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Habla Pablo Ballesta

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Dejé a Present con los huesos de Francesc emparedados en el ático. Me dirigí a la comisaría pensando en que volvería a ocultar otro cadáver si fuese necesario, aunque no por ello dejaron de temblarme las manos. Las llevaba ocultas en los bolsillos como si así pudiera controlarlas.

Llegué tarde al trabajo pero nadie se dio cuenta. Me estaba convirtiendo en una rata solitaria. Sin Ricard, las cosas habían cambiado; apenas subía a tomar café con los otros compañeros. La Red se estaba convirtiendo en mi único camarada fiel.

Lo primero que hice fue cargar la tarjeta del Halcón para entrar en The Loop.

Cuando se abrió, aún no había conseguido domar el tembleque de mis manos. Definitivamente, no estaba acostumbrado a emparedar cadáveres.

El Halcón me había dejado una respuesta:

Calícatres: ¿Has sido tú, Halcón?… Necesito verte.

Halcón: ¿Te ha gustado? Espero que sí. Ya te llamaré. Algunos asuntos me tienen ocupado estos días. Oye, ¿Calícatres no era un personaje de una novela clásica de aventuras?… No era un tío muy guapo que perecía a manos de una mujer de belleza eterna?

Murmuré nervioso al micro que recogía mis palabras:

Calícatres: No, era ella la que terminaba consumiéndose en el fuego… Tengo que verte.

Salí presuroso del Loop y entré en la Red del trabajo para realizar una búsqueda.

- Francesc Fernández Llopis -y al pronunciar el nombre del antiguo amante de Present sentí que estaba cometiendo un gran error, como si al rescatar su cadáver del olvido en el que había permanecido durante años fuese a comenzar a apestar.

El sistema apenas tardó unos segundos en encontrar los datos.

Unas pocas líneas de información resumían lo que había sido toda la vida de una persona.

Francesc había nacido en Badalona. Junto a su fecha de nacimiento constaba el rótulo de «desaparecido». Ésa era la última entrada que alguien se había molestado en colgar en el sistema hacía ya casi siete años.

Figuraban los archivos asociados a lo que, según deduje por la memoria que ocupaba, había sido una sucinta investigación. Sin embargo, no pude abrirlos porque eran de un programa que se había usado hacía años incompatible con el actual.

También aparecía una foto.

Francesc había sido un tipo de rostro alargado y rasgos muy marcados. Tenía el cabello rizado y unas largas patillas. Tenía pinta de ser un tipo chulo y agresivo que no inspiraba confianza alguna; si bien al mismo tiempo tenía un no sé qué atractivo. Seguramente ese algo que hace que algunas mujeres se sientan atraídas por los tíos que no les convienen.

Pensé en Sergi, el hijo de Present. En cómo sería el fruto de este individuo que ahora contemplaba y cuyos huesos había emparedado hacía un rato.

Copié su número de la Seguridad Social, uno de tipo C, y recorrí con la vista los nombres de todas las empresas en las que había trabajado, que eran más de una veintena.

A continuación busqué los números asociados a su tarjeta.

Aparecía sólo uno, a nombre de Sergi Fernández Cascales.

Sergi. Su hijo. El de Present.

Sin pensarlo, abrí su fichero.

Lo primero que llamó mi atención fue que sorprendentemente había más información de este chaval que de su padre. Pero antes de examinar cualquier archivo, la primera línea de texto me atrapó absorbiéndome como un torbellino.

Porque en la cabecera, junto al nombre, estaba la fecha de nacimiento… y de defunción.

Sergi Fernández Cascales había muerto hacía algo más de cuatro años.

Cuando acababa de cumplir los diecinueve.

No entendía nada.

Su fotografía estaba ahí, delante de mis narices.

Debía de ser la primera que se hizo para la tarjeta ID a los trece años. Parecía un chaval que todavía no había comenzado a afeitarse. Era castaño, casi rubio, y tenía los ojos azules, oscuros, como los de su madre. De su padre había heredado ese rostro alargado y las cejas gruesas.

