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EN MI DESPACHO

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EN MI DESPACHO

Entró en mi despacho con la intención de preguntarme unas dudas sobre la asignatura. La verdad es que en mi asignatura siempre tenía dudas. Me prestaba tanta atención, a mis pantalones ceñidos a mi bonito culo, al intenso brillo de mis ojos, a la movilidad de mis dedos que tantas ganas tenía de sentir sobre su piel, que normalmente no se enteraba de nada de lo que decía en la clase.

Nada más entrar por la puerta de mi despacho, después de llamar inocentemente, la recibí con una sonrisa tan cálida y cautivadora que me sentí duro y me hizo temblar las piernas.

—Pasa Ana, ¿Alguna duda sobre mi clase de hoy?

Mientras yo sentía como todo el calor de mi cuerpo se concentraba en mis pómulos sonrojados y...entre mis piernas.

Le ofrecí sentarse en una silla de cuero negro frente a mi mesa y me interrogó con la mirada. Me expuso sus dudas sin poder quitarme de la mente sus labios que tanto me apetecía besar.

Me levanté de mi asiento. Coloqué mis brazos sobre los brazos de la silla y con dulzura empecé a explicar sus dudas.

Ella podía sentir mi aliento jugando en su pelo. El calor de mis palabras atravesaba su melena y erizaba los pelos de su nuca. No pudo evitarlo me eché a temblar.

En los brazos de la silla, mis dedos jugueteaban tamborileando. Mis palabras dejaron de ser audibles para sus oídos. Solo podía pensar en aquellos dedos ágiles jugueteando entre mis piernas, en la cima de mi placer, en aquel lugar prohibido que yo ya sentía duro.

Estaba nerviosa, alterada, excitada, cachonda, loca de deseo y sin saber realmente lo que hacía, en un impulso incontrolable, mecánico, agarró una de mis manos, la arrancó de apoyabrazos de la silla y la apoyó con fuerza contra su sexo latente por encima de la tela de su falda.

La apretó con fuerza con mis dos manos por si yo reaccionaba intentando apartarla. No quería que me moviera de allí.

No lo hice.

Durante unos segundos me quedó quieto. Podía sentir el calor de mi mano en su húmedo sexo.

Notaba la tela de su braga humedecida. Su excitación era tal que sus pezones se endurecieron contra su blusa y mordiéndose los labios empezó a contonear sus caderas contra mi mano.

Yo no decía nada, no hacía nada. Podía sentir mi respiración en su cuello, mi mano en mi sexo.

Entonces empecé a mover mis dedos. A tamborilear como había hecho antes en la silla pero ahora sobre su sexo. Al sentir mis dedos moverse, de su boca escapó un gemido de placer.

Soltó mi mano y se aferró a los brazos de la silla.

Con mi otra mano aparté el pelo de su cuello y empecé a besarlo con dulzura, dejando restos de mi humedad en su cuello, en el lóbulo de su oreja, casi en sus hombros.

La mano que acariciaba su entrepierna se detuvo un instante.

—No pares por favor.

Subí su falda hasta dejar sus muslos a la vista. Ella abrió sus piernas. Sus bragas de color rosa tenían una enorme mancha a la altura de su sexo. Estaba tan caliente.

Lo separé con la yema de mis dedos. Aquellos dedos mágicos que tantas ganas tenía de sentir sobre su piel. Los deslicé por todo mi sexo. Empapándome.

Haciéndola gemir de placer. Luego empecé a masturbarla. Primero despacio. Rozándola. Pasando los dedos por cada poro de sensibilidad de su empapado sexo.

Después martillé con delicadeza su clítoris y por último, haciéndole estallar en gemidos incontrolables, le penetré con dos de sus dedos.

Era tanto el placer que sentía que notaba como su cuerpo se contraía y su espalda se arqueaba buscando sentir más dentro de sí aquellos dos dedos.

—No pares, no pares.

Era lo único que era capaz de decirme entre gemido y gemido.

