Abyss

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12 – Amigos y enemigos

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Chico y Barbo estaban en la cocina. Barbo estaba comiendo algo antes de irse a dormir; Chico bebía una taza de café antes de entrar de guardia en el sonar. Puesto que el comedor era ahora a la vez el dormitorio, Monk permanecía tendido en una de las mesas de la cocina, tan envuelto en mantas que resultaba difícil apreciar una forma humana bajo ellas.

—Hace un maldito frío —dijo Barbo.

Chico asintió y dio un profundo sorbo a su café.

—Esto no se mantiene caliente el tiempo suficiente. —Su brazo también le dolía como el infierno, y deseaba tanto estar en casa que podía saborear la sensación. Chico había recuperado el control de sí mismo en las últimas horas, así que no sentía deseos de llorar constantemente, pero aún estaba asustado, aún imaginaba que probablemente iba a morir y nunca volver a ver a su familia. Era más seguro, sin embargo, quejarse del café.

Barbo canturreó algo, los ojos fijos en el aire. Chico conocía la canción pero no podía recordar cuál era. Entonces Barbo pronunció las palabras de la estrofa final:

—Jesús, salvador, condúceme.

Era un himno. Chico jamás hubiera imaginado que Barbo fuera del tipo religioso.

No lo era, como demostró el propio Barbo con lo siguiente que dijo:

—Tal como lo veo, socio, si Dios me quisiera ahora yo estaría en mi casa en Houston.

—¿Cómo sabes que no podría haberte pasado algo peor en Houston, caso de estar allí? —preguntó Chico.

—Dime una cosa que pueda pasarme en Houston que sea peor que esto. Estoy a seiscientos treinta metros debajo del océano con un huracán encima de mi cabeza, aislado del mundo, nos quedan quizás otras diez horas de oxígeno, nuestra plataforma está hecha una pena y no podemos utilizar nuestra energía para movernos, tenemos a un miembro de nuestro grupo viendo OVNIs cada vez que está sola y un loco con una bomba atómica dando órdenes y viendo comunistas por todas partes. —Barbo dio otro mordisco a su bocadillo de galleta y mantequilla de cacahuete—. La única cosa peor que esto que podría pasarme sería que me rebanaras la polla y me metieras en una habitación llena de putas.

Chico se echó a reír. Lo mejor de Barbo, incluso cuando estaba irritado y cagado de miedo, era que podía hallar una forma de hacer que todo sonara divertido.

—El teniente Coffey es un buen hombre.

Chico miró a su alrededor, sorprendido. ¿Quién había dicho

aquello? Monk. Había olvidado que estaba allí.

—Pensé que estaba dormido —dijo Chico.

—Hemos pasado auténticos infiernos con el teniente Coffey, un montón de veces. —Monk no sonaba irritado. Simplemente les estaba diciendo algo que ellos no sabían—. Siempre nos ha traído de vuelta. A todos nosotros.

—Bueno, no esta vez —dijo Barbo.

—Nunca había perdido a ningún hombre antes —murmuró Monk.

Chico no lo sabía. Eso explicaba en parte por qué Coffey se mostraba tan inquieto, tan trastornado.

—Bueno, ¿no es por eso para lo que pagan a los soldados? —preguntó Barbo. Estaba bromeando de nuevo, pero esta vez, pensó Chico, no era momento de bromas.

—No, señor —dijo Monk—. Es por eso por lo que los soldados reciben

honores.

Chico empezó a pensar entonces en lo que hacían los soldados, y en cómo no había pensando en

por qué Coffey podía estar tan trastornado ahora, así que les contó una historia:

—Cuando mi padre estaba en la Marina, allá por el cuarenta y uno, su barco atracó en la Habana y él bajó a tierra de permiso con algunos compañeros. Eso fue antes de Castro. Bien, actuaron como marineros de permiso, emborrachándose y divirtiéndose lo suficiente como para matar a un hombre normal, y estaban cruzando el Parque Central de la Habana, y mi padre sintió deseos de mear. Hay allí esta estatua justo en el centro del parque, encima de un pedestal de piedra, como una pared, así que mi padre va, se la saca, y mea sobre la piedra. Y, mientras está haciendo eso, uno de los otros tipos imagina que es un escalador y empieza a trepar hasta arriba de la estatua y se sienta en su cabeza.

—¿Piensas llegar a alguna parte con esto, Chico? —preguntó Barbo.

