Thunder

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Capítulo 21

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Capítulo 21

La fiesta terminó una hora después con una achispada Joana que parecía más desatada que nunca. ¿Qué habían hecho con ella esas mujeres?

Mateo llegó rendido, en el coche ya estaba durmiendo, así que lo dejé en su cuarto y cuando entré en el mío, por poco me da un infarto.

Joana estaba desnuda sobre la cama, a cuatro patas, de cara al espejo y con los muslos separados mostrando la joya que llevaba incrustada en el trasero.

Me puse duro como el granito, casi me arranco la ropa de las ansias que me entraron. Su mirada oscura velada por la pasión me taladraba desde el reflejo.

—Espejito, espejito, ¿quién lleva una joya puesta en el culito? —preguntó agitando el trasero provocadora y muerta de la risa.

—¿Tratas de tentarme, mujer? —No iba a reconocer que solo viéndola en esa postura estaba más que tentado.

—Más bien trato de que vengas aquí antes de que sufras un accidente, me entre un retortijón y termines con un ojo de cristal.

Solté una carcajada ante su total falta de pudor.

—Dios me libre de terminar con un plug incrustado en el ojo, a ver qué les íbamos a contar a los del hospital y a mis jefes de la CIA. —Caminé hacia ella, que seguía riendo. El alcohol la había dejado en un estado de predisposición que me tenía loco.

—Así que tenemos un código rojo —murmuré mordiéndole los cachetes, sintiendo cómo su piel se erizaba bajo mis dientes.

—¿Un código rojo? —suspiró.

—O te follo o me quedo sin ojo.

Ella se echó a reír como si no hubiera un mañana.

—Pobre de ti si no lo haces… Te necesito, Michael, por favor. —Mis dedos hurgaron entre sus pliegues palpando la urgencia que había en ellos—. Estoy muy excitada, no puedo más, quiero que esta noche me folles duro.

Era la primera vez que me exigía algo así, normalmente quería que la llenara de preliminares.

—¿No quieres que juguemos antes?

Negó, movió su mano para cubrir la mía y empujar mis dedos al interior de su vagina usándome para penetrarse. El movimiento brusco la hizo resollar, provocando que mi erección se agitara inquieta.

Después los sacó, metió los suyos y los llevó a su boca poniéndome a mil. Había creado un monstruo de la lujuria y era todo mío…

—Te necesito ya —dijo rechupeteándolos.

Estaba completamente encendido. Como un animal en celo, la aferré del pelo y tiré de él con rudeza, provocando que arqueara la espalda mientras apuntaba a su entrada. Me regodeé paseando el glande, que lagrimeaba del gusto, mientras la oía suplicar por mis atenciones hasta que la taladré sin piedad.

Gritó abandonada, exigiéndome más al propulsar las caderas contra mi miembro hinchado. Notaba el plug a través de la fina capa que separaba ambos conductos, su sexo se estrechaba colmándola por dentro.

—Ohhh, sí, Michael, por favor, más fuerte, más.

La tiré de nuevo del pelo y empujé notando mis huevos al golpearla, estaba chorreando.

—Joder, Joana, estás muy mojada.

—Lo-lo sé, te necesito tanto. Las chicas me han estado contando cosas y yo… Ohhhhh, sigue, no pares, por lo que más quieras…

—¿Te has excitado por lo que te contaban? —Ella asintió—. ¿Recuerdas que dijimos que si leías algo del libro que quisieras probar debías contármelo? —Asintió de nuevo—. Pues con las conversaciones sobre sexo funciona igual. —Embestí sin poder dejar de hacerlo, de contemplar nuestra imagen en el espejo.

—Me hablaron de una sala, en un club, que está rodeada de espejos —Su aliento se entrecortó cuando mi mano voló a uno de los pezones y tiró de él.

—Sigue.

—En ella puede entrar quien quiera, alguien solo, en pareja, en grupo… —Su lengua lamió el grueso labio inferior provocándome.

—¿Y tú nos imaginaste en ella?

—Sí.

—¿Quién había en la sala, Joana? —le pregunté lleno de lujuria.

—Estábamos solos tú y yo, y tras los espejos había gente, podíamos decidir si queríamos verlos mirando o no.

—¿Y qué decidimos? —inquirí sin dejar de bombear, perdiéndome en la oscuridad de su piel morena.

