema, excepto que sus chicos se fueron a dar un paseo con el Fondoplano precisamente cuando mi gente lo necesitaba para desenganchar el extremo del umbilical.

DeMarco desenvolvió su bocadillo.

—Estará de vuelta en dos horas. —Luego se llevó el bocadillo a la boca y dio un mordisco.

—¿Dos horas? ¡Nuestro amigo Fred va a hacer que todos estemos cagando como patos dentro de dos horas!

No servía de nada intentar conseguir que DeMarco se interesara por sus problemas. Se limitó a quedarse de pie allí, masticando calmadamente, mirando hacia el Caribe como si hubiera algo que ver ahí fuera excepto el infierno.

Los SEALs abrieron una de las compuertas de los misiles. Les tomó unos cuantos minutos, pero Coffey había conseguido dominar lo suficiente el control del brazo del Fondoplano como para ayudarles a apartar del camino el diafragma de plástico. Y luego allí estaba, la roma nariz del misil Trident C-4. Como mirar la bala por el cañón de una pistola que te está apuntando directamente.

Sólo que la bala nunca sería disparada. El misil jamás partiría. Lo único útil dentro eran las ojivas de combate MIRV, cortos conos de metal con la energía de una pequeña estrella alojada dentro. Si alguna de ellas estallaba en este momento, pensó Coffey, toda el agua en kilómetros a la redonda sería vaporizada, al instante. Se

alzaría de inmediato y formaría una burbuja en la superficie que estallaría en un momento, liberando su veneno a la atmósfera. No mucha agua, realmente, comparada con la cantidad que había en todo el océano. Sólo un pequeño eructo del mar. Junto con una onda de choque como un terremoto submarino.

El problema era que esto ya no era información especulativa en una sesión de entrenamiento en tierra firme. Esto era real. Él, Coffey, iba a armar una ojiva de combate para que eso

pudiera ocurrir.

Alzaron la nariz del cono, dejando al descubierto las ojivas de combate. Monk leyó las instrucciones de la tarjeta de plástico que le había sido entregada en Houston por un hombre que actuaba de una forma tan reluctante como si la tarjeta fuera su único hijo. Schoenick y Wilhite siguieron cada orden a medida que él la iba leyendo; Monk observaba para asegurarse de que lo hacían todo correctamente.

—Secuenciador de separación desconectado —dijo Wilhite—. ¿Luego?

—Retirar pernos explosivos del uno a seis en secuencia contra reloj.

—Comprobación —dijo Schoenick—. Retirado perno uno.

Coffey miró hacia abajo a través de la ventana del Fondo-plano mientras sus hombres trabajaban en el misil. Notaba la misma llana sensación de inevitabilidad que había notado hacía mucho tiempo, de pie en mitad de un tramo de escaleras en un edificio de apartamentos en Los Ángeles, sujetando en la mano un ladrillo de cemento, aguardando a que Darrel Woodward volviera a casa. Va a ocurrir. Espera. Espera. Quizá venga, quizá no. Espera.

No muy lejos de allí, un constructor flotaba en el agua. Estaba observando, pero no con sus ojos; la luz no era tan útil aquí. En vez de ellos utilizaba sus otros sentidos. Zarcillos emitidos por su cuerpo habían rodeado el Fondoplano, el

Montana, los SEALs y el misil en una red invisible, con cada hilo de apenas unas moléculas; al lado de ésos, los hilos de fibra óptica del sistema de comunicaciones parecían gruesos y torpes. Con estos hilos tocaba y probaba y saboreaba para descubrir lo que estaba ocurriendo.

Los humanos estaban abriendo el misil y extrayendo la muerte de dentro. Esto podía ser un buen signo. Pero también podía serlo malo. ¿Quién podía comprender a esas criaturas que permitían que las preciosas memorias de los demás perecieran cuando morían sus cuerpos, que luchaban contra la muerte con terrible furia, pero que construían armas que podían destruir todas sus obras y dejar arrasado un planeta entero?

Sin embargo, la ciudad había estado estudiando. El aleteante contacto con el cerebro vivo de Lioso les había proporcionado una gran cantidad de información acerca de cómo interpretar las memorias de los muertos que habían tomado del

Montana. Habían descubierto cómo traducir las ondas de radio en sonidos y las señales de televisión en imágenes. Incluso habían decodificado algunos lenguajes humanos, en cierto modo. En consecuencia, ahora eran finalmente capaces de extraer algún sentido a nuestras acciones y nuestras palabras. Viendo cómo trabajaban nuestros cerebros, lo que recordábamos, cómo era ser humano, palabras que antes habían sido esquemas de códigos vacíos para ellos adquirían de pronto un significado. Emisiones con décadas de antigüedad que habían permanecido dormidas en las espiras de memoria de la ciudad estaban siendo ahora examinadas en un frenesí de actividad. Los constructores habían interrumpido casi toda actividad excepto el esfuerzo de comprender lo que pretendían aquellas extrañas criaturas con las cosas incomprensibles que hacían.