Entonces llamaron a la puerta. Ninguno de los dos dijimos nada. Ella contuvo sus gemidos. Se mordía los labios hasta casi hacerlos sangrar. Estaba al borde del orgasmo. Necesitaba llegar al orgasmo.

En la puerta seguían insistiendo. Golpeaban cada vez con más insistencia en el cristal opaco que nos ocultaba de miradas indiscretas.

Respondí:

— Un segundo, por favor, ahora le atiendo.

Mientras aumentaba el ritmo de mis penetraciones en su sexo.

Me agarró la mano. Su cuerpo se contrajo, su sexo se convulsionó, sus labios sufrieron la mordedura de un brutal orgasmo contenido.

Después fui hacia la puerta. Ella se colocó la ropa. Era el director que venía a preguntarme por los exámenes.

Yo la miré:

—Seguiremos con las explicaciones en otro momento...y no te preocupes profundizaremos un poco más en la materia.

Sonrojada se levantó y Salió del despacho.

Sólo esperaba que yo no tuviera que dar muchas explicaciones por la mancha de olor sexual que había en mi silla.

Al día siguiente volvió al despacho. Se había pasado la noche pensando en mí, en la suavidad de mis manos, en cómo la había masturbado.

Había pensado tanto en mí y en aquel momento a mi lado que había terminado masturbándole bajo mis sabanas susurrando entre gemidos mi nombre.

Se había levantado con una decisión tomada. Aquello no podía acabar así, yo me merecía una recompensa por ser tan aplicado en mis explicaciones.

Con una sonrisa entró en el despacho.

Yo, al verla entrar en mi oficina con aquellos pantalones vaqueros ajustados que remarcaban su figura, con el pelo suelto cayéndole sobre los hombros y con una sonrisa maliciosa en la cara, no pude evitar sentirme sexualmente atraído de nuevo.

Yo también había tenido que masturbarme en mi casa recordando el olor de mis dedos cuando la joven se convulsionó apretando mi mano.

Fui a levantarme para recibirle pero con un gesto me hizo ver que no hacía falta.

—Tranquilo profesor, hoy no vengo a preguntarle dudas, solo a devolverle el favor de ayer.

HISTORIA… DE NUEVO.

Ella:

Como en casi todos los colegios que yo conozco, cuando acabas secundaria hay un viaje de fin de curso que sirve para relajarse, despedidas y otras cosas…

Nuestro viaje fue a Mallorca y fue algo inolvidable por lo menos para mí.

Resulta que durante el curso había aprobado todo salvo la asignatura de física que se me había atragantado y no podía con ella, no aprobé la recuperación de junio y salvo que aprobara en septiembre no pasaría de curso con todo lo malo que eso supondría en mi expediente académico y en mi vida personal.

Era algo que no me dejaba de ronronear por la cabeza y salvo que diera una solución al problema, no sabía cuáles serían las consecuencias finales.

Casualmente y me vino como anillo al dedo, vino de monitor de entre varios, Thomas mi profesor de historia y quién me tenía que volver a examinar en septiembre.

Era un chico fornido, rubio y muy guapo, con fama de mujeriego y algo hijo de puta. A sus treinta años era todo un sex simbol en el colegio.

Yo después de dos días de vacaciones me lo estaba pasando bien pero aún rondaba por mi cabeza qué ocurriría en septiembre si no conseguía aprobar el examen y no paraba de buscar soluciones y alternativas.

Tanto pensé que al final opté por lo más directo, ir al grano y hablar con mi profesor de física a ver si existía algún tipo de solución al respecto…

Tener sexo con él.

Una noche que estaba en una fiesta en la playa cerca del hotel donde nos hospedábamos, divisé a lo lejos a Thomas que iba paseando sólo por la playa, yo que iba con unas copas de más me animé y me dispuse en ir en su busca y tratar el tema a la cara.

Me apresuré a alcanzarlo y cuando ya estaba junto a él hablamos.

–Profesor Blake.

—Hola.

–Quería comentarle unas cosas si me lo permite.

