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Desilusión

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DESILUSIÓN

Me gustó desde el mismo día en que la vi al fondo del bar. Me gustó mucho. Era justo el tipo de mujer que me erotiza: con mucha pluma, con aspecto de dominar el mundo y su medio, y de dominarme a mí si es que se pone a ello. Yo andaba con una novia por entonces y por eso, aunque me pasé la noche pendiente de ella, no pasó nada. No se fijó en mí; me pareció que estaba ocupada con cosas más importantes. Ni siquiera hablé con ella, pero no pude evitar pasarme la noche mirándola. Estaba con una morena pequeña que parecía muy contenta. Ambas bebían, se hablaban al oído, se tocaban, se besaban y se reían. Ya entrada la noche pasaron a mayores y los besos eran más largos y profundos. Yo también había bebido y no podía apartar la vista de ellas dos. El grupo con el que yo estaba, amigas de toda la vida, me parecía en ese momento el más aburrido del mundo. Al rato, llegó mi novia con ganas de marcha después de pasarse el día, un sábado, trabajando. Luz se lanzó sobre mí, comenzó a besarme y yo respondí, aunque no pude evitar abrir los ojos para ver que la chica que me gustaba estaba en ese preciso instante lamiendo el cuello de su acompañante. Envidié a aquella morena pequeñita y sentí un escalofrío de placer, un latido en el clítoris, imaginando que estaba en su lugar. Luz se creyó que ella era la responsable de ese escalofrío, que percibió claramente.

—¿Tantas ganas tienes? —me susurró al oído.

Y lo cierto es que sí que tenía ganas, pero no de ella precisamente. Últimamente Luz me parecía muy pesada y un poco aburrida.

No obstante, después de que su lengua recorriera mi boca durante un rato se me fueron abriendo las ganas de quien fuera, simplemente «las ganas», y puesto que aquella de la que no podía apartar los ojos no era para mí, me dediqué a Luz, a calentarla como a mí me gusta y a ella le gusta. Mientras nos besábamos metí mi dedo pulgar en su boca para que, además de mi boca, tuviera algo que chupar, y con mi mano izquierda le acaricié los pezones por encima de la ropa hasta notar que iban creciendo, como su respiración y los sonidos de su cuerpo.

—Vámonos —dijo en un suspiro—. Vamos a casa. Quiero que me folies ahora.

Bueno, su hambre me excitó, como me suele ocurrir, así que nos despedimos del grupo y nos marchamos a su casa.

La pasividad de Luz, su entrega, la absoluta sumisión que me mostraba desde el principio, su capacidad para el placer y lo que yo le gustaba, todo ello, que tanto me excitaba al principio, ahora me estaba empezando a cansar. Esa noche follé a Luz con la imagen de esa otra chica en la cabeza.

La volví a ver un par de meses después, cuando me la presentó una amiga —eso es lo que tienen las ciudades pequeñas—. Entonces no tuvo más remedio que verme. Me la presentaron como Lori y ella dijo:

—Por Lorena. Vaya nombre para una lesbiana.

Yo pensé que si mis padres me hubieran puesto Lorena, de mayor lo hubiera corregido en el registro civil. Esa fue casi toda nuestra conversación, aunque sí participé en la conversación general y pensé que si de lejos me había parecido atractiva, de cerca lo era mucho más. Me encantaba su voz, me gustaba su risa, me gustaba su cuerpo y me gustaba también lo que decía. Me pareció guapísima, como un chico joven, fuerte, segura de sí misma, con aspecto no ya de dominar el mundo, sino de comérselo literalmente. Y no pude dejar de pensar que lo que quería es que me comiese a mí también; volví a estremecerme con ese pensamiento y junté un poco mis muslos, procurando que nadie se diera cuenta. Pero la morena pequeñita a la que le lamía el cuello iba de su mano y parecían enamoradas.

No pude quitármela de la cabeza desde ese día ni tampoco los días siguientes. Luz debió pensar que yo estaba más ardiente que nunca y lo cierto es que estaba furiosa conmigo misma porque no me gusta dejarme llevar por deseos que no puedo cumplir; es frustrante y complica la vida. No suele ocurrirme; normalmente tengo el control sobre mi vida y me gusta tenerlo, pero Lori no se quitaba un momento de mi cabeza. Me comía el coño de Luz como si no lo hubiese hecho nunca, abarcándolo entero con mi boca, bufando sobre él, apretando mi cara contra él mientras mis manos recorrían el interior de sus muslos y buscaban su culo. Me comía el coño de Luz imaginando que ese cuerpo que temblaba todo entero y que después se echaba hacia delante entre gemidos era el de Lori; y que era ella quien, después de correrse, me cogía la cabeza, me subía a su altura y me comía la boca porque le gustaba el sabor de su coño en mi cara, en agradecimiento a lo que acababa de hacerle y al placer que le había dado. Puede que Lori hiciera eso, pero Luz no lo hacía y después de correrse se quedaba como muerta y sin ganas de nada mínimamente sexual.