Mucho antes de que comprendieran nuestros lenguajes, habían desarrollado una etiqueta para nosotros, una forma de pensar para nosotros, en sus propias comunicaciones sin palabras. Pensaban en todos los no constructores, fuera cual fuese su especie, como

olvidadores…, el equivalente de nuestro concepto de

animal, criaturas que se mueven como animadas por un propósito pero no son capaces realmente de pensar. Hasta el

Montana, habíamos pertenecido a esa categoría en sus mentes. Ahora, sin embargo, sabían que éramos recordadores como ellos, aunque nuestras memorias se veían cortadas trágicamente por uno de los accidentes mórbidos de la biología. Así que, para distinguirnos de ellos y de los olvidadores, pensaban en nosotros como

aquellos-que-se-matan-a-propósito.

Mientras tanto, la ciudad acumulaba más y más calor de las aguas del Caribe hasta que calentó el mar directamente debajo del huracán Frederick, así como el agua frente a la tormenta. El calor radiante calentó el aire encima de él, haciendo descender firmemente la presión del aire dentro del huracán. Al final, éste superaría todos los récordes anteriores. Frederick era una tormenta controlada; con los constructores reuniéndose en torno a la

Deepcore, iba a ser el peor huracán de toda la historia.

No había malicia en esto. Los constructores iban a sondear la

Deepcore en un esfuerzo por reunir información acerca de aquellos respiradores de aire. Del mismo modo que la

Deepcore estaba en los límites inferiores de supervivencia para los seres humanos, también estaba cerca de los límites superiores para los constructores que no estuvieran seguramente encerrados dentro del cuerpo de un porteador. Estaban remodelando genéticamente varios porteadores en una sonda que pudiera sobrevivir en la mezcla respiratoria que llenaba la

Deepcore. Pero, subiendo a la peligrosamente ligera capa de agua de los seiscientos metros, los constructores quedarían expuestos. Serían vulnerables. En consecuencia, tenían que asegurarse de que la

Deepcore estaba sola. El huracán Frederick barrería el mar encima de ellos y lo mantendría limpio hasta que hubieran averiguado de la tripulación de la

Deepcore todo lo que podía averiguarse.

En los límites exteriores de la tormenta, las cañoneras y los buques de guerra rusos sondeaban las formaciones de la Marina de los Estados Unidos. Jugaban unos con otros como niños. Te pillo. Gallina. Te asusto. Veamos lo valiente que eres. Veamos qué eres capaz de hacer.

Lo que el crucero

Appleton de los Estados Unidos, equipado con misiles, no fue capaz de hacer, fue evitar una colisión con un destructor soviético mucho más pequeño. Nunca se vieron el uno al otro hasta el último momento, pero evidentemente cada uno sabía, por el radar y las comunicaciones de radio interceptadas, que el otro estaba cerca. Incluso, cuando el destructor apareció a la vista, el capitán del

Appleton intentó virar, y creyó que lo había conseguido. Pero el

Appleton cabalgaba en una monstruosa ola; otra ola, viniendo en distinto ángulo en aquel caótico mar, arrojó al destructor ante su camino.

El

Appleton resultó dañado, pero el buque soviético fue herido de muerte. Sus bodegas empezaron a llenarse rápidamente de agua, y se puso a arder por encima de la línea de flotación, pese a la fuerte lluvia. Se hundió en unos pocos minutos.

Incluso antes de que la tripulación del

Appleton hubiera terminado de evaluar sus propios daños, estaban radiando una petición de ayuda para rescatar a los supervivientes del buque soviético. Pero sólo unos cuantos hombres pudieron escapar del violento mar, y todos ellos fueron rescatados en los primeros minutos por marinos norteamericanos en botes neumáticos o trepando por las redes de cuerdas lanzadas por los costados de los buques estadounidenses.

En tiempos más calmados aquél hubiera podido ser un incidente enormemente peligroso, más que el derribo del reactor de las Líneas Aéreas Coreanas, puesto que involucraba a fuerzas militares de ambos lados. Pero esta colisión ocurrió cuando ambos bandos estaban ya estudiándose llenos de temor y suspicacia.