Le traté el tema directamente y sin tapujos, necesitaba aprobar el examen en septiembre porque mi futuro estaba en juego y que no sabía qué hacer al respecto por lo que estaba muy preocupada.

Yo notaba que Thomas me prestaba atención pero no me miraba a los ojos, sólo miraba mis pechos en punta que se marcaban debajo de mi camiseta negra ajustada, al mismo tiempo que bajaba la mirada hacia mi pantalón vaquero corto que me hacía un culito de lo más provocador.

Me dijo:

—Si quieres aprobar tienes que esforzarte y ya sabes lo que tienes que hacer.

Nada más decirme eso se tocó su miembro y se rió.

Yo entendí lo que quería decirme y como estaba tan necesitada de aprobar tuve que tragar como una prostituta desesperada.

En otras circunstancias lo hubiera hecho de todas maneras o abofeteado. En esta ocasión era mi pasaporte hacia el aprobado y hacia mi futuro más inmediato, por lo que me acerqué lo máximo posible y nos besamos alocadamente.

Mientras nuestras lenguas se conocían, tocaba mi culo y mis tetas con sus manos, al mismo tiempo que restregaba su sexo contra mí.

Cuando ya estaba totalmente caliente y empalmado, se bajó sus pantalones y me dijo que empezara a “esforzarme”.

Yo accedí sin rechistar esperando su complacencia y obtener mi pasaporte hacia el éxito.

Al estar oscura la playa y vacía, me arrodillé y empecé con gran maestría y perseverancia a lamerle su pene erecto, para demostrarle que me iba a esforzar por aprobar la asignatura.

Después de varios minutos recorriendo mi lengua por su enorme falo, el profesor Blake gimió un instante y se corrió dentro de mi boca.

Nos limpiamos ambos y nos dirigimos al hotel tranquilamente por la playa.

Los siguientes días trabajé mi asignatura como si la vida me fuera en ello, iba y venía de su habitación. Al final en septiembre me presenté al examen y conseguí aprobar y con excelencia.

POR UNA A+

Ella:

Les diré que mis amigos consideran que tengo un cuerpo espectacular, con una delantera muy potente y unas buenas caderas. Además, me considero bastante atractiva.

Vamos, un verdadero bombón, aunque esté mal que lo diga yo misma. Tenía un novio que era muy guapo también y con un cuerpo espectacular que era la envida de mis amigas. Pero después de lo que te contaré, solo pude romper con él, pues dejó de satisfacerme por completo.

Los estudios no se me dan mal, la verdad. Estoy en segundo año de carrera y solo llevo pendiente una asignatura del año anterior.

Así pues, al llegar los exámenes de diciembre de este curso, con nueve asignaturas de este año más la del año anterior. Como pensé que serían demasiadas, decidí concentrarme en ocho de ellas, entre las cuales se encontraba historia.

Aquella asignatura no me gustaba mucho. Además, el profesor no me caía bien. Era un hombre un poco arrogante, engreído, autoritario. Seguro de sí mismo. Había algo en el modo en que me miraba que me ponía nerviosa.

Me miraba con un descaro y una falta de discreción al escote. He de decir que, por un lado, me parecía repugnante, pero por otro, esa forma enérgica y autoritaria con que me miraba hacía que algo se activase en mi interior. En el fondo, he de reconocerlo, me parecía que esa agresividad tenía un cierto atractivo.

Independientemente de esa sensación a lo largo del cuatrimestre, traté de estudiar por igual las ocho asignaturas que había decidido presentarme, y al final creo que me salieron unos buenos exámenes.

Así fue con todas las asignaturas, que saqué entre B y C, pero cuando llegué al tablón notas de historia, me encontré una D-.

Aquello debía estar mal, seguro que era un error. No podía creer que tuviese una D-, puesto que había hecho un buen examen, corroborado después con mis compañeras, que sí habían aprobado. Tendría que ir a revisión.

Al día siguiente me acerqué al departamento correspondiente y entré a hablar con el profesor. No estaba y me atendió su secretaria, indicándome que le enviara un correo al profesor para quedar con él y que él directamente me contestaría.

