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NO ABRAS LOS OJOS

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NO ABRAS LOS OJOS

Todos le tememos a algo por muy valiente que pienses que eres. La vida te sorprende, tú jamás la sorprenderás a ella.

A mí la vida nunca me sorprendió.

Hasta ese día.

Llegar de la escuela y hacer los deberes no era nada divertido, pero tampoco había mucho por hacer. Y más si eres la hermana menor de dos hermanas más.

Le había temido a muchas cosas durante el pasar de los años. Una de ellas, era que le temía dormir sola en mi habitación.

Los largos viajes de mi padre eran la excusa perfecta para compartir la cama con mamá.

Ella cepillaba mi cabello y susurraba cosas dulces al oído. El temor se iba por un momento y cuando abría los ojos, volvía a sentir miedo de lo que miraba.

Nadie envidia a un ciego o a un sordo.

Yo deseaba ser ambos.

No escuchar lo que me hacía abrir los ojos.

No sucedía todas las noches, pero pasaba lo suficiente para no querer abrirlos durante horas, o quizás jamás.

No podía quedarme en mi habitación. Ahí también escuchaba ruidos extraños. Dormir con mi madre no era tan malo. Solamente no tenía que abrir mis malditos ojos.

Pero fallaba.

Esa noche mamá acarició mi cabello hasta que me sumergí en un profundo sueño.

Seguramente ella no sabía nada. Pero no era inteligente tampoco. El susurro de sus labios que hacía que cerrara mis ojos para dormir, solamente me recordaban lo que estaba a punto de suceder.

Hubo un breve silencio. Estaban las luces apagadas, pero la luz de la ventana era su peor enemiga y la que siempre la delataba.

La puerta se abrió y se cerró enseguida. Los pasos no eran desconocidos ni aquella voz.

Era todo familiar, lo que lo hacía doloroso.

La cama se hundió y contuve mi respiración. No sé por qué lo hacía.

No sé por qué todo estaba ensayado.

La puerta, los pasos y la cama.

Quería quedarme dormida, ignorar de nuevo el ruido, los roces y el movimiento que hacía la cama conmigo.

Sólo había una regla.

NO ABRAS LOS OJOS.

fallé.

Dos cuerpos desnudos a mi derecha. Fornicando.

La palabra fornicar la había aprendido ese día en la escuela, pero jamás una niña de diez años la diría en voz alta.

¿Quién le creería?

La niña de diez años miraba a su madre fornicar casi todas las noches. No solamente la miraba, la sentía, la escuchaba, sino que también callaba.

¿Mi padre había regresado esa noche?

No. Ni todas las veces anteriores que abrí mis ojos.

...

Era momento de volverlos a cerrar. Ya no escuchaba esos sonidos y la cama tampoco se movía.

Como lo dije, era como si todo estaba ensayado. Pero esa noche algo cambió.

—No solamente tenía que mantener mis ojos cerrados, nadie me avisó que también debía cubrirme los oídos.

Me voy a casar con tu hija.

La puerta se cerró esa noche y al día siguiente hubo uno boda que preparar para una de mis hermanas mayores.

Mi madre guardó el secreto y yo también, ahora te toca a ti hacerlo.

Al menos antes de la boda no se lo digas a nadie.

FUISTE TÚ

—Vives en el pasado.

—Sí. Es más seguro. Allí ya todo sucedió.

Sabía que no entendería nada. Hablaba conmigo misma a través del espejo. En realidad no era un espejo. Era más bien uno de los viejos y sucios vidrios de la ventana. Ventana que rompí con mi cabeza cuando me lanzó hacia ella porque me negaba a abrir mis piernas esa noche para él.

Estaba sucia.

Débil.

Desde luego nada atractiva. El vestido blanco de flores color lila que usaba meses atrás había dejado de quedarme.

Ahora lo odiaba cada vez que lo miraba.

Nunca había sido tan feliz en mi vida. Me había enamorado y era correspondida. Sé que jamás llegaré a conocer a alguien como él y tampoco volveré a ser feliz. Nadie en mi posición puede hacerlo.

No después de haber perdido a ese mismo amor.

Cada día, viene a mi mente cada momento que pasamos juntos. A veces no sé si estoy soñando o es parte de mi delirio.

Prefiero pensar en lo primero. Soñar es lo único que me ha mantenido viva en el cautiverio en el que estoy sometida desde... Ya he perdido la cuenta. Las marcas de los días han desaparecido por las manchas de sangre y ya no puedo distinguir entre el día y la noche.

No puedo salir de aquí, he perdido mi voz de tanto gritar y ya no me atrevo a abrir de nuevo mi boca.

He despertado y esperado por horas, pero la persona que me trajo aquí no se ha hecho presente.

También perdí la cuenta de eso.

El estómago me duele y me he olvidado si es de hambre o la incomodidad de dormir en el concreto.

La puerta está frente a mí y sé que puedo correr. Pero cuando lo intento, es inútil. Mi mente se mueve pero mis pies no.

Solamente quiero cerrar mis ojos, pero me doy cuenta que ya los tengo cerrados. De nuevo vuelvo a soñar, y mi sueño se convierte en pesadilla. Aquella tarde con mi vestido blanco de flores color lila le dieron una razón para acercarse a mí, una buena razón para enamorarse y otra para quedarse el tiempo necesario antes de perderlo.

Era el amor de mi vida. Y lo perdí.

Él Murió.

Pero no dije cómo.

Nunca pregunté por qué esperó tanto tiempo para hacerlo. Hubiese sido más fácil desde el primer día, pero esperó días, meses, años.

El conteo, los sueños y recuerdos te pueden mantener cuerdo. Pero no es mi caso, aunque ya no importa.

El golpe de una puerta que ha sido derribada fuera de la habitación oscura en la que me encuentro, se convierte en mi nuevo sonido favorito.

Es cuestión de segundos para que derriben la que tengo frente a mí.

Y sucede.

La luz no quema mis ojos por suerte y puedo ver a los que han venido a rescatarme.

—Encontramos el cadáver.

Sí, me han encontrado.

Ahora sé por qué no podía moverme y por qué perdí el conteo de los días.

Ahora ya saben dónde estoy y pronto iré a casa. No pude esperar más, lo intenté. No te pediré que no se lo digas a nadie, pero si el amor de mi vida regresa dile que viví.

¿Cómo murió?

Fue él quien acabó con mi vida al encerrarme aquí, desde ese día murió para mí, fue él, fuiste tú.

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