Underworld

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Capítulo 20

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Capítulo 20

Michael estaba sentado en la incómoda silla de acero, exhausto pero incapaz de dormir. La cabeza la dolía con cada latido del corazón y tenía un nudo en el estómago. Unos bichos invisibles reptaban sobre todo su cuerpo y le obligaban a estar constantemente rascándose los brazos y las piernas. La luz de la luna que se filtraba por la ventana le picaba en los ojos pero se veía incapaz de apartar los ojos de ella. ¿Dice la verdad?, se preguntó, a despecho de años de riguroso entrenamiento científico. ¿Dice Selene la verdad? ¿Me estoy convirtiendo en un hombre-lobo?

Era una locura, una idea ridícula hasta para ser considerada un solo instante y sin embargo… ¿por qué seguía oyendo aquel aullido monstruoso en el interior de su cráneo?

Se volvió hacia Selene, temiendo preguntarle qué podían significar sus debilitantes síntomas. Ataviada de cuero, la mujer esperaba junto a la ventana abierta, vigilando la calle silenciosa. Sus dedos estaban apoyados en la empuñadura de la pistola automática, como si no pudiera esperar a encontrar un objetivo para sus balas de plata.

—¿Por qué los odias tanto? —le preguntó.

Selene frunció el ceño y cambió de posición para darle la espalda. A juzgar por su lenguaje corporal y lo que revelaba su expresión, lo que menos deseaba en aquel momento era mantener esa conversación.

—¿No puedes responder a la pregunta? —insistió. Si iba a condenarlo por convertirse en un hombre-lobo, al menos quería saber la razón. ¿Voy a ser yo tu próxima víctima, se preguntó con angustia, una vez que ocurra lo que… tiene que ocurrir?

Esperó, muy tenso, pero no hubo respuesta. Miró lleno de impotencia a los contornos de lustroso cuero de la espalda de la mujer hasta que estuvo seguro de que iba a darle la callada por respuesta.

—Estupendo —musitó con amargura mientras volvía la mirada a los tablones de madera del suelo. Una mancha oscura decoloraba el suelo en el que estaba sentado. ¿Sangre seca de la víctima de un interrogatorio pasado?

—Mataron a toda mi familia —susurró lentamente la vampiresa. Hablaba en voz tan baja que al principio Michael no estuvo seguro de haberla oído—. Se alimentaron de ellos.

Apartó la mirada de la ventana y clavó los ojos en Michael. En aquellos orbes enigmáticos y castaños, creyó discernir años de pesar y remordimiento sin cicatrizar. Un dolor viejo coloreó la voz de Selene.

—Me quitaron todo lo que tenía —dijo.

Kraven estaba reclinado en un diván de terciopelo rojo, perdido en sus pensamientos. ¿Dónde estaba Selene ahora y qué estaría haciendo con esa escoria licana? Según Soren, había huido de la mansión con Corvin mientras Kraven estaba ocupado con Viktor en la cripta. Ahora mismo podría estar en cualquier parte, pensó enfadado. Dudaba que regresara a la mansión aquella noche.

No le gustaba nada que hubiera tantos cabos sueltos a menos de veinticuatro horas de su jugada final. Viktor despierto, Selene desaparecida, Lucian descontento… ¡Nada marchaba según lo planeado!

Aún puede funcionar, pensó desesperadamente, tratando de tranquilizarse. Sólo tengo que ser fuerte y no cejar. Sobre todo ahora que la victoria está tan próxima…

La puerta se abrió y Erika entró en la suite. Ya era hora, pensó Kraven. La había enviado a notificar la resurrección de Viktor a la servidumbre para impedir que los rumores y habladurías se extendieran sin control por la mansión. Como cierta medida de control de daños, se había atribuido el mérito del despertar del Antiguo y había ordenado a Erika que divulgase la historia de que había actuado siguiendo órdenes secretas de la propia Amelia y por razones que sólo ellos dos conocían. Con suerte, esta explicación improvisada transmitiría la impresión de que había mantenido el control de todo lo ocurrido, al menos hasta que ya no importase.

Muy pronto, se prometió, mi autoridad será incuestionable.

Se incorporó en el diván.