Así lo hice y el muy cabrón me citó el viernes a las ocho y media. Vaya horario, pensé.

Seguramente, no desearían verlo pronto en su casa.

Ahora me tocaría arreglarme para irme de fiesta, pues no me daba tiempo a ir a la revisión, pasar por casa y arreglarme, para una cena que tenía después. El profesor me caía ahora peor que nunca.

Finalmente, llegó el día de la revisión. He de decir que quizá me pasé un poco con el escote, considerando que, antes de la fiesta, tenía una revisión, pero eso lo consideré demasiado tarde.

Esperando a la entrada del despacho, me sentía un poco tonta, al ver a mis compañeras vestidas con ropa de diario, mientras yo parecía modelo de pasarela.

Bueno, no lo podía solucionar ya.

Sobre las ocho y cuarto, el profesor salió de revisar el examen con un compañero de clase, y se asomó al pasillo. Solo quedábamos tres personas.

Me miró unos instantes, escrutadoramente, y nos dio orden a los tres, dejándome en último lugar.

¡Qué hombre más desagradable!

Ni siquiera se molestó en comprobar quién había llegado primero, y ahora se me iban a colar los otros dos compañeros.

Genial, llegaría tarde a la cena, pensé.

Finalmente, a las nueve menos cuarto, salió el último alumno. Yo ya estaba desesperada. A este paso, ¡seríamos los últimos en salir de la universidad!.

Entré y cerré la puerta y me quedé parada esperando a que me diera permiso para sentarme. El profesor me miró de arriba abajo durante unos segundos. Sentí con repugnancia como si me hubiesen pasado unos rayos x.

—Vamos a ver tu examen—Rebuscó en un montón de folios y finalmente localizó mi examen, que lo puso encima de la mesa.

Se veía claramente D-

—Ahí lo tienes.

Me puse a revisarlo. Mientras miraba el examen para ver de dónde podía rascar para aprobar, notaba cómo clavaba su mirada lujuriosa en mi escote. El hombre estaba disfrutando de lo lindo con el modelito que había elegido y yo me estaba cagando en todo por mi decisión.

Finalmente, encontré un par de cosas donde el profesor se había equivocado al corregir, y la suma final estaba mal. En definitiva, tenía clara y justamente una B, y así se lo hice saber.

—Mire señor Blake, aquí y aquí la respuesta está bien, con lo cual tendría que tener un punto más en cada pregunta, y además, la suma total está mal. Tendría que tener en total una B.

Se me quedó mirando fijamente.

—¿No me digas? —me dijo con un tono que me pareció sarcástico.

—Sí, una B—le reiteré. Una sonrisa apareció en mi cara, consciente de que tenía razón y estaba aprobada.

¡Una menos!

—¿De verdad?

—Desde luego.

El profesor se levantó y rodeó la mesa, para apoyarse en la mesa justo al lado de mi silla. Desde esa posición, pensé, debía verme por el escote hasta los pies. ¡Cabrón!.

—¿Y… qué gano yo cambiando su nota, señorita Reed?

Me dejó con la boca abierta. No comprendía qué quería decir. ¿Cómo qué ganar? Solo tenía que corregirlo y aprobarme, pensaba yo, no tenía nada que ganar.

Mientras yo pensaba esto, el profesor se acercó a la puerta y le echó el pestillo, aunque yo no me di cuenta de ello.

—Pero profesor… ¿Ganar qué?

El profesor se acercó a mí y sin decir palabra… se desabrochó los pantalones y se los bajó.

—Chúpamela.

Me quedé de piedra, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Delante de mí, el profesor de historia se había quedado con el pene al aire… ¡pero qué pene!

No me dio tiempo a reaccionar ni al asombro, pues sin darme cuenta me cogió la cabeza y me obligó a ponerme de rodillas delante de su miembro a medio empalmar.

—Vamos.

Su pene entró en mi boca. Ya la notaba grande y gorda, y sentía que llenaba casi toda mi boca. Él controlaba mis movimientos cogiéndome el pelo por la nuca, y se coordinaba con los suyos, metiendo y sacando su polla de mi boca a su gusto. Con el movimiento, se empezó a excitar y aquello empezó a crecer.

