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19. Zofi

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19. Zofi

Zofi

Zofi dudó frente a la puerta de madera de color ceniza. Eso podía hacer que la asesinaran.

No importa.

Elex se lo merecía. Sacrificaría lo que fuera por él, porque él ya lo había dado todo por ella. Después de que los Talones lo llevaran a la fortaleza, Zofi le había preguntado a Vidal qué sucedería con el prisionero. «Juicio», le había dicho Vidal. A menos que él se declare culpable. Entonces se saltarían el juicio. Lo ejecutarían por la mañana.

Elex se declararía culpable. Ella lo sabía. Le preocuparía que si decía algo más, si intentaba alegar en defensa propia y llamar a testigos, si hubiera un juicio, entonces la verdad saliera a la luz. Zofi quedaría involucrada en eso también.

Él moriría antes de hacer eso. Pero ella moriría antes de dejarlo morir.

Así que, a pesar del peligro, tocó a la puerta. Se abrió:

—Finalmente. Estaba comenzando a preguntarme si… Ah. —Florencia parpadeó en el pasillo iluminado por Syx.

—Hermana. —Zofi extendió su mano, con la palma hacia arriba—. He venido a proponerte un trato.

La recámara de Florencia parecía mucho más organizada que la de Zofi. Ella se había tomado el tiempo de arreglar los muebles, de agregar decoraciones. Zofi miró con los ojos entornados una serie de delicadas figuras de madera sobre la chimenea. ¿Para qué eran esas, en nombre de las arenas?

Florencia acercó dos sillas, después se sentó. Zofi, en cambio, apoyó los codos en el respaldo de la otra silla.

—¿Y bien? —Florencia se echó atrás—. Esto debe ser importante para que vengas a llamar a mi puerta tan tarde.

Su hermanastra no parecía la clase de persona que apreciaba las conversaciones banales.

—Necesito ayuda para entrar en los calabozos. —La chica kolonense era su mejor oportunidad de encontrar un pasadizo alternativo, ya que ella conocía cada puerta trasera de la fortaleza.

Florencia rio. Cuando Zofi no se unió a ella, se cruzó de brazos.

Eso era un gran riesgo. Florencia podía ser su extorsionadora, después de todo. Pero si era así, entonces al menos entendería por qué Zofi necesitaba liberar a Elex. Ella sabría que los Talones habían encerrado a un hombre inocente.

Elex merecía cualquier trato. Incluso uno con una serpiente.

—¿Por qué motivo te ayudaría a hacer algo tan peligroso, en nombre del Sol? —Interesante, ella preguntó por qué, no cómo.

—Has dicho que querías ser una mejor gobernante de lo que habría sido el príncipe.

—No logro ver cómo el meterte en una prisión me hace ser una mejor líder. En especial si tu objetivo es visitar al hombre que fue arrestado el día de hoy. El asesino del príncipe es un Viajante también, ¿no es así?

Por las arenas. ¿Ella solo asumía que estaban relacionados por su trasfondo de Viajantes? ¿Ella sabía que Zofi era la verdadera asesina?

—Salvar a un hombre inocente es comportarte como una gran líder —dijo Zofi finalmente.

—¿Así que conoces al asesino? —Florencia hizo un mohín—. Cuando te hablé del príncipe el otro día, estuviste escondiendo esto todo el tiempo.

Zofi apretó sus dientes tan fuerte que crujieron.

—Él no es un asesino. Es inocente. —Zofi estudió a Florencia en busca de alguna reacción. Si la otra chica sabía la verdad, debía notarse en su cara. La kolonense rio una vez, sin humor.

—Vi cuando los Talones lo trajeron. Él confesó.

—Tenía que hacerlo —dijo Zofi, antes de poder pensarlo mejor. Después se estremeció y escogió sus siguientes palabras con cuidado—. Mira, yo he crecido con Elex. Él es una buena persona.

—Algunas veces los niños buenos se convierten en adultos terribles. Mira a Nicolen. Él no nació siendo horrible; creció de ese modo. —Los ojos de Florencia se entornaron—. ¿Por qué confesaría si es un hombre inocente? ¿Es un asesino a sueldo, después de todo? Eso es lo que los rumores dicen.

Con cuidado ahora, Zofi.

—Fue en defensa propia.

—Entonces él debería alegar eso, antes de declarar que asesinó al príncipe y que no siente remordimientos.

—¿Crees que alguien le creería? —Zofi extendió sus brazos—. ¿Que alguien creería en la palabra de un Viajante contra la de un Talón?

