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JOVENCITAS

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JOVENCITAS

De la escuela lo que más me gustó fue la etapa de secundaria, en especial el último año, cuando sentía que ese era el clímax de la vida, el status supremo de los alumnos de tercer grado dominando a la especie inferior, popular entre las muchachas y esperando la etapa siguiente del bachiller.

Iniciando el tercer año, muchas cosas nuevas se presentaron, pero en especial el ingreso de nuevo alumnado femenino, guapas, bonitas, simples y encantadoras a sus dieciséis años de edad, en un grupo grande de 42 alumnos en aquel salón la variedad y entretenimiento eran suficientes.

Yo me sentaba en la fila de atrás, a la orilla de la pared, mi escondite, mi lugar preferido para relajarme y sin ser molestado por la mafia problemática del salón, de los que siempre estaban anotados en la libreta de la maestra como los tipos de cuidado.

Junto a mí se sentaba Connie, hija de la mejor amiga de mis padres, silenciosa pero rebelde, jamás se acomodó el cabello y siempre cruzaba su pierna sin importarle mi constante inspección visual hasta donde me permitía observar el borde de la falda gris a cuadros del aburrido uniforme escolar.

Frente a mí Jessica, la novia de todo el salón, la típica inteligente estelar de toda escuela respetable, pero conocía sus secretos, sabía perfectamente el escondite de la cajetilla de cigarros que ocultaba bajo su asiento, de donde a diario sacaba uno por uno para fumarlo clandestinamente tras el tendajo de Don Hugo, en el patio escolar.

Y la inconfundible Mariana, la única persona tras de mí, y que hasta hace poco tiempo me enteré que siempre estuvo enamorada de mí, y casó con un tipo desgraciado que con dinero lo arregla todo.

No me distinguí por problemático, más bien fui alumno promedio que aprobaba sus materias, y mi momento preferido era en la salida, sobre todo los viernes, recuerdo que caminaba por el pasillo hacia la salida y disfrutaba cada paso que iniciaban los fines de semana en el rancho de mi abuelo y en casa de mi tía.

Cuando en cambio llevaba como tarea encubrir a mis amigas, que pretendían quedarse a estudiar en la biblioteca cuando en realidad jugaban a ser adultos fumándose el cigarro contrabando de Jessica, en algún lugar del tercer piso de la escuela. Jamás hice preguntas, solo me limitaba a decirle a sus mamás que se quedarían estudiando un poco más tarde. Acostumbrado a la idea, jamás se me ocurrió unírmeles en su travesura, aunque me parecía que les incomodaría mi presencia. Pensé en ello el fin de semana, y el lunes me esperé en el salón a que todos salieran, Jessica y las otras dos se encaminaron a la parte de atrás del edificio y las seguí en silencio.

Una pequeña puerta de madera daba indicios que por allí pasaron, jamás había estado allí.

Tras meditarlo un poco la abrí y ya estaba del otro lado. Un pequeño cuarto de limpieza color verde aguardaba en ese espacio, seguido de un largo pasillo que bordeaba la orilla de todo el edificio, el espacio era apenas suficiente para el paso de una persona, una barda que me llegaba hasta el hombro me ocultaba casi por completo de las personas que aún caminaban abajo.

A mi izquierda y sobre mi cabeza se veían las ventanas de lo que reconocí eran los laboratorios y la sala audiovisual. El pasillo daba la vuelta al final del edificio hacia el lado izquierdo el pasillo continuaba algunos diez metros y topaba en un pequeño cuartito, tres mochilas coloridas yacían en el piso, las reconocí en seguida y percibía unas voces que susurraban, así como el inconfundible humo del cigarrillo.

Me acerqué un poco alimentado por la insaciable curiosidad. Dejé mis cosas en el piso y afiné mi oído. La voz era de Connie, que hablaba de algunos compañeros, después escuché a Jessica confesar su amor secreto, seguida por Mariana que coincidía con Connie y confirmé así que eran ellas.

Saqué de mi mochila lo que me quedaba en una botella de agua y me refresqué un poco. De pronto escuché una risa, que no conocía, allí había alguien más, alguien que seguramente y por su voz era de otro grupo.