Pero como ya he aprendido que en las cosas del sexo nunca se sabe, unos días después decidí que no tenía mucho que perder; así que llamé a nuestra amiga común y le pedí que preparara una reunión en su casa y que invitara a Lori.

—Lori tiene novia —me dijo— y se las ve muy bien juntas.

Y, por si fuera poco, añadió:

—Que yo sepa, tú también tienes novia y, además, Luz es amiga mía.

—Esto no tiene nada que ver con Luz ni con la novia de Lori; las dos son mayorcitas ¿no? Un polvo no es más que un polvo. Llama a Lori y no te preocupes.

No se resistió mucho cuando le recordé las veces en las que le había prestado mi casa para que consumara sus aventuras extramatrimoniales.

—Eso era distinto —protestó—. Yo estaba enamorada y me divorcié.

—No digas tonterías —y con esta frase lapidaria terminó nuestra conversación después de que me hubiera prometido que sí, que llamaría a Lori y a otras amigas, y que ya se le ocurriría algo para que su novia no fuese. Convocarla, por ejemplo, el día en el que la novia, farmacéutica, tenía guardia por la noche.

Estuve muy nerviosa desde que supe el día de la reunión. Hice de todo hasta conseguir que Luz no me acompañase ese día y terminé por lograrlo a costa de alguna que otra bronca. El día de la cena, me metí en el baño y me depilé el coño. Siempre había querido hacerlo pero, por unas cosas o por otras, nunca había sentido que mereciera la pena un sacrificio semejante. Esta vez estaba segura de que quería. Me fui a casa de mi amiga con un nudo en el estómago, sin pensar en nada: ni en las consecuencias, ni en Luz, ni mucho menos en la novia de Lori; únicamente en que mi clítoris se empapaba y palpitaba con sólo pensar en ella, y ante eso no se puede hacer mucho.

En la reunión había bastante gente y ella, que iba de un grupo a otro hablando por los codos, no parecía muy interesada en mí, ni siquiera me había saludado. Pensé que aquel intento era una tontería y me dediqué a beber. La noche amenazaba con ser deprimente. Era verano y Lori llevaba unos pantalones vaqueros cortos, a la altura del muslo, y camiseta. Sus piernas parecían capaces de aguantar mi peso y sus hombros eran anchos, de gimnasta. Era la tercera vez que la veía y ahora me pareció mucho más joven de lo que recordaba, más fuerte también; se notaba que hacía ejercicio y eso dijo cuando se lo pregunté, venciendo mi timidez. Entonces entablamos una conversación de la que apenas recuerdo nada, porque yo sólo miraba sus labios imaginando que los ponía sobre mi boca. Pero sí recuerdo que, en un momento dado, dejó de hablar.

—¿Qué has dicho? —pregunté volviendo al mundo, cuando me di cuenta de que se había callado.

—No has escuchado nada de lo que he dicho —dijo riéndose. Y añadió—: No has escuchado nada porque no has dejado de mirarme la boca.

A pesar de mis años —más de cuarenta—, de mi experiencia —bastante—, me puse colorada como una adolescente pillada en falta.

—¿Quieres mi boca? —preguntó de repente, y me quedé sin respiración. Creo que pude susurrar que sí, pero no estoy segura del todo de que fuera eso lo que salió de mi boca y no un gemido lastimero—. ¿Quieres mi boca, o sólo me lo parece? Dímelo.

En todo caso debió entenderme, porque, muy lentamente, puso su mano detrás de mi cabeza, en mi nuca, y ahí la dejó un instante eterno, acariciándomela, dejando que sus dedos jugaran con mi pelo largo, mirándome a los ojos mientras yo me derretía ante esa mirada y al contacto de su mano.

Entonces su mano empujó mi cabeza hacia la suya, mi boca se encontró con la suya y yo me dejé sumergir en el deseo de la misma manera que me sumergí, toda entera, en su boca. Lori me besó muy profundamente, con un beso dulce y húmedo, y después me mordió el cuello y los hombros mientras sus manos apretaban primero mis tetas y después sus dedos manipularon mis pezones. Poco a poco, sus manos fueron bajando por mi vientre, por mi cintura, hasta posarse en el culo y apretarme con fuerza contra ella. Yo apenas podía respirar. La sentía contra mí, me excitaba que fuera tan joven y que se mostrara tan segura al tratar mi cuerpo. Esa sensación era nueva; normalmente soy yo la que dirijo y era la primera vez en toda mi vida que me dejaba llevar y que me entregaba de esa manera. Pensé que era excitante, era como una transgresión.