—Me alegro de que estés aquí —se dirigió a la criada, que llegaba tarde. Erika llevaba fuera unos quince minutos. A juzgar por su aspecto, había aprovechado parte de ese tiempo para retocarse el maquillaje y el peinado—. Ahora, es necesario que esto que voy a contarte se mantenga en el más estricto sec…

Erika lo sorprendió alargando la mano y poniéndole un dedo en los labios. Sus ojos violeta se clavaron en los suyos.

—Eso puede esperar —susurró.

Con una sonrisa seductora, se llevó las manos atrás y desabrochó los cierres del corpiño de encaje negro. El traje cayó al suelo y dejó a la luz un cuerpo femenino digno de una sílfide que no había envejecido un solo día desde aquella noche funesta en Piccadilly, veintisiete años atrás. Sus pies desnudos pasaron por encima del traje abandonado y llevaron la carne de la mujer al alcance de las manos de su sire.

Kraven estaba sorprendido, eso como mínimo. Aquello no era exactamente lo que había estado pensando cuando le había dicho a la ansiosa criada que regresara a su lado. Sólo pretendía ordenarle que mantuviera vigilado a Viktor en la sala de recuperación, so pretexto de ocuparse de sus necesidades, y lo informara de todo cuanto hiciera y todos a quienes viera.

Pero bueno, reflexionó mientras sopesaba sus opciones, ¿qué demonios? Sus ojos oscuros devoraron la incitante desnudez de la rubia vampiresa. A pesar de las graves preocupaciones que lo agobiaban, descubrió que su cuerpo no-muerto respondía a los encantos generosamente desplegados de la mujer. ¿Por qué no?, se dijo. En el presente momento necesitaba a todos los leales que pudiera conseguir y si aquello era lo que hacía falta para asegurarse la lealtad absoluta de la muchacha… bueno, había maneras peores de pasar las horas que faltaban hasta la salida del sol.

De modo que aceptó su provocativa invitación, rodeó sus esbeltas y blancas caderas con las manos y la atrajo hacia sí. Sus labios se posaron sobre su vientre y la carne tensa de la muchacha se estremeció incontrolablemente mientras la besaba y lamía en dirección a los pechos. Su piel era tan suave como la porcelana y tan fría como el agua de un arroyo de montaña, y su lengua voraz dejó un rastro húmedo por los contornos sensuales de su cuerpo núbil.

Erika jadeó una vez y entonces se mordió el labio inferior. Kraven sonrió al pensar en su capacidad amatoria; sin duda, la necia zorra había estado esperando este momento desde que se convirtiera en vampiresa.

—Había algo en el establo haciendo pedazos a los caballos.

Seguía de pie junto a la ventana abierta. Se le hacía raro hablarle de aquella manera, de un asunto tan personal, pero no podía hacer nada para impedirlo. También le parecía que hacía lo correcto, aunque no era capaz de explicar el porqué.

—No hubiera podido salvar a mi madre. Ni a mi hermana. Sus gritos me despertaron. Mi padre murió en el exterior, tratando de echarlos. Yo estaba en la puerta, a punto de ir a buscar a mis sobrinas cuando… unas gemelas, de apenas seis años. Masacradas como animales. Me llamaron a gritos… y luego se hizo un silencio.

—Jesús —susurró Michael.

A pesar de sus problemas y del bestial contagio que estaba recorriendo su cuerpo, su amable rostro estaba lleno de compasión y simpatía. A Selene se le hizo un nudo en la garganta y le costó seguir hablando. No recordaba la última vez que alguien había tratado de compartir su dolor.

—La guerra había llegado a mi casa, mi hogar. —Su voz era poco más que un susurro pero veía que Michael absorbía cada palabra que pronunciaba. Lágrimas carmesí se formaron en sus ojos, por vez primera desde hacía siglos. Al cabo de todos esos años, el recuerdo era todavía como una herida abierta—. Y lo próximo que supe fue que estaba en los brazos de Viktor. Llevaba días siguiendo a los licanos. Él los expulsó y me salvó.

El nombre de Viktor provocó una expresión de desconcierto en Michael.

—¿Quién?

—El más antiguo y poderoso de todos nosotros —le explicó—. Aquella noche, Viktor me convirtió en vampiresa. Su sangre me dio el poder que necesitaba para vengar a mi familia. Y nunca he mirado atrás.

