Trump

Trump


1. ¿De quién fue la culpa? » De visita en el despacho oval

Página 7 de 157

DE VISITA EN EL DESPACHO OVAL

Cinco años, seis meses y diez días después, el jueves 10 de noviembre de 2016, Barack Obama se sentaba en el butacón que hay a la izquierda de la chimenea del Despacho Oval. Y a menos de un metro, en el butacón de la derecha, se sentaba Donald Trump. Ambos llevaban el inevitable pin con la bandera de Estados Unidos en el ojal de sus chaquetas. Obama, corbata en tonos grises y con dibujitos geométricos casi imperceptibles. Trump, corbata roja lisa y brillante. Y se dijeron cosas muy amables. Profesionalidad, ante todo.

«Acabo de tener una excelente conversación con el presidente electo Trump». Obama es, siempre ha sido, la elegancia personificada. Estaba incorporado sobre la butaca, para no parecer desganado. Piernas abiertas en actitud elástica, casi deportiva. «Hemos hablado de algunos asuntos organizativos de la Casa Blanca», explicó con cara de estadista, mientras Trump le miraba con atención, con gesto de qué-cosa-tan-importante-estoy-haciendo-hoy-porque-soy-el-presidente-electo. ¡Qué recuerdos, Donald! Nunca lo ha dicho, y quizá nunca lo reconozca, pero esa mañana en la Casa Blanca pudo recordar lo que ocurrió aquella noche, la de la humillación del hotel Hilton. Y Obama, también.

«Hemos hablado de política exterior. Hemos hablado de política doméstica. Y como ya he explicado, mi primera prioridad en los próximos dos meses es facilitar una transición que asegure el éxito de nuestro presidente-electo». «Nuestro presidente-electo». Jamás hubiera querido Obama verse obligado a decir esas palabras en referencia a Donald Trump. No era esa la historia que tenía en su cabeza.

«Creo que es importante para todos nosotros, más allá de los partidos, más allá de las preferencias políticas, estar unidos, trabajar unidos, para gestionar los muchos desafíos a los que nos enfrentamos. Sobre todo quiero enfatizar, señor presidente electo, que vamos a hacer cualquier cosa que le ayude a tener éxito. Porque si usted tiene éxito, el país tendrá éxito». Atrás, muy lejos, quedaban aquellas despectivas ironías de la infausta cena de los presuntuosos corresponsales de la Casa Blanca. Señor presidente electo…

Y el señor presidente electo dio las «gracias al presidente Obama» y puso en valor lo bien que se llevaban al destacar que «esta reunión iba a durar quizá diez o quince minutos para que nos conociéramos, porque nunca nos habíamos reunido antes». Nunca se habían reunido antes. Solo se habían visto en persona, en la lejanía, en aquella cena. En la cena. Y, de repente, «tengo un gran respeto (por el presidente Obama). La reunión ha durado casi hora y media. Y podía haber durado más tiempo. Espero contar con el consejo del presidente. Ha sido un gran honor estar con usted, y espero que nos encontremos muchas más veces en el futuro». Ni un mal gesto, ni un desplante siquiera insinuado. Seriedad presidencial en la sede de la presidencia, y delante del presidente. Delante de Estados Unidos, y ante los ojos del vasto mundo.

Lo había conseguido. Aquello que, quizá, pensó la noche de abril de 2011 en la cena de los corresponsales, se convertía en realidad. Estaba en la Casa Blanca. Aún no como inquilino de pleno derecho, pero ese momento mágico estaba al caer. «Papá, soy presidente de los Estados Unidos».

Ir a la siguiente página

Report Page