Y ese crío estaba muerto.

¡¿Por qué no me lo había dicho Present?! ¿Por qué me decía que iba a llegar a casa de un momento a otro y me hacía marcharme antes de que llegase? ¿Para verse con otro? ¿Para echarme con una excusa porque ya se había cansado de mí?…

¿Por qué me contó que era un estudiante medio que trabajaba por las tardes en un empleo de mierda? ¿Por qué fingía que estaba vivo?…

En mi mente las dudas formaron una nebulosa tan densa y pesada como un agujero negro.

Mis manos aún temblaban.

Abrí los archivos asociados. Las palabras que iban apareciendo ante mí me hicieron dar un salto en el sitio. Sergi había muerto en un accidente.

Atropellado.

Joder. Atropellado por un híbrido. Una noche al volver del trabajo. Muy cerca de su casa.

Allí estaban los informes del forense.

Allí estaba la investigación que se había iniciado y que había terminado cerrándose sin haber logrado ningún resultado. No se había detenido a nadie. No había sospechosos. No había más que unos cuantos formalismos ocupando espacio.

Estaba alucinado.

En Barcelona, por aquel entonces, debía de haber más híbridos que ahora. Aun así no llegarían a los sesenta y cinco mil. Tenían la descripción del vehículo, la marca, el color, el modelo… ¡Joder! Seguir su pista hubiese sido más que fácil. Los híbridos están supercontrolados; sólo se los podían permitir algunos dorados, los taxis y la Administración. Las revisiones son obligatorias y frecuentes. Los talleres que pueden hacerlo no podían ser más de veinte… ¡Era imposible no haber dado con el culpable!

Releí de nuevo los breves informes. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que, si no habían descubierto algo, era simplemente porque no habían querido. O bien por desidia, o porque, en fin, los que conducen híbridos pudieron ser las mismas personas que investigaron el caso o sus superiores. O quizás personas mucho más importantes que pueden hacer que la Administración se desentienda del accidente de un chaval atropellado que, seguramente, no interesaría a nadie… Excepto a su madre.

Llamé a Present.

No me respondió.

En aquel momento no me extrañó.

Estaba convencido de que me habría hecho caso y estaría durmiendo, descansando. Olvidándose de todo lo que era mejor olvidar.

La imagen de los huesos casi momificados de Francesc y la de ese joven Sergi al que nunca había llegado a conocer volvieron a mí una y otra vez a lo largo del día. Se superponían como dos piezas de un puzle que ni siquiera sabía que existiera. Era incapaz de quitármelas de la cabeza.

Por la tarde me dediqué a archivar discos y tarjetas. Era algo que había que hacer y que siempre dejaba pendiente. Resultaba aburrido, mecánico y administrativo, un anzuelo perfecto para capturar y serenar una mente dispersa como la que me dominaba aquel día.

Cuando por fin llegó la hora de salir del trabajo, intenté contactar con Present de nuevo. Resultó imposible.

Finalmente decidí pasarme por su casa para comprobar si se encontraba bien.

Cuando ya había recorrido un par de calles, me asaltó literalmente una nueva sorpresa, para arrastrarme cuesta abajo en una caída en la que no podía adivinar el final.

Me disponía a cruzar la calzada cuando un híbrido paró en seco ante mí impidiéndome el paso. Un

minicar casi se estampa contra él.

Se trataba de uno de los últimos modelos deportivos, un 43TG. Estaba

tuneado de una forma muy llamativa y lo habían cromado de un rojo granate brillante. En los faldones unas llamas doradas y amarillas parecían tan reales como las del fuego del infierno.

Iba a a rodearlo, pero la puerta se deslizó y descubrí a Eduard. Me sonreía desde el puesto del conductor.

- ¿Subes, Pablo?

La música moderna que atronaba el interior se escapó hacia la calle.

Entré, la puerta se cerró con un chasquido, y Eduard arrancó sin decir ni una palabra.

