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MI PRIMERA VEZ

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MI PRIMERA VEZ

Si hablamos de primeras veces no vayas a creer que se trata de la primera vez que cogí con alguien, o la primera vez que fui besada.

Esto que te contaré es algo peor. Mi primera vez.

Mi primer contacto con aquello que pensé que deseaba.

Desde niña me gustaba la pornografía. Ni siquiera me había crecido el vello púbico cuando mis dedos estaban tocando la rosada y sucia carne de mi sexo.

Tenía nueve años.

Ahora que veo por la calle a una niña de esa edad me pregunto si no estará tan jodida como lo estuve yo.

Pero te seguiré contando.

Nunca había visto a alguien tener sexo en persona.

Tampoco un miembro masculino.

Ni siquiera sabía que un pene podía lucir así de atractivo. La cabeza hinchada y húmeda. Los testículos grandes y colgando.

¿Sabes el sonido que hacen en los muslos de una mujer?

Desde luego que sí...

Tenía nueve años y solamente quería saber qué se sentía. El placer en sus rostros y sus gemidos.

Con el tiempo me di cuenta que todo era un acto, eran actores después de todo y les pagaban por tener sexo alrededor de más de diez personas.

Pero yo no fingí...

Mis pequeños dedos hurgaban sin penetrar porque me dolía.

Los movimientos cada vez se hacían más violentos. Y donde antes había inocencia, la perversión ocupaba lugar.

Era una niña al momento de apagar el ordenador.

Pero no ese día...

Él no tenía un pene grande.

Él nunca me había deseado.

Él era violento.

Él no pidió permiso.

Se colocó sobre mí y deslizó su pequeño miembro por mi pequeña y ya no tan inocente abertura.

Aunque sin ser penetrada, jamás había tenido un pene "Ahí" y tampoco quería tenerlo.

Al menos no el de Él.

Y tampoco a la edad de nueve años.

Empezó a moverse cada vez más rápido.

Sus gemidos no eran como en las películas porno. Mis gemidos tampoco.

No grité no porque no pudiera, sino porque no quería hacerlo.

Estaba empezando a sentirme extraña. El escalofrío se apoderó de mí. Los dedos de mis pies se entumecieron y unas pequeñas convulsiones lo asustaron.

Mi cuerpo estaba cansado y la mirada la tenía perdida.

Deslicé mis dedos hasta mi sexo para cerciorarme de que todo estaba bien y que seguía siendo una niña.

La niña de nueve años había sido marcada ¿Y Él?... No lo sé.

El aire regresó a mis pulmones.

Él se subió los pantalones y cubrió mi cuerpo con mi sábana. Se acercó a mi rostro, pero continuó hasta llegar a mi oído para susurrarme:

-No se lo digas a nuestros padres.

No lo hice.

Te lo digo a ti, pero tú no se lo digas a nadie.

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