Hasta ahora, añadió en silencio. ¿Qué tenía aquel humano que hacía que quisiera abrirse de aquella manera, arrancarse la armadura emocional que había encerrado su corazón durante eras? Sólo era un mortal, y encima estaba infestado por la maldición de los licanos.

—He visto tus fotos —balbuceó. Se dijo que sólo estaba cambiando de tema, concentrándose en Michael, que era lo que tenía que hacer—. ¿Quién era esa mujer? ¿Tu esposa?

Sorprendido, Michael apartó la cara.

La armería de los licanos se encontraba en un bunker abandonado muchos metros bajo la vibrante metrópolis. Caía agua sobre el suelo de hormigón del exterior del bunker mientras Lucian pasaba revista a sus tropas.

Varias docenas de licanos, cada uno de ellos con un arma semiautomática con munición ultravioleta, habían formado en el túnel, de espaldas a las ruinosas paredes de ladrillo. Figuras humanoides ataviadas de colores pardos aferraban sus armas preparándose para administrar una muerte ultravioleta a sus enemigos ancestrales. Los soldados licanos se pusieron firmes mientras Lucian pasaba frente a ellos y entraba en la improvisada armería.

Excelente, pensó. La manada parecía preparada para entrar en combate en cualquier momento.

Aunque mal iluminada y mugrienta, la armería era perfectamente funcional. Había comandos licanos yendo y viniendo, inspeccionando y limpiando sus armas de gran calibre, cargando munición ultravioleta y cosas por el estilo. Habían dispuesto una mesa plegable de aluminio en el centro de la sala para realizar con más comodidad la planificación de la operación de aquella noche. Pierce y Taylor, que habían cambiado sus uniformes de policía por ropas de cuero acolchadas, se encontraban junto a la mesa examinando un mapa detallado de la ciudad. Levantaron la mirada al ver que Lucian se acercaba.

—¿Cómo van las cosas? —preguntó éste con brusquedad.

Los dos licanos sonrieron como respuesta y sus blancos y afilados dientes brillaron en la oscuridad.

Ahora le tocaba a Michael revivir la peor noche de su vida. Se asomó con mirada triste al pasado mientras Selene lo observaba desde el otro lado del cuarto.

—Traté de girar, pero a pesar de todo no nos vio. Nos arrojó al otro carril. Cuando volví en mí, me di cuenta de que parte del motor estaba ahora en el asiento delantero… y que ella estaba atrapada allí, a menos de quince centímetros de mí, en aquella… horrible posición. Debía de estar en shock, porque no paraba de preguntarme si me encontraba bien. Estaba más preocupada por mí…

Tuvo que parar, con un nudo de emoción en la garganta. El corazón de Selene se partió al escucharlo. Considerando su historia, era un milagro que hubiera vuelto a entrar en un coche y mucho más que hubiera soportado el trayecto en el Jaguar a toda velocidad de la noche pasada. Michael le había contado que habían acabado en las aguas del Danubio; sintió una punzada de remordimientos por haberlo sometido a una nueva experiencia traumática a bordo de un vehículo.

Michael parpadeó para contener las lágrimas y continuó:

—Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, habría podido salvarla. Detener la hemorragia, tratar la conmoción y el traumatismo —Selene oyó pesar y culpa en su voz—. Sin duda podría haberla salvado pero… en cambio, murió allí mismo, ni dos minutos antes de que llegara la ambulancia.

Para su vergüenza, Selene sintió cierto alivio al saber que la novia de Michael, una norteamericana llamada Samantha, estaba irrevocablemente muerta y enterrada, pero desechó la reacción considerándola indigna de sí. Y además, ¿qué importaba eso? Michael sólo era un peón en la guerra contra los licanos… ¿no?

—Después de aquello —continuó—, no vi ninguna razón para seguir en los Estados Unidos. Mis abuelos por parte de padre habían emigrado allí desde Hungría en los años 40, después de la guerra, y hablaban con mucho cariño de la Patria, así que cuando obtuve mi título me dije, ¿qué demonios? Simplemente me marché, para dejarlo atrás, para… no sé… para olvidar. —Se encogió de hombros con despreocupación, una actitud fingida que contrastaba profundamente con sus auténticos sentimientos—. En aquel momento me pareció una buena idea.