—Oh, bueno, a vosotros no debe sonaros como gran cosa, ¿no? Sólo un puñado de marineros borrachos, ¿correcto?

—Correcto.

—Sólo que se trataba de la estatua de un tipo llamado Martí, y para los cubanos es como George Washington y Abraham Lincoln y Nathan Hale todos en uno para nosotros, y aquél es el templo más sagrado a su memoria. Quiero decir que, ¿qué ocurriría si un puñado de cubanos fueran al Lincoln Memorial y se subieran a él y se cagaran en su

regazo y luego se limpiaran el culo con la bandera?

—Que estarían lamiéndolo todo con sus sucias lenguas en menos de diez segundos —dijo Barbo.

—Si la policía no llega a estar allí —dijo Chico—, la multitud en el parque hubieran cogido a mi padre y a los demás marineros y los hubieran hecho pedacitos. Pedacitos tan pequeños que las hormigas se los hubieran llevado antes de que pudieran recoger suficientes de ellos para llenar un ataúd. Eso es lo que siempre me contó mi padre. Se asustó más que nunca en su vida.

—¿Qué fue lo que le ocurrió?

—Allá por aquellos días el gobierno cubano estaba formado por un puñado de lameculos de los Estados Unidos, así que devolvieron a mi padre y a sus amigos a la flota. El pueblo cubano

odió eso. Pedían sangre. Su honor había sido mancillado, dijo mi padre. Y eso es lo peor que puede pasarle a un cubano. Todavía se desafían a duelo, ¿sabes? De todos modos, hubo manifestaciones por las calles, y cuando el embajador de los Estados Unidos salió e intentó hablar con los manifestantes, apareció la policía y cargó contra la gente. Así que los únicos que resultaron castigados por el incidente fueron los propios cubanos.

—Apuesto a que tu padre recibió una bronca fenomenal —dijo Barbo.

—No le dijeron una maldita cosa al respecto. Si la Marina hubiera castigado a sus hombres, entonces quizá los cubanos hubieran olvidado el incidente, porque eso hubiera sido como decir: Nuestros chicos se comportaron mal, y lo sentimos. Pero cuando no ocurrió

nada, fue como si los Estados Unidos estuvieran diciendo: Que os jodan a vosotros y al caballo. Mi padre siempre contaba esa historia. Cada vez que uno de nosotros, cuando chicos, nos metíamos en una pelea con alguien, mi padre decía: ¿Qué hiciste? Y cuando nosotros decíamos: No hice

nada, repetía: ¿Qué hiciste? Y nosotros decíamos: Todo lo que hice fue esa cosa inofensiva. Y entonces él decía: ¿Y qué crees que pensaba de ella el otro chico? Y la mayor parte de las veces terminábamos diciendo: Debía pensar que yo era más rastrero que el culo de una rata. Y mi padre nos contaba de nuevo esa historia, y luego nos zurraba hasta que no podíamos sentarnos en varios días.

Barbo se echó a reír.

Monk no.

—Eres un filósofo, socio, y yo nunca lo he sabido —dijo Barbo.

—Sólo estoy diciendo que no sabemos lo que pretende Coffey con lo que está haciendo, y puedes estar seguro de que él no sabe lo que nosotros pretendemos con lo que

estamos haciendo. Ya nadie comprende a nadie en este mundo.

La sonrisa de Barbo se borró y se inclinó hacia su compañero, con un aspecto más serio del que Chico le había visto nunca.

—Probablemente tengas

razón, socio, pero te diré una cosa. En estos momentos Coffey está loco a causa del SNAP. Tiembla, está paranoide, y suda tanto que probablemente no necesite mear. Así que no estamos hablando aquí de un simple malentendido o de tipos que se emborrachan y se mean en el lugar equivocado. Estamos hablando de alguien que sabe cómo matar a la gente con sus manos desnudas y que piensa que el océano está lleno de rusos y que nosotros somos unos peligrosos simpatizantes comunistas y, encima de todo eso, tiene consigo una bomba que puede causar una marejada que haga pedazos la

Deepcore contra las costas de Nebraska.

—No es un artefacto tan poderoso —dijo suavemente Monk.