—En la fortaleza hay quienes saben qué clase de hombre era Nicolen.

—¿Y están dispuestos a testificar en un juicio? ¿O son solo criadas y sirvientes, demasiado bajos en la jerarquía para que los nobles consideren sus testimonios, porque nunca creerían al príncipe capaz de semejantes crueldades?

—Nuestras cortes se guían por la ley, no por los frágiles egos de la nobleza.

—Puedes ser kolonense —Zofi resopló—, pero has crecido al servicio de esas personas. Mírame a los ojos ahora, Florencia, y dime que la vida aquí es igualmente justa para aquellos en la cima de la cadena alimenticia que para aquellos en la base. Dime que si los sirvientes testifican en contra del amado hijo de Andros (su punto débil, ¿no es así como llamaste al príncipe?), les creerán, Que conservarán sus trabajos, sin repercusiones.

Florencia la miró a los ojos pero por una vez no tuvo respuesta.

—Nicolen era una persona terrible, lo has dicho tú misma. ¿Acaso mi amigo debería morir por defenderse a sí mismo de un hombre como ese?

—El castigo por un asesinato es la muerte. Mi opinión personal no cambia la ley.

—¿No debería hacerlo? Eso es lo que los líderes hacen. Deciden las reglas. Cuando una de nosotras llegue al trono, tendremos la oportunidad de ser mejores que Nicolen; incluso mejores que Andros. Podremos ofrecerles a las personas un juicio justo, no uno arreglado como al que Elex se enfrentaría. Pero ¿ahora? Todos sabemos cómo termina esto, sin importar lo que Elex diga.

—No traicionaré a mi reino por un asesino confeso.

—No estoy pidiéndote que abras la cerradura. Solo necesito un camino de entrada a los calabozos.

—Aunque conociera un camino…

—Lo conoces, o me habrías preguntado cómo, en nombre del Sol, podrías hacer tal cosa. Y no por qué.

Aunque lo hiciera, aún no me has dado una razón convincente para ayudarte. —Florencia se puso de pie.

—Porque estaría en deuda contigo.

Ella miró intencionadamente alrededor de toda la suntuosa recámara de Florencia. Ya tenía todas los lujos que alguien podía desear. Ella era la hija de un rey. Pero Zofi también lo era.

—No hablo de dinero. Te debería un favor. Cualquier favor, cuando sea que lo necesites. Sin preguntas.

Esta vez, Florencia consideró a Zofi. Su mirada se detuvo en su daga.

—Por favor. —La voz de Zofi bajó hasta ser un susurro—. El rey no me creería. El príncipe era el punto débil de Andros, y Elex… —Zofi dudó. Cerró los ojos—. Él es el mío.

Durante un largo y tenso momento, Florencia la estudió. Luego suspiró.

—¿Cualquier favor?

—Lo qué sea. —Florencia extendió su mano.

—Te llevaré a la entrada de servicio a los calabozos. Después de eso, estarás por tu cuenta.

—Tenemos un trato, Florencia. —Zofi estrechó su mano.

—Prefiero Ren, de hecho. —La boca de su hermana se elevó en una leve sonrisa.

—Ren. —Zofi sonrió—. Salvemos una vida.

—El sótano está al final del túnel —susurró Ren—. ¿Recuerdas la secuencia?

Zofi asintió fe…

—No nagas que me arrepienta de esto. —Florencia suspiro.

—Es lo correcto —dijo Zofi, no por primera vez en su larga caminata hacia los calabozos bajo la torre de aliso—. Más muertes no harán nada mejor.

—¿Él vale la pena? —Ren aún dudaba.

—Haría esto por cualquiera de mi familia —respondió Zofi al pensar en su banda. Solo cuando una sonrisa de sorpresa atravesó el rostro de Ren, Zofi se dio cuenta de cómo sonaba eso.

—Bien. Porque podría reclamar ese favor pronto. —Ren le tocó el hombro, tan rápido que Zofi casi creyó haberlo imaginado—. Buena suerte. —Después se desvaneció y Zofi continuó sola.

Al final del túnel, llamó a la puerta con el patrón que Ren le había enseñado. Con un rugido, se abrió hacia adentro.

—La comida llegó hace una hora —protestó el guardia—. ¿Qué quieres?

—Olvidé una bandeja —dijo ella, con su mejor acento kolonense.

—¿Quién eres tú? ¿Dónde está Metra? —preguntó el guardia con ojos entornados.

