Vanessa

Vanessa


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Epílogo

Cabellos rojos, ojos verdes y un carácter endemoniado. Así era el nuevo heredero del ducado de Weymouth, el pequeño Lord Davon Spencer.

Los invitados se aglomeraron junto a la criatura que no paraba de berrear. Elliot lo mostraba orgulloso, contándole a todos las grandes hazañas de su hijo de un mes. ¿Cuáles?, nadie lo sabía, al parecer el próximo vizconde era el mejor a la hora de nacer, de babear, de beber su leche, de despertarlos en la noche, de llorar. Todo era digno de elogios, y el que no estaba de acuerdo con él podía irse al demonio.

—Bridport —dijo el duque con malestar—, no es propio del heredero que se relacione con ciertas personas.

Esas ciertas personas eran, ni más ni menos, que Lord y Lady Witthall, quienes, pese a la herencia recibida, haber salvado el condado y superado las deudas, continuaban con sus labores burguesas. Tanto así que Lord Webb y Lady Thomson habían acordado hacer llegar de América una tirada completa del libro de Vanessa: La mujer y la sociedad, firmado sin pseudónimo y publicado por un enigmático editor americano tan esquivo como controversial, para distribuirlo en librerías británicas. A su vez, la marquesa viuda, Lady Victoria Richmond, estaba organizando una subasta benéfica de obras de W. Wallace, que ya todos sabían que se trataba del famoso Conde Loco.

Escándalo y más escándalo. Un apelativo que en el pasado había recaído sobre los Bridport.

—Pienso lo mismo —coincidió Elliot con su padre, el sarcasmo se hizo uno con él—, no queremos que el próximo Spencer sea un ser que piense que un título vale más que una persona, que una familia y que el cariño de los buenos amigos. De modo que, por el bien del ducado, le voy a pedir que se marche.

—Elliot…

—La puerta. Hurt… —pidió a su mayordomo que lo acompañara.

El desplante de Lord Bridport a su padre no sorprendió a nadie, aunque sí consiguió un manto de silencio en el íntimo grupo.

—Milord, sabemos que nuestra presencia puede incomodar —rompió el momento Vanessa. En sus meses como condesa, había aprendido a imponerse en los modos británicos, con ese porte tan propio de Lady Thomson, o incluso, Lady Victoria—. Las apariencias no nos pueden importar menos, pero eso no quiere decir que no sean importantes y…

—Oh, por favor… —La interrumpió Miranda—. Todo eso lo haces para alardear de habernos robado el mote. Elliot, ¿qué debemos hacer?

—Besarnos en Hyde Park es de la temporada pasada…

—Nadar en el Támesis ya lo he hecho yo —agregó Lord Webb con humor, y Emily, a su lado, contuvo la carcajada. Las miradas, con mucha picardía se posaron en Cameron, que aprovechó la ocasión para llenar su boca de masas, su escándalo era el más picante de todos: Embarazarse antes del matrimonio. Walsh, a su lado, silbaba con la vista puesta en las monturas del cielorraso.

—Supongo que solo nos queda compartir el escándalo —concluyó el hombre y le preguntó a su hijo con balbuceos tontos—, ¿no es así, Davon?, ¿no es para eso que están los amigos?, ¿para no abandonarnos cuando hacemos cosas bochornosas como hablar con este tono de voz?

—Y para guiarnos cuando el orgullo nos ciega —agregó Miranda, en recuerdo a la ayuda prestada por Vanessa cuando, por poco, dinamita su felicidad junto a Elliot.

—Y para ayudarnos a abrir los ojos cuando el dolor nos vuelve tontos y no podemos ver que el amor lo tenemos delante nuestro. —Cameron apoyó su mano en la de Vanessa con cariño—. Sin contar con otra clase de ayuda… —aludió al encubrimiento del embarazo.

—Y para recordarnos que debemos querernos tal cual somos antes de intentar querer a otro —completó Emily, con la mirada puesta en su amado Colin Webb.

—Oh, ya veo que el plan es ¡Hagamos llorar a Vanessa! —se quejó Lady Witthall al notar que sus ojos se aguaban por las confesiones de sus amigas. Sí, antes siquiera de saber lo que era el amor, las había querido, y había hecho todo a su alcance para que obtuvieran su felicidad.

Porque antes de luchar con las siembras y cosechas del condado, lo había hecho con su corazón. Consiguió sembrar amor, ese que no sabía que tenía, y en esa tarde en que se hacía la presentación formal de Davon Spencer, lo cosechaba a raudales. Era mil veces más rica de lo que jamás hubiera imaginado.

—No, cariño —contradijo William, a su lado—, el plan es ¡Hagamos a Vanessa tan feliz como nos hizo ella! —y selló sus palabras con un suave beso en los labios, uno que prometía un sinfín de momentos como esos.

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