Probablemente te hubiera ido mejor si te hubieras quedado en América, pensó Selene, mordaz. De manera discreta, dirigió la mirada a la marca manchada de sangre del mordisco que tenía en el hombro.

—¿Y lo has hecho? —le preguntó—. ¿Lo has dejado atrás?

Él le miró los ojos.

—¿Y tú?

Selene no tenía respuesta para eso.

¡Sí!, pensó Erika, extasiada. ¡Por fin!

Los labios gélidos de Kraven exploraron sus pechos y sus afilados dientes probaron el primero de los pezones y a continuación el segundo. Las fuertes manos de Kraven la sujetaron por la grupa, y su presa dejó una marca sobre su carne flexible. Ella pasó las manos por su lujuriosa melena negra y se aferró a su cabello suelto como si su vida inmortal dependiera de ello.

Erika no podía creerse su buena suerte. Finalmente sus más locas fantasías estaban convirtiéndose en realidad. Lord Kraven le estaba haciendo al amor a ella, no a Selene, ni a Dominique ni a ninguna otra de las chicas. El regente de la mansión, el amo del aquelarre, la había elegido a ella. ¡Había llegado!

Echó la cabeza atrás, sólo un instante, y utilizó sus uñas afiladas para abrirse una pequeña media luna por debajo del pezón izquierdo. Profirió un gemido ruidoso mientras su sangre empezaba a brotar de la herida.

La boca de Kraven regresó a su pecho y lamió el reguero carmesí. Erika emitió un gemido de éxtasis, echó la cabeza hacia atrás y se rindió al placer del momento mientras el vampiro chupaba su sangrante teta.

Quería que aquel momento durara para siempre…

En el exterior de la mansión, al otro lado de la cancela que delimitaba el perímetro, una furgoneta negra mate pasó lentamente delante de la entrada. El vehículo llevaba todas las luces apagadas de modo que resultaba casi invisible en la profundidad tenebrosa de la noche. Unos zarcillos arremolinados de densa niebla gris que la rodeaban contribuían a ocultar la furgoneta de ojos indiscretos.

Singe estaba sentado tras el volante del vehículo, escudriñando con facilidad la oscuridad con sus ojos de licano. Frenó a pocos metros de la entrada de la mansión y contempló a través de los barrotes de hierro de la valla el apartado edificio gótico que se elevaba al final del camino. La palaciega residencia, con sus columnas de mármol y sus agujas elevadas, era desde luego más grande e imponente que la tosca guarida subterránea de los licanos.

De modo que esto es Ordoghaz, pensó el científico. Sentía excitación y temor por encontrarse tan cerca de la fortaleza de sus enemigos. Un aquelarre entero de vampiros, con docenas de Ejecutores, se encontraba a menos de medio kilómetro de distancia… y completamente ajeno a su presencia.

O eso esperaba él.

Debería estar en mi laboratorio, pensó con cierto enojo. Las operaciones de inteligencia como aquella eran cosas de las que deberían encargarse Raze o Pierce y Taylor. Singe aprovechó un momento para suspirar por sus abandonados experimentos. No le gustaba que lo apartaran de su trabajo en un momento tan crítico, justo cuando se encontraba a punto de culminar su revolucionario descubrimiento. Por lo menos, debería estar buscando al esquivo señor Corvin para que el experimento pueda seguir adelante, no espiando un nido de chupasangres desprevenidos.

Sin embargo, él no era quién para cuestionar las cosas. Con un suspiro de resignación, apartó la mirada de la mansión y volvió la cabeza hacia el interior de la furgoneta, donde un equipo de cinco comandos licanos estaba preparando sus armas. Sus rostros humanoides tenían expresiones de salvaje impaciencia. A diferencia del bioquímico, que no podía encontrarse más lejos de su elemento, los soldados parecían preparados, ansiosos y a punto para cazar.

En este caso, murciélagos.

—¿Quién empezó la guerra? —preguntó Michael.

Selene seguía vigilando desde la ventana. La luz de la luna proyectaba su silueta de esfinge sobre los maderos del suelo. A pesar de todo lo que estaba ocurriendo, no podía por menos que advertir lo preciosa que era.

