Romeo

Romeo


Capítulo 8

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Capítulo 8

Romeo

Observo de reojo a Iris regresar del baño ya sin la peluca y sin la tripa de embarazada. Cuando la vi así vestida sentí un escalofrío. La he imaginado muchas veces embarazada… de los hijos de mi hermano. Sabiendo que no sabría cómo sobrevivir a eso. Ver a la única mujer que he querido llevando en su vientre una parte de mí a la que sabía que iba a adorar, pero de la que no iba a ser partícipe.

Y ahora, cuando coge mi mano buscando consuelo, solo puedo tensarme porque para mí es como acariciar el cielo y temo que si respiro la pueda alejar de mí. Aun así, la alejo de todos modos por lo bruto que soy.

Se sienta a mi lado y recuerdo cómo se abrió a mí hasta que mi bocaza metió la pata y la cagué, y sé que estoy a punto de cagarla todavía más cuando le cuente mi plan.

—Vamos a vivir en una pequeña isla que tiene muy pocos habitantes. Solo existe una única entrada en ella y allí estará Alair. —Señalo a mi empleado.

—Ahora ya sé cómo se llama. No quería decirme su nombre.

—No le gusta intimar con los clientes a menos que se lo pida, pero vas a tener que hablar con él y mejor que lo llames por su nombre. La gente pensará que somos ricos y es nuestro empleado, que cuida de que tengamos todo lo que deseamos y nos informa de cómo está todo.

—Perfecto. ¿Eso es todo?

—No, para no levantar sospechas diremos que estamos casados —lo digo bajito y ella se ríe.

—¿De verdad esperas que la gente se crea que estamos casados?

La miro dolido por sus palabras, pensando que ya sé, mejor que nadie, que ella no se fijaría en mí, que no se enamoraría de alguien al que le cuesta tanto expresar su amor. Pero, a pesar de que lo tengo asumido, que se haya reído me molesta.

—No eres mi tipo, pero es lo que hay —le suelto hiriente.

—No me reía por eso, borde —me dice seria—. Me reía porque no sabes nada de mí. Nadie se creería que estamos casados.

—Llevamos desde la universidad casados. Nos casamos hace tanto tiempo que ya se han acabado las chorradas románticas y los «te quiero» rara vez se dicen.

—¿Así es como esperas que sea tu matrimonio cuando pasen diez años?

—Es la realidad. La gente deja para luego las caricias que se mueren por dar, y después ya es tarde porque cuesta acortar las distancias de tantas excusas que hay por medio para no hacerlas cuando te morías por ellas.

—No creo que sea así para todos.

—Para nosotros, sí. Somos un matrimonio frío y punto. Así será creíble.

—Pero será un matrimonio… Si llevamos tanto tiempo, debes saber algo de mí…

—Se lo justo de ti.

—Lo dudo. Siempre has pasado de mí. Las veces que te veía siempre te interesaba cualquier otra cosa más que yo. Nunca me mirabas —me dice retadora.

Me giro y la miro a los ojos. Siempre la miré, pero nunca dejé que lo supiera.

—Te gusta el café con leche, odias la carne muy hecha, no soportas ver a los niños sufriendo, te enternecen las personas mayores y, por eso, cuando una te habla, la escuchas con una sonrisa hasta el final porque sabes que esa persona tal vez solo necesita por unos instantes sentir que alguien la escucha. No soportas la lluvia y los truenos te alteran. Eres más de dulce que de salado, pero siempre depende de las horas. Para despertarte, dulce; para dormirte, salado; y tras la siesta, chocolate. ¿Sigo?

Abre y cierra los ojos.

—No. Sabes mucho de mí.

—Lo sé porque soy observador. Es mi trabajo observar a la gente y Owen también me contaba esas cosas. —Es cierto, y me molestaba que él pudiera saber tantos pequeños detalles que la hacían diferente y yo no. Lo peor es que con cada uno de ellos la queríamos los dos un poco más—. Así que deja de preocuparte por lo que no sé de ti y escucha lo que te cuento de mí.

—Siempre he deseado que me cuentes cosas de ti —dice apartando la mirada—. Ya no quiero saberlo. Con lo que tú sabes de mí es suficiente.

—Mejor, soy muy simple.

—¿Sí? No me digas… Lo que más te gusta es alejar a la gente de tu lado hasta estar solo y, por si alguna vez te lo preguntas, si estás solo es porque quieres. Yo siempre estaba ahí, esperando una señal de que me veías.

—Tú estabas ahí con mi hermano…

—¿Y qué más da? Quería ser tu amiga, pero preferías estudiarme como si fuera una puñetera cobaya de laboratorio que acercarte a mí. No siempre estuve ahí con Owen. Antes de que fuera la novia de tu hermano traté de… de nada. Da igual.

Se calla y lo dejo pasar, seguramente tratara de ser mi amiga y me hubiera encantado, pero ya no se puede volver atrás.

La miro a los ojos y compruebo que está dolida. Lo entiendo. Le ha molestado que le dijera todo eso, como si fuera un trabajo para mí, y no que supiera todas esas cosas porque de ella siempre me he fijado en los pequeños detalles.

—Siento que tengas que estar aquí conmigo. Que te tengas que hacer pasar por mi marido…

—No me tienes que pedir perdón, es mi trabajo. Voy a cobrar por ello.

—Sí. Solo soy trabajo para ti, porque está claro que si alguna vez esperaba que fueras mi amigo, ahora soy consciente de que eso no pasará nunca.

Se levanta y se va al servicio otra vez.

—Va a salir fatal —me dice Alair—. Puedo hacer yo de su marido y tú vigilar.

—Tú cíñete a tu papel y déjame el mío a mí. —Se lo digo muy serio y él asiente, dejando las bromas lejos de esta conversación.

Sé que he sonado muy duro, pero es porque la idea de imaginar a Iris con otro me mata. Sé que eso pasará tarde o temprano. Un día encontrará a alguien que no solo sepa amar cada parte de su alma, sino que tenga el valor para expresar y hacerle sentir cuánto la quiere.

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