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Placer

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PLACER

Se sienta delante de mí. Yo estoy en mi sillón azul, que he colocado justo enfrente de la cama en la que ella se sienta. A mi lado tengo una mesita con todo lo necesario. Vamos a jugar.

Le digo que se desnude. Y lo hace muy despacio, quitándose cada prenda y dejándolas caer a un lado. Cuando está en bragas y sujetador le digo que pare. Me acerco, me pongo en cuclillas frente a ella, le huelo el coño, se lo toco —ya está mojada—, le toco los pezones por encima de la tela; me gusta sentir los aros que los atraviesan y la cadena que va de una anilla a la otra. Me encanta esa cadena de la que yo puedo tirar si quiero.

Vuelvo a mi sillón y le digo que acabe de desnudarse. Lo hace y se sienta. La miro despacio, pensando lo que pienso siempre que la tengo así, y que incluso después de tanto tiempo no hay nadie que pueda gustarme tanto. Y si lo pienso cada vez que la veo desnuda es porque es extraño el deseo que me inspira, y eso que nunca me han gustado las mujeres rubias, blancas, con aspecto nórdico, sino que siempre he preferido a las morenas y meridionales. Pero así son las cosas del deseo; Cris es una anglosajona pálida que desde que apareció en mi vida la trastornó totalmente.

Me acerco a ella y la toco toda entera mientras permanece muy quieta, sólo se mueve ligeramente para facilitar el acceso de mi mano. Le toco la cara, le acaricio el cuello por debajo de su mata de pelo largo color miel, le acaricio los labios, le meto la mano en la boca y, por un rato, dejo que chupe los dedos de mi mano izquierda mientras la derecha continúa con la inspección. Bajo por las tetas, dibujo con un dedo los pezones, dejando que se ponga tensa mientras imagina que voy a tirar de la cadena y sí, tiro ligeramente, lo suficiente como para que se queje, pero no más. Juego con los pelos de su axila, y finalmente, con las dos manos apoyadas en sus caderas, vuelvo a ponerme en cuclillas para pasar el dorso de la mano por el suave coño recién afeitado. Con el dedo recorro su abertura sin llegar a profundizar. Eso vendrá luego, pero ella ya está pidiendo más.

Noto que también yo estoy muy caliente y que podría correrme ya, sólo con verla así, sólo con recorrerla, pero hoy voy a follarla porque se lo prometí la última vez y lo voy a hacer como sé que a ella le gusta. Es lo que espera de mí y es lo que voy a darle.

Me acerco de nuevo y me sitúo de pie, frente a ella. Pongo mi mano sobre su cabeza y le digo que se tumbe boca abajo, con la cabeza hacia fuera. Así esta queda a la altura de mi roño. Me bajo el pantalón y las bragas hasta los tobillos y, cogiéndola del pelo, llevo su boca hasta mi coño y le digo que saque la lengua y lo lama. Le cuesta mucho porque no tiene apoyo para la cabeza, pero pone las manos en el suelo y consigue llegar a mí con su lengua húmeda. Abro un poco los piernas para que llegue mejor: su lengua recorre mi abertura y me lame el clítoris, muy suavemente, sólo la punta, como me gusta, pero enseguida me retiro porque no es el momento todavía.

Ahora que está con el cuerpo tendido boca abajo y sujetándose con las manos en el suelo, saco los pies del pantalón y las bragas y le acaricio el culo. Un culo precioso, tan bonito como toda ella. Meto mi dedo en su agujero, su rosa roja lo atrapa y Cris se pone a jadear; no sé si se queja o le gusta. A veces es lo mismo.

Ya que estoy desnuda de cintura para abajo aprovecho para coger el arnés y ponérmelo mientras le digo que vuelva a sentarse. Cuando lo hace, mira con deseo la enorme polla que me he puesto en su honor, pero no voy a dársela todavía, al menos no en su coño, ni en su culo, pero me acerco y se la aplasto contra la boca hasta que la abre y se la meto entera; cuando le da una arcada se la saco y le repaso su propia saliva por la cara. En realidad estoy muriéndome por besarla, pero me contengo. Sé que hoy eso no le gustaría; hoy esto no va de besos.

Vuelvo a la mesilla y cojo las esposas que uso para atarle las manos: a veces se las ato por delante, lo que tiene sus ventajas porque puede, por ejemplo, masturbarse o masturbarme a mí. A veces se las ato por detrás, lo que la inmoviliza mucho más; se queda completamente a mi merced, sin que pueda hacer nada. Ahora se las ato por detrás y si me masturba tendrá que ser con la lengua. Y lo intenta.

