Abyss

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13 – Ahogarse

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—A la izquierda, izquierda, izquierda.

—De acuerdo.

Esquivaron la

Deepcore. Si la gente de dentro estaba mirando, debían disfrutar de un espectáculo realmente infernal. La carrera de cuadrigas de

Ben-Hur, Luke Skywalker contra la Estrella de la Muerte, ahí vamos.

—Viene detrás de ti. ¡A la derecha!

Gran idea, Bud. Si voy a la derecha, nos empotramos contra el trimódulo-B.

Fue más allá de la

Deepcore y giró a la derecha. Ahora estaban fuera, lejos de la

Deepcore, siguiendo la línea de la pendiente. No era el mejor lugar donde estar. En terreno despejado, la superior potencia del Fondoplano se imponía…, y, por supuesto, Coffey sólo necesitó diez segundos para situarse en posición y embestirles por detrás. Rodaron por el interior del Taxi Uno.

De alguna forma, Lindsey consiguió mantener el Taxi Uno controlado y funcionando.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí —respondió Bud—. El muy hijo de puta.

Coffey no había terminado. Los embistió de nuevo. Y de nuevo. Lindsey estaba rozando el fondo tanto como le era posible. Su única ventaja era la experiencia. Podía esquivar mucho mejor que él. Si no disponían de la

Deepcore para proporcionarles obstáculos, utilizaba las rocas del fondo del océano.

Lindsey al menos tenía algo a lo que sujetarse. Bud iba de un lado para otro en la parte de atrás, como un dado en un cubilete.

—La gente paga por una mierda así en los carnavales —dijo.

Como respuesta, Lindsey golpeó fuertemente contra una roca del fondo marino. Los arrojó a ambos hacia arriba; ella consiguió recuperar el control al instante, pero fue la peor de todas las sacudidas para Bud, porque podía ver que Coffey estaba demasiado atrás como para embestirles, así que no esperaba aquello. Sus mandíbulas se cerraron tan violentamente que hubieran podido partirle la lengua.

—Jesucristo, muchacha —dijo. Ella no apreció la crítica.

—Bud, si crees que puedes hacerlo mejor, te cedo con gusto el puesto.

Definitivamente, no era una oferta tentadora. Además, ahora Coffey estaba

bastante cerca. Desde atrás. ¡Bang! Luego desde el lado. ¡Bang! Luego desde arriba, aplastándolos contra el cieno del fondo. ¡Bang!

Lindsey estaba empezando a enojarse de veras. Ahora se hallaba ya más allá del miedo, funcionando a base de pura adrenalina. El instinto asesino. El oso acorralado.

—¿Está directamente sobre nosotros?

—Ajá —dijo Bud—. Lo tienes pegado a tu culo.

Ella se elevó, bruscamente, luego se lanzó con toda deliberación hacia un saliente rocoso. Provocó una pequeña avalancha de cieno y rocas, directamente en el camino de Coffey. Lo cegó; golpeó contra la roca, quedó clavado allí por unos instantes, sin poder ver, sin saber lo que tenía delante.

Lindsey se elevó, giró a la derecha, y se dejó caer brutalmente sobre el Fondoplano cuando éste emergió finalmente de la nube de cieno. Lo obligó a descender, clavándolo contra otra roca, desgarrando el estabilizador de babor del Fondoplano. Coffey era bueno en la caza, pero no era bueno en recuperarse cuando su vehículo perdía el control. Lindsey se mantuvo tras él, golpeándole desde atrás. Las colisiones no eran tan fuertes sobre el Fondoplano como lo habían sido sobre el Taxi Uno, pero Coffey no podía controlarlas cuando lo pillaban por sorpresa. Estaba desorientado. Agitó las manos sobre los controles, pero durante unos buenos segundos no puedo recordar lo que hacía cada uno de ellos. Sus impulsores no funcionaban como deberían pese a que no dejaba de accionar los controles.

El Fondoplano golpeó el lecho marino, se clavó en una roca, giró sobre sí mismo en el momento en que Lindsey se lanzaba con el Taxi Uno para otra colisión. Quedaron enganchados, se deslizaron juntos ladera abajo. Y entonces Lindsey pudo ver que estaban de nuevo en el borde del risco. Deslizándose, deslizándose…, hasta que se detuvieron, el Fondoplano casi colgando en el borde, el Taxi Uno completamente apoyado sobre el fondo. Nariz contra nariz. Lindsey y Bud podían ver claramente el interior de la cabina del Fondoplano. Coffey estaba tendido a un lado de la cabina, el rostro estriado de sangre de un corte en su cabeza. Sus ojos estaban abiertos, pero él no estaba allí.