—No me venga con ésas —respondió Barbo—. Si su teniente va a volarme el culo en pedazos, deseo pensar que es una bomba de primera clase la que lo haga, ¿de acuerdo? —Se volvió hacia Chico—. ¿Y sabes otra cosa? Ni siquiera voy a cepillarme los dientes después de comer. —Y con eso se dio la vuelta en la mesa, tiró de un par de mantas hasta su cuello, y se enroscó para echarse a dormir. Chico se dirigió hacia un montón de ropa que había sobre otra mesa y volvió con una almohada, que metió debajo de la cabeza de Barbo.

—Gracias, mamá —dijo Barbo.

—Procura no tener sueños sucios mientras duermes —dijo Chico. Recordó el ritual meter a sus chicos en la cama, y sintió las emociones prohibidas crecer de nuevo dentro de él. Mantente controlado, Chico. Lo que ocurra, ocurrirá. Lavó su taza y se encaminó hacia el sonar, para poder vigilar la aparición de posibles intrusos.

Lindsey no podía hacer nada acerca de Coffey, pero eso no significaba que no pudiera hacer nada en absoluto. Nadie más la creía acerca de los INTs. Excepto Coffey, y éste sólo la creía lo suficiente como para convencerse de que se trataba de un sumergible ruso. Y Hippy…,

él sí la creía. La irritaba realmente el que, de toda la gente, él fuera el único, pero era alguien, ¿no? Podía ayudar.

Halló a Hippy ocupándose del mantenimiento del Gran Tonto. La cámara en el morro del Gran Tonto estaba conectada; de tanto en tanto Hippy le hacía efectuar una serie de movimientos de prueba. Ella le observó durante uno o dos minutos. Intentó pensar en alguna forma fácil de iniciar la conversación. ¿Cómo la empezaría Bud? Hey, Hippy, he estado pensando, ¿por qué no…?

¿Por qué demonios estoy intentando ser Bud? Soy yo, y si no les gusta, peor para ellos.

—Hippy —dijo—, no puedo quedarme simplemente sentada aquí en la

Deepcore esperando a que alguno de ellos vuelva.

Él dejó de trabajar y la miró un instante. Entonces se dio cuenta de a qué se refería.

—¿Los INTs?

—Quiero ir allá abajo y ver si puedo

encontrarlos.

Hippy la miró como si estuviera loca.

—No puede ir ahí abajo —dijo—. Es muy profundo.

—No

yo —dijo ella. Palmeó el morro del VOCR—. El Gran Tonto.

Él apoyó una mano protectora sobre su VOCR.

—El Gran Tonto va unido a un cable de control. —Aquello era mala señal, que Hippy acariciara al Gran Tonto. Hippy pensaba que las máquinas con las que trabajaba eran gente. Amigos. No le gustaba que corrieran riesgos.

—¿Es necesario? —preguntó Lindsey—. Mira, puedes simplemente conectar su sistema de guía primario e indicarle allá donde quieres que vaya, y él irá, ¿no?

Hippy agitó las manos en el aire como si estuviera intentando apartar aquella idea de su alrededor.

—No, no. Eso es una mala idea, Lindsey. Una mala idea.

—¿Por qué, Hip? Oh, vamos. —Hippy siempre tenía razones por las cuales las cosas no iban a funcionar. Ésa era una de las cosas que lo hacían valioso. También era una de las cosas que volvían loca a Lindsey.

—Porque,

aunque pudiera resistir la presión a esa profundidad, lo cual no creo que pueda…, sin el cable, ¿cómo sabrá lo que ocurre allá abajo? Simplemente llegaría allá como…

Por favor.

Lindsey se había puesto a juguetear con las palancas de control que había encima del banco de trabajo. No se dio cuenta de ello hasta que él le dijo que parara. Retiró la mano.

Hippy siguió:

—Llegaría allá como un estúpido. Lo que fuera tendría que pasar por delante de su cámara para que pudiéramos ver algo.

Tenía razón. Era una posibilidad remota. Pero era algo, ¿no?

—Lo sé, pero

podemos tener suerte, ¿no? Deberíamos intentarlo.

—Creo que antes debería hablar con Bud acerca de esto.

—No, esto es entre tú y yo. Obtendremos pruebas, luego se lo diremos a los demás. Hippy, mira. Si podemos demostrarle a Coffey que no hay rusos ahí abajo, quizá relaje un poco las cosas.

Eso orientó a Hippy en una dirección distinta.