Cuando me pongo frente a ella para atarle las manos a la espalda, mi coño queda de nuevo a la altura de su boca y, como tiene agachado el cuello para dejar que ponga sus brazos hacia atrás, intenta meter su lengua por un lado del arnés y llegar hasta mi clítoris. Pero yo no quiero que lo haga y no se lo he pedido: ese movimiento me fastidia. Agarro un mechón de su pelo, le subo la cabeza y le pego una bofetada, que la tira de lado sobre la cama. Me subo a horcajadas sobre ella y termino de sujetarle las manos con las esposas.

Me incorporo y la incorporo a ella tirando de la cadena que lleva en las tetas, lo que hace que use sus rodillas para evitar que tire y la haga daño. Se levanta casi de un salto y se sienta de nuevo, tiro un poco y la pongo de pie. Vuelvo a mi sillón. Le digo que se agache y que haga pis, que quiero ver cómo mea. Se pone en cuclillas, pero no puede, le salen un par de gotas. Dice que no puede, estando tan excitada. Vuelvo a abofetearla y le doy tan fuerte en la cara que, como no puede sostenerse sin manos, cae de espaldas. Ahora, sin manos, le costará mucho levantarse. Y le cuesta. Tiene que ponerse primero de lado, empujarse con el hombro, pero no puede y se arrastra hasta la cama para conseguir encontrar un punto de apoyo en la cabeza y así volver a levantarse. Mientras, voy a por una jarra de agua y un vaso. Lo lleno y se lo doy en la boca hasta que lo acaba, luego le doy otro. Vuelve a ponerse en cuclillas y consigue que le salga un chorrito, poco más. Veo que se esfuerza, pero es difícil hacer pis con el clítoris hinchado. Como amenazo con darle más agua, se esfuerza de verdad: tiene la tripa llena. No tengo prisa, me siento a esperar tranquilamente y al final lo consigue. Cuando comienza a mear sobre el suelo y el pis resbala por sus muslos, yo me levanto y pongo la mano debajo; después con ella empapada me acaricio un poco y estoy lista.

Entonces sí, la arrastro hacia la cama, le hago levantar las piernas y cuando me meto en ella las pone sobre mis hombros. La folio con fuerza, porque cuanto más fuerte la empujo, más siento yo el arnés clavándose en mi clítoris. La tollo con tanta fuerza que su cabeza golpea contra la pared y gime en cada acometida. Cuando comienzo a correrme pongo mi boca sobre la suya para que mis gritos se queden dentro de ella. La beso con verdadero amor.

Al terminar, me quedo encima de ella, descansando, aprovechando este momento de paz para acariciarla, pero ella no tiene paz porque quiere su orgasmo y por eso ahora se mueve debajo de mí intentando frotarse contra cualquier cosa. Sus piernas abrazan mi cuerpo con fuerza —Cris tiene mucha fuerza ya que es deportista— y, si no estuviera atada, manejaría mi cuerpo con toda facilidad.

No estoy dispuesta a dejar que se corra a base de frotarse conmigo porque yo no he acabado, así que me levanto y vuelvo con un utensilio que me encanta porque estimula el punto g. Es de color morado y, desde que me hice con él, me encanta metérselo porque es como manejar un instrumento de precisión. Suelo hurgar en su interior hasta conseguir para ella un orgasmo enorme e intenso, que suele dejarla arrasada de placer. No lo uso siempre, sólo en las grandes ocasiones y hoy lo es, porque celebramos nuestro reencuentro. No quiero que se acostumbre. Pero cuando me ve empuñarlo suspira de puro placer adelantado.

Se lo introduzco lenta, muy lentamente, con cuidado, y cuando llego, comienzo a darle vueltas siguiendo las indicaciones de su respiración, de sus gemidos, de sus pequeños gritos, que me van diciendo cuándo he tocado un punto sensible. Entonces sí lo muevo más rápido, pero nunca demasiado porque le haría daño. Su tensión va creciendo, su cuerpo se arquea, su respiración se vuelve espasmódica y, finalmente, cuando comienza a gritar, suelta un enorme chorro de líquido que empapa la cama, mis piernas, sus piernas, todo. Veo que no ha perdido su capacidad para eyacular y veo que yo no he perdido la mía para tocarle allí donde le gusta.

Me tumbo junto a su espalda y la abrazo. Le suelto las manos y la beso en la base del cuello. La habitación huele a sexo y a orín. Me pego mucho a su espalda y le susurro que la quiero y que no vuelva a dejarme, que me muero sin ella. No me contesta, pero no la voy a sujetar: es completamente libre.

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