Ese día se parecía más a la imagen del Halcón que yo siempre me había figurado. Vestía como un gusano del subgénero dorado: una camiseta negra y ajustada de manga larga y, por lo que veía, un pantalón del mismo color, de

lúrex; botas de tipo militar, de caña alta con multitud de hebillas y bolsillos. Llevaba unas gafas de patillas anchas que acababan de redondear el típico

look de


aquellos

mods que


podían encontrarse en cualquier garito de moda, sólo que Eduard olía a ropa mucho más cara y exclusiva.

- No sé qué te apetecerá, pero te llevo a Ocio -me dijo con la seguridad de que yo no me negaría-. Te invito a lo que quieras.

- Quería verte.

- Ya lo he leído en el Loop -e hizo un gesto hacia su PDA.

- ¿Lo del circuito digital…? ¿Has sido tú?

Eduard sonrió satisfecho.

- ¿Te ha gustado?… Es una chiquillada, ya lo sé, pero pensé que se lo debía a esos chavales. Después de todo ya estaba preparado y la cosa tenía gracia -arrancó y el motor rugió con la energía que seguramente le otorgaban unos preciados litros de gasolina-. Pobres chicos. Los echaré de menos… Ya sólo quedamos nosotros.

No supe a qué se refería. Ni a quién.

- Quedamos tú y yo -aclaró en cuanto se dio cuenta de que no le había entendido.

Yo seguía sin comprenderlo.

- Tin, Piojo y Play eran simples peones. Niveles

number one. Un pobre estudiante y dos muertos de hambre que colaboraban con los KOs pintando grafitis y en algunas de sus acciones nocturnas. Por el Arte. Sí, hombre, ése con mayúsculas. Chavales con alma de artistas, ya sabes…

Me estaba hablando de los chicos que habían detenido.

- No, no lo sé.

Apartó un instante la mirada de la calzada.

- Lo sabrás. Los tuyos lo saben. De igual manera que ya saben que Chino hizo un parche a los del KOs para

crackear el circuito digital. Un parche, Pablo. El trabajo principal es de Alberto Magno. Suyo es todo el mérito. Los demás son sólo peones.

Repasé mentalmente mis notas. Las de los nombres que aparecían en los niveles 1, 2 y 3. Sólo quedaban Alberto Magno, Raven y Halcón.

- Alberto Magno estaba en todos los niveles…

Esta vez pareció ser él quien no entendía lo que yo le estaba diciendo.

Después de un momento, creo que lo comprendió.

- Y Papa. Pero Papa está desconectado.

Dijo «desconectado». Ni muerto, ni nada. Desconectado. Como si se tratase de un electrodoméstico o de un enchufe.

- ¿Alberto Magno es el único «conectado»? -probé.

- Es el único nodo… Y se están perdiendo los nodos, Pablo.

Aceleró al llegar a Diagonal. Avanzando por la amplia avenida observé que su vehículo zumbaba de una manera especial. No tenía nada que ver con el híbrido oficial que yo conducía a veces. Se deslizaba suavemente, casi como si flotase.

- Me gusta tu coche…

Me observó un instante con una expresión divertida.

- Un poco

nota para ti, ¿no?

- Sólo un poco -no pude evitar sonreírle.

Si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, quizás nos hubiéramos convertido en amigos. Allí, en su híbrido, me di cuenta de que nos parecíamos. Bueno, es cierto que a mí comenzaba a clarearme el pelo, y él disfrutaba de aquella insolente mata de pelo ensortijada. Y también es verdad que él era algo más joven. Pero, no sé, nos dábamos un aire.

Además, creo que él sentía por mí la misma simpatía irracional que yo por él. Ya se sabe que hay personas que te caen bien, con las que conectas enseguida, y otras, no. Y Eduard me caía bien. No podía evitarlo. Aunque me sacase de quicio cuando parecía saberlo todo. Como si se tratase de un Dios omnisciente.

Llegamos hasta el

parking de Ocio y me sorprendió que se dirigiese a la zona reservada para los vips. Aparcó el coche junto a la entrada. Los guardias de seguridad le saludaron como si se tratase de un cliente habitual. Él devolvió el saludo con un gesto aburrido.