Me levanté para acercarme un poco y alcancé a verlas de espalda sentadas observando algo en el piso, y fumando un cigarrillo, el cuarto era una especie de bodega con libros, cajas con piezas metálicas y repuestos eléctricos de iluminación.

Me pareció pequeño, de algunos tres por tres metros, y muy poco visitado a juzgar por el polvo acumulado en las repisas de la pared. Al querer acercarme un poco más, pisé una de las mochilas, me desequilibré y mi botella de agua cayó al piso delatando mi presencia.

Sabía que no podía ir a ningún lado, las voces se callaron y se escuchó el característico sonido de personas incorporándose, de pronto se asomó Ingrid, una compañera del 4B que apenas conocía de vista, pero que de igual manera me parecía atractiva.

—¿Quién eres? —me interrogó con sus inmensos ojos verdes.

No pude articular palabra.

Después se asomó Jessica, después se asomaron Connie y Mariana, escondiendo lo que quedaba del cigarrillo tras de ellas.

Jessica se acercó a mí y en voz baja me preguntó:

—¿Quién te vio venir?

Sus enormes ojos me silenciaron.

—Nadie—dije lacónico.

—¡El conserje!

Una de ellas susurró, y me introdujeron al cuartito para escondernos del conserje, que hacía su rondín habitual en el cuarto de la limpieza, pero que jamás visitaba este extraño cuarto.

Con Mariana sobre mis piernas, sentada inmóvil aprecié el resto del pequeño cuarto del que colgaba un cable con una bombilla de cadenita, y numerosos diarios viejos y cajas con libros de historia y artículos confiscados a los alumnos.

Una de esas cajas era la que exploraban mis amigas, de donde habían sacado diversos objetos como pistolas de juguete, relojes, cápsulas químicas de olor, y revistas para adultos.

Después de cinco minutos comenzó el interrogatorio, me hicieron jurar que nadie sabía de esto, y les expliqué que me ganó la curiosidad, por lo visto me creyeron y acordamos no decir nada si me permitían quedarme con ellas para lo que fuese que iban, no hubo problema en ello.

Su travesura era simple, escapar a ese lugar, esconderse y escudriñar entre las cosas que allí guardaban, esa tarde abrieron una caja reciente, justo arriba había una cadena con una especie de símbolo metálico, que Mariana se colgó, diversos objetos como lentes oscuros, máscaras, anillos con imágenes diabólicas, cada uno de ellos etiquetado con el nombre del alumno y fecha que en este caso databan de dos años atrás.

Del fondo de la caja, Connie sacó un sobre amarillo, abultado, tamaño carta lo abrió y cayeron al piso cuatro revistas en inglés de contenido para adultos, nos miramos unos a otros y Jessica cogió una y comenzó a hojearla, el momento me incomodó pero al mismo tiempo me pareció interesante.

Hicimos un pequeño círculo, Jessica, sin pensarlo comenzó a hojear las primeras páginas eran publicidad, cigarrillos, alcohol, autos reportajes para adultos y aproximadamente en la página 12 se apareció la imagen del trasero de un tipo y una mujer desnuda sobre la cama risas de nerviosismo se elevaron entre sus cabellos que rozaban mi hombro, y el aroma a una paleta de dulce se entremezcló con el de mis ansias de estar allí.

Al girar la página siguiente, como si se tratara de una secuencia, esta vez la mujer aparecía sosteniendo el pene del tipo, me sorprendí y todas se miraron entre ellas la siguiente fotografía mostraba a la mujer dando sexo oral, lo que asombró a todos la secuencia continuó hasta la escena sexual explícita, Mariana narraba el breve texto erótico al pie de las fotografías, lo que tensaba un poco más el clima por los términos vulgares de las partes del cuerpo.

Lo que vi a continuación me causó más calor, Connie se pasaba su mano bajo su falda y claramente masajeaba su ingle, con su mirada perdida en la secuencia de fotografías, como era de esperarse mi reacción fue lógica, de erección inmediata el resto de la revista eran del mismo corte con diferentes personajes, hasta que, al final apareció una escena de en una escuela donde la joven pareja tenía sexo en un salón de clases.

