Victoria

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Primera parte » Capítulo 16

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Dash cogió la pelota y se la devolvió a Victoria. Al volver a lanzársela, fue a parar a los pies de la duquesa, que acababa de entrar en la galería. La duquesa la apartó de su camino de un puntapié.

Victoria se quedó quieta. Había mandado llamar a su madre para encararse con ella por lady Flora y Conroy, pero ahora que la tenía delante no estaba segura de cómo abordar el tema.

—¿Dormiste bien después del baile, Drina? —La duquesa lanzó a su hija una elocuente mirada.

Cuando Victoria estaba a punto de responder, Dash llegó con la pelota y se puso a ladrar. Se agachó a recogerla. Decidió ir al grano.

—Mamá, debes despedir a Flora Hastings y a sir John inmediatamente. Tengo razones para creer que han mantenido un… —Respiró hondo—, un encuentro ilegítimo.

La duquesa, que avanzaba por la galería, se detuvo estupefacta.

—¿Has perdido la cabeza, Drina? ¿Qué disparate estás diciendo? —La duquesa abrió sus grandes ojos azules de par en par y movió la cabeza de lado a lado como una muñeca de porcelana con gesto perplejo.

—No me digas que no has notado que lady Flora está encinta —replicó Victoria.

—¿Encinta? —preguntó la duquesa en tono de incredulidad.

—Sí, mamá. Y creo que sir John es el responsable.

La duquesa se estremeció y, para sorpresa e irritación de Victoria, sonrió.

—¿Qué dices? ¿Quién te ha contado semejante disparate?

—La baronesa Lehzen me ha contado que compartieron carruaje desde Escocia hace seis meses —contestó Victoria enojada.

La duquesa se rio en la cara de su hija.

—¿La baronesa te lo ha dicho? Claro, como sabe tanto de lo que ocurre entre un hombre y una mujer…

Victoria apretó la pelota que tenía en la mano. Le dieron unas ganas tremendas de tirársela a su madre.

—No puedo permitir esto… Que esta corrupción invada mi corte.

La duquesa sacudió sus tirabuzones rubios.

—Vamos, Drina, te aconsejaría que no dieses crédito a los rumores. No es propio de una reina.

Le dio la espalda a Victoria y echó a andar por el largo corredor.

En un acto instintivo, Victoria lanzó la pelota en dirección a su madre, pero no dio en el blanco y golpeó un jarrón de Meissen que le había regalado el elector de Sajonia. Se hizo añicos con estrépito. Emocionado por tanta excitación, Dash comenzó a ladrar.

Victoria se puso a temblar de rabia. Pensaba que su madre podría disgustarse, o enojarse, pero esa actitud desdeñosa era peor que cualquier cosa que hubiera imaginado. No consentiría que la ignorase. Si su madre no asumía la verdad, no le quedaba más remedio que demostrarlo.

Ese día confesó sus planes a Melbourne durante el paseo a caballo.

—¿Sir John y lady Flora? No podéis hablar en serio, majestad.

—Por supuesto que sí, lord M. La baronesa dice que compartieron carruaje desde Escocia, totalmente a solas. Mañana voy a prestar juramento a la Corona. ¿Cómo voy a jurar servir a mi pueblo fielmente cuando mi propia corte está mancillada por la corrupción? Ambos han de abandonar la corte inmediatamente.

Melbourne suspiró.

—Desconocéis si eso es cierto, majestad, y yo me cuidaría de verter acusaciones, pues lady Flora tiene amistades poderosas. Su hermano, lord Hastings, es el líder de los conservadores y no le haría ninguna gracia que su hermana se viera involucrada en un escándalo.

—¿Cómo voy a mirar a sir John a la cara sabiendo que ha tenido un comportamiento tan vergonzoso?

—Me consta que no es santo de vuestra devoción, majestad, pero opino que hay maneras más fáciles de despedirle que acusándolo de haber dejado encinta a lady Flora.

—¿Aun siendo verdad?

—Pensad en el escándalo, majestad.

—¿Es eso lo único que os preocupa? ¿Evitar un escándalo?

Melbourne hizo una mueca de dolor.

—Creedme que sé, majestad, lo difícil y doloroso que puede resultar un escándalo.

Victoria se detuvo y a continuación dijo despacio:

—De modo que pensáis que debería quedarme de brazos cruzados…

—Es la mejor opción con diferencia, majestad. Si vuestras sospechas son fundadas, en unos meses será imposible negar la evidencia. Tiempo al tiempo, majestad, tiempo al tiempo.

—Pero he de averiguar la verdad.

—En mi opinión, la verdad está tremendamente sobrevalorada.

—Sois, creo, lo que se dice un cínico, lord Melbourne. Pero yo no.

Sin mediar palabra, espoleó a su caballo para salir al galope y no volvió la vista atrás hasta llegar a Marble Arch. Su mozo de cuadra y lord Alfred iban a la zaga, pero no había rastro de Melbourne.

Lord Alfred se aproximó a ella.

—Lord Melbourne ha regresado a Dover House, majestad. Os traslada sus disculpas y me pide que os diga que se siente demasiado mayor para seguir el ritmo.

Victoria frunció el ceño.

—Entiendo. Hasta ahora nunca había tenido ese problema.

Lord Alfred sonrió.

—Ibais muy rápido, majestad.

Cuando se cambió de ropa, Victoria pidió a Lehzen que mandara llamar a sir James Clark, el médico de la corte.