- ¿Ricard está en Zamora de verdad? -le pregunté mientras intentaba seguir sus amplias zancadas hacia el área del Cielo.

Me observó con un deje de cansancio y me dio la impresión de que estaba a punto de mandarme a la mierda.

- No seas palizas, Pablo. Pues claro que está perdido en un pueblo en medio de la nada. ¿Es que no me crees?… -me observó un instante-. Créeme. Ricard se ha ido a Zamora -me mostró las palmas de las manos como si no tuviese nada que ocultar y en ese momento su timbre de voz me convenció de que lo que estaba diciendo era cierto-. ¿Dónde están esas preguntas interesantes con las que sorprenderme?

Eduard tenía los ojos negros, muy brillantes. Clavados como agujas en los míos.

- ¿Dónde está Alberto Magno? -inquirí entonces.

- Ésa, Pablo, ésa sí que es una buena pregunta.

Llegamos ante las puertas del Cielo y Eduard pasó sin enseñar ni acercar ninguna tarjeta a los lectores.

- Va conmigo -murmuró al

segurata de la entrada señalándome.

Nos dejó pasar como si estuviese acostumbrado a no preguntar por sus compañías.

- De hecho, Pablo, esa pregunta es la clave de todo: ¿dónde se ha metido Alberto Magno?

Se dirigió al fondo del local. A uno de los ambientes que simulaba un bosque en otoño.

Yo intenté disimular la impresión que me produjo el Cielo. Me sorprendió la luz blanquecina, la decoración minimalista, el aire tan

on en cada uno de los detalles que lo adornaban. El olor a tierra húmeda y a oxígeno puro me inundaron y por un momento sentí como si de verdad nos encontrásemos en uno de aquellos bosques de ensueño.

Nunca había estado en un lugar tan exclusivo.

Eduard se tumbó en una especie de diván y ordenó su pedido al sistema.

- ¿Qué quieres?

Yo me dejé caer con torpeza a su lado. Mi cuerpo no tenía claro si tumbarse o sentarse sobre aquel cachivache.

- Algo sin alcohol -recordé la última vez en la que me había sentado tan mal lo que fuera que tomé con Present.

Sonrió.

- Sigues siendo un buen chico, ¿eh? -pidió algo hacia el micro que fui incapaz de entender-. En ese caso…, ni hablar de ofrecerte otros asuntos, ¿no?

Rebuscó en sus bolsillos y dejó caer sobre la mesa baja un puñado de

gomets de colores. Cogió uno azulado y se lo colocó sobre la lengua.

Una bandada de pájaros atravesó nuestro fondo de bosque ficticio. Por sus chillidos pareció que se alejaban de nosotros.

- Alberto Magno se ha esfumado. Y él es la clave de todo -cerró los ojos poseído por los primeros efectos de la química-. Si lo encuentras, amigo, llámame.

- Pensaba que lo sabías todo -fui capaz de dar un tono burlón a mis palabras-, que sabrías dónde se ha metido Alberto Magno.

- ¡Ja!, ya me gustaría ya -rió con ganas y se incorporó ligeramente para acercarse más hacia mí-. Si encuentras a Alberto Magno, lo sabrás todo. ¡Incluso lo que yo ignoro! -volvió a reír como si fuese lo más gracioso del mundo-, porque Albert es un genio… O quizás, era un genio. Me temo que esté muerto. Si no, a estas alturas ya se habría puesto en contacto conmigo o con… Es… o era un tío un poco infantil, pero absolutamente genial en lo suyo -sacó una PDA y un ligero temblor de su mano me hizo pensar que no estaba tan sobrio como parecía-. Su mente, convenientemente entrenada y dirigida por la persona adecuada, era… -se interrumpió a sí mismo-. Si lo encuentras, te lo repito, llámame, pero a otro número, al mío, al de Eduard…

Me hizo un gesto señalando mi chaqueta.

Saqué mi propia PDA y se la acerqué. Él pasó la suya sobre la mía y sonó un «bip».