Al terminar, todos notamos a Connie concentrada en lo suyo, lo que la hizo hacer una breve pausa seguido de un estresante silencio Jessica, Mariana y su amiga comenzaron a hojear las demás revistas y las expresiones no las disimulaban, devoraron las cuatro revistas completas y quedaron mudas hasta que Mariana habló.

—¿Qué se sentirá? —preguntó a las otras.

—¿Tocarlo?

Las demás coincidieron en albergar esa curiosidad sus miradas me inquirieron, se vieron entre ellas se hicieron unas señas y Connie fue la primera en hablar.

—¿Nos dejas verlo?

Me dijo, como si se tratara de ver una mascota, o un coche nuevo no supe qué decir, pero Mariana le añadió más sabor al momento al salir para estar segura que no había nadie y metió nuestras cosas al cuartito y cerró la puerta con llave, para sentarse cerca de mí el rostro de Connie estaba tan cerca que podía escucharla respirar, me sentí amenazado, arrinconado y sólo se me ocurrió decir:

—Yo también quiero ver?

Hicieron gesto de indiferencia y aceptaron.

—Primero tú—me dijo Mariana.

Me puse de pie, la situación me mantenía mi erección, quité mi cinturón lentamente, las miradas se clavaban en mi cierre, que bajé también con lentitud.

Mi pantalón cayó al piso y quedé en ropa interior, el bulto en ella traicionaba mi estado eréctil, lo que hizo se clavaran más en mi ingle.

—Ahora ustedes—les dije.

la primera en reaccionar fue Jessica, que bajó su falda y la aventó de una patada a su mochila, seguida de Connie que no despegó su mirada de mi bóxer y por último Mariana, que parecía más apenada.

Aquello se convirtió en el preámbulo de mi orgía personal, el olor a piel y el calor humano impregnaron el cuartito, entre el olor de libros viejos y a pintura vieja se mezclaron nuestras exhalaciones cada vez más profundas, pantaletas a rayas rosas, blancas y otra más con encaje, quedaron al descubierto a pocos centímetros de mí, al alcance de mis manos.

—Lo que sigue—dijo con una sonrisa picarona Mariana, apuntando al elástico de mi bóxer negro.

Sin hacer más pausas lo bajé de un solo golpe y emergió al aire mi pene en aquel entonces casi en su madurez, pero firme, extático, luciendo al rojo vivo frente a tres espectadoras.

Se quedaron calladas, a los pocos segundos lo tapé con mis manos y les exigí continuaran.

—Ahora ustedes.

Casi al mismo tiempo fueron cayendo al suelo sus prendas, mis ojos se salían de sus cuencas cuando admiré aquellos vellos en desarrollo, abundantes, rubios los de Jessica, y oscuros los otros dos.

—Queremos toca—dijo Jessica, acercando su mano extendida hacia mi submarino nuclear.

No opuse resistencia y me sentí tocado por las manos de un ángel, Jessica lo tomó con tanta suavidad que no creí soportarlo,

—¿Duele? —preguntó al apretar cada vez más mi pene, se hincó y lo acercó a su rostro, lo observó, lo examinó desde la punta hasta debajo de mi escroto, como buscando algo.

—Sigo yo—reclamó Mariana, quien hizo lo mismo que Jessica pero con más detenimiento, al último se acercó Connie, sin decir nada y aun tocándose bajo su ingle, sus dedos estaban humedecidos y con esos dedos tomó mi miembro y lo masajeó diferente, suave, volteé a mirar a las demás y cambiaron su expresión de repente, clavando su mirada en Connie, cuando bajé a verla ya llevaba medio camino recorrido de mi pene dentro su boca.

Me estremecí y sentí esa sensación única de calentura y electricidad, Connie no lo pensó dos veces y arremetió contra él.

Jessica Mariana e Ingrid comenzaron a tocarse, se recargaron en la pared y aceleraron el ritmo de su estimulación personal, hasta que Ingrid, la apenas conocida por fin habló, y preguntó:

—¿A qué sabe?

