Terror

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La segunda víctima

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La segunda víctima

Cuando lo intenté la ventana estaba abierta. Todo en el interior estaba sumido en la oscuridad, y sabía que tendría que operar sin luz para que nadie lo notase.

Pero la oscuridad y yo somos viejos amigos, y entré tranquilamente al lugar donde ella esperaba. Sabía que estaba allí, porque podía sentir su presencia. Estaba en algún lugar de la habitación donde primero había entrado, y no tendría que buscar mucho.

Pronto sentí que podía moverme de un lado para otro y así lo hice. Palpé la habitación con mis pies y dedos, descubriendo las estanterías y anaqueles, las esquinas y las grietas.

Y durante todo el tiempo ella me estaba observando, los ojos ciegos no dejaban de mirar. Me detuve, concentrado en su esencia, y entonces la encontré. Estaba sobre la mesa. No había necesidad de arriesgarme encendiendo la linterna. Avancé y la tomé, y todo el miedo y la fiebre me abandonó en el momento de acariciarla.

Entonces eché a andar una vez más hacia la ventana; sólo faltaban unos cuantos pasos cuando oí los tacones golpeando la acera en el exterior.

Me aplasté contra la puerta, preparado. Y esta vez estaba preparado porque sabía que no se puede poseer a Kali a menos que se pague su precio. Solamente hay una forma de apagar una antigua sed.

La llave estaba en la puerta y me preparé para el momento. Debía de ocurrir pronto, antes de que se encendiera ninguna luz.

La puerta se abrió de golpe y pude verla allí, de pie; era una mujer baja y regordeta vestida con un abrigo ligero y un gracioso sombrerito.

Debía de haber estado corriendo, pues pude oír su agitada respiración. Era la clase de mujer que siempre corre cuando se encuentra fuera después de oscurecer, la clase de mujer que siempre corre sin que nunca la persiga nadie. ¿Corrió porque temía que la muerte la siguiera?

Eso era estúpido, porque la muerte no estaba tras ella. La muerte estaba delante.

Levantó una mano hacia el conmutador. Entonces cerré la puerta, rápido y silencioso. Esto la hizo saltar, tal y como supuse. Y extendí las manos hacia ella.

Trató de golpearme con su bolso y de patearme con sus tacones; pero su brazo no terminó la trayectoria y sus tacones resbalaron por el suelo mientras mis manos se asían a su cuello.

Fue sorprendente su fortaleza. Durante un momento me pregunté si podría sujetarla. Pero la suya era sólo la fuerza de una mujer y la mía la fortaleza de Kali; Kali la de los Cuatro Brazos.

Se produjo un jadeo, un chasquido, y entonces dejó de retorcerse. La dejé caer al suelo y no me molesté en volver a tocarla, sabiendo que estaba a salvo en los brazos de la Madre Oscura.

Y la Madre Oscura estaba ahora a salvo en los míos.

La saqué por la puerta y caminé por la calle. La luz de la luna derramó su fosforescencia desde el gran cráneo plateado, en el cielo…

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