—Fueron ellos —respondió—, o al menos eso es lo que siempre nos han dicho. —Sus ojos llenos de pesar estaban clavados en las calles desiertas—. Entre nosotros no se mira con buenos ojos a quien escarba en el pasado. Ni a quien hace otras muchas cosas. —Un rastro de resentimiento se insinuó en su voz—. Pero empiezo a pensar que en esta guerra hay más de lo que parece a simple vista.

¿Cómo qué?, se preguntó Michael y entonces se dio cuenta de que estaba dando crédito y considerando con seriedad las implicaciones políticas de una guerra entre vampiros y licántropos. ¿De verdad me lo estoy tragando?, se preguntó, incrédulo. Miró con detenimiento a la mujer de belleza exótica que había junto a la ventana. Con aquel traje de cuero ceñido, se parecía más a Emma Peel que a Amne Rice. ¿De verdad creía que era una vampiresa?

No lo sé, tuvo que añadir a su pesar. Lo cierto es que ya no sabía lo que creía.

Selene consultó su reloj de pulsera.

—Son casi las cinco de la mañana —anunció—. Debería volver.

Sí, antes de que salga el sol, comprendió Michael, horrorizado al ver que aquello tenía cierto sentido para él. ¿Había un confortable ataúd esperando a Selene en la mansión?

—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó.

Ella hizo una pausa antes de responder.

—Viktor sabrá lo que hay que hacer —dijo al fin. Michael recordó que, según lo que Selene le había contado, Viktor era el jefe supremo de todos los vampiros. El hecho de que su vida dependiera de las decisiones tomadas por un Conde Drácula del mundo real no tranquilizaba a Michael—. Volveré mañana por la noche —le prometió.

De eso nada, pensó Michael. No le gustaba la idea de pasar las siguientes doce horas escondiéndose en aquel piso franco. Se levantó con dificultades y se puso la chaqueta.

—Bueno, lo que está muy claro es que no pienso quedarme aquí solo —declaró, tratando de ignorar que la cabeza le daba vueltas. Tuvo que agarrarse a un brazo de la sólida silla de titanio para no perder el equilibrio.

—Lo harás si quieres vivir —dijo Selene con voz severa. Se apartó de la ventana y se le acercó.

Michael cerró los ojos y esperó a que se le pasara el mareo. Tal como se sentía en aquel momento, no estaba muy seguro de que fuera a sobrevivir hasta la noche siguiente. Con cada latido de su corazón sentía un dolor palpitante en las sienes y la mordedura del hombre de la barba seguía ardiéndole. Por lo que yo sé, puede que haya cogido la rabia.

—Mira —le dijo a la mujer—, puedes ayudarme a volver al hospital o puedo hacerlo yo solo. —Un escalofrío recorrió su cuerpo entero al recordar su última visita al hospital, apenas unas horas antes. ¿Y si la policía seguía allí, buscándolo?—. En cualquier caso, tengo que hacerme unas pruebas para ver si me han… ya sabes… infectado con… algo.

Era incapaz de decir licantropía. Aquél era el término correcto, ¿no?

Selene mantuvo una expresión pétrea, aparentemente impasible a su petición. Estupendo, pensó Michael, irritado. Asintió y se volvió hacia la puerta. Parece que ahora estoy solo.

Selene lo cogió del brazo y, una vez más, Michael se sorprendió al comprobar lo fuerte que era. Su puño cerrado era como un grillete implacable.

Enfermo como estaba, sabía que no tenía la menor posibilidad de escapar. Demonios, seguramente estaría igual de atrapado aunque estuviera en plena forma. Ella era muy fuerte.

¿Tan fuerte como un vampiro?

¿Y ahora qué hago?, pensó, asustado. Le dio la espalda, sin saber si debía responder con furia o suplicar clemencia. ¿Cómo razonaba uno con un vampiro tozudo?

Estaban cara a cara, a escasos centímetros de distancia. Los ojos de Selene —enigmáticos, inescrutables— miraban fijamente los suyos, su rostro de exquisita factura no ofrecía ninguna pista sobre lo que estaba ocurriendo tras aquellos inolvidables ojos castaños Michael empezó a abrir la boca, todavía sin saber muy bien lo que iba a decir, pero entonces, inesperadamente, Selene se inclinó sobre él y lo silenció con un beso.