No, no lo estaba. Se alzó, sólo un poco, lo suficiente para girar la

cabeza y mirarles.

Bud se inclinó hacia delante a través de la escotilla, miró por la ventana junto con Lindsey. El peso del Fondoplano era demasiado. Empezó a desprenderse del Taxi Uno. A deslizarse hacia atrás. ¿Llegó a darse cuenta Coffey de lo que estaba ocurriendo? No había nada que ellos pudieran hacer. Sólo mirar mientras el Fondoplano se desprendía por completo y empezaba a caer, más y más aprisa, hacia el abismo.

Coffey supo que algo iba mal. No debería estar cayendo así. Los controles deberían responder, tendrían que pasar cosas mientras movía frenéticamente las palancas, accionaba los interruptores. Dependía de algo, y este algo

no le respondía. Eso no debería ocurrir. Él nunca debería depender de nada ni de nadie. Siempre confiar sólo en ti mismo. Nunca contar con nadie. Monk, maldito bastardo. Te ganaron, Schoenick. Tú, mamá, te casaste con él y yo me convertí en una mierda para ti a partir de entonces, bueno no importa porque yo te he salvado pese a todo. Envié la ojiva de combate ahí abajo y ellos nunca saldrán a la superficie, está ahí abajo y enviará a todos esos monstruos al infierno y así, aunque me engañaste, me abandonaste, como hacen todas las demás jodidas madres, yo he salvado vuestras vidas, cada aliento que respires a partir de ahora es un regalo mío porque ahora estarías muerta y si no lo hubiera hecho y sólo lo hice por ti, sólo por ti.

Una pequeña fractura plateada se abrió en la burbuja central. Creció. La presión fuera del Fondoplano era ahora mucho mayor que la interior. Aquella grieta en la burbuja…, Coffey sabía lo que era. Era la puerta al infierno.

El agua entró a chorro contra su rostro de una pequeña abertura en el metal…, una abertura abierta ahora por la creciente presión fuera de la cabina. Coffey supo lo que vendría a continuación, supo que nunca saldría de aquel lugar. Lo que más le dolió, en su locura, fue que no estaría vivo para ver el fruto de su trabajo. No podría ver la flor de luz en el abismo, no podría sentir la onda de choque rodar sobre él. En vez de morir en el momento de la victoria, iba a morir sin saber si había cumplido hasta el fin con su misión.

Un momento de lucidez. Un momento de ultraje ante el hecho de que le habían

ordenado que hiciera aquello. ¿Por qué debo morir por esto? ¿Por qué no puedo hacer, sólo por una vez, lo que

yo deseo? Nada de órdenes, nada de misiones, sólo lo que Hiram Coffey desee hacer. Y lo que Hiram Coffey desea hacer en estos momentos es vivir, es mantener esta burbuja en su lugar, retener el agua fuera. Lo que deseo es alzarme fuera del agua, respirar el limpio aire bajo el cielo abierto, ver a otra gente y no tener que decidir cuáles son mis enemigos, tener que decidir si matarlos o utilizarlos. Lo que deseo es apoyar mis manos en los hombros de mamá y gritarle una vez más a la cara que

no tenía derecho a enviarme allí y luego abandonarme como si nunca le hubiera importado en absoluto, después de todo lo que hice por ella.

Apretó las manos contra el plexiglás, aunque sabía que era inútil, porque tenía que hacer algo. No podía rendirse. En vez de ello gritó su desafío y —en el último momento— su rebelión.

De pronto, empujada por toneladas de presión, una cortina de agua de mar penetró violentamente como una guadaña por la rendija en la ventana y lo acuchilló. Un momento más tarde toda la burbuja implosionó, y Coffey murió en una sangrante espuma de bullente agua, aire y fragmentos de plástico transparente, y su grito no se oyó en medio del rugir de la victoria del océano.