—Le diré una cosa, Lins: ese tipo me

asusta. Más que ninguna otra cosa que hayamos encontrado aquí abajo. Es un maldito Robot Hombros Cuadrados Cabeza Cuadrada. —Sólo hablar de Coffey situó a Hippy del lado de Lindsey. Nada como tener un enemigo común para convertir a Hippy en tu leal amigo—. De acuerdo, deme un par de horas —dijo—. Veré lo que puedo hacer.

Coffey echó una mirada a la sala de control para ver si los civiles seguían todavía montando guardia. Así era, más o menos. Chico estaba allí en el sonar, con los auriculares puestos, y el equipo funcionaba correctamente. Lo único malo era que Chico estaba dormido, sujetándose su brazo roto como si tuviera miedo incluso en su sueño de que fuera a caérsele.

Coffey vagó unos instantes por la sala de control. Conectó los monitores. Aproximadamente la mitad de ellos no funcionaban…, los del lado inundado de la

Deepcore. Los otros mostraban estancias vacías, o gente dormida. Excepto la cámara de observación de la bodega de inmersión. Hippy estaba allá abajo, trabajando en el VOCR, con una gran y dentuda sonrisa de tiburón pintada en su rostro. El Gran Tonto. Y ahí entraba la mujer Brigman, de modo que Coffey se sentó y escuchó cada palabra que dijeron.

Robot Hombros Cuadrados Cabeza Cuadrada.

Coffey se negó a irritarse por ninguna de las alusiones personales. ¿El muchachito amante de las ratas cree que estoy loco? Estupendo. Pero el loco eres tú, amigo. Dejar que ella te convenza para que te unas a sus planes. Empiezas a dejar que una mujer te dé instrucciones acerca de lo que debes hacer en la vida, y nunca sabes dónde vas a acabar. Puede convertirte en algo que nunca habías deseado ser. Porque las mujeres no piensan en los hombres como personas. Finalmente me di cuenta de eso. Piensan en nosotros como en máquinas particularmente útiles. Tú y ese VOCR, muchacho de la rata, sois lo mismo para ella, no puede decir dónde termina uno y empieza el otro. Observa a una mujer con una máquina, muchacho. Actuará de la misma forma que actúa contigo. Intentará hacer que la máquina haga lo que ella desea, y cuando no lo haga, le chillará, le dará la espalda y se echará a llorar, hará toda la misma mierda que haría contigo. Sólo que las máquinas son más listas que nosotros. Simplemente se quedan ahí y dejan que todo les pase por encima. Las máquinas no tienen que prestarles atención a las mujeres porque las máquinas no desean jodérselas. Y las máquinas no tienen madres. Así que al Gran Tonto le importa un pimiento si esta zorra se marcha de aquí y lo abandona y empieza a usar al Pequeño Tonto en su lugar. Una máquina no puede sentirse

traicionada.

Coffey rompió bruscamente aquella línea de pensamiento. ¿Qué estoy haciendo, sentado aquí pensando en estupideces como éstas? Tengo una misión de la que ocuparme. Un vehículo enemigo en la zona. Un equipo de civiles hostiles en esta plataforma. De mi equipo sólo quedan Schoenick y Monk, un hombre y medio. Dios, perdí a Wilhite. Nunca había perdido a nadie antes. Las cosas se salieron fuera de control, completamente fuera de control, aquí abajo. Pero fue culpa mía. Y salí con el Fondoplano y la plataforma no pudo ser desenganchada y Wilhite murió.

Te equivocaste, Coffey. No intentes engañarte. Te equivocaste. Pero era lo único que podía hacer aquí abajo. Actuar para el mejor beneficio de tu país, Coffey. Quizás hubieras debido renunciar al principio, cuando viste temblar tu mano. Sólo que, ¿acaso las cosas hubieran ocurrido de forma distinta? ¿Quién se hubiera hecho cargo? Cuando DeMarco dijo Fase Dos, ellos hubieran hecho lo mismo que yo hice porque ésa era la orden, dirigirse

inmediatamente a un misil, retirar una ojiva de combate, llevarla a un lugar seguro y armarla. El mismo resultado. No fue culpa mía. Yo hice lo que se me dijo. ¿Por qué estoy todavía sentado aquí llorándome a mí mismo? Piensa en lo que está ocurriendo. Simplemente piensa en ello. Revisa la situación actual. Seguridades y probabilidades. ¿Cómo pueden cambiar las cosas con lo que le están haciendo al VOCR? Lo están programando para ir abajo. Directamente abajo, a la fosa Caimán. Piensa en ello.