Demasiada conversación para conseguir su entrada. Zofi lanzó todo su peso contra la puerta. Golpeó el ojo del guardia. Él tropezó hacia atrás y Zofi cayó dentro del sótano.

Él abrió su boca para gritar en el momento en que la empuñadura de la daga de ella golpeaba su sien. Él colapso y ella se ocupó de atarle las manos y los pies con una cuerda que encontró en una pila de provisiones de mantenimiento.

Tal como Ren había prometido, el sótano estaba vacío, más que por algunas provisiones y una fila de bandejas con comidas grises, pastosas, de aspecto nada apetitoso, que se enfriaban sobre una repisa. Cinco bandejas, lo que significaba cinco prisioneros. No debería llevarle mucho tiempo encontrar a Elex.

Zofi tomó el sombrero del guardia, se lo puso y lo bajó sobre su frente. Luego observó al hombre sobre su espalda durante largo rato y memorizó sus facciones. Necesitaría hacer eso bien al primer intento. Solo le quedaban tres refuerzos, tres viales con diezmos extra en sus bolsillos. Y para eso usaría su primer diezmo.

Finalmente, se apoyó en sus talones y pasó la hoja de su daga por su antebrazo. El mundo se ensombreció, se nubló, cambió, luego regresó.

Zofi (o más bien una versión mucho más baja del guardia que había derribado, con su sombrero puesto) se puso de pie y tomó una bandeja. Después tocó una secuencia diferente en la otra puerta. Esa entrada, cerrada con listones, llevaba a los calabozos.

—¿Ahora qué? —Un listón de la puerta se deslizó a un lado.

—El comandante ha ordenado el cambio de turnos antes el día de hoy —dijo Zofi con la voz intencionalmente grave—. Yo traigo la comida ahora.

El guardia observó su cara y luego la comida en sus brazos, incluso mientras Zofi se extendía (más que nada para seguir en movimiento y disimular su altura) y tomaba otra bandeja.

—Ya era hora de que tuviéramos algunas buenas noticias —respondió el hombre con un bostezo mientras abría el pestillo de la puerta. Ren le había explicado los turnos; ese guardia debía estar en servicio desde el mediodía del día anterior. A esa hora, un reemplazo sin anuncio sería de tal alivio que no lo vería con sospechas.

Él abrió la puerta hacia adentro y exclamó «Cambio de guardia» por encima de su hombro.

—Gracias al Sol —respondió una mujer detrás de él.

Entonces Zofi le enterró el extremo plano de la bandeja metálica en la tráquea.

La guardia tomó su espada.

—¡Intruso!

Zofi ya había lanzado la otra bandeja en su dirección y en su lugar ya había aferrado su daga. Al mismo tiempo, cambió su diezmo de camuflaje y se desvaneció en el aire.

Mientras tanto, el primer guardia se puso de pie. Blandió su espada hacia el rostro de Zofi; o, al menos, en donde su cara había estado un momento antes de desaparecer. Ella ya se encontraba a unos cuatro pasos a la derecha y estaba recogiendo un casco de la mesa en la que los vigilantes habían estado relajándose un momento antes. Lo lanzó contra la sien del hombre y después se giró para esquivar un ataque de la mujer.

Una línea de sangre fresca corría por el brazo de la guardia; un diezmo. Eso fue todo lo que Zofi pudo ver antes de que la mujer impactara contra ella, con un movimiento más rápido de lo que pudo procesar.

Se estremeció cuando la espada de la mujer cortó su bíceps, pero logró sacársela de encima y retroceder por el largo túnel de la prisión, aún invisible.

—¿Elex? —balbuceó, luego se hizo a un lado en el preciso momento en que la guardia con el diezmo de velocidad corría hacia el sitio en donde ella había estado.

La mujer gritó, aunque dado que estaba acelerada, su voz sonó demasiado rápida, aguda e ininteligible.

—¡Elex! —Eso provocó otro ataque acelerado, más cercano esta vez. La guardia chocó con un calabozo a unos pasos de Zofi y ella contuvo la respiración mientras la mujer analizaba la zona, esforzándose por ver a través del camuflaje.

—Idiota condenada por las arenas —respondió Elex finalmente, dos celdas más atrás. Zofi volvió a esquivar a la guardia acelerada y retrocedió un paso.

Otro prisionero comenzó a gritar.

—Llave de bronce. Ambos guardias tienen una copia. —Estaba diciendo Elex.