El profesor no paraba de gemir y decirme barbaridades y obscenidades. Controlaba la situación, y yo no sabía cómo reaccionar.

Sacó su pene y me levantó la cara para que viera la lujuria reflejada en su cara. Me dejó tomar aliento un instante para volver a metérmela y seguir cogiéndome la boca. En el descanso pude ver en todo su esplendor. Era increíble. Sentí que me empezaba a calentar y a humedecerme.

Mi profesor es un tipo áspero, rudo, dominante.

No sé en qué momento fui consciente de que aquello me estaba gustando. Siempre me han resultado atractivos los hombres dominantes y un poco agresivos, y confieso que en algún momento del curso pensé en ello, pero como decía, hubo un momento en el que fui consciente de que lo que había sido una clara vejación, pronto se transformó en algo que quería hacer.

De repente, me descubrí con ganas de chuparle y convertirme en su puta y que me dominara e hiciera de mí lo que quisiese con aquel miembro increíble.

Su brusquedad, su dominio y la masculinidad con la que manejaba la situación habían acabado por mojarme del todo mis finas braguitas de encaje.

Ahora ya no sabía qué hacer, si resistirme a la vejación a la que me estaba sometiendo, o lanzarme a jalársela con todas las ganas que me estaban entrando.

Hubo un momento en el que cambié el chip. Cuando pasé a hacer las cosas de obligadas a voluntarias, él lo notó al instante, jadeando de placer por la chupada que le estaba haciendo.

Él tenía ahora cara de estar encantado. Yo seguía comiendo delicioso, mirándole a los ojos con cara de niña dulce.

En definitiva, me gustaba mucho.

Además, el profesor sabía de la valía de su verga, y sabía cómo manejarla, y sabía lo que quería.

Nada que ver con mi novio, que era un principiante en estas lides y no controlaba nada.

Mientras seguía mamándole, él empezó a amasarme los pechos por encima del vestido.

— ¡Quítate el vestido, vamos! Desnúdate.

Su forma dominante de dirigirme me tenía totalmente mojada, estaba supe excitada con esta dominación.

Sorprendido por mi actitud afable e infantil, felicitándose por su suerte y lo bien que se lo iba a pasar.

Terminé de quitarme el vestido y me quedé en ropa interior.

Él se quedó disfrutando de las vistas mientras se meneaba suavemente su preciosa. Aquello me excitó tanto que no lo pensé más. Me quité mi ropa interior, dejando mis enormes senos al aire y me quité unas bragas que casi estaban chorreando.

Lo miraba masturbarse y tenía ganas ya de echarme a comérsela de nuevo. Intentaba mirarle inocentemente, aunque la lujuria me devoraba ya. Ahora estaba a sus expensas, deseosa que me hiciese algo con aquel mástil que tenía.

El profesor siguió tocándose lentamente, disfrutando de ver mi cuerpo desnudo. Me comía con los ojos, mis pechos al aire, mis piernas ligeramente abiertas dejando ver mi sexo rasurado y húmedo.

¡Necesitaba que me tocara ya!

Cuando ya empezaba a desesperar en aquel parón, finalmente se acercó a mí y empezó a besarme el cuello lascivamente, y pronto bajó a comerme los pechos.

Si antes estaba mojada, eso no fue nada cuando empezó a comerme con sus grandes manos y su lengua rugosa. Lo hacía con energía, con rudeza, y aquello me excitaba más todavía. Mientras me comía los pechos y succionaba mis pezones, una mano suya se deslizó a mi entrepierna y me palpó con pocos miramientos.

Notó que estaba totalmente húmeda. Así que, sin perder tiempo, metió dos dedos en mi sexo ya palpitante. Aquello fue demasiado para mí, que ante sus primeros movimientos bruscos, me corrí en sus manos profusamente.