Y se sentó a un lado de Connie, como esperando beber algo de un grifo de agua.

—¿Me dejas probar? —preguntó Ingrid.

—Sí.

Dije fingiendo hacerle un favor, con la manga de su suéter removió los restos húmedos de Connie dejados en mi pene y con su lengua comenzó a probar, con sus labios a saborear y poco a poco fue avanzando, a mi alrededor tenía todo un espectáculo porno, Connie seguía estimulándose frenética.

Jessica y Mariana se estimulaban mutuamente.

Ingrid pareció entretenerse, mientras Connie se perdía en sí misma cerrando sus ojos contra la pared.

Jessica se agachó para hojear una de las revistas, la observó junto con Mariana y ambas se miraron extrañadas.

—¿Qué es eso?

Se preguntaron haciendo un gesto de extrañeza.

Me mostraron el gráfico y se trataba de un tipo eyaculando el rostro de una chica.

—¿A ti te pasa lo mismo? —me preguntó Jessica.

Y la pregunta se me hizo razonable para esas alturas.

—Estoy a punto de…—Les dije, sentía venir el tren a la estación, pero Ingrid no cesaba en su empeño, justo en el segundo previo la retiré de los cabellos y una violenta descarga seminal cayó en sus mejillas y frente, que escurrió hasta sus labios.

Todos nos quedamos inmóviles.

—¿Qué pasó? —preguntó Jessica.

Y al parecer Ingrid no era nueva en esto, ya que les explicó que eso era normal, se limpió el rostro con unos pañuelos y me senté a relajarme un poco.

A mi lado quedaron las tres amigas observándome. —¿Duele? —preguntó ingenua Connie, aún con su entrepierna mojada

—No.

—¿Puedo tocar? —le pregunté.

Me dio permiso y con la yema de mis dedos repasé la entrada a su sexo.

La suavidad era impresionante, así como la estrechez, sus muecas me decían que el trabajo era el correcto, estrujó mis cabellos agresiva, y soltó un jadeo, alguien más volvió a engullir mi guerrero y no pude ver, porque Connie me tenía secuestrado con su manos en mi cabello.

Continué con la exploración e invité a otro dedo más a la fiesta, que poco a poco se abrió paso entre el apretado pasadizo rosa.

Ingrid, que estaba sola lejos de la celebración se incluyó en nuestra fiesta y acarició mi rostro, me besó en la boca con sus dientes y desabrochó lentamente la camisa blanca de Connie, abajo Jessica y Mariana se repartían la labor y entre ellas se estimulaban.

De reojo pude constatar que ambas ya estaban completamente desnudas, recostadas una frente a la otra atacando a mi fiel compañero, unos pequeños pechos pálidos colgaron coquetos bajo la blusa de Connie, que no dejaba de retorcerse por el trabajo de mis manos.

Ingrid invitó a Connie a la fiesta y formamos un singular trío de besos y lenguas húmedas y ardientes, mis impulsos enloquecieron cuando Jessica y Mariana avanzaron sin piedad hasta el final del camino, nuestros gemidos eran una especie de coro, unísono.

Ingrid por fin se deshizo de sus pocas prendas restantes y resaltaron unos pechos evidentemente más maduros y grandes, a propósito los acercó a mi cara y succioné uno de ellos, mientras Connie se encargaba del otro y soportaba la sensación de mis dedos invasores, sudor por todas partes, sexo simulado y pasión se respiraban en aquel cuartito escondido, Connie comenzó a desvanecerse y cayó en una especie de desmayo aturdida por una gran sonrisa, mis dedos terminaron con sus residuos, lo que me impulsó a chuparlos completos.

Ingrid se acercó a Connie y siguieron besándose sexualmente Jessica consultaba una de las revistas y como aconsejada por una fuerza invisible se puso de pie y separó sus piernas a mis costados, lentamente fue bajando hasta encontrarse con mi pene y colocarlo en su lugar, un dolor que la hizo gritar se desvaneció poco a poco hasta convertirse en placer, las entradas apretadas me hicieron sentir la sensación de estar entrando en el hocico de un lobo feroz, pero poco a poco me fui acostumbrando.