Sus labios eran fríos pero exuberantes y delicados. El beso había cogido por sorpresa a la mente de Michael, pero su cuerpo respondió al instante, como si llevara toda la noche esperando aquel momento. Puede que así fuera. Michael no se había dado cuenta hasta entonces de lo mucho que deseaba besarla. Cerró los ojos, saboreó la sensación y le devolvió el beso apasionadamente.

CLICK-CLICK. Un par de chasquidos metálicos irrumpieron en el momento y los ojos de Michael se abrieron al instante, confundidos. ¿Qué demonios…? Bajó la mirada y descubrió con sorpresa que Selene lo había encadenado a la pesada silla de titanio.

—Oye, ¿qué coño estás haciendo? —dijo con voz entrecortada y sintiéndose traicionado, frustrado y decepcionado al mismo tiempo. Se apartó de Selene y dio un fuerte tirón a las esposas pero la sólida silla, construida para soportar los esfuerzos de un hombre-lobo capturado y en estado de frenesí, estaba clavada al suelo y se negó a ceder.

Estaba atrapado.

Selene lo miró implacablemente, sin mostrar ni un ápice del ardor y el afecto que sus húmedos labios le habían ofrecido apenas unos segundos atrás. Metió la mano debajo de la gabardina y sacó la pistola.

Michael tragó saliva y se preguntó si habría llegado su fin. ¿Había sido el beso parte de una retorcida tradición, ofrecido como bendición final para el condenado, o sencillamente había pretendido distraerlo el tiempo suficiente para poder ponerle las esposas? Sea como fuere, de repente era consciente de lo poco que sabía sobre aquella mujer y sobre lo que era capaz.

¡Y yo que pensaba que era mi última esperanza!

Lo que quedaba de sus fuerzas se evaporó y retrocedió arrastrando los pies hacia la silla.

Se dejó caer pesadamente sobre ella, incapaz de permanecer en pie un solo segundo más. Vamos, mátame, pensó con amargura. Pero antes deja que descanse aquí un minuto más.

Pistola en mano, Selene se le acercó. Se inclinó y le miró los ojos. La voz que brotó de sus labios era neutra y carecía de toda emoción.

—Cuando salga la luna llena mañana por la noche, te transformarás, matarás y te alimentarás. —Sacudió la cabeza para silenciar sus objeciones—. Es inevitable. —Su acerada mirada se posó en las esposas de metal que lo mantenían encadenado a la silla—. No puedo dejarte libre. Lo siento.

¡Esto es una locura!, pensó Michael, enfurecido. Hubiera querido conservar las fuerzas suficientes para debatirse, al menos como forma de desafío. ¿Primero me besas y al cabo de un segundo me dices que voy a convertirme en un monstruo?

Selene metió un cargador en su arma. Michael se preguntó cuántas balas tendrían su nombre. Sin embargo, en lugar de dispararle, ella sacó el cargador y lo sostuvo frente a él para que pudiera ver las resplandecientes balas de plata que contenía.

Igual que el Llanero Solitario, pensó, enloquecido.

—No es probable que una sola bala te mate —le explicó con voz monótona—, pero la plata impide la transformación… al menos durante unas pocas horas. —Volvió a meter el cartucho y le arrojó la pistola en el regazo—. Si no he regresado a tiempo, hazte un favor. Úsala.

Más tarde, Michael se daría cuanta de que podía haber apuntado a Selene con el arma y exigido que lo liberara (aunque probablemente eso no le habría servido de mucho contra un vampiro). En el momento presente, sin embargo, no pudo más que mirarla boquiabierto, estupefacto y asombrado por seguir respirando, mientras ella salía rápidamente de la habitación y daba un portazo. Escuchó el crujido de un candado, seguido varios segundos más tarde por el sonido de unos pasos que bajaban las escaleras.

Aturdido, recogió la pistola de su regazo y la levantó. La miró como si fuese un artefacto alienígena.

Úsala —le había dicho Selene.

No hablaba en serio, ¿verdad?

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