Los constructores contemplaron apenados todo aquello. Incluso los pacíficos enzarzados en una guerra. Incluso Lindsey, que odiaba la ojiva de combate más que nadie, incluso ella podía verse llena con la misma bestial y ciega rabia que cualquiera de los soldados. Incluso ella podía cargar una y otra vez hasta que su enemigo resultaba vencido. Incluso ella podía contemplar cómo moría. Y Bud, el que parecía ser un sanador, un constructor de conexiones entre la gente, aprobaba todo lo que ella hacía. ¿Por qué? Porque Coffey le hacía sentir tanto miedo, porque el miedo era tan insoportable, que harían cualquier cosa con tal de destruir lo que fuera que les hacía sentir de aquel modo.

Bud y Lindsey intentaron ayudarle, persuadirle.

Pero finalmente abandonaron, ¿no? En último extremo, toda aquella gente era igual. Cuando tenían miedo, mataban. Y siempre tenían miedo.

Así que los constructores retrocedieron. No más interferencias. Aquel que le proporcionó a Barbo el aliento suplementario que necesitaba fue enviado lejos, a las profundidades, fue mantenido ocupado con otras tareas importantes…, pero tareas que no tenían nada que ver con los humanos.

Observaron a Coffey caer en el abismo, pero no hicieron nada por ayudarle. Sólo después de que hubiera muerto acudieron rápidamente a sondear sus memorias, a conservarlas.

Eso es algo que podemos hacer por esos humanos que vinieron hasta tan lejos a nuestro encuentro. Cuando abandonemos este mundo, podremos llevarnos con nosotros las memorias de esas temerosas y retorcidas criaturas. Dentro de muy poco tiempo, nuestras memorias serán el único lugar donde permanecerá vivo ninguno de ellos.

Coffey había desaparecido. El Fondoplano había desaparecido. El Gran Tonto había desaparecido. Pero ellos seguían con vida dentro del Taxi Uno. Golpeados, llenos de hematomas, pero

vivos.

Bud podía oír el agua gotear dentro del Taxi Uno. Se dirigió a la escotilla, pasó al otro lado para comprobar la situación. Procedía de la caja de control de los umbilicales externos. Un chorro pequeño pero constante. No a presión…, las presiones estaban equilibradas a aquella profundidad. Pero una fuga hacia dentro significaba también una fuga hacia fuera…, estaban perdiendo mezcla gaseosa a medida que la gravedad empujaba el agua al interior.

Lindsey miró hacia atrás a través de la escotilla.

—Nos estamos inundando como unos hijos de puta.

—Te has dado cuenta —dijo Bud.

—¿Sabes?, lo hiciste estupendamente ahí atrás, Virgil. Me sentí realmente impresionada.

Bud necesitó unos instantes para darse cuenta de que ella se refería a su actuación con el Gran Tonto y la cuerda y el jugar al escondite con el brazo manipulador del Fondoplano.

—Bueno, sí, pero no lo bastante bien. Todavía tenemos que atrapar al Gran Tonto. —Estaba intentando alcanzar detrás del panel. La filtración tenía que producirse en un conector que se había soltado a causa del último impacto. No había habido ninguna fuga hasta entonces.

Lindsey todavía estaba comprobando los mandos. Accionando interruptores. No ocurría nada.

—No con esta cosa —dijo. Bud se echó a reír.

—Lo has comprobado, ¿eh?

Ella captó el chiste, rió también.

—Sí, querido. Lo he comprobado. —Puede que estuvieran inmóviles, pero no les resultaría difícil a los de la plataforma salir e ir en su busca. Traerle a ella un traje y una botella de tetramezcla. Intentó conseguir que funcionara la UQC—.

Deepcore, Deepcore, aquí el Taxi Uno, cambio. —Pulsó el conmutador. Nada—.

Deepcore, aquí el Taxi Uno, necesitamos ayuda, cambio.

Movió otro interruptor. Era el equivocado. Algo se cortocircuito en medio de un surtidor de chispas. Se agachó, se protegió el pelo…, no era el mejor momento como para que una chispa prendiera en su cabello y su cabeza se convirtiera en una antorcha.

Las chispas cesaron. La cabina quedó a oscuras…, se habían quedado sin energía.

—¿Estás bien? —preguntó Bud.

—Sí.

Bud encendió la linterna submarina que siempre había en la parte de atrás del Taxi Uno. La enfocó en el rostro de ella para asegurarse de que realmente estaba bien.

—Bueno, eso es todo —dijo ella. Las comunicaciones desconectadas. No más llamadas. No debían haber pagado la factura.