Las luces estaban apagadas. La pseudonoche que las criaturas de tierra firme con un reloj biológico de veinticuatro horas necesitaban. Barbo, Una Noche y Bud estaban echados en otras tantas mesas en el comedor, envueltos en mantas. Monk estaba tendido en la cocina, cuidando de su pierna rota, a veces durmiendo, a veces no. El frío era intenso. El agua goteaba por todas partes, no de fugas, sino del vapor de agua que se condensaba en las paredes dentro de la

Deepcore. Pero con los suficientes de ellos en el comedor y la enfermería en la puerta contigua, su calor corporal se mantenía un poco por encima de lo imposiblemente frío.

Lindsey estaba haciendo café. Había visto al entrar que Monk no estaba dormido. Así que, cuando el café estuvo hecho, sirvió dos tazas. Llevó una allá donde estaba tendido el hombre, sólo una cara entre un montón de mantas. Su mano emergió, cogió el café.

Cuando Lindsey se volvió, sintió la mano del hombre tocar su manga. Se volvió de nuevo hacia él.

—Gracias —dijo Monk. Ella le respondió con un movimiento de ojos, luego se alejó.

No era como el teniente Coffey. Quizás antes lo fuera, pero ahora ya no. Esa actitud dura y eficiente ya no estaba allí. Ese aire de inabordabilidad. Monk se había convertido de nuevo en una auténtica persona. Quizás eso se lo hubiera hecho el dolor, pero al menos recordaba cómo ser humano, cómo ser un muchacho de veintitantos años, aún no seguro de haber madurado, aún no seguro de lo que deseaba ser. Era una buena señal…, quizás hubiera también un ser humano oculto dentro de Coffey y Schoenick. Quizás eso significara que había un límite a su arrogancia. Una línea que no pudieran cruzar. Recordó a Schoenick sujetándola, lo impotente que se había sentido. No importaba cómo se debatiera, era como si él ni siquiera se diese cuenta. Le quedaba tanta fuerza no utilizada, que ella sabía que hubiera podido matarla simplemente así. Simplemente un golpe en un lado de su cabeza, y su cuello se partiría como si fuera un pretzel. Odiaba eso. Que alguien tuviera tanto poder sobre ella.

Se dirigió de la cocina al comedor. Bud estaba allí, roncando suavemente. Se sentó junto a la mesa donde él estaba durmiendo. La brisa de su movimiento debió molestarle un poco, o quizá fueron sus suaves pisadas, pero de cualquier modo su roncar disminuyó a un leve jadeo. Eso acostumbraba

a pasar siempre cada vez que ella se iba a la cama tarde. Un rechazo sin palabras, como si le estuviera diciendo: Me has dejado aquí solo, ¿dónde estabas?

Le habló como acostumbraba a hacerlo en casa:

—Virgil, vuélvete de tu lado.

Bud gruñó, se volvió de su lado. Una respuesta automática. El esposo bien entrenado. Casi había olvidado aquello. Había tantas cosas que eran puro reflejo entre ellos. Puede que no se comprendieran el uno al otro, pero sabían cómo vivir juntos, cómo

estar juntos. Llevaban un buen kilometraje en el matrimonio, más que la mayoría de la gente en tan pocos años, porque habían estado juntos despiertos y dormidos, en el trabajo y en casa. Pero si el viejo coche ya no funciona, tienes que comprarte un coche nuevo, ¿no? No puedes aferrarte al viejo hasta que se te oxide en el patio delantero. Fuimos buenos juntos durante un tiempo, Virgil y yo, y luego ya no. Eso es todo. Es una lástima, sí, pero no es el fin del mundo.

A solas ahora en el sonar, Chico siguió durmiendo. Si creyera realmente que había algo ahí fuera, hubiera permanecido despierto, hubiera montado guardia. Pero era un escéptico, así que dormía. No oyó la interferencia que surgió en el sonar pasivo. No vio el casi imperceptible rastro que apareció en la pantalla del sonar activo.

