Zero

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Segunda parte » Capítulo 36

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CAPÍTULO 36

Lawrence llamó a la puerta con unos firmes toquecitos. Aspiré una bocanada de aire, despacio, y la solté por la boca. Había llegado el momento de la verdad. Len fue a abrir pero yo me adelanté.

—Buenas tardes, director Lawrence —saludé. ¡No te olvides de sonreír, Kyle!, me recordé a mí mismo. Y mis labios se curvaron en una sonrisa.

—Oh, señor Bradford, espero no llegar en mal momento —repuso. Sabía que aquella frase iba con doble sentido y me mordí la lengua para no contestar algo de lo que me arrepentiría más adelante. Vaya… Estaba aprendiendo a controlarme.

—Por supuesto que no. Usted es siempre bienvenido —contesté. Dimitri, apostado al lado del director, se me quedó mirando.

—Te veo muy abrigado, Bradford. ¿Pensabas ir a algún lado?

—Es la hora del almuerzo. Estaba de camino al comedor cuando he escuchado el aviso. Espero que no haya ningún problema.

—Podrá ir a almorzar en cuanto termine con el registro —intervino Lawrence—. Estoy seguro de que no tardaré mucho.

—No lo dudo —me retiré para dejarles espacio con una fingida actitud de despreocupación.

—¿Le importa que haga yo el registro de esta habitación? —preguntó Dimitri.

—Eh, no. Por supuesto. No hay ningún problema.

Len dejó de ordenar su parte del cuarto y se situó junto a mí, diligente. Parecía tan indiferente con la presencia de Lawrence y Dimitri como con el resto del mundo que le rodeaba aunque había algo en la forma con la que cambiaba el peso de un pie a otro que me llamó la atención. Tampoco entendía por qué no apartaba la vista del lugar en el que había guardado su ordenador…

Dimitri empezó a revisar mis cosas. A conciencia. Debajo de mi cama, las repisas en las que dejaba mis libros, entre las sábanas, cada uno de los papeles que estaban sobre mi escritorio. Movía y removía todo con lo que se topaba. Algunas veces se detenía y golpeaba el suelo con la punta del pie en busca de compartimentos ocultos. No estaba encontrando lo que tanto ansiaba y una mezcla de decepción e irritación se reflejaba en su semblante.

—Si quiere puedo continuar yo el registro —sugirió Lawrence.

—No. Yo me encargo. Nunca se sabe dónde puede esconder un ladrón su botín.

Si creía que había escondido algo entre las pertenencias de Len es que no me conocía lo suficiente. Ni siquiera yo era tan mezquino. No me había acercado más de un metro a la parte de la habitación que ocupaba mi compañero. Me crucé de brazos con tranquilidad. Que revisara todo lo que quisiera entre los trastos de Len.

Pero, curiosamente, mi compañero no parecía tan dispuesto a que Dimitri examinara sus cosas. Su cuerpo se tensó como una ballesta en cuanto el detective empezó a registrar su escritorio y sus ojos no dejaban de ir y venir del escondite de su portátil. De los dos era yo el que debería estar más nervioso y, sin embargo, era él quien daba la impresión de estar al borde de un ataque al corazón.…

Dimitri terminó al fin su registro. No encontró el ordenador y eso tranquilizó a Len un poco.

—Bien, parece que todo está en orden —dijo Lawrence. Se dio la vuelta para marcharse. Dimitri no le siguió.

—¿Me permites comprobar una última cosa, Bradford?

—Sí —contesté con cierto recelo. ¿Qué querría ahora?

—Su abrigo.

—¿Perdón?

—Me gustaría ver su abrigo.

Empecé a sudar.

¿Lo había descubierto?

¿Sabía donde estaba escondida la gargantilla?

Los dedos de Dimitri se flexionaron para invitarme a que cumpliera su orden. Lawrence seguía la escena desde el umbral de la puerta, impávido.

—Vamos, Bradford. No tengo el día entero —insistió el detective.

Obedecí.

En cuanto tuvo mi abrigo en su poder, las manos de Dimitri se dirigieron directamente a los bolsillos interiores y de ahí a los exteriores. Palpó cada centímetro de tela… hasta que los músculos de su cara se contrajeron de repente. Había encontrado algo. Lo pude ver en el brillo que destelló en sus ojos.

—Vaya, vaya —dijo— ¿Qué tenemos aquí?

No contesté. Mantuve el rostro sereno. No podía permitirme el lujo de cometer ninguna estupidez que me delatara. Pero, por dentro, el corazón me palpitaba con tanta fuerza que parecía que iba salirse de mi pecho. Conté mis inspiraciones para sosegarme. El entrenador Cleave siempre decía que era lo mejor antes de un partido aunque ni con esas conseguí relajarme.

Dimitri sacó lo que acababa de encontrar en mi bolsillo y lo alzó para admirarlo. Un paquete de tabaco. El que me había dado Neal después de que ganara la partida ilegal de póquer. Con las prisas por esconder la gargantilla se me había olvidado que estaba allí.

—¿Cigarrillos? —preguntó Dimitri, estupefacto.

—¡Señor Bradford! —Lawrence le arrebató el paquete a Dimitri, contrariado—. Me decepciona usted. Jamás pensé que trajera al internado tabaco. Sabe que soy tajante con este asunto.

—Sí, lo sé. Yo… —Estaba tan preocupado por el collar de Lauren que no sabía muy bien qué decir. Mientras se centraran en aquel estúpido paquete de tabaco y me dejaran tranquilo todo iba bien. Pero si le daba a Dimitri por seguir indagando…

—Tendré que imponerle un castigo severo por esto.

—Eh, claro. Por supuesto.

Dimitri me agarró. Lo hizo con tanta fuerza que sus dedos se clavaron en mi piel.

—¡Basta ya de tonterías! ¿Dónde está la gargantilla que has robado esta mañana?

—Yo no he robado nada —contesté.

—¿De verdad pretendes que me trague esa mentira?

Tiró mi abrigo al suelo y, sin pedir permiso a Lawrence, empezó a cachearme de arriba abajo. Revisó mi uniforme e incluso me hizo desprenderme de la bufanda para palparla y asegurarse de que no había escondido nada ahí. Seguí su registro sin moverme, temiendo que fuera capaz de captar mi nerviosismo. Que no siguiera revisando. Por favor. Que no siguiera…

Dimitri acabó dándose por vencido. Lo poco que encontró fue mi teléfono móvil y un envoltorio de chicles a medio terminar que guardaba para compartir con Mike y Neal después del entrenamiento de la tarde.

—Daré con la prueba que necesito, Bradford —me susurró al oído. Su amenaza llevaba impresa el odio más profundo que puede existir.

—Buena suerte —contesté yo.

Salió de la habitación hecho una furia y Lawrence le siguió, convertido en su perrito fiel.

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