Stalin

Stalin


IV. El señor de la guerra » 44. ¡Victoria!

Página 83 de 115

Stalin era mucho más amado de lo que tenía derecho a esperar. En los momentos más apacibles le gustaba compararse con los líderes aliados. Decía a los demás que sus cualidades incluían «inteligencia, análisis, reflexión». Churchill, Roosevelt y otros eran diferentes: «Ellos —los líderes burgueses— son resentidos y vengativos. Hay que saber controlar los sentimientos; si uno permite que los sentimientos se impongan, sale perdiendo»[15]. Esto resultaba un tanto gracioso viniendo de un líder cuya tendencia a la violencia era extrema. Pero Stalin no tenía una actitud autocrítica. En un encuentro secreto con comunistas búlgaros, se burló de Churchill por no haber logrado prever su derrota en las elecciones al Parlamento británico en julio de 1945 —y Churchill, según Mólotov, era el político extranjero más respetado por Stalin—. La conclusión era obvia: Stalin había llegado a convencerse de su propia genialidad. Era el amo de una superpotencia que comenzaba a hacer realidad su destino. El nombre de Stalin era tan glorioso como la victoria celebrada por el partido comunista y el Ejército Rojo. El hijo del zapatero de Gori había adquirido renombre mundial.

Ir a la siguiente página

Report Page