Switch

Switch


Habla Pablo Ballesta

Página 53 de 67




Habla Pablo Ballesta

El mensaje había sido grabado a las 4:33, pero yo no lo escuché hasta que me levanté a las 7:00.

«¡Pablo! ¡Tienes que venir a verlo! Joder, Pablo, llámame». Present parecía muy alterada. No era propio de ella gritar de esa manera.

La llamé desde la cocina, con Sandra revolviéndose entre las sábanas y su calor aún pegado a mí cuerpo.

- ¿Qué te pasa, Present?

- Dios, Pablo -ahora estaba calmada, pero fría, metálica. Su voz estaba como muerta, sin matices. Eso me preocupó aún más que si hubiese gritado como en su mensaje-. He tenido un sueño… Bueno, es igual… Era tan real que he subido al ático a mirarlo y… Joder, Pablo, tienes que venir a verlo…

- ¿A ver qué?

- No quiero contártelo por teléfono. Por favor, ven -rogó como nunca me había rogado.

- ¿Estás bien?

- No… Ven pronto, por favor -repitió.

Present no hablaba así. No parecía centrada. No parecía Present. Estaba aterrorizada. Y es que sencillamente nunca había visto a Present aterrorizada, ni en la redada de Gracia. Ella siempre mantenía el control.

- Voy enseguida.

- Gracias, gracias, Pablo.

Cuando me abrió la puerta me la encontré medio desnuda, únicamente cubierta con una camisa masculina con la que dormía a veces. Tenía unas ojeras oscuras, las arrugas más marcadas que de costumbre, la mirada un poco perdida. Parecía consumida.

Pensaba que me abrazaría, que se arrojaría en mis brazos para sollozar. Pero no. Me abrió la puerta en silencio. Y cuando entré sólo me dijo:

- Sigúeme. Está arriba, en el ático.

La seguí por las escaleras de caracol que tantas veces había subido empujado por el deseo.

Salimos al ático y me guió hasta una especie de caseta.

Junto a ella permanecía una caja de herramientas abierta. Se notaba que había forzado las puertas de cualquier manera y sin ninguna maña.

Como un espectro me señaló la caseta sin pronunciar ni una sola palabra.

Me agaché a mirar aquello que parecía haberla alterado de ese modo.

En el interior había huesos y un cráneo. Un buen montón de huesos amarronados y cubiertos por costras secas de…, yo qué sé, supongo que piel seca. No soy forense, soy simplemente mañoso con los cachivaches tecnológicos, pero aquello era un cadáver humano que más bien me recordó a las momias que había visto en las tabletas y las pelis. Era un cuerpo descuartizado que se había resecado con el tiempo. Y aún conociendo la respuesta, sólo me salió una pregunta en algo que, más que un murmullo, sonó como un silbido:

- ¿Qué es esto?

Desde su mirada alterada, Present me contempló como si yo fuese idiota.

- Un muerto hecho pedazos -me dijo con una voz ronca y vacilante.

Se agachó junto a mí, cogió un multidestornillador y con él me señaló una especie de pieza de metal.

- Creo que es Francesc.

Ante mi expresión vacía tuvo que explicar:

- Francesc Fernández Llopis, mi…, el padre de mi hijo -con la herramienta tiró de lo que resultó ser una pulsera cubierta de mugre-. Esta…, esto era suyo. Lo recuerdo bien.

Miré la pulsera. La contemplé a ella. Volví a observar el interior de la caseta.

En el fondo esperaba que la cosa se esfumase, que desapareciese aquello que no tenía por qué estar allá.

- Son -tuvo que aclararse la voz para continuar- los restos emparedados de Francesc.

Los dos nos miramos como si nos viésemos por primera vez.

- Tú eres un poli, tú sabrás qué hacer…

- ¡Joder, Present!

- ¡¡¡Yo pensaba que se había largado!!! -me interrumpió casi gritando-. Pero ¿y si hubiese sido Sergi? Ay, Dios mío…

Esta vez fui yo quien la interrumpió.

- ¿No sabías que esto estaba aquí? -y pronuncié ese «esto» con el mismo asco como si se hubiese tratado de un conejo recién destripado.

- No lo sé… -y si alguna vez hubo el retrato perfecto de la desolación, ése fue el de la mirada de Present en aquel instante-. No lo sé, Pablo -repitió-. Porque he soñado que había algo importante aquí, aquí mismo… ¡Así que tenía que saberlo de alguna manera! Pero… ¡¡¡no lo recuerdo!!! ¡Mierda! ¡¡¡No recuerdo nada!!!

Y entonces, sí. Entonces, como si se hubieran roto todas las defensas y presas de contención, rompió a llorar histéricamente.

Me levanté para abrazarla.

Y al rato el llanto desgarrado terminó convirtiéndose en unos sollozos entrecortados. Le acaricié el cabello como a una niña.

- Tranquila, Present. Cálmate, tranquila -la abracé más fuerte y repetí ese mantra en un tono tranquilo y amoroso que no tuve que fingir-. Tranquilízate.

Ella por fin me soltó. Me miraba sin verme a través de la niebla del más completo desconsuelo. Luego, respiró tan hondo como si quisiese cargarse con todo el oxígeno de la mañana. Cerró los ojos e inspiró de nuevo. Y en aquel momento pareció que se calmaba de veras.

Siempre he sido un tío legal. Pero, bueno, entonces no lo fui. Present parecía tan frágil como un pajarillo recién caído de un árbol. Por eso, por ella, decidí no hacer nada.

Había que ocultar los esqueletos en el armario. Nunca mejor dicho.

- ¿Cuánto tiempo puede llevar esto aquí?

- Seis años, nueve meses y catorce días -no dudó ni un momento en su respuesta-. He tenido toda la madrugada para contarlo…

- Pues si en este tiempo nadie ha dicho nada y no lo han echado de menos, nada tiene por qué cambiar. ¿Tienes Cementiplast?

Fui yo quien, con las manos aún pringosas de la masilla, le preparé una infusión a ella. Una Tang Venus Relax. Y después me hice una infusión Mars para mí. Porque era yo quien necesitaba relajarse.

Sentados en su sofá nos contemplamos mientras nos tomábamos las infusiones.

Allí, con los tazones calientes en las manos y la calma causada por las hierbas y las drogas legales de los Tang, me acordé del día en el que nos conocimos.

Present nunca me había parecido tan frágil. Y si rebuscaba en lo más profundo de mis sentimientos, podía captar un poso de satisfacción, porque por fin era yo quien podía protegerla.

La mañana acababa de empezar. Todavía podría llegar al trabajo sin que mi tardanza llamase la atención. Cuando me iba a marchar, Present me abrazó como un náufrago a su última tabla de salvación.

- ¿Estás mejor? -le pregunté.

Ella asintió.

- Estoy mejor, pero no bien.

- Llama al trabajo, diles que te encuentras mal. Quédate tranquila en casa, tómate otra infusión. Descansa y olvida.

- No he faltado ni un día en cuatro años.

- Pues hoy es un buen momento para empezar a hacerlo -intenté bromear-. Tómate algo y duerme un poco -repetí-. Descansa y tranquilízate.

- Ni todo el aroma de violetas podrá borrar esto.

No entendí nada, claro.

Cómo pude ser tan idiota.

Esa frase que no comprendí fue lo último que la Present que yo amaba me dijo antes de desaparecer.

Ir a la siguiente página

Report Page