Mariana y Connie la observaban y se estimulaban aún, como influenciadas por ese acto, me imagino que por el dolor, Jessica se retiró y cayó a un lado dejando a Mariana continuar con su boca el trabajo.

Por fin la segunda descarga del día avisó su llegada y arribó con un fuerte chorro que cayó sobre mi pecho y en la espalda de Mariana, que reaccionó como ostión al limón con el contacto de mi esperma.

Pequeños chorros continuaron y dejaron mi pecho y abdomen salpicados de él.

Entre las tres hicieron una peculiar limpieza con sus lenguas y dedos. Al final quedamos tendidos como una especie de morgue con los cuerpos regados.

Ingrid no se juntó más con nosotros, pero Connie Jessica y Mariana me invitaron algunas veces más a perdernos en aquel cuartito misterioso, hasta que la vida nos fue separando por nuestros caminos y ya solo recordamos aquel otoño escolar de sensualidad sin malicia.

Ahora soy un profesor de historia, y mi historia siempre continúa.

ATRAPADO CON LAS BOLAS EN LA MANO

Me encontraba en el baño, me tocaba las partes más íntimas de mi cuerpo, cuando se dio cuenta su profesor se la estaba tocando.

Estando en la universidad de gobierno, tenía 19 años, a todas las estudiantes las hacían vestir los horribles atuendos, pero no a las universitarias.

Era una chica bastante atractiva, según las opiniones de todos los chicos que conocía.

Y yo no lo negaba, pues sus pechos habían llegado ya a una etapa de desarrollo bastante notable, casi a su actual y hermoso tamaño adulto.

En fin, en una de esas tardes en que no tenía nada que hacer, como de costumbre, fue al baño a echarme agua fría en la cara.

Se vio en el espejo unos minutos y maravillándose de su propia belleza, comenzó a tocarse toda, comenzó a rozar su vagina con su mano, a sobar su sexo a través de su falda.

Apretó sus pechos con delicadeza, sintiéndolos endurecerse conforme mi excitación avanzaba cada vez más y más.

Y de pronto, en el reflejo del espejo, me miró.

Me veía embobada, con mi mano en el pantalón, sobando mi pene al descubierto.

La volteé a ver y comenzó a vestirse rápidamente, pero yo la detuve.

—No tienes por qué apenarte.

Era bueno estar orgulloso del cuerpo de uno mismo y conforme decía esto, se fue acercando a mí cada vez más y más, hasta que estuvimos juntos.

Y entonces, ella sacó por completo mi miembro del pantalón y comenzó a sobarlo lentamente, agasajándome de tan delicioso placer.

Mientras, los dos nos besábamos apasionadamente, sobando nuestros traseros.

Pegó sus pechos al mío y eso me provocó un notable aumento de erección.

De pronto, le di la vuelta sin aviso y levanté lentamente su falda, bajé sus bragas y poco a poco introduje mi pene dentro.

Dejó salir un breve gemido de placer.

Nos quedamos así, inmóviles por un tiempo, su vagina estaba tan apretada que no necesitaba hacer esfuerzo.

Mientras tanto, yo no dejaba sus pechos en paz, los jalaba, los estrujaba y los masajeaba deliciosamente, pellizcando sus pezones, con mi miembro metido completamente dentro de su vagina, sin moverse.

Se agachó ligeramente, echando para atrás sus caderas, provocando que mi miembro se metiera aún más, y se apoyó en los lavabos.

—Ahora sí, profesor Blake. Hágame el amor.

Y yo, sin palabra alguna, acepté y comencé a mover mis caderas muy lentamente hacia adelante, haciendo que sus nalgas se unieran a mí bruscamente.

Provocando que sus pechos subieran y bajaran con cada embestida, haciéndome gozar cada momento.

Ambos sabíamos bien cómo darnos placer mutuo, puesto que su vagina y mi pene habían sido hechos el uno para el otro, por así decirlo.

