Ruth

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Parte Primera » XI. Thurstan y Faith Benson

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—No me parece que estoy haciendo filosofía. Si esta tesitura se afronta del modo justo y bien utilizada, creo que Dios acrecentará considerablemente todo aquello que hay de bueno en ella; mientras que todo aquello malvado y oscuro, podrá gracias a Su bendición, diluirse y desvanecerse con la luz pura de su hijo. ¡Oh, Padre! Escucha mis plegarias, haz que su redención pueda comenzar hoy mismo. ¡Ayúdanos a hablarle con el espíritu amoroso de tu Santo Hijo!

Sus ojos estaban llenos de lágrimas y casi temblaba por el fervor de sus oraciones. La fuerza de su propia convicción y la incapacidad para persuadir a su hermana le debilitaron. Ella sin embargo, estaba profundamente turbada. Permaneció sentada inmóvil durante quince minutos o más, mientras él estaba acostado, consumido por sus propios sentimientos.

—¡Pobrecito niño! —dijo al fin—. ¡Pobre, pobre niño! ¡Cuánto tendrá que afrontar y soportar! ¿Recuerdas a Thomas Wilkins y el modo en que te tiró a la cara el registro en el que se había inscrito su nacimiento y su bautismo? No supo aceptarlo; prefirió tirarse al mar y ahogarse, antes que mostrar la documentación de su propia vergüenza.

—Recuerdo toda la historia. A menudo me atormenta. Ella deberá hacer fuerte a su hijo, enseñándole a hablar con Dios, en vez de escuchar las opiniones de los hombres. Ésta será la disciplina y la penitencia que ella deberá afrontar. Tendrá que enseñarle a ser (humanamente hablando) autosuficiente.

—Pero, después de todo —dijo la señorita Benson (porque ella había conocido y estimado al pobre Thomas Wilkins, había llorado su muerte prematura y su recuerdo le había enternecido el corazón)—, después de todo, podemos ocultar la verdad. No hay necesidad de que el niño sepa que es ilegítimo.

—¿De qué manera? —preguntó el hermano.

—Bien, no sabemos aún mucho sobre ella, pero en aquella carta se dice que no tiene amigos. Quizá en un lugar nuevo, podría pasar por viuda…

¡Ah, tentadora! ¡Ignorante tentadora! He aquí un modo de evitar las adversidades al pobrecito «no nacido» en el que no había pensado el señor Benson. Había que tomar una decisión… éste era el momento crucial a partir del cual se desentrañaría el destino de los años venideros. Si él decidió actuar de un modo errado, no lo hizo por su propio interés; le sobraba coraje para decir la verdad, pero fue tentado de escapar a la dificultad por el bien del pequeño niño indefenso que estaba a punto de llegar a un mundo frío y cruel. Se olvidó de todo cuanto acababa de decir, de la disciplina y de la penitencia con las que la madre debería haber hecho fuerte al niño, para afrontar —con confianza y valentía—, las consecuencias de las debilidades cometidas por ella. Se acordó con mayor precisión de la ferocidad impetuosa, la expresión de Caín, de Thomas Wilkins, cuando leyendo aquella odiosa palabra en el registro bautismal, comprendió que debería vivir con aquel estigma,

con su mano contra todos y las manos de todos contra él[43].

—¿Cómo podríamos hacer, Faith?

—Bueno, hay muchas cosas que debo saber y que sólo ella me puede decir, antes de decidir cómo podemos obrar. Es sin duda, el mejor plan.

—Puede ser —dijo el hermano con aire pensativo; había perdido su firmeza y determinación y así se interrumpió la conversación.

Cuando la señorita Benson regresó a la habitación, Ruth apartó el velo de la cama con su habitual dulzura. No habló, pero la miró como si deseara que se acercase. La señorita Benson lo hizo y permaneció en su cabecera; Ruth cogió su mano, la besó y después, exhausta hasta de aquel mínimo movimiento, se durmió.

La señorita Benson volvió al trabajo, dándole vueltas a las palabras de su hermano. No estaba totalmente convencida, pero sí más tranquila y menos confusa.

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