—¿Os encontráis indispuesta, majestad? Tal vez estéis nerviosa debido a la coronación.

—Estoy de maravilla, gracias, Lehzen. Es que quiero que sir James indague sobre el estado de salud de lady Flora. Mi madre se niega a creerme, de modo que la única solución es llevar a cabo un reconocimiento médico.

Lehzen asintió.

—Por supuesto, majestad.

—Entonces ¿estás de acuerdo conmigo en que debemos llegar al fondo de este…, este asunto?

—Puesto que la duquesa no os cree, debéis cercioraros, majestad.

Victoria suspiró.

—Lord Melbourne opina que debería quedarme de brazos cruzados.

Lehzen se acercó a ella.

—No me extraña. Lord Melbourne ha llevado una vida de lo más inusual. Quizá le traiga sin cuidado censurar este comportamiento.

Victoria percibió el poso de maldad en la voz de Lehzen.

—Pienso que no le importa el escándalo, pero en este caso lord Melbourne se equivoca. —Lo dijo en un tono más alto de lo normal, como tratando de convencerse a sí misma.

Lehzen volvió al cabo de media hora con sir James, que era tan sosegado como eminente. Había ascendido a los más altos escalafones de su profesión gracias a sus meticulosas atenciones hacia el difunto Jorge IV, siguiendo la corriente al rey con sus manías en lo tocante a la salud y al mismo tiempo absteniéndose de señalar la inoportuna circunstancia de que la costumbre del soberano de comerse tres urogallos regados con oporto para desayunar quizá fuera la causa de sus dolencias. Sir James, quien a juzgar por su protuberante y roja nariz tampoco se privaba de los placeres más exquisitos de la vida, había aprendido hacía mucho tiempo que el médico más prestigioso era el que escuchaba con gran atención cada síntoma y le daba su debida importancia antes de administrar un medicamento tan caro como inocuo.

El doctor le hizo a Victoria tal reverencia que su rostro, de por sí rubicundo, se enrojeció aún más.

—Majestad. ¿En qué puedo ayudaros? ¿Necesitáis algo para templar los nervios antes de la coronación? En tales ocasiones mis pacientes del sexo débil suelen encontrar la tintura de láudano de lo más eficaz.

Victoria clavó sus ojos azules en los del médico, inyectados en sangre.

—¿Tenéis muchos pacientes, sir James, que estén a punto de ser coronados en la abadía de Westminster?

El doctor hizo un ruido a medio camino entre la risa y un gruñido de disculpa.

—Estoy a vuestra entera disposición, majestad.

—Pero, respondiendo a vuestra pregunta, no requiero vuestros servicios. Hay otro… asunto del que me gustaría que os ocuparais.

Sir James enarcó una poblada ceja.

Victoria comenzó a caminar de un lado a otro. En su cabeza todo le había parecido sencillo, pero en ese momento se dio cuenta de que no sabía exactamente cómo abordar el tema.

—He reparado, sir James, en que cierta dama pueda estar en un… estado incompatible con su… —Victoria miró a Lehzen en busca de apoyo.

—Con su estatus, majestad.

—¿Su estatus? —El doctor se quedó perplejo—. Ah, entiendo. Creéis que la dama se encuentra en estado interesante, sin el beneficio del matrimonio.

—Sí. Creo que ha mantenido un encuentro ilegítimo con cierto caballero.

—Una observación perspicaz, majestad.

Victoria se detuvo.

—Pero he de conseguir pruebas, sir James.

El doctor tragó saliva.

—¿Pruebas, majestad?

—Sí. Quiero que examinéis a la dama.

Sir James se tiró de las patillas con su rolliza mano.

—¿Puedo preguntaros por la identidad de la dama?

Esta vez le tocó tragar saliva a Victoria.

Lady Flora Hastings.

Hubo una pausa mientras sir James reflexionaba. El doctor se puso a tirarse de las patillas con tal fuerza que daba la impresión de que se las iba a arrancar.

—Si me permitís la pregunta, ¿la duquesa está al corriente de vuestras sospechas, majestad?

—He tratado el asunto con mi madre, pero se muestra reticente a creerme.

Sir James suspiró.

—Entiendo. Debo advertiros, majestad, de que preveo cierta dificultad a la hora de realizar este reconocimiento. Si lady Flora no muestra buena voluntad, difícilmente puedo forzar el asunto.

—Me figuro que un doctor con su experiencia será capaz de determinar su estado observándola a simple vista.

—Me halagáis, majestad. Encuentro que en este tipo de casos cuesta mucho confiar en la mera apariencia. Intervienen otros muchos factores: el atuendo, la digestión, incluso un determinado porte. Una postura con las caderas adelantadas puede resultar sumamente engañosa.

Victoria, impaciente, dio unos golpecitos con el pie en el suelo.

—Puedo aseguraros que no se trata de una cuestión de postura, sir James.

—No, majestad.

—He de tener la certeza, y os estoy pidiendo que lo averigüéis, sir James.

—Sí, majestad.

El médico permaneció expectante como si Victoria fuera a añadir algo más, pero esta le dio la espalda para que se retirara. Cuando oyó sus pasos por el pasillo, se volvió hacia Lehzen.

—Debes decirle al lord chambelán que sir John y lady Flora no van a recibir invitaciones para la coronación. No puedo invitarles dadas las circunstancias.

Lehzen torció el gesto.

—Pienso, majestad, que, si hacéis eso, todo el mundo asumirá que dais crédito al escándalo.

Victoria levantó la barbilla.

—Precisamente.

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