Brotó del abismo, un simple tubo de agua dentro del agua. Normalmente el sonar no detectaba en absoluto a los constructores y los porteadores, porque no hacían ningún ruido, y cuando el sonar transmitía las ondas de sonido de alta frecuencia, sus cuerpos absorbían la energía de las vibraciones del sonido dentro del agua, sin reflejar nada que el sonar pudiera recoger. Ahora, sin embargo, estaban intentando algo nuevo. En vez de probar de alcanzar a los seres humanos en el agua, intentaban alcanzarlos dentro de la

Deepcore y observarlos, comunicarse con ellos si era posible. Eso significaba desarrollar una nueva estructura que pudiera medrar en un entorno gaseoso en vez de líquido. Eso significaba remodelar y unir varios porteadores en un tubo flexible como un solo y grueso zarcillo. Dentro de este tubo, los constructores podían circular libremente. Tenían que encoger sus cuerpos a fin de encajar en él, del mismo modo que lo hacían cuando viajaban en un deslizador. Esto era peligroso…, no disponían de ninguna de sus protecciones naturales contra la relativamente baja presión tan cerca de la superficie. Fue por eso por lo que los constructores enviaron hacia arriba el tubo desde un deslizador muy abajo en el risco, a fin de que nunca tuvieran que aventurarse en aguas libres. El tubo les protegería, les permitiría llevar consigo el océano dentro del interior gaseoso de la

Deepcore. Verían a los humanos tal como los humanos se veían unos a otros.

Puesto que el nuevo tubo tenía una capa exterior mucho más gruesa, los constructores no podían absorber energía de ningún tipo a través de él. Las ondas de sonido ya no eran absorbidas; los movimientos del tubo podían ser ahora detectados, débilmente, por el sonar activo de la

Deepcore.

También significaba que, a medida que el tubo se alzaba del cañón, no había ninguna disminución en las luces dentro de la

Deepcore. Los constructores sabían por la mente de Lindsey que no disponían de energía que malgastar, y que les quedaba poco oxígeno…, el riesgo de más muertes humanas era un asunto serio para ellos, ahora que sabían lo permanente y completa que era la muerte humana. No harían nada para incrementar el riesgo. Además, la disminución de la energía hacía que los humanos se mostraran más temerosos. Acercándose de aquel modo, dentro del entorno gaseoso humano, sin ninguna acción perjudicial como el drenaje de energía, seguro que los humanos no les tendrían miedo. Entonces podrían iniciar las conversaciones.

En la bodega de inmersión, Hippy acababa de terminar las modificaciones en el Gran Tonto. Observó el morro del VOCR, con su ventana frontal en forma de burbuja como un único ojo, la sonrisa de tiburón pintada debajo de ella.

—Todo listo, chico grande —dijo. Y luego, severamente—: Te dije que borraras esa sonrisa de tu rostro. —Hippy bostezó, apagó las luces, abandonó la bodega de inmersión.

Tras él, la sonda de los constructores ascendió desde el agua al aire —la tetramezcla— que respiraban los humanos. La estructura se solidificó, se flexionó, se mantuvo firme. El resplandor de la vida dentro del tubo se reflejó desde el agua, haciendo que las sombras danzaran en techo y paredes. Rápidamente, firmemente, siguió a Hippy fuera de la bodega de inmersión, con el tubo creciendo por su extremo, el agua y la energía fluyendo a lo largo de él para proporcionar los materiales necesarios para su crecimiento, extrayéndolos del fondo del mar en el abismo. Era la primera vez que los constructores habían tenido que crear una estructura que pudiera moverse flexiblemente sobre superficies sólidas mientras era totalmente autónoma en fluidos y energía. Los deslizadores habían tenido que moverse a través del aire libre y el enorme vacío del espacio; nunca habían tenido que moverse a través de estrechos corredores. Así que su rígida y esqueletizada estructura no servía para nada. Afortunadamente, la atmósfera dentro de la

Deepcore estaba presurizada para equilibrarse con el ambiente oceánico, así que la sonda no tuvo que enfrentarse a una seria presión diferencial. Toda la fuerza de la estructura fue empleada en mantenerla equilibrada en el aire, sin tocar nada innecesariamente, puesto que cada punto de fricción requería una energía y una atención mucho más grandes para sostener las paredes del tubo.

Funcionó espléndidamente. Se alzó fuera del agua, balanceándose con precisión mientras giraba y se extendía por encima de la cubierta de la bodega de inmersión, luego empujaba su creciente extremo a través de la compuerta y penetraba en los corredores de la

Deepcore. Habían construido algo nuevo, y funcionaba; aunque no consiguieran nada con ello, aquello era algo que valía la pena compartir con otras colonias de constructores en otros mundos.

Pero tenía que salir

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