Y de pronto, de la puerta del baño, entró una amiga suya, vistiendo muy sexy. Se paralizó unos momentos, pues no supo si correr o quedarse a ver el espectáculo, pero finalmente, tomó la mejor opción de todas, unirse a nosotros.

Saqué mi pene, y entonces, ambos comenzamos a tocar a nuestra nueva integrante.

Ambos la tocamos en cada centímetro de su hermoso cuerpo, ambos la deseamos en ese momento y así seguimos durante bastante tiempo, hasta que ella estuvo a punto de tener un orgasmo.

Su amiga se puso de cuatro en el piso y ella la montó, comenzó a moverse como si pudiese penetrarla de algún modo, hizo los movimientos rápidos, mientras apretaba sus pechos fuertemente y apretaba sus caderas contra las suyas con cada embestida femenina que ella le daba.

Y entonces, yo les hice el favor de acabar con esa fantasía y de un solo golpe, le introduje el pene.

Sentí de nuevo aquel maravilloso placer.

Su vagina chorreaba jugos, al ser penetrada por su maestro y al cogerme a su amiga al mismo tiempo.

Las dos habían sido muy cercanas, pero no a tal grado de hacerse el amor.

Después de unos minutos de haberla penetrado con placer, saqué mi pene y se lo puse en la boca a su amiga, diciéndole:

—Anda, toma, prueba a tu amiga, saboréala.

Y comencé a embestirla.

Mientras la otra se regocijaba viendo.

Todos gemíamos como locos, gozando tal placer que nos daba aquella orgía y entonces, el momento de la eyaculación se produjo.

Vacié todo en la boca de su amiga, ahogándola, lo cual provocó que su amiga tuviera un orgasmo gigantesco y ella aprovechó para lamerle todos los jugos que salieron de su sexo.

Me quedé inmóvil, recuperándome de mi previa eyaculación, mis huevos necesitaban más tiempo para volver a tener fuerza, por lo cual, tuve que descansar unos momentos, mientras las veía.

Tiró a su amiga sobre el piso, de espaldas y la miró unos momentos, planeando lo que iba a hacer.

Se sentó sobre ella, poniendo su vagina sobre la suya, agarrándola de los pechos suavemente, masajeándolos, recorriendo cada centímetro de ellos y deleitándose con sus bellos pezones oscuros.

Comenzó a saltar sobre ella, de nuevo como si me estuviera penetrando con un pene imaginario.

Y cada vez, aumentó más sus movimientos, realmente parecía como si tuviera algo dentro de su vagina, parecía que un gran y viril pene se introducía en ella y la hacía gemir de placer.

Su amiga la tomó de los pechos mientras ella saltaba, se los apretó, se los torció, hizo de ellos lo que quiso y yo ella se ahogó en un gran orgasmo que derramó jugos vaginales por todo el piso.

Las dos se miraron y nos besamos apasionadamente, metiendo nuestras lenguas en nuestras bocas, deseándonos como locos.

Y cuando se acercaba su orgasmo, regresé, e introduje mi pene en la vagina de su amiga, haciéndola a un lado, dejándola a la otra con las ganas.

Y comencé a embestirla con una velocidad y una fuerza impresionantes.

Su amiga disfrutó ese momento como nunca había disfrutado nada más, con sus pechos hinchados y sus pezones grandes y duros.

Gimió como loca, mientras mi pene le alcanzaba sus puntos más recónditos, donde su orgasmo se produjo y la dejé rendida, sin poder moverse debido al placer y gozo que le provocó cuando lo tuvo.

Pero yo seguía penetrándola.

Y su amiga, por más que intentaba moverse al ritmo mío, para darme placer, no podía, puesto que el orgasmo la había agotado.

Así que tomé a la otra en su lugar y de igual manera, me ensarté y comencé a embestirla rápida y bruscamente.

Su vagina se movía con cada movimiento, y los dos gemíamos deliciosamente, ahogados en lujuria.

Continué moviéndome lentamente como intentando liberar el resto de mi carga dentro de ella.

Terminó con tirarse al piso, desnuda y agotada.

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