—Maravilloso —dijo Bud. Se dio cuenta de que, incluso cuando apartó la luz de ella, pudo ver que seguía bien. Una luz azulada penetraba por la ventana—. Nos llega un poco de luz de alguna parte. Desde atrás, por la derecha.

—Sí, es la plataforma.

Miraron por la ventana, la localizaron.

—Está a unos buenos sesenta o setenta metros, diría. —Hubiera podido ser peor. Al final debían haberse movido en ángulo hacia atrás, hacia la

Deepcore, sin darse cuenta de ello.

—Vendrán a buscarnos —dijo Lindsey. Bud seguía oyendo entrar el agua. Parecía más fuerte ahora. El chorro daba la impresión de hacerse más y más grande.

—Sí, pero va a tomarles su tiempo llegar hasta aquí. Tenemos que parar esta inundación.

Ella cruzó la compuerta al compartimiento de atrás, con él.

—¿Ves de dónde viene?

—Sí, ¿puedes contenerla? —Le tendió la luz. Ella la enfocó en el panel que dejaba entrar el agua—. Hay alguna conexión reventada aquí en este panel. El problema es que no creo que podamos contenerla. —Intentó retirar el panel de la pared para poder ver detrás—. ¿Tienes herramientas por aquí?

—No lo sé. Mira a tu alrededor.

Lo hizo, sin demasiadas esperanzas.

—Bueno, en realidad ya miré antes. —Se volvió de nuevo hacia el panel—. Maldita sea, todo lo que necesito es una maldita llave inglesa. —Los deseos no te proporcionan más que eso, deseos, como acostumbraba a decir su madre. Clavó los dedos en la parte de arriba del panel y en el lado derecho. Lindsey captó la idea y clavó los suyos arriba y a la izquierda. Bud clavó los pies en la pared y tiró. Ella hizo lo mismo. Se tensó, gruñendo, hasta que sus dedos no pudieron seguir tirando, resbalaron y se soltaron, despellejando sus yemas.

—¡Mierda! —exclamó—. ¡La hija de

puta!

Lindsey se preocupó al verle tan alterado.

—Tranquilo, Bud —dijo. Necesitaba que mantuviera la calma, porque mientras estuviera calmado eso sugería que podía haber algo que pudieran hacer. Pero el agua llegaba ya a sus cinturas ahora, mientras permanecían arrodillados en el suelo ahí atrás, y eso sugería que no tenían mucho tiempo para pensar en lo que podían hacer—. Tranquilízate. —Agitó los dedos, intentó devolver algo de sensación a ellos.

—De acuerdo —dijo Bud. La confianza volvía a su voz—. Está bien. Tenemos que sacarte de aquí.

El agua era realmente fría. Él llevaba su traje de inmersión. Ella no.

—Sí. Pero ¿cómo?

—¡No

cómo!

—De acuerdo, de acuerdo. —Era difícil pensar en algo cuando no había nada en que pensar excepto un único y terrible hecho—. Sólo tenemos un traje.

—¡Lo sé! ¡Lo sé! Pero pensaremos en algo.

Ella no le estaba escuchando. Aunque ahora se había puesto de pie, ligeramente inclinada, para mantener la mayor parte de su cuerpo fuera del agua, eso no ayudaba mucho.

—Oh, Dios, me estoy congelando —dijo. Eso le hizo darse cuenta de lo que había significado el que él hubiera ido nadando por debajo de la plataforma hasta el pozo lunar. Pero eso era una docena de metros. No sesenta.

—Hey, dame tus manos —dijo él. Se las dio. Él las sujetó entre las suyas…, estaban realmente calientes. No perdía tanto calor a través de su traje—. Escucha —dijo. Ella creyó que iba a darle una respuesta. Lo que dijo fue mucho menos satisfactorio—. Tú eres lista: piensa en algo. ¿No puedes pensar en nada? Piensa en algo.

Era absurdo. Pero la forma en que Bud se lo preguntó, calmado, expectante, hizo que se sintiera más confiada. Y pensó en algo.

—De acuerdo. ¿Por qué no vas hasta la plataforma y me traes un traje?

—Me tomará unos siete, ocho minutos, nadar hasta allí, recoger el equipo y volver. No lo conseguiré. —Seguía sujetando sus manos. Se estaban envarando, se volvían azules con el frío—. Mira esto. Cuando vuelva, tú…

—Sí. De acuerdo. Mira a tu alrededor. Sólo mira a tu alrededor. —Tenía que haber algo que pudieran utilizar, algo que les diera una idea. Ella encontró una mascarilla respiratoria.

