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Solo » Primera parte - Sueños » 15

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Los majoreros tradicionales son gente aparentemente sencilla. Cuidan cabras, llevan sombrero, son barrigones, conducen coches todoterreno y, sobre todo, adoran disfrutar de un buen asado entre amigos. Los jóvenes son amigables, orgullosos y de hablar directo. Todos son gente sabia de la vida, que cultivan con afecto y cariño sus relaciones. Mi trato con ellos era cordial, son gente amable y simpática. Mi relación con su territorio se movía entre el disfrute de un presente material y sensitivo y una curiosidad incesante por su pasado remoto. Ya no podía dejar de pensar en la sabiduría oculta en los símbolos de poder de los antiguos nativos majos.

Wolfgang me citó una tarde en la base de la montaña sagrada de Tindaya. Atravesando la nada, aquella pirámide con apariencia de montaña reina majestuosa sobre un pequeño pueblo del mismo nombre. Sin saber dónde lo encontraría, guiado por mi intuición llegué hasta él junto a la falda sur de la montaña. No había coches cerca, parecía un espejismo de cabellera blanca en medio del desierto humeante por el calor. Tras un breve saludo comenzamos aquella ascensión casi ceremonial. El ascenso es bastante vertical y cuando coronas la montaña te das cuenta de que estás en lo alto de una pirámide natural de una armonía asombrosa. En la cumbre hay una especie de repisa lisa donde puedes sentarte en las piedras que forman la punta de la pirámide. Wolfgang señaló una zona lisa y comenzó a hablar.

—Aquí en la cumbre depositaban a los muertos momificados y grababan en la roca los petroglifos. ¿Ves los podomorfos ahí? Suelen ser dos pies que miran al cielo. A una montaña se sube para morir. Muchas culturas nativas mandaban a los niños a la montaña para que volvieran convertidos en hombres. También representa el viaje alquímico de la transformación interior, hay que morir para encontrar el camino a la vida, el camino al corazón.

El fuerte viento y las palabras con acento alemán se esfumaban en ese momento eterno. Qué tiene que ver el pelo loco con la expresión larga cuando la mirada es dulce y la voz esquiva, no por esconder sino por aprender a callar ante la crítica y la desconfianza que un ser atípico como este desgarbado don Quijote embelesado por el cáñamo. Vivir inmerso y atrapado entre los sutiles mundos del hombre que cree y el hombre que sueña, la vida es sueño y cada vez que uno se despierta uno sueña con no interpretar nada en sus sueños más allá de los ronquidos, con sentidos o sin ellos.

Tenía la sensación de estar sentado sobre una enorme conciencia, un canal hacia un universo infinito. Wolfgang buscó algo en su mochila y me lo ofreció como un valioso tesoro. Eran dos colgantes, uno era una espiral, y otro, un podomorfo, los dos grabados en roca volcánica. Me quedé pasmado.

—¿Son para mí?

—Sí, hombre, son un regalo —respondió él sonriendo.

—¡Guau! No sé qué decir. Gracias, de verdad. —Él, todavía sonriendo, intentó quitarle importancia.

—No es nada, los hace Miguel el Malaje, el artesano de El Cotillo, los vende por cinco euros. —La aclaración no le restó simbolismo a la situación y me acerqué para abrazarle. Él reaccionó, como buen alemán, quedándose rígido y diciéndome que se marchaba—. Quédate un rato y observa. —Sus palabras resonaron casi como una orden y se despidió con esa sonrisa amable y cómplice que le caracterizaba.

Sentado allí, contemplando el paisaje desde la cumbre de la montaña sagrada, pensaba en lo que consideraba yo sagrado antes de llegar a ese lugar, si es que había algo… Abajo, en la isla eterna, petrificada, su movimiento es perceptible solo para el que sabe qué mirar, mostrando visiones, llena de pistas grabadas en lo sólido para trascender lo efímero. Observar el desierto desde una época pasada llena de vidas futuras ofrece un panorama anormalmente vivo dentro de un no tiempo. Todo es trascendente aquí, imperecedero, lo duro permanece inmutable, pero lo blando es permeable a esta energía, solo hay que sentir, solo hay que escuchar, solo permanecer. Aquellas rocas seguirán allí miles de años después de que yo me extinga, hirviendo de energía, conectando mundos. Pero, si todo es un eterno retomo como muestran las espirales grabadas en esas montañas, puede que mi antiguo vacío vuelva a visitarme otra vez… Entonces, sentí mi espíritu mutar en un segundo ante esta consideración, el silencio del desierto ya no me pareció tan apacible sino incómodo, quería volver al mido del pueblo y los turistas. Me preguntaba qué verían al observar las fotos de sus vacaciones en la isla de vuelta en sus casas en Hamburgo o Birmingham. Quería rendir homenaje a aquella sabiduría ancestral y apareció una imagen en mi mente muy concreta, una puerta, el sol de fondo y sombras de caras.

Ona me comentó unos días después que sus padres vinieron a las islas destinados hace años y quedaron atrapados por la magia de la isla y su vida tranquila, aquí eran gente bien considerada. Una familia de gran corazón, amables y educados, fueron las referencias que me dieron de ellos. Ella y yo empezamos con buen pie, era muy fácil de trato, sincera y cariñosa, siempre con una sonrisa para todo el mundo. Trabajaba como relaciones públicas de una importante agencia de viajes. Su imagen era perfecta para ese trabajo. Era diferente de las otras chicas de por allí, a veces un poco secas, como la isla, otras veces, más hippies que el viento. Al mirarla no podía evitar preguntarme qué era antes, si la fisonomía o el carácter. ¿Su cara angelical hacía que se comportara como un ángel o nació ángel y por eso estaba predestinada a tener una cara así? Contemplar tanta belleza era una prueba más de lo injusto del mundo. Aquella gente a la que le ha tocado una cara de tristeza o de escepticismo o de seriedad no pueden evitar ser fieles a su reflejo. No podía pedir nada mejor para mi vida: una mujer preciosa que siempre sonreía, amigos de diferentes procedencias, barbacoas con gente de todo tipo, un negocio que ya comenzaba a dar buenos resultados y el surf como culmen de todas mis expectativas. Una sensación de bienestar solar invadía mi vida.

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