Aquel hombre tenía una manera de tocarme ruda y sin miramientos, mucho más feroz que como lo hacía habitualmente mi novio. Estaba en el límite de hacerme daño, pero descubrí que me excitaba como nunca antes lo había sentido.

Aquello pareció surtir el efecto deseado, porque mi negativa le puso más caliente si cabe, y no tardó en agarrarme y tumbarme sobre la mesa de su despacho. Se puso detrás de mí y me penetró sin más cuidados.

Sin ningún tacto, empezó a bombearme con energía y decisión. Mientras me la metía, me decía cosas al oído, y yo ya no podía más que excitarme y tener orgasmos repetidos. Me bombeó como cosa de quince minutos, a buen ritmo, y tuve tres orgasmos seguidos.

Jadeante, me cogió del pelo, e hizo que me arrodillara ante él de nuevo, ante su palpitante miembro.

—Me cogeré tus pechos.

Puso su miembro entre mis pechos.

Estaba tan mojada de mis flujos que pronto se deslizó con suavidad. Notaba aquel mástil caliente y palpitante deslizarse entre mis pechos y lo apretaba fuerte para darle el mayor gusto posible.

Con esto, embistió más fuerte hasta que noté que su miembro empezaba a convulsionar. Cuando paró, yo no pude más que llevarme la mano a mi sexo y frotándome intensamente mi clítoris acabé el último orgasmo, que también fue muy intenso.

Qué lástima, pensé, que ambos nos tuviéramos que ir.

Me dio unos pañuelos para que me limpiase su corrida, mientras se subió los pantalones y volvió a su asiento.

Yo me limpié y me vestí.

—Bueno, creo que te has ganado una A+.

GRACIAS PROFESOR.

Se llamaba Thomas y había sido profesor mío en el instituto, hace años. Tenía una mirada magnética y una media sonrisa sarcástica que hacía imposible el pasar inadvertido.

Con él era todo eran extremos: tan fácil era amarle como odiarle. Y muy a mi pesar yo me había pasado un par de años en el instituto perteneciendo al aquel primer grupo.

No puedo decir que me enamorara de él, como ocurre a menudo con las alumnas y sus profesores.

No, lo mío era sólo deseo.

Era el primer hombre al que había deseado en mi vida, y a pesar de todos mis esfuerzos, seguía deseándolo diez años después.

Recurría a su imagen casi a diario; le imaginaba en la ducha a mi lado recorriendo mi cuerpo con sus manos mientras el sonido del agua apagaba los gemidos de mi solitario placer; le imaginaba a mi lado en la cama, cuando mi marido se quedaba dormido después de hacer el amor, haciéndome gritar de gozo entre sus experimentados brazos.

Era mi fantasía favorita, el mejor amigo imaginario que una mujer podría tener.

Sin embargo hace un mes todo cambió. Recibí una carta de mi instituto invitándome a un baile de antiguos alumnos, allí acudirían todos mis viejos compañeros...y mis profesores también. La idea de volver a verle hizo que un estremecimiento recorriera todo mi cuerpo.

Me las apañé para convencer a mi marido de que no me acompañara y que se quedara en casa, al fin y al cabo él era bastante tímido y aquellas fiestas le agobiaban. Quería volver a verle a solas para contarle que siempre había sido mi profesor favorito, para contarle todo lo que había significado para mí.

Al fin llegó el día del baile y al anochecer me planté en mi antiguo instituto con la mejor de las sonrisas.

Al llegar, reconocí a muchos de mis compañeros y allí entre la multitud, le vi a él. Con excepción de unas cuantas canas más, estaba igual que hacía diez años.

Le vi conversando con otro profesor en el fondo de la sala, y al verme entrar me miró fijamente.

Sin duda me recordaba. Me dirigí hacia él y después de los típicos saludos y de una breve exposición de lo que había sido mi vida desde que dejé el instituto, me di cuenta de que había algo muy especial en la forma en la que me miraba.

Entonces le pedí hablar con él a solas. Sin preguntarme nada, me sacó de aquella sala cogiéndome de la mano y me llevó a uno de los seminarios.

—Quería darte las gracias, Thomas.