—Que no, solo quería ver nuestro reflejo.

Me gustó su respuesta.

—Ya veo. —Sin salir de su interior, la hice incorporarse y que se agarrara de mi cuello. Lamí la vena donde latía su pulso desbocado, aquella porción de piel que tan locos nos volvía a ambos. Ella gimió y yo tomé sus pechos ávido de su tacto aterciopelado—. ¿Te gustaría jugar en esa sala, Joana? —inquirí.

—No-no lo sé —suspiró.

—Bien, pues vamos a imaginar que tras el espejo del armario hay alguien que nos mira… —Su sexo se contrajo al instante, haciéndome gruñir—. Ese alguien está completamente excitado por lo que ve. —Otro apretón acompañado de un gemido—. Eso es, nena, muéstrale cómo te sientes cuando te follo, acaríciate, quiero que te masturbes y te corras, que le muestres tu placer.

Su cuerpo tembló y varias contracciones casi provocan que me precipite antes de tiempo.

Los finos dedos de Joana volaron a su entrepierna frotando con intensidad sobre el clítoris, que ya despuntaba. Las afiladas uñas se clavaron en mi cuello provocando un rugido animal que me obligó a empalarla con mayor fuerza. Los ojos negros se cerraron llevados por la pasión.

—Míranos, Joana, no dejes de hacerlo, contémplanos igual que hace él…

Los abrió anclándose en mis pupilas, buscando la seguridad que yo le otorgaba. Sabía que conmigo se sentía a salvo y esa era una sensación abrumadora que me llenaba de poder.

—Solo quiero verte a ti, Michael, solo quiero estar contigo…

Segunda bomba, a ese ritmo, iba a correrme antes que ella. Por un instante, la imagen de mi polla llenándola en su interior me flasheó.

—¡Mierda! —exclamé tratando de salir de su interior.

—¿Qué-qué pasa? ¿Es por lo que he dicho? —Vi la preocupación destellando en su mirada.

—No, preciosa, no, es que soy un imbécil, no he pensado en protegernos. Te vi así y mis neuronas se fundieron. Dame un minuto, me pongo un condón y…

Volvió a aferrarme con fuerza.

—Me recetaron pastillas anticonceptivas y me hicieron analíticas… Si a ti no te importa, yo…

No me hizo falta más que eso para seguir empujando en su interior. Contemplé el deleite que refulgía en ella hasta que las paredes de su vagina aletearon constriñéndome y su grito de liberación lo ocupó todo. Aguanté, obligándome a contar hasta veinte, y respiré maravillado ante tal despliegue de pasión. Cuando el último suspiro escapó de sus labios, besé su cuello y le murmuré que se colocara como antes y no nos perdiera de vista.

El gran momento había llegado.

Sus pupilas abarcaban prácticamente todo el iris, moví el plug con delicadeza arrancándole más de un suspiro.

—Está algo reseco, es normal. Voy a hacer algo para darle humedad y que no moleste cuando te lo quite. —Escupí entre los cachetes moviendo la joya. Ella resopló, pero no del disgusto precisamente. El ano se estiraba a cada movimiento—. Acaríciate de nuevo —le pedí. Ella sonrió y regresó su mano entre sus labios inflamados. Suspiró con fuerza. Yo seguí moviendo la pieza hasta estar seguro de que no iba a dañarla en modo alguno—. Para —le pedí lanzando el plug sobre la cama para restregar mi polla en el lugar donde habían estado sus dedos, impregnándola de humedad—. Joder, Joana, eres deliciosa. —Me gané una candorosa sonrisa—. Estás muy dilatada, así que no va a doler. Vas a volver a acariciarte, quiero que te toques, que disfrutes y que hagas lo que te apetezca para sentirte cómoda. ¿Lo entiendes?

—Sí, ¿podemos empezar ya?

—¿Tienes prisa? —pregunté meciendo mi sexo en el suyo y ganándome un gruñido.

—Por favor, no sé qué me pasa hoy, pero te necesito taaaaanto. —Alargó la a cuando la penetré en la vagina y salí de su interior.

—Está bien, vamos a ello, preciosa. Y recuerda que no ha de doler, avísame si ocurre. —Asintió. Coloqué la punta roma de mi polla en su entrada trasera y empujé con sumo cuidado sintiendo que me acogía sin problema. La mano de Joana no cejaba de ahondar en la entrada de su vagina palpándome en su interior. Cuando estuve enterrado por completo, la miré sintiéndome orgulloso de esa mujer que libraba sus propias batallas y salía vencedora de todas ellas.