—Prueba si funciona —dijo Bud.

Ella ya se la había llevado a la boca. Nada. La dejó caer. Miró un poco más a su alrededor, intentando mover los brazos, no dejar de moverse, mantenerse caliente. Seguía emitiendo sonidos involuntarios. Se obligó a cortarlos. Sonaba demasiado como si estuviera gimoteando. No iba a gimotear.

De pronto, Bud empezó a moverse con un propósito definido.

—De acuerdo —dijo. Le estaba tendiendo su botella de tetramezcla—. Ponte esto. Se metió las manos debajo del collarín, empezó a sacárselo por encima de la cabeza.

Ella necesitó un segundo para darse cuenta de lo que pretendía hacer. No tenía ningún plan. Simplemente había decidido darle su traje y hacer que se marchara mientras él se quedaba allí y moría.

—¡No, no! ¿Qué pretendes hacer, esperar que te crezcan branquias o algo así? Vas a…

—No discutas conmigo, maldita sea, sólo…

—Mira, esto no es una opción, así que simplemente olvídalo. —Pensó en él ahogándose. Pensó en él aspirando la helada agua en sus pulmones como había hecho la rata de Hippy, sólo que esto no iba a terminar con alguien cogiéndolo por los pies y poniéndolo boca abajo y haciéndole expulsar los fluidos como Hippy le dijo que había hecho Monk con Beany.

—¡Lindsey, cállate!

—¡No! —Déjame pensar, tiene que

haber una forma.

Todo lo que él sabía era que si ella no cogía el traje se ahogaría. No era momento aquél para ceder ante su testarudez. Aquélla era la peor cosa del mundo. Lo sabía. Lo recordaba. Había sentido el agua entrar en sus pulmones, y eso no iba a ocurrirle a ella. Él no iba a sobrevivir y tener que pasar todo el resto de su vida imaginando cómo se había sentido ella mientras moría de la forma en que debía haberlo hecho Junior.

—¡Cállate y ponte esto!

—¿Quieres ser lógico por una vez en…?

¡Al diablo la lógica!

—Escucha,

¡escucha! Simplemente

escúchame por un segundo. Tú llevas puesto el traje y eres mucho mejor nadador que yo, ¿correcto?

—Sí, bueno, quizá.

—Bien. Sí. De modo que tengo un plan.

—¿Qué plan?

—Yo me ahogo, tú me llevas de vuelta a la plataforma. No pudo creer que ella estuviera diciendo aquello. Echó la cabeza hacia atrás y le gritó:

—¿Qué maldito plan es éste?

—Yo me ahogo y…

—¡No!

—Sí.

—¡No!

—Esta agua está sólo a un par de grados por encima del punto de congelación. Entraré en una profunda hipotermia. Mi sangre se volverá como agua helada. Mis sistemas corporales funcionarán más lentos, pero

no se pararán. Tú me llevas hasta allá, y yo podré ser… revivida al cabo de quizá diez, quince minutos.

—¡Lins, ponte esto!

¡Ponte esto! –Estaba suplicando ahora, implorándole. Pero también estaba escuchando, procesando la información a un cierto nivel dentro de su mente. Sabía que era cierto que si consigues recuperar a tiempo a una víctima ahogada en agua muy fría a veces puedes hacer que reviva. A menudo. Pero no

siempre.

—Es la única forma —dijo ella—. Vuelve a ponerte el casco. Vuelve a ponértelo, sabes que tengo razón.

Por favor. Es la única forma. En la plataforma hay todo el equipo necesario para conseguirlo. Ponte el casco, Bud, por favor.

Ella tenía razón. No había ningún otro plan excepto el que él había estado elaborando…, los dos quedándose en el Taxi Uno, discutiendo, hasta que se ahogaran ambos. Su idea ofrecía alguna esperanza.

—Es una locura —dijo.

—Oh, Dios mío, lo sé, pero es la única forma.

Él volvió a meterse el collarín por la cabeza. Ella sujetó la botella, le ayudó a ajustársela, pese a que sus dedos estaban ya tan ateridos por el frío que apenas podía sujetar nada. Ambos siguieron hablando, murmurando, concentrándose en la tarea.