—A mí, ¿por qué? —sonrió extrañado.

—Siempre has sido mi profesor favorito, ¿lo sabias?. Quiero darte las gracias por todas las noches en las que he recurrido a tu recuerdo para poder dormir, por todas las salvajes fantasías que me has proporcionado a lo largo de estos años, sin tú saberlo. Tu recuerdo siempre ha estado aquí conmigo, y por ello quiero darte las gracias.

Él, que había permanecido serio, impasible, mientras le hablaba, me agarró de la cintura y me atrajo hacia sí.

—Tú me das las gracias—me dijo mientras sentía su respiración en mi boca. —Desde que has entrado por aquella puerta estoy deseando devorarte la boca y hacerte mía, y ahora me dices eso. Gracias a ti preciosa, porque ahora nada ni nadie va a impedir que cumpla mis deseos.

Entonces puso su boca sobre la mía y empezó a besarme suavemente. Sentí como sus cálidos labios mordisqueaban los míos una y otra vez mientras estrechaba mi cintura entre sus fuertes brazos. Y

con el primer roce de su lengua sobre la mía, un quejido de placer se me escapó de dentro y me volví loca.

Como una loca le devoré la boca mientras él comenzaba a meter sus manos por debajo de mi jersey, buscando como un desesperado mis duros pezones que destacaban descarados por debajo de la fina tela, deseando ser tocados, pellizcados, mordidos.

Como una loca gemí al sentir su boca en mis pechos, mordiéndome y chupeteándome sin ninguna consideración, excitándome cada vez más con su hábil lengua.

Y como una loca caí al suelo de rodillas, desabrochándole los vaqueros codiciosamente, imaginándome el suculento manjar que me esperaba en aquel bulto enorme. Entonces le bajé los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos y pude contemplar asombrada, el pene más magnífico que había visto en mi vida.

Alcé la vista unos segundos buscando sus ojos, como para pedirle permiso para probar aquel grandioso miembro que se alzaba frente a mi rostro. Él, con la respiración entrecortada, asintió varias veces con la cabeza dando su beneplácito.

Y en ese momento mi lengua pudo deleitarse acariciando el suave tacto de su glande rosado.

Afuera continuaba la fiesta, y el volumen de la música era tan alto que nadie podía escuchar los incesantes gemidos de mi amante, quien me sujetaba con fuerza la cabeza, mientras yo insistía una y otra vez en la imposible tarea de abarcar todo su pene con mi boca. Lo sentía caliente, enorme, a punto de reventar.

Súbitamente, me agarró por los hombros obligándome a ponerme de pie y me tumbó sobre la mesa en la que había estado apoyado.

Volví a sentir su boca en la mía mientras metía su mano entre mis piernas por debajo de la falda, empapándose en mí al tocar mi sexo mojado por aquel fuego que me consumía.

Y entonces me arrancó la única prenda de ropa interior que llevaba y de una sola vez me penetró.

Grité. Grité y creí morir al sentir aquel salvaje embiste que me quebró las entrañas, que me hizo apretar los ojos de placer y me llevó al borde del éxtasis.

Él se movía encima de mí enardecido, mordiéndome el cuello y gimiendo como un loco en mi oído mientras me agarraba con fuerza de las caderas.

Y yo desde abajo, le aprisionaba entre mis piernas moviéndome al compás de su fiero vaivén para no perder un centímetro de aquel extraordinario apéndice que exaltaba mis sentidos llevándome al límite de la demencia.

Y le abrazaba, clavándole las uñas; y le besaba, sintiéndole muy dentro.

Y le lamía, acariciaba, mordía, estrechaba, gritaba, sentía, suplicaba, gemía, amaba, gozaba,...gozaba,...GOZABA,...Y ESTALLÉ.

Un estremecimiento como jamás antes había sentido recorrió todo mi cuerpo; sentí cómo él se vaciaba en mi interior, y todo el silencio del mundo reposó durante unos segundos en mis oídos.