Comencé un vaivén lento y tortuoso que terminó en unas acometidas salvajes y algo rudas. Joana se clavaba hacia atrás gritando completamente ida de placer. Mis manos apresaban su cintura mientras mis ojos volaban de los suyos a sus pechos y a lo que ocurría entre sus piernas. El abandono era absoluto.

—Michael, más, más —imploraba entrechocando su carne con la mía.

—No voy a ser capaz de aguantar mucho, preciosa, pero te juro que te compensaré si no llegas.

Empujé hasta llegar al límite, hasta llenarla por completo con mi esencia marcándola para siempre. Puede que no fuera más que un pensamiento machista, pero sentir mi esperma inundándola por dentro era como llegar a otro nivel de compenetración, uno que me hechizaba y me asustaba a partes iguales.

Rugí desatando la bestia de mi interior, que pedía ser saciada, hasta vaciarme por completo.

Joana seguía masturbándose, frenética por alcanzar un placer que parecía escurrirse entre sus dedos.

Salí para darle la vuelta y hundir mi boca en su sexo, saboreándola como a mí me gustaba, sintiendo sus músculos tirando de mi lengua. Las caderas subían contra mi rostro, los muslos se abrían ofreciéndome su néctar, sus dedos se enroscaban para tirar de mi cabello e impulsar mi lengua más adentro. El grito que se apoderó de la habitación, seguido del consiguiente orgasmo, me llenó de orgullo. Joana había superado cada reto que le había impuesto con matrícula de honor, por fin era una mujer libre que disfrutaba de su sexualidad al máximo.

Con unos lametazos finales, me separé de aquella tentación. Podría pasar toda la noche perdiéndome entre sus muslos, pero era tarde y Joana parecía cansada.

Nos metimos bajo las sábanas para enroscarnos el uno en el cuerpo del otro. Necesitaba su piel contra la mía, su cabeza sobre mi pecho y la seguridad que me confería tenerla entre mis brazos. Besé sus labios con ternura imprimiendo su nombre en ellos. No quería otros besos que no fueran los suyos. En ese momento, Joana era mía y de nadie más.

☆☆☆☆☆

—¡Tú estás loca! —exclamé mirando a Jen con cara de estupefacción.

—¿Por qué? —me recriminó ella.

—¿Cómo que por qué? —¿En serio me estaba preguntando eso?

—Paso de casarme con una barriga de sandía y Jon no lo quiere posponer más, además ha de ser una boda doble, ¿recuerdas?

Si había algo que me crispaba de mi amiga, eran sus decisiones precipitadas para temas soberanamente importantes.

—Pero es que me estás diciendo que te casas el fin de semana y no tenemos nada, ni vestido ni sitio ni nada…

Jen resopló.

—Tu mente católica y las bodas de Disney te están pasando factura. Mi primera boda fue en Las Vegas, disfrazada y el mismo día que tomé aquella horrenda decisión.

—Tú lo has dicho, te precipitaste y la cagaste.

Ella frunció el ceño.

—La cagué porque se trataba de Matt, si se hubiera tratado de Jon, habría sido un acierto. Así que no vamos a esperar más. Los cuatro tenemos los papeles pertinentes, en el juzgado había un hueco disponible y no queremos una mega celebración, solo algo íntimo. Los cuatro, los niños, y Michael y tú como testigos. Somos suficientes. —No podía creer que fuera tan terca—. Así que ¿te vienes conmigo de compras? No quiero algo excesivo, un vestido bonito para mí, otro para Koe, otro para ti y, por supuesto, para el hombrecito de la casa. Me hace ilusión que Mateo lleve los anillos y Koe tire las flores.

La imagen me llenaba de emoción, pero es que para mí una boda era otra cosa, aunque no se tratara de la mía.

—¿Y tampoco habrá despedida? —pregunté tratando de aligerar la tensión.

Jen sonrió.

—Eso sí que habrá, la canguro se quedará con los peques y nosotras tres nos iremos a cenar y de fiesta, mientras que los chicos hacen lo propio. La decisión está tomada, me caso el viernes y nos vamos de despedida el jueves.

—¡El viernes trabajo!