Los rusos estaban intentando imaginar cómo su nuevo satélite rastreador de submarinos había estallado menos de una hora después de entrar en operación; si lo habían hecho los norteamericanos, ¿cómo sabían qué era, y cómo lo habían eliminado sin que los rusos hubieran detectado ningún despegue? Ahora los estadounidenses, alegando que uno de sus submarinos había sido hundido, estaban reuniendo una flota junto a la costa sudoeste de Cuba. La relación entre un submarino «perdido» y la pérdida de un satélite rastreador de submarinos no podía ser pura coincidencia, ¿no? ¿Estaban los Estados Unidos buscando alguna excusa para invadir Cuba y probar a los rusos

ahora, antes de que Rusia pudiera lanzar otro satélite rastreador de submarinos y neutralizar la fuerza estratégica norteamericana?

Por el lado norteamericano había casi tantas preguntas. ¿Por qué había estallado el nuevo satélite soviético? ¿Estaba aquello relacionado con la pérdida, sólo unos pocos minutos más tarde, del

Montana? ¿Por qué los rusos estaban moviendo una flota tan grande a la zona del submarino perdido? ¿Qué era el extraño e increíblemente rápido aparato sumergible del que habían informado los SEALs que trabajaban para asegurar el pecio del

Montana? ¿Estaban intentando los rusos provocar a los Estados Unidos para que emprendieran una acción que les diera la excusa de lanzar un primer ataque?

En este clima, la colisión no pareció un accidente para nadie excepto para los capitanes del

Appleton y del destructor soviético. El capitán del destructor estaba muerto. El capitán Sweeney del

Appleton informó meticulosamente a la Marina, pero la Marina dudó de su evaluación de las intenciones soviéticas, y los rusos le llamaron claramente mentiroso. La declaración oficial soviética denunció la colisión como un ataque no provocado. Los negociadores soviéticos salieron airadamente de las conversaciones START. El ejército soviético puso en alerta a todas sus tropas en Europa.

Los satélites de los Estados Unidos tomaron fotos que mostraban que todo buque de guerra ruso que podía moverse estaba saliendo a toda máquina de puerto; también parecía haber una actividad inusual en las bases de lanzamiento de proyectiles balísticos intercontinentales soviéticas. El Presidente no tenía otra elección que actuar a la recíproca, enviando al aire a todos los bombarderos norteamericanos y haciendo salir al mar todos sus barcos. En pocas palabras, la alerta de los Estados Unidos fue elevada ahora a DefCon 3.

Ningún bando podía comprender las acciones del otro. No se les ocurrió que podía haber implicada una tercera parte. En vez de ello, se veían obligados a interpretar todos los acontecimientos como si aquellos que no eran causados por ellos mismos tuvieran que ser forzosamente causados por el otro bando. En la mente de todo hombre y mujer de cada gobierno implicado en el conflicto brotó una pregunta que no había sido formulada desde 1963:

¿Es esto? ¿Finalmente es esto?

Mientras aguardaban a que los SEALs volvieran con el Fondoplano, no había nada que el equipo de la

Deepcore pudiera hacer excepto aguardar y observar con creciente horror las noticias de la televisión que eran enviados por el cordón umbilical desde el

Explorer.

Bud, esto es enorme —dijo Lindsey.

Estaba en todos los canales. Los de la televisión efectuaban encuestas con la gente de la calle. Nadie parecía saber cómo tomarse la noticia. ¿Acaso no parecía que las cosas estaban yendo

mejor estos últimos años? Todo el mundo esperaba esto allá en los cincuenta, e incluso en los sesenta y setenta. Pero desde que Gorbachev subió al poder y presentó una nueva cara soviética al mundo, todo el mundo se había sentido más seguro, había dado un suspiro de alivio y había empezado a contar con que las cosas seguirían siempre así. ¿Cómo podía todo cambiar ahora de aquella manera?

Algunas personas sonaban ultrajadas, traicionadas; otras se echaban a reír: Es un chiste, ¿no? Otras se limitaban a asentir con aire de suficiencia: Ellos lo habían sabido desde un principio. Otras se mostraban furiosas: Si ellos hunden nuestro submarino, entonces merecen perder uno de sus barcos. Y algunos casi se echaban a llorar de miedo: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué puede alguien hacer?

Fuera en el espacio, los constructores estaban interceptando y grabando algunas emisiones…, incluidas las transmisiones militares. Uno tras otro cabalgaban en sus deslizadores de vuelta al fondo del mar, informando a cada ciudad de constructores que aquellos-que-se-matan-a-propósito parecían estar preparándose para actuar a escala masiva según su nombre.