Después de aquello, volví a escuchar la música de fondo. Él levantó la cabeza, respirando aún con dificultad y me besó tiernamente. Estuvimos algún tiempo así, el uno sobre el otro empapados en sudor y placer, regalándonos caricias y susurrándonos al oído. Después nos vestimos y nos marchamos de la fiesta sin despedirnos de nadie, impacientes como estábamos de seguir derrochando placer en aquella interminable noche.

Ha pasado mucho tiempo desde aquella noche. Ahora mi marido ya no es mi marido. Su novia ya no es su novia. Y cada anochecer, mi querido profesor y yo volvemos a quemarnos en el fuego de nuestro propio deseo, consumiendo nuestro amor entre caricias hasta no dejar más que cenizas. Gracias profesor.

LA NIÑA DEL PROFESOR

Mis clases fueron mucho más que historia, desvirgué a mis alumnas por delante y por detrás y les enseñé a hacer un buen sexo oral.

Ella es de tez morena y muy delgadita. Sus labios son carnosos y sus ojos negros me matan, como su pelo negro lacio azulado que le llega a los hombros.

Hace una semana, mientras llovía en la ciudad, era poco antes de la noche, cuando pasé por casa de esta alumna, a la que doy clases particulares. Ella estaba sola y estudiaba primer curso de historia en la universidad. Se trata de un centro religioso, aunque yo no soy sacerdote, por lo que las alumnas van bastante recatadas en el vestir.

Cuando abrió la puerta me dedicó la mejor de sus sonrisas. Sus labios siempre me vuelven loco y había tenido fantasías nocturnas con ellos, pero en la realidad nunca intenté nada por mi iniciativa.

Me llevó directo a su cuarto adornado con fotos de cantantes de moda y me sentó a su lado en su propia cama para enseñarme sus libros. Su falda a cuadros de uniforme universitario estaba subido por arriba de sus rodillas para mayor comodidad y su blusa tenía los botones superiores abiertos y se veían, sin sostén, sus pechitos morenitos con pezones evidentemente erectos.

Me sentí mareado, pero no dije nada. Vi los libros y quise leerlos, pero su mano se posó sobre mi pierna izquierda, por donde descansaba mi miembro. Tuve una gran erección al instante y ella la notó.

Su dedo meñique, tocó la enorme punta de mi pene que estaba por explotar y ya no hubo necesidad de iniciativas. Le tomé la mano y la puse sobre el glande y ella empezó a acariciarlo y cerró sus ojos negros. La besé en la boca y le introduje la lengua mientras ella aceleraba la caricia en mi pene.

El suceso me turbó tanto que he olvidado algunas partes. Recuerdo que ya estábamos desnudos y yo la besaba mientras me arrojaba encima de su cuerpo.

—Por favor, profesor Blake.

Me volví una bestia, la tomé del pelo y la agarré con rabia sexual. No podía aguantar más y la penetré.

Ella seguía llorando, pero pidiendo más, entonces decidí penetrarla entera. Ella gritó alto y sin tapujos y se le bañó de lágrimas el rostro, no sabía que alguien podía llorar tanto del placer.

Entre y salí cada vez más profundo hasta que ya no podía más y temí terminar en su interior.

Entonces decidí darle la vuelta.

Empezó a entrar con dificultad, pero al final, su ano se abrió a mí.

Al cabo de unos minutos, le puse la cara sobre mi pene, mientras se arrodillaba en la cama a lamer. Empezó como con mordiscos y le fui diciendo cómo tenía que hacerlo.

Entre gritos y gemidos apagados fue recibiendo toda mi descarga.

En la mañana del día siguiente recibí su llamada.

—No me dejes así, profesor, ven, que me quedé en casa sola con el pretexto de que estoy enferma y no pude ir a la universidad.

Volví y desde entonces estoy viviendo una locura con ella.

Ayer apenas me insinuó que le llevara otro hombre para sentir el placer de dos a la vez.

Me llama por lo menos cuatro veces a mi oficina y mi secretaria (de quien fui amante hace dos años) empieza a sospechar y sonríe maliciosa cuando me dice:

—Lo llama su niña, señor.

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