—Porque empalmes un día no te pasará nada. La boda será a mediodía, el juez es amigo de mi suegra, ha accedido a casarnos a la una. Tú a esa hora comes y, si no me equivoco, tienes un par de horas, suficientes para que comamos algo. —Jen no tenía remedio—. Arréglate porque os paso a buscar en quince minutos.

Miré a Michael, que estaba viendo la tele con Mateo. Era increíble las maratones que podían dedicar a Marvel.

—Está bien, no tienes remedio, estaremos listos.

—Esa es mi chica. Hasta luego.

—Adiós.

Colgué y me acerqué al sofá donde ese par rezongaban con la mirada absorta en la pantalla.

—Vamos, Mateo, que tienes que cambiarte, tita Jen vendrá en un momento para ir de compras. —Mi apuesto rubio no separó los ojos de la pantalla y mi hijo tampoco. Ambos contestaron un «ajá», ignorándome completamente.

Alargué el brazo para tomar el mando y apagar el maldito trasto que les sorbía el cerebro. Fue ponerse la pantalla en negro y dos pares de ojos se fijaron en mí como si fuera el anticristo.

—Jope, mami, ¿por qué has hecho eso? Era el momento más inteesante.

—Porque tu tía se casa la semana que viene y tenemos que ir de compras con ella.

—¿Mi hermana se casa? —Ahora sí que había captado la atención de Michael.

—Eso parece, así que no tenemos tiempo que perder. Jen está como una cabra, ya la conoces cuando se le mete algo entre ceja y ceja… Dice que quiere algo íntimo. Carmen e Ichiro vendrán esta semana y se quedarán con ellos en el piso. No sé dónde quiere celebrar el enlace ni nada. Solo que quiere algo íntimo y que el jueves nos vamos de despedida.

—¿De quién te despides, mami? —Mateo me miraba con la duda reflejada en el rostro.

—Irse de despedida es cuando las mujeres se vuelven locas, salen de fiesta y se ponen una picha en la cabeza sobre una diadema —le soltó Michael ni corto ni perezoso.

Mateo parpadeó un par de veces.

—¿Y a quién le cortan la picha? —Sus manitas cubrieron la suya.

—Tranquilo, bro, suelen ser de plástico o de peluche.

—¿Y por qué quieren una picha en la cabeza? Si eso solo sirve para hacer pis…

Michael se echó a reír mientras yo no podía creerme que estuvieran hablando de eso.

—Cuando eres mayor, sirve para más cosas.

—Ah, ¿sí? —inquirió mi hijo incrédulo.

Yo lo cogí en brazos y, mirando a Michael reprobatoriamente, contesté a mi pequeño:

—Sí, para hacer batallas para ver quién la tiene más larga y hace pis más lejos. —Era muy pequeño para hablar de sexo.

—¡Pues entonces Michael seguro que los gana a todos, la tiene enorme! —Sabía que era cierto, pero no pude evitar el sonrojo que cubrió mi rostro y oír la carcajada de orgullo que escapó de los labios del nominado a Polla del año.

—Las hay más grandes —contesté sin pensar para bajarle los humos. Él me miró retador y mi hijo volvió a la carga.

—¿Se la has visto?

Casi muero.

—¡No! —exclamé.

—Pues si no se la has visto, no puedes hablar… La señorita dice que no hablemos de lo que no conocemos.

—Tu señorita es muy lista —afirmó Michael, ganándose un bufido de mi parte.

—Y en boca cerrada no entran moscas. Mejor cambio a Mateo antes de que llegue un enjambre y les dé por la tuya.

—¿Qué es un jambre? —La vocecilla de mi hijo se filtró sin que pudiera evitarlo. Era curioso por naturaleza…

—Después te lo cuento, Mateo. —Me precipité al interior de la habitación para meterle prisa y darle la ropa. Ya se vestía solo, pero todavía era bastante lento.

Llamaron al timbre y aún estábamos liados con los zapatos.

Oí a Jen parlotear con su hermano, no escuchaba bien, pero él parecía algo irritado.

Cuando salimos del cuarto, ambos tenían esa expresión de contención y disimulo que daba a entender que algo había ocurrido y trataban de que no me enterara.

—¿Y bien? ¿Nos vamos? —pregunté sin lograr liberar la tensión que se había generado en el ambiente.