- Eduard Batet, Analista de Sistemas, mucho gusto -se carcajeó de forma que estuve seguro de que su mente ya estaría perdida entre las nebulosas creadas por el

gomet.

Un camarero vestido como los de hacía un siglo, con chaqueta blanca impecable y galones dorados en los hombros, nos trajo dos vasos altos: uno era anaranjado y el otro oscuro y dorado como el coñac.

Eduard cogió el oscuro y yo probé el de color naranja. Era una mezcla de zumos naturales cuyo sabor dulzón me pilló por sorpresa.

- Sólo quedamos nosotros, Pablo, más vale que lo sepas. Ahora estamos en el mismo bando.

Noté un tono de tristeza en su voz.

- Valls también está buscando a Alberto Magno… -continuó-. Y al Halcón…

- Y a Raven… -le interrumpí.

- Sí -rió con una especie de carcajada histérica que me sorprendió-. Y a Raven, claro. Y si… -otra risotada le obligó a hacer una pausa-, si encuentran The Loop, después irán a por Calícatres. Ahora estamos en el mismo bando -repitió.

- No creo que lleguen a The Loop…

- En eso tienes razón. Están a punto de cerrar el caso y nadie tendrá ganas de remover más mierda… Y los nodos están desapareciendo…

Ya estaba otra vez con lo mismo.

Yo no entendía nada y estaba cansado de tanta tontería que no era capaz de comprender.

Tenía a Eduard conmigo y estaba medio cocido. No era cuestión de desperdiciar la oportunidad.

- Decías que los nodos están desapareciendo… -repetí animándole a continuar.

Eduard hablaba de nodos. «Nodo», como decían en el Loop.

- Los nodos son los que conectan un nivel con otro. Sin ellos sólo quedan grupos aislados. Grupos que no se conocen entre sí. Elementos sueltos que no pueden comunicarse entre ellos… Ni por supuesto delatarse, porque sencillamente se ignoran…

- Y… ¿Alberto Magno es un nodo?

- El nodo principal, cariño.

Ese «cariño» me sobresaltó. Su mirada borrosa se clavó en la mía como si buscase otra diferente.

- Papa, otro nodo -pronunció con una cierta dificultad-. Ése hizo bien su trabajo, se quitó de en medio sin que nadie lo tuviese que hacer por él… Un buen chaval ese Papa.

- ¿Y tú?, ¿eres otro nodo?

- Nos están desconectando… Las cuentas se van perdiendo de los collares…

Recordé entonces aquella entrada en el Loop en el que hablaban de collares. De las cuentas que sólo conocían a las que estaban a su lado… La red de perlas… La Red… La Red formada por nodos. ¿Cómo decían? Que si uno caía, la Red encontraba a otro por el que podía circular la información. Como en el cerebro, nodos y neuronas que pueden reconfigurarse…

- Pero se crearán nuevas conexiones -intenté resultar lo más claro posible-. Habrá nuevos nodos para sustituir a los…, a los que desaparecen…

Eduard se carcajeó a gusto.

- Sí, nuevos nodos en la Red, pero no en la nuestra, Pablo. Nosotros estamos muertos. Nuestra célula se está quedando aislada.

Eduard dijo «célula», una palabra extraña que me hizo establecer, de pronto, una curiosa asociación. Me vino a la cabeza la expresión «célula terrorista»… Y con ella, de golpe, me pareció obvio lo que hasta ese bendito momento no había comprendido.

Eduard me estaba hablando de una organización. Una red organizada. Como la de las células terroristas, aquéllas en la que sólo un elemento conoce a otro de otra. Si ese elemento desaparece, las células quedan aisladas. Era un sistema de seguridad tan viejo como el mundo.

- ¿Cuál es tu célula, la que se queda aislada?

- ¿Cuál de las dos? Yo soy un nodo. Estoy en dos…

- La del KOs… -tanteé.

Eduard volvió a reírse. Tomó su vaso, ya medio vacío y buscó el mío.