Zofi se puso a cuatro patas y comenzó a gatear. La mujer siguió blandiendo su espada por el pasillo, mientras giraba a un lado y al otro en busca de su presa invisible. Por suerte, la frenética caza de la mujer le dio suficiente espacio a Zofi para reptar más allá de ella y liberar la llave del guardia inconsciente.

Desafortunadamente, la mujer notó ese movimiento.

Zofi apenas levantó su daga a tiempo para bloquear el ataque. Durante un momento, no pudo moverse, no pudo hacer nada más que bloquear ataque tras ataque. Solo atraviesa esto, solo mantente con vida hasta que

La mujer tropezó. Comenzó a ralentizarse.

Zofi sintió: que su propio diezmo comenzaba a desvanecerse también. Ella resistió otro golpe y después golpeó su muslo. El vial se rompió contra su piel y esta vez ella cambió su diezmo, lo convirtió en uno de velocidad.

Quedaban dos refuerzos.

La guardia se tambaleó, debilitada por el diezmo, pero continuó peleando. Al menos Zofi podía mantenerle el ritmo, moviéndose tan rápido como ella. La llevó hacia atrás con una ráfaga de ataques, lanzó las llaves por los barrotes al calabozo de Elex, luego continuó la batalla.

El diezmo de velocidad de su oponente finalmente se terminó.

—¡Guardias! —gritó la mujer, con un tono normal.

Resonaron pasos sobre ellos.

Zofi atrapó la espada de la mujer en la empuñadura de su daga. Retorció la punta y lanzó la hoja a un lado. El arma cayó al suelo. Zofi golpeó a la guardia en la sien con la empuñadura de su daga.

La mujer cayó. Elex salió de su celda.

—En nombre de las arenas, ¿qué crees que estás…?

—Corre —exclamó ella y lo empujó hacia el sótano. Los pasos ya eran ensordecedores.

Elex saltó por la puerta. Cuando pasaron por la mesa de la comida, él sujetó un cuchillo de carne dentado y oxidado. Con un movimiento, una línea roja apareció en su antebrazo. Él se aceleró.

Zofi rompió otro vial y renovó su diezmo de velocidad.

Juntos corrieron por las entrañas de la fortaleza. Unos desvíos después. Zofi empujó la salida que Ren le había mostrado antes. Su diezmo se debilitó. Un refuerzo más. Sería suficiente. Tenía que serlo.

Emergieron en el campo de césped entre la fortaleza y los establos. Lo atravesaron tomados de la mano, Elex comenzaba a ralentizarse también. No tenía importancia. Lo conseguiremos.

Una luz de antorcha parpadeante apareció frente a ellos.

—Deteneos.

Ella miró la antorcha. Después el rostro debajo de ella, iluminado por las llamas danzantes.

—¿Zofi?

—¿Vidal?

La luz lo iluminaba apenas lo suficiente como para distinguir su expresión alterada. La mirada de él pasó de ella a Elex y luego a sus manos unidas. Él mostró los dientes.

—Debí saberlo.

—Vidal, escucha.

—No me lo puedo creer. Te defendí frente a mis soldados; te creí cuando dijiste que eras leal. Ni siquiera te hice preguntas cuando te vi perseguir Talones en ropa de cama. Ahora aquí estás, liberando a un asesino.

—Esto no es lo que parece. Elex no ha asesinado a nadie.

En algún sitio en la distancia, un alatormenta chilló. Se encendieron varias luces en el campo de práctica.

—Habla con el rey si tienes alguna evidencia sobre el crimen. No te dejaré liberar al hombre que asesinó a mi amigo.

—¿Cómo de bien conocías a tu amigo el príncipe? —Lanzó Zofi en respuesta—. ¿Cómo de bien trataba él a las personas a las que consideraba menos? Pregúntales a los sirvientes.

—Los cotilleos de los sirvientes…

—O pregúntale a alguien que haya sido tan desafortunado como para ponerse en su camino durante un despliegue. ¿Alguna vez has ido al frente con él? ¿Alguna vez has visto cómo trataba a sus enemigos? —Ella entornó los ojos—. ¿Lo has visto? ¿Lo has visto y lo has justificado; son solo genaleses, son solo esteños, son solo Viajantes…? ¿Sabes lo que era él en profundidad, pero te dices a ti mismo que debes estar equivocado, porque no podrías ser amigo de un hombre como ese?

—Suficiente. —Vidal buscó un silbato en su cuello.