—Por supuesto —respondió Jen con una sonrisa apretada—. Piensa en lo que te he dicho, frățior. Y no sufras, te los devolveré enteritos.

Las aletas de la nariz de Michael estaban algo distendidas, cosa poco habitual en él.

La pequeña Koemi estaba en el salón jugueteando con el mando de la tele. Mateo corrió hacia ella, como era habitual, para abrazarla y llenarla de besos, que la pequeña correspondía con gusto. Mi esposo de pega seguía con la vista fija en su hermana, que, con los brazos cruzados, parecía no admitir réplica.

—Más te vale, te recuerdo que, por mucho que te cases, esto sigue siendo lo que es, surioarǎ.

Hablaban en un idioma que solo ellos eran capaces de entender, dejándome al margen de la conversación. Tal vez se tratara de algo suyo, pero tenía la sensación de que todo giraba en torno a mí, y no es que me creyera el ombligo del mundo.

Nos despedimos de mi falso marido, quien seguía con esa cara de mosqueo que no fue capaz de encubrir por mucho que tratara de disfrazarla con un: «Hasta pronto y que disfrutéis».

Cuando llegamos abajo, Jen me cogió del brazo.

—Por fin libres de tu carcelero sexual —murmuró en mi oído provocando que me sonrojara—. Vamos, Joana, que somos mayorcitas y entre nosotras no hay secretos. ¿Qué tal la experiencia con mi frățior? ¿Está siendo como esperabas?

—Mucho mejor —respondí sin meditar.

Ella asintió complacida.

—Me alegro. ¿Puedo preguntarte en qué punto estáis?

—¿A qué te refieres? —Para mi sorpresa, no se encaminó hacia su coche, sino a la parada de autobús que había a una calle.

—¿Estáis en el mismo punto? ¿Habéis hablado sobre lo que ocurre entre vosotros y qué pasará?

Esas preguntas me las había hecho con demasiada frecuencia, no había sacado el tema con Michael porque conocía su respuesta. Traté de responder con toda la entereza que fui capaz.

—Claro, lo nuestro es solo un intercambio puntual de necesidades.

Los ojos se le abrieron como platos.

—¿Cómo? No fastidies, otra igual.

Ahí estaba, esa frase escoció. Así que se trataba de eso, estaban discutiendo sobre mí. Jen no solía tener pelos en la lengua, supuse que si con Michael no había obtenido la respuesta esperada, ahora lo intentaba conmigo. Proseguí con mi explicación tratando de quitarle hierro al dolor que sentía en el pecho.

—Él es algo así como mi profesor y yo su alumna, él me muestra cosas y yo…

—Satisfaces su necesidad de enseñar porque su trabajo es vocacional —terminó Jen por mí con inquina.

—Algo así.

—Y cuando termine el curso, ¿qué ocurrirá? ¿Vais a por el máster? —No podía hablar abiertamente con los niños delante, debía seguirle la corriente a Jen como si fuera una estudiante de intercambio.

—Pues cada uno recuperará su vida.

—Ya veo, parece que para ambos es obvio. —Decididamente, habían hablado. Otra punzada para mi corazón, que ya sangraba por dentro.

—Somos adultos y lo hablamos todo antes de iniciar nada. —Traté de que no se me notara la decepción.

—Ajá —respondió incrédula—. ¿Sabes qué ocurre? Que las circunstancias suelen cambiar. Uno piensa una cosa y, de repente, algo varía y hace que lo que antes era rojo, lo veas azul. Yo misma creía saber qué tipo de vida quería y mírame ahora, voy a casarme con alguien por quien a simple vista no hubiera apostado nada y, sin embargo, ahora lo quiero todo de él. Sus aciertos y sus errores, levantarme con el cuello torcido por haber pasado la noche amarrada a su cuerpo, la pasta de dientes a medio cerrar porque ha salido corriendo para besarme en cuanto he puesto un pie en el suelo. —Mi corazón se agitó frente a sus palabras, tan sinceras, tan llanas. Podía verme perfectamente reflejada. Suspiré y ella sonrió. Jen siempre me cazaba—. No tienes por qué autoengañarte conmigo, Joana, sé que quieres lo mismo y es lógico. La pregunta es: ¿mi hermano está dispuesto a dártelo? Sabes que lo quiero, que fui la primera en apostar por vuestra historia, pero no quiero que salgas herida si él sigue creyendo que lo vuestro se limita a unas cuantas clases particulares.