Estaba dispuesta a entregarme del todo cuando Lori se apartó como si se hubiera arrepentido. Todo mi cuerpo se resintió, como si se vaciase de repente, con una especie de vértigo.

—No —le supliqué—, no, —y continué diciendo, muy bajo, mientras ponía mi cabeza en su hombro y mi boca en su oído:

—¡No, no, no!…

No podía ni imaginar que lo dejáramos allí, creo que hubiera llorado lágrimas de sangre. Me apartó con suavidad, se fue y yo me quedé sin respiración, con un extraño cosquilleo subiendo por el cuerpo desde entre mis piernas. Pero Lori no me había dejado; tan sólo hablaba con la anfitriona, la dueña de la casa. Las vi hablar, las vi reírse y la vi a ella volver hacía mí. Toda yo era un latido de deseo. Cuando se acercaba, la cogí por el cinturón y la arrastré de nuevo hasta mí; la besé comiéndole toda la cara, los ojos, las comisuras de la nariz, las orejas, los labios de nuevo…

—Vamos, ven —dijo y, cogiéndome de la mano, me llevó a un dormitorio, entramos y cerró la puerta por dentro.

—Desnúdame —me pidió.

Puse mis manos en su cintura y, desde ahí, las fui subiendo, arrastrando con ellas su camiseta. No llevaba sujetador, ni lo necesitaba; sus tetas eran tan firmes como lo son a los veinte años. Firmes, duras, grandes, sus pezones también grandes, de un color muy oscuro, y yo apliqué mi boca sobre uno de ellos, succionando con fuerza, agarrándolo con los dientes y presionándolo con la lengua. Lori, con su mano en mi nuca, me apretaba la cabeza contra sus tetas. Luego, agarrándome del pelo, me enderezó y me desabrochó la camisa hasta quitármela. Dejarme en sujetador y bragas fue fácil, porque mi falda se sostenía en un corchete. Ella seguía en pantalón corto y yo metí mi mano entre el pantalón y su carne, que estaba empapada. Le desabroché el botón y ella dejó caer el pantalón hasta los pies; después ella misma se quitó las bragas. Ella estaba desnuda, yo en sujetador y bragas y, a partir de ese momento, Lori me llevó a la cama y se sentó sobre mí para recorrer mi cuerpo con su lengua y con sus manos, metiéndolas bajo la copa del sostén y desabrochándolo por fin. Su boca levantó mis pezones mientras sus manos entraban por debajo de mis bragas y después recorrían mi coño en una primera inspección. El afeitado le permitió acariciarlo por encima y tocar con facilidad la punta del clítoris y esa parte que en general no se acaricia porque permanece debajo del vello. Yo le acariciaba los pezones, me había pedido que se lo hiciese suavemente, y así lo estaba haciendo. No necesitaban más que el dorso de mi mano para ponerse enhiestos. Le acariciaba los labios, se los mojaba con mi saliva y ella se inclinaba sobre mí para besarme de cuando en cuando.

Entonces me dio la vuelta. Yo temblaba al pensar en lo que estaba por venir. Me bajó las bragas por debajo del culo, me palmeó y me mordió las nalgas hasta que grité.

—Vamos, levántalo un poco —dijo, y eso hice; puse el culo tan en pompa como pude para que ella se restregara bien.

Lori comenzó a restregarse moviendo las caderas adelante y atrás. Después echó las manos hacia delante, rodeó mi cuerpo y llegó a mi coño. Metió un dedo en mi vagina, después dos, luego tres. Y mientras movía los dedos, ella entera se movía encima de mí y lamía mi nuca y me mordía los hombros. Cuando sus movimientos se hicieron más fuertes, comenzó a mover la mano, apoyando todo el cuerpo sobre ella con tanta fuerza que me hacía daño, pero no me atrevía a moverme. Según sus movimientos eran más rítmicos y fuertes, más y más me clavaba los dedos y cada vez me hacía más daño, pero yo esperaba que acabara pronto. No acabó tan pronto como yo hubiera querido; cuando terminó y me di la vuelta estaba dolorida, de manera que cuando ella quiso masturbarme, me dolía el clítoris y se me había pasado el deseo. Descubrí que este es incompatible, en mí al menos, con el dolor.

Así que añoré la suavidad de mi Luz y la manera en que se entrega y la manera en que yo la acaricio con suavidad.

—Déjalo, déjalo —le dije, mientras ella descansaba, aparentemente satisfecha. Y, después de vestirme, me marché.

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