Zofi sacó su daga. El Talón dejó caer el silbato y en su lugar desenvainó la espada. Zofi sintió la tensión de Elex, listo para saltar sobre Vidal, con o sin arma.

Entonces ella apoyó la daga sobre su antebrazo.

—Puedo probar que es inocente. Haré un juramento de sangre.

La boca de Vidal se abrió.

A su lado, Elex intentó sujetar la daga. Ella se hizo a un lado.

—Zofi, no.

—Es la única manera de que él me crea.

—No vale la pena el riesgo.

—Sí, tú lo vales. —Zofi le lanzó una dura mirada a Elex.

Vidal no volvió a sostener su silbato, no aún. Ella lo consideró prometedor.

—Si pruebo que es inocente, ¿lo dejarás ir? —Zofi ignoró los gritos en la distancia, los golpes de armaduras y los aleteos. En su lugar, ella observaba a Vidal.

—¿Por qué no puedes llevar este caso frente al rey?

—Si pudiera, ¿no crees que ya lo habría hecho?

—Estaría arriesgándolo todo, Zofi. Mi posición con los Talones, mi vida en la Ciudad de Kolonya…

Ella miró alrededor intencionadamente. No había nadie a la vista. No todavía, de todas formas.

—Nadie tiene que saber que me viste. Si otro guardia nos pilla, que así sea. No diremos una palabra sobre ti.

—Yo lo sabría.

—¿Qué es más importante? ¿La vida de un hombre inocente o tu orgullo? —Ella frunció el ceño—. Pensé que serías diferente. Pensé que tú me veías como a una persona real, no solo como una vagabunda, como tus compañeros Talones me llamaron.

Ella escuchó el chillido de otro alatormenta, más cerca esta vez. No les quedaba mucho tiempo hasta que otro Talón diera vuelta a la esquina.

—Vidal, por favor, solo déjame hacer el juramento.

Con el ceño fruncido, Vidal se giró sobre sus talones. Durante un momento, en el que su corazón se detuvo, Zofi pensó que estaba a punto de gritar por ayuda. Luego caminó hacia la fortaleza y los llamó por encima de su hombro. Zofi exhaló aliviada y lo siguió hasta un punto entre las torres de nogal y la de caoba, escondido de los alatormenta bajo una saliente.

—Esta es una mala idea —dijo Elex.

—Lo conozco —respondió Zofi—. Confía en mí.

En el rincón, Vidal se detuvo en seco.

—Júralo.

—Zo… —Elex intentó sujetar la daga otra vez—. Déjame que lo haga.

—No. Este es mi embrollo. —Ella miró a Vidal a los ojos—. Ya me he diezmado esta noche, así que no durará mucho. Hablaré rápido.

El juramento de sangre era una de las Artes más fáciles de invocar. Apenas requería de concentración y poco de las Artes, así que Zofi podía hacerlo en ese momento, aunque se hubiera diezmado antes. Aun así era el diezmo menos frecuente. Con un juramente de sangre, solo podía decirse la verdad. Cualquier mentira, sin importar lo pequeña que fuese (incluso una por error u omisión) prendería fuego a las venas de quien había jurado. Las quemaría vivas desde adentro hacia afuera.

Zofi cortó su brazo. Su visión se oscureció, reemplazada por el mapa de sus venas. Su pulso latió más rápido de lo normal mientras se concentraba en las Artes en el aire, en inhalarlas hacia su torrente sanguíneo. Fijó su propósito; buscó cualquier señal de mentira, cualquier aceleramiento de respiración o salto en su corazón.

Cuando volvió a abrir los ojos, su piel humeaba en el aire nocturno. El diezmo había comenzado. Quemaba, incómodamente caliente, pero no lo suficiente como para provocar daños. No todavía.

—Elex no asesinó al príncipe Nicolen.

Vidal analizó su mirada. Cuando no ardió en llamas, su ceño se frunció.

—¿Quién lo hizo?

Las venas de ella ardieron. Más calientes, más brillantes, como si sintieran su deseo de ocultar la verdad. Ella se tragó su miedo.

—Yo.

Para crédito suyo, la expresión de Vidal ni siquiera se movió. Solo sus ojos lo delataron. Se habían vuelto duros como la piedra.

—¿Por qué?

—Él atacó a Elex.

—¿Por qué el príncipe Nicolen atacaría a un Viajante cualquiera?