—¿Sobre eso discutíais?

—En parte —respondió con la sinceridad que la caracterizaba—. También le dije que nos íbamos en bus y puso el grito en el cielo, advirtiéndome de lo que representabas para «el caso». —Con los dedos, formó unas comillas imaginarias.

—Sé cuál es mi lugar, Jen. —Realmente lo sabía, aunque no dejaba de soñar con una realidad muy distinta. Alicia, mi psicóloga, también me había advertido sobre mi particular cambio de actitud respecto a Michael. Las pesadillas nocturnas habían sido suplantadas por calientes sueños eróticos que la mayor parte de las veces terminaban con nuestros cuerpos jadeantes. Habíamos establecido un silencio tácito que solo llenábamos con besos y gemidos. Pero es que no quería poner fin a algo que no me sentía preparada para perder.

—¿Sigues teniendo fobia al sexo?

El autobús paró y los cuatro subimos. Iba bastante lleno, así que sentamos a los niños en los únicos asientos que había libres y nosotras nos quedamos de pie para poder seguir charlando sin mayor problema. Los peques estaban absortos contemplando la ciudad, era la primera vez que subían en bus y no dejaban de parlotear entre ellos fijando la vista en la ventana.

—Con Michael, no —respondí segura.

—Y si estáis tan seguros, ¿no crees que es un error seguir? Lo más lógico sería empezar a ampliar horizontes, ver si realmente pueden darte clases otros profesores e indagar en nuevas materias.

Me mordí el interior del moflete. Era incapaz de ver a otro hombre en mi cama, de imaginarme compartiendo la complicidad y la intimidad que tenía con él.

—No sé si estoy lista. Michael es Michael —sentencié, a sabiendas de que mi amiga tenía parte de razón. Si seguía de ese modo con su hermano y él no tenía las mismas pretensiones que yo, terminaría muy herida.

—¿Has hablado de ello con Alicia? —Moví la cabeza afirmativamente—. ¿Y qué te aconsejó?

—Que si ya habían terminado mis pesadillas y mi pavor hacia el sexo, tal vez era hora de zarpar a otro puerto.

Jen asintió.

—Totalmente lógico. No quiero que pienses que no me gustaría que tú y Michael formalizarais lo que sea que tenéis, pero es que mi hermano puede ser verdaderamente obtuso respecto a ciertos temas. Bajo mi punto de vista, mi hermano te ve como algo que tiene demasiado a mano y no debería ser así. Necesita un escarmiento, ver que te puede perder para actuar como corresponde.

Tragué con fuerza. Tal vez Jen tuviera razón, me había ofrecido en bandeja, por eso tal vez no apostara por lo nuestro, me veía como algo fácil. Me zarandeé mentalmente.

—¿Qué sugieres? —La risa que empujó los labios rojos de mi amiga junto a su ceja arqueada me dio a entender que acababa de caer en mi propia trampa. Acababa de reconocer de un modo indirecto que quería algo más con Michael y ella lo sabía.

—Sugiero que lo pongas celoso, que le cortes el grifo y te hagas valer. Que le demuestres que si no te quiere para él y no espabila, otro puede quitarle la alumna.

—¿Crees que funcionaría?

—¿Crees que el autobús se detendrá en la siguiente parada cuando alguien pulse el botón? —inquirió muy segura—. Parece que no lo conozcas, es competitivo por naturaleza, dudo que se quede de brazos cruzados viendo cómo le quitan lo que más quiere. Porque ten por seguro que te quiere, solo que es incapaz de admitirlo pues, según él, no le conviene para su profesión. —Con Michael había hablado de ese tema. Me dijo que no quería una pareja estable precisamente por el riesgo que implicaba. Podía entenderlo, pero no era motivo suficiente para aniquilar mis esperanzas de que lo nuestro fuera posible—. Os amáis, Joana. Si no quieres decirlo tú, lo diré yo, porque a mí la señal me llega alta y clara. Otra cosa es que no os atreváis a dar el paso porque el amor da vértigo. Pero tú eres una mujer valiente, lo has demostrado durante todo este tiempo, así que no temas apostar, estoy segura de que merecerá la pena si lo que te espera al final del camino es el amor de mi hermano.

—Tal vez tengas razón —reconocí.

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