- ¡Por el caos, Pablo! Brindemos por el caos…

Chocó su bebida contra la mía y rió de nuevo.

- ¡Por el caos! -repitió para después echar un largo trago a su bebida-. Se supone que no debo mezclar el alcohol con los azules -se señaló la lengua- y que tampoco debo contactar contigo.

Salió un instante de entre las brumas de su propio mundo para contemplarme fijamente.

- Pero no siempre hago lo que me mandan, y me gustas, Pablo… ¡No me mires con esa cara, que no me voy a tirar encima de ti! Ya me imagino que eres un clásico, un buen tío… Debes de ser el último policía honrado. El último ser honrado sobre la Tierra… Por eso me gustas. Por eso le gustas a ella…

Imagino que le miré con una cierta sospecha.

- A Present, claro -dio un último sorbo a su bebida oscura.

El corazón me dio un salto.

Aquél no había sido un buen día. Había comenzado ocultando y emparedando un cadáver, para después descubrir que el hijo de Present estaba muerto desde hacía años. Dadas las circunstancias, no lo había llevado tan mal. Era hasta para estar orgulloso. Pero todo ello me había creado una tensión que estaba allí, en algún rincón, esperando para estallar como la traca final de los fuegos artificiales que Eduard acababa de encender mencionando a Present.

De pronto, mi secreto, el de la relación con ella, estaba en la boca de este individuo del que no sabía muy bien qué pensar.

El pulso se me aceleró y disimulé como pude mi nerviosismo.

Tomé una bocanada de ese aire artificial tan puro y apreté fuertemente mi vaso de zumo azucarado. Bajé mi mirada confusa hacia la bebida. Di un largo sorbo procurando que no se notase que temblaba.

«Si está en la Red, lo sé», me había dicho Eduard hacía poco. Pero… mi historia con Present no estaba en ella. ¿No?

- Tenemos mucho en común, Pablo -se rió de nuevo con esa risa floja que parecía producirle el adhesivo azul combinado con el alcohol.

Sus dientes afilados asomaron por un momento.

- ¿Cómo sabes lo de Present?

- Me lo contó ella -y de pronto me pareció algo altivo, como si presumiese de algo innecesario, como si su perfecta imagen de tipo seguro de sí mismo comenzase a resquebrajase por una pequeña grieta casi imperceptible.

- ¿La conoces? -casi le grité.

- Somos amigos desde hace tiempo, buenos amigos.

Juraría que me guiñó un ojo, aunque no estoy muy seguro. Puede que sólo lo intentase y que la química que circulaba por su sangre no le permitiese terminar el gesto.

¿Qué narices tenían en común el Halcón y la Present que yo conocía?… Eran de planetas opuestos. Eduard era un dorado, vestía ropas caras, conducía un híbrido último modelo exclusivo, se trataba con los del KOs… Y tenía toda la pinta de ser lo que parecía: un gusano de altos vuelos. El Halcón. Había traicionado a los del KOs y sin embargo había llevado a cabo su último plan, el atentado contra el circuito digital. Una gamberrada que en cambio a ellos les había costado la vida o la libertad.

¿Qué tenía todo eso que ver con mi Present? Ella era la que se levantaba antes de las seis para trabajar en dos o tres sitios para mantener a un hijo… Bueno, no había ningún hijo ahora. Me había mentido.

Empecé a pensar si no me habría mentido en alguna otra cosa.

Después de todo, ella mantenía el cadáver de su ex en el ático. No era lo más normal del mundo, desde luego.

Mi mente empezó a correr a mil por hora. Unas posibilidades se iban cruzando con otras impulsadas por la glucosa del zumo que inundaba mi sangre.

Si ella hubiese matado a Francesc, no me hubiese llamado para enseñarme el cadáver… Y no hubiese parecido tan impresionada. Eso no se puede fingir. ¿O sí?

- No me pongas esa cara, Pablo. Somos… más que amigos. Desde hace años…

Me encendí.

De una manera absurda la adrenalina se me disparó.

- Amantes y amigos, igual que tú.

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