Finalmente, el Fondoplano regresó. Inmediatamente, Bud reunió al equipo en el pozo lunar. Las emisiones los habían vuelto más sobrios…, su rabia hacia Coffey había sido tragada por su miedo hacia el mundo que tenían encima de sus cabezas. Además, no había tiempo para recriminaciones…, podrían triturar a Coffey más tarde, arriba, una vez de vuelta a casa, si quedaba alguna casa a la que volver cuando terminara todo. Mientras tanto, aunque las cosas fueran perfectamente bien a partir de ahora, aún les quedaban tres semanas con esos tipos en la descompresión. Bud sabía que tenía que mantener las cosas frías.

Así que, cuando el Fondoplano surgió del agua, con los tres SEALs en su lomo como estatuas de un oscuro panteón submarino, Bud y su equipo no tenían intención de hacer nada que no fuera eficiente y útil. Lindsey permaneció allí mirando, con el rostro de un dios vengativo, pero incluso ella reconoció que no se ganaba nada ahora con recriminaciones.

Tan pronto como el Fondoplano estuvo en la superficie, empezaron a actuar. Bud dio la orden:

—Sacad todas sus cosas de aquí y despejad el aparato. Necesitamos salir inmediatamente. —Cuanto antes consiguieran que los SEALs abandonaran el Fondoplano, más pronto podrían salir hasta el conectar umbilical en la parte superior de la

Deepcore y desprenderse del

Explorer.

Los SEALs, por su parte, no ofrecieron ni disculpa ni explicación. Su misión había sido cumplida; tenían todas las razones para cooperar, ahora, con la de

ellos.

Excepto en una cosa. Hippy empezó a desatar de sus fijaciones un objeto cónico envuelto en una de las bolsas de equipo de los SEALs. Coffey le vio cuando salía por la escotilla.

—No toque eso —dijo secamente—. Retroceda.

Excusez-moi —dijo Hippy. Alzó las manos como para decir: No estoy tocando nada. Pero no apartó los ojos de la bolsa. Coffey no hubiera podido hacerlo mejor para decirle que había algo

muy importante en aquella bolsa, ni siquiera poniéndole un cartel. Y ahora, con el mundo de arriba hecho un caos, Hippy sabía que, fuera lo que fuese lo que hubiera allí dentro, no iba a ser bueno para nadie, y mucho menos para él. Hippy no creía en la máxima de que la curiosidad mata al gato. Es mucho más probable que me mate lo que no sé, pensaba. Nada en su vida le había dado la menor razón para pensar de otro modo.

Coffey y los otros SEALs desataron la bolsa y la alzaron cuidadosamente; aunque era evidentemente muy pesada, también debía ser frágil. Una Noche estaba ya a los controles del Fondoplano, lista para marcharse, aguardando a que terminaran de salir. Bud les dio prisa:

—Coffey, vamos un poco apretados de tiempo. —Era lo más cerca que estaba dispuesto a ir para decirle a Coffey que estaban arriesgando sus propias vidas y las vidas de toda la gente en el

Explorer.

Finalmente, los SEALs abandonaron el Fondoplano. Bud se inclinó sobre la escotilla, tras la cual Una Noche estaba comprobando los controles, asegurándose de que todo funcionaba bien.

—Esto no es una perforación, muchacha —le dijo—. Haz que me sienta orgulloso.

Querían ser palabras de ánimo, y así las interpretó ella. Nadie había sido más rápido que Una Noche en enganchar y desenganchar el umbilical durante los entrenamientos.

—Apuesta a que sí, Bud.

Bud dejó caer y selló la escotilla, luego retrocedió mientras el Fondoplano se hundía lentamente en el pozo lunar. Intelectualmente, Bud era consciente de que Una Noche estaba descendiendo a la mayor velocidad posible. Pero eso no le impidió murmurar para sí mismo que se apresurara, por todos los diablos, que se apresurara.

Una Noche se apresuró. Pero moverse por el agua era siempre lento, y a aquella profundidad había un límite a lo rápido que podía ir todo. Excepto lo que fuera que Lindsey decía haber visto. No, que

había visto. Lindsey podía ser la reina bruja de todo el universo, pero no se inventaba cosas. Ni Una Noche podía decir que la hubiera oído jamás exagerar. Así que quizás

había algo que pudiera ir realmente rápido a través de una columna de seiscientos metros de agua. Una Noche sólo deseaba ahora poder ser ella.

Recorrió todo el camino por debajo de la

Ir a la siguiente página

Report Page