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MONICA, LLAMADA A DECLARAR

El 5 de diciembre de 1997, los abogados de Clinton recibieron un fax enviado por los abogados de Paula Jones. Era la lista de testigos que proponían. En esa lista aparecía ¡Monica Lewinsky! ¿Por qué?, se preguntaron incrédulos. La presidencia de Bill Clinton se tambaleaba.

Diez días después, los abogados de Paula Jones pidieron formalmente a Clinton que entregara un documento con la lista de «las comunicaciones entre el presidente y Monica Lewinsky». El 17 de diciembre, a las dos de la madrugada, Bill Clinton telefoneó a Monica Lewinsky. La conversación duró una media hora, aunque lo que tenía que decirle no necesitaba mucho tiempo: «Monica, tu nombre está en la lista de testigos del caso Paula Jones… Me rompe el corazón», le dijo Clinton con aparente sentimiento. «Quizá no te citen a declarar», y le sugirió firmar una declaración jurada para satisfacer a los abogados de Paula Jones. «Podrías decir que ibas a la Casa Blanca para visitar a la secretaria Currie y que, en ocasiones, cuando trabajabas en la Casa Blanca, me traías cartas». Cuando Clinton declaró en el marco de la investigación aseguró que «nunca le pidió (a Monica) que mintiera».

A estas alturas del embrollo, nada de lo ocurrido se había publicado todavía. Se supone que Hillary Clinton no tenía un solo dato. Apenas una docena de personas estaba al tanto de este agujero negro que se cernía sobre la Casa Blanca. Un mes después, el caso iba a ser la primera noticia en los medios de comunicación del mundo.

El 19 de diciembre, Monica Lewinsky recibió una citación para declarar en el caso Paula Jones. No era un puro trámite. Tenía que comparecer con cualquier «regalo, prenda, accesorios o joyas» que hubiera recibido del presidente, y con documentos sobre su relación, como cartas, tarjetas o una lista de llamadas telefónicas. Y un detalle tan preciso que resultaba sospechoso: querían cualquier sombrero que llevara un pin regalado por el presidente. Nadie pide algo así sin conocer su existencia. ¿Quién lo habría contado? Monica empezó a llorar desconsolada.

Habló con Vernon Jordan, importante personaje en esta historia por su amistad personal con Clinton. Jordan realizó una especie de mediación entre Bill y Monica para enfrentarse a las consecuencias judiciales que se avecinaban, y buscó un abogado para Lewinsky. Jordan preguntó por separado a Bill y a Monica si habían mantenido relaciones sexuales. Ambos lo negaron. Ella se sintió en la necesidad de contarle a Jordan los temores que tenía por un aspecto concreto de su citación: las llamadas telefónicas cuyo detalle exigían los abogados de Paula Jones: «Hemos tenido sexo por teléfono».

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