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TEO » DÍA DIEZ » 26

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—A lo mejor no me he explicado bien. ¿No he sido lo suficientemente clara? ¡He dicho silencio! Si-len-cio.

Quería contarle mi plan a Xian, pero apenas empezaba, la maestra me interrumpía para mandarme callar. Estaba explicando la circulación de la sangre. A mí no me interesaban nada los glóbulos rojos que había dibujado en la pizarra. Total, en breve sería invisible. La verdad es que en cualquier caso no me habrían interesado.

Aquel día, además, no habíamos tenido recreo porque alguien había guarreado la pared del baño de las chicas con dibujos de calaveras. Dos de ellas casi se mueren de miedo y habían ido corriendo a lloriquear a la directora. Nos habían castigado a todos porque no habían logrado averiguar quién había sido. Habría apostado mi libro de Napoleón a que el culpable era Leonardo.

—Qué injusticia —dijo Mattia Dini cuando nos castigaron sin recreo.

Como en el colegio no se podía hablar, escribí una notita a Xian para preguntarle si quería venir a mi casa por la tarde. Me respondió que se lo preguntaría a su madre a la salida del colegio. Ella le dejó de inmediato, ya que estaba contenta de que su hijo por fin tuviera un amigo.

Por la calle, Xian miraba a Susi de manera rara. Me dijo:

—Estoy casi seguro de que es un número periódico y los números periódicos son muy raros.

—A lo mejor es una bruja —susurré.

—No, las brujas son ceros —respondió Xian—, ella no es un cero.

—¿Son ceros porque no están ni vivas ni muertas?

—Eso es.

—¿Son malos los números periódicos?

—No —respondió él—, solo son números diferentes porque nunca se detienen. Tiran hacia delante hasta el infinito, ¿me explico?

—Creo que sí.

Pero en realidad no había entendido nada.

Para cambiar de tema le señalé el mendigo que estaba siempre en la esquina con el cartel:

 

UNA MONEDA, QUE PARA VOSOTROS NO ES NADA,

PARA MÍ SIGNIFICA UNA COMIDA.

 

—No consigo saber qué número es. ¿Vamos a hablar con él? —me dijo Xian.

—Vale.

Si éramos dos, no me daba miedo.

—¿Podemos, Susi? —pregunté a mi tata.

—Ya llega el metro, quedaos aquí.

—¿Es que es peligroso? —le pregunté.

—Teo,

peligro depende de cómo tú

ve la vida.

Con las respuestas de Susi siempre te daban ganas de hacer otra pregunta. ¿Quizá era esto lo que significaba ser un número periódico?

Llegó el metro. Nos montamos. Estaba lleno de gente, así que conseguí hablar con mi amigo sin que me oyese mi tata.

—Xian, ¿sabes que Susi me dijo que no existía la muerte? Dice que cuando mueres te transformas a veces en un hombre; otras veces en cosas que no pueden hablar, como un vaso o un calabacín, y a veces incluso en otras como un taxi o una rana. Y así todo. Yo no sé si creérmelo, pero ella está convencida de que es así.

—¡Típico de los números periódicos!

—¿Hacen este tipo de cosas?

—Tenlo por seguro.

 

A Susi le gustaba Xian. Fue amable con él y nos dejó comer cinco galletas de chocolate y tres

flashes a cada uno. Después de merendar le enseñé mi habitación a Xian. No le gustó. Me alegró que fuera sincero, visto que tampoco a mí me gustaba demasiado. Era blanca y celeste, muy infantil.

—Vamos a hablar al baño, que mi habitación no mola.

—Vale.

Nos encerramos con un paquete de gusanitos, dos yogures, unas onzas de chocolate y caramelos de fresa para la garganta.

—¿Nos bañamos vestidos?

—Mmm… no me apetece —respondió él—. Te quería preguntar, ¿qué pasó con lo de

Napolenón?

—Justamente de eso te quería hablar.

Y no pude resistirlo más.

—Na-po-le-ón —le dije.

Se me ocurrió una idea. Fui corriendo a mi habitación a coger el libro. A lo mejor si lo veía escrito se acordaría. Le señalé la portada.

—Este es Napoleón.

—¡Ah! —dijo él—. ¿Al final lo encontraste de verdad?

Le dije que, por desgracia, las cosas no habían ido como yo esperaba. Él era un invisible porque estaba muerto, así que si quería hablar con él, tenía que morir y volverme invisible yo también.

—¡Tendrás que saltarte el cero y volverte negativo! —gritó él.

—Exacto.

Estaba tan contento de haber encontrado por fin alguien con quien hablar, que decidí contarle mi secreto. Primero quise asegurarme de que sabría guardarlo, pero Xian me lo juró por Newton, así que me fié de él.

—¿Y por qué tienes tanto interés en encontrarlo?

—Porque Napoleón sabe cómo vencer todas las batallas, nunca perdió ninguna. En mi familia están todos tristes y yo he decidido cuál será mi batalla, qué es lo que más quiero en este mundo.

—¿Y qué es lo que más quieres en este mundo?

—Hacer que vuelvan a ser felices. Tengo miedo de que en estos momentos mi mamá y mi papá se encuentren cerca de la fase tres de los divorciados.

—¿La fase tres?

—Sí, la que va después de la fase dos, que es cuando dejan de gritar y están callados. En la fase tres uno de los dos no vuelve nunca más a casa.

—¿Nunca más?

—Sí, y eso yo no lo puedo permitir. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Creo que sí, aunque echaré de menos tenerte como compañero de mesa.

—No te preocupes. Cuando sea invisible te iré a buscar a clase. Haré que vuelen tus aviones de papel, así te darás cuenta de que estoy a tu lado.

Xian parecía pensativo. Estaba a punto de decir algo, pero luego cambió de idea.

—Déjame ver tu libro, anda.

Éramos realmente amigos. Quería decírselo, pero eso eran cosas de chicas. No podía hacer como Giulia y la Bucci, que se dibujaban corazoncitos en la agenda y siempre iban de la mano.

Pensé un poco en ello, pero era demasiado evidente: para demostrar que quieres a alguien, le haces un regalo.

¿Y qué podía regalarle mejor que lo que más quería?

—Llévate mi libro. Total, cuando muera no me servirá.

—¿Lo has leído entero?

—No, pero no importa. Lo que tenía que entender ya lo he entendido.

—¿De verdad me lo puedo quedar?

—Es tuyo, Xian.

—Siento que mueras tan pronto, porque así no podrás convertirte en 1.000.000…

—¿Tú vas a llegar a serlo?

—Sí. Creo que un día lo seré. Tú también podrías.

—¿Y cómo haría para saber si lo he conseguido?

—Te lo diría yo.

—¿Seguirías siendo mi amigo todo el tiempo?

—Yo creo que sí.

—Entonces cuando murieses serías −1.000.000 y yo solo −802.

—Ya.

—¿Podremos ser amigos de todas formas?

No le dio tiempo a responder porque Susi llamó a la puerta del baño. Había venido a buscarlo su madre.

—Y… ¿cuándo pasarás al otro lado del cero? —me susurró, mientras le acompañaba a la puerta.

—El lunes, después del colegio.

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