—Puedes hacerlo, lo sabes —dijo ella. Le miró con unos ojos que decían: Confío en ti. Por primera vez en todos sus años juntos él miró profundamente en sus ojos y vio que ella creía absolutamente, absolutamente, en él. Iba a descender directamente al límite mismo de la muerte, y sería misión de él traerla de vuelta, sólo de él, y ella confiaba en él. Acarició su mejilla. Su mano era como hielo, pero parecía quemar. Sentiría eternamente aquella mano sobre su mejilla—. Puedes hacerlo.

—Oh, Dios, Lins, yo…

Iba a decir que la quería.

—No. Puedes decírmelo más tarde. —Y entonces le

dijo, no con palabras, sino tendiéndose hacia él, inclinándose hacia él en los veinte centímetros de aire que les quedaban en la parte superior del compartimiento y besándole, un beso largo y profundo, no un beso de pasión, no para excitarle, sino un beso de pertenencia. Le dijo: Soy parte de ti, te quiero. Confío en ti en todo. Él nunca había creído que ella llegara a decirle algo así, y sin embargo lo comprendió como si se lo hubiera dicho un millar de veces. La creyó. Era cierto.

Metió el casco en el agua, se inclinó, se lo puso. Luego se enderezó, el casco aún no encajado al collarín, y contuvo el aliento mientras el regulador llenaba el casco con la tetramezcla y empujaba el agua fuera. Era la peor forma de hacerlo, con agua dentro del casco, pero no quedaba espacio suficiente entre el agua y el techo como para ponérselo en seco. Y, mientras lo hacía, podía oír a Lindsey toser, escupir…, el agua estaba ya lo bastante alta como para que tuviera que inclinar la cabeza hacia un lado o hacia atrás para mantener la boca fuera de ella.

Estaba preparado. Fijó las sujeciones del casco. Luego flotó allí en el agua, observándola inspirar la última bocanada de aire en la parte superior del compartimiento. Una cosa era decidirlo. Otra cosa completamente distinta hacerlo. No pudo evitar verse dominada por el pánico, no pudo evitar el exclamar:

—¡Bud! —Y luego—: Ayúdame. —Y entonces ya no hubo más espacio. Ella lo supo, y se hundió, mirándole de frente, reteniendo su último aliento, los ojos fijos en su rostro.

Y él la miró a través de su mascarilla facial, la vio observarle con terror en sus ojos, la boca parcialmente abierta. Entonces se inclinó hacia delante y apretó los labios contra su mascarilla. En súplica. Como si estuviera intentando respirar el aire que había dentro de allí. Y todo lo que él pudo hacer fue mirarla, en todo lo que pudo pensar fue: Está ocurriendo de nuevo, oh, Dios, está ocurriendo de nuevo.

Ella se situó detrás de él, engarfió las manos detrás de su casco, apoyó la cabeza en su hombro y se reclinó contra él, lo abrazó tan fuerte, y él también la abrazó a ella. Estaba abrazándola cuando sintió que el pecho de ella cedía finalmente, dejando que sus pulmones se llenaran deliberadamente de agua. Se estremeció, sufrió un espasmo, su pecho se agitó de nuevo cuando su cuerpo intentó expulsarla.

Todas las veces que había deseado: Si hubiera estado con Junior al final, si hubiera podido abrazarlo cuando murió. Y ahora estaba ocurriendo, la estaba abrazando a ella, y ella se estaba ahogando, y era peor estar allí, sentirse impotente, tenerla aferrada a él y sentir su cuerpo perder el control, sabiendo que

no puedo hacer nada por ayudarla, era la peor cosa del mundo.

Luego sus manos se relajaron. Había perdido el conocimiento.

No, estaba muerta. Todo se había detenido. La única esperanza que les quedaba era que también hubiera sido matada por el frío, que éste estuviera frenando todos sus sistemas de modo que no muriera tan

aprisa como normalmente ocurría. Su vida estaba prendida en el conflicto entre las dos muertes. Y Virgil Brigman era quien sujetaba la cuerda.

Abrió la escotilla de salida, metió los pies por ella, luego la sujetó firmemente. Actuó con rapidez, pero no tan rápido que pudiera cometer algún error, no tan rápido que no pudiera estar atento a todo para asegurarse de que no le causaba ningún daño cuando la extrajo por la escotilla. Cuando estuvo fuera, volvió a meter la mano y cogió la linterna. Quizás estuvieran observándoles desde el interior de la

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