La mano de Elex se tensó sobre su brazo. Allí estaba la parte engañosa. Por un juego de cartas, era la respuesta que ella quería dar. Pero eso hacía que sus venas ardieran y sisearan de solo pensarlo; porque eso no estaba bien, no era exactamente la razón por la que Nicolen había atacado a Elex.

—Zofi… —le advirtió Elex, en voz baja.

—Responde a la pregunta —ordenó Vidal. Su cuerpo ardía. Quemaba tanto que apenas podía pensar.

—Porque él es un Viajante —respondió entre dientes. Con eso, el diezmo se extinguió; el aire aún húmedo y caliente alrededor del cuerpo de Zofi mientras ella jadeaba.

Los tres se miraron unos a otros, con respiraciones duras. Elex tenía un brazo alrededor de la cintura de Zofi para mantenerla erguida, aunque aún parecía listo para saltar sobre Vidal ante la primera señal de traición.

Él solo los observaba.

—Ya la has oído. —Elex finalmente rompió el silencio—. Ella estaría muerta sí eso no fuera verdad. Ahora es tu turno, Talón. Haz lo que es correcto, o haz lo que tu rey te ordena.

Algunas luces centellearon por los campos. Escucharon alas barrer el aire sobre ellos. Zofi no apartó la vista de Vidal. No hasta que él, con visible esfuerzo, bajó su espada.

—Vete.

No se lo agradeció. Lo haría más tarde. En ese momento, ella y Elex simplemente corrieron.

La primera calle estaba apenas a unos cientos de metros. Pero bajaron la velocidad antes de alcanzarla. Había seis Talones vigilándola. Sobre ellos, un alatormenta giraba en círculos.

¿Podemos enfrentamos a los seis? Solo tenía un refuerzo. Elex no tenía ninguno.

Entonces, un grito hizo eco por el campo.

—¡Por aquí!

Vidal.

Los Talones corrieron hacia el sonido y llamaron al alatormenta con ellos. Zofi y Elex los vieron pasar, con la respiración contenida. En el momento en que estuvieron fuera de la vista, los Viajantes corrieron hacia el camino.

Los dos se sentaron a la orilla del río Leath, frente a los enormes árboles del muro vivo, escondidos detrás de una hilera de juncos en el límite del agua. Habían logrado atravesar el pueblo sin que él fuera reconocido, más que nada gracias a la noche nublada, sin lunas, y a la capucha que habían tomado prestada de un perchero, en el exterior de una taberna cerca de las puertas de la ciudad.

No era el amanecer, pero las nubes eran más visibles de lo que habían sido unos minutos antes. Azul pálido contra el cielo más oscuro.

—Sé lo que vas a decir —balbuceó Elex finalmente—, pero tengo que preguntar de todas formas.

Zofi cerró los ojos. Inhaló la fragancia familiar, como a una tormenta en el desierto. Elex olía como su hogar. Ella anhelaba relajarse, sumergirse en él y olvidar todo lo demás; la fortaleza, la corte, el extorsionador que jugaba con su mente.

Sería fácil huir. Fingir que nada de eso había ocurrido. Alejarse de la Ciudad de Kolonya y nunca mirar atrás.

Pero su extorsionador se quedaría y podría lanzar la maldición del rey sobre ella en cualquier momento. Y su gente seguiría siendo marginada, abusada por placer. Se les negaría la dignidad humana básica.

Podría estar segura huyendo, pero ¿a qué precio?

—¿Vendrás conmigo? —susurró Elex y el corazón de Zofi se abrió en dos.

Si ella tenía suerte, si ambos la tenían, nunca lo volvería a ver. Él correría al límite del mundo, tal vez más allá. A algún sitio en donde los Talones nunca lo encontraran.

—Cuídate, Elex. —Zofi besó su mejilla, con suavidad.

Él la analizó en silencio. El cielo se aclaró. La luz previa al amanecer iluminó sus ojos, demasiado brillantes en las esquinas. Los ojos de ella ardían. No tenía lágrimas, no todavía. Pero casi.

Finalmente, Elex se levantó. Ella se quedó sentada y lo observó. Él miró el muro vivo y su amplio follaje, mientras inhalaba la brisa matutina.

—¿Me haces un favor? —preguntó, todavía de espaldas.

Ella esperó a que él la mirara para asentir. No confiaba en su propia voz.

—Gana el trono, Zofi. Por nosotros. —Él sonrió. Parecía una sonrisa dolorida.

—Lo haré —susurró